lunes, 28 de noviembre de 2011

Ecologismo y población

¿Hay alguien que no sea partidario de la conservación del Medio Ambiente? Si preguntásemos a los miembros de cualquier formación política, parlamentaria o extraparlamentaria, de izquierdas o de derechas, acerca de su programa medioambiental, se apresurarían a explicarnos que, si llegaran a tener responsabilidades de gobierno, pondrían en marcha diferentes medidas encaminadas a la preservación del mismo y a la concienciación de la población en ese sentido. Todo el mundo, de una u otra manera, en mayor o en menor medida, se siente un poco ecologista.
Y sin embargo, a la hora de emitir nuestro voto, las organizaciones que, específicamente, enarbolan esa bandera raramente obtienen representación parlamentaria, y cuando lo hacen, su influencia es relativamente marginal. Parece como si el electorado no se acabara de fiar de ese tipo de formaciones. Y es que a todos nosotros nos preocupa un poco el medio ambiente, pero hay otros asuntos que nos preocupan mucho más y que tienen un impacto más inmediato en nuestra vida y no estamos dispuestos a relegarlos a un segundo plano a cambio de una declaración de buenas intenciones en este tema.
Una organización política que aspire a gobernar tiene que tener un programa completo, que cubra todas las facetas de la vida que les preocupan a los ciudadanos. Tiene que presentarnos un proyecto de sociedad, una ética asociada a ese modelo, un programa económico y, por supuesto, un modelo de relación del hombre con el medio que sea sostenible pero, también, congruente con el resto de aspectos que integran ese programa.
El hombre ocupa un nicho en los diversos ecosistemas que existen en nuestro planeta. No es la posición originaria que tenía en los de los tiempos prehistóricos. Tampoco es una situación estable, puesto que no para de evolucionar, en un proceso de aceleración continua y, obviamente, ese lugar que ocupa en la naturaleza, de facto, debe ser replanteado globalmente, teniendo en cuenta el estado actual de los conocimientos científicos, en la perspectiva de buscar un modelo de relación que no dañe nuestro entorno y que nos permita entregarlo a las próximas generaciones de la mejor manera posible.
Y el conjunto de los humanos, a su vez, forman entre sí un “ecosistema” social. Dentro de las diversas sociedades que existen en el mundo, los diferentes grupos mantienen entre sí una relación estructural compleja que es, en buena parte, asimilable a –y comparable con- los ecosistemas biológicos. Además, los diversos países del mundo, igualmente, articulan otra estructura que se superpone a la anterior, y los tres sistemas –el biológico, el intrasocial y el internacional- son congruentes entre sí. Por tanto, podemos afirmar que nuestra relación con el medio forma parte de un entramado complejo que está vinculado a la estructura económica y social en la que vivimos y que ambos aspectos guardan relación también con el país del mundo en el que vivimos y la posición que este ocupa en la división internacional del trabajo.
Esta explicación tal vez pueda parecer un poco enrevesada, pero estoy seguro de que la mayoría de la población, aunque no sea capaz de verbalizarla, la intuye de alguna manera y por eso no acaba de fiarse de los discursos ecologistas puros, que se articulan al margen de las relaciones sociales y que no tienen en cuenta la posición estructural que nuestro país ocupa en el mundo.
En la exposición que desarrollé hace un par de semanas, en el artículo “Democracia y Medio Ambiente” hablé de cómo, en la reacción europea que se produjo frente a la crisis del petróleo de los setenta, muchos gobiernos decidieron impulsar decididamente la energía nuclear en el continente y de cómo esa decisión provocó una importante respuesta social que dio origen al movimiento verde, ya en los años ochenta.
Siempre he compartido la repulsa a las centrales nucleares, que sentimos muchos millones de personas en el planeta. Creo que su existencia representa un importante riesgo para la vida o la salud de los centenares de millones de ellas que viven en un radio de varios cientos de kilómetros alrededor de cada central y suscribo plenamente los argumentos de los militantes antinucleares al respecto. Pero también desconfío bastante acerca de las razones que, a veces, conducen a determinados sectores de las clases dominantes y del gran capital internacional a apoyar a movimientos de este tipo. Por eso me llamó bastante la atención la fuerte cobertura mediática que en su día disfrutó este movimiento y como esta ayudó bastante a su cristalización como proyecto político autónomo y diferenciado y a la expansión de su modelo por otros países.
En concreto no me pareció casual que fuera la Alemania Occidental de los años ochenta -precisamente- el país en el que cuajara esa resistencia. Ahí, indudablemente, debieron confluir muchos factores. Me imagino que algún dinero procedente de los antiguos países comunistas ayudaría a la difusión del mismo (la polémica sobre la implantación de los misiles de crucero, un tema muy sensible en ese momento, tendría algo que ver), pero era obvio que el movimiento antinuclear a quién de verdad beneficiaba, en ese momento, era al lobby del petróleo. ¿Qué sentido tenía que la mayor resistencia contra las centrales se produjera precisamente cuando el precio del barril alcanzó sus máximos históricos? ¿Por qué no en los sesenta o en los primeros setenta? ¿Por qué no ahora que hay verdaderas alternativas verdes, que no había en aquél momento? ¿Por qué aquella repulsa antinuclear no vino acompañada de propuestas concretas que, a la vez que combatían esta energía lo hacían también contra nuestra dependencia del petróleo? Ya conté en el artículo citado como la reacción brasileña a las subidas fue impulsar los vehículos con motores de alcohol, cuya tecnología está madura desde hace décadas (hay más de siete millones de ellos circulando con estos motores en Brasil, los primeros ya en 1979). Sin embargo la prensa europea de la época silenció esas alternativas mientras ponía en primera plana las fotos de los antinucleares bloqueando la marcha de algún tren que llevaba piezas para la construcción de las centrales.
También vimos a los “heroicos” militantes de Greenpeace impedir la detonación de alguna bomba nuclear francesa en el Pacífico, pero no los vimos protestar contra las de los israelíes, los británicos o los propios norteamericanos. Algunos de ustedes dirán: es que esas pruebas eran secretas. Claro, y también las francesas. ¿Quién creen ustedes que pudo soplar a Greenpeace el secreto y mandó a filmar a los periodistas? Pues, obviamente, alguien que lo sabía. ¿Y quién podía saberlo? Estoy seguro que los americanos.
¿A qué conclusión nos lleva esta disertación? Pues a que algo tuvieron que ver las “siete hermanas”[1] y la CIA en los orígenes y en el desarrollo de ese movimiento. ¿Qué pretendían con ello? Pues, sencillamente, poner a los europeos de rodillas, especialmente al “eje París-Bonn” en sus veleidades europeístas, cuando parecía que los “Estados Unidos de Europa” podían ser una verdadera alternativa al Imperio Americano. Aunque hoy parezca un contrasentido el Mercado Común Europeo era, junto con Japón, uno de los “emergentes” de los años 60 y 70, los que tenían un modelo alternativo de desarrollo con verdaderas posibilidades de plasmarse a medio plazo. Como fuimos apeados de ese tren (también los soviéticos), Estados Unidos ha reinado en solitario desde entonces, hasta que la siguiente generación de “emergentes” ha tomado el relevo. Es significativo que entre los miembros de este último grupo también esté Brasil, un país que con menos margen de maniobra aparente ha sabido, sin embargo, jugar sus cartas con una visión estratégica mucho mayor.
Hubo un libro profético, publicado en Francia en 1967 -y en España en 1969 por Plaza & Janés-, de J.J. Servan-Schreiber titulado “El desafío americano”, que en su día fue un best seller y cuyo capítulo más clarividente se titulaba “Europa sin estrategia”, cuya lectura hoy quizá pueda devolvernos algo de lucidez en medio de esta época decadente en la que estamos cosechando la siembra de varias generaciones de política del avestruz. Desgraciadamente la crisis europea que hoy estamos contemplando ya había sido prevista entonces por su autor. Nadie hizo caso a sus advertencias y hoy sufrimos las consecuencias.
Volviendo a nuestra primera línea argumental, creo que he dejado claro que el modo y el momento en el que los discursos ecologistas se articulan nunca deben pasarnos desapercibidos, como esos discursos siempre están integrados en una estrategia más amplia y forman parte de los conflictos que las diversas facciones que llevan la iniciativa dentro de las dinámicas sociales están librando entre sí; como, con frecuencia, este no es más que un subproducto al servicio de una estrategia concreta de dominación.
Fijémonos por un momento en el continente africano. Todos hemos quedado alguna vez subyugados por la belleza de las imágenes de algún documental sobre la vida salvaje, rodados en alguno de los escenarios privilegiados que nos presenta esa región del mundo. Hemos contemplado escenas captadas en alguno de los grandes parques nacionales africanos, como el Serengueti o el Ngorongoro y probablemente nos parezca fundamental que esos parques existan para que en ellos se puedan preservar los extraordinarios ecosistemas de una de las zonas con mayor variedad de flora y de fauna de La Tierra. Esos parques, sin embargo, están enclavados en países del tercer mundo en los que, con frecuencia, la vida humana tiene escaso valor. Vemos natural que se invierta mucho dinero en la defensa de esos santuarios y muchas universidades europeas o americanas, a través de diferentes convenios de colaboración, que contemplan la presencia de biólogos de las mismas ocupados en diversas tareas de investigación, que financian tales instituciones o, incluso, fundaciones altruistas privadas, emplean mucho dinero en tareas como, por ejemplo, estudiar las migraciones de los herbívoros a través del continente. Pero, a veces, sería mucho más barato salvar millones de vidas humanas en esos mismos países con diversos programas dedicados a combatir enfermedades, a educar a las jóvenes generaciones o a capacitarlos profesionalmente para que sean mucho más eficientes en la búsqueda del sustento cotidiano.
A veces se nos explica desde los medios de comunicación que la presión demográfica, unida a la utilización de técnicas agrícolas primitivas está esquilmando los pocos recursos disponibles en las zonas áridas, transformando en desiertos zonas esteparias, como por ejemplo el Sahel. Sin embargo, sabemos que tecnológicamente es posible hoy alimentar a toda la población africana, con mucho menos impacto ambiental, con técnicas, por ejemplo, de riego por goteo, cuya implantación podría transformar los paisajes de muchas zonas de África. Pero para eso hace falta inversión de capital, formación y, sobre todo, voluntad política para hacerlo. ¿Se imaginan un continente africano próspero y autosuficiente? Ese sería un escenario congruente con un mundo en el que la justicia y la igualdad formen parte de los valores a defender por todos, pero en absoluto con el mundo cainita en que ha derivado el sistema capitalista.
Con frecuencia se nos presenta a la población como incompatible con el Medio Ambiente. Los discursos maltusianos que nos dibujan un panorama apocalíptico si dejamos que los ignorantes y los pobres se sigan reproduciendo a su antojo, además de ser racistas y clasistas son, sencillamente, falsos. Las tesis de Malthus ya fueron refutadas en el siglo XIX por la propia dinámica de los acontecimientos y es inexplicable, desde un punto de vista científico, que hayan sido recuperadas y difundidas como válidas, por los medios de comunicación, a partir de la publicación del libro Los límites del crecimiento, en 1972. Como es inexplicable científicamente que se haya abierto paso el neoliberalismo en la Economía o el creacionismo en la Biología. Los tres discursos son, en realidad, diferentes caras del mismo proceso que ha permitido a los sectores más reaccionarios e intransigentes de nuestra sociedad lanzar un contraataque general contra el progreso y contra la propia civilización.
La especie humana viene demostrando, con su comportamiento, desde la revolución neolítica (hace nueve mil años) que cada vez que se presenta una crisis de subsistencia, por el agotamiento de los recursos, la resuelve incrementando la tecnología, permitiendo así, nuevos incrementos de población. Esta afirmación ha sido particularmente cierta desde que tuvo lugar la revolución industrial, hace ahora doscientos años.
Sin embargo las imágenes que nos muestra la televisión de países como Etiopía, Somalia o Chad pretenden ser la prueba que refuta esa constante histórica, ocultando al telespectador la responsabilidad que la mano del hombre blanco tiene en esos resultados.
Desde hace varias generaciones se viene construyendo un discurso neo maltusiano que en realidad bebe en las fuentes del eugenismo, aquella doctrina del siglo XIX que pretende una selección artificial de la especie humana, para eliminar a los individuos “menos aptos”. Esta corriente, que alcanzó un alto grado de respetabilidad social antes de la Segunda Guerra Mundial, fue desacreditada por la brutal utilización que los nazis hicieron de la misma, provocando una reacción mundial contra ella. Pero no sólo los nazis se excedieron en sus prácticas eugenésicas. A lo largo de las últimas décadas han ido llegando a la prensa espeluznantes relatos de prácticas eugenésicas planificadas desde el estado en países tan poco sospechosos como Australia o Suecia, donde se ha practicado la esterilización planificada y controlada, a través de la Seguridad Social, de mujeres indígenas (en Australia) o de sectores marginales de la población (en el caso sueco). En España tuvimos algo parecido, aunque sin esterilización, con el trato que se dio a los hijos de “madres rojas” durante la guerra y la postguerra y con los episodios, que la prensa nos está descubriendo últimamente, de robo de niños en determinados hospitales.
Ya dije más arriba que los argumentos maltusianos recibieron un nuevo impulso “científico” a raíz de la publicación del libro Los límites del crecimiento, en 1972.

Los límites al crecimiento (en inglés The Limits to Growth) es un informe encargado al MIT por el Club de Roma que fue publicado en 1972, poco antes de la primera crisis del petróleo. La autora principal del informe, en el que colaboraron 17 profesionales, fue Donella Meadows, biofísica y científica ambiental, especializada en dinámica de sistemas.
La conclusión del informe de 1972 fue la siguiente: si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la tierra durante los próximos cien años.”[2]

Hay un tremendo cinismo en este discurso. Se parte del supuesto de que la Humanidad va a dejar que se deteriore el medio sin hacer nada para impedirlo. Están tratando a la especie humana como si fueran manadas de cebras o de ciervos, que son incapaces de evitar el deterioro de su medio cuando se produce una superpoblación.
Pero hay algo mucho más sangrante y obvio todavía: en 1972 un grupo de expertos, americano por más señas, que está intentando hacer previsiones de desarrollo a largo plazo, no utiliza, en ningún momento, la variable espacial, teniendo en cuenta que, supuestamente, la Luna ya había sido o estaba siendo visitada por las tripulaciones del Apolo 11 (16 de julio de 1969), Apolo 12 (19 de noviembre de 1969), Apolo 14 (5 de febrero de 1971), Apolo 15 (30 de julio de 1971), Apolo 16 (21 de abril de 1972) y Apolo 17 (7 de diciembre de 1972). En pleno despliegue del programa Apolo de exploración espacial ve la luz un libro que se llama “Los límites del crecimiento”, que habla de “crecimiento cero”, tanto económico como demográfico como perspectiva de futuro. ¿Tiene esto algún sentido?
En ese contexto empiezan a ver la luz una serie de proyecciones demográficas que se han convertido ya en clásicas: La Tierra tendrá 6.500 millones de habitantes en 2000 y 9.500 en 2050. (Considerando 2050 como el momento en el que se alcanzará el esperado “crecimiento cero” demográfico).
Los 6.500 millones de habitantes del año 2000 se suponían que eran excesivos para la supervivencia del planeta. Una tesis que, por lo menos creo que es discutible, porque se hace, además, sin entrar a considerar como viven esos habitantes. Está claro que no es lo mismo que cada cual tenga un coche en la puerta que consuma 10 litros de gasolina cada 100 km. a que use para desplazarse transporte público con propulsión eléctrica que este siendo generada, a su vez, con fuentes renovables. No es lo mismo que comamos manzanas cultivadas a 10 km. de casa a que nos las traigan desde Nueva Zelanda. No es lo mismo que cada cual viva en un chalet, rodeado por una parcela de mil metros, con piscina individual a que lo haga en un apartamento de 70 en un edificio de varias plantas. El “cómo” vivimos es, probablemente, mucho más importante que el “cuantos somos”.
Pero es importante demostrar que sobra gente en el mundo, y en este sentido los argumentos ecologistas, según como se utilicen, pueden terminar volviéndose contra los humanos, o al menos contra los humanos pobres que, mira por donde, eran las capas de la población que los eugenistas de los siglos XIX y XX querían controlar. Al final es posible que lo más “progresista” o “moderno” del espectro político puede, por arte de encantamiento, como diría Don Quijote, coincidir con la extrema derecha, brindándole argumentos para seguir “ajustando” (¿No les suena esa palabra? ¿Últimamente la estamos escuchando mucho, verdad?) las cifras de población.
En este sentido ya hay “científicos” advirtiéndonos de que la población se va a terminar reduciendo, el señor Lovelock (el creador de la teoría Gaia) se está dedicando a dar conferencias por el mundo para explicar que, como consecuencia del cambio climático, en el año 2100 la población humana estará por debajo de los 500 millones y concentrada en las actuales regiones polares y Colin Campbell habla de 1.000 millones. Es decir, que en el mejor de los casos sobramos seis mil millones, es decir, el 85% de la humanidad actual.
¿Por qué se abren paso este tipo de planteamientos? ¿Por qué esa falta de implicación de las élites en la defensa de un modelo de sociedad inclusivo en el que quepamos todos? Pues por una razón muy sencilla: Ya dije más arriba que la humanidad viene resolviendo, históricamente, cada crisis de subsistencia, incrementando la tecnología. Pero esos cambios tecnológicos también traen consigo, inevitablemente, un cambio en el modelo de relaciones sociales. Es posible que los ricos de mañana no sean los hijos de los ricos de hoy. ¿Se imaginan a un señor que se han enriquecido a base de ladrillo liderando los cambios tecnológicos? ¿Se imaginan a las compañías petroleras construyendo molinos para producir electricidad? Si todavía siguen buscando nuevos yacimientos de hidrocarburos. Si la noticia bomba de hace unas semanas ha sido el descubrimiento de Repsol en Argentina del yacimiento más grande que ellos poseen. ¿Es que no se han enterado del cambio climático? ¿O es que no quieren enterarse?
Si la población creciera a mayor ritmo de lo que lo hace hoy el problema se agudizaría y tendríamos que forzar el cambio tecnológico, y el negocio del petróleo se irá al garete, claro. Así que están intentando retrasar ese momento todo el tiempo que sea posible.
¿Creen ustedes que estos planteamientos tienen mucho futuro? Resistir agarrándose a las viejas tecnologías es la mejor receta para el fracaso. Y en eso está un sector importante de las clases dominantes del mundo occidental. Eso es regalarle el liderazgo del mundo del siglo XXI a los que tengan el coraje de apostar decididamente por las tecnologías que nos van a sacar de este pozo.
En esto, como en la manera de enfocar la crisis económica y la de plantearse el proyecto europeo, las clases dirigentes de este continente han decidido suicidarse como tales y arrastrarnos a todos hacia el abismo. Hora es ya de que empecemos a plantear alternativas.



[1] Siete hermanas: Las Siete Hermanas de la industria petrolera es una denominación acuñada por Enrico Mattei, padre de la industria petrolera moderna italiana y presidente de ENI, para referirse a un grupo de siete compañías que dominaban el negocio petrolero a principio de la década de 1960. Mattei empleó el término de manera irónica, para acusar a dichas empresas de cartelizarse, protegiéndose mutuamente en lugar de fomentar la libre competencia industrial, perjudicando de esta manera a otras empresas emergentes en el negocio. ( http://es.wikipedia.org/wiki/Siete_Hermanas 26/11/2011)
[2] http://es.wikipedia.org/wiki/Los_l%C3%ADmites_del_crecimiento

lunes, 21 de noviembre de 2011

El IV Reich

En las últimas semanas hemos asistido en primera fila a una serie de espectáculos alucinantes. El presidente del gobierno griego, que lleva dos años sometiendo a su país a una serie interminable de recortes draconianos, cumpliendo órdenes de la Unión Europea y del BCE, parecía que iba a acabar con el sistema financiero mundial cuando sugirió la idea de hacer un referéndum en su país (que sólo tiene 11 millones de habitantes) para preguntarle a la gente si está de acuerdo o no con el plan de rescate que él mismo había negociado con el resto de dirigentes europeos. Resulta que preguntarle al pueblo -en un país democrático- si está de acuerdo con lo que está haciendo su gobierno puede poner en peligro todo el sistema capitalista (¿?). Muy mal está -por tanto- este sistema cuando un pueblo tan pequeño puede destruirlo por el sencillo procedimiento de negarse a aceptar la ayuda que se le ofrece (que está condicionada a la pérdida de importantes parcelas de soberanía nacional).
Ante tan “frívolo e irresponsable” comportamiento de Papandreu la UE sacó toda su artillería pesada y empezó a presionar en todas las direcciones posibles, amenazándonos a todos con las penas del infierno, hasta que consiguieron que algunos diputados del PASOK (el partido de Papandreu) no lo apoyaran en la moción de confianza que se presentó en el parlamento griego. En consecuencia el presidente tuvo que dimitir, y se acordó crear un gobierno de “concentración nacional” presidido por Lukás Papadimos, un señor que no es político, que no pertenece a ningún partido, que no es parlamentario y que nunca se ha presentado a unas elecciones democráticas. ¿Cuáles son entonces los méritos que le han llevado a la presidencia del gobierno griego? Pues que fue gobernador del Banco de Grecia desde 1994 hasta 2002 y vicepresidente del Banco Central Europeo desde 2002 hasta 2008. Es un economista cuyo mérito –supuestamente- consiste en que sabe cuadrar las cuentas y a eso llega al gobierno. No le pregunten sobre estrategias políticas ni sobre programas que vayan más allá de cuadrar los balances. Afortunadamente se supone que se trata de un gobierno transitorio hasta que se forme el nuevo que salga de las elecciones del próximo mes de marzo.
Mientras tanto hemos ido viendo como el presidente Berlusconi, en Italia, se ha llevado varios años dándoles una de cal y otra de arena a sus colegas de la Unión cada vez que le hablaban de que había que hacer recortes en su país. Anunciaba que los haría pero después los aplicaba de manera parcial en un continuo ejercicio de funambulismo político, hasta que los intereses de la deuda italiana lo han dejado fuera de combate. Como en el caso griego, después de consultar con diversos grupos políticos y, sobre todos, con los líderes de facto de la UE, se impone el nombre de Mario Monti, otro individuo que, como Papadimos, no pertenece a ningún partido, no es parlamentario y nunca se ha presentado a unas elecciones democráticas. Y el gobierno de Monti no es transitorio, nadie le ha pedido que convoque elecciones y él, por su parte, ya se ha encargado de decir que piensa agotar la legislatura (que termina en 2013, es decir, que le quedan dos años por delante).
¿Qué legislatura es la hay que terminar? Esas son palabras que tienen sentido en una persona que haya sido legitimada en unas elecciones democráticas y cuente con el respaldo del parlamento de su país, de los miembros de su partido, etc. Pero un hombre sin filiación política conocida y sin legitimidad democrática alguna ¿Qué sentido tiene que agote la legislatura? ¿A quién representa ese gobierno?
Esto tiene toda la pinta de un auténtico golpe de estado, aunque los militares no tengan nada que ver con el asunto. En este caso de un golpe de los poderes financieros.
Cuando se nombra presidente a Monti me pongo a buscar documentación, por internet, sobre él y lo primero que encuentro -en Wikipedia- es el siguiente párrafo:

“El profesor Mario Monti fue también director europeo de la Comisión Trilateral, un lobby de orientación neoliberal fundado en 1973 por David Rockefeller. También fue miembro de la directiva del Grupo Bilderberg. Fue presidente del think-tank Bruegel. Monti fue también asesor de The Coca-Cola Company y de Goldman Sachs, durante el período en que esta compañía ayudó a ocultar el déficit del gobierno griego de Kostas Karamanlis”[1]

Sigo buscando y descubro esto otro:

Mario Monti es asesor internacional del banco americano [Goldman Sachs] desde 2005. Y […] Lucas Papademos, que fue gobernador del Banco Central griego entre 1994 y 2002, participando en la operación de falsificación de las cuentas del país perpetrada por Goldman Sachs.[2]

Resulta que, tanto Monti como Papademos, forman parte de un trío que completa Mario Draghi, el nuevo presidente del Banco Central Europeo:

“Mario Draghi fue vicepresidente de Goldman para Europa desde 2002 a 2005, ascendido a socio y nombrado responsable de empresas y deuda soberana de los países europeos. Una de sus funciones era vender “swaps”, productos financieros con los que se ocultó una parte de la deuda soberana y que, en consecuencia, permitieron falsear las cuentas de Grecia.”[3]

Sobre Goldman Sachs dice Wikipedia:

“la Comisión del Mercado de Valores de Estados Unidos (U.S. Securities and Exchange Commission-SEC) acusó a Goldman Sachs de fraude por las hipotecas subprime. La SEC considera que están en el centro del fraude Fabrice Tourre, vicepresidente de Goldman, y señala también a John Paulson, gestor principal del fondo de inversión libre (hedge fund) Paulson&Co. Se considera a Goldman Sachs uno de los actores principales en la ocultación del déficit de la deuda griega.
Goldman Sachs estuvo involucrado en el origen de la crisis financiera en Grecia de 2010-2011, ya que ayudó a esconder el déficit de las cuentas griegas del gobierno conservador de Kostas Karamanlis. Concretamente Mario Draghi el presidente del Banco Central Europeo, había sido vicepresidente para Europa de Goldman Sachs, con cargo operativo, durante el período en que se practicó la ocultación del déficit. De hecho, en junio de 2011, Draghi fue preguntado en el Comité Económico del Parlamento Europeo por sus actividades en Goldman Sachs, en relación al ocultamiento en Grecia.[4]

Los que han ayudado a conducir a Grecia a la bancarrota son los que han sido designados para sacarla de ella –por lo bien que lo han hecho- y de camino a Italia y al resto de la Unión Europea. Eso es como poner a un pirómano a apagar un fuego. Y ya sabemos cómo van a sacarnos a todos de la crisis: con ajustes y con privatizaciones, es decir, empobrecimiento general y liquidación del patrimonio.
El parlamento italiano, que como todos los parlamentos del mundo está compuesto por políticos que –como tales- se han presentado a las elecciones con el propósito manifiesto de ejercer el poder en nombre de sus electores, ha respaldado al nuevo gobierno en el que no hay ningún parlamentario electo y parece que tienen la intención de dejarlos gobernar durante dos años en su nombre.
¿Ustedes han visto alguna vez a toda la clase política de un país renunciar, como mansos corderos, al ejercicio del poder sin oponer resistencia? Se me viene a la mente La marcha sobre Roma de 1922, que permitió la llegada al poder del primer gobierno fascista del mundo, gobierno que abrió –a su vez- las puertas, de par en par, a una época de gobiernos totalitarios en todo el continente europeo, que suprimirían todas las libertades individuales, que exterminarían a poblaciones enteras y que, finalmente, nos conducirían al conflicto armado más sangriento de toda la Historia de la Humanidad.
Lo que está sucediendo, tanto en Grecia como –sobre todo- en Italia no es ningún asunto menor. Es el comienzo de la implantación de una nueva dictadura, que aspira a ser europea. Dicen los medios de comunicación que los partidos italianos que respaldan al gobierno Monti han declinado participar en él para no sufrir el desgaste político que están soportando los gobiernos que bregan con la desbocada crisis económica en la que estamos metidos. Pretenden llegar al poder con las manos limpias dentro de dos años, cuando –supuestamente- los tecnócratas hayan hecho el trabajo sucio. Algo parecido está sucediendo en Grecia con Nueva Democracia, el partido de la oposición de derechas (el equivalente a nuestro PP), que respalda a Papadimos pero no ha querido aceptar carteras en su gobierno (“que se quemen otros”, dicen), lo que ha permitido que el partido de la extrema derecha griega (que estaba ansioso por participar en algún gobierno, algo que no le han permitido desde el fin de la Dictadura de los coroneles) tenga ahora nada menos que cuatro carteras (Infraestructuras, Transporte y Redes -que es una sola-, Agricultura, Marina y Defensa. Ya sabemos que la extrema derecha ha tenido siempre una fijación mental con el ejército). Ya están circulando por internet fotos del nuevo ministro de Infraestructuras, en sus años mozos, destrozando escaparates con una barra de hierro y haciendo pintadas con símbolos fascistas.
Aun suponiendo que los compromisos y los plazos pactados, en ambos casos, se cumplan (algo de lo que yo no estoy tan seguro), el mero precedente que ya han sentado los dos gobiernos está abriendo la puerta a nuevas experiencias totalitarias en el futuro inmediato que debiera hacernos reflexionar.
En el caso griego la sola presencia de miembros del partido de la extrema derecha en el gobierno los está legitimando, de manera implícita, lo que no va a dejar de tener consecuencias en el futuro. Por otro lado ¿Qué creen ustedes que va a hacer el flamante ministro de Defensa durante los próximos cuatro meses, que es el plazo que le han dado para ejercer? Hace apenas dos semanas el gobierno Papandreu cesó fulminantemente a toda la cúpula militar, porque tenía fundadas sospechas de que se estaba preparando una trama golpista. A nivel internacional la propia revista norteamericana Forbes ha alentado, desde sus páginas, ese posible golpe de estado griego. El nombramiento del citado ministro ya nos está ilustrando, con meridiana claridad, acerca de la sensibilidad democrática del que lo puso ahí: el propio Papadimos.
Pero, al margen de las posibles aventuras de los fascistas oficiales de Grecia, hay otros aspectos todavía más preocupantes en la deriva política de estos dos países. Cuando los políticos renuncian a hacer política y entregan el poder a los técnicos se están deslegitimando. Están reconociendo, de manera implícita, su propia incapacidad. Están vaciando de contenido el sistema democrático-parlamentario. ¿Qué fuerza moral tendrán esos políticos después para pedirles el voto a sus conciudadanos? El que declinó ejercer las responsabilidades propias del gobierno en los momentos de dificultad no debiera, moramente, hacerlo cuando lleguen los de bonanza. En cualquier caso están alimentando el discurso populista de los demagogos totalitarios. Están, en definitiva, abriendo la puerta de la dictadura. Hemos de pensar, en el caso italiano, que esta es la consecuencia de diez años de berlusconismo.
António de Oliveira Salazar representa, en la historia portuguesa, lo que Franco en la española. Los historiadores coinciden en que su Estado Novo” es la versión portuguesa del fascismo. Un fascismo más suave que el español y que los de la Europa continental, porque la gran exposición atlántica de este país no le aconsejaba distanciarse mucho de los anglosajones, obligándole a respetar ciertas formas para no irritar excesivamente a los gobiernos aliados, pero su régimen no dejaba por eso de ser una variante del fascismo, de hecho así lo entendieron los propios portugueses y el resto de la intelectualidad europea. A continuación les voy a transcribir algunos párrafos de la biografía de este personaje que procede de Wikipedia (ya ven que las fuentes que utilizo no son nada rebuscadas ni sospechosas) y que vienen a cuento acerca de lo que venimos diciendo:

“En 1928, tras la elección del presidente António Carmona y en vista del fracaso de su antecesor en conseguir un abultado préstamo externo con vistas al equilibrio de las cuentas públicas, Salazar vuelve a asumir la cartera. De inmediato Oliveira Salazar exigió controlar los gastos e ingresos de todos los ministerios. Satisfecha la exigencia, impuso una fuerte austeridad y riguroso control de las cuentas, consiguiendo un superávit en las finanzas públicas tras el ejercicio económico de 1928-29, y esforzándose en mantener un presupuesto equilibrado, al extremo de recortar severamente los gastos del Estado.
[…] En 1932, tras la dimisión de varios Primeros Ministros y ya como una consolidada figura en el gobierno, Salazar asume como Primer Ministro de Portugal. Ese año se lanza el proyecto para crear una nueva constitución, y Salazar llamaría a un grupo de connotados profesores universitarios para crearla, modelando una constitución fuertemente autoritaria y centrada en los poderes del primer ministro. En 1933 luego de ser plebiscitar la Constitución, ésta se aprueba y entra en vigor, naciendo así el Estado Novo y también el Salazarismo.
[…] Con la Constitución de 1933, Salazar instituyó y consolidó el Estado Novo, un régimen nacionalista corporativo con amplios poderes conferidos al ejecutivo en el control del Estado. […] El régimen adopta una forma muy moderada de fascismo basado en el de Benito Mussolini, […] y afirma los valores nacionales y su defensa, sacrificando la libertad individual en beneficio de lo que éste consideraba el interés superior de la Nación.[5]

Ya ven como el tema de los ajustes presupuestarios, de los gobiernos “técnicos” de expertos, que se constituyen provisionalmente para salvar los problemas de la coyuntura (y después duran 40 años) viene de lejos y que en el proceso de toma del poder de los diversos partidos fascistas, a lo largo de los años 20 y 30 del pasado siglo, tuvo mucho que ver la inacción de los demócratas de entonces. Las tácticas de apaciguamiento que los aliados practicaron con Hitler no sólo no consiguieron calmarlo, como ingenuamente habían creído sus adversarios, sino que lo envalentonaron, conduciendo a Europa a una guerra cruel, que no hubiera llegado a ser tan sangrienta si los demócratas le hubieran plantado cara, de manera decidida, desde el primer momento.
Grecia e Italia son, hoy, los casos más sangrantes, pero es evidente que el problema es europeo. A lo largo de las últimas décadas hemos ido delegando un poder creciente en las instituciones centrales de la Unión Europea, sin preocuparnos de que esa transferencia se hiciera con las mismas garantías de legitimidad que tenían los gobiernos nacionales. En Bruselas se ha ido haciendo fuerte una casta de “expertos” que no responde ante las urnas, sino ante un engendro organizativo en el que todo hay que negociarlo hasta el infinito y en el que sólo son capaces de abrirse paso los eurócratas, es decir el grupo de iniciados que conocen las complejas e ininteligibles reglas –llenas de excepciones- de una máquina infernal en la que se cambian mercancías por derechos y principios por puestos en los diversos comités técnicos.
A los ciudadanos de los diferentes países de la Unión les resulta imposible saber las consecuencias últimas de cada una de las decisiones que se toman, pues sólo trasciende una pequeña parte de las mismas y, desde luego, siempre la que les conviene a los eurócratas, ocultándoseles las contrapartidas que hay que pagar por ellas. Los que sí conocen perfectamente cómo funciona la maquinaria burocrática europea son la multitud de lobbies que se han instalado en el corazón de los centros de decisión de la UE.
El engranaje que se ha ido imponiendo en Bruselas cada vez se parece más al “estado corporativo” que es el elemento más esencial del fascismo:

“El proyecto político del fascismo es instaurar un corporativismo estatal totalitario y una economía dirigista, mientras su base intelectual plantea una sumisión de la razón a la voluntad y la acción, […] y una negación a ubicarse en el espectro político (izquierdas o derechas), lo que no impide que habitualmente la historiografía y la ciencia política sitúen al fascismo en la extrema derecha y le relacionen con la plutocracia, identificándolo algunas veces como un capitalismo de Estado, o bien lo identifique como una variante chovinista del socialismo de Estado”[6]

Esto que acaban ustedes de leer forma parte de la definición de fascismo que pueden ver en Wikipedia. El fascismo es, más allá de las formas que adquiera en cada momento, en esencia, el estado de las corporaciones. Esa ha sido su misión histórica. Y el engendro al que llamamos Unión Europea cada vez se parece más a eso. Llevamos varios años contemplando atónitos como los diferentes gobiernos que los ciudadanos europeos han ido eligiendo en sus respectivos países sacrifican los programas con los que se han presentado a las elecciones, y que han refrendado con su voto sus conciudadanos, en aras de incomprensibles reglas europeas que, cada vez más, se asemejan a la famosa “ley del embudo”, muy ancha por el lado de las corporaciones y de los bancos y muy estrecha por el de los ciudadanos.
En los últimos tiempos hemos ido comprobando como una extraña alianza entre prusianos, muchos de ellos educados en las autoritarias escuelas de la “comunista” antigua República Democrática Alemana, y agentes a sueldo de Goldman Sachs, la Trilateral y el Club Bilderbeg están imponiendo, de facto, una dinámica cada vez más totalitaria y discriminatoria en esta Europa que empieza a recordarnos a algunas experiencias imperiales del pasado. El mal llamado eje franco-alemán, cada vez más eje, más alemán y menos francés nos evoca de manera creciente a aquella triste Europa de 1940 en la que el “realismo” político se convirtió en pura y simple capitulación ante las fuerzas totalitarias.


[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Mario_Monti (16/11/2011).
[2] http://www.elconfidencial.com/economia/2011/11/16/los-hombres-de-goldman-sachs-toman-las-riendas-de-europa-87844/
[3] Ibid.
[4] http://es.wikipedia.org/wiki/Goldman_Sachs (17/11/2011).
[5] http://es.wikipedia.org/wiki/Ant%C3%B3nio_de_Oliveira_Salazar (19/11/2011).
[6] http://es.wikipedia.org/wiki/Fascismo (20/11/2011).

lunes, 14 de noviembre de 2011

Democracia y Medio Ambiente

La semana pasada expliqué como la lucha contra el cambio climático y la preservación del medio ambiente abre ante nosotros unas posibilidades inmensas de oportunidades de negocio y de generación de empleo, así como de liderazgo político[1]. Hoy me centraré en el importante papel democratizador que puede desempeñar y de cómo puede ser un potente dinamizador de las economías locales y de la autonomía política de los diversos territorios.
Hace ya más de cuarenta años que aparecieron en la prensa los primeros artículos hablándonos de la contaminación atmosférica y del negativo efecto que tenía sobre nuestra salud. Entonces –y me estoy refiriendo a los últimos años de los sesenta y los primeros de los setenta- se empezó a hablar del automóvil eléctrico –ya se veían prototipos en algunas ferias- y se supo que, tanto en Estados Unidos como en Israel, se estaba avanzando en el desarrollo de placas solares que permitirían en el futuro generar electricidad en grandes cantidades de manera no contaminante. Fue el comienzo del debate acerca de la necesidad de desarrollar la tecnología que nos permitiera avanzar en la producción de energías renovables y reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles (todavía no se sabía nada, al menos a nivel de calle, acerca del calentamiento global).
Como pueden figurarse, el desencadenamiento de la crisis del petróleo, a partir de 1973, avivó todavía más ese debate y se añadieron nuevos argumentos para justificar la necesidad de desarrollar la tecnología de las energías limpias, ahora de índole económica y geoestratégica. Estaba claro que si se avanzaba en ese campo se podría llegar a reducir bastante la factura petrolera y se fortalecería además nuestra independencia económica y, como consecuencia, también política.
Entonces la energía solar (apenas se hablaba de la eólica) todavía estaba muy verde, y no se veía como una alternativa inmediata a los combustibles fósiles, aunque sí se sentía la necesidad de seguir avanzando en ese campo. Pero en esa línea de intentar disminuir la dependencia del petróleo hubo algunas experiencias muy interesantes, como el desarrollo de motores de alcohol, que se saca de la caña de azúcar y que el gobierno brasileño viene impulsando, para los automóviles, desde 1979 (en 2009 circulaban en ese país 7,5 millones de estos vehículos). De esta manera matan varios pájaros de un solo tiro: dan salida a un importante cultivo local, impulsan la industria del país, reducen su factura energética y, con ella, su dependencia del exterior.
En los países de la OCDE, en cambio, se abrió paso la tesis de que la mejor alternativa que había a los combustibles fósiles era la energía nuclear. Los franceses impulsaron vigorosamente esa opción y arrastraron tras de sí a buena parte de sus socios europeos. También se construyeron gran cantidad de centrales en los países comunistas, en Japón y, por supuesto, en Estados Unidos. Estas instalaciones crecieron como setas en todos esos países y, como consecuencia, en algunos de ellos -con Alemania a la cabeza- apareció un potente movimiento ciudadano antinuclear (recordemos el popular eslogan “Nucleares no, gracias”, típico de los años ochenta) y el surgimiento de organizaciones como Greenpeace o los diversos partidos verdes que se extendieron por nuestro continente, algunos de los cuales llegarían a formar parte de las coaliciones gobernantes en sus respectivos países.
En los años ochenta las alternativas eran: petróleo o energía nuclear. Calentamiento global o la espada de Damocles de los posibles accidentes nucleares (recordemos el de Three Mile Island (1979) o el de Chernóbil (1986)) con sus lamentables secuelas. Incluso aunque no se produjeran tales accidentes, siempre existía el problema de los residuos generados por las centrales. Había que elegir entre la tormenta o la tempestad.
Sin embargo, la situación actual es cualitativamente distinta a la de entonces. Afortunadamente en estos últimos veinte años se ha avanzado bastante en el desarrollo de las tecnologías asociadas a la producción de energía basada en fuentes renovables, con la eólica liderando el proceso y la solar acompañándola por detrás. Además se están abriendo nuevos campos para diversificar aún más las alternativas disponibles, como la biomasa, y se investiga incluso (y España aparece bastante bien situada en este nuevo frente) en la energía mareo-motriz. Actualmente nuestro país está generando un importante porcentaje de su energía eléctrica con tecnologías no contaminantes y su cantidad aumenta cada año,
Y sin embargo, no dejan de aparecer en la prensa artículos de “expertos”, algunos de ellos de personalidades tan relevantes como Felipe González, insistiendo en la necesidad de impulsar el desarrollo de las centrales nucleares de última generación, que vendría a rescatarnos de nuestra dependencia de las energías fósiles, presentándo a la nuclear como la alternativa más seria y más viable a medio plazo para enfrentarnos con el cambio climático.
El debate, desde luego, no es inocente. Si algo hemos aprendido en los últimos años los que seguimos de manera regular la prensa escrita y nos preocupamos de contrastar -en la medida en que nos dejan- las fuentes disponibles, es que lo más volátil que hay en el mundo son las opiniones de los “expertos”, que donde ayer decían “digo” hoy dicen “Diego”. El reciente accidente de la central de Fukushima ha tenido la virtud de enfriar un debate que se venía calentando desde hacía varios años, haciendo cambiar de opinión a partidarios tan fervientes de las centrales como, por ejemplo, la señora Merkel.
Pero detrás de la opción que cada uno defiende de desarrollo energético no sólo se esconde una particular visión del asunto en cuestión sino que, por el contrario, subyace un modelo de sociedad, un proyecto de futuro que lleva implícito una manera determinada de relación entre los hombres.
La energía nuclear presenta demasiados peligros, como amargamente hemos podido comprobar este mismo año, y no es cuestión de seguir jugando con ella a la ruleta rusa, arriesgándonos a que la próxima vez nos suceda a nosotros y no vivamos para contarlo. Por otra parte (supongo que algo tendrá que ver con los sucesos de Fukushima) últimamente nos están bombardeando, a través de los documentales de los canales de televisión temáticos, con los importantes descubrimientos que están teniendo lugar en el campo de la fisión nuclear, la otra rama de la investigación atómica, que utiliza un combustible tan abundante y barato como es el hidrógeno. La siguiente batalla será convencernos de que la fisión nuclear es una alternativa más potente y con menos riesgos que la fusión que ya conocemos.
¿Por qué tanto insistir en la energía nuclear –de uno u otro tipo- cuando los frentes de investigación en energías renovables se multiplican y presentan cada vez mejores rendimientos?
Hay una razón fundamental: El modelo de desarrollo que subyace detrás de la investigación atómica es oligárquico. Si consiguen convencernos de su utilidad se abrirán unas inmensas oportunidades de negocio para las corporaciones capaces de acceder a esa tecnología, que es muy costosa de implementar. Grandes negocios pero sólo para unos pocos.
Observen el cinismo y la hipocresía de la que hacen gala sus defensores, pues mientras tratan de convencernos a nosotros de sus bondades, nos alertan del peligro que nos acecha si accedieran a ella países como Irán o Corea del Norte. ¿En qué quedamos, es buena o es mala? Y la respuesta es: según. Según si el que la tiene es de los nuestros o, por el contrario, milita en el bando equivocado. El asunto es que los avances tecnológicos a los que tendríamos acceso desarrollando esa energía tienen también un inmediato aprovechamiento militar. Si eres capaz de construir una central nuclear también lo eres de fabricar una bomba atómica y, claro, no es lo mismo que la bomba la tengamos nosotros a que la tengan nuestros enemigos. Ya sabemos que el mundo está dividido entre buenos y malos, y que lo que es aconsejable para los buenos está terminante prohibido para los malos.
Pero, aun admitiendo como válido, por un momento, ese repugnante planteamiento maniqueo ¿Qué garantías tenemos de que la tecnología que hoy está en manos de los buenos no acabe filtrándose, más tarde o más temprano, al bando de los malos? ¿Qué garantía tenemos de que los que hoy son buenos mañana no se vuelvan malos o viceversa? Y entonces los buenos de hoy, que pueden ser los malos mañana, ya tendrán la tecnología puesta y a ver como se la quitamos después.
Hace unos días vimos a la respetabilísima revista Forbes reconocer que no vendría mal ahora un golpe militar en Grecia, y al gobierno griego cesar a toda la cúpula militar ante el evidente ruido de sables que se oía en los cuarteles. ¿Ven lo fácil que es pasar de un régimen democrático a otro totalitario? Basta que se le crucen los cables a unos cuantos ricachones y que haya algunos aventureros en el ejército dispuestos a ponerse a sus órdenes. ¿Ven lo fácil que es perder el control del arma nuclear?
Imagínense ahora por un momento que el coste económico asociado a la puesta en marcha de una central nuclear fuera relativamente barato, lo suficiente como para que estuviera al alcance de un país mediano del tercer mundo. Al ser una tecnología de doble uso, civil y militar, los guardianes de la ortodoxia no podrían tolerar que, aunque el estado en cuestión se lo pudiera permitir, esa tecnología se difundiera por ahí, puesto que pondría en peligro la paz mundial. Le dirían que “aunque su pueblo pueda pagarlo, el mundo no puede consentirlo”. He ahí la trampa maniquea que lleva asociada esta tecnología. En realidad el peligro de las fugas radioactivas y la necesidad de reforzar con controles exhaustivos todo lo que tiene que ver con la seguridad -disparando así los costes de mantenimiento de las centrales- y el peligro añadido de su utilización militar –si cayera en malas manos- constituyen una garantía de exclusividad para los miembros del selecto club de los autorizados a invertir en este sector. Es un estímulo adicional. Es un negocio reservado para una élite muy reducida (con todo lo que eso implica de falta de competitividad, posibilidad de acordar los precios, etc.). Esa élite no sólo tendrá asegurado su negocio, también tendrá un inmenso poder de presión, político y militar, rodeándole para impedir a otros potenciales competidores industriales acceder al club. Tendrán a sus órdenes a los servicios de inteligencia de sus respectivos países porque cualquier posible filtración de una técnica hacia sus rivales comerciales se convierte automáticamente en un atentado a la Seguridad Nacional de los países de Occidente.
¿Y qué sucedería si en vez de apostar por el desarrollo de ese modelo oligárquico apostamos a fondo por las energías renovables?
Pues ya lo están ustedes viendo: para poner un molino en tu finca o una placa solar en el tejado de tu casa, o de tu nave industrial, no hay que ser Rockefeller y cualquiera puede convertirse en productor de energía eléctrica, contribuyendo así a la prosperidad general, ganando de camino algún dinero o ahorrándolo en cualquier caso. Al hacerlo está ayudando a disminuir la factura energética de su país y de paso su dependencia exterior. Por tanto está reforzando su independencia. Al debilitar el poder de las oligarquías ligadas a la producción de energía está haciéndolo también con los lobbies que someten a vigilancia a los políticos elegidos democráticamente, y al no ayudar a desarrollar una tecnología de doble uso está trabajando, además, por la paz.
¿Comprenden ahora todo lo que nos estamos jugando en el debate nuclear?



lunes, 7 de noviembre de 2011

El cambio climático como oportunidad

Cada crisis es un reto, cada problema una oportunidad. La humanidad se enfrenta hoy a varios desafíos titánicos pero, si actuamos con inteligencia, algunos de ellos nos pueden servir de palanca para ayudar a solucionar a los otros.

Una de las dificultades mayores a la que nos enfrentamos hoy a escala planetaria es, sin duda, el cambio climático. El calentamiento global le plantea a toda la sociedad un reto histórico que va a dar al traste –inevitablemente- con el modelo de desarrollo, altamente depredador, que hemos construido a lo largo de los últimos siglos.
Para afrontarla tenemos que definir una estrategia a siglos vista. Combatir el cambio climático no es sólo cuestión de sustituir una serie de productos contaminantes por otros que no lo sean, de esa manera nunca podremos superar con éxito un proceso de deterioro del medio ambiente de la envergadura del que tenemos por delante.
Estamos en el comienzo del despliegue de una “guerra” que no debe orientarse sólo, y ni siquiera de manera prioritaria, a mitigar las consecuencias de la multitud de decisiones inadecuadas que hemos ido tomando desde hace siglos y que nos han traído hasta aquí.
Desde mi punto de vista lo fundamental, aunque hoy no sea lo más urgente, es redefinir, por completo, nuestra relación con el medio. Hasta ahora el hombre occidental –que es el que ha impuesto su modelo de desarrollo al resto de la humanidad- ha sometido a éste a sus propias exigencias, proyectando sobre el mismo su concepto de sociedad, expansivo y depredador; lo ha sometido, dando por supuesto que era infinito y que compensaría –gracias a su inmensidad- los desmanes que estábamos practicando sobre él.
El individualismo burgués y su ética, que beben en las fuentes del protestantismo de los siglos XVI y XVII, que colocaban lo subjetivo por encima de cualquier otra consideración (recordemos su frase más paradigmática: “sólo la fe nos salva”) ha construido un universo que parte de la premisa de que el mundo occidental es, de alguna forma, el nuevo pueblo elegido por Dios para dirigir a los hombres. Ha construido, conceptualmente, una torre de marfil en la que ha metido dentro al núcleo duro del occidente cristiano –que en un 80 u 85% se corresponde con la ecúmene protestante- bajo la que subyace el concepto apocalíptico (porque la idea parte del libro del Apocalipsis) de la Nueva Jerusalén, esa ciudad de oro puro con murallas de jaspe reservada para que vivan allí los elegidos al final de los tiempos.
Al establecer una relación directa con el Demiurgo, sin mediadores de ningún tipo, el protestantismo está en realidad sustituyendo al Dios de la Biblia por la propia subjetividad personal de cada individuo, por su propio ego y, como consecuencia, poniendo el Universo entero –la obra de ese Creador que se ha transformado en poco más que un colega altamente comprensivo- a sus pies, sometido por completo a las exigencias que se derivan de la satisfacción de las necesidades, incluso de los caprichos, de ese ego, cada vez más desatado, que ya no tolera que nada ni nadie le ponga límites a sus pretensiones.
Los occidentales han construido, en los últimos quinientos años, un ecosistema social en el que ellos se han encargado de ponerse en la cúspide, en el nicho de los superpredadores. Como tales han venido actuando durante todo ese tiempo, apropiándose de cualquier recurso que se pusiera a su alcance.
Pero en ese proceso expansivo indefinido han terminando encontrando el límite. El planeta es grande, pero finito; y ya nos está mostrado las consecuencias del agotamiento creciente de todos esos recursos que alegremente hemos venido dilapidando.
Hoy sabemos que nuestro actual modelo de desarrollo es insostenible. Se impone, por tanto, un replanteamiento global del mismo y su sustitución por otro más viable, que sea sostenible a largo plazo.
Para situarnos subjetivamente en la posición idónea para poder encarar con éxito esa gran empresa tenemos, primero, que tomar conciencia de los límites que el planeta, en particular, y la naturaleza, en general, nos imponen. Tenemos que interiorizar que el medio ambiente no fue creado para servirnos, sino que formamos parte de él y que, por tanto, tenemos que empezar por acatar sus reglas eternas de funcionamiento. La más importante de todas ellas es la sostenibilidad. Cualquier proceso nuevo que ideemos, cualquier innovación, tiene que estar adecuadamente dimensionado y compensado por otros, para que su impacto ambiental sea nulo.
Pero lo urgente, ahora, es plantarle cara a los desastres ambientales que ya están en marcha como consecuencia del insensato modelo de desarrollo económico en el que estamos instalados. En ese contexto, la brutal crisis económica que atravesamos, que para muchos representa un problema añadido, que viene a obstaculizar el proceso de toma de decisiones que deberían llevarnos a iniciar la nueva cruzada medioambiental y que detrae cuantiosos recursos que debieran estar dedicándose ya a este tema, desviándolos hacia los servicios derivados de las deudas gubernamentales o de los programas sociales dedicados a mitigar, entre las clases populares, las consecuencias de la misma, esa crisis económica –repito- si actuamos con inteligencia, puede terminar convirtiéndose en una verdadera oportunidad que facilite una adecuada respuesta al desafío que el Medio Ambiente nos plantea y viceversa, es decir, los problemas ambientales nos abren un inmenso campo de actuación que nos pueden permitir dinamizar la economía y por ende ayudarnos a salir de la crisis.
En los años treinta del siglo pasado vimos a norteamericanos y alemanes aplicar ambiciosos programas keynesianos para enfrentarse a la dura crisis del año 1929. Entonces fueron las obras públicas y, también, la industria militar los motores de un desarrollo que, por su fuerte componente belicista, nos condujo a la más terrible conflagración que la humanidad haya conocido y, después, a uno de los períodos históricos más prósperos y pacíficos de la historia. Ese período estuvo liderado por países que estaban embarcados en los citados programas desde mucho antes de que la guerra estallara, y fue ese modelo el que arrastró al resto de naciones hacia la senda de la prosperidad y del crecimiento económico, recordemos como el Plan Marshall transformó por completo el paisaje de las ciudades europeas en las dos décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.
Hoy la “guerra” para la que hay que prepararse es el Cambio Climático y, como sucedió en la década de los treinta, la única salida posible a la crisis que atravesamos es un ambicioso programa de inversiones que genere actividad económica y puestos de trabajo. ¿Qué mejor momento para diseñar un plan de choque medioambiental ambicioso? Así podemos “matar dos pájaros de un tiro” y ponernos en la vanguardia del nuevo tiempo que se abre ante nosotros.
La lucha contra el calentamiento global es polifacética, afectando a una cantidad de sectores económicos importante: Hay que redefinir todos los procesos industriales para que reduzcan su impacto ambiental, hay que crear una infinidad de nuevos productos que reemplacen a los viejos que no cumplen con los nuevos estándares, hay que regenerar suelos y paisajes degradados, que cambiar nuestra manera de cultivar, de edificar, de producir energía, de transportarnos, etc. etc. En realidad casi cualquier faceta de nuestra vida en la que pensemos puede ser transformada si la observamos desde el prisma de la conservación del medio. ¿Se imaginan la cantidad de puestos nuevos de trabajo que todo esto puede generar? ¿Se imaginan la cantidad de nuevas oportunidades de negocio que se abren ante nosotros?
Estar en la vanguardia de la nueva revolución en ciernes está en nuestra mano. Ya estamos viendo como algunas empresas españolas como Gamesa, Abengoa, Indra, etc. se han situado en la primera línea de esta batalla. España, además, es un país que está situado en una zona geográfica muy sensible a los cambios ambientales y ya hemos visto como algunas tecnologías desarrolladas por empresas españolas están demostrando un potencial formidable, como las técnicas de desalación del agua, que están teniendo una gran aceptación en los países del Magreb y del Próximo Oriente. Lo mismo podríamos decir de las centrales termosolares, que tienen en la provincia de Sevilla a dos de los centros de investigación más importantes del mundo (Sanlúcar la Mayor y Fuentes de Andalucía).
La riqueza medioambiental de Andalucía, en particular, y de España, en general, así como su posición estratégica en las rutas migratorias de las aves, nos coloca, igualmente, en el punto de mira de todos los conservacionistas del mundo. La gran cantidad de parques naturales que posee nuestra región, así como la existencia de corredores ecológicos, como los que representan las viejas cañadas medievales, convierten a nuestro país en un espacio singular, único, irrepetible e irreemplazable.
Estar en la vanguardia de la nueva revolución es importante no sólo por las posibilidades de negocio y de prosperidad que se abren ante nosotros. Lo es, sobre todo, porque es ahora cuando se está definiendo el nuevo modelo de desarrollo que va a regir en el planeta durante las próximas generaciones, un modelo en el que nosotros tenemos mucho que decir, mucho que aportar; en el que nuestra visión del mundo y de la vida (tan diferente de la de los pueblos del centro y del norte de Europa) puede introducir cambios significativos en las características de ese modelo. Un modelo que, con nuestra ayuda, puede ser mucho más abierto, más inclusivo.
Démosle la vuelta al problema y convirtamos la crisis en una oportunidad.