lunes, 10 de octubre de 2011

Una nueva palabra: “desmundialización”

Una nueva acepción lingüística se va abriendo paso en el escenario político francés, y presiento que para quedarse, al menos durante una larga temporada: la “desmundialización”. El término en cuestión no ha surgido en el seno de ningún grupo anti-sistema, ni de ninguna agrupación de retrógrados que sienta nostalgia por los tiempos pretéritos ¿o sí? (defender el estado social europeo quizá sea ya cosa de nostálgicos). Por el contrario, está provocando apasionados debates políticos en las asambleas que están preparando las elecciones primarias del Partido Socialista Francés.
En Francia, históricamente, ha habido una poderosa conciencia nacional y, además, sus intelectuales han sido siempre capaces de verbalizar y de categorizar sus reflexiones, incorporándolas de manera fluida e inmediata al debate político. Igualmente han sabido, cuando ha sido preciso, nadar a contracorriente y oponerse a los paradigmas teóricos dominantes que, desde hace bastante tiempo, soplan desde el mundo anglosajón. Aún recuerdo como, cuando Mitterrand ganó las elecciones presidenciales de 1981, lo hizo con un programa político que contemplaba la implantación de la semana laboral de 35 horas para todos los trabajadores y la nacionalización de la banca. Una verdadera herejía si tenemos en cuenta que, en ese momento, gobernaba Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en EEUU. Ningún otro partido socialista europeo ha planteado programas tan contundentes y ambiciosos y, aunque todos los agoreros del mundo les pronosticaron un fracaso absoluto, no les fue tan mal a pesar de todo.
Enfrentarse a los paradigmas dominantes siempre tiene un coste, tanto económico como político, aunque claro, no es lo mismo que el desafío venga de Francia a que lo haga desde otro país de menor envergadura. Y sin embargo, es esa capacidad francesa de osar discrepar, aunque siempre de forma medida, con el discurso anglosajón, lo que ha convertido a este país en un referente mundial, otorgándole una capacidad de liderazgo que otros países de parecido o, incluso, superior peso económico no tienen. Sin ir más lejos, la firmeza francesa en su oposición a la invasión norteamericana de Irak, en 2003, fue determinante para que esta resultara un fracaso mediático y, a la postre, estratégico. Si Francia entonces no hubiera alzado la voz de manera tan firme otros, tal vez, no se hubieran atrevido a hacerlo (y ahora estoy pensando en Alemania) que, con el refuerzo de rusos y de chinos, suministraron la masa crítica de discrepantes que permitió a todos los que en el mundo se oponían a esa temeraria campaña, poder expresarse con libertad.
Independientemente de los términos en los que el debate abierto en Francia sobre la “desmundialización” -que surge en plena pre-campaña electoral y viene acompañado con otros temas locales- el tema es claramente pertinente hoy a nivel europeo, y se abre paso por su propio peso como una fruta madura. Era inevitable que se produjera, dado el cariz que está tomando el panorama político en nuestro continente que, como bien dice Barak Obama aunque la Merkel proteste, “da miedo”.
En este momento es absolutamente oportuno que revisemos el modelo “globalizador” que nos ha traído hasta aquí y cuyos resultados están a la vista de todos. Los teóricos del neoliberalismo, ideología que –insisto una vez más- no tiene nada de científica como los hechos no dejan de demostrar (cuando una tesis no supera la prueba de la validación empírica hay que descartarla, según todas las reglas de la ciencia) y está funcionando ya como si de una religión se tratara.
¿Cuál es el país del mundo que más crece a nivel económico? China. ¿Y cuál es la política económica que está aplicando? Pues mercantilismo puro y duro, es decir, las teorías económicas del siglo XVII. El gobierno chino interviene en la economía cada vez que le da la gana y lo hace con la intención manifiesta de defender a sus empresas y a su capacidad exportadora, y no parece que les vaya tan mal ¿no?
Entonces ¿por qué España no puede hacer lo mismo? ¿Por qué no puede defender, por ejemplo, la españolidad de Endesa o de Repsol? Porque estamos en la Unión Europea. Y entonces ¿qué intereses defiende la Unión Europea? Pues, cada vez está más claro que los alemanes, porque la política de tipos de interés, de lucha contra la inflación, de inyección de capital circulante en la economía, etc., etc. del Banco Central Europeo está diseñada exclusivamente para defender la capacidad exportadora de Alemania, y la desaparición de las aduanas interiores, así como de las monedas nacionales, impiden a los diferentes países defenderse como lo hacían en el pasado, utilizando los aranceles y los tipos de cambio. Somos clientes cautivos de los alemanes y ni siquiera se nos permite financiarnos directamente a través del BCE, obligándosenos a hacerlo a través de los bancos privados, es decir, poniendo al estado de rodillas ante el gran capital internacional.
Pero el estado, según la Unión Europea y según el gran capital internacional, debe acudir a rescatar a los bancos privados cada vez que estos entran en quiebra y debe sufragar, con cargo a los impuestos de los contribuyentes, los agujeros patrimoniales provocados por la mala gestión de unos ejecutivos cuya ética –como mínimo- debemos decir que deja bastante que desear. Al final esto se traduce en que, para que los ejecutivos que han provocado esta crisis se jubilen con pensiones multimillonarias, hay que congelar las pensiones de los mayores, bajar el sueldo a los funcionarios y retrasar la edad de la jubilación. En resumen: privatización de los beneficios y socialización de las pérdidas.
¿Para qué ha servido la globalización? Pues para que el gran capital internacional pueda desplazar miles de millones de dólares o de euros en cuestión de segundos desde una punta hasta la contraria de este planeta, dejando al estado inerme ante él y obligándole a entrar en una subasta a la baja en la que el que gana es aquél que es capaz de ofrecerle más por menos, es decir, más beneficios a cambio de menos impuestos. ¿Cómo puede un país ganar esa subasta? Pues desmontando el estado del bienestar. Es decir, empobreciendo a su propia población. ¿Es ese el camino por el que debemos seguir?
Durante la última década anterior al estallido de la crisis, el país de Europa Occidental que crecía a un nivel más alto era Irlanda, que fue bautizado como “el tigre celta”. ¿Saben cuál era su secreto? El impuesto de sociedades más bajo de la Unión Europea (alrededor del 10%, cuando el resto estaba por encima del 30%). Gracias a eso consiguió que gran cantidad de multinacionales de todo el mundo trasladaran su sede social allí (como Google o como algunas filiales de la españolísima Zara). Como Irlanda forma parte de la Unión Europea, del euro y del Tratado de Schengen el gobierno español no tiene ninguna posibilidad legal de poner un arancel (que sería la forma de defenderse contra la competencia desleal irlandesa) a cualquier producto procedente de ese país, para que se paguen aquí los impuestos que no se pagan allí. Y cualquier gran empresa que tenga su sede en España tiene muy fácil chantajear al gobierno: “o me bajas los impuestos o me voy a Irlanda”.
¿Saben cuántos kilómetros de autopista hay en Irlanda? La respuesta es: cero. Las carreteras nacionales de primer orden de ese país son de doble dirección y todavía pasan por el centro de de la mayoría de los pueblos que se hallan en su ruta. Hay una anécdota que cuenta Santiago Niño Becerra en su libro El crash del 2010 muy ilustrativa de cómo funciona ese país: Mientras circulaba por una carretera nacional, tuvo que soportar un atasco monumental que se produjo en una de las muchas travesías urbanas, que estaba provocada por una recaudación voluntaria de fondos que estaban haciendo los habitantes del lugar entre los conductores que pasaban por allí, con la intención de adquirir un desfibrilador para el municipio. El “tigre celta” tiene como esqueleto un estado raquítico, incapaz de prestar una serie de servicios básicos que son estándares en el conjunto de países que forman parte del occidente europeo, pero que descansan sobre la potente capacidad recaudatoria del estado que la socialdemocracia europea ha ido levantando a lo largo del siglo XX.
Pero esa “prosperidad” irlandesa previa a la crisis no le ha impedido después sufrir el impacto de esta con mayor virulencia si cabe que otros países periféricos de Europa. ¿Por qué? Pues, primero, porque han tenido que respaldar a unos bancos que han quebrado y que manejaban unos fondos muy elevados para la envergadura de ese país y, en segundo lugar, porque la escasa capacidad recaudatoria irlandesa –en términos europeos- le da muy poco margen de maniobra para enfrentarse con los problemas financieros con los que estamos lidiando desde 2008. Aún así, en la difícil negociación con la UE para el “rescate” irlandés, el escollo más importante estuvo en la pretensión del gobierno de no tocar el Impuesto de Sociedades, algo que finalmente consiguió, a costa de draconianos recortes y de subidas de los impuestos que paga toda la población. Irlanda teme que en cuanto ese impuesto suba un poco se produzca una estampida de las multinacionales que llegaron allí para eludir los impuestos que hay en el resto de países. Lo que ellos pueden ofrecerle a las empresas es una baja fiscalidad; otros, en cambio, ofrecen infraestructura: modelo neoliberal versus modelo keynesiano.
Hay un principio económico básico, que descubrieron los teóricos de la Escuela de Salamanca, ya en el siglo XVI y que los neoliberales parecen haber olvidado: que la riqueza no la da el dinero sino el trabajo. Los ricos lo son porque los pobres están dispuestos a trabajar para ellos a cambio de dinero. Sólo por eso. Bastaría que todos los que saben trabajar bien, acordaran otra manera de intercambiar el producto de su esfuerzo para que toda la superestructura sobre la que este sistema descansa se derrumbara. El asunto, desde luego, no es tan fácil de hacer como de enunciarlo, pero en el fondo la solución a la crisis va por ese camino.
Ahora fijémonos en Suecia, un país que, en los años 70 llegó a cobrar un tipo impositivo cercano al 90% en el Impuesto sobre la Renta en los tramos más altos de la tabla. Los empresarios se quejaban de que tantos impuestos desincentivaban la inversión. Y sin embargo la renta per cápita sueca estaba entonces –y sigue estando ahora- entre las más altas del mundo. No parece que unos impuestos tan “abusivos” hayan desincentivado nada, y si no pregúntenle a los de IKEA, a los de VOLVO o a los de ERICSSON. Más bien al contrario. Un estado que cobra esa barbaridad de impuestos, para reinvertirlos inmediatamente después, está haciendo el trabajo de un potente motor que está obligando al dinero a moverse y, al hacerlo, está creando una riqueza increíble y redistribuyendo las rentas sociales para proteger a los más débiles: a los ancianos, los enfermos, los niños, las embarazadas, etc.
¿Cuál es la conclusión que se extrae de todo esto? Pues que si la globalización debilita la capacidad de gestión y de redistribución del estado, habrá que desglobalizar para volver a poner en marcha la economía. Es una inmoralidad que el estado esté atado de pies y de manos con 5 millones de parados en nuestro país. Se puede y se debe poner en marcha la máquina de bombeo. Y si Europa es el problema, habrá que empezar a desmontarla.

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