lunes, 24 de octubre de 2011

La hora española

Hoy empezaré describiéndoles un par de escenas triviales, de esas que jamás saldrán en los periódicos ni merecerán el más mínimo comentario por parte de ningún “experto”: un ciudadano polaco, que vive y trabaja a pocos metros de la frontera que su país comparte con Bielorrusia, un día laborable cualquiera, mira su reloj y comprueba que son las 12 A.M. Se dice a sí mismo: “es mediodía, hora de comer”. Deja todo lo que está haciendo y se dirige a su casa para proceder a reponer fuerzas, interrumpiendo así su jornada laboral.
En ese mismo instante, un ciudadano español, que vive y trabaja en la Punta de Finisterre, hace exactamente lo mismo y comprueba, igual que nuestro amigo polaco, que son las 12 A.M. Y se dice a sí mismo: “son las doce de la mañana, aún me quedan un par de horas para comer”. Eso si pertenece al grupo de trabajadores que tienen jornada partida, porque si tiene jornada intensiva aún le quedaran tres, o incluso cuatro, pero claro, entonces habrá terminado su jornada y se irá a su casa a descansar hasta el día siguiente.
¿Qué conclusiones extraen ustedes de la comparación de ambas escenas? El 99% de los que lean esto seguramente opinará que los horarios españoles son irracionales, que no tienen pies ni cabeza, que esa es la causa de la “baja productividad” española, etc. etc. Son argumentos que estamos hartos de oír y que, a pesar de todo, no sólo no consiguen cambiarnos las costumbres sino que, por el contrario, parece que a continuación lo hacemos peor, pues lo que sí es un dato objetivo es que cada vez comemos más tarde y nos acostamos también más tarde. Hemos conseguido llegar a ser el país del mundo donde la gente duerme menos horas. Ahora sugiéranle a ese trabajador de Finisterre que haga lo mismo que su compañero polaco y probablemente lo que conseguirán será que se acuerde de vuestra madre y que os mande a paseo. Y les dirá, seguramente, que a las doce la mañana él no tiene ganas de comer.
¿Cuál creen ustedes que es la razón de esa “irracionalidad” española? ¿Por qué al españolito de a pie le importa un bledo que políticos, turistas y expertos de todo tipo se lleven las manos a la cabeza cada vez que piensan en el asunto y le echan la culpa de todos los males que afectan a la economía española?
Antes de seguir les pediré que reparen en un pequeño detalle que dije al principio pero que, normalmente, suele pasarse por alto. ¿Se han dado cuenta de que las dos escenas descritas al principio son simultáneas? Ocurren exactamente en el mismo momento. ¿A ustedes no les escama tanta simultaneidad?
Miren un mapa de Europa. Polonia está al este y España al oeste ¿verdad? Nuestro amigo polaco vive en el extremo oriental de un país de la Europa Oriental y, en cambio, el de Finisterre en el extremo occidental de uno de los países más occidentales de Europa. De hecho he escogido al Cabo Finisterre para poner el ejemplo no porque sea el punto más occidental de España sino porque siempre se ha creído que lo era, y no sólo de España sino de todo el mundo conocido hasta 1492, y de ahí viene su nombre (Finisterre significa “el fin de la Tierra”).
El trabajador polaco de nuestro ejemplo vive a 24º de longitud Este y el español a 9º de longitud Oeste. Lo que da una distancia angular entre los dos puntos de 33º, es decir: 2 horas y 12 minutos de tiempo solar. Cuando el polaco tiene el sol en su cénit al español todavía le faltan 2 horas y 12 minutos para que se produzca tal evento. ¿Comprenden ustedes porqué al señor de Finisterre no le da la gana comer a las 12 de la mañana?[1]
¿Pero cómo es posible que con esa distancia de separación entre ambos países, los españoles y los polacos tengamos nuestros relojes sincronizados? ¡Ah! Secretos de la Alta Política. De lo que pueden estar seguros es de que los españoles de a pie no han puesto su reloj a la hora de Varsovia por voluntad propia, y como nadie les pidió permiso para hacerlo, nadie les va a decir a qué hora tienen que comer ni a qué hora tienen que acostarse.
En realidad nuestro desfase –en invierno- con el tiempo solar no es tan grande, tan solo –y seguimos hablando de nuestro amigo de Finisterre- es de 1 hora y 36 minutos, porque el huso horario GMT +1 (que es el que usamos durante 5 meses al año) tiene como eje el meridiano 15 (que se corresponde, aproximadamente, con la línea Oder-Neisse, que sirve de frontera entre Alemania y Polonia). La distancia angular de Finisterre con esa línea imaginaria es “tan solo” de 24º (la de Madrid es de 18º, es decir: 1 hora y 12 minutos). Nuestra adscripción al huso horario GMT +1 (el alemán) se produjo el 16 de marzo de 1940, fecha en la que –como sabemos- gobernaba Franco en España y Hitler en Alemania. Ignoro cuál era el motivo último que Franco pretendía conseguir con esa medida, pero de este tipo de personajes no creo que debamos esperar motivos muy altruistas.
Pero la España de 1940 era un país profundamente campesino y los campesinos, que siempre han trabajado de sol a sol y se han sentado a comer cuando el astro rey estaba en su punto más alto, no necesitan relojes para trabajar –y si me apuran tampoco para vivir-. Todos los referentes que enmarcan su vida proceden del medio que les envuelve y del que obtienen su sustento. A un jornalero andaluz le traía sin cuidado los posibles acuerdos a que los políticos pudieran llegar al respecto, porque estos podrían cambiar los ajustes de los relojes, pero nunca podrían detener el curso del sol. Así que si estos no pueden hacer que amanezca antes tampoco podrán cambiar la hora a la que el agricultor se incorpora a su trabajo y a la que decide hacer un alto para alimentarse.
Cuando era pequeño recuerdo que mi madre decía que, en su infancia, la gente paraba para comer a las 12 de la mañana, pero que no sabía por qué aquella costumbre se perdió en su juventud. Ella no tenía consciencia de que la “hora española” cambió cuando tenía 9 años y de que la gente entonces automáticamente “cambiaron” (en realidad lo que hicieron fue negarse a cambiar) la hora a la que se levantaban, a la que se acostaban y a la que se sentaban a comer.
Nuestros vecinos portugueses mantienen todavía –en invierno- la vieja hora española. Recuerdo que la primera vez que viajé a ese país (que se encuentra a 150 km. –en línea recta- al oeste de donde vivo), siendo aún un adolescente, me advirtieron que debía adelantar una hora mi reloj cuando cruzara la frontera y, también, que tuviera cuidado en los restaurantes, porque los portugueses comen una hora antes que los españoles y podía sufrir la desagradable sorpresa de encontrarlos cerrados cuando el hambre me llevara hasta ellos. Como buen adolescente que era se me olvidaron los dos consejos. Sin embargo, no tuve ningún problema. Cuando llevaba tres días en el país, paseando por un pueblo pequeño, miré al reloj del ayuntamiento y descubrí que estaba adelantado justo una hora. Entonces caí en la cuenta de las dos advertencias que me habían hecho antes de salir y descubrí que no había tenido ningún contratiempo precisamente porque se me habían olvidado las dos (ya que una anulaba a la otra). Si sólo hubiera tenido un olvido sí que lo habría pasado mal. La siguiente conclusión que saqué es que en realidad no hay diferencia de costumbres horarias entre portugueses y españoles, y que los problemas que le causan las “costumbres portuguesas” a mis compatriotas no las provocan los portugueses, sino las “maquinitas del hombre blanco”, esos engendros totalitarios que pretenden, nada menos, que corregir el rumbo del sol y, de camino, cambiar nuestro reloj biológico.
Documentándome para preparar este artículo he descubierto un párrafo, en la enciclopedia digital Wikipedia (voz Tiempo medio de Greenwich), que define la situación que vivimos en la Península Ibérica de manera genial:

Portugal y España tienen el huso horario GMT+0 y GMT+1 respectivamente, una hora por encima del que realmente le correspondería (GMT-1 y GMT+0), llegando a ser de 2 horas en el caso de la comunidad autónoma de Galicia. Lo mismo que con Portugal ocurre con la de Canarias. Esto repercute en la salud de su población al estar el ser humano diseñado fisiológicamente para descansar en las horas de oscuridad y rendir en las horas de luz.

¿Qué sentido tiene que una persona pueda viajar desde Finisterre hasta Bielorrusia sin cambiar la hora de su reloj? ¿Qué es lo que hay que defender o preservar con esta medida? ¿Se han dado cuenta que en la parte continental de Estados Unidos hay cuatro husos horarios (cinco si contamos a Alaska) y nadie allí se rasga las vestiduras por eso? Para un norteamericano es de sentido común que si uno viaja hacia el oeste debe ir cambiando la hora de su reloj cada vez que entra en una nueva franja horaria, sólo así podemos mantener la sintonía entre nuestras costumbres y el entorno natural en el que vivimos. Pues bien, eso que le resulta tan fácil de entender a cualquier anónimo ciudadano, no es tan evidente para los miembros de la casta política española, capaz de mantener sine die las situaciones más absurdas con tal de que alguien, fuera de nuestras fronteras, les dé una palmadita en la espalda y les reconozca su “compromiso europeísta”.
Ya vimos como el cambio horario fue una de las barbaridades legislativas asociadas a la dictadura franquista. Pero Franco murió en 1975, desde entonces ha llovido bastante, ha habido tiempo sobrado para corregir ese error. ¿Qué han hecho al respecto los políticos de la nueva España democrática?
Pues lo que han hecho ha sido empeorar todavía más el asunto. Desde 1981 a la hora de adelanto que ya llevábamos hemos añadido otra durante los meses de “verano”; un largo verano de siete meses que va desde el último domingo de marzo hasta el último de octubre. Desde entonces, durante la mayor parte del año nos regimos por la hora de… ¡¡Damasco!! ¿? Y digo yo: ¿qué diablos será lo que se nos perdió en Damasco?
Durante ese larguíiiiisimo verano de 7 meses nuestro amigo de Finisterre contempla el sol en su cénit (lo que toda la vida de Dios se llamó “el mediodía”) a las 14 horas y 36 minutos nada menos (los madrileños a las 14:12). Pues bien, en ese absurdo contexto hay quien insiste en hacer lo que sea para imponer en España el “horario europeo”, que no consiste en dejar las cosas como estaban antes de 1940, sino en hacernos comer a las 12 y acostarnos a las 22, y tenemos que leer en la prensa barbaridades como las que el pasado 25 de septiembre firmó en el suplemento “Negocios” de El País Fiona Maharg-Bravo, en el que decía cosas como:

“España está asolada por una tasa de desempleo del 21%, pero también necesita soluciones creativas para incrementar la productividad de los que trabajan. Queda pendiente una reforma laboral más profunda, y habría que reducir las cargas sociales para incentivar el empleo. Pero una forma modesta de incrementar la productividad sin coste alguno, que puede parecer absurda o ilógica a primera vista, sería acortar los almuerzos.
Los españoles tienen una de las jornadas laborales más largas de Europa, según la OCDE. Otros estudios muestran que duermen menos que la media europea. Una de las razones fundamentales es un almuerzo maratoniano, que empieza tarde (a las 14:00) y dura al menos dos horas. La jornada laboral se alarga a menudo más allá de las 20:00 para mucha gente. Las horas de máxima audiencia televisiva se prolongan hasta después de medianoche.”

Vamos a intentar racionalizar un poco el asunto, porque resulta que España, “como todo el mundo sabe”, es un país muy singular (ya hablé algo sobre ciertas “singularidades” españolas el pasado día 3 de octubre[2]). En realidad lo más singular que tiene España es la caterva que nos dirige y los “lumbreras” que nos están descubriendo América un día sí y otro también.
Veamos el día a día de un ciudadano español cualquiera: Suena el despertador a las 7 de la mañana (las 7 del hombre blanco, en realidad son las 4:24 de la mañana de toda la vida de Dios). Después de asearse un poco y de desayunar someramente (deberán reconocer que a las 4 y media de la mañana uno no tiene ganas de darse ningún banquete) nos incorporamos los adultos a nuestros trabajos y los jóvenes de secundaria a sus institutos a las 8 del hombre blanco (las 5:24 de las personas normales). Ahora, eso sí, los niños de primaria y preescolar tienen el inmenso privilegio de levantarse a las 8 (las 5:24) y de entrar en sus respectivos colegios a las 9 (las 6:24). Aunque todavía quedan personas que trabajan en fábricas y que poseen un horario “fabril” (el que escribe esto lo sufrió durante 18 años), es decir: se levantan a las 6 de la mañana (en realidad las 3:24), para entrar a trabajar a las 7 (las 4:24).
Hay personas que trabajan de 8 a 16 (de 5:24 a 13:24), otras de 7 a 15 (de 4:24 a 12:24), las hay que tienen un horario “comercial”, de 9 a 13:30 (6:24 a 10:54) y de 16:30 a 20 (13:54 a 17:24). Los niños de primaria asisten a clase desde las 9 (6:24) hasta las 14 (11:24). Los de secundaria desde las 8 (5:24) hasta las 14:30 (11:54). Los estudiantes tienen un recreo de 30 minutos partiendo las clases por la mitad. El sentido común aconsejaría dedicar una parte de ese tiempo a comerse un bocadillo, yo invito a nuestros geniales dirigentes a que hagan una encuesta para ver cuántos lo hacen (mi estimación particular, nada científica desde luego, es que aproximadamente un 50%).
Recapitulemos: Nuestros jóvenes adolescentes dan 6 horas de clase prácticamente seguidas, aunque hacen un descanso de 30 minutos en medio, es decir 3 horas de clase, media hora de recreo y otras tres horas de clase. La mitad de ellos sin comer nada desde media hora antes de comenzar las clases, y ese desayuno es muy ligero, apenas un vaso de leche con algunas galletas o algo equivalente. Me gustaría saber que piensan los pedagogos al respecto. A mí desde luego no me gustaría estar en el pellejo de los profesores cuando imparten la quinta ni la sexta hora de clase. Y algo parecido podríamos decir de los alumnos de primaria: tienen menos horas pero son más pequeños.
Yo no sé cuánto dinero se ahorrará con el horario de verano, la verdad es que me gustaría conocer ese supuesto estudio en el que se basa. Yo creo que tal estudio no existe, que en realidad es un mito. En cualquier caso, si existiera, sería interesante saber qué aspectos son los que han sido tenidos en cuenta y, sobre todo en qué país se ha hecho, porque claro, no es lo mismo vivir en el paralelo 37 que en el 50. ¿Qué valor económico tiene el bajo rendimiento académico, provocado por el cansancio y la inanición inducidos por el cambio horario, de los jóvenes españoles desde 1981, o incluso desde 1940? ¿Alguien lo ha calculado?
Ahora vayamos a los “absurdos” horarios del comercio español según la señorita Fiona Maharg-Bravo. Cuando yo era pequeño, los horarios de las tiendas de mi barrio eran de 9 a 13:30 y de 16:30 a 20 ó 20:30. Ahora hay muchas que abren -por la mañana- a las 10 o a las 9:30, y en verano se está extendiendo el horario de tarde que va desde las 18 hasta las 21. Hablo de las pequeñas tiendas (las que sobreviven todavía), en las grandes superficies el horario estándar es de 10 a 22. ¿Se han vuelto locos los comerciantes? ¿Qué pasa, que no quieren volver a su casa a una hora razonable?
La verdad es que el asunto no es tan complicado y basta darse una vuelta por las ciudades, por los pueblos, por los barrios, para adivinar las razones de esos “irracionales” horarios. Hace un par de años estuve en Jaén de turismo, a mediados de agosto, y pude comprobar cómo los comerciantes del centro abrían ¡a las seis de la tarde! Y cerraban ¡a las 9! En realidad –según la hora solar- estaban abriendo a las 4 y cerrando a las 7. Aún así parecerá un horario muy tardío para cualquier comerciante centroeuropeo. Recuerdo cuando estuve en Innsbruck (Austria) cómo allí cerraban a las 5. Pues en Jaén ¡abren! una hora después que hayan cerrado sus colegas austriacos (al menos nominalmente). Pero claro, en Innsbruck no hacen 40 grados centígrados a la sombra a las 5 de la tarde a mediados de agosto ¿verdad? Los comerciantes españoles no están dispuestos a tener la tienda vacía abierta, para cerrarla justo en el momento en el que está llena. Puro sentido común. ¿Se dan cuenta de las razones del horario español?
A primeros de julio hay zonas en España en las que todavía es de día a las 22:30 y la temperatura ambiente es superior a los 30º. Díganles a las personas que viven allí que es hora de irse a la cama. Alguien podrá argumentar que a primeros de julio, cuando los lapones se acuestan, también es de día, pero es que a los lapones no se les va a hacer de noche, a los españoles sí y, sobre todo, en Laponia no hacen 30º a las 10 de la noche ¿verdad?
Por todas estas razones a los españoles no les apetece cambiar sus horarios vitales, los que rigen en su vida familiar. Pero los que dirigen la economía insisten en imponer horarios laborales “europeos”, son ellos los que van contra la naturaleza de las cosas. Son ellos los que pretenden que comulguemos con ruedas de molino. A lo largo de este artículo podrán ustedes haberse hecho una idea del tipo de gente que está dirigiendo este país. Cualquier día de estos algún político avispado tal vez consiga un ventajoso acuerdo comercial con China (el país del futuro) a cambio de que adoptemos el huso horario de Pekín (GMT +8). Y entonces pondremos nuestro despertador a las 7 (en realidad las 23 del día anterior) y entraremos a trabajar a la 8 (en realidad las 0 horas), nuestros niños saldrán al recreo a las 11 (en realidad las 3) creyendo que el día es la noche y que la noche es el día. Entonces España se pondrá a la cabeza de Europa porque habremos adoptado las costumbres de los que dirigen el mundo. Total ¿no nos regimos ya por el horario de Damasco? ¿Qué más da avanzar un poco más hacia el este?


[1] De hecho, en el habla coloquial española la palabra “mediodía” ya no significa las 12 A.M. como hace 50 ó 60 años sino que es un término más vago que viene a ser “la hora de comer”, sin mayores precisiones.
[2] La “singularidad” española. http://polobrazo.blogspot.com/2011/10/la-singularidad-espanola.html.

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