miércoles, 14 de diciembre de 2011

Construir el futuro

En el anterior artículo les expuse las razones por las que pienso que los principios neomaltusianos son demagógicos, no producirán los efectos que sus partidarios vaticinan y nos conducen hacia un callejón sin salida cuya consecuencia última será la desaparición de la civilización occidental, tal y como hoy la conocemos. También como el hombre ha ido posibilitando a lo largo de la historia nuevos incrementos de población, inimaginables para sus congéneres de épocas anteriores, gracias al incremento de la tecnología aplicada a los medios de subsistencia.
Los pueblos cazadores del Paleolítico Superior alcanzaron en su día unas densidades que, desde el punto de vista de la tecnología de su época habría que calificar de “superpoblación”, porque estaban en el límite máximo de lo que la naturaleza toleraba. Esa “superpoblación paleolítica” estaba muy por debajo del nivel de un habitante por kilómetro cuadrado. Una densidad que hoy nos puede hacer sonreír y, sin embargo, es absolutamente cierto que, con una forma de vida puramente depredadora, el medio ambiente no soporta más humanos.
Por eso se produjo la revolución neolítica y el hombre dejó de ser un depredador para convertirse en productor. Desde la primera invención de la agricultura hasta ahora no han dejado de tener lugar una infinita sucesión de pequeños descubrimientos que han ido volviendo más eficientes y sostenibles las técnicas agrícolas, permitiendo unos incrementos en la productividad por cada unidad de superficie que han multiplicado por muchos dígitos las densidades de población humana. Con esos incrementos se ha ido liberando mano de obra que se ha desplazado hacia otros sectores económicos, como la industria y los servicios. Hoy la productividad agraria se ve muy incrementada, a su vez, por la utilización de máquinas o componentes químicos que han sido fabricados por esos productores no agrícolas, en un proceso de retroalimentación positiva en el que, de alguna manera, se refleja el potente efecto que la demografía humana ejerce sobre todo tipo de actividades económicas.
Y con todo ese bagaje histórico y tecnológico nos enfrentamos hoy a los retos que nos plantea el mundo del siglo XXI, entre los que cabe destacar, por su trascendencia, el cambio climático, el deterioro creciente del medio ambiente por efecto de la acción humana y, también, los masivos procesos migratorios que caracterizan este tiempo, el cambio del modelo energético y la galopante crisis económica.
Todos esos aspectos que he citado están conectados entre sí y creo que se pueden sintetizar diciendo que estamos en un proceso de transición hacia una nueva civilización.
Desde este blog he venido analizando algunas de las muchas incongruencias y contradicciones que, desde mi punto de vista, plantea la sociedad actual y que son un obstáculo para el desarrollo de los pueblos. El capitalismo ha construido un modelo de relaciones sociales insolidario que hoy no está demostrando claramente cuáles son sus límites. Tenemos ante nosotros la enésima crisis de subsistencia por agotamiento –esta vez- no ya de los recursos, sino del sistema de distribución de los mismos. Lo que hemos agotado es la potencialidad del sistema en el que hemos vivido hasta ahora. Necesitamos dar un salto adelante y barrer todas las ineficiencias que nos impiden continuar el proceso de desarrollo histórico que el hombre empezó a desplegar hace nueve mil años, cuando decidió dejar de ser un mero depredador para ponerse a producir, él también, reforzando de esta manera la potencialidad del planeta para sostener una demografía creciente.
Basta echar un vistazo a nuestro alrededor para percatarnos de cuales son los términos en los que se plantea, en estos momentos, el dilema demográfico a escala mundial. Los pueblos del norte terrestre (norteamericanos, europeos, japoneses y rusos) han apostado decididamente por el modelo neomaltusiano e intentan imponérselo al resto de la humanidad. Lo están consiguiendo de manera parcial, de hecho creo que podemos incluir ya a China en esa lista (así como a Australia, Nueva Zelanda y los países del “Cono Sur” americano). Pero la incorporación de China a ese club ha sido reciente y, todavía, las inercias que traía del período anterior, así como su potente demografía histórica y su gran consistencia cultural le han convertido en la punta de lanza de los pueblos emergentes del tercer mundo y, aunque dejara de crecer hoy mismo, el hecho de que un pueblo de 1.300 millones de habitantes, en pleno desarrollo económico, con unidad de mando y regido por unos patrones culturales muy diferentes de los propios del mundo occidental irrumpa en el panorama internacional será suficiente para desestabilizar profundamente la estructura de poder planetaria actual e iniciar una nueva dinámica histórica.
Basta echar un vistazo a las pirámides de población de los grandes bloques culturales del mundo actual, así como a sus dinámicas económicas, para adivinar lo que va a suceder en él durante los próximos cincuenta años, como mínimo, y lo que aparece meridianamente claro es que, salvo conflagración nuclear generalizada, el “sorpasso” de los chinos sobre el Imperio norteamericano se producirá alrededor del año 2020, y el siguiente relevo, el de la India sobre China, antes de 2050. Así que ya podemos imaginar las dinámicas políticas que estos cambios van a traer consigo: la pérdida de protagonismo global del mundo occidental en general y como, a partir de 2040 aproximadamente, los países que han liderado la escena mundial durante los últimos 500 años se van a convertir en el lugar donde se va a librar el pulso de las influencias políticas de las superpotencias de esa coyuntura, los dos gigantes de Asia.
Creo que no hay que tener dotes proféticas para darse cuenta que la Unión Europea se puede desintegrar antes, incluso, de que concluya el mandato de Rajoy, que el tándem franco-alemán camina derecho hacia la irrelevancia política, que el Reino Unido ha ligado su futuro al del “gran hermano” norteamericano y que Rusia va ser satelizada, antes de que se desintegre también, por la gran potencia China.
En el caso de España, y también en el de Portugal, haríamos bien en cultivar nuestros tres grandes activos políticos estratégicos con que contamos (los mismos que teníamos ya en el 1500 y que nuestros dirigentes llevan 500 años despreciando):

1)      Nuestra relación estratégica con nuestros hermanos de Iberoamérica, que no van a dejar de cobrar protagonismo político y económico durante los próximos 200 años.
2)      Nuestra vecindad con los países del noroeste africano, otra zona geográfica a la que, forzosamente tiene que irle mejor de lo que le va ahora y que tienen una potencialidad de desarrollo enorme como veremos más adelante.
3)      Nuestra poderosa presencia atlántica. Los archipiélagos de la Macaronesia[1], sumadas a nuestras respectivas fachadas litorales, que nos pueden convertir en una potencia marítima formidable a lo largo de este siglo, si sabemos aprovechar nuestras ventajas comparativas.

Resulta patético comprobar cómo los representantes políticos de todos los países del mundo hacen fracasar una y otra vez las diversas cumbres sobre el clima que se han venido convocando en las últimas décadas, haciendo crecer la bola de nieve que va agrandando el problema y que está haciendo aumentar, exponencialmente, el coste de las soluciones que habrá que implementar, necesariamente, en algún momento del futuro. En esto, como en la manera de afrontar la crisis económica, nuestros dirigentes están haciendo gala de una ceguera política inaudita. Practicando la política del avestruz no se dan cuenta de que están vendiendo su derecho de primogenitura por un plato de lentejas.
Aquellos que tomen la delantera en la lucha contra la degradación medioambiental la terminarán liderando en el porvenir, y en esa guerra hay mucho en juego. Hay tecnología, negocios, futuro y está en juego, nada menos, que el modelo de civilización que queremos construir. La lucha contra el cambio climático está mucho más abierta de lo que, desde los medios de comunicación que trabajan para el Sistema, se nos está presentando.
Observen por un momento una de las muchas imágenes del continente africano de las que se obtienen vía satélite. El desierto del Sahara y sus estepas adyacentes ocupan una extensión territorial equivalente a todo el continente europeo. En ese desierto hay unas fuentes formidables de energías renovables, tanto solar como eólica, y está rodeado de mares. ¿Qué necesita el desierto para transformarse en una campiña fértil? Agua. El agua está a unos cientos de kilómetros. Las técnicas de desalación barata ya existen, y España es líder en esa industria. ¿Qué más hace falta? Energía para la desalación y el transporte, algo que sobra en África y, sobre todo, capital y voluntad política para poner en marcha un ambicioso programa de estaciones desaladoras, proyectos de colonización, construcción de sistemas de riego por goteo… Un horizonte de desarrollo de nuevos negocios para las empresas, de empleo para los técnicos en paro del sur de Europa y del norte de África, así como para la gran masa de desheredados que viven en ese continente, un vasto programa de investigación y el despliegue de un panorama de progreso para un par de siglos a las puertas de casa, una nueva sociedad que construir en medio de la nada y millones de toneladas de CO2 fijadas en tierra en los cientos de millones de hectáreas nuevas dedicadas a la agricultura, a la repoblación forestal y a la recreación de viejos y nuevos ecosistemas africanos.
¿Se imaginan a los paleo-botánicos y paleo-zoólogos recuperando especies extinguidas, aplicando las nuevas técnicas de clonación y de secuenciación genética[2], recreando ecosistemas antiguos en los nuevos espacios robados al desierto?
Ante nosotros se abre un espacio inmenso para el trabajo, para la cooperación internacional, para la construcción de un nuevo orden social planetario y para que el hombre construya una nueva relación con el medio, reparando buena parte de los entuertos cometidos en épocas anteriores por la especie humana.
Habrá quien piense que ese programa es irrealizable, que alguien lo detendrá o, incluso, que no es conveniente. Pero estén seguros de una cosa: eso va a suceder. Más tarde o más temprano, con mayor o con menor capital, con mayor o con menor voluntad política. Porque la tecnología existe, porque existe la imperiosa necesidad de dar de comer a los millones de personas que, en el continente africano, viven sin perspectivas de futuro, porque los países de la zona necesitan desarrollarse, porque ya se están poniendo en marcha los primeros proyectos que van a marcar el camino para los que vengan detrás[3] y lo lógico es que las nuevas técnicas se extiendan por la zona como una mancha de aceite. Así que podemos optar por situarnos en la vanguardia del proceso o en el furgón de cola, que cada cual decida.
Y hay otro inmenso frente situado más al oeste, en el Atlántico, rodeando a los archipiélagos de los países ibéricos. El mar, en el siglo XXI, no va a ser sólo un lugar por el que transitan los barcos y en el que se practica una actividad –la pesca- que es tan depredadora como lo era la caza, para los humanos, en los tiempos paleolíticos. En materia de pesca estamos empezando a transformarnos –como hace nueve mil años- de predadores a productores. Y cada vez más veremos como este medio no es sólo un sitio de paso, sino un lugar en el que los hombres van a empezar a practicar actividades más estables, más productivas y más sedentarias. Donde se genere riqueza. Los humanos, más tarde o más temprano van a terminar viviendo en él y construyendo en él sus ciudades.
¿Cuántos millones de personas creen ustedes que van a asentarse en los nuevos espacios que se abren ante nosotros? ¿Dónde creen que darán sus discursos los agoreros neomaltusianos dentro de treinta o de cuarenta años? Tal vez en los asilos de ancianos, porque los jóvenes y los adultos de entonces estarán todos trabajando.


[1] Macaronesia es el nombre colectivo de varios archipiélagos del Atlántico Norte, más o menos cercanos al continente africano.
El término procede del griego μακάρων νη̂σοι, makárôn nêsoi, 'islas alegres o afortunadas', en alusión a las islas de la mitología griega que eran morada de los héroes difuntos y se suponían situadas en los confines de Occidente. Comprende cinco archipiélagos: Azores, Canarias, Cabo Verde, Madeira e Islas Salvajes”. ( http://es.wikipedia.org/wiki/Macaronesia 13/12/2011)
[2] Bajo regulación internacional, por supuesto, no podemos permitirnos que esos proyectos los monopolicen empresas privadas con tecnología sólo accesible para algunos. Por eso hay que anunciar lo que se avecina públicamente, para que la población pueda participar en el diseño de esos procesos y no nos encontremos ante una política de hechos consumados que sólo beneficie a unas cuantas multinacionales.
[3] De hecho la multinacional sevillana ABENGOA está construyendo ya, en Túnez, varias plantas desaladoras para suministrar agua a zonas desérticas.

lunes, 5 de diciembre de 2011

La extinción del hombre blanco

La semana pasada les hablé del suicidio histórico colectivo que, de manera implícita, se deriva de la aplicación de los demagógicos principios neomaltusianos, en los debates medioambientales, que se han ido desplegando a partir de la publicación del informe del Club de Roma, en 1972. También los vinculé con el discurso neoliberal, hegemónico desde esas mismas fechas en el ámbito económico e, incluso, con las tesis creacionistas que se han ido abriendo paso entre lo más reaccionario de ciertos ámbitos universitarios norteamericanos. Las tres teorías cubren flancos diferentes del debate intelectual del establishment, pero persiguen una misma estrategia: la involución social. El objetivo último de las tres es congelar la estructura social actual e incluso, si fuera posible, invertir su dinámica interna para retroceder hacia modelos de relación social propios de tiempos pretéritos, en un proceso de re-señorialización que nos conduzca, suavemente, hacia las sociedades estamentales propias de la Europa del siglo XVIII o del XVII.
De las tres teorías, la menos cuestionada actualmente es la neomaltusiana, hasta el punto de que la propia “izquierda” política la ha absorbido como si fuera algo indiscutible y casi de “sentido común” lo que, por cierto, no confirma la experiencia histórica, sino todo lo contrario. Se ve que la historia no sintoniza demasiado bien con el “sentido común” del establishment.
Pero vayamos por partes, porque resulta complicado oponerse a algo que a todos nos parece obvio. Vamos a analizar cada uno de sus componentes por separado, para ver qué hay de verdad y de mentira en una afirmación tan elemental como que si en el mundo hubiera menos personas, esas personas vivirían mejor.
Esta idea tan simple, que mucha gente ve “de cajón”, contradice todas las experiencias históricas: La España de los reyes católicos tenía 6 millones de habitantes, la actual 47. Pregunta: ¿Dónde se vive o se vivía mejor? Podemos escoger el país que nos apetezca para establecer esa misma comparación y, salvo notables excepciones, que tienen todas una fácil explicación, se constata que el nivel de vida, en general, si todos los demás factores permanecen igual, aumenta cuando aumenta la población.
Y esto es así porque con la población se incrementa también la especialización. En la Edad Media las mujeres no sólo tenían que atender las tareas propias del hogar –que necesitaban por cierto más tiempo y más esfuerzo que ahora- sino que también tenían que fabricar la ropa que usaban los miembros de su familia, algo que hoy resulta impensable. Si el trabajo se reparte más, es evidente que la productividad aumenta y con ella, en buena lógica, debe aumentar el tiempo de ocio –ya veremos otro día que eso no siempre es así, aunque debería serlo-.
¿Y dónde está, entonces, el problema? ¿Por qué la mayoría de los “expertos” actuales y de los medios de comunicación se han puesto de acuerdo en afirmar que el crecimiento demográfico indefinido es insostenible?
Pues hay varias razones, pero la más importante es que la sociedad se vuelve más compleja, más difícil de abarcar para quien ha sido educado siguiendo los viejos esquemas creados para manejar una sociedad más simple y, como no entiende algunas de las cosas que pasan, se resiste a evolucionar. Esa reacción es humana y comprensible. En la Edad Media europea hubo reyes que eran analfabetos, algo que no les impidió gobernar, incluso en países extensos. Hoy sería casi imposible que un analfabeto llegara a dirigir un país ¿no? (bueno, es posible que alguien pueda poner algún ejemplo reciente, pero estarán de acuerdo conmigo en que esos individuos en los que están pensando no eran los que de verdad gobernaban ¿verdad?
Los dirigentes mediocres (de todo tipo: políticos, económicos, académicos, etc.), que ya tienen problemas en una sociedad estática, imagínense lo que pueden pensar de una en evolución continua. Los poderosos tradicionales se van a resistir al cambio y utilizarán todo su poder –fáctico o mediático- para impedirlo. Esos individuos crean opinión y están detrás de muchas de esas ideas que parecen tan de “sentido común”. Desde luego es de sentido común que si yo soy poderoso y aquí no se mueve nadie, seguiré siéndolo, claro. Por tanto, motivo número uno: defensa del statu quo.
Motivo número dos: El medio ambiente no puede soportarlo. Eso es verdad hasta cierto punto. Ya dije la semana pasada que los humanos no somos cebras, ni antílopes, y cuando el medio ambiente se degrada nos damos cuenta y planteamos alternativas. Así ha sido, al menos, desde la Revolución Neolítica, y de eso hace ya más de nueve mil años. Claro que, a pesar de todo, por el camino se ha quedado una parte de la variabilidad genética que había en La Tierra antes de la aparición de los humanos. Por culpa de la presión ejercida sobre el medio por el Homo Sapiens o por alguno de sus ancestros se han extinguido muchas especies animales o vegetales: mamut, tigre de dientes de sable, el caballo americano, etc. etc. Por otro lado, los cambios inducidos en el medio por la acción humana han desertizado zonas con abundante vegetación, han hecho que determinada flora o fauna haya invadido ecosistemas distintos de aquellos de los que procede. El hombre ha inducido una selección artificial de especies, etc. Eso, hasta ahora, ha sido inevitable. También hay que constatar que, por el camino, hemos ido aprendiendo, y que hoy somos conscientes de la existencia de procesos que antes nos pasaban totalmente desapercibidos y que, como consecuencia de ese aprendizaje, hemos evitado algunos males que antes no había manera de impedir. Está claro que no es suficiente y que el proceso hay que intensificarlo, pero yo creo que ya hay tecnología y conocimiento para amortiguar notablemente el impacto del crecimiento humano sobre el medio ambiente, lo que sucede es que, con frecuencia, ese conocimiento no se aplica o se bloquea su aplicación desde las instancias de poder debido al motivo número uno que ya hemos expuesto. La degradación del medio ambiente africano, en la actualidad, es un claro ejemplo de ello.
En la actuación de los lobbies nuclear o del petróleo hay una clara intencionalidad en presentarnos el cambio climático, o como algo inexistente o como algo inevitable (el caso de Lovelock es uno de los más descarados, es obvio que ese científico se ha puesto a trabajar para el lobby nuclear, y es ese lobby el que lo ha estado financiando, utilizando su prestigio para dar respetabilidad a un discurso apocalíptico). Las dos posturas pretenden lo mismo: paralizar a los que pretenden combatirlo y, en el segundo caso, además, forzar una draconiana política de “ajustes” de población que guarda un extraordinario parecido con la de ajuste presupuestario de los neoliberales que, en el fondo, persiguen exactamente lo mismo que los neomaltusianos, por eso he señalado la conexión entre ambas teorías desde el primer momento.
El chantaje social implícito en los planteamientos neomaltusianos es evidente: “Cómo sigáis teniendo hijos, esto se va al garete”. Aunque ese argumento tiene una fácil alternativa: “Cómo mantengamos intacto el capitalismo, esto se acaba”, porque es evidente que una sola familia de clase media norteamericana genera un impacto ambiental mayor que cien habitantes en una zona rural de La India.
Lo que es de una hipocresía de juzgado de guardia es que un señor que conduce un vehículo de 200 caballos, cuyo motor es alimentado por algún combustible fósil, que no se ha montado jamás en un metro o en un autobús urbano y vive en una urbanización exclusiva, consumiendo centenares de miles de litros de agua entre piscina, yacuzzi y su parte alícuota del campo de golf del que es socio, se dedique a imputar el cambio climático a las capas más miserables de las sociedades humanas, que viven entre los desechos que han generado los lumbreras del lugar, esos que se imaginan viviendo en Groenlandia, dentro de cien años, después de que el cambio climático haya matado a miles de millones de miserables africanos, asiáticos o iberoamericanos. Es curioso, pero en ese modelo los que sobreviven son los productores de desechos, no los recicladores.
Revisar los contenidos de las bolsas de basura de una familia de clase media europea o norteamericana debiera causarnos una auténtica indignación, porque la mayor parte de los desechos son, en realidad, envases. Envases difíciles de reciclar, envases innecesarios en su mayor parte, envases que tardarán siglos en ser absorbidos por el medio ambiente –o tal vez nunca-, envases absolutamente ajenos a los procesos naturales de reabsorción. Buena parte de la contaminación que esos envases van a generar es gratuita. Los desechos de los miserables que están desertizando el Sahel son todos orgánicos. A pesar de la visibilidad del impacto que la acción humana ejerce en esa zona sobre el medio, el ambiente tenderá a recuperarse en cuanto cese esa presión, lo que no es tan seguro que ocurra donde toneladas de desechos plásticos, mezcladas con mercurio y otros minerales tóxicos sobrevivan a la desaparición de aquellos que se dedicaron a fabricarlas.
¿Se acuerdan cuando comprábamos la cerveza en el bar de la esquina y entregábamos allí el envase de la que habíamos consumido el día antes? Entonces no éramos conscientes de las amenazas que se cernían sobre el medio ambiente. Hoy se supone que sí, pero los que se empeñan en explicarnos que llevemos los vidrios a los contenedores correspondientes, antes nos habían explicado que los envases retornables no eran nada rentables y que por eso se habían eliminado.
¿No sería más fácil que cada fabricante recuperara los suyos, los limpiara y los reutilizara, como se hacía en los años sesenta? Seguro que haríamos mucho menos daño a la naturaleza. Dicen que así sale más caro. Y pregunto ¿a quién le sale más caro? A la sociedad seguro que no.
Los defensores de la energía nuclear utilizan con frecuencia, para combatir los argumentos de los de las renovables, el argumento de que éstas se encuentran muy subvencionadas y que, por tanto, son muy caras, desde el punto de vista económico. Pero los costes imputables a las mismas están todos contabilizados en el momento en el que esa energía se genera. Los gastos que tienen son los que vemos. La energía que se generan con sistemas “sucios”, como los hidrocarburos o las centrales nucleares no están contabilizando las secuelas que van a dejar y que tendrán que pagar las próximas generaciones. ¿Quién vigilará, dentro de doscientos años, que los materiales almacenados en un cementerio nuclear no eleven la radioactividad del agua que circula por el subsuelo y aflora después a través de algún manantial? ¿Quién pagará esa factura? ¿El actual propietario de la central que generó esos residuos? No, ¿verdad? Y dicen que las renovables son caras. Caro es lo que ha pasado en Fukushima y lo que pasó en Chernóbil.
Es cierto que el crecimiento demográfico es un reto para la sostenibilidad del medio ambiente, pero es mucho más cierto que lo que más amenaza ese medio son los intereses privados asociados a los lobbies que controlan la energía, la industria y el comercio a escala mundial. Lo que es insoportable, tanto para el medio como para la sociedad, es la tremenda insolidaridad que se ha instalado en la escala de valores de esta sociedad cainita en que se ha convertido el capitalismo.
Ya dije la semana pasada que cada vez que se ha presentado una crisis de subsistencia, por el agotamiento de los recursos naturales, la humanidad la termina resolviendo incrementando la tecnología, permitiendo así nuevos incrementos de población. Esto sucede de manera espontánea, por la sencilla razón de que los hombres, aunque algunos no lo crean, ¡¡piensan!! Claro que a veces esa resolución se ve bloqueada por la acción de determinados grupos de poder que están objetivamente interesados en que ese desastre ambiental se produzca. Desgraciadamente en el siglo XX han tenido lugar varios ejemplos lamentables de este último tipo.
En realidad son esos límites que el medio ambiente nos pone por delante el principal acicate para la investigación y el desarrollo tecnológico. Cuando una persona tiene la subsistencia garantizada y no siente ninguna potencial amenaza ante sí, se dedica simplemente a vivir la vida. ¿Por qué iba a hacer otra cosa? Pero cuando empieza a tener problemas es cuando se pone a trabajar para resolverlos. En realidad no sólo los humanos se comportan así. Esa es la forma de actuar que han tenido todos los seres vivos desde su aparición en el planeta Tierra, aunque los procesos de reflexión no hayan formado parte de esas dinámicas (en tales casos han sido sustituidos por los procesos biológicos). La evolución significa eso, que cuando una forma de vida daña el sistema del que forma parte, empieza a ensayar variaciones nuevas de sí misma hasta que da con una que se adapta mejor al medio en el que vive y desplaza de esa manera a las más primitivas. Es ley de vida. Si los seres vivos no se comportaran así (humanos incluidos) La Tierra sería un planeta muerto.
Si los ecosistemas no hubieran sido nunca amenazados por la acción de los humanos, hoy ignoraríamos su existencia y, como consecuencia, careceríamos de conocimientos y de instrumentos para defenderlos. Así que todo tiene su parte negativa y su parte positiva. Si Colón no hubiera descubierto América, tal vez no fuéramos conscientes de que a cada población le acompaña su correspondiente colección de virus y de bacterias, así como los anticuerpos que los combaten y que los que no han estado en contacto nunca con esos virus o esas bacterias están inermes ante ellos. Espero que tengamos esa lección en cuenta cuando alguien ponga el pie en el planeta Marte, porque si allí ha habido vida alguna vez, tal vez algún virus marciano pueda poner en peligro buena parte de la vida terrestre o viceversa.
Pero del análisis de la evolución de los procesos históricos y, también de los biológicos, se deduce que los diversos ecosistemas que existen en el planeta también compiten entre sí. De vez en cuando algún ejemplar que se ha desarrollado en uno emigra hacia otro. La mayor parte de las veces en que esto ocurre, el que lleva la peor parte es el emigrante, pero a veces no es así. A veces el animalito o la planta en cuestión, que ha cruzado la frontera entre ambos mundos, resulta ser un feroz competidor para los habitantes de su lugar de destino y sus descendientes terminan colonizando el nuevo hábitat y provocando la extinción de las especies antiguas que ocupaban su nicho. Esto lo han comprobado los biólogos miles de veces en la naturaleza, pero también ocurre entre los humanos.
Cuando un pequeño grupo descubrió la agricultura, en algún lugar perdido del Próximo Oriente, puso en marcha una bomba de relojería que terminaría acabando con todos los pueblos cazadores. Sólo era cuestión de tiempo. Y no es que los agricultores sean unos individuos particularmente agresivos, no. Probablemente son mucho más pacíficos que los cazadores, pues para sobrevivir no necesitan desplegar tanta violencia como estos. Entonces ¿Por qué los pacíficos agricultores han terminado echando de sus santuarios de caza a los primitivos habitantes de cada país? Muy sencillo, la agricultura permite vivir a muchos más habitantes que la caza por cada kilómetro cuadrado. Al final todo es una cuestión de número. Los agricultores han ido empujando a los cazadores hacia los territorios más marginales, hasta terminar provocando su extinción o su absorción por el grupo mayor, por la sencilla razón de que eran más.
Las diferentes sociedades humanas están compitiendo entre sí. Esa competencia se plantea en términos de demografía sostenible. Al final ganan los que son capaces de hacer vivir a más gente en un lugar determinado, de manera permanente. Es cierto que en ese proceso desaparecen algunas especies. Es cierto que si en toda la Tierra los grupos neomaltusianos impusieran sus tesis y paralizaran el crecimiento demográfico existirían algunas posibilidades de que los ecosistemas actuales sobrevivieran tal cual -estoy convencido de que aunque eso sucediera hoy mismo ya llegan tarde varias generaciones-. Pero tengan por seguro de que si las densidades de población humanas bajaran de manera generalizada (que lo haga en un solo lugar no sirve para nada, porque lo que importa es la masa crítica global) la tecnología y la ciencia retrocederían (ya hablaré otro día sobre ello) y con ellas los instrumentos que tienen los hombres para enfrentarse con las adversidades naturales.
Pero bastará que un solo grupo humano no esté dispuesto a aceptar las imposiciones de los neomaltusianos (que son, además, contra natura, es decir, van en contra de lo que nuestro instinto animal nos aconseja) para que ese grupo termine arrollando al resto de esa humanidad que ha decidido autoexcluirse del liderazgo de los procesos históricos del futuro.
Los europeos y los norteamericanos hace tiempo que decidieron suicidarse como pueblos. El mismo día que entregaron el poder a los neomaltusianos y a los neoliberales o tal vez cuando empezaron a dar crédito a las tesis eugenistas. Por ese camino no se va a ninguna parte. Sólo el que lucha tiene alguna posibilidad de ganar. El que se autoexcluye ya ha perdido.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Ecologismo y población

¿Hay alguien que no sea partidario de la conservación del Medio Ambiente? Si preguntásemos a los miembros de cualquier formación política, parlamentaria o extraparlamentaria, de izquierdas o de derechas, acerca de su programa medioambiental, se apresurarían a explicarnos que, si llegaran a tener responsabilidades de gobierno, pondrían en marcha diferentes medidas encaminadas a la preservación del mismo y a la concienciación de la población en ese sentido. Todo el mundo, de una u otra manera, en mayor o en menor medida, se siente un poco ecologista.
Y sin embargo, a la hora de emitir nuestro voto, las organizaciones que, específicamente, enarbolan esa bandera raramente obtienen representación parlamentaria, y cuando lo hacen, su influencia es relativamente marginal. Parece como si el electorado no se acabara de fiar de ese tipo de formaciones. Y es que a todos nosotros nos preocupa un poco el medio ambiente, pero hay otros asuntos que nos preocupan mucho más y que tienen un impacto más inmediato en nuestra vida y no estamos dispuestos a relegarlos a un segundo plano a cambio de una declaración de buenas intenciones en este tema.
Una organización política que aspire a gobernar tiene que tener un programa completo, que cubra todas las facetas de la vida que les preocupan a los ciudadanos. Tiene que presentarnos un proyecto de sociedad, una ética asociada a ese modelo, un programa económico y, por supuesto, un modelo de relación del hombre con el medio que sea sostenible pero, también, congruente con el resto de aspectos que integran ese programa.
El hombre ocupa un nicho en los diversos ecosistemas que existen en nuestro planeta. No es la posición originaria que tenía en los de los tiempos prehistóricos. Tampoco es una situación estable, puesto que no para de evolucionar, en un proceso de aceleración continua y, obviamente, ese lugar que ocupa en la naturaleza, de facto, debe ser replanteado globalmente, teniendo en cuenta el estado actual de los conocimientos científicos, en la perspectiva de buscar un modelo de relación que no dañe nuestro entorno y que nos permita entregarlo a las próximas generaciones de la mejor manera posible.
Y el conjunto de los humanos, a su vez, forman entre sí un “ecosistema” social. Dentro de las diversas sociedades que existen en el mundo, los diferentes grupos mantienen entre sí una relación estructural compleja que es, en buena parte, asimilable a –y comparable con- los ecosistemas biológicos. Además, los diversos países del mundo, igualmente, articulan otra estructura que se superpone a la anterior, y los tres sistemas –el biológico, el intrasocial y el internacional- son congruentes entre sí. Por tanto, podemos afirmar que nuestra relación con el medio forma parte de un entramado complejo que está vinculado a la estructura económica y social en la que vivimos y que ambos aspectos guardan relación también con el país del mundo en el que vivimos y la posición que este ocupa en la división internacional del trabajo.
Esta explicación tal vez pueda parecer un poco enrevesada, pero estoy seguro de que la mayoría de la población, aunque no sea capaz de verbalizarla, la intuye de alguna manera y por eso no acaba de fiarse de los discursos ecologistas puros, que se articulan al margen de las relaciones sociales y que no tienen en cuenta la posición estructural que nuestro país ocupa en el mundo.
En la exposición que desarrollé hace un par de semanas, en el artículo “Democracia y Medio Ambiente” hablé de cómo, en la reacción europea que se produjo frente a la crisis del petróleo de los setenta, muchos gobiernos decidieron impulsar decididamente la energía nuclear en el continente y de cómo esa decisión provocó una importante respuesta social que dio origen al movimiento verde, ya en los años ochenta.
Siempre he compartido la repulsa a las centrales nucleares, que sentimos muchos millones de personas en el planeta. Creo que su existencia representa un importante riesgo para la vida o la salud de los centenares de millones de ellas que viven en un radio de varios cientos de kilómetros alrededor de cada central y suscribo plenamente los argumentos de los militantes antinucleares al respecto. Pero también desconfío bastante acerca de las razones que, a veces, conducen a determinados sectores de las clases dominantes y del gran capital internacional a apoyar a movimientos de este tipo. Por eso me llamó bastante la atención la fuerte cobertura mediática que en su día disfrutó este movimiento y como esta ayudó bastante a su cristalización como proyecto político autónomo y diferenciado y a la expansión de su modelo por otros países.
En concreto no me pareció casual que fuera la Alemania Occidental de los años ochenta -precisamente- el país en el que cuajara esa resistencia. Ahí, indudablemente, debieron confluir muchos factores. Me imagino que algún dinero procedente de los antiguos países comunistas ayudaría a la difusión del mismo (la polémica sobre la implantación de los misiles de crucero, un tema muy sensible en ese momento, tendría algo que ver), pero era obvio que el movimiento antinuclear a quién de verdad beneficiaba, en ese momento, era al lobby del petróleo. ¿Qué sentido tenía que la mayor resistencia contra las centrales se produjera precisamente cuando el precio del barril alcanzó sus máximos históricos? ¿Por qué no en los sesenta o en los primeros setenta? ¿Por qué no ahora que hay verdaderas alternativas verdes, que no había en aquél momento? ¿Por qué aquella repulsa antinuclear no vino acompañada de propuestas concretas que, a la vez que combatían esta energía lo hacían también contra nuestra dependencia del petróleo? Ya conté en el artículo citado como la reacción brasileña a las subidas fue impulsar los vehículos con motores de alcohol, cuya tecnología está madura desde hace décadas (hay más de siete millones de ellos circulando con estos motores en Brasil, los primeros ya en 1979). Sin embargo la prensa europea de la época silenció esas alternativas mientras ponía en primera plana las fotos de los antinucleares bloqueando la marcha de algún tren que llevaba piezas para la construcción de las centrales.
También vimos a los “heroicos” militantes de Greenpeace impedir la detonación de alguna bomba nuclear francesa en el Pacífico, pero no los vimos protestar contra las de los israelíes, los británicos o los propios norteamericanos. Algunos de ustedes dirán: es que esas pruebas eran secretas. Claro, y también las francesas. ¿Quién creen ustedes que pudo soplar a Greenpeace el secreto y mandó a filmar a los periodistas? Pues, obviamente, alguien que lo sabía. ¿Y quién podía saberlo? Estoy seguro que los americanos.
¿A qué conclusión nos lleva esta disertación? Pues a que algo tuvieron que ver las “siete hermanas”[1] y la CIA en los orígenes y en el desarrollo de ese movimiento. ¿Qué pretendían con ello? Pues, sencillamente, poner a los europeos de rodillas, especialmente al “eje París-Bonn” en sus veleidades europeístas, cuando parecía que los “Estados Unidos de Europa” podían ser una verdadera alternativa al Imperio Americano. Aunque hoy parezca un contrasentido el Mercado Común Europeo era, junto con Japón, uno de los “emergentes” de los años 60 y 70, los que tenían un modelo alternativo de desarrollo con verdaderas posibilidades de plasmarse a medio plazo. Como fuimos apeados de ese tren (también los soviéticos), Estados Unidos ha reinado en solitario desde entonces, hasta que la siguiente generación de “emergentes” ha tomado el relevo. Es significativo que entre los miembros de este último grupo también esté Brasil, un país que con menos margen de maniobra aparente ha sabido, sin embargo, jugar sus cartas con una visión estratégica mucho mayor.
Hubo un libro profético, publicado en Francia en 1967 -y en España en 1969 por Plaza & Janés-, de J.J. Servan-Schreiber titulado “El desafío americano”, que en su día fue un best seller y cuyo capítulo más clarividente se titulaba “Europa sin estrategia”, cuya lectura hoy quizá pueda devolvernos algo de lucidez en medio de esta época decadente en la que estamos cosechando la siembra de varias generaciones de política del avestruz. Desgraciadamente la crisis europea que hoy estamos contemplando ya había sido prevista entonces por su autor. Nadie hizo caso a sus advertencias y hoy sufrimos las consecuencias.
Volviendo a nuestra primera línea argumental, creo que he dejado claro que el modo y el momento en el que los discursos ecologistas se articulan nunca deben pasarnos desapercibidos, como esos discursos siempre están integrados en una estrategia más amplia y forman parte de los conflictos que las diversas facciones que llevan la iniciativa dentro de las dinámicas sociales están librando entre sí; como, con frecuencia, este no es más que un subproducto al servicio de una estrategia concreta de dominación.
Fijémonos por un momento en el continente africano. Todos hemos quedado alguna vez subyugados por la belleza de las imágenes de algún documental sobre la vida salvaje, rodados en alguno de los escenarios privilegiados que nos presenta esa región del mundo. Hemos contemplado escenas captadas en alguno de los grandes parques nacionales africanos, como el Serengueti o el Ngorongoro y probablemente nos parezca fundamental que esos parques existan para que en ellos se puedan preservar los extraordinarios ecosistemas de una de las zonas con mayor variedad de flora y de fauna de La Tierra. Esos parques, sin embargo, están enclavados en países del tercer mundo en los que, con frecuencia, la vida humana tiene escaso valor. Vemos natural que se invierta mucho dinero en la defensa de esos santuarios y muchas universidades europeas o americanas, a través de diferentes convenios de colaboración, que contemplan la presencia de biólogos de las mismas ocupados en diversas tareas de investigación, que financian tales instituciones o, incluso, fundaciones altruistas privadas, emplean mucho dinero en tareas como, por ejemplo, estudiar las migraciones de los herbívoros a través del continente. Pero, a veces, sería mucho más barato salvar millones de vidas humanas en esos mismos países con diversos programas dedicados a combatir enfermedades, a educar a las jóvenes generaciones o a capacitarlos profesionalmente para que sean mucho más eficientes en la búsqueda del sustento cotidiano.
A veces se nos explica desde los medios de comunicación que la presión demográfica, unida a la utilización de técnicas agrícolas primitivas está esquilmando los pocos recursos disponibles en las zonas áridas, transformando en desiertos zonas esteparias, como por ejemplo el Sahel. Sin embargo, sabemos que tecnológicamente es posible hoy alimentar a toda la población africana, con mucho menos impacto ambiental, con técnicas, por ejemplo, de riego por goteo, cuya implantación podría transformar los paisajes de muchas zonas de África. Pero para eso hace falta inversión de capital, formación y, sobre todo, voluntad política para hacerlo. ¿Se imaginan un continente africano próspero y autosuficiente? Ese sería un escenario congruente con un mundo en el que la justicia y la igualdad formen parte de los valores a defender por todos, pero en absoluto con el mundo cainita en que ha derivado el sistema capitalista.
Con frecuencia se nos presenta a la población como incompatible con el Medio Ambiente. Los discursos maltusianos que nos dibujan un panorama apocalíptico si dejamos que los ignorantes y los pobres se sigan reproduciendo a su antojo, además de ser racistas y clasistas son, sencillamente, falsos. Las tesis de Malthus ya fueron refutadas en el siglo XIX por la propia dinámica de los acontecimientos y es inexplicable, desde un punto de vista científico, que hayan sido recuperadas y difundidas como válidas, por los medios de comunicación, a partir de la publicación del libro Los límites del crecimiento, en 1972. Como es inexplicable científicamente que se haya abierto paso el neoliberalismo en la Economía o el creacionismo en la Biología. Los tres discursos son, en realidad, diferentes caras del mismo proceso que ha permitido a los sectores más reaccionarios e intransigentes de nuestra sociedad lanzar un contraataque general contra el progreso y contra la propia civilización.
La especie humana viene demostrando, con su comportamiento, desde la revolución neolítica (hace nueve mil años) que cada vez que se presenta una crisis de subsistencia, por el agotamiento de los recursos, la resuelve incrementando la tecnología, permitiendo así, nuevos incrementos de población. Esta afirmación ha sido particularmente cierta desde que tuvo lugar la revolución industrial, hace ahora doscientos años.
Sin embargo las imágenes que nos muestra la televisión de países como Etiopía, Somalia o Chad pretenden ser la prueba que refuta esa constante histórica, ocultando al telespectador la responsabilidad que la mano del hombre blanco tiene en esos resultados.
Desde hace varias generaciones se viene construyendo un discurso neo maltusiano que en realidad bebe en las fuentes del eugenismo, aquella doctrina del siglo XIX que pretende una selección artificial de la especie humana, para eliminar a los individuos “menos aptos”. Esta corriente, que alcanzó un alto grado de respetabilidad social antes de la Segunda Guerra Mundial, fue desacreditada por la brutal utilización que los nazis hicieron de la misma, provocando una reacción mundial contra ella. Pero no sólo los nazis se excedieron en sus prácticas eugenésicas. A lo largo de las últimas décadas han ido llegando a la prensa espeluznantes relatos de prácticas eugenésicas planificadas desde el estado en países tan poco sospechosos como Australia o Suecia, donde se ha practicado la esterilización planificada y controlada, a través de la Seguridad Social, de mujeres indígenas (en Australia) o de sectores marginales de la población (en el caso sueco). En España tuvimos algo parecido, aunque sin esterilización, con el trato que se dio a los hijos de “madres rojas” durante la guerra y la postguerra y con los episodios, que la prensa nos está descubriendo últimamente, de robo de niños en determinados hospitales.
Ya dije más arriba que los argumentos maltusianos recibieron un nuevo impulso “científico” a raíz de la publicación del libro Los límites del crecimiento, en 1972.

Los límites al crecimiento (en inglés The Limits to Growth) es un informe encargado al MIT por el Club de Roma que fue publicado en 1972, poco antes de la primera crisis del petróleo. La autora principal del informe, en el que colaboraron 17 profesionales, fue Donella Meadows, biofísica y científica ambiental, especializada en dinámica de sistemas.
La conclusión del informe de 1972 fue la siguiente: si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la tierra durante los próximos cien años.”[2]

Hay un tremendo cinismo en este discurso. Se parte del supuesto de que la Humanidad va a dejar que se deteriore el medio sin hacer nada para impedirlo. Están tratando a la especie humana como si fueran manadas de cebras o de ciervos, que son incapaces de evitar el deterioro de su medio cuando se produce una superpoblación.
Pero hay algo mucho más sangrante y obvio todavía: en 1972 un grupo de expertos, americano por más señas, que está intentando hacer previsiones de desarrollo a largo plazo, no utiliza, en ningún momento, la variable espacial, teniendo en cuenta que, supuestamente, la Luna ya había sido o estaba siendo visitada por las tripulaciones del Apolo 11 (16 de julio de 1969), Apolo 12 (19 de noviembre de 1969), Apolo 14 (5 de febrero de 1971), Apolo 15 (30 de julio de 1971), Apolo 16 (21 de abril de 1972) y Apolo 17 (7 de diciembre de 1972). En pleno despliegue del programa Apolo de exploración espacial ve la luz un libro que se llama “Los límites del crecimiento”, que habla de “crecimiento cero”, tanto económico como demográfico como perspectiva de futuro. ¿Tiene esto algún sentido?
En ese contexto empiezan a ver la luz una serie de proyecciones demográficas que se han convertido ya en clásicas: La Tierra tendrá 6.500 millones de habitantes en 2000 y 9.500 en 2050. (Considerando 2050 como el momento en el que se alcanzará el esperado “crecimiento cero” demográfico).
Los 6.500 millones de habitantes del año 2000 se suponían que eran excesivos para la supervivencia del planeta. Una tesis que, por lo menos creo que es discutible, porque se hace, además, sin entrar a considerar como viven esos habitantes. Está claro que no es lo mismo que cada cual tenga un coche en la puerta que consuma 10 litros de gasolina cada 100 km. a que use para desplazarse transporte público con propulsión eléctrica que este siendo generada, a su vez, con fuentes renovables. No es lo mismo que comamos manzanas cultivadas a 10 km. de casa a que nos las traigan desde Nueva Zelanda. No es lo mismo que cada cual viva en un chalet, rodeado por una parcela de mil metros, con piscina individual a que lo haga en un apartamento de 70 en un edificio de varias plantas. El “cómo” vivimos es, probablemente, mucho más importante que el “cuantos somos”.
Pero es importante demostrar que sobra gente en el mundo, y en este sentido los argumentos ecologistas, según como se utilicen, pueden terminar volviéndose contra los humanos, o al menos contra los humanos pobres que, mira por donde, eran las capas de la población que los eugenistas de los siglos XIX y XX querían controlar. Al final es posible que lo más “progresista” o “moderno” del espectro político puede, por arte de encantamiento, como diría Don Quijote, coincidir con la extrema derecha, brindándole argumentos para seguir “ajustando” (¿No les suena esa palabra? ¿Últimamente la estamos escuchando mucho, verdad?) las cifras de población.
En este sentido ya hay “científicos” advirtiéndonos de que la población se va a terminar reduciendo, el señor Lovelock (el creador de la teoría Gaia) se está dedicando a dar conferencias por el mundo para explicar que, como consecuencia del cambio climático, en el año 2100 la población humana estará por debajo de los 500 millones y concentrada en las actuales regiones polares y Colin Campbell habla de 1.000 millones. Es decir, que en el mejor de los casos sobramos seis mil millones, es decir, el 85% de la humanidad actual.
¿Por qué se abren paso este tipo de planteamientos? ¿Por qué esa falta de implicación de las élites en la defensa de un modelo de sociedad inclusivo en el que quepamos todos? Pues por una razón muy sencilla: Ya dije más arriba que la humanidad viene resolviendo, históricamente, cada crisis de subsistencia, incrementando la tecnología. Pero esos cambios tecnológicos también traen consigo, inevitablemente, un cambio en el modelo de relaciones sociales. Es posible que los ricos de mañana no sean los hijos de los ricos de hoy. ¿Se imaginan a un señor que se han enriquecido a base de ladrillo liderando los cambios tecnológicos? ¿Se imaginan a las compañías petroleras construyendo molinos para producir electricidad? Si todavía siguen buscando nuevos yacimientos de hidrocarburos. Si la noticia bomba de hace unas semanas ha sido el descubrimiento de Repsol en Argentina del yacimiento más grande que ellos poseen. ¿Es que no se han enterado del cambio climático? ¿O es que no quieren enterarse?
Si la población creciera a mayor ritmo de lo que lo hace hoy el problema se agudizaría y tendríamos que forzar el cambio tecnológico, y el negocio del petróleo se irá al garete, claro. Así que están intentando retrasar ese momento todo el tiempo que sea posible.
¿Creen ustedes que estos planteamientos tienen mucho futuro? Resistir agarrándose a las viejas tecnologías es la mejor receta para el fracaso. Y en eso está un sector importante de las clases dominantes del mundo occidental. Eso es regalarle el liderazgo del mundo del siglo XXI a los que tengan el coraje de apostar decididamente por las tecnologías que nos van a sacar de este pozo.
En esto, como en la manera de enfocar la crisis económica y la de plantearse el proyecto europeo, las clases dirigentes de este continente han decidido suicidarse como tales y arrastrarnos a todos hacia el abismo. Hora es ya de que empecemos a plantear alternativas.



[1] Siete hermanas: Las Siete Hermanas de la industria petrolera es una denominación acuñada por Enrico Mattei, padre de la industria petrolera moderna italiana y presidente de ENI, para referirse a un grupo de siete compañías que dominaban el negocio petrolero a principio de la década de 1960. Mattei empleó el término de manera irónica, para acusar a dichas empresas de cartelizarse, protegiéndose mutuamente en lugar de fomentar la libre competencia industrial, perjudicando de esta manera a otras empresas emergentes en el negocio. ( http://es.wikipedia.org/wiki/Siete_Hermanas 26/11/2011)
[2] http://es.wikipedia.org/wiki/Los_l%C3%ADmites_del_crecimiento

lunes, 21 de noviembre de 2011

El IV Reich

En las últimas semanas hemos asistido en primera fila a una serie de espectáculos alucinantes. El presidente del gobierno griego, que lleva dos años sometiendo a su país a una serie interminable de recortes draconianos, cumpliendo órdenes de la Unión Europea y del BCE, parecía que iba a acabar con el sistema financiero mundial cuando sugirió la idea de hacer un referéndum en su país (que sólo tiene 11 millones de habitantes) para preguntarle a la gente si está de acuerdo o no con el plan de rescate que él mismo había negociado con el resto de dirigentes europeos. Resulta que preguntarle al pueblo -en un país democrático- si está de acuerdo con lo que está haciendo su gobierno puede poner en peligro todo el sistema capitalista (¿?). Muy mal está -por tanto- este sistema cuando un pueblo tan pequeño puede destruirlo por el sencillo procedimiento de negarse a aceptar la ayuda que se le ofrece (que está condicionada a la pérdida de importantes parcelas de soberanía nacional).
Ante tan “frívolo e irresponsable” comportamiento de Papandreu la UE sacó toda su artillería pesada y empezó a presionar en todas las direcciones posibles, amenazándonos a todos con las penas del infierno, hasta que consiguieron que algunos diputados del PASOK (el partido de Papandreu) no lo apoyaran en la moción de confianza que se presentó en el parlamento griego. En consecuencia el presidente tuvo que dimitir, y se acordó crear un gobierno de “concentración nacional” presidido por Lukás Papadimos, un señor que no es político, que no pertenece a ningún partido, que no es parlamentario y que nunca se ha presentado a unas elecciones democráticas. ¿Cuáles son entonces los méritos que le han llevado a la presidencia del gobierno griego? Pues que fue gobernador del Banco de Grecia desde 1994 hasta 2002 y vicepresidente del Banco Central Europeo desde 2002 hasta 2008. Es un economista cuyo mérito –supuestamente- consiste en que sabe cuadrar las cuentas y a eso llega al gobierno. No le pregunten sobre estrategias políticas ni sobre programas que vayan más allá de cuadrar los balances. Afortunadamente se supone que se trata de un gobierno transitorio hasta que se forme el nuevo que salga de las elecciones del próximo mes de marzo.
Mientras tanto hemos ido viendo como el presidente Berlusconi, en Italia, se ha llevado varios años dándoles una de cal y otra de arena a sus colegas de la Unión cada vez que le hablaban de que había que hacer recortes en su país. Anunciaba que los haría pero después los aplicaba de manera parcial en un continuo ejercicio de funambulismo político, hasta que los intereses de la deuda italiana lo han dejado fuera de combate. Como en el caso griego, después de consultar con diversos grupos políticos y, sobre todos, con los líderes de facto de la UE, se impone el nombre de Mario Monti, otro individuo que, como Papadimos, no pertenece a ningún partido, no es parlamentario y nunca se ha presentado a unas elecciones democráticas. Y el gobierno de Monti no es transitorio, nadie le ha pedido que convoque elecciones y él, por su parte, ya se ha encargado de decir que piensa agotar la legislatura (que termina en 2013, es decir, que le quedan dos años por delante).
¿Qué legislatura es la hay que terminar? Esas son palabras que tienen sentido en una persona que haya sido legitimada en unas elecciones democráticas y cuente con el respaldo del parlamento de su país, de los miembros de su partido, etc. Pero un hombre sin filiación política conocida y sin legitimidad democrática alguna ¿Qué sentido tiene que agote la legislatura? ¿A quién representa ese gobierno?
Esto tiene toda la pinta de un auténtico golpe de estado, aunque los militares no tengan nada que ver con el asunto. En este caso de un golpe de los poderes financieros.
Cuando se nombra presidente a Monti me pongo a buscar documentación, por internet, sobre él y lo primero que encuentro -en Wikipedia- es el siguiente párrafo:

“El profesor Mario Monti fue también director europeo de la Comisión Trilateral, un lobby de orientación neoliberal fundado en 1973 por David Rockefeller. También fue miembro de la directiva del Grupo Bilderberg. Fue presidente del think-tank Bruegel. Monti fue también asesor de The Coca-Cola Company y de Goldman Sachs, durante el período en que esta compañía ayudó a ocultar el déficit del gobierno griego de Kostas Karamanlis”[1]

Sigo buscando y descubro esto otro:

Mario Monti es asesor internacional del banco americano [Goldman Sachs] desde 2005. Y […] Lucas Papademos, que fue gobernador del Banco Central griego entre 1994 y 2002, participando en la operación de falsificación de las cuentas del país perpetrada por Goldman Sachs.[2]

Resulta que, tanto Monti como Papademos, forman parte de un trío que completa Mario Draghi, el nuevo presidente del Banco Central Europeo:

“Mario Draghi fue vicepresidente de Goldman para Europa desde 2002 a 2005, ascendido a socio y nombrado responsable de empresas y deuda soberana de los países europeos. Una de sus funciones era vender “swaps”, productos financieros con los que se ocultó una parte de la deuda soberana y que, en consecuencia, permitieron falsear las cuentas de Grecia.”[3]

Sobre Goldman Sachs dice Wikipedia:

“la Comisión del Mercado de Valores de Estados Unidos (U.S. Securities and Exchange Commission-SEC) acusó a Goldman Sachs de fraude por las hipotecas subprime. La SEC considera que están en el centro del fraude Fabrice Tourre, vicepresidente de Goldman, y señala también a John Paulson, gestor principal del fondo de inversión libre (hedge fund) Paulson&Co. Se considera a Goldman Sachs uno de los actores principales en la ocultación del déficit de la deuda griega.
Goldman Sachs estuvo involucrado en el origen de la crisis financiera en Grecia de 2010-2011, ya que ayudó a esconder el déficit de las cuentas griegas del gobierno conservador de Kostas Karamanlis. Concretamente Mario Draghi el presidente del Banco Central Europeo, había sido vicepresidente para Europa de Goldman Sachs, con cargo operativo, durante el período en que se practicó la ocultación del déficit. De hecho, en junio de 2011, Draghi fue preguntado en el Comité Económico del Parlamento Europeo por sus actividades en Goldman Sachs, en relación al ocultamiento en Grecia.[4]

Los que han ayudado a conducir a Grecia a la bancarrota son los que han sido designados para sacarla de ella –por lo bien que lo han hecho- y de camino a Italia y al resto de la Unión Europea. Eso es como poner a un pirómano a apagar un fuego. Y ya sabemos cómo van a sacarnos a todos de la crisis: con ajustes y con privatizaciones, es decir, empobrecimiento general y liquidación del patrimonio.
El parlamento italiano, que como todos los parlamentos del mundo está compuesto por políticos que –como tales- se han presentado a las elecciones con el propósito manifiesto de ejercer el poder en nombre de sus electores, ha respaldado al nuevo gobierno en el que no hay ningún parlamentario electo y parece que tienen la intención de dejarlos gobernar durante dos años en su nombre.
¿Ustedes han visto alguna vez a toda la clase política de un país renunciar, como mansos corderos, al ejercicio del poder sin oponer resistencia? Se me viene a la mente La marcha sobre Roma de 1922, que permitió la llegada al poder del primer gobierno fascista del mundo, gobierno que abrió –a su vez- las puertas, de par en par, a una época de gobiernos totalitarios en todo el continente europeo, que suprimirían todas las libertades individuales, que exterminarían a poblaciones enteras y que, finalmente, nos conducirían al conflicto armado más sangriento de toda la Historia de la Humanidad.
Lo que está sucediendo, tanto en Grecia como –sobre todo- en Italia no es ningún asunto menor. Es el comienzo de la implantación de una nueva dictadura, que aspira a ser europea. Dicen los medios de comunicación que los partidos italianos que respaldan al gobierno Monti han declinado participar en él para no sufrir el desgaste político que están soportando los gobiernos que bregan con la desbocada crisis económica en la que estamos metidos. Pretenden llegar al poder con las manos limpias dentro de dos años, cuando –supuestamente- los tecnócratas hayan hecho el trabajo sucio. Algo parecido está sucediendo en Grecia con Nueva Democracia, el partido de la oposición de derechas (el equivalente a nuestro PP), que respalda a Papadimos pero no ha querido aceptar carteras en su gobierno (“que se quemen otros”, dicen), lo que ha permitido que el partido de la extrema derecha griega (que estaba ansioso por participar en algún gobierno, algo que no le han permitido desde el fin de la Dictadura de los coroneles) tenga ahora nada menos que cuatro carteras (Infraestructuras, Transporte y Redes -que es una sola-, Agricultura, Marina y Defensa. Ya sabemos que la extrema derecha ha tenido siempre una fijación mental con el ejército). Ya están circulando por internet fotos del nuevo ministro de Infraestructuras, en sus años mozos, destrozando escaparates con una barra de hierro y haciendo pintadas con símbolos fascistas.
Aun suponiendo que los compromisos y los plazos pactados, en ambos casos, se cumplan (algo de lo que yo no estoy tan seguro), el mero precedente que ya han sentado los dos gobiernos está abriendo la puerta a nuevas experiencias totalitarias en el futuro inmediato que debiera hacernos reflexionar.
En el caso griego la sola presencia de miembros del partido de la extrema derecha en el gobierno los está legitimando, de manera implícita, lo que no va a dejar de tener consecuencias en el futuro. Por otro lado ¿Qué creen ustedes que va a hacer el flamante ministro de Defensa durante los próximos cuatro meses, que es el plazo que le han dado para ejercer? Hace apenas dos semanas el gobierno Papandreu cesó fulminantemente a toda la cúpula militar, porque tenía fundadas sospechas de que se estaba preparando una trama golpista. A nivel internacional la propia revista norteamericana Forbes ha alentado, desde sus páginas, ese posible golpe de estado griego. El nombramiento del citado ministro ya nos está ilustrando, con meridiana claridad, acerca de la sensibilidad democrática del que lo puso ahí: el propio Papadimos.
Pero, al margen de las posibles aventuras de los fascistas oficiales de Grecia, hay otros aspectos todavía más preocupantes en la deriva política de estos dos países. Cuando los políticos renuncian a hacer política y entregan el poder a los técnicos se están deslegitimando. Están reconociendo, de manera implícita, su propia incapacidad. Están vaciando de contenido el sistema democrático-parlamentario. ¿Qué fuerza moral tendrán esos políticos después para pedirles el voto a sus conciudadanos? El que declinó ejercer las responsabilidades propias del gobierno en los momentos de dificultad no debiera, moramente, hacerlo cuando lleguen los de bonanza. En cualquier caso están alimentando el discurso populista de los demagogos totalitarios. Están, en definitiva, abriendo la puerta de la dictadura. Hemos de pensar, en el caso italiano, que esta es la consecuencia de diez años de berlusconismo.
António de Oliveira Salazar representa, en la historia portuguesa, lo que Franco en la española. Los historiadores coinciden en que su Estado Novo” es la versión portuguesa del fascismo. Un fascismo más suave que el español y que los de la Europa continental, porque la gran exposición atlántica de este país no le aconsejaba distanciarse mucho de los anglosajones, obligándole a respetar ciertas formas para no irritar excesivamente a los gobiernos aliados, pero su régimen no dejaba por eso de ser una variante del fascismo, de hecho así lo entendieron los propios portugueses y el resto de la intelectualidad europea. A continuación les voy a transcribir algunos párrafos de la biografía de este personaje que procede de Wikipedia (ya ven que las fuentes que utilizo no son nada rebuscadas ni sospechosas) y que vienen a cuento acerca de lo que venimos diciendo:

“En 1928, tras la elección del presidente António Carmona y en vista del fracaso de su antecesor en conseguir un abultado préstamo externo con vistas al equilibrio de las cuentas públicas, Salazar vuelve a asumir la cartera. De inmediato Oliveira Salazar exigió controlar los gastos e ingresos de todos los ministerios. Satisfecha la exigencia, impuso una fuerte austeridad y riguroso control de las cuentas, consiguiendo un superávit en las finanzas públicas tras el ejercicio económico de 1928-29, y esforzándose en mantener un presupuesto equilibrado, al extremo de recortar severamente los gastos del Estado.
[…] En 1932, tras la dimisión de varios Primeros Ministros y ya como una consolidada figura en el gobierno, Salazar asume como Primer Ministro de Portugal. Ese año se lanza el proyecto para crear una nueva constitución, y Salazar llamaría a un grupo de connotados profesores universitarios para crearla, modelando una constitución fuertemente autoritaria y centrada en los poderes del primer ministro. En 1933 luego de ser plebiscitar la Constitución, ésta se aprueba y entra en vigor, naciendo así el Estado Novo y también el Salazarismo.
[…] Con la Constitución de 1933, Salazar instituyó y consolidó el Estado Novo, un régimen nacionalista corporativo con amplios poderes conferidos al ejecutivo en el control del Estado. […] El régimen adopta una forma muy moderada de fascismo basado en el de Benito Mussolini, […] y afirma los valores nacionales y su defensa, sacrificando la libertad individual en beneficio de lo que éste consideraba el interés superior de la Nación.[5]

Ya ven como el tema de los ajustes presupuestarios, de los gobiernos “técnicos” de expertos, que se constituyen provisionalmente para salvar los problemas de la coyuntura (y después duran 40 años) viene de lejos y que en el proceso de toma del poder de los diversos partidos fascistas, a lo largo de los años 20 y 30 del pasado siglo, tuvo mucho que ver la inacción de los demócratas de entonces. Las tácticas de apaciguamiento que los aliados practicaron con Hitler no sólo no consiguieron calmarlo, como ingenuamente habían creído sus adversarios, sino que lo envalentonaron, conduciendo a Europa a una guerra cruel, que no hubiera llegado a ser tan sangrienta si los demócratas le hubieran plantado cara, de manera decidida, desde el primer momento.
Grecia e Italia son, hoy, los casos más sangrantes, pero es evidente que el problema es europeo. A lo largo de las últimas décadas hemos ido delegando un poder creciente en las instituciones centrales de la Unión Europea, sin preocuparnos de que esa transferencia se hiciera con las mismas garantías de legitimidad que tenían los gobiernos nacionales. En Bruselas se ha ido haciendo fuerte una casta de “expertos” que no responde ante las urnas, sino ante un engendro organizativo en el que todo hay que negociarlo hasta el infinito y en el que sólo son capaces de abrirse paso los eurócratas, es decir el grupo de iniciados que conocen las complejas e ininteligibles reglas –llenas de excepciones- de una máquina infernal en la que se cambian mercancías por derechos y principios por puestos en los diversos comités técnicos.
A los ciudadanos de los diferentes países de la Unión les resulta imposible saber las consecuencias últimas de cada una de las decisiones que se toman, pues sólo trasciende una pequeña parte de las mismas y, desde luego, siempre la que les conviene a los eurócratas, ocultándoseles las contrapartidas que hay que pagar por ellas. Los que sí conocen perfectamente cómo funciona la maquinaria burocrática europea son la multitud de lobbies que se han instalado en el corazón de los centros de decisión de la UE.
El engranaje que se ha ido imponiendo en Bruselas cada vez se parece más al “estado corporativo” que es el elemento más esencial del fascismo:

“El proyecto político del fascismo es instaurar un corporativismo estatal totalitario y una economía dirigista, mientras su base intelectual plantea una sumisión de la razón a la voluntad y la acción, […] y una negación a ubicarse en el espectro político (izquierdas o derechas), lo que no impide que habitualmente la historiografía y la ciencia política sitúen al fascismo en la extrema derecha y le relacionen con la plutocracia, identificándolo algunas veces como un capitalismo de Estado, o bien lo identifique como una variante chovinista del socialismo de Estado”[6]

Esto que acaban ustedes de leer forma parte de la definición de fascismo que pueden ver en Wikipedia. El fascismo es, más allá de las formas que adquiera en cada momento, en esencia, el estado de las corporaciones. Esa ha sido su misión histórica. Y el engendro al que llamamos Unión Europea cada vez se parece más a eso. Llevamos varios años contemplando atónitos como los diferentes gobiernos que los ciudadanos europeos han ido eligiendo en sus respectivos países sacrifican los programas con los que se han presentado a las elecciones, y que han refrendado con su voto sus conciudadanos, en aras de incomprensibles reglas europeas que, cada vez más, se asemejan a la famosa “ley del embudo”, muy ancha por el lado de las corporaciones y de los bancos y muy estrecha por el de los ciudadanos.
En los últimos tiempos hemos ido comprobando como una extraña alianza entre prusianos, muchos de ellos educados en las autoritarias escuelas de la “comunista” antigua República Democrática Alemana, y agentes a sueldo de Goldman Sachs, la Trilateral y el Club Bilderbeg están imponiendo, de facto, una dinámica cada vez más totalitaria y discriminatoria en esta Europa que empieza a recordarnos a algunas experiencias imperiales del pasado. El mal llamado eje franco-alemán, cada vez más eje, más alemán y menos francés nos evoca de manera creciente a aquella triste Europa de 1940 en la que el “realismo” político se convirtió en pura y simple capitulación ante las fuerzas totalitarias.


[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Mario_Monti (16/11/2011).
[2] http://www.elconfidencial.com/economia/2011/11/16/los-hombres-de-goldman-sachs-toman-las-riendas-de-europa-87844/
[3] Ibid.
[4] http://es.wikipedia.org/wiki/Goldman_Sachs (17/11/2011).
[5] http://es.wikipedia.org/wiki/Ant%C3%B3nio_de_Oliveira_Salazar (19/11/2011).
[6] http://es.wikipedia.org/wiki/Fascismo (20/11/2011).