martes, 23 de septiembre de 2014

El despliegue musulmán

Un profeta no puede corregir a Dios, pero sí puede complementar el mensaje de otro profeta anterior. Esta frase quizá pueda resumir la diferente actitud de los dos grupos cristianos más importantes del siglo VII, los trinitarios y los arrianos, ante el Islam.

Como para los primeros Jesús es Dios, Mahoma tiene que ser, necesariamente, un impostor. ¿Cómo puede nadie añadir nada al mensaje que nos trajo Dios-hijo en persona? ¿Cómo un simple predicador puede reinterpretar al “Cordero de Dios” que se sometió al sacrificio de la cruz para redimir a los hombres asumiendo -él-, de esta forma, nuestras culpas?

El mensaje de Cristo sólo puede modificarse por la puerta de atrás, como hizo Constantino y sus colaboradores “cristianos”, que introdujeron en él diversos conceptos, entre ellos el de “misterio”, ajenos a la tradición judeo-cristiana, que convierten a sus mediadores terrenales en los intérpretes de un incomprensible plan divino (incomprensible sólo desde ese momento), inaccesible para el común de los mortales e, incluso, para esos mismos intérpretes que monopolizan el mensaje que, no se sabe de qué extraña manera pues nadie comunica que se haya producido revelación alguna por parte de la divinidad al respecto, ha llegado hasta conocimiento de los teólogos y de un político -aún no bautizado y, por tanto, no convertido- que ostenta la máxima autoridad del poder romano y -de facto- también en la Iglesia.

Pero el cristianismo arriano se mueve dentro de unos parámetros más terrenales. Nunca divinizó a Jesús, al que consideran un enviado de Dios de naturaleza humana. Para ellos la aparición de otro mensajero suyo en la Tierra, seiscientos años después, puede ser aceptada o no, pero no representa ninguna barbaridad conceptual. Su actitud ante la nueva propuesta religiosa está, en principio, abierta al debate y a la reflexión. No nos debe sorprender, por tanto, que en los países donde la tradición arriana había sido muy potente, y la España visigoda era uno de ellos, hubiera entre la población una mayor receptividad ante al mensaje que los musulmanes portaban.

Hay poderosas razones, tanto históricas como funcionales, que nos pueden ayudar a entender la rápida conversión -sincera- de decenas de miles de españoles al Islam durante las primeras décadas del siglo VIII. Primero tenemos que hacer un ejercicio de contextualización de la propuesta. Como recordarán, en nuestro anterior artículo dijimos:

“Olvídese de cualquier idea preconcebida que tenga sobre los musulmanes, que será fruto, lógicamente, del desarrollo ulterior de los procesos históricos. Un hombre del siglo XXI no puede juzgar objetivamente a otro del VII porque sabe cosas que aquel no podía saber, por la sencilla razón de que aún no habían ocurrido. El Islam era, en ese momento, una propuesta de futuro que podía, potencialmente, evolucionar de mil maneras distintas. Era algo fluido que los hombres de ese momento histórico estaban construyendo paso a paso.”[1]

No había una manera de vivir musulmana previa, más allá de las propuestas concretas que sus teólogos hacían en tiempo presente, ni una forma de vestir, ni unos marcadores de etnicidad que ayudaran a diferenciar a los unos de los otros. Era una propuesta nueva, que se transmitía a través de la palabra (y también con la punta de la espada, una forma que, en aquellos tiempos aciagos, no representaba novedad alguna, pues los germanos actuaban de manera muy parecida) y que se dirigía, por tanto, hacia los sectores de la sociedad más proclives a la reflexión, al debate y también, por supuesto, hacia aquellos que se mostraban más predispuestos a asumir las novedades de su tiempo histórico o a buscar nuevas posibles vías de ascenso social.

Ese Islam primitivo, además, pudo ser visto en el Magreb y en Hispania (en los siglos VII y VIII) como una propuesta bastante sensata y respetable. Sabemos que Mahoma predicó su nueva religión por la península arábiga, un lugar que, como dijimos en el artículo anterior, “se había mantenido relativamente al margen de los procesos históricos que habían venido afectando al resto de sus vecinos”. A su muerte, en el 632 (diez años después de la Hégira), esa región había alcanzado ya la unidad y los límites políticos de los grandes imperios que los rodeaban.

Muerto Mahoma, se suceden al frente de la nueva estructura político-militar recién creada cuatro califas que habían tenido una relación personal y directa con él  (Abu Bakr, Omar, Otmán, y Alí) y que son conocidos como los califas ortodoxos (632-661). Son miembros de su vieja guardia, discípulos suyos que procuran mantener el espíritu originario de la propuesta. Entre los cuatro sólo suman 29 años de reinado. Serán ellos los que conquisten las prósperas provincias sasánidas y bizantinas del Creciente Fértil (Mesopotamia, Siria, Líbano, Palestina). Son países ricos, prósperos, cultos y poblados; llenos de fértiles valles que se encuentran rodeados por el desierto. Son la cuna de la civilización. ¿Recuerdan lo que dijimos el otro día sobre los oasis y cómo actúan de laboratorio para el desarrollo de las estructuras políticas?



En los valles del Creciente Fértil, tal y como había sucedido doscientos años antes en la Europa Mediterránea con los germanos, los invasores se sitúan rápidamente al mando de la estructura política, pero son muy pocos y quedan pronto subyugados por el deslumbrante desarrollo material y cultural de unos pueblos que cuentan con un bagaje civilizatorio varias veces milenario.

Pronto los militares toman el mando y una facción de ellos eliminará físicamente al último de los cuatro grandes califas que sucedieron al profeta, Alí (656-661), primo hermano y yerno de Mahoma, pues estuvo casado con su hija Fátima, siendo por tanto padre de los nietos del enviado y, en consecuencia, fundador de la estirpe de los fatimíes, o descendientes del profeta (la actual familia real marroquí pertenece a esa familia). Sus restos se veneran en la ciudad santa de Nayaf (Irak) y es considerado como el fundador del chiísmo, la segunda rama más numerosa del Islam.

De la guerra civil que cerró el ciclo de los Califas Ortodoxos, saldrá vencedor Muawiya, hasta entonces gobernador de Siria, que establece la capital en Damasco e inaugura la dinastía de los Omeyas (661-750).

Los Omeyas ejercen el poder desde una de las grandes capitales de lo que fueron las provincias orientales del Imperio Bizantino, donde buena parte de la población se expresaba en lengua griega y muchos, además, conocían el latín. Una ciudad donde Aristóteles, Platón y el resto de autores de la antigüedad clásica son ampliamente leídos y estudiados por todo aquél que aspire a ser alguien en la estructura social. Durante el siglo de los Omeyas los musulmanes absorberán buena parte del legado clásico grecolatino y lo integrarán en su sistema de pensamiento y de organización social. Sus sabios se pondrán muy pronto a la cabeza de la ciencia y de la cultura del mundo de su tiempo. El Imperio árabe debido a su extensión y a su posición geográfica central, dentro de las tierras que constituyen el Viejo Mundo, se convirtió en el puente que conectaba a la Europa Occidental y Bizancio (por su noroeste) con el África sub-sahariana (por el suroeste) y el Asia Oriental (China e India, por el este). A través de los árabes nos llegaron el sistema de numeración decimal que hoy manejamos y que fue inventado en la India, nos llegó (también de la India) el juego de ajedrez y de China la pólvora, la brújula, la seda, las naranjas, etc. También nos llegó por su conducto el café, la caña de azúcar, las especias y un largo etcétera de elementos y/o productos que hoy son parte esencial de nuestra cotidianidad.

Últimamente se han producido algunos descubrimientos arqueológicos en España que nos informan de la existencia de mezquitas en nuestro país anteriores a la “invasión” del año 711. De dónde parece deducirse que antes de que llegaran los soldados lo hicieron los misioneros, y que estos ya convirtieron al Islam a algunos españoles en los últimos tiempos del reino visigodo.

Estos descubrimientos cambian bastante la concepción que teníamos de la penetración de los musulmanes en la Península Ibérica y la vuelven más comprensible, mucho más lógica que la historia que nos han venido contando durante los últimos mil años.

En la etapa final del reino visigodo llegaron a España misioneros, enviados desde Damasco, para predicar la nueva religión. Como dijimos más arriba, proceden de uno de los mayores focos de la cultura de su tiempo. Individuos que debían haber sido -lógicamente- entrenados para desempeñar adecuadamente su función. Por tanto hemos de suponer que se expresaban perfectamente tanto en latín como en griego. Debemos tener en cuenta que todos los países ribereños del Mediterráneo, durante los mil años anteriores a esa fecha, habían estado unidos políticamente y sus habitantes usaban la misma lengua y manejaban las mismas categorías mentales por todo ese inmenso espacio geográfico. Los misioneros musulmanes, además, conocen perfectamente el argumentario de los cristianos, tanto de los trinitarios como de los arrianos, pues constituyen la mayor parte de la población de sus diferentes territorios desde Siria hasta Marruecos. Por tanto debemos suponer que unos individuos muy cultos, entrenados para debatir, para enseñar, para comunicar, llegaron aquí y contactaron con algunos sectores de la aristocracia visigoda, en una época en la que este reino estaba sufriendo una guerra civil entre las fuerzas leales al rey Don Rodrigo y los witizanos.

“La Crónica albeldense y la Crónica de Alfonso III, presentaban al reino de Asturias como continuador del reino visigodo de Rodrigo, y culpaban de la conquista árabe a los witizianos a lo que asigna la conjura por la que llamaron a los árabes.” […] “La versión Sebastianense añade que los hijos de Witiza solicitaron ayuda a los árabes para expulsar a Rodrigo del trono pero que perecieron con Rodrigo.”
[...]
“El resultado fue la completa debacle del ejército visigodo [en la batalla de Guadalete] y la muerte del propio monarca. Se puede entrever que el resultado de esa batalla fue decidido por una traición, de la que no da nombre alguno, que produjo una deserción en las filas visigodas. La traición al rey no solo aparece en la Crónica mozárabe sino también en las árabes, lo que puede corroborarse en el sentido que Rodrigo no se habría decidido a dar batalla a los árabes si no hubiera tenido ventaja numérica y logística, de ahí que el resultado final hubiera sido fruto de una traición. Sin embargo, dado que Rodrigo había accedido al trono de forma conflictiva contra los intereses witizanos y aún no habría afirmado su autoridad, y que en el ejército visigodo habría clientelas nobiliarias afectas a la familia de Witiza, estos habrían abandonado al rey en el mismo momento de la batalla lo que habría sentenciado el desastre final. [...] las crónicas asturianas [… afirman] que los árabes fueron reclamados por los witizanos. Acusaciones que habrían venido por el acercamiento entre los árabes y witizanos después de la conquista, en los que estos últimos se habrían querido asegurar el mantenimiento de posición política y económica. Además, la eliminación de una parte significativa de la aristocracia visigoda facilitó los matrimonios mixtos con los invasores, como el de la reina viuda Egilona con Abd al-Aziz ibn Musa, valí de Al-Ándalus.[2]

La vieja tradición arriana de la nobleza visigoda, muy viva todavía y utilizada, además, como arma arrojadiza por algunos de ellos contra sus adversarios políticos, representaba, dentro de esas facciones de la clase dominante, un signo de distinción, una manera más de reivindicar su pasado militarista y germano frente a los sectores que habían pactado con los trinitarios para consolidar su poder al frente del estado.

Si la rama más poderosa de la aristocracia visigoda, con el monarca a la cabeza, estableció una alianza social y religiosa con la iglesia trinitaria, un siglo antes, para hacerse fuertes al frente de la nueva Hispania unificada ¿Por qué la facción minoritaria, que estaba perdiendo su vieja preeminencia social, no podía hacer lo propio con la nueva religión que acababa de aparecer en el escenario peninsular? ¿Recuerdan lo que dijimos hace ya casi tres años en nuestro artículo “Las fronteras intangibles”?:

“Estas fronteras, que hoy parecen ser sólo ideológicas, están reproduciendo actitudes profundas, sustratos étnicos sobre los que se han construido después diferentes realidades políticas y, también, culturales. Personalmente pienso que la filiación concreta con la que hoy se nos presentan estos pueblos puede llegar, en parte, a ser anecdótica. Pero lo que no son anecdóticos son los juegos de oposiciones sobre los que descansan. En el Medio Oriente –hoy- la frontera que separa a los sunitas de los chiitas es la misma que separaba a los cristianos de los mazdeístas antes de la invasión musulmana, que en su día se estableció porque entonces separaba a otras creencias previas. Lo que ha sobrevivido es la frontera, no las creencias. Los iraquíes del sur se sienten diferentes de los del centro del país y estos, a su vez, de los del norte. Por eso han buscado marcadores de etnicidad que les ayuden a hacer visible esa diferencia. Y el enfrentamiento sigue, en los mismos términos que hace cinco mil años, cuando acadios y sumerios guerreaban entre sí defendiendo unas fronteras que entonces eran étnicas y lingüísticas, además de religiosas.”[3]

Entonces hablábamos de límites geográficos que se perpetuaban en el tiempo, realimentando toda clase de debates de índole religiosa. Hoy hablamos de límites sociales, entre clases o facciones de clase diferentes que compiten en los mismos escenarios geográficos. Pero seguimos hablando esencialmente de lo mismo. Como dijimos entonces Lo que ha sobrevivido es la frontera, no las creencias”. Los que ayer se batían por unas determinadas razones hoy siguen haciéndolo por otras distintas, pero en realidad lo que menos importa son los argumentos que se usan, porque el enfrentamiento tiene que seguir, dado que cada cual ocupa un nicho ecológico diferente y se siente en la obligación de defenderlo. Cuando cambian las circunstancias de forma brusca y radical (invasiones, revoluciones, etc.) cada grupo social busca nuevos marcadores en el nuevo orden que se está constituyendo para continuar sus viejas guerras con sus antiguos adversarios. Así de simple. Por tanto, igual que Constantino se hizo cristiano cuando le convino políticamente y Recaredo trinitario por idénticas razones, los adversarios políticos de Don Rodrigo, en los años finales del reino visigodo (los witizianos), se cambiaron masivamente de bando para conseguir, con la ayuda de sus nuevos aliados, lo que no habían sido capaces de obtener por sus propios medios en el pulso que venían librando contra la facción hegemónica en la España de primeros del siglo VIII. Lo mismo ocurrió en el imperio inca cuando apareció Pizarro por allí y en el azteca cuando lo hizo Cortés. Los patrones históricos de comportamiento del Homo Sapiens se repiten una y otra vez, independientemente de como se vista la gente, qué religión profese o en qué idioma se exprese. Es lo que en su día llamé el “juego de oposiciones”, que opera de manera casi automática.

Arrianismo e islamismo cumplieron, en su día, una función estructural semejante en el proceso de sustitución del poder romano por el que lo reemplazó históricamente (germanos por el norte, árabes por el sur). Roma fue el laboratorio donde se fue abriendo paso el monoteísmo religioso que ha llegado hasta nuestros días. Ya explicamos en su momento la estrecha vinculación que este proceso de evolución ideológica tuvo con respecto al de consolidación del poder del emperador dentro de la estructura política romana.[4] El Imperio Romano, en términos funcionales, fue el Imperio Mediterráneo. Como explicamos hace tiempo:

“El Imperio Mediterráneo es un experimento multi-ecológico. Pone en contacto directo a pueblos que viven en hábitats muy diferentes, con formas de vida muy distintas.”[5]

También recordarán que dijimos:

“Y en ese proceso llega un momento en el que los pueblos más periféricos alcanzan un punto de madurez histórica en el que la estructura imperial se ha vaciado de contenido, perdiendo su razón de ser originaria. Cuando se ha transmitido a través de sus estructuras todo lo que había que transmitir, cuando se ha difundido todo lo que había que difundir.

Hay historiadores que opinan que no fueron los bárbaros los que acabaron con el Imperio Romano, sino que éste -sencillamente- se derrumbó porque ya no había nadie dispuesto a defenderlo. El colapso de Roma fue interno. A su alrededor, por supuesto, había multitud de enemigos, pero eso no era ninguna novedad para ellos, que hasta entonces los habían mantenido a raya en los diferentes “limes”. La novedad era que sus habitantes ya no veían razón para defender el proyecto que Roma encarnaba.

Tras la implosión romana se extienden por el área mediterránea los adversarios que hasta entonces no habían podido franquear sus fronteras. Los relevos vienen desde el corazón de los continentes que rodean al Mare Nostrum. Y, como dije en artículos anteriores, fuertemente vinculados con las franjas climáticas de sus países de procedencia: germanos por el norte, árabes por el sur. Nos adentramos así en los tiempos medievales, tiempos de aislamiento, de repliegue, de redefinición moral, de particularismos. Tiempo también de “choque de civilizaciones”. El Mediterráneo dejó de ser un puente para convertirse en una frontera, en un inmenso campo de batalla entre hombres que veían al diferente como una amenaza.”[6]

Es lógico que, en un país -España- donde germanos y árabes se vieron las caras físicamente, se produjera una alianza entre los disidentes de los primeros y los segundos, porque filosóficamente estaban emparentados y funcionalmente compartían lo esencial de su estrategia. Aunque les diferenciara su ecosistema previo de referencia, cuando analizamos las regiones de España dónde los aliados visigodos de los árabes se habían hecho fuertes (el sureste peninsular, Valle del Ebro, áreas de Toledo y de Sevilla) vemos como, aunque germanos en su origen, sus paisajes de referencia más inmediatos son muy parecidos a los de sus nuevos socios.

En ese contexto de sustitución del orden imperial romano la religión cumple un papel determinante. Ya dijimos que lo que hay en el cielo es reflejo de lo que hay en la Tierra, y las nuevas realidades y estructuras sociales tienen que encontrar su propia expresión ideológica para poder consolidarse como tales. En consecuencia, tienen también que marcar adecuadamente las distancias con las expresiones ideológicas que les precedieron en el tiempo para que la nueva propuesta no sea una mera prórroga de aquellas otras que ya habían agotado su trayectoria histórica. Dijimos que los adversarios de los romanos “vienen desde el corazón de las continentes que rodean al Mare Nostrum” y, además, “fuertemente vinculados con las franjas climáticas de sus países de procedencia: germanos por el norte, árabes por el sur”.

“Cuando Roma alcanzó el punto máximo de su poder hacía ya tiempo que había empezando a desintegrarse. El proceso fue creando un vacío de poder que aprovecharán los pueblos que se movían en los límites del Imperio, convertido ahora en la frontera entre dos “ecosistemas”, no ya biológicos sino culturales. Los germanos por el norte y los árabes por el sur se repartirán la mayor parte de los territorios que habían formado parte del Imperio Mediterráneo. Pero la fuerza de estos nuevos invasores no estaba en la integración de los diferentes sino en la gran adaptación a su medio biológico, que compartían con sus vecinos romanizados. Como en los ecosistemas naturales, a una fase de transformaciones liderada por especies “oportunistas”, muy adaptables, que se instalan con facilidad en cualquier espacio nuevo -los todo-terrenos romanos- le sucede otra de grandes especialistas –árabes y germanos-, imbatibles en su medio pero incapaces de exportar su modelo más allá de su hábitat natural.”[7]

Los especialistas necesitaban unos instrumentos ideológicos distintos a los que desarrollaron los generalistas. Es lógico que éstos desplegaran un discurso religioso que contrastaba significativamente con el de aquellos.

“La doctrina islámica tiene cinco pilares en su fe que forman parte de las acciones interiores de los musulmanes. Los pilares principales son:

1.    La profesión de fe, es decir, aceptar el principio básico de que sólo hay un Dios y que Mahoma es el último de sus profetas.

2.    La oración.

3.    El zakat o azaque (traducido a veces como limosna), es decir, compartir los recursos con los necesitados.

4.    El ayuno en el mes de ramadán.

5.    La peregrinación a la Meca (para quien pueda) al menos una vez en la vida.

A los cinco pilares de la concepción sunní añaden algunos el sexto pilar del yihad o esfuerzo en defensa de la fe. En términos estrictamente religiosos, se entiende fundamentalmente como un esfuerzo espiritual interior de cada creyente por vivificar su fe y vivir de acuerdo con ella. A esto se le llama yihad mayor, mientras que existe un yihad menor que consiste en predicar el islam o defenderlo de los ataques. De este último concepto nace la idea de yihad como lucha o guerra que se ha popularizado en todo el mundo.”[8]

¿Percibe cuál es la función última de estos pilares? La peregrinación a La Meca (que en Arabia era una costumbre pre-islámica) se convierte en una herramienta de aglutinación, desde el punto de vista étnico. Cuando los fieles, para cumplir ese precepto, atraviesan todo el antiguo Imperio árabe van estableciendo una relación anímica personal con los habitantes de los países por los que van pasando y se van identificando con el paisaje que transmite la idea-fuerza del Islam, que no era el Imperio Mediterráneo como había sido el romano, sino el de los ecosistemas áridos.

La práctica de la oración, mirando hacia La Meca, cinco veces al día, le hace recordar al creyente, cinco veces cada jornada, ese momento único de su vida, ese viaje iniciático cargado de referencias espirituales o, en el caso de que aún no lo haya efectuado, lo preparan para él.

El ayuno viene a reforzar su relación con ese paisaje implacable donde arrancó el impulso primigenio que dio lugar al Islam. Ese sitio dónde el hombre está inerme ante una naturaleza terrible y necesita reforzarse espiritualmente ejerciendo un fuerte autocontrol para enfrentarse con ella y, al hacerlo, conecta con esa divinidad única de la que hace profesión de fe, como establece el primer pilar.

La limosna ejerce la función de ir tejiendo una solidaridad social que resulta imprescindible para que el grupo sobreviva. Crea una moral comunitaria que frena la competencia y el individualismo, algo fundamental para poder sobrevivir en los países de referencia del Islam.

Y la yihad cierra el círculo. Los cinco pilares cumplen la misión de reforzar la comunidad islámica. Pero el objetivo de ésta es la de marcar la diferencia con los no musulmanes. Actúa de marcador de etnicidad para que sepamos distinguir a los nuestros de los otros.

El Islam es una religión auto-referenciada, fuertemente relacionada con unos lugares muy concretos, que vincula al creyente con los paisajes más inhóspitos de la franja cálida del Viejo Mundo. Paisajes que, sin embargo, están muy extendidos por él y, además, ocupan áreas centrales dentro de ese conjunto. Si un grupo humano es capaz de identificarse con un hábitat extremo es casi imposible acabar con él. Podrá vivir épocas de expansión y de retroceso, pero su semilla perdurará siempre en ese extremo del mundo dónde nadie más que él puede vivir. Los biólogos últimamente han estudiado bastante a los organismos “extremófilos”, pensando en la colonización de planetas inhóspitos como Marte. Necesitan saber qué es lo que permite sobrevivir a un microorganismo determinado en un hábitat que mata al resto. Ese tipo de especialistas pueden hacerlo, sin cambiar apenas, durante millones de años y reconquistar el planeta después de que haya sido destruido para el resto de especies vivientes.

Los musulmanes siempre podrán contraatacar desde el desierto. Esa es su fuerza y, también, su debilidad. Cuando el desierto está lejos (tanto en el espacio como en el tiempo) le fallan los referentes. En España, en la Edad Media, vimos esas dos caras del Islam y aprendimos a combatir con él. En nuestro país se desarrollaron anticuerpos específicos para enfrentarnos con esos grupos humanos concretos, aunque de eso hablaremos otro día.




[1] “El por qué del Islam”: http://polobrazo.blogspot.com.es/2014/08/el-por-que-del-islam.html
[2] http://es.wikipedia.org/wiki/Rodrigo
[3] “Las fronteras intangibles”: http://polobrazo.blogspot.com/2012/01/las-fronteras-intangibles.html
[4] “La religión pactada” ( http://polobrazo.blogspot.com.es/2014/05/la-religion-pactada.html ) y “La religión del Imperio” ( http://polobrazo.blogspot.com.es/2014/07/la-religion-del-imperio.html ).
[5] “Las otras transversalidades”: http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/07/las-otras-transversalidades.html
[6] Ibíd.
[7] “España: ¿Puente o frontera?” http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/04/espana-puente-o-frontera.html
[8] http://es.wikipedia.org/wiki/Islam