lunes, 11 de junio de 2012

La estructura del Sistema Europeo

La semana pasada dedicamos nuestro artículo a describir lo que llamé la “Camisa de Fuerza francesa”, esa estructura que abrazó a Francia, aprisionándola, durante toda la Edad Moderna y que es el injerto de la “Función Borgoñona” medieval con la savia nueva que España inyectó en esa vieja estructura durante los dos siglos que gobernaron los Habsburgo. Fue esa inyección de savia española la que transformó todas las relaciones de poder de la Europa bajomedieval, desencadenando un brusco salto cualitativo en ese proceso.

España reforzó a los núcleos de poder más añejos de la Vieja Europa, conteniendo el avance de las fuerzas que emergían en ella. Pero esto pudo ser posible precisamente porque nuestro país se hallaba en ese momento a la vanguardia de ese proceso. El “engendro” que los Habsburgo dirigieron desde España es una extraña alianza entre lo más revolucionario y lo más retrógrado de su tiempo político, contra las fuerzas que ocupaban una posición intermedia en ese continuum.

Unos individuos que eran incapaces de entender los procesos históricos que estaban viviendo fueron puestos en la cúspide del sistema de poder europeo y se les entregó el mando de la máquina más poderosa e innovadora de aquella coyuntura. Y el extraño resultado, fruto de aquella extraña conjunción, fue la irrupción de la modernidad europea, el surgimiento del nuevo mundo globalizado, la aceleración de la innovación científica, tecnológica y económica, como consecuencia del frenazo inducido en la evolución política e ideológica.

España, a la altura del 1500 era, junto con Portugal, la estructura política más dinámica y expansiva que existía en todo el planeta. Era una criatura que acababa de romper el cascarón donde llevaba 800 años incubándose. Esa eclosión fue un estallido. Los ibéricos empezaban a desparramarse por el mundo en todas direcciones, y en todas partes demostraba una fuerza expansiva formidable, Su secreto era la intensa polarización mental que habían desarrollado durante la Edad Media para poder romper la formidable barrera que los islamistas habían construido en la Península.

El descubrimiento y conquista de América, el largo duelo mediterráneo sostenido con los turcos y el sostenimiento de la férrea estructura militar tejida alrededor de Francia consumieron la mayor parte de las energías de la nación española durante los doscientos años en que los austrias gobernaron nuestro país. España gastó su fuerza en un vasto proyecto político de alcance planetario y, al hacerlo, frenó cualquier otro proyecto expansivo alternativo (y había varios) en la ecúmene europea.

Sin embargo, a través de su estructura colonial bombeó recursos ultramarinos hacia ésta y difundió la civilización occidental por los dilatados espacios del Nuevo Mundo. Creó una poderosa estructura que compartimentó el mundo y asignó roles a todos los que mantenían alguna relación con ella. Construyó el esqueleto que sostendría al mundo globalizado a partir del 1500.

En el anterior artículo expliqué que la “Camisa de Fuerza francesa” no sólo sirvió para contener a Francia sino que, desde ella, España desempeñó el papel de gran gendarme europeo, paralizando todo tipo de proyectos expansivos que no contaran con su visto bueno (los únicos que habían recibido ese “plácet” fueron los austriacos en los territorios del Sacro Imperio) y compartimentando el espacio contiguo a los dominios españoles.

Creó ocho burbujas estancas a su alrededor, o mejor siete y media, porque una de ellas era sólo una semi-burbuja. A continuación procedo a su enumeración:

1.      Francia: A esta ya le dedicamos el pasado artículo, donde la describimos como una inmensa “cárcel” de medio millón de kilómetros cuadrados. Francia era, con diferencia, la estructura política más poderosa que había en Europa de entre las que aún resistían al poder de los Habsburgo, y la que más les costó a éstos neutralizar. 

2.      Holanda: Holanda fue capaz de liberarse del “yugo español” ya a finales del siglo XVI, en tiempos de Felipe II. Luchó duramente para conseguir su libertad, convirtiéndose a continuación en una de las cinco naciones que protagonizaron la expansión ultramarina europea durante la Edad Moderna. Es cierto que, desde las posesiones del Flandes español (las actuales Bélgica y Luxemburgo), los famosos tercios de Flandes no dejaron de amenazarlos hasta 1700, pero se ha hablado mucho menos de la barrera protectora que los hispanos crearon a su alrededor. Es obvio que Bélgica se interpone entre Francia y Holanda y que una eventual ofensiva francesa en dirección noreste se topaba primero con una de las guarniciones más poderosas de la Confederación de los Habsburgo, lo que liberaba a los holandeses de preocupaciones por ese frente. Esa posibilidad, siempre latente, impidió que los españoles llegaran a emplear todo su potencial contra los Países Bajos. De hecho la más feroz ofensiva que los ibéricos lanzaron contra ellos terminó dándose la vuelta para invadir Francia (1589), lo que salvó in extremis la independencia holandesa. Pero desde Bélgica España no sólo guardaba a Holanda de una potencial agresión francesa, también de posibles intervenciones inglesas o austriacas que nunca se concretaron, fundamentalmente porque la cercanía de las tropas españolas disuadía a cualquier otro posible atacante, por tanto la presencia hispana ejercía un doble papel: por una parte impedía su expansión territorial pero, por la otra, protegía de eventuales agresiones foráneas. 

3.      Alemania: Ya dijimos en otro artículo que la España de los Habsburgo actuó como el guardaespaldas de Alemania. Por todo lo que hemos dicho hasta aquí es obvio que la protegía de Francia, pero también de Inglaterra y de Holanda. Los únicos que tenían libertad para actuar en Alemania -sin desencadenar por ello una ofensiva española- eran los austriacos. La alianza austro-española fue revelando toda su potencialidad a lo largo de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), en la que los españoles fueron repeliendo en Alemania sucesivos ataques de daneses, suecos, franceses...
 
4.      La Italia del Norte: Las repúblicas del norte de Italia (Florencia, Venecia, Génova...) se convirtieron de facto en un protectorado español a lo largo de los siglos XVI y XVII. Esas circunstancias garantizaron durante ese tiempo independencia “dentro de un orden”. Mientras se mantuvieran fieles al catolicismo y al statu quo no tendrían nada que temer. Desde Milán, Cerdeña, Sicilia y Nápoles los españoles vigilaban atentos todo lo que pasaba en Italia y los protegía de eventuales incursiones francesas (tendrían que atravesar Milán, algo poco probable), austriacas (no les convenía irritar a los españoles, pues los necesitaban a su lado en los escenarios alemanes), pontificias (dependían demasiado de España, estaban rodeados de españoles y guardaban en la memoria el famoso “Saco de Roma” -1527- en el que un papa empeñado en afirmar su autoridad frente al Imperio tuvo que ver como los “católicos” españoles junto a lansquenetes alemanes arrasaban su capital en una dura  operación de castigo) o turcas (esta era la amenaza más real). 

5.      Los territorios pontificios: Aquí  valen la mayor parte de los argumentos que hemos utilizado para la Italia del norte.

6.      Portugal: Entre 1580 y 1640 Portugal fue uno de los reinos integrados en el Imperio de los Habsburgo. Pero antes y después de ese período, los españoles envolvían, prácticamente, los territorios que componían la metrópoli portuguesa y, en América, la colonia del Brasil. Existía la posibilidad de un ataque inglés o francés por mar, que la cercanía de los españoles obviamente disuadía.

7.      Marruecos: Aunque pueda sorprender, Marruecos era otra de las burbujas que los españoles habían aislado a su alrededor. La sólida presencia española en el llamado “Doble Presidio” (El eje Orán-Mazalquivir) contenía el avance turco-argelino-berberisco sobre Marruecos. Desde Melilla, Ceuta, las diversas islas del Mar de Alborán, Andalucía y las Islas Canarias terminaba de tejer a su alrededor una malla protectora que sólo dejaba abiertos los flancos sur y sureste, es decir el Desierto del Sahara.

8.      Inglaterra: Esta es la semi-burbuja de la que hablamos. Francia y España impidieron, cada una en las zonas que controlaban, cualquier incursión militar viable inglesa en el continente. La tenaza española que aprisionaba a Francia impidió que este país se expandiera por el mismo y, en consecuencia, adquiriera la potencia y tuviera la tranquilidad necesaria como para poder permitirse un asalto a las islas británicas. Debemos tener en cuenta que el proyecto de imperio continental francés que los españoles (durante los siglos XVI y XVII) y sus herederos (durante el XVIII) impidieron fue el que Napoleón intentó crear aceleradamente en un espacio temporal de 16 años. Imaginémonos que unos monarcas pre-napoleónicos hubieran tenido trescientos años de margen para poner en marcha ese proyecto. ¿Qué hubiera sucedido en Inglaterra? España, además, durante los dos siglos ya citados sostuvo de manera más o menos indirecta a toda la disidencia católica, tanto inglesa como irlandesa, alimentando así los conflictos religiosos en las islas y provocando, como reacción, una creciente vinculación entre la Iglesia y el Estado en Inglaterra. El anti-papismo inglés fue derivando en un “catolicismo de estado” que terminó asimilando buena parte de las categorías mentales de sus adversarios.

España construyó y sostuvo el esqueleto de la europeidad, su parte más ósea, más estable y permanente. Esqueleto que, puesto en conexión con otro que estaba construyendo, en ese mismo momento, al otro lado del mar crearon la estructura del mundo que ha llegado hasta nosotros. Es cierto que los españoles ya no están en el espacio borgoñón (desde hace más de 300 años), ni en América (desde hace 200), pero en ambos espacios ha sobrevivido la estructura que crearon.

Los pueblos de las ocho burbujas descritas, y de otras equivalentes en el continente americano, se especializaron, asumiendo cada uno un rol diferenciado, se constituyeron en órganos distintos del Sistema Europeo, que se estableció como un conjunto interdependiente en el que la especialidad de cada uno tiene sentido dentro de ese conjunto, pero no fuera de él.

A lo largo de la Edad Moderna, en Europa, hubo una serie de pueblos que fueron asumiendo una cierta función de élite que maneja los hilos de la política en la ecúmene europea desde arriba. Hubo otros, más masivos y centrales, empeñados en crear un proyecto nacional desde el cual poder forjar un imperio “europeo” cuya centralidad aspiraban a tener. Hubo países cuya función consistió en mantener aislados a estos últimos para que no pudieran culminar su proyecto, Y otros que se encargaron de proteger al conjunto de las agresiones exteriores. Había, igualmente, una serie de pueblos atacando la fortaleza exterior del Sistema Europeo para intentar resquebrajarlo al menos. El esquema sería más o menos éste:



Ahora veamos un mapa de la Europa de 1648, surgida tras la Paz de Westfalia, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años:



Asignemos ahora un color a cada una de las funciones descritas en el esquema anterior:



Y traslademos esos colores al mapa anterior para hacernos una cabal idea de la estructura de poder europea, allá por el siglo XVII:



Como podrá observar, todos formamos parte de un sistema mayor que reparte roles y nos va asignando funciones. Hay algunos individuos cuya posición en la estructura global les otorga bastante poder y pueden llegar a creer que, hasta cierto punto, lo dominan. Pero el Sistema tiene su propia lógica interna, que trasciende a los individuos que forman parte de él. Es una máquina planetaria que desencadena procesos históricos de largo alcance que actúan en combinación con los sistemas naturales. Son procesos dinámicos, que están siempre en movimiento, impulsados por inercias poderosas, cada una de las cuales lleva su propio rumbo, pero que colisiona continuamente con las vecinas, corrigiendo a cada paso su propia trayectoria.

El fuerte individualismo desarrollado por los occidentales, que ha crecido dentro de las burbujas protegidas del Sistema Europeo, al socaire de los huracanados vientos que soplan en otras partes del mundo, nos ha hecho creer que éramos dueños de nuestras vidas y que podíamos vivir como mejor nos apeteciera si éramos suficientemente inteligentes y teníamos algo de suerte. Es la ética subjetiva que nació con el protestantismo y que es fruto de un espejismo.


La verdad es que vivimos en un mundo que compartimos con centenares de miles de especies vivas, formando un sistema con ellas, y que lo estamos destruyendo. Vivimos además, aunque preferimos olvidarlo en el mismo mundo que los pueblos africanos o asiáticos, que forman parte de nuestro mismo sistema global y cumplen una función en él. Su pobreza y nuestra riqueza relativa son producto de la misma lógica de desarrollo que nos ha traído hasta aquí. Pero de eso hablaremos otro día.

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