miércoles, 1 de agosto de 2018

El proyecto de los Estados Unidos de Europa


“Los Tratados de Roma, firmados el 25 de marzo de 1957, son dos de los tratados que dieron origen a la Unión Europea. Fueron firmados por Alemania Federal, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, y los Países Bajos.

El primero estableció la Comunidad Económica Europea (CEE) y el segundo la Comunidad Europea de la Energía Atómica (CEEA o Euratom). Ambos tratados junto con el de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), dieron origen posteriormente a las Comunidades Europeas.”[1]

La puesta en marcha de la Comunidad Económica Europea, en 1957, marca el punto de arranque del último de los proyectos eurípetos, tal y como hemos estado viendo en nuestros últimos artículos.
Hace seis años dijimos:

“La vieja Europa, como los pueblos del Oriente Medio, tiene una larga historia detrás. Estamos viviendo un nuevo espejismo europeísta, como el de Carlomagno, como el de los otones, como el de Carlos V, Napoleón o Hitler. El actual es el enésimo intento de unificar nuestro continente. Ninguno de los anteriores fue capaz de sobrevivir a la generación que lo intentó. Ahora me gustaría que contemplaran dos mapas. El primero de ellos es el del Imperio de Carlomagno, a principios del siglo IX:


Imperio Carolingio. Los territorios sometidos a su autoridad son los representados en color rosa y en color verde. Los amarillos son estados aliados, pero independientes.

Ahora contemplen los países fundadores del Mercado Común Europeo:


Conclusión: 1150 años después, los mismos están intentando lo mismo.

¿Cuál será el resultado final de este nuevo intento unificador? Quisiera ser optimista, pero lo que es obvio es que los modos cada vez son más autoritarios. Como todos los intentos anteriores. La deriva autoritaria cada vez nos recuerda más a la Europa de Carlos V o, incluso, a la de Napoleón. Y ya sabemos cómo acabaron esas historias.”[2]

También venimos diciendo desde hace tiempo que la Historia se mueve en espiral y que hay una serie de procesos recurrentes que se repiten una y otra vez en cada uno de los diferentes espacios geográficos de nuestro planeta y que, en el caso europeo, renueva cada cierto tiempo este intento de crear una unión continental partiendo de ese eje franco-alemán, intento que no suele durar más de dos o tres generaciones, rompiéndose después.
En el anterior artículo volvimos a mostrar el esquema de la estructura de poder europea surgida tras la Guerra de los Treinta Años y en la que, como recordará, dijimos que cada uno de los países que forman parte del sistema representa, dentro de él, un rol diferente.
Si nos centramos en los seis países fundacionales de la CEE vemos que tanto Francia como Alemania han desempeñado históricamente el papel que hemos dado en llamar “potencias continentales”, desde donde han ido surgiendo, de manera alternativa, los diferentes intentos de crear imperios eurípetos.
Los países del Benelux (Bélgica, Holanda, Luxemburgo), en cambio, han formado parte del cordón separador que las “potencias diplomáticas” (particularmente Inglaterra) han utilizado para romper la unidad continental, heredando así lo que en su día llamamos “función borgoñona”. Recordemos como los duques de Borgoña fueron capaces, a lo largo de la Edad Media, de sostener una poderosa estructura política que aisló, durante casi un milenio, de manera bastante eficaz, a franceses de alemanes, y que en el sostenimiento de esa estructura fue determinante la intervención diplomática del Papado, que usó al Ducado de Borgoña como brazo armado durante siglos, y desde dónde surgieron tanto el proceso de renovación ideológica que encarnó la orden cluniacense (los “ingenieros sociales” del Medievo, como dijo Américo Castro) como el germen de las órdenes de caballería que permitirían al Papa intentar la magna operación político-militar que conocemos como “las cruzadas” y que, en última instancia, pretendía crear un estado teocrático europeo, al poner a los militares bajo la influencia directa de la Iglesia.
También recordarán que los duques de Borgoña heredaron, a su vez, la  función desempeñada por un efímero estado anterior (La Lotaringia), que a su vez se montará sobre el viejo “Limes Renano”, es decir, el tramo de la frontera que los romanos fortificaron en el margen occidental  del Rhin.
El declive evidente que el Papado va sufriendo desde el Cisma de Occidente y la emergencia, en paralelo, de Inglaterra al norte del Canal de la Mancha, han hecho que bascule hacia el norte la “función borgoñona” y se sitúe en la actualidad sobre la cuña que forman los tres países del Benelux, dentro de los cuales Holanda es el más activo de todos, ya que en el pasado fue el núcleo de uno de los imperios eurífugos y ejerce su función separadora entre las dos potencias continentales por propia convicción.
El papel que desempeña Italia en este conjunto es más complejo y, también, más ambiguo. Ya expusimos lo que pensábamos acerca de ella en “La debilidad estructural italiana”[3]. En ese artículo dijimos que dicho país, en realidad, está compuesto por tres espacios políticos diferentes: El norte, heredero político de las repúblicas independientes septentrionales, con una clara vocación europea, que estuvo vinculado hace siglos tanto con el reino de la Lotaringia como con el Sacro Imperio, y que desempeñó un papel, igualmente, en el proyecto hegemonista de Carlos V. En pricipio pretende actuar de fulcro de la balanza entre alemanes y franceses aunque, cuando llegue su momento, se alineará con el cordón separador, como ha venido haciendo tradicionalmente.
El centro de Italia, históricamente encuadrado en los territorios pontificios jugó, en su momento, el papel de potencia diplomática, y utilizó la preeminencia moral que le dio ser la sede del Papado, para desempeñar un papel parecido al que hoy pueda estar ejerciendo Inglaterra.
Y en el sur, el viejo reino de las Dos Sicilias, más Cerdeña, han estado muy vinculados históricamente con el mundo mediterráneo y con las dinámicas surgidas en ese ámbito.
Esta pluralidad de funciones que los italianos desempeñan tensiona su estructura y la convierte en uno de los eslabones más débiles del proyecto europeo. La Comunidad Económica Europea pretendía en sus orígenes replicar, en el ámbito europeo, el proceso histórico que dio lugar al Imperio Alemán. Como recordará la Unión Aduanera Alemana (fundada en 1834), creó “un mercado interno unitario para la mayoría de los estados alemanes”[4]. Esa unión económica se convertirá en una unión política en 1867 cuando se transformó en la Confederación Alemana del Norte, “un verdadero estado ya, breve preámbulo de lo que en 1871 se convertiría en el Imperio Alemán[5]. El objetivo era que, a medio plazo, la CEE terminara dando lugar a los Estados Unidos de Europa, lo que podía ser el preludio de la aparición de una de grandes potencias del siglo XXI.
Desde 1957 empieza su andadura este proyecto, que se enfrenta, desde sus orígenes, con el modelo rival alternativo que encarna la EFTA (La “Asociación Europea de Libre Comercio”), liderada por Inglaterra.
La EFTA estaba compuesta entonces por siete países (Reino Unido, Dinamarca, Noruega, Suecia, Suiza, Austria y Portugal). Su objetivo era crear una zona europea de libre comercio, sin ninguna pretensión adicional de avanzar hacia la unidad política. Salvo Suiza y Austria, son estados periféricos en el ámbito europeo desde el punto de vista geográfico, que sabían que en unos hipotéticos Estados Unidos de Europa tendrían un menor peso político que el que desempeñaban en la Europa de los estados-nación. Algo semejante ocurre en el caso suizo, país muy remiso a colaborar con ningún tipo de estructura supranacional que pudiera poner coto a sus secretos bancarios (entró en la ONU...  ¡¡en 2002!!. Concedieron el derecho de voto a las mujeres... ¡¡en 1971!! Sí. Fue el último país de Europa en hacer ambas cosas. A los suizos nunca les gustó que los supervisaran desde fuera) y también en el Austria de la postguerra, que fue dividida en 1945 en trozos entre los vencedores de la guerra, como Alemania, pero que consiguió reintegrar después todas sus partes (incluida la soviética) a cambio de comprometerse a mantener una estricta neutralidad política y a no formar parte de ninguno de los bloques que se estaban formando en ese momento.
Detrás de la idea de los Estados Unidos de Europa estaban, obviamente, tanto los nacionalistas franceses como los alemanes, que habían sufrido un duro golpe en sus mutuas ambiciones hegemonistas como consecuencia de las dos guerras mundiales. Ambas partes hicieron autocrítica y llegaron a la conclusión de que en el mundo de la postguerra la rivalidad franco-alemana resultaba suicida y los colocaba en el centro de un futuro campo de batalla entre soviéticos y norteamericanos.
A los países del Benelux y a Italia les interesaba el proyecto porque sabían que su alternativa (la rivalidad franco-alemana) les convertía a ellos, a su vez, en el espacio de confrontación entre ambos actores, como había sucedido en las dos guerras anteriores. El Occidente de la Europa continental decidió que la mejor manera de dejar atrás los fantasmas del pasado reciente era olvidar sus viejas rivalidades nacionales y ponerse a colaborar.
Más hacia el este se encontraban los países que al término de la Segunda Guerra Mundial habían quedado en el área de influencia soviética y que crearon, a su vez, otra organización semejante: El COMECON (“Consejo de Ayuda Mutua Económica”, 1949), formada por la Unión Soviética, Polonia, Alemania Oriental, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria. Tenemos, por tanto, tres organizaciones supranacionales de coordinación económica compitiendo en Europa. Una en el Este y las otras dos en el Oeste. Estas organizaciones económicas coexistían con las dos alianzas militares que se habían formado en la Europa de la postguerra: La OTAN (“Organización del Tratado del Atlántico Norte”, 1949) y el Pacto de Varsovia (“Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua”, 1955). En el Este ambos espacios de actuación (el económico y el militar) se superponían, es decir, estaban compuestos por los mismos estados. El liderazgo de la Unión Soviética se ejercía de la misma manera en los dos. En el Oeste había unidad aparente en el plano militar (casi todos estaban encuadrados en la OTAN), pero diferentes estrategias en el ámbito económico. La Europa Occidental, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, había quedado subordinada, en el plano militar, a la hegemonía norteamericana. La espada de Damocles que pendía sobre todos los europeos (la posibilidad del estallido de la Tercera Guerra Mundial entre soviéticos y norteamericanos sobre suelo europeo en la que se emplearían, además, armas atómicas) y el recuerdo reciente de la Segunda, les había quitado las ganas a sus habitantes de poner en discusión el modelo de la Guerra Fría.
Sin embargo, el hegemonismo norteamericano no resultaba tan indiscutido en el ámbito económico. Recordemos que Alemania, aunque derrotada en el campo de batalla, seguía teniendo un inmenso capital humano que le podía permitir recuperar una parte de su viejo poder económico. No debemos olvidar que antes de la Segunda Guerra Mundial este país era el más avanzado del mundo desde el punto de vista tecnológico (buena parte de los inventos, tanto norteamericanos como soviéticos, de la postguerra fueron posibles gracias al encuadramiento de los científicos alemanes en sus respectivos equipos de trabajo). Además, en Europa seguían estando las metrópolis de varios imperios ultramarinos (Reino Unido, Francia, Holanda, Bélgica, Portugal). Era obvio que, todavía, los europeos tenían importantes bazas que jugar para intentar recuperar, gradualmente, el poder perdido.
Así pues, desde principios de los cincuenta se vienen librando, en el occidente europeo, un sordo enfrentamiento entre dos proyectos de desarrollo económicos alternativos: uno más atlántico, liderado por Inglaterra, encarnado por la EFTA, que se articula mejor con el hegemonismo norteamericano imperante en el mundo occidental pero que en el ámbito europeo es periférico, y otro continental, la Comunidad Económica Europea, dirigido por el eje franco-alemán, que se dispone a iniciar una carrera de resistencia que pueda permitirle a sus estados fundadores recuperar el protagonismo político que las dos guerras mundiales les había arrebatado y para la cual empiezan a desplegar toda la experiencia histórica acumulada desde principios del siglo XIX en los procesos unificadores alemán e italiano, así como en el fallido proyecto francés del II Imperio.
El crecimiento económico que tuvo lugar en los países del Mercado Común Europeo entre 1957 y 1973 fue extraordinario y superó ampliamente al de sus competidores. A principios de los setenta la CEE era una potencia económica que rivalizaba, a escala mundial, con los Estados Unidos de Norteamérica y que amenazaba, además, con materializar el proyecto de los Estados Unidos de Europa. Europa había hecho su propia travesía del desierto en la época de la postguerra y se preparaba, de nuevo, para convertirse en uno de los protagonistas del futuro. Por el camino se habían quedado los imperios ultramarinos. Todas la antiguas colonias europeas se habían independizado, muchas de ellas de manera pacífica, pero otras de forma violenta de la mano de varias decenas de movimientos de liberación nacional en diversos países de África y de Asia, que habían recibido ayuda y asesoramiento de soviéticos o de norteamericanos. No obstante, los países europeos asumieron con rapidez la naturaleza del nuevo modelo económico internacional que permitía a sus viejas colonias independizarse políticamente pero las mantenía subordinadas económicamente, y en la mayoría de las francesas, inglesas o belgas serán las propias metrópolis las que organicen la independencia política, pero asegurándose de crear, en el proceso, mecanismos de dependencia económica que les permitiera seguir ejerciendo sus viejos papeles de potencias coloniales aunque con nuevas formas más acordes con los nuevos tiempos.
1973 fue un año decisivo en la Historia de la Humanidad. Ese año marcó el punto de inflexión en el que mundo pasó de los modelos de desarrollo expansivos de la postguerra a los involutivos de finales del siglo XX, que vendrán determinados por la implantación de tres paradigmas teóricos: el Neoliberalismo, en economía, el Neomalthusianismo, en demografía y el Neofeudalismo como modelo de intervención política en los países de la periferia del Sistema.
A lo largo de la década de los sesenta la lucha entre las diversas facciones que competían por el poder mundial se recrudeció y la tensión que esto provocó estuvo a punto de llevar a la Humanidad hacia un nuevo holocausto. Hubo momentos en los que pareció que el estallido de la Tercera Guerra Mundial era inminente, como la Crisis de los misiles cubanos (octubre de 1962) o la Crisis de Berlín (1961). Las guerras de Indochina (1946-1954), Corea (1950-1953), Argelia (1954-1962), Katanga (1960-1963), Vietnam (1955-1975) o las de los “Seis días” (1967) y Yom Kipur (1973) entre árabes e israelíes tensaron al límite el equilibrio de poder de la Guerra Fría.
Pero, aunque la rivalidad entre soviéticos y norteamericanos siempre aparecía en la escena como la causa de fondo principal de todos estos enfrentamientos, en un segundo plano, larvados, los antiguos nazis se habían transmutado y seguían actuando en la sombra por todo el mundo. Los nacionalistas franceses (con Charles de Gaulle al frente), tampoco se quedaban atrás, y los poderosos servicios de inteligencia británicos, por un lado, e israelíes, por el otro, completaban el cuadro.
Siempre hubo antiguos nazis moviendo los hilos en el Oriente Medio, frente al Mosad israelí. Estaban en Egipto, en Siria, en Libia y en Irak. También en la Guerra de Katanga y en todos los proyectos que tuvieran que ver con la carrera espacial (recordemos que el director del Centro Marshall de Vuelo Espacial de la NASA desde 1960, Wernher von Braun, era un antiguo nazi, de las SS, que trabajó en la famosa base alemana de Peenemünde), con la aeronáutica, la balística o con las armas atómicas (tanto los oficiales como los “fallidos”, que hubo varios). También había antiguos nazis en cualquier lugar del mundo donde hubiera fuerzas mercenarias combatiendo, al menos entre 1950 y 1980. Si no tenemos estos datos en cuenta hay determinados episodios de esa época que resultan incomprensibles.


Escenas de la vida de Wernher von Braun: La primera foto está tomada en la base alemana de Peenemünde, en 1941. La segunda cuando se entregó al ejército estadounidense el 3 de mayo de 1945. La tercera hablando con el presidente Kennedy en Redstone Arsenal (1963). Y la cuarta en su despacho del Marshall Space Flight Center, en Huntsville (Alabama), en mayo de 1964 con varios modelos de sus cohetes (Fuente Wikipedia).

Foto de familia de los científicos que participaron en la “Operación Paperclip”, el operativo de los servicios de inteligencia norteamericanos que reclutó a todos los científicos alemanes que estuvieron dispuestos a trabajar para los Estados Unidos después de la II Guerra Mundial a cambio de blanquearle el currículum. No están todos (eran más de 700). He remarcado a Wernher von Braun. Los soviéticos también montaron una operación equivalente (Fuente Wikipedia).

Hay una clara percepción de que entre 1960 y 1973 se produjo un potente ajuste de cuentas entre los poderes fácticos de nuestro mundo. Ya puse el foco en la trama norteamericana en el artículo “El complejo militar-industrial”[6]. Esta fue la época de los grandes magnicidios políticos (John F. Kennedy (1963), Malcolm X (1965), Robert F. Kennedy (1968), Martin Luther King (1968), Gamal Abdel Nasser (1970), Salvador Allende (1973)... ).Ya hemos hablado de las crisis de Berlín y la de los misiles cubanos. En 1968 los tanques rusos invaden Checoslovaquia. También en 1968 tiene lugar el mayo francés, que tendrá como consecuencia la muerte política de Charles de Gaulle, el que sacó a Francia de la estructura militar de la OTAN, el que exigió la conversión en oro de las reservas francesas de dólares, el que dijo que el Reino Unido no entraría en la Comunidad Económica Europea mientras él pudiera impedirlo, el que hablaba de una Europa unida “desde el Atlántico hasta los Urales” (una frase que causaba escalofríos en los Estados Unidos).
De Gaulle era un verdadero estorbo para los planes políticos del Complejo Militar-Industrial. Recordemos que cuando estalló la crisis del petróleo en 1973 Francia era el único país del mundo que producía más de la mitad de su electricidad con centrales nucleares y, en consecuencia, el que menos sufrió con los brutales incrementos de precios del petróleo  que tuvieron lugar entonces. A esa situación no se había llegado por casualidad. Alcanzar ese nivel de autosuficiencia energética era fruto de una planificación que venía de lejos. Charles de Gaulle se había adelantado a esa jugada, que sorprendió al resto del mundo, en más de una década.


Charles de Gaulle
En 1972 será elegido Secretario General de la ONU Kurt Waldheim, otro antiguo nazi, en este caso austriaco, que permanecerá en el cargo hasta 1981. Ya vimos como Richard Nixon, el primer presidente norteamericano que podemos alinear inequívocamente con la facción que Eisenhower llamó “El Complejo Militar-Industrial”[7] tomará posesión de su cargo el 20 de enero de 1969. Con él se inicia la transición desde los modelos de desarrollo expansivos de la postguerra hasta los involutivos de los neoliberales, los neomaltusianos y los neofeudales. 1969 también fue el año de la llegada del hombre a La Luna, la culminación de uno de los sueños de la postguerra. La cuerda se estaba tensando al límite, pero no entre los soviéticos y los norteamericanos, como nos presentaban los medios de comunicación de masas, sino entre las diversas maneras de entender el mundo que se manejaban en la cúpula dirigente mundial.
1973, como dijimos más arriba, fue el año decisivo. En él sucedieron una serie de acontecimientos que, si los conectamos entre sí, veremos que cambiarán para siempre el curso de la historia.
Ya dijimos que en 1972 vio la luz el libro “Los límites del crecimiento”[8], que viene a ser algo así como un manifiesto, un aviso de lo que venía. ¿Cómo iba nadie a imaginar que tres años después de llegar a La Luna se iba cancelar el programa Apolo? ¿Que en el momento cumbre del mayor nivel de desarrollo económico que la Humanidad había conocido un puñado de jeques árabes, aliados de los norteamericanos, iban a desencadenar una crisis que diera al traste con él sin que nadie hiciera nada para impedirlo? ¿Que los grandes artífices del proyecto de los Estados Unidos de Europa desaparecieran todos de la escena política en unos pocos años? ¿Que los países más destacados de la EFTA entrarían en el Mercado Común Europeo y pusieran en marcha desde dentro potentes mecanismos de desactivación del proyecto de unión política europea? ¿Que una Iberoamérica próspera y democrática se convertiría, en sólo una década, en un bloque de estados autoritarios regidos por dictaduras, desde las selvas de Guatemala hasta la Tierra del Fuego? ¿Que se iban a poner en marcha proyectos de control de la población en todas las áreas geográficas de nuestro mundo, adaptándose en todas partes a la idiosincrasia local, en el mismo periodo de tiempo? ¿Que los contendientes en las diferentes guerras civiles libradas en los países de la periferia del Sistema, a partir de los años 80 dejaron de buscar, de facto, la derrota del bando enemigo y se dedicaron a provocar la desintegración política de su propio país, cuyos trozos se repartían entre los “señores de la guerra”, como sucedió en Líbano en los 80, y en Somalia, Irak, Yugoslavia, Afganistán, Libia, Siria, Yemen...?
Estábamos hablando de Europa. Aunque siempre que se aborda cualquier escenario histórico hay que ponerlo en relación con el resto de acontecimientos que están teniendo lugar en ese momento. Hay que contextualizar los procesos históricos para poder entenderlos.
La primera ampliación del Mercado Común Europeo se empieza a negociar una vez defenestrado Charles de Gaulle. En ella debían entrar tres países de la EFTA (Reino Unido, Dinamarca y Noruega. Al final Noruega se descolgó, cuando ya había sido admitida en el club, como consecuencia de un referéndum popular, que tumbó el acuerdo), además de Irlanda.
El 1 de enero de 1973, el principal adalid del libre comercio, El principal enemigo de los Estados Unidos de Europa, el “Caballo de Troya” antieuropeo como lo llamó Charles de Gaulle, el Reino Unido de la Gran Bretaña y Norte de Irlanda, entrará como miembro de pleno derecho en la CEE, con un escudero llamado Dinamarca. Dentro les estaba esperando Holanda. Comienza el proceso de desactivación de un proyecto político que venía de lejos y que amenazaba con cambiar la historia del siglo XXI. Pero de eso hablaremos en nuestro próximo artículo.