sábado, 25 de diciembre de 2021

Estrategias defensivas: Brexit versus Unión Europea

 




Mensajes apocalípticos

Un año después de la desconexión del Reino Unido de la Unión Europea llueven análisis apocalípticos acerca del futuro de la Gran Bretaña tras su abandono del “confortable” espacio europeo. En ese sentido me ha llamado la atención la beligerancia del canal de televisión “#0 HD” de Movistar (Telefónica), perteneciente a una de las grandes multinacionales de la Unión Europea (es decir, parte interesada en el asunto), con la serie de reportajes de Jon Sistiaga (Brexit, un año después) sobre el tema; en la misma línea que los que hizo hace un año (Estados Desunidos, 2020) sobre el legado de Trump en los Estados Unidos. También me ha resultado interesante la película británica Brexit: una guerra incivil (2019), que ha formado parte de esta campaña mediática. El mensaje que subyace detrás de todo esto es que el Brexit fue un tremendo error estratégico del pueblo británico que va a precipitar su hundimiento como nación.

Nunca me gustaron los discursos maniqueos, que simplifican la realidad de tal manera que dañan nuestro entendimiento de manera irreparable. Si el Brexit fue un acierto o un error aún estamos lejos de saberlo. El tiempo nos lo dirá. Pero para poder entender lo que significa no nos basta quedarnos en la superficie y analizar los inconvenientes que ha traído (durante el primer año) para el inglés de a pie. A cada cual hay que juzgarlo según su propia escala de valores y los objetivos que persigue. Juzgar al otro en función de nuestra propia visión del mundo sí que es un error estratégico que nos va a llevar de decepción en decepción, si es que de verdad nos creemos nuestro discurso, aunque no creo que ése sea el caso en realidad. Los que están detrás de esa campaña saben perfectamente que el Brexit es una apuesta estratégica de un sector de las clases dominantes británicas, que tiene cierto consenso social por detrás y que puede salir bien o mal, pero que no es gratuita en absoluto. No creo que sea, como nos pintan los simplificadores de la realidad, sólo una pataleta de una sociedad que siente nostalgia por el pasado y se niega a formar parte de un proceso globalizador del que se siente cada vez más ajena.

Es significativo que el proceso del Brexit desgarrara a la sociedad británica en todo su espectro ideológico, tanto por la izquierda como por la derecha. Es un tema transversal que no se alinea con facilidad en el eje izquierdas/derechas, sino que va mucho más allá.

La pregunta que nos debemos hacer es: ¿Qué es lo que están buscando? ¿El aislamiento? No lo creo. Pienso que lo que buscan es tener una mayor capacidad de maniobra a nivel mundial en una etapa incierta de la historia que se abre ante nosotros, en la que piensan que será mucho más positivo ser cabeza de ratón que cola de león. También me imagino que sus partidarios consideran más sólida y consistente su relación con el resto de pueblos anglosajones de otras partes del mundo que la que puedan establecer con sus vecinos europeos. Creen que es absolutamente vital para ellos que los que piloten la nave tengan libertad para elegir cada maniobra. Quieren a sus propios generales al mando de su ejército, libres de ataduras con intereses que son muy diferentes a los suyos.

 

Potencias marítimas versus potencias continentales

Llegados a este punto debemos recordar toda la bibliografía que hay sobre la rivalidad entre las potencias continentales y las marítimas y como la visión del mundo de los unos y de los otros son completamente diferentes.

Es obvio que la Unión Europea se está convirtiendo, paso a paso, en una gran potencia continental. Es lógico que la vieja potencia marítima por antonomasia (Inglaterra) se niegue a participar en un proceso que la convertirá en un país periférico dentro de ese conjunto, en una provincia más de un nuevo imperio en ciernes.

La tensión potencias continentales versus potencias marítimas es estructural, va mucho más allá de la coyuntura concreta, e Inglaterra no es el único ejemplo histórico que tenemos de potencia marítima. La lucha entre Esparta y Atenas en la Grecia clásica es un ejemplo bastante antiguo de esa dualidad. La España y la Portugal de los siglos XVI y XVII fueron dos potencias marítimas de libro que entraron en declive cuando fueron arrastradas a combatir en el corazón de Europa (La Guerra de los Treinta años fue el principio del fin del Imperio español, así como las guerras napoleónicas marcaron el comienzo del declive francés). La tesis de fondo que subyace desde el principio en los artículos de mi blog es que cuando el modelo político que defiendes no es congruente con tu propia realidad geopolítica te hundes, mientras que cuando te alineas con ella prosperas. Es así de simple a la hora de enunciarlo, pero harto complicado a la de analizarlo, porque tenemos que luchar a veces contra nuestros propios prejuicios.

El Reino Unido no puede avanzar hacia el futuro ignorando lo que es (le invito a repasar mis artículos en los que hablo de los imperios eurífugos versus imperios eurípetos)[1]. Si nos quedamos en la visión sincrónica que caracteriza la coyuntura en la que vivimos se nos escaparán los aspectos fundamentales de una realidad que es diacrónica. Estamos, en definitiva, en el punto de arranque de nuevos procesos históricos que veremos desarrollarse durante las próximas generaciones. Es una nueva etapa de la eterna oposición entre el mar y la tierra. Y es posible que durante ese proceso los españoles nos demos cuenta de que hemos adoptado un enfoque inadecuado para defender nuestros intereses a largo plazo. Nuestra política exterior a veces es demasiado burda. Necesitamos un poco más de finura en nuestros análisis, aunque esa tosquedad de la política exterior española es una consecuencia de la existencia de una serie de problemas enquistados que aún no hemos resuelto en nuestra política interior y que derivan, en parte, de nuestra debilidad estructural en el ámbito europeo, realimentándola a su vez. Otro día nos centraremos en ese aspecto de nuestra realidad.

 

La mayor visión estratégica de Europa

La diplomacia del Reino Unido ha sido históricamente, junto con la del Vaticano, la que ha demostrado tener una mayor visión estratégica. Sus apuestas políticas han sido siempre mal comprendidas al sur del Canal de la Mancha y, en consecuencia, mal valoradas. Hitler decía en 1940 que su imperio “duraría mil años”, pero sólo duró cinco. En ese momento histórico muy pocos analistas apostaban por la derrota de las fuerzas del Eje y la victoria de los aliados. Pero a partir de 1945 la vieja Pax Británica sobre los mares del mundo se había transmutado en la Pax anglosajona, que nos ha traído hasta aquí. ¿Puede ser ese un símil adecuado para entrever lo que será el futuro? No necesariamente. El avance de la historia es incontenible y los imperios nacen, crecen, se reproducen y mueren, como todos los seres vivos. Hemos visto multitud de ejemplos de esto desde que existe el mundo. Pero, como dicen en mi tierra, “donde hubo fuego, rescoldos quedan”. El Imperio Romano hace más de 1.500 años que desapareció, pero su legado ideológico, el cristianismo, aún vive con nosotros, así que yo no me precipitaría a la hora de dar por desaparecida a ninguna realidad política, aunque la veamos en abierto declive. Como dije hace tiempo “no hay nada más conservador que las mentalidades humanas, ni nada más revolucionario que la realidad”[2].

El Reino Unido ha vuelto a desafiar a la nueva potencia continental europea de este tiempo, que se llama Unión Europea (pero cuyo núcleo duro está en Alemania)… una vez más… Es su destino. Como en las guerras mundiales y en las napoleónicas. El contexto, desde luego, es completamente diferente, y los métodos también.

Al principio, en todos estos episodios históricos, lo pasó bastante mal ¿Recuerda la famosa frase de Churchill?: “no puedo ofrecer otra cosa más que sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”. Hoy nos parece a casi todos que esa fue la decisión correcta, porque acabaron ganando y la historia la terminaron contando los vencedores, pero en aquellos momentos históricos no había tanta una unanimidad en los análisis y hoy tampoco la habría si el resultado de todas esas guerras hubiera sido otro. Todas ellas fueron apuestas arriesgadas. Se la jugaron a cara o cruz… y ganaron. Pero también podrían haber perdido. Esas experiencias ya forman parte del bagaje histórico del pueblo británico, han sido interiorizadas por la población y se han integrado en su subconsciente colectivo. Les gusta desafiar al que manda en el continente, es un “deporte nacional”.

 

Los inconvenientes del Brexit

Que los primeros tiempos después del Brexit serían duros no había que ser ningún genio para intuirlo. Los primeros momentos tras una ruptura con tu pareja no suelen ser fáciles. Tampoco los países recién independizados suelen pasarlo bien. Y sin embargo lo normal es que los que toman este tipo de decisiones sigan adelante, pese a los inconvenientes… porque siempre hay una estrategia detrás. Y si hablamos de estrategia, estamos hablando de una apuesta a largo plazo. Sólo los que tienen una estrategia propia tienen alguna posibilidad de ganar… Los que no la tienen perderán… seguro. Esto no quiere decir que los que eran partidarios de la permanencia en la Unión Europea no la tuvieran, en absoluto. Era una estrategia alternativa, que buscaba un modelo distinto de relacionarse con sus vecinos.

Todo cambio brusco de estrategia política tiene costes importantes… ¡Siempre! Siempre te dejas una parte de ti por el camino. Abusar de ese tipo de giros inesperados suele tener graves consecuencias para el colectivo o la persona en cuestión que los lleva a cabo. Y al tercero o cuarto que efectúes de manera consecutiva habrás muerto definitivamente. Pero a veces hay que hacerlo. Lo hizo el pueblo español cuando se enfrentó con Napoleón (y pagamos su coste), lo hicieron los norteamericanos cuando se levantaron contra Inglaterra. Hay multitud de otros ejemplos históricos que también podríamos poner.

Pero ya había muchos británicos “euroescépticos” cuando su país entró en el Mercado Común en 1973. Buena parte de su población ya se oponía entonces a entrar en el club, y siguió haciéndolo después. Nunca dejaron de pelear por abandonarlo. El tiempo los ha ido fortaleciendo.

Tampoco fueron bien recibidos en la Unión. Siempre fue patente la hostilidad francesa, en especial la de su sector gaullista. Y los roces entre los países mediterráneos y el Reino Unido fueron continuos en temas como la Política Agraria Común, o el famoso “cheque británico”. La verdad es que el enfoque inglés de lo que debía ser la Unión Europea era muy diferente al de los países fundadores de ésta o al de los nuevos socios mediterráneos que se fueron uniendo después. El modelo inglés era la EFTA, que mantuvo un pulso contra la Comunidad Económica Europea durante 20 años… y perdió. El Reino Unido no era el único país que había defendido ese modelo, aunque fuera el más importante de ellos. Los escandinavos también formaron parte de ese proyecto. Fue ese colchón de aliados dentro de la Unión lo que permitió a los británicos defender su posición dentro de ella con cierto éxito mientras estuvieron dentro. Pero la lógica interna del modelo los empujaba a profundizar en la integración o romper de manera definitiva. La aparición del euro o del “Espacio Schengen” marcaron un punto de no retorno a partir del cual la identidad británica comenzaría a disolverse de manera paulatina. Y aunque para la mayoría de la población hay factores tan simbólicos como la moneda, la bandera, la circulación por la izquierda, o su propio sistema de pesos y medidas que visualizan esta identidad, hay razones más filosóficas, más de fondo, que lo determinan en la realidad: la manera de relacionarse que querían seguir teniendo con el resto del mundo, tanto europeo como no europeo, empezando con los Estados Unidos y con los demás países anglófonos.

 

¿Por qué entraron los británicos en la Unión?

¿Por qué entraron los británicos en la Comunidad Económica Europea? Respuesta: para frenar el desarrollo de ese modelo. Durante los años cincuenta y sesenta se había puesto en marcha un proceso que empezó llamándose Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA), después Comunidad Económica Europea y ahora Unión Europea, que apuntaba, entonces, con claridad hacia la creación de los Estados Unidos de Europa. Frente a ellos los ingleses crearon la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, por sus siglas en inglés), que al principio estaba compuesta por Reino Unido, Dinamarca, Noruega, Suecia, Suiza, Austria y Portugal. Los primeros estaban creando, paso a paso, un futuro rival estratégico, a escala planetaria, de los Estados Unidos de Norteamérica, dentro del bloque capitalista; los segundos apostaron por defender el modelo político vigente en ese momento de subordinación estructural con respecto a los norteamericanos. En el bloque anglosajón sonaron todas las alarmas.

¿Quiénes impulsaban el bloque europeísta? Pues las fuerzas políticas nacionalistas de sus respectivos países, que habían comprendido, tras la Segunda Guerra Mundial, que si seguían enfrentándose entre ellas estaban condenadas a convertirse en colonias norteamericanas. En esa dualidad, que era prioritariamente económica pero que escondía detrás una estrategia política muy clara a largo plazo, los ingleses eligieron el bando anglosajón/atlantista, que era el que había ganado la guerra, pero en el que actuaban como fuerza delegada en Europa. La capital, obviamente, estaba en Washington.

El primer asalto (años cincuenta y sesenta) lo perdieron. La población de los países fundadores de la Comunidad Económica Europea superaba los 200 millones de habitantes, mientras que la de los países de la EFTA no llegaban a los 100. Por otro lado el nivel de integración económica de los primeros avanzó mucho más que el de los segundos. A finales de los sesenta la Comunidad Económica Europea era el más sólido competidor mundial de los norteamericanos a nivel económico. Se imponía un cambio de táctica.

Entre los políticos británicos de aquella época circulaba un dicho: “¿Cómo se puede parar un coche? desde dentro, obviamente. Pisando el freno”. El bloque atlantista había llegada a la conclusión de que el Reino Unido serviría mucho mejor a sus propios intereses desde dentro de la unión política que se estaba formando que fuera de ella. Y decidieron pedir el ingreso en la misma.

No les fue fácil entrar. En el club europeo las decisiones se tomaban por unanimidad y los franceses vetaron el ingreso británico durante años mientras estuvo Charles De Gaulle al frente de su país. El proceso se reanudó una vez que éste dejó de ser presidente de Francia. En 1973 el Reino Unido se incorporó al club, acompañado por un escudero de la EFTA llamado Dinamarca. No les resultó fácil a los políticos convencer al pueblo inglés de la pertinencia de la jugada, ya que sólo era un movimiento táctico diseñado en la superestructura de la facción atlantista del Bloque Occidental.

 

El obstruccionismo británico

La presencia británica en la Comunidad Europea frenó el proceso de integración. Era lo que estaban buscando. Históricamente, además, este proceso coincidió con la Crisis del Petróleo y con todas las transformaciones políticas involutivas que le acompañaron a nivel mundial. La confluencia de todos estos elementos tuvo como consecuencia el reforzamiento del papel hegemónico que los norteamericanos ya venían ejerciendo desde 1945.

Es en ese contexto en el que llega al gobierno Margaret Thatcher y los enfrentamientos entre los partidarios de seguir profundizando en la Unión y los euroescépticos alcanzan su punto álgido. Es la época de los agrios debates en torno a la Política Agraria Común y de la implantación del cheque británico. El sistema de toma de decisiones de la Comunidad Europea favorecía las tácticas obstruccionistas y dilatorias británicas.

 

Un nuevo escenario político europeo

Pero el hundimiento de la URSS y la caída del Telón de Acero a principios de los noventa dieron un vuelco a la situación. Alemania, reforzada por la absorción de la antigua RDA, deja de estar en la frontera entre el este y el oeste, es decir en la línea del frente, para convertirse en el centro de gravedad de una nueva Europa que intenta digerir con rapidez la incorporación a los circuitos económicos y políticos del flanco occidental de los antiguos miembros del COMECON y del Pacto de Varsovia. Más de cien millones de personas, desde Estonia hasta Bulgaria, se terminan integrando en la Unión Europea en un plazo de 18 años, una insignificancia en términos históricos.

La Skoda checa es comprada por la Volkswagen alemana, la Dacia rumana por la Renault francesa. Todo un símbolo de lo que estaba pasando. Yugoslavia, el país de los eslavos del sur, se desintegra, y Rusia ve como la OTAN llega hasta sus mismas fronteras en Estonia, Letonia y Lituania.

¿Qué sentido tenía la presencia británica en la Unión Europea en ese nuevo contexto histórico? Todo lo que ocurrió entre 1989 y 2007 debilitó muy seriamente la posición estructural del Reino Unido dentro de ella. Los norteamericanos tampoco ayudaron a reforzarla. El claro alineamiento de la administración Clinton con Alemania en las guerras yugoslavas y, después, los tremendos errores estratégicos de Bush junior en Afganistán e Irak, así como el éxito en las implantaciones del euro y del Espacio Schengen en la Unión Europea dejaría a los británicos con el pie cambiado en los escenarios internacionales. Los euroescépticos no paraban de crecer.

Y llegó al poder Donald Trump en los Estados Unidos, que polarizó aún más la situación. ¿Fue un error histórico de los norteamericanos? Desde mi punto de vista no necesariamente. Los verdaderos errores venían de muy atrás, al menos desde los tiempos de Nixon, siguiendo con Reagan y los dos Bush. Trump sólo aceleró el proceso y obligó a todos a precipitar sus propios movimientos. Digamos que acortó los plazos (“Más vale una roja que cien amarillas”, dicen en mi tierra)… Era el momento de organizar el Brexit ¿Cuándo si no?

¿Sorprendieron los partidarios del Brexit a David Cameron? Probablemente. Pero, en los países occidentales, el verdadero poder no está situado en el ámbito político. Los primeros ministros y los presidentes de gobierno se quitan y se ponen a voluntad de los poderes fácticos, y para hacer su trabajo sólo necesitan conocer el programa mínimo, coyuntural, con el que deben trabajar. Si formas parte de la Unión es lógico que pongas al frente a un primer ministro que crea en ella, más o menos. Es lógico ¿no? Si no, carecería de credibilidad entre sus socios y eso perjudicaría su tarea. En una obra de teatro cada personaje tiene que desempeñar su propio rol, que cada actor debe interiorizar adecuadamente.

 

Un nuevo escenario mundial

Desde 1917 el comunismo era, para los capitalistas, algo así como el demonio. Hasta 1969 Occidente tuvo la inteligencia de combinar la “libre competencia” (Que es bastante relativa, dada la existencia de importantes sectores económicos monopolistas, como la energía, por ejemplo) con una cierta planificación económica. El miedo al comunismo les obligaba a ello. Pero los niveles de burocratización alcanzados en el bloque soviético y la propia debilidad estructural de la que partió fueron erosionando paulatinamente su poder, lo que le hizo entrar visiblemente en declive a partir de 1968. Esto provocó un desequilibrio de poder mundial que desató una feroz ofensiva del complejo militar-industrial desde, al menos, la llegada de Nixon al gobierno norteamericano en enero de 1969.

La ofensiva neoliberal y la crisis energética (provocada por un estrangulamiento de la oferta en un sector económico monopolista, donde no rigen las supuestas “leyes del mercado”) permitieron desarrollar un proceso político involutivo a escala planetaria que reforzó a las fuerzas neoconservadoras… Decidieron retroceder en el tiempo hacia la época de los imperialismos. Grave error estratégico… porque ¡Nadie puede parar el curso de la Historia!

Frente a ellos había un país (China) en el que vivía el 20% de la población mundial, que tenía unidad de mando y cuya economía lleva generaciones creciendo porcentualmente con cifras de dos dígitos. En ese país se planifica a largo plazo y, además, en el ámbito político, no en el económico como ocurre en Occidente. Allí las fuerzas del mercado (que hoy son más poderosas que en ningún otro momento de su historia) están subordinadas en términos estructurales a la autoridad del Estado. Esto le da una ventaja estratégica en un enfrentamiento a largo plazo con sus rivales occidentales.

Mientras los norteamericanos se dedicaban a invadir, patrocinar golpes de estado y/o chantajear países díscolos, convirtiéndose en los matones del barrio y viendo como el número de sus enemigos no paraba de crecer, los chinos se iban convirtiendo paso a paso en la fábrica del mundo, y empezaban a suministrar mercancías y argumentos estratégicos a los que resistían el avance de las fuerzas imperiales. Discretamente estaban transformando toda la correlación de fuerzas planetaria y construyendo el escenario del mundo de la segunda mitad del siglo XXI.

Frente a ellos un Occidente en descomposición, que estaba viviendo una seria crisis de liderazgo político. Inundar las calles de banderas con barras y estrellas, elevar el volumen y el tono de los discursos o construir muros para impedir entrar en tu país a las masas de desheredados del mundo no sirven para parar el avance de la Historia. Hace falta, primero, un proyecto político ilusionante que convenza a tus interlocutores y que, obviamente, los tenga en cuenta.

 

El sistema del equilibrio mundial

El mundo bipolar de la Guerra Fría se transformó en el unipolar del Hegemonismo norteamericano de los años 90 y los primeros años del siglo XXI. Pero hoy estamos en un nuevo escenario que denominé hace tiempo el “Sistema del equilibrio mundial”, por su analogía con aquel otro que se conoce como el “Sistema del equilibrio europeo”, que vio la luz en nuestra ecúmene tras la Paz de Westfalia, de 1648, que se caracterizaba por la existencia de cuatro o cinco potencias de primer nivel y diez o doce de segundo, que se vigilaban las unas a las otras y que cambiaban sus propios sistemas de alianzas sobre la marcha para impedir la aparición de ninguna fuerza hegemónica dentro del mismo.

El discurso que durante los años 80 y 90 nos presentaba a la sociedad post-industrial, que descansa sobre un sector servicios que vive del consumo (no de la producción), como el súmmum del progreso y de la modernidad ha terminado revelando su verdadera faz: ha desmantelado buena parte de la industria de los países que, no hace tanto, dominaban el mundo, y los ha vuelto totalmente dependientes de la producción industrial de los países que entonces llamaban “los dragones de Asia” (China, Taiwán, Corea del Sur, Singapur, Malasia...). Las consecuencias de todo esto las hemos visto cuando nos ha azotado la pandemia del COVID, a partir de 2020: No éramos capaces de suministrar ni siquiera las mascarillas o los respiradores que necesitaban urgentemente nuestras UCIs. Tal es el grado de dependencia económica alcanzado por este Occidente que ha ido desmantelando su industria durante los últimos 50 años y trasladándola hacía su gran rival estratégico. Las sacrosantas leyes del mercado nos han llevado a ese desarme arancelario/industrial que ha hecho desaparecer a nuestros mejores técnicos.

El arquetipo del éxito económico actual es… ¡¡La China comunista!! Efectivamente, un país donde gobierna oficialmente un partido que sigue llamándose “comunista”. Ha llegado hasta ahí siguiendo, de puertas para afuera, las leyes del libre mercado. Pero si de verdad observamos cuál es su política económica, nos percatamos de que en realidad sigue los viejos patrones… ¡mercantilistas! Siempre están vigilando la balanza de pagos con el exterior (algo que los españoles olvidamos hace tiempo que existe), intentando atraer capital y absorber tecnología exterior. Y todo esto combinado con una potente planificación del Estado en la economía.

 

Reacciones defensivas.

Cuando Trump quiso subir los aranceles a las importaciones extranjeras estaba intentando defender su industria nacional. Pero resultó contraproducente, dado su extraordinario grado de dependencia económica del exterior y la gran cantidad de intereses creados en torno al actual modelo de desarrollo económico que nos ha puesto a todos al pie de los caballos.

El Reino Unido del Brexit está intentando recuperar algo de autonomía a la hora de tomar decisiones, tanto políticas como económicas. Supongo que confían más en la comunidad anglosajona que en la continental europea. Tiene cierto sentido, dadas las coincidencias de tipo cultural que les unen con ellos y, sin embargo, la gran diversidad y, en consecuencia, complementariedad de sus economías, ya que cada uno de sus socios potenciales está situado en un espacio geopolítico y ecológico diferente. Se preparan de nuevo para resistir a las fuerzas que atacan (ahora económicamente) desde el interior de los grandes continentes. Están siguiendo el viejo paradigma que nos dice que, en términos económicos, debemos saber explotar nuestras ventajas comparativas, si queremos prosperar. Esa estrategia, no obstante, en este momento histórico, es puramente defensiva. Las grandes iniciativas estratégicas, hoy, parten de Asia.

 

La estrategia de la Unión Europea

Las viejas potencias coloniales europeas de la Belle Époque (Francia, Alemania, Italia, Holanda…), después de haberse destrozado entre ellas en los campos de batalla en la Guerra franco-prusiana y en las dos guerras mundiales, decidieron empezar a limar sus diferencias políticas y unir sus destinos en la última posguerra europea, para evitar ser engullidos por las potencias emergentes de ese momento histórico. Esto también es una reacción defensiva, como la británica.

En términos comerciales capitalistas estamos viendo todos los días como cuando un sector económico ya está maduro y ha dejado de expandirse, la lucha entre los que compiten en él se vuelve feroz y la reacción típicamente defensiva de las grandes compañías en declive es fusionarse entre ellas y reestructurarse interiormente para ganar capacidad de influencia y alargar así su propia decadencia. Eso es lo que es el proyecto político de la Unión Europea. Los nuevos países que se fueron incorporando al club son absorciones comerciales de socios menores que ya orbitaban alrededor del conjunto antes de su incorporación. El proyecto no ilusiona a nadie, sencillamente nos hemos acomodado a él. Los Estados Unidos de Europa se quedaron a medio construir. No hay un poder ejecutivo europeo elegido por sufragio universal que responda directamente ante todos sus electores. No hay una Constitución Europea aprobada en referéndum por toda su población. No hay un ejército europeo que obedezca a un gobierno europeo que responda ante los electores europeos.

Lo que hay son una multitud de grupos de presión articulados a través de mecanismos burocráticos en los que hay multitud de chiringuitos que la mayoría de la gente ignora que existen pero que, sin embargo, tienen capacidad de veto sobre multitud de aspectos que afectan a nuestra vida cotidiana. Los que se mataron entre sí en las guerras mundiales y estuvieron a punto de hacerlo en la Guerra Fría, hoy debaten durante meses en las interminables mesas de discusión de la Unión Europea dónde debe situarse una coma dentro de un texto que hay que consensuar y se reparten entre ellos los presupuestos comunes. Enfrente, como dije más arriba, está un adversario con unidad de mando en el que el poder ejecutivo toma decisiones sobre la marcha que son ejecutadas, sin rechistar, por 1400 millones de personas ¿Cómo cree que acabará esta historia?

 

Proyectos de futuro

En Europa sólo hay, en este momento histórico en el que vivimos, estrategias defensivas orientadas hacia el medio plazo… y la íntima convicción de que estamos perdiendo la guerra metro a metro. La flamante Unión Europea, que está todavía viviendo de las rentas del hundimiento del Telón de Acero hace ya 30 años, se está empezando a desmoronar, y el Brexit no ha sido sino el primer aviso de ese proceso. Pero hay señales por todas partes (Polonia, Hungría, Italia…) Todas la rupturas tienen y tendrán un coste importante… Pero los últimos lo terminarán pagando más caro todavía.

Hay una nueva fuerza emergente a sólo 14 kilómetros de la Punta de Tarifa: África. Desde el punto de vista económico o político es un continente inmaduro, pero desde el demográfico es imparable:

“…en 1960 tenía 283 millones de habitantes, frente a 605 millones de europeos, y en la actualidad (60 años después) tiene 1.340 millones, frente a 748 millones de europeos.”[3]

Creo que España debería revisar toda su estrategia política a largo plazo partiendo de una premisa fundamental: Construir muros para frenar lo que se avecina, a largo plazo, no sirve para nada.

Es mejor empezar a diseñar un proyecto que se integre o, al menos, absorba y canalice las energías de una fuerza emergente que intentar blindarse a corto plazo para parar el diluvio. Cuando un vehículo está acelerando controla mucho mejor su dirección que cuando está frenando. Nuestros vecinos del norte sólo pretenden resistir todo el tiempo que puedan, negándose a aceptar lo inevitable. Debemos afrontar con valentía las realidades del siglo XXI si no queremos hundirnos con ellos.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

La influencia alemana en España

 



Franco junto a Heinrich Himmler en octubre de 1940 (Fuente: Wikipedia).

 

Los flancos del eje franco-británico

Alemania y España son dos países muy diferentes desde muchos puntos de vista (histórico, cultural, ecológico, geoestratégico…), pero complementarios.

Alemania está en el centro de Europa, y España en su extremo suroccidental, pero ambos flanquean al eje franco-británico y han sido rivales históricos de los que lo conforman, lo que ha hecho confluir sus respectivas políticas exteriores en determinados momentos de la historia.

En los casi doscientos años en los que reinó en nuestro país la Casa de Austria nos convertimos de facto en los guardaespaldas de Alemania, lo que sentó un precedente histórico que algunos alemanes han usado después como modelo de referencia en otros contextos históricos posteriores. La posibilidad de establecer una relación política privilegiada con nuestro país les ha hecho entrever en algunos momentos las inmensas posibilidades que la proyección atlántica de éste les brindaría, ya que su mayor problema geoestratégico consiste en la dificultad de acceder al océano en los momentos de conflicto abierto con sus vecinos occidentales.

Alemania es, como Rusia, un país continental, lo que limita bastante su capacidad de intervención exterior de manera autónoma. Una buena relación con España compensaría parcialmente esa desventaja y, además, dada la relación histórica de nuestro país con Iberoamérica, le daría una proyección exterior añadida. Pero las grandes diferencias culturales e históricas que nos separan vuelven poco probable esa posibilidad, al menos de forma estable. En cualquier caso, una España fuerte, que afirme su identidad frente al eje franco-británico, siempre le aportará ventajas geoestratégicas apreciables, independientemente del tipo de relación concreta que mantenga con nuestro país. A Alemania le interesa, objetivamente, que España se desarrolle y afirme su identidad en su propio espacio geoestratégico. Por supuesto el cómo decida hacerlo también tendrá una gran relevancia al respecto.

Cuando coronaron en España al primer Borbón (Felipe V) se desató un terremoto político en toda Europa que provocó el estallido de la Guerra de Sucesión Española (1701-1713). La llegada al trono español de una dinastía francesa alteraba de manera brusca toda la correlación de fuerzas en nuestra ecúmene. Los borbones conservaron el trono español, pero tuvieron que comprometerse a no unir jamás ambos estados y renunciar, además, a todas las posesiones europeas extra-ibéricas del Imperio Español (los dominios italianos y lo que quedaba de la “Camisa de Fuerza francesa”), una solución de compromiso que paliaba una parte significativa de las consecuencias políticas que tenían los pactos de familia establecidos desde entonces entre estos dos países atlánticos.

La inesperada y sostenida resistencia armada de los españoles frente a la invasión napoleónica volvió a alterar la correlación de fuerzas en el corazón de Europa, un siglo después, y dio oxígeno a los que aún resistían (Austria, Prusia, Rusia, Inglaterra…). Los españoles fueron capaces entonces de plantarle cara a un ejército de ocupación que llegó a alcanzar los 350.000 hombres. Todos esos soldados que los franceses tuvieron que inmovilizar en España para sostener su ocupación fueron retirados de los escenarios bélicos europeos, lo que a la postre permitiría a las fuerzas continentales organizar la contraofensiva que acabó con el Imperio Napoleónico.

Medio siglo más tarde, tras la revolución española conocida como “La Gloriosa” (1868), que volvió a derrocar a los borbones en nuestro país, los diferentes gobiernos que se fueron sucediendo durante ese turbulento periodo se pusieron a buscar un nuevo rey para España, recorriendo buena parte de las cortes europeas y removiendo, sin proponérselo, las viejas rivalidades geoestratégicas del continente. Hay autores que afirman que la posibilidad de que volviera a reinar un monarca de origen alemán en España fue uno de los desencadenantes de la Guerra Franco-Prusiana (1870), volviéndose a demostrar una vez más la capacidad de desestabilización que nuestro país puede llegar a ejercer en el ámbito europeo. Un realineamiento político español nunca pasa desapercibido

 

Importancia histórica de nuestro país

¿Por qué es esto así? Pues por varias razones: demográficas, históricas y, sobre todo, geoestratégicas.

Desde el punto de vista demográfico España es el sexto país europeo (tras Rusia, Alemania, Reino Unido, Francia e Italia), y sus cifras de población absolutas no están muy alejadas de las de los tres países que tenemos por delante. Además, también somos el cuarto país europeo en extensión territorial (tras Rusia, Ucrania y Francia). España es, físicamente, más grande que Alemania, Reino Unido o Italia.

La Historia de España es única en el contexto mundial. Los países ibéricos fueron, hace quinientos años, los agentes globalizadores por antonomasia, los artífices del mundo moderno. España cambió, para siempre, la Historia de la Humanidad, hace quinientos años, sin pedir permiso a nadie. Ese dato, por sí solo, justifica buena parte de los ataques de los que los españoles son objeto y, también, de las defensas apasionadas que recibimos. 20 países, en todo el mundo, tienen el español como lengua oficial. La imagen de España trasciende su propia realidad actual y representa un símbolo para cientos de millones de personas para las cuales nuestro país es un referente incuestionable. Es esa influencia planetaria de “lo español” la que algunos socios extranjeros van buscando cuando aterrizan en nuestro país. Van buscando una plataforma desde donde proyectarse.

El vocablo “latino”, fue empleado con bastante fortuna por franceses, italianos y belgas en el siglo XIX con objeto de rentabilizar las historias de España y de Portugal en provecho propio, hasta el punto de conseguir fijarlo en la mente, incluso, de sus rivales anglosajones. Todo un éxito de marketing.

Los alemanes no son latinos, pero… ¿Y si habláramos de Carlos V o de los Habsburgo españoles? ¿Y si recordamos que el emperador Fernando I nació en España y fue educado por su abuelo Fernando el Católico? ¿Y si evocamos esos 200 años de colaboración política entre los dos países?

 

Papel geoestratégico de España

La Península Ibérica es un espacio de transición ecológica que conecta dos mares y dos continentes. Históricamente ha sido el punto de conexión entre los ámbitos culturales y políticos mediterráneos y atlánticos, europeos y africanos. Esto le ha convertido en un espacio singular, con un extraordinario dinamismo. En nuestro país se manifiestan, colisionan y se entremezclan todos esos mundos.

Una España poderosa podría bloquear, en caso de conflicto, el paso desde el Atlántico hasta el Mediterráneo o viceversa. Eso hace que todas las grandes potencias del mundo hayan mirado siempre con cierta inquietud lo que sucede en nuestro país, e hizo que, en su día, los británicos se adueñaran de Gibraltar (un pequeño peñón con un gran valor estratégico) y que los norteamericanos pusieran bases militares en Rota y en Morón.

El Estrecho de Gibraltar siempre tuvo un gran valor geoestratégico, pero desde que se abrió a la navegación el Canal de Suez éste se multiplicó. Ya no es sólo la puerta de acceso hacia el Mediterráneo, sino la del atajo hacia el Océano Índico, es decir, hacia el Golfo Pérsico, Asia Meridional y Oriental y Oceanía… ¡Nada menos! Esto convierte a ese punto en uno de los cuatro lugares del mundo de mayor tráfico marítimo (junto al Canal de Panamá, el de Suez y el Bab el-Mandeb).

España y Portugal juntas, además, controlan o pueden controlar muy de cerca una de las zonas mejor situadas del Océano Atlántico, a través de los archipiélagos de la Macaronesia (Azores, Madeira, Salvajes y Canarias) y de las aguas jurisdiccionales que los circundan. Estamos hablando de la mitad oriental del Atlántico entre los 20 y los 45 grados de latitud norte. Todas estas islas son verdaderos portaaviones anclados en el corazón del océano. Aunque veamos a nuestros respectivos países como relativamente modestos en el ámbito mundial, imagínese por un momento que un régimen político hostil al establishment se estableciera en alguno de ellos. ¿Cómo cree que reaccionaría éste? Pues traslade ese dato al contexto de la Segunda Guerra Mundial o de las respectivas transiciones a la democracia de las dos dictaduras ibéricas en los años 70 y 80 del pasado siglo XX y podrá empezar a entender algunas cosas.

 

La Unificación de Alemania

La Revolución francesa abrió la Caja de Pandora del resto de revoluciones políticas contemporáneas. Ya hemos visto en algunos artículos de este blog algunas de sus consecuencias. Una de ellas fue la aparición de los nacionalismos alemán e italiano, que emergen con fuerza a lo largo del siglo XIX y que llevaron al conjunto de pequeños estados divididos y enfrentados, situados en ambos espacios geográficos, hacia la unidad.

Cuando un conjunto de pequeños estados dispersos se unifican en uno solo provocan un terremoto político que altera todas las correlaciones de fuerzas previas de las áreas circundantes. Las consecuencias terminan siendo violentas, independientemente de cuál sea la voluntad última de los que la han llevado a cabo. La lógica de los procesos históricos es independiente de la de los humanos que los viven. La Francia y la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII eran muy poderosas, entre otras razones, porque sus vecinos (los alemanes especialmente y, más adelante, también los españoles) eran débiles. Cuando los alemanes emergen con fuerza, sus vecinos occidentales intentar impedirlo. La Guerra Franco-Prusiana (1870) fue la consecuencia más inmediata de esto. Después vinieron las dos guerras mundiales. Estamos hablando de los dos peores conflictos que ha vivido la Humanidad a lo largo de su historia. Volviendo al símil geológico, las “placas tectónicas” alemana y atlántica se reajustaron, y ese reajuste se llevó por delante la vida de decenas de millones de personas.

 

Un país francófilo

Desde 1700 reinan los borbones en España, una dinastía de origen francés. Con ellos se produjo un realineamiento político de nuestro país que tuvo importantes consecuencias históricas. Desde entonces, y hasta los años setenta del siglo XX, la penetración cultural francesa en España ha sido la más importante de todas las influencias foráneas. La lengua extranjera más hablada en España ha sido el francés hasta el comienzo de la Transición a la Democracia. Casi todos nuestros grandes escritores del siglo XIX y la primera mitad del XX se expresaban perfectamente en esa lengua (Antonio Machado era catedrático de francés) y muchos habían viajado por Francia y participado en eventos culturales allí. Los programas de enseñanza en España, desde la primaria hasta la universidad, estaban inspirados en los modelos galos, también la estructura política del estado (nuestras provincias son la plasmación en España de las prefecturas francesas), las ideologías políticas (los liberales y republicanos españoles de los siglos XIX y XX son fuertemente jacobinos), los estándares científicos (sistema métrico decimal) y monetarios (la peseta fue creada para tener una moneda que mantuviera su paridad con el franco francés, como el franco suizo, el belga y la lira italiana, preparando la aparición de una futura moneda única “latina” que, finalmente, se frustró como consecuencia de la Guerra Franco-Prusiana).

 

La competencia se abre paso

Desde el siglo XVIII, no obstante, muchos ciudadanos británicos van tomando posiciones en España, intentando neutralizar la influencia francesa, y con ellos aparecen los primeros disidentes anglófilos del modelo (como José María Blanco White, por ejemplo). Los empresarios y agentes británicos recorren nuestro país y se asientan en determinados lugares del mismo (minas de cobre en Riotinto, sector vinícola en Jerez de la Frontera –los Osborne, Terry…-), etc.

El retraso tecnológico español facilitó la penetración de empresas y de capitales extranjeros en nuestro país, que tomaron posiciones en las más importantes industrias (ferrocarriles, electricidad, siderurgia…) La competencia entre el capital francés y el inglés a lo largo del siglo XIX es feroz. Pero otros países empiezan ya a tomar las primeras posiciones. La emergente Alemania es uno de ellos.

Si el mundo de la cultura (mucho más potente y conservador) siguió siendo fundamentalmente francófilo hasta mediados del siglo XX, en los planos científico, tecnológico y filosófico (que estaban menos maduros) las influencias británica y alemana se abrieron paso con mayor facilidad.

 

El krausismo español

La filosofía alemana fue entrando en nuestro país a lo largo del siglo XIX. Esa será, al principio, la punta de lanza de su cultura por estas latitudes. Pero la influencia del pensamiento germánico en un país tan diferente al de su procedencia tuvo efectos inesperados. El filósofo que tuvo más éxito aquí fue, paradójicamente, un autor menor en su país de origen. Se trata de Karl Krause.

El krausismo español prosperó y evolucionó por su cuenta, extendiéndose después por Hispanoamérica, y dejando una huella profunda no sólo en el plano filosófico, sino también en la pedagogía, en la ciencia y en multitud de manifestaciones culturales de vanguardia. Hablar de krausismo en España es hacerlo de  Julián Sanz del Río, de Federico de Castro, de Francisco Giner de los Ríos, de la Institución Libre de Enseñanza (1876-1939), de libertad de cátedra, de una nueva pedagogía, de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, de la Residencia de Estudiantes, de las misiones pedagógicas, del Instituto-Escuela, de las colonias escolares, del Museo Pedagógico Nacional

 

Influencia política

Desde 1870 Alemania se convierte en un nuevo referente europeo que compite abiertamente con los más tradicionales francés e inglés. Nuestros políticos e intelectuales toman nota rápidamente.

Ya vimos como el concepto de “derechos históricos”, utilizado por los nacionalistas catalanes en las “Bases de Manresa” (1872) bebía, conceptualmente, de fuentes alemanas[1]. La unidad política alcanzada desde una diversidad preexistente sirvió de modelo al federalismo español decimonónico para combatir al fuerte jacobinismo imperante en nuestro país.

El hecho de que las dinámicas históricas en ambos países apuntaran hacia direcciones opuestas apenas fue tenido en cuenta. Alemania, en cualquier caso, era un nuevo contrapoder emergente europeo que podía servir para contrarrestar antiguas influencias culturales que estaban en trance de superación.

 

Influencia cultural

La influencia alemana en la generación del “novecentismo” fue aún más importante que en la del 98. El caso más paradigmático fue, evidentemente, José Ortega y Gasset. Varios de los mejores científicos de nuestro país del primer tercio del siglo XX complementaron su formación en Alemania. Quizá los casos más notables fueron los de Juan Negrín, Severo Ochoa, Francisco Grande Covián, Blas Cabrera, etc.

La colaboración entre las universidades alemanas y españolas en la primera mitad del siglo XX rindió frutos también en la arqueología. En este campo hay que destacar la figura de Adolf Schulten, que jugó un papel en el descubrimiento y difusión exterior del yacimiento de Numancia, y en las investigaciones sobre el reino protohistórico de Tartessos.

 

Germanófilos y francófilos ante la Primera Guerra Mundial

El estallido de la Primera Guerra Mundial provocó apasionados debates. Nuestra neutralidad en la misma permitió a muchos hacer grandes negocios, pero eso no impidió posicionarse públicamente a multitud de personajes relevantes a favor de alguno de los bandos contendientes. Manuel Azaña, claramente francófilo, tuvo una intervención muy famosa, en el Ateneo de Madrid el 25 de mayo de 1917, que supongo era congruente con la realidad social de su momento histórico. Hay que tener en cuenta que buena parte de la colaboración cultural entre Alemania y España a la que hemos hecho referencia más arriba aún no se había producido. En ella afirmó lo siguiente:

“…llamo germanófilos a todos los que desean el triunfo de los imperios germánicos en esta guerra, deseo que se funda en uno de estos dos motivos, o en ambos juntamente: en la creencia de que el triunfo germánico favorecería al engrandecimiento de España, o en el placer de ver humilladas, destruidas, a las naciones de la coalición, y más concretamente, a Francia e Inglaterra. […] El pueblo español tiene derecho a volver la vista atrás para algo que no sea empapar su corazón en hiel; tenemos derecho a volver la vista atrás sin orgullo y sin melancolía, para escarmentar con nuestros errores y tomar ejemplo de las virtudes, del valor, de la perseverancia, donde las hubiese, y sacar de unos y otras lección para el porvenir; pero sin envenenar de antemano el día de mañana, que traerá su sol para todos, y sin que nosotros queramos aprisionarle en nuestros dominios. Eso es lo que podemos sacar de la Historia; por mi parte, abomino de cualquiera tradición que no destile más que odio. […] no se ventila ahora una querella con Francia, sino el destino de Europa, y de rechazo el rumbo de la Historia. ¿Podemos nosotros, pues, cuando estamos obligados a medir y pesar razones más profundas, cuando se ventilan intereses universales, justificar nuestra conducta exhibiendo simplemente apetitos particulares? No podemos. Si yo estoy resentido con mi vecino, aunque lo esté justamente, y la casa de mi vecino arde y le dejo perecer sólo porque estoy enfadado con él, ¿qué diríais? Que mi conducta era inmoral, porque ante el motivo superior del sentimiento humanitario deben callar los sentimientos personales. Igual acontece con el conflicto, no ya europeo, sino universal. Nuestro deber es acudir, ya que no con nuestro apoyo material, con nuestra simpatía y calor moral del lado en que esté la causa justa, la causa de Europa, los intereses permanentes y superiores.”[2]

 

Agentes alemanes en España

Desde principios del siglo XX hay agentes alemanes actuando en España, intentando neutralizar la influencia aliada y cubrir los huecos que sus competidores dejaban. Tras la guerra hispano-norteamericana de 1898 España perdió los principales dominios ultramarinos que aún conservaba (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), pero aún le quedaban otras posesiones menores que un país en bancarrota como el nuestro no podía atender adecuadamente, pero que una potencia emergente como Alemania sí podía rentabilizar. Así fue posible llegar a un acuerdo en torno a algunos archipiélagos de Oceanía, como fue el caso de las islas Carolinas, las Marianas y Palaos. España las vendió al Imperio Alemán por 25 millones de pesetas, que las perdería a su vez poco después, en la Primera Guerra Mundial.

El desarrollo de la aviación también brindó a los alemanes de la primera mitad del siglo XX la oportunidad de establecer lazos económicos y tecnológicos con nuestro país. En los años 30 los famosos zeppelines alemanes frecuentaron España, y se llegó a un acuerdo para el establecimiento de una línea regular que uniría Alemania con Suramérica, con escala en Sevilla, que el estallido de la Guerra Civil frustró y el accidente del Hindenburg acabó de rematar. Esas primeras líneas de colaboración se ampliarían en el futuro con el bando nacional y ayudarían a desarrollar la industria aeronáutica y la aviación, tanto comercial como militar, en España.

Tras el establecimiento del protectorado del Rif, en el norte de Marruecos, los espías alemanes se desplegaron por él y se infiltraron entre los indígenas de la zona para intentar usar el territorio como base para desestabilizar el Marruecos francés durante la Primera Guerra Mundial. Uno de esos agentes fue Abd el-Krim, al que se le encomendó la misión de crear una red en la zona francesa, usando el Rif español como santuario. La inteligencia gala lo detectó y denunció a las autoridades españolas, que procedieron a su detención y encarcelamiento. Fue esa circunstancia personal sufrida la que le llevó a radicalizarse y a organizar la sublevación indígena contra los colonizadores cuando salió de la cárcel, ya acabada la guerra. Pero no lo hizo contra Francia, como esperaban sus antiguos patrocinadores, sino contra España, que fue el país que lo encarceló.

Durante la guerra del Rif sucedieron algunos hechos curiosos que ponen de relieve la trama internacional que había detrás del conflicto. Uno de ellos fue la suerte que sufrieron los militares españoles capturados por los rifeños en Annual. La tropa fue fusilada sin contemplaciones, pero la oficialidad (entre la que se encontraba el general Navarro) no. Abd el-Krim pidió un rescate por ellos y los liberó, finalmente, el 26 de enero de 1923 a cambio de cuatro millones de pesetas. Obviamente los rifeños vieron la oportunidad de financiar su causa negociando con la vida de los 326 oficiales que tenían en su poder. Lo que sorprendió a todos fue el nombre de la persona que Abd el-Krim eligió para mediar en la negociación: el empresario bilbaíno Horacio Echevarrieta. ¿Quién era esta persona que saltó a la fama a finales de 1922 y pudo llevar a buen fin un acuerdo entre el gobierno español y el jefe de los sublevados? Ya dije en otro artículo que Echevarrieta merecía un capítulo específico. De momento diremos que era el agente alemán más destacado que había, en ese momento histórico, en España. No sabemos si espió, pero desde luego sí que actuó como testaferro y representante económico oficioso del ejército alemán en nuestro país, lo que lo convirtió en una de las personas más ricas de la España de los años 20 y 30. Fue esa vinculación de ambos con los alemanes la que hizo que Abd el-Krim lo eligiera como intermediario.

El desarrollo de la Guerra del Rif fue un daño colateral, no buscado, de la intervención del espionaje alemán en nuestro país durante la Primera Guerra Mundial. Durante la dictadura de Primo de Rivera intentaron compensarlo suministrándole armas químicas (concretamente gas mostaza) al ejército español, para que lo usara contra los rifeños. La persona que materializó el acuerdo fue Hugo Stoltzenberg, químico alemán que colaboraba con el ejército en operaciones clandestinas y que llevó a cabo su trabajo en la “Fábrica Nacional de Productos Químicos”, de La Marañosa, cerca de Madrid.

Y fue el desarrollo creciente de la colaboración militar entre España y Alemania durante los primeros años de la dictadura de Primo de Rivera lo que empujó al gobierno francés a participar en el Desembarco de Alhucemas (septiembre de 1925), intentando neutralizar así una relación que le inquietaba.

 

Horacio Echevarrieta

“Horacio Echevarrieta comandó un imperio empresarial a principios del [siglo] XX. Fundó Iberia y el germen de la actual Iberdrola, construyó la Gran Vía de Madrid, lideró una operación secreta para rearmar a Alemania… Republicano pero amigo del Rey, fue una estrella de su época que hoy casi nadie recuerda.”

David Page[3]


Horacio Echevarrieta y Abd el-Krim (Fuente: Wikipedia).

Horacio Echevarrieta fue un empresario bilbaíno, oligarca del Neguri, diputado republicano durante varias legislaturas en tiempos de Alfonso XIII, dueño del diario El Liberal, que llegó a ser uno de los hombres más ricos de la España de los años 20 y 30. Heredó varias minas de hierro, especuló con la compra-venta de terrenos, hizo varias operaciones inmobiliarias afortunadas, como la urbanización de la Gran Vía de Madrid, fue contratista en la construcción del Metro de Barcelona, y fundó la empresa eléctrica Saltos del Duero, precursora del grupo empresarial que hoy conocemos como Iberdrola. Fue uno de los socios de cementos Portland y dueño del astillero de Cádiz, que hizo varios trabajos para el ejército alemán:

“Con el Tratado de Versalles, las potencias europeas impusieron durísimas sanciones económicas y militares a Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Entre ellas, la prohibición de rearmar sus Ejércitos. Para sortear las restricciones, Berlín puso en marcha una operación secreta para iniciar el rearme gracias a toda una trama de sociedades interpuestas radicadas en Holanda y con socios en varios países europeos que formalmente serían encargados de desarrollar prototipos con tecnología cedida por Alemania.

El hombre fuerte en España de esa operación secreta acabó siendo Echevarrieta. Y su enlace con Berlín un personaje tan oscuro como Wilhelm Canaris, siempre en el ala más nacionalista del Ejército alemán, vinculado con el asesinato de Rosa Luxemburgo, que acabó dirigiendo la red de espías de la Alemania nazi, y que fue sentenciado a muerte y ejecutado apenas unas semanas antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial por participar en un complot contra Hitler.

Echevarrieta vio en la trama alemana una oportunidad para convertir Astilleros de Cádiz en el proveedor principal de la Marina española. El plan pasaba por conseguir la tecnología germana y la financiación que proporcionaba en secreto la Armada alemana con el objetivo de acabar vendiendo diferentes modelos de buques y submarinos a España. Echevarrieta contaba con que su influencia y buena relación con el Rey y con Primo de Rivera serviría para facilitar la operación.

Participó en una trama secreta para rearmar Alemania tras la Gran Guerra y construir en España el mejor submarino de la época.”[4]

Echevarrieta saltó a la fama en 1923 cuando negoció la liberación de los oficiales capturados por los rifeños en Annual. Convertido en héroe nacional (volvió a España con los 336 prisioneros en su yate), Alfonso XIII le concedió el título de “Marqués del Rescate”, que él rechazó alegando sus convicciones republicanas. A partir de entonces estrechó relaciones con el rey y con Primo de Rivera, que aprovechó para reforzar su capacidad de interlocución entre los gobiernos español y alemán. Una consecuencia indirecta de esto fue el encargo de la construcción en el astillero de Cádiz del buque escuela Juan Sebastián Elcano, cuya entrega a la armada española también copó los titulares de la prensa de la época.

En 1927 fundó la compañía aérea Iberia:

“Oficialmente Echevarrieta era propietario de un 76% del capital de Iberia, y el 24% restante lo controlaba de la germana Lufthansa, que además cedía todos los aviones de su primera flota. Pero el pacto secreto entre ambas partes dejaba realmente en manos de Lufthansa un 49% de las acciones de la aerolínea.”[5]

Pero el gran proyecto empresarial de Echevarrieta y de la armada alemana, que decidió llevarlo a cabo en España para eludir los acuerdos de Versalles fue el que, finalmente, lo término arruinando. Fue la construcción del que debía convertirse en el mejor submarino de su época, el E-1. El primero de los cuales salió del Astillero de Cádiz en 1930. En él los ingenieros alemanes pusieron a punto su tecnología, usando España como campo de pruebas. Pero Alemania no podía comprarlos sin enfrentarse a sanciones internacionales por ello, así que el acuerdo era que España (es decir, la Dictadura de Primo de Rivera con el visto bueno del rey Alfonso XIII) compraría los primeros que se fabricaran, hasta que se encontraran nuevos clientes extranjeros y/o los alemanes conseguían mejorar su posición política en la escena internacional.

Paradójicamente la proclamación de la República en España, en 1931, le dio un golpe de muerte al proyecto del “republicano” Echevarrieta, ya que ésta no veía tan claro por qué había que gastar tanto dinero en submarinos. La llegada al poder de Hitler en Alemania en 1933 también le perjudicó, ya que los nazis decidieron ignorar olímpicamente los acuerdos de Versalles y empezaron a rearmarse… en la propia Alemania. Ya no había razón para usar el astillero de Cádiz para algo que se podía hacer perfectamente en Hamburgo.

Echevarrieta, sin embargo, intentó mantener el proyecto, sufragando las pérdidas con la venta de sus importantes propiedades inmobiliarias y acciones del resto de sus empresas. Tras la Guerra Civil, el Régimen de Franco pactó con él la nacionalización de sus dos últimas empresas: la compañía Iberia y el Astillero de Cádiz.

 

Los alemanes en la Guerra Civil española

La vinculación de la Alemania nazi con la trama golpista española que provocó el estallido de la Guerra Civil está más que acreditada. El 25 de julio de 1936 los nacionales llegaron a un acuerdo de colaboración militar con Hitler, creando una empresa instrumental (HISMA), para garantizar la llegada de armamento a Franco. Los alemanes suministraron a lo largo de la guerra a los nacionales 600 aviones, 111 carros de combate y 373 cañones, a los que habría que sumar los suministros italianos, comparables a éstos. Poco después se creó la Legión Cóndor, la sección del ejército alemán que entró directamente en combate en España del lado de los nacionales. Llegó a contar con 16.000 hombres y con 600 aviones. Algunas de las misiones que llevaron a cabo han alcanzado triste fama, como el Bombardeo de Guernica (26 de abril de 1937).

España se convirtió, para la Alemania de Hitler, en el campo de pruebas para sus nuevos aviones, tanques, cañones, tácticas de guerra y de propaganda, etc. La experiencia adquirida en combate durante la Guerra Civil española mostró al mundo toda su potencialidad durante la Segunda Guerra Mundial. Los primeros bombardeos de la historia sobre ciudades tuvieron lugar en España, aunque los llevados a cabo posteriormente en el resto de Europa y Asia Oriental los eclipsaron durante los años siguientes.

 

La Segunda Guerra Mundial

Franco, por su parte, devolverá a los germanos los apoyos recibidos durante la Segunda Guerra Mundial de multitud de formas. La primera de ellas fue el envío de 45.000 militares españoles al frente soviético para combatir bajo las órdenes alemanas, se trata de la División Azul (la 250 Infanterie-Division de la Wehrmacht), mandada por el generad Agustín Muñoz Grandes.

En los años 40 del siglo XX España y Portugal poseían la mayor parte de los yacimientos disponibles de wolframio (también llamado tungsteno), un metal estratégico vital para la industria militar y la aeronáutica. El wolframio es el metal con el punto de fusión más alto (3.410º C) y el de menor dilatación térmica, lo que lo convierte en el más fiable para la construcción de máquinas de precisión o que trabajen a altas temperaturas, también para hacer herramientas. Aleado con el acero, además, le transfiere a éste una parte de sus propiedades.

El wolframio era un metal esencial para el esfuerzo de guerra, en ambos bandos. La “guerra” económica librada en torno a las minas de wolframio, tanto españolas como portuguesas, es una de las facetas menos conocidas de la Segunda Guerra Mundial. Franco devolvió en minerales buena parte de la ayuda recibida por parte de los países del Eje durante la Guerra Civil española. Una sólida presencia alemana en nuestro país durante esos años garantizó ese tipo de suministros. España también sirvió de base para todo tipo de comercio procedente de América del Sur hacia Alemania. Una España neutral era mucho más útil para la Alemania nazi que alineada en su propio bando, ya que le permitía comerciar usando buques con bandera española, garantizando así unos suministros exteriores vitales para ellos.

“…el objetivo de la propaganda nazi en España iba mucho más allá de conseguir que entrase en la guerra. Es más, como defendía Von Ribbentrop, la neutralidad de España era preferible; lo contrario era costoso y daba pocos réditos. “Una España neutral proveía materias primas clave para el esfuerzo de guerra y de trabajadores”, recuerda Peñalba-Sotorrío […] Era también una cabeza de puente a América Latina, dado que uno de los objetivos era prevenir la entrada de las naciones latinoamericanas en la guerra a favor de EEUU, así como obstaculizar su comercio con este país”. Los puestos de vigilancia en las costas españolas y el repostaje de los submarinos estaban garantizados.”[6]

“Cuando el gobierno rebelde creó 'Efe', utilizó 'a la 'Deutsches Nachrichtenbüro', la agencia de noticias nazi, y a la italiana 'Agenzia Stefani' como principales fuentes de información.”[7]

Por todas estas razones es fácil inferir por qué nuestro país se convirtió durante esos años en un imán para los espías de todos los países contendientes. Había mucho en juego. Hay multitud de historias al respecto. El caso más paradigmático fue el del doble agente Joan Pujol García, alias Garbo para los británicos y Alaric para los alemanes, que con sus informes hizo creer a éstos que el desembarco aliado tendría lugar en el Paso de Calais, en vez de las playas de Normandía; o la Operación Mincemeat, en la costa de Punta Umbría (Huelva), un año antes, que les hizo pensar que habría un desembarco masivo aliado en Grecia en vez de en el sur de Italia, que es donde finalmente tuvo lugar. Se han escrito varios libros sobre ella (Operation Heartbreak, 1950, The Man Who Never Was, 1953) y también se hizo una película (El hombre que nunca existió, 1953).

 

Refugio de nazis

“Tras la segunda guerra mundial centenares de agentes, militares y civiles alemanes nazis se refugiaron en España para no ser capturados y juzgados por los aliados. Muchos militares nazis decidieron quedarse en España, disfrutando de la protección de Franco tras la guerra.

En marzo del año 1997 el diario "El País" localizaba en el Archivo General del Ministerio de Asuntos Exteriores, un informe remitido en 1945 al Gobierno franquista por los Servicios Secretos aliados, en el que se adjuntaba una “Lista de repatriación” con los nombres de 104 oficiales nazis que vivirían ocultos en España. Muchos de esos nombres como el de Hans Juretshke, llegaron a ocupar cargos de responsabilidad en instituciones españolas (en su caso catedrático emérito y director del Departamento Alemán de la Universidad Complutense).

Otros nombres de la lista, como el Dr. Franz Liesau Zacharias, habrían trabajado para el Reich obteniendo animales para la experimentación de armas bacteriológicas nazis. Falleció en Madrid a finales de 1992. Pero la lista de nombres publicada por "El País" no está muy completa, debido a que después de 1945 siguieron asentándose en España muchos nazis, que permanecerían durante el resto de sus días en nuestro país.”[8]


Léon Degrelle, alias José León Ramírez Reina (Fuente Wikipedia)

Se calcula que unos 10.000 nazis se refugiaron en España tras la Segunda Guerra Mundial, y aunque los aliados exigieron la entrega de varios centenares para juzgarlos, el régimen de Franco sólo permitió la extradición de algunos de ellos. La lista es muy larga, empezando por Léon Degrelle, líder del movimiento nazi en Bélgica, que vivió en nuestro país desde 1945 hasta su muerte en 1994 en Málaga, con una identidad española ficticia (José León Ramírez Reina); podemos seguir con Johannes Bernhart, general honorario de las SS, que vivió en España hasta 1952, falleciendo en Múnich en 1980; Gerhard Bremer, comandante de la 12ª División Waffen SS Hitlerjugend, Batallón de Reconocimiento, se refugió en Denia (Alicante), donde montó un complejo hotelero, murió en 1989 en Alicante; y muchos más, que podrán ver en el artículo “Refugio de nazis”.[9]

 

Aportaciones tecnológicas y económicas de los refugiados

Algunos de estos refugiados crearon diversas empresas en nuestro país, ya que tenían contactos, conocimientos técnicos y/o fuentes de financiación de origen opaco que el régimen franquista no tenía el más mínimo interés en investigar. Otros se incorporaron directamente a la cadena productiva como técnicos altamente cualificados, lo que nos permitió dar un salto tecnológico en algunos sectores económicos muy concretos, como por ejemplo la aeronáutica. Algunos desarrollos industriales españoles de los años cincuenta, como el avión Saeta, por ejemplo, no se puede entender sin esa aportación. España, hoy, tiene un sector industrial aeronáutico bastante digno, que compite a niveles mundiales dentro del complejo EADS, que comercializa los diversos modelos de la marca Airbus, la competencia más sólida que tiene el gigante Boeing, primera compañía del mundo. Probablemente no estaríamos ahí sin esos antecedentes. Hay otros sectores industriales en los que la presencia alemana también tuvo su influencia y, por supuesto, en el sector Servicios. No es casual que en nuestro país haya multitud de colonias alemanas autosuficientes en sus zonas más turísticas, en las que viven miles de personas desde hace generaciones y donde encontramos individuos que, pese a residir aquí desde hace años, aún no saben hablar español.

 

Una influencia discreta

La naturaleza atlántica de nuestro país lo convierte en una zona natural de influencia anglosajona. Esto los alemanes lo saben desde el principio, con o sin fascismo de por medio. Estamos hablando de realidades geopolíticas estructurales, que trascienden el contexto coyuntural de cada época concreta. Sin embargo, España puede ser el respiradero natural de los grandes países continentales de la Europa Central y Occidental (Alemania y Francia especialmente), debido a nuestra posición geográfica, la profundidad estratégica ibérica, la fuerte personalidad de nuestro pueblo, su prestigio histórico y su influencia cultural en Hispanoamérica.

Es vital por tanto, para Alemania, estar presente en España pero, además, de forma discreta, sin llamar demasiado una atención que podría provocar una reacción imperial que los asfixiara y que frustrara sus proyectos estratégicos. Esto significa que su influencia real es muy superior a lo que aparenta.

 

Consecuencias históricas

La influencia alemana en España durante los últimos ochenta o noventa años se superpone, como una nueva capa geológica, a la que los franceses han estado ejerciendo desde 1700. Son dos influencias diferentes que, sin embargo, tienen un elemento en común: ambas proceden del interior del continente. Para alemanes y franceses (me refiero a los que actúan desde el plano institucional o empresarial desde su punto de origen, no a los que buscaron refugio en nuestro país para distanciarse precisamente de sus autoridades) España es un país exterior, periférico dentro del contexto europeo. Vienen con mentalidad continental y buscan interlocutores aquí que puedan compartir sus categorías mentales… Es decir, buscan la mentalidad de los hombres de la Meseta, y se entienden mal con los de la periferia peninsular. Esto significa que no captan bien la psicología de los habitantes de más de media España, la más dinámica precisamente, además del núcleo madrileño lo que, lógicamente, agudiza las tensiones entre centro y periferia, refuerza el centralismo político y crea, de facto, un modelo de relación neocolonial. Esta actitud, además, nos distancia de nuestros vecinos portugueses y norteafricanos, reforzando nuestro papel fronterizo dentro del contexto de la Unión Europea y debilitando nuestra proyección económica, política y cultural tanto atlántica como africana, rompiendo además, también, las solidaridades con los países mediterráneos europeos.

El centralismo político en España, asociado a una relación exterior fuerte con el eje París-Berlín nos desubica mentalmente de nuestra posición geográfica. Los españoles no somos plenamente conscientes de las consecuencias geoestratégicas derivadas de la longitud y la latitud en la que vivimos (es decir de nuestra realidad objetiva). De esta manera no dejamos de profundizar en un modelo de subordinación política que nos debilita en términos estructurales porque no obedece a nuestros propios intereses, sino a otros ajenos, para los que representamos una plataforma exterior desde la que actuar de manera instrumental.

La consecuencia más evidente de todo esto es nuestra paulatina reconversión en un país de servicios, donde el resto de pueblos europeos vienen a descansar. Este modelo empezó a esbozarse ya en los años cincuenta y alcanzó a partir de los sesenta su velocidad de crucero. Desde entonces no hemos dejado de profundizar en él.

 

Repensar nuestra relación con Europa

La posición geoestratégica de España en el mundo es muy delicada, y cualquier cambio que introduzcamos en nuestras relaciones exteriores tendrá siempre importantes e inmediatas repercusiones fuera de nuestro país, como hemos podido comprobar históricamente. Sin embargo, sin prisas pero sin pausas, estamos obligados a reconducirlas porque nos llevan hacia un callejón sin salida. Veamos por qué:

La posición geográfica, tanto de España como de Portugal, nos hace, tanto en términos ecológicos como estructurales, diferentes al resto de países europeos. El hecho de que seamos la puerta de acceso al canal/atajo Mediterráneo-Mar Rojo-Océano Índico, así como la sólida presencia de los dos países en los archipiélagos de la Macaronesia (Azores, Madeira, Salvajes y Canarias) nos obligan a definir una política exterior propia y distinta de la del resto de nuestros socios europeos. El asunto además se agrava por el hecho de estar en la frontera exterior de Europa. El Estrecho de Gibraltar es el punto de contacto más cercano entre ambos continentes (14 kilómetros).

África es un polvorín a punto de estallar. Para que nos hagamos una idea de lo que digo sólo hay que saber que en 1960 tenía 283 millones de habitantes, frente a 605 millones de europeos, y en la actualidad (60 años después) tiene 1.340 millones, frente a 748 millones de europeos.

¿Alguien puede dudar que los flujos demográficos africanos en el futuro conducen directamente hacia las tres penínsulas mediterráneas europeas? ¿Cuál será la actitud con la que nuestros políticos harán frente a esa previsible avalancha? ¿Nos estamos preparando para ella? ¿Tendremos que negociar todas esas políticas en debates interminables con nuestros socios del centro, del norte y del este de Europa? ¿Cómo conseguiremos que el polaco o el húngaro de a pie entienda la situación en la que nos encontramos? ¿En qué nos ayuda para afrontar esos retos nuestra economía basada en la explotación del sector Servicios basado en el binomio sol y playas? ¿Y el crecimiento incontrolado de actitudes centralistas y chovinistas en la Comunidad de Madrid, que ven su centralidad como una oportunidad de hacer negocios y de mejorar su posición relativa con sus competidores, en vez de percibirlo con una enorme responsabilidad que ha caído sobre ellos? 

Estos y otros temas nos obligan a repensar nuestra relación con nuestros socios europeos, nuestra política exterior, económica y social y nuestras estrategias a largo plazo. Como pequeña muestra de hasta qué punto ha llegado nuestra subordinación ideológica con respecto a los centros de decisión europeos y nuestro nivel de alienación sólo tenemos que recordar que nuestros relojes de pulsera siguen marcando hoy, a finales de 2021, la hora de Berlín, como en 1940, en vez de la del Meridiano de Greenwich, que es el que pasa por España. Y encima tenemos a una horda de “intelectuales” lamentando que tengamos unos horarios de comida y de descanso tan “irracional”, olvidando que, en Madrid, el mediodía solar es en horario de verano (siete meses cada año) a las 14:15 horas y en el de invierno (los cinco meses restantes), a las 13:15 (14:37 y 13:37 horas respectivamente en la Punta de Finisterre, el lugar de España donde esa diferencia horaria es más acusada). ¿Qué tal si empezamos poniendo en hora nuestros relojes, esas maquinitas artificiales fabricadas por el hombre blanco? ¿Ve ahora el lector hasta dónde llega la influencia alemana en España?



[3] “El ‘Ciudadano Kane’ español del que España se olvidó”. El Independiente. 25/8/2017.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2018-07-08/gran-plan-hitler-interes-espana-prensa_1585565/

[7] Ibíd.

[8] https://www.mve2gm.es/paises/espa%C3%B1a-nacional/refugio-de-criminales-nazis/

[9] Ibíd.