sábado, 3 de agosto de 2019

El sueño de la razón



“El sueño de la razón produce monstruos”
(Francisco de Goya)

Y los españoles fuimos castigados, a partir del 2 de mayo de 1808, con “el sueño de la razón”. De la razón de los otros, no de la nuestra. De la razón de los ilustrados a la francesa, de los “afrancesados” que nos venían adoctrinando desde 1701. De la razón que produce monstruos, como descubrió Francisco de Goya.

El pintor de la corte de Carlos IV se convirtió, ese día, en lo más parecido a un “corresponsal de guerra” que podía haber en ese momento histórico, inmortalizándolo a través de sus cuadros y de sus grabados:


La carga de los mamelucos
 


Los fusilamientos del 3 de mayo


Y son fieras

Así comenzó el desenlace de una historia que venía un siglo incubándose. Pero parémonos a recordar la secuencia de los hechos.


El motín de Aranjuez y la abdicación de Bayona

La entrada masiva de tropas francesas en España para “invadir Portugal” hace reaccionar a la población, que culpa directamente a Godoy del asunto. A mediados de marzo de 1808 eran ya 65.000 soldados, una parte de los cuales habían hecho acto de presencia en Madrid. Era vox populi que la llegada del mariscal francés Murat a la capital era inminente y Godoy aconseja a la familia real viajar hacia Aranjuez, desde dónde se podría organizar, con mayor facilidad, una fuga hacia las provincias americanas del Imperio español. 

En ese contexto, el príncipe heredero y sus leales (los “fernandinos”) organizan un motín popular en dicha ciudad, que tuvo lugar en la noche del 17 al 18 de marzo, y que le permitió dar un golpe de estado, apoyándose en la “Guardia de Corps” (Guardia Real), obligando a su padre a abdicar y encarcelando a Godoy.

Fernando VII será coronado, de manera improvisada, por sus partidarios, en Aranjuez, el 19 de marzo. El 23 entrará Murat en Madrid, como plenipotenciario de Napoleón Bonaparte, el 24 lo hará el nuevo rey de España, aclamado por la multitud, e inmediatamente formará nuevo gobierno.

Napoleón, tras conocer los acontecimientos que habían tenido lugar, “se ofrece a mediar” entre padre e hijo y los cita a ambos en la ciudad francesa de Bayona, a 40 km de la frontera entre los dos países, amenazando a Fernando VII con no reconocerlo como rey si no lo hacía. A partir del 20 de abril irán haciendo acto de presencia en esa ciudad (que se convertiría en una prisión real durante los seis años que duró la Guerra de la Independencia (1808-1814)) los diferentes miembros de la familia real española, además de Godoy, “escoltados” por soldados franceses. El 6 de mayo Fernando VII abdicará en beneficio de Napoleón. El 6 de junio será Napoleón el que transfiera la corona de España a su hermano José.


El 2 de mayo

A primera hora de la mañana del 2 de mayo de 1808, grupos de madrileños comenzaron a concentrarse ante el Palacio Real para impedir que los soldados franceses se llevaran a Bayona al último miembro de la familia real que aún quedaba en la capital, el infante Francisco de Paula. Un grupo atacó a una patrulla y los soldados dispararon contra la multitud. A partir de entonces la lucha se extendió por toda la ciudad. La resistencia popular fue especialmente dura en tres puntos de la misma: La Puerta del Sol, La Puerta de Toledo y el Parque de Artillería de Monteleón. Fue el comienzo de un levantamiento popular espontáneo que obligó a los soldados españoles a decidir en qué bando querían estar.

“Mientras se desarrollaba la lucha, los militares españoles, siguiendo órdenes del capitán general Francisco Javier Negrete, permanecieron acuartelados y pasivos. Sólo los artilleros del Parque de Monteleón desobedecieron las órdenes y se unieron a la insurrección. Los héroes de mayor graduación de aquella jornada fueron los capitanes Luis Daoíz y Pedro Velarde, que asumieron el mando de los insurrectos por ser los más veteranos. Se encerraron en Monteleón junto a sus hombres y decenas de ciudadanos que allí fueron en busca de combate contra los franceses, repeliendo oleadas de las tropas de Murat mandadas por el general Lefranc. Sin embargo, acabaron muriendo luchando heroicamente ante los refuerzos enviados desde el vecino Palacio de Grimaldi, cuartel general de Murat. Otros jóvenes militares tampoco acataron la orden superior de no intervenir y lucharon junto a Daoíz y Velarde, como el teniente Jacinto Ruiz y los alféreces de fragata Juan Van Halen, herido de gravedad, y José Hezeta.”[1]


El Parque de Artillería de Monteleón, cuadro de Joaquín Sorolla

Los alcaldes de Móstoles

¿Sabe el lector quienes firmaron la declaración de guerra contra Napoleón en 1808? No. No fue nadie de la familia real (estaban todos presos en Bayona) por orden del “aliado” de la víspera. Tampoco lo fue ningún militar profesional, que habían recibido órdenes de ponerse a disposición de las fuerzas invasoras. Fueron… ¡los alcaldes de Móstoles!, un pueblo de la periferia de Madrid.

Sí. Fueron los viejos mecanismos de la democracia municipal castellana ¡732 años después de la firma del  Fuero de Sepúlveda! Los que se pusieron en marcha para repeler a los invasores. Fue la reacción atávica de un pueblo que echa mano del subconsciente colectivo cada vez que la guerra vuelve a hacer acto de presencia.

“Señores justicias de los pueblos a quienes se presentare este oficio, de mi el alcalde ordinario de la villa de Móstoles.
Es notorio que los franceses apostados en las cercanías de Madrid, y dentro de la Corte, han tomado la ofensa sobre este pueblo capital y las tropas españolas; por manera que en Madrid está corriendo a estas horas mucha sangre. Somos españoles y es necesario que muramos por el rey y por la patria, armándonos contra unos pérfidos que, so color de amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del rey. Procedan vuestras mercedes, pues, a tomar las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos, y alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son.
Dios guarde a vuestras mercedes muchos años.
Móstoles, dos de Mayo de mil ochocientos ocho.

Andrés Torrejón
Simón Hernández”

Este fue el texto de esa declaración de guerra. Un comunicado que fue pasando de mano en mano y que fue reproducido hasta el infinito, extendiendo la guerra por toda la geografía española. Desde ese momento cada soldado francés se convirtió en un objetivo militar, y multitud de ayuntamientos empezaron a organizar partidas armadas entre la población civil para articular la resistencia, desencadenándose una guerra de guerrillas por todo el país. Guerrillas que pronto empezarán a sabotear infraestructuras y a “cazar” a todo francés aislado que encontraban por el camino.


La Junta Suprema de España e Indias

Rápidamente empiezan a formarse “juntas” locales para organizar la resistencia. La noche del 22 al 23 de mayo se funda en la ciudad de Cartagena (una de las bases de la Marina más importantes del país) la primera Junta General de Gobierno, que inmediatamente manda correos a Valencia, Granada y Murcia. Al día siguiente se constituyen las juntas de Valencia, Granada, Lorca y Orihuela. El 25 de mayo, en Zaragoza, la población asalta el palacio de la Capitanía General, apresando a su titular Jorge Juan Guillelmi (que estaba colaborando con las fuerzas de ocupación), y proclamando a José de Palafox gobernador de Zaragoza y capitán general de Aragón. De esta manera, la guerra también se extiende al valle del Ebro, que era la zona de paso natural entre Francia y Madrid. Mientras tanto se constituye, en Murcia, una junta local  presidida por el antiguo Secretario de Estado, Floridablanca.

Muy pronto se ve la necesidad de crear un órgano de gobierno central que coordine a todas estas juntas y diseñe una estrategia global de lucha contra los franceses. Para ello se escoge a la ciudad de Sevilla, cuya junta local se constituye, el 6 de junio, en la “Junta Suprema de España e Indias”, asumiendo el mando de la lucha contra los invasores. Ese mismo día tendrán lugar los dos primeros enfrentamientos armados de cierta importancia posteriores al 2 de mayo: La Batalla del Bruch (en Cataluña) y la Contienda de Valdepeñas (en La Mancha).


La Batalla de Bailén

Tras la Batalla de Trafalgar (1805), una flotilla francesa, compuesta por cinco buques de guerra y casi cuatro mil hombres, había quedado atrapada en Cádiz, por el bloqueo británico de la ciudad, mandados por el almirante François Étienne de Rosily-Mesros. Ante el cariz que fueron tomando los acontecimientos en España a lo largo del mes de mayo de 1808, las nuevas autoridades francesas decidieron enviar un ejército a Andalucía, mandado por el General Pierre Dupont, para proteger a sus efectivos de la marina estacionados en Cádiz y, de camino, la salida por mar hacia América, así como la ruta del Estrecho. 

Mientras tanto:

“Las Juntas de gobierno de Sevilla (Junta Suprema de España e Indias) y Granada, bajo la presidencia de Francisco de Saavedra, comenzaron el reclutamiento de dos ejércitos, que debían cortar el camino a través de Sierra Morena a los franceses. El germen del Ejército de Andalucía lo formaban las tropas regulares del Campo de Gibraltar, 16 regimientos de infantería y tres de caballería al mando del general Castaños. Por su parte, Teodoro Reding comenzó el reclutamiento de un segundo ejército, donde se encontraba su Regimiento Suizo de Reding nº 3, en la provincia de Granada. El reclutamiento fue masivo, destacando el número de voluntarios, que formaban más de la mitad del Ejército de Andalucía (unos 17 000 hombres). Al mando de todas las tropas Saavedra situó al General Castaños, otorgándole a través de la Junta plenos poderes ante la grave situación a que se enfrentaban los restos de la monarquía española.”[2]
El ejército de Dupont será hostigado por fuerzas guerrilleras desde que salió de Madrid. En Santa Cruz de Mudela, el 5 de junio, y en Valdepeñas, el 6, tendrá que enfrentarse con la población civil (8.000 habitantes) y con casi 400 guerrilleros. Estas acciones armadas obligarán a replegarse hacia Toledo a una parte de sus tropas. Después de pasar esta barrera, volverán a encontrar resistencia en Córdoba, el día 8, y saquearán la ciudad. Mientras tanto, en Cádiz: 

La Batalla de la Poza de Santa Isabel fue un combate naval que se desarrolló entre el 8 y el 14 de junio de 1808, en la Bahía de Cádiz. Se enfrentaron la flota francesa liderada por el almirante François Étienne de Rosily-Mesros y las fuerzas navales españolas bajo el mando del almirante Juan Ruiz de Apodaca, apoyadas por la artillería costera y la destacada intervención de 3 divisiones de 15 cañoneras cada una. El resultado fue una victoria española que supuso la primera derrota del ejército francés en la Guerra de la Independencia española.”[3]

El 14 de junio se rendirán los franceses, con 5 navíos de línea, una fragata, 3.676 hombres, 456 cañones, así como gran cantidad de armas, municiones y provisiones de todo tipo. Dupont recibirá la noticia en Córdoba, mientras le informan que la Junta de Sevilla está reclutando un ejército para cortarle la retirada hacia la Meseta. 

La batalla se librará el 19 de julio en los alrededores de Bailén. Un ejército español de 27.000 hombres, entre soldados regulares y milicianos, derrotará a los 21.000 de Dupont. Ese día murieron 2.200 franceses, y 17.635 fueron hechos prisioneros. Varios regimientos suizos, nominalmente españoles, que habían acompañado a Dupont, se cambiaron de bando en plena batalla, después de algunas discretas gestiones llevadas a cabo por el General Reding, segundo de a bordo de Castaños, que había formado parte de su estructura de mando antes de que estallara la guerra.

El balance final de toda la operación (Bailén fue el acto final de una campaña de casi dos meses de choques armados por toda la Carretera de Andalucía, -que tiene 650 kilómetros- aquella que diseñó Pablo de Olavide en el siglo XVIII) fue que más de 25.000 soldados franceses se esfumaron en el aire para el resto de la guerra[4], casi un tercio de los efectivos que, en ese momento, componían las fuerzas de ocupación. Y el armamento pasará, casi intacto, a manos españolas.

En el resultado de la campaña y de la batalla resultará determinante la actitud de la población civil ante los invasores. Su hostilidad manifiesta, el conocimiento del terreno, las redes de información y de logística que montaron los civiles para ayudar a los soldados y a los milicianos.

Debemos llamar la atención sobre los grandes parecidos que presenta la batalla de Bailén contra los franceses con la de Las Navas de Tolosa (1212) contra los almohades. La distancia entre los dos lugares es de 30 kilómetros. Ambas tuvieron lugar en la misma época del año (Las Navas de Tolosa el 16 de julio y la de Bailén el 19). Por esas fechas las temperaturas máximas diurnas, en la zona, se sitúan entre los 35º y los 42º Celsius. Lo que estaba en juego, en ambos casos, era el control de los desfiladeros de Sierra Morena, la comunicación entre La Meseta Central y el Valle del Guadalquivir. Este es uno de los ejemplos más paradigmáticos de la relación entre la población y el territorio de la que venimos hablando en nuestro blog desde el principio.

José Bonaparte, el “rey de España” designado por Napoleón, se da cuenta de que si continúa residiendo en Madrid podía ser rodeado por las tropas españolas que avanzaban hacia la capital desde casi todos los puntos cardinales y se repliega hacia el noreste, cerca de la frontera francesa.

Cuando la noticia de lo que había ocurrido en Bailén se difunde por Europa causa verdadero estupor, ya que los ejércitos que se estaban, prácticamente, paseando por toda la ecúmene sin conocer la derrota acababan de sufrir un severo castigo que, a la postre, sería determinante en la evolución de los acontecimientos militares en el continente. Bailén será la primera gran derrota de las fuerzas napoleónicas en campo abierto. Pero, obviamente, no será la última. Será el principio del fin de este imperio.


La Grande Armée

Ante el repliegue general de las tropas francesas en España, Napoleón decide asumir directamente el mando de la lucha, presentándose con un ejército de 250.000 hombres, todos ellos veteranos de otras guerras. A partir de noviembre de 1808 comienza la contraofensiva, que hará retroceder a las fuerzas españolas hacia el sur. A finales de 1809 la Junta Central se establecerá en Cádiz, el último baluarte, dónde se prepara para resistir un largo asedio.

El control de la Península Ibérica por el ejército imperial tenía como cruz el elevado coste, tanto humano como económico, que presentaba. Las fuerzas de ocupación llegaron a superar los 300.000 hombres, la tercera parte de todos los efectivos que llegó a disponer en el momento de máximo despliegue militar de su historia (1812) en toda Europa. Al obligarle a inmovilizar en nuestro país a tal cantidad de soldados, se aflojaba la presión en el resto del continente
.
“La primera función estratégica de los guerrilleros y no sólo a escala nacional sino continental, fue la fijación de fuerzas francesas que hasta 1813 no bajaron de 250.000 hombres y en ocasiones superaron los 350.000 –en la campaña de Rusia intervinieron 500.000 hombres- la mayoría de ellos ocupados en funciones de guarnición y comunicaciones.
[...]
La acción combinada de un proceso continuado de erosión de los efectivos enemigos y la fijación en España de una buena mitad de los efectivos imperiales condujo a Napoleón a una situación crítica. En 1812 se puso de manifiesto la incapacidad de Francia para hacer frente a dos objetivos simultáneos de la importancia militar de España y Rusia. Bastó que retirase unos cuantos miles de hombres para que la situación de los ejércitos en la Península se hiciese insostenible.”[5]

“Fueron los españoles los que demostraron la validez de la frase de Wellington: 'cuanto más terreno tienen los franceses, más débiles son en cualquier punto determinado'. […] Fue esta resistencia continua, por débil que a menudo fuera, la que acabó con la doctrina de Napoleón de la concentración máxima. El Emperador y sus generales no pudieron resolver las exigencias contradictorias de la ocupación y la operación en territorio hostil. 'Si concentro 20.000 hombres -escribía Bessièrcs, en 1811, agotadas sus fuerzas en el Norte- se perderán todas mis comunicaciones y los insurgentes harán grandes progresos. Ocupamos demasiado territorio'”[6]

“Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses... esta maldita guerra me ha perdido.”[7]
Napoleón Bonaparte



[4]  Los prisioneros serán confinados en la Isla de Cabrera y, los supervivientes, liberados en 1814.

[5] MIGUEL ARTOLA: La burguesía revolucionaria (1808-1874). Historia de España Alfaguara. Tomo V. Ediciones Alfaguara. Madrid. 1975.

[6] RAYMOND CARR: España 1808-1975. Ariel. Barcelona. 1985.

[7] FRASER, RONALD: La maldita guerra de España. Historia social de la guerra de la Independencia, 1808-1814. Barcelona. Crítica. 2006.