“Se
tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo
antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego, serán
encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o
sindicatos no afectos al movimiento, aplicándose castigos ejemplares a dichos
individuos para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas.”
General Mola: Instrucción Reservada nº 1. 25 de abril de 1936[1]
Antonio Machado, Miguel Hernández, Federico García Lorca y Clara Campoamor
La Crónica de un genocidio anunciado
La
cita con la que empezamos este artículo es anterior, como vemos, en casi tres
meses, al Levantamiento del 18 de julio.
Y prefigura las características de lo que será la Guerra Civil Española, convirtiendo su historia en la Crónica de un genocidio anunciado.
El
Decreto de Unificación promulgado por
Franco el 18 de abril de 1937 define al Régimen que los nacionales estaban creando como “Nuevo
Estado Totalitario”[2].
Así se refleja, nada menos, que en el Boletín
Oficial del Estado, lo que desde nuestro punto de vista es bastante exacto.
Estamos, no lo olvidemos, en los años treinta y el fascismo se está extendiendo
por el mundo. El totalitarismo “está
de moda”. El 19 de julio de 1936 Mola volverá a escribir:
“Es
necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio
eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros.
Tenemos que causar una gran impresión, todo aquel que sea abierta o
secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado.”[3]
Así
de brutal era la situación. Las masacres de Badajoz
(3.800 fusilados en dos días -14 y 15 de agosto de 1936- en una ciudad de 41.000
habitantes), la de la Carretera de Málaga
(entre 3.000 y 5.000 civiles asesinados mientras huían el 8 de febrero de 1937)
o de Guernica (26 de abril de 1937)
nos pueden ilustrar bastante acerca de los métodos empleados por los
sublevados. Llamar “Cruzada” a esas
matanzas define con claridad la catadura moral de los que la han empleado.
Después de esto cualquier comparación que se pretenda hacer con la “violencia del otro bando” que, no lo
olvidemos nunca, está defendiendo a un gobierno constitucional,
democráticamente elegido apenas cinco meses antes de la sublevación ¡por todos los españoles!, no puede
pretender otra cosa más que legitimar un genocidio, borrar nuestra memoria.
España
es uno de los países del mundo en los que la población conoce peor su propia
historia. Esto no es casual. Hay mucho que olvidar. Los vencedores de la Guerra
Civil y sus herederos necesitan desesperadamente criminalizar al adversario
para seguir impartiendo lecciones de moral. Y han planificado una amnesia
colectiva que nos borre a todos la memoria. Hay
demasiada sangre derramada.
Defender España
Los soldados
republicanos que murieron en combate en la Guerra Civil Española… murieron defendiendo a su país, ¡Murieron
por España!
Son patriotas… los auténticos… porque
los otros estaban combatiendo al gobierno que su pueblo acababa de elegir,
aplicando la legalidad vigente y… ¡luchaban
para doblegar su voluntad manifiesta!
En España hubo
una generación que murió en combate, sufrió cárcel o marchó al exilio por
defender la Democracia y la Libertad. Ese es un hecho incontestable que
nadie, nunca, podrá borrar. Una generación que fue abandonada a su suerte por
los que hoy se presentan ante el mundo como los mayores defensores de esos
mismos principios morales y que, precisamente por abandonarlos, tuvieron
después que sufrir la agresión de esos totalitarios cuyo rostro vimos primero
en España. Una generación que fue entregada como tributo para intentar
apaciguar a una bestia insaciable, supongo que para intentar ganar algo de
tiempo o, tal vez, porque hay “demócratas” que no se acaban de creer lo que
esta palabra significa y tuvieron que ver a sus enemigos en acción antes de
entender que ceder ante el chantaje sólo sirve para hacer proliferar a los chantajistas.
Los
terribles bombardeos de las ciudades republicanas no fueron más que un presagio
de los que después se vieron en la Segunda Guerra Mundial. Sus campos de
concentración y sus batallas aéreas fueron, también, una primicia de lo que
venía.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y
en medio de las batallas.
Esto
fue escrito por Miguel Hernández… soldado…
poeta… comunista… en plena Guerra Civil. También escribirá:
Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.
Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.
MIGUEL
HERNÁNDEZ, El hombre acecha, (1938-39).
El legado de una generación
La
Guerra Civil ha sido el suceso más traumático que haya tenido lugar en nuestro
país desde la invasión de la Grande Armée
napoleónica. Y ha dejado heridas muy profundas en su tejido social que aún
tardarán bastante en cicatrizar. Sólo tenemos que oír ciertos debates
parlamentarios actuales para percatarnos de que, aunque nadie la nombre, sigue
presente en nuestro subconsciente colectivo. Sólo así se pueden entender una
serie de tabúes que siguen condicionando nuestras vidas y que nos impiden, por
ejemplo, reconocer la heroicidad de decenas de miles de hombres y de mujeres… compatriotas…
antepasados… que dieron una lección a un mundo que había decidido precipitarse
hacia el abismo.
"En España,
los muertos están más vivos que en cualquier otro país del mundo", dijo Federico García Lorca. Sí, los muertos
están vivos porque dieron su vida por nosotros. Viven a través nuestra. Y esa entrega generosa por su país y por su
gente convirtió a esa generación en un referente universal, eterno, atemporal…
Vientos del pueblo me llevan,
Vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y
me avientan la garganta.
…
La muerte junto al fusil,
antes que se nos destierre,
antes que se nos escupa,
antes que se nos afrente
y antes que entre las cenizas
que de nuestro pueblo queden,
arrastrados sin remedio
gritemos amargamente:
¡Ay España de mi vida,
ay España de mi muerte!
Miguel Hernández
Cantad alto. Oiréis que oyen otros oídos.
Mirad alto. Veréis que miran otros ojos.
Latid alto. Sabréis que palpita otra sangre.
No es más hondo el poeta en su oscuro subsuelo.
encerrado. Su canto asciende a más profundo
cuando, abierto en el aire, ya es de todos los
hombres.
Rafael Alberti
Lo
dicho: una generación eterna. Una
generación que supo morir con dignidad y que, por eso, vivirá siempre.
A
principios de los años setenta, en plena adolescencia y en los estertores de la
Dictadura, con la inconsciencia y el entusiasmo de los jóvenes decidí, como
miles de compatriotas de mi época, pasar a la clandestinidad e implicarme en la
lucha por la restauración de la Democracia. Y un día llegó a mis manos… ¡clandestinamente!, un disco que años
después circuló libremente y que hoy sólo recordamos algunos cuya memoria quedó
fijada en ese momento histórico. Era la grabación del recital que dio Paco Ibáñez en el teatro Olimpia de París… ¡en el exilio!, en 1969.
Para
mí fue un auténtico descubrimiento. En ese doble LP el cantautor había puesto
música a poemas de Quevedo, Góngora, el Arcipreste de Hita, Alberti, Machado… viejos
poetas que ya había leído, aunque no conociera algunos de los textos a los que
Ibáñez puso música, junto con otros que no tenía ni idea de que existieran,
como León Felipe, Gabriel Celaya, José Agustín Goytisolo, Blas de Otero… Y a
partir de ahí empecé a tomar conciencia de lo mucho que nos habían quitado. Nos habían robado una parte importante de nuestra
identidad, de nuestra historia, de lo
que somos. Poco a poco fui comprendiendo que vivía en un país
infinitamente más grande que el que la Dictadura nos había mostrado… Y volví a
releer a Machado, a Hernández… compré las poesías completas del primero y las
convertí en mi libro de cabecera. Años después, ya en democracia, se lo presté
a un amigo, que no me lo devolvió. Cuando, enfadado, comprendí que no lo haría,
busqué una reimpresión de la misma edición… ¡Y
había crecido! En ella aparecían ahora los poemas que la censura había
prohibido, entre ellos los de la Guerra Civil:
Fragores en tu carta me han llegado
de lucha santa sobre el campo ibero;
también mi corazón ha despertado
entre olores de pólvora y romero.
Donde anuncia marina caracola
que llega el Ebro, y en la peña fría
donde brota esa rúbrica española,
de monte a mar, esta palabra mía:
"Si mi pluma valiera tu pistola
de capitán, contento moriría".
…
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.
…
¡Madrid, Madrid!, ¡qué bien tu nombre suena,
rompeolas de todas las Españas!
La tierra se desgarra, el cielo truena,
tú sonríes con plomo en las entrañas.
Madrid, 7 de noviembre de 1936
Al
final le di las gracias a mi amigo por haberse quedado con mi libro, lo que me
había permitido descubrir otra faceta de nuestra historia que aún desconocía.
La Edad de Plata de la cultura española
Muchos
autores usan el término “Edad de Plata”
para referirse a la generación que floreció en nuestro país durante el primer
tercio del siglo XX y que la Guerra Civil nos arrebató. La España de la Institución Libre de Enseñanza, de la Junta para Ampliación de Estudios e
Investigaciones Científicas, del Centro
de Estudios Históricos, del Instituto
Nacional de Ciencias Físico-Naturales, de la Residencia de Estudiantes, de las Misiones Pedagógicas, del Instituto
Internacional… Una España de investigadores, filósofos, escritores, poetas,
pintores, músicos… que murieron durante esos tres años fatídicos o tuvieron que
marchar al exilio y acabaron transmitiendo su saber a otros pueblos lejanos.
Esa
España que se nos robó… que silenciaron… La
España “redentora”, “del cincel y de la maza, de la rabia y de la idea” de
la que habló Machado[4]
y que tan bien conoció; la de “los
hombres jornaleros, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros”,
que nos mostró Miguel Hernández[5].
La España trabajadora… La mayoría de nosotros
no somos conscientes de la profundidad del daño que se nos hizo. Pondremos
algunos ejemplos:
Dos
de los siete premios Nobel que tiene nuestro país fueron exiliados de la Guerra
Civil (Juan Ramón Jiménez y Severo Ochoa). Pertenecen a esa
generación “talada”, para usar la
expresión empleada por Miguel Hernández.
Si
comparamos el currículum de los dirigentes de los dos bandos que se batieron en
la Guerra Civil tomaremos plena consciencia del abismo intelectual que los
separaba: la experiencia que a Franco le sobraba era la de las guerras
coloniales del norte de Marruecos. Frente a él, Juan Negrín, Presidente del Gobierno de la República desde mayo de
1937 hasta marzo de 1939, era Catedrático
de Fisiología de la Universidad Central de Madrid y tuvo como ayudante nada menos que a Severo Ochoa, Premio Nobel de
Fisiología y Medicina en 1959 por sus trabajos sobre el Ácido Ribonucleico (ARN), precursor de
los avances en la genética que se han producido en el mundo desde entonces. De
hecho, dos de las nuevas vacunas creadas recientemente para combatir el
COVID-19 (las de Pfizer/BioNTech y de
Moderna) presentan la novedad
histórica, con respecto a la gran mayoría de vacunas anteriores, de basarse en
una nueva tecnología conocida como “vacunas
de ARN mensajero (ARNm)”[6].
Esto nos puede dar una idea de lo que se estaba jugando en ese conflicto
fratricida:
“Negrín
se ocupa de crear una escuela de Fisiología de renombre mundial. Fue maestro,
entre otros, de los más tarde profesores Severo Ochoa (galardonado con el
premio Nobel de Fisiología y Medicina), José María García-Valdecasas y
Francisco Grande Covián, que pudieron beneficiarse también de la impresionante
biblioteca de Fisiología que Negrín se había traído consigo de Alemania y se
dedicó a completar.”[7]
Hubo
centenares de miles de exiliados que siguieron trabajando por la Humanidad tras
haberse visto obligados -a punta de fusil- a abandonarnos. Y que ayudaron
después a otros pueblos a seguir creciendo, a seguir luchando, como lo habían
hecho antes con el nuestro. Esos compatriotas tendieron puentes, como antes
habían hecho otros, con esos hermanos de más allá de nuestras fronteras y que
veremos otro día. Y volvieron a escribir nuevas y hermosas páginas de nuestra
Historia que también se nos han ocultado.
El Nacionalismo Español
Hace
algunos años, cuando abordé en este blog el nacionalismo
norteamericano[8],
cité a algunos autores que me dieron una visión del nacionalismo, aplicado a su
país, que rompieron mis esquemas “europeos” del concepto de “nación” y de sus
derivados. En su libro ¿Quiénes somos?[9] Samuel Huntington dice:
“La Guerra de
Secesión, como dijo James Russell Lowell una vez concluida, fue «¡un material
muy costoso con el que construir una nación!». Pero sirvió para construirla. La
nación nació con la guerra y se materializó plenamente durante las décadas
posteriores a la misma. También lo hicieron el nacionalismo y el patriotismo, y
la identificación incondicional de los estadounidenses con su país. El
patriotismo anterior a la guerra, señalaba Ralph Waldo Emerson, había sido un
fenómeno esporádico. Sin embargo, la «muerte de miles de personas y la
determinación de millones de hombres y mujeres» durante la guerra mostraron que
el patriotismo norteamericano para entonces ya «[era] real».” […] “La bandera, como muchos autores han señalado, se convirtió,
esencialmente, en un símbolo religioso, en el equivalente de la cruz para los
cristianos. Se la veneraba. Ocupaba el puesto de honor en todas las ceremonias
públicas y en otras muchas de carácter privado. Era normal que la gente se
pusiera de pie en su presencia, se descubriera la cabeza y, en los momentos que
así lo exigían, la saludara. Los escolares de casi todos los estados tenían la
obligación de jurarle lealtad a diario.” [...] “Para el ciudadano, se trata de
un objeto de adoración patriótica, emblemático de todo lo que representa su
país: sus instituciones, sus logros, su larga lista de muertes heroicas, la
historia de su pasado, la promesa de su futuro.”
Estas
afirmaciones me hicieron reflexionar acerca de un concepto al que, en Europa,
vemos desde otro punto de vista:
“Este
pensador estadounidense (después he podido comprobar que la tesis de que el
nacionalismo norteamericano es una consecuencia de la Guerra de Secesión está
muy extendida entre los intelectuales de este país) nos viene a decir que su
nación no surge en guerra contra Inglaterra, como pensábamos por aquí, sino en
una guerra civil en la que medio país aplasta al otro medio y le impone, por la
fuerza, sus valores éticos, su manera de concebir la “Nación Americana”. Esta
afirmación, como comprenderá el lector, no puede dejar de sorprender a este
lado del Atlántico y llevarnos a preguntar ¿Estamos llamando “nación” a la
misma cosa? Si el país de antes de la Guerra –cuando los enemigos oficiales
estaban fuera- no era La Nación, sino que esta surge después, cuando el enemigo
está dentro, aniquilado, silenciado ¿Cuál es la verdadera naturaleza de la
“Nación Americana”? […] ¿Cómo se le puede imponer la identidad, con
las armas, a medio país y presentarla después como colectiva?
Esta
interpretación de los hechos, en el supuesto de que refleje con relativa
fidelidad el proceso histórico que nos narra, no puede dejar de causarnos
inquietud y de hacernos sospechar que la nación y el patriotismo se están
usando como coartada, como anestesia colectiva para imponer un modelo que está
lejos de contar con los apoyos sociales que se presume que tienen. ¿Qué sentido
tiene hacerle jurar lealtad a la bandera a un escolar a diario? ¿Tan amenazada
está la identidad americana? ¿América es la patria, libremente construida, de
los ciudadanos americanos o, por el contrario, los americanos son súbditos de
la “Nación Americana”? ¿La Nación es el instrumento del Pueblo o es el Pueblo
el instrumento de la Nación? Y si Pueblo y Nación no son sinónimos ¿A quién
representa de verdad el concepto de Nación en los Estados Unidos de
Norteamérica?
[…]
Presentar
una guerra civil cómo el punto de arranque del sentimiento de nación, pese a la
sorpresa inicial, dado el aparente contraste con los modelos europeos, no puede
dejar de abrir nuevos interrogantes para un lector español, que también puede
detectar en su propia historia episodios comparables que han servido también al
poder como coartada para sepultar viejas identidades, aunque en este caso la
reacción subjetiva del pueblo español haya sido notablemente diferente de la
del norteamericano. De rebote, observando las historias de los otros y los
argumentos con los que nos la presentan, descubrimos otras facetas de la
nuestra que no habíamos calibrado adecuadamente. Y otra pregunta que,
igualmente, surge de manera natural a continuación es: ¿En los demás países
europeos ha podido suceder algo semejante aunque no nos hayamos percatado? Y
descubrimos que, en parte, así ha sido; que en el proceso de construcción de
toda nación no sólo nos enfrentamos con enemigos exteriores sino que también lo
hacemos con otros que viven dentro de nuestras propias fronteras.”[10]
Y
es que cuando estudio la Guerra Civil Española y sus consecuencias, cuando
escucho a algunos “patriotas” actuales defender políticas, en nombre de España,
que perjudican objetivamente a la mayoría de los españoles, se me vienen a la
mente los textos de Huntington,
que ve con absoluta normalidad que el concepto de “nación” se pueda imponer con
las armas al pueblo que debe defenderla, y que considera legítimo defender la
“patria” de aquellos que la han hecho posible. De ahí a legitimar golpes de
estado o guerras civiles no hay más un pequeño paso conceptual.
En
1936 se produjo una profunda fractura en nuestra identidad colectiva que está
muy lejos de haberse cerrado, por más que el discurso construido durante la Transición a la Democracia lo haya
pretendido. Las heridas dejadas por la Guerra tardarán bastante en cicatrizar,
máxime si nos negamos a hablar de ellas… si
enterramos su memoria.
Cuando callen
los hombres, hablarán las piedras. Sepultar la memoria de la Generación “talada” no ayudará a
resolver nuestros problemas. Más bien a agudizarlos. “La sangre de los mártires es semilla”, como dijo Tertuliano (160-220), uno de los
primeros cristianos, que vivió las persecuciones del Imperio Romano. Pretender
borrar nuestra memoria colectiva no funcionará siempre. Algún día tendremos que
reconciliarnos con nosotros mismos. Usar
el concepto de Patria contra los compatriotas es resucitar los fantasmas de la
Guerra Civil, sin nombrarlos. Es una trampa de nuestro subconsciente que no
hace otra cosa más que degradar el debate político… Una trampa maniquea. Eso no
es defender tu país, sino romperlo.
Nunca podrán
borrar la memoria de una generación que murió defendiendo valores universales… Y lo saben. Por
eso gritan, por eso insultan, por eso degradan el debate político e insisten
tanto “en que todos son iguales”. No,
no todos son iguales, algunos murieron defendiendo la Democracia, en vez de
usar sus instituciones para enriquecerse.
Hoy
nos toca seguir adelante, tejer nuevas lealtades, forjar una sociedad tolerante
e inclusiva. Pero no lo podremos hacer si olvidamos quiénes somos y de dónde
venimos, lo que hemos dejado atrás en esa lucha secular de un pueblo que lleva
siglos…
“Fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
Como
un pulso que golpea las tinieblas”
(Gabriel Celaya)
Los símbolos colectivos
Hay
quien expresa, pública o privadamente, su decepción por la falta de consenso
que existe en nuestro país en torno a los símbolos “nacionales” (bandera,
himno…) o la forma de estado (monarquía) que define nuestra actual
Constitución. Y envidian a otros países (los Estados Unidos o el Reino Unido,
por ejemplo) por el aparente respaldo de sus poblaciones respectivas a los
suyos (ya hemos empezado a entrever, con las citas de Huntington, las trampas del modelo norteamericano).
Hace
tiempo que dije que la utilización
pública abusiva de los símbolos nacionales no es una demostración de fuerza
sino de debilidad, la prueba evidente de que hay importantes segmentos de
la sociedad cuestionándolos. Cuando los norteamericanos hacen jurar a los
escolares de manera rutinaria su lealtad a la bandera, nos están mostrando sus propios miedos, sus debilidades implícitas…
paradójicamente, la falta de consenso
social en torno a ella. Necesitamos banderas para enseñárselas a los que no
comparten nuestra identidad, para afirmarnos frente a ellos. Por tanto, son un
reconocimiento implícito de que hay alternativas. Apabullar con ellas no es más
que el reflejo de nuestra desesperación, de nuestros temores.
Hay
defensores de la monarquía y de la “rojigualda” que repiten una y otra vez los
argumentos históricos que, para ellos, las legitiman. Y nos vuelven a contar
por enésima vez el concurso de ideas de Carlos III de 1785 para las banderas de
los buques en alta mar y su adopción posterior como bandera nacional… ¡en 1843! Así pretenden demostrar la
artificialidad de la tricolor republicana, frente a la “tradicional” rojigualda.
Lo
único que la Historia demuestra, tanto en nuestro país como en otros muchos, es
la contingencia de los símbolos identitarios y su vinculación con los procesos
históricos de sus respectivos pueblos. Muchos países de todo el mundo (y España
está entre ellos) han cambiado varias veces de bandera a lo largo de su
historia. Y la mayoría de ellos de manera no traumática (podemos citar a Canadá
-1965-, Sudáfrica -1994-, Alemania -1919, recuperada por segunda vez en 1949- o
al propio Reino Unido -1801-). El gobierno de la Segunda República tomó una
decisión soberana, que podría gustar más o menos, pero que otros gobiernos
españoles también habían tomado antes. La rojigualda,
como símbolo del estado español tenía, en 1931, 88 años de existencia.
Hasta
el 18 de julio de 1936 ésta era una antigua bandera española más, como la de la
Cruz de San Andrés, o el Pendón de los Reyes Católicos… Pero desde ese día pasó a ser el símbolo de los enemigos de la Democracia.
Y es que sublevarse con ella contra el gobierno que legítimamente habían
elegido los españoles la manchó de manera indeleble. Imponer los símbolos
colectivos a punta de fusil no ayuda precisamente a construir consensos.
Parafraseando a Unamuno: “Vencer no es
convencer”.
En
el artículo anterior hablé de la “profundidad
estratégica de España”, esa que nos ayudó a derrotar a los musulmanes hace
más de medio milenio y a Napoleón hace más de 200 años. Hace algún tiempo
también dije, en este blog:
“Ningún
conflicto aquí se resolverá en una sola batalla y, si me apuran, en una sola
guerra”[11]
Los
golpes de mano y las jugadas sorpresas, a largo plazo no suelen servir… y en España menos. Y su recuerdo, con el
tiempo, se termina convirtiendo en un lastre que arrastra a las que los
llevaron a cabo, como el plomo, hacia el fondo del océano.
Desde
la Guerra Civil vivimos los españoles en medio de una “guerra de narrativas” en
torno al significado histórico de la misma y a sus consecuencias. Según el
discurso oficial la democracia “volvió” durante el Proceso Constituyente que
lideró Adolfo Suárez durante el
bienio 1977-78. Y… sin embargo… aún no
podemos reivindicar nuestros caídos con libertad… ni enterrarlos a todos dignamente. Aún no se ha preguntado a
nuestro pueblo si desea vivir en una monarquía o en una república.
Desde
que la Democracia “volvió” han sucedido en nuestro país una gran cantidad de
cosas muy curiosas, que no dejan de sorprender a propios y extraños. La
rojigualda, desde entonces, se identifica con la España oficial, con los éxitos
deportivos, con la centralidad… y se enarbola, como un desafío, frente a todo
tipo de adversarios (las selecciones deportivas que juegan contra la nuestra o
los símbolos de los nacionalistas periféricos). Los que la usan en contextos no
oficiales se comportan, con frecuencia, como verdaderos hooligans, y a veces, incluso, tienen la desvergüenza de
acompañarlas con expresiones futbolísticas del tipo “a por ellos…” ¿Cómo se puede trivializar de esa manera en torno a
la identidad de un pueblo? ¿Cómo se puede conducir el debate político a una
frívola polémica de rojos contra azules como si estuviéramos hablando del
partido del domingo entre el Barça y el Madrid? ¿Cómo puede ignorarse de forma
tan estúpida que en ese debate de identidades nos estamos jugando nada menos
que nuestro futuro?
45
años de “democracia” monárquica, no sólo no han enterrado la tricolor
republicana, sino que ésta está hoy mucho más viva que en los años 80 o en los
90 contra todo pronóstico. El Partido
Comunista de España de Santiago
Carrillo, que había vertebrado la resistencia contra la Dictadura, aceptó,
entre 1977 y 1982, como símbolo de la nueva España democrática que surgió
durante la Transición, a la rojigualda como la bandera del estado, lo que
permitió su legitimación en la Constitución de 1978. Fue una decisión polémica
que lo dividió interiormente y que tuvo un inmenso coste político para los que
la tomaron, pero que demostró al mundo la sinceridad de los que defendían la
memoria de la República a la hora de intentar construir un nuevo país que
superara los enfrentamientos del pasado, de tender puentes para poder
construir, entre todos, un nuevo futuro.
Y
los herederos políticos de la Dictadura lo interpretaron como una victoria… que
les permitía blanquear su currículum, presentarse como demócratas conversos y
acceder a las instituciones europeas con plenitud…
Grave error
estratégico…
Como dijo un viejo conocido “esta
película es muy larga”, y nos sobrevivirá a todos. A las mentes pequeñas
sólo se le ocurren ideas pequeñas. Las pequeñas trampas te permiten ganar
posiciones a corto plazo, pero… ¡rompen
las solidaridades sociales!, imprescindibles para que un proyecto político
tenga éxito a largo plazo. Entonces comenzó la cuenta atrás de un sistema
político que se ha ido convirtiendo en Régimen, y al que hoy ya muchos llaman
abiertamente el “Régimen del 78”.
Claro. Como decía la canción de Víctor Manuel de los años 80: “Aquí cabemos todos o no cabe ni Dios”.
La palabra “Democracia” significa eso
precisamente.
Mientras
la rojigualda se usa como arma arrojadiza contra los que piensan diferente, la
tricolor aparece en todos los contextos en los que hay algo que reivindicar, en
las manifestaciones contra la guerra, para defender a los palestinos o a los
saharauis, acompañando a los trabajadores despedidos, inquilinos desahuciados,
o identidades alternativas diversas. Se ha ido convirtiendo en un símbolo cada
vez más inclusivo y ha ido recuperando paulatinamente a los que en su día
consideraron que podía ser un obstáculo para el entendimiento político, ante la
evidente ausencia de empatía de sus interlocutores. Es un símbolo de resistencia frente al poder…
Hay
“patriotas” que no se dan cuenta de que el
patriotismo se demuestra defendiendo a los más débiles, a los que lo están
pasando mal, no a los fondos buitres de capital extranjero o a los
oligarcas que monopolizan el poder económico. Eso es cosa de lacayos.
En
nuestro país, hoy día, a diferencia del resto de países de nuestro entorno, los
símbolos oficiales del estado no representan a todos. Eso que muchos consideran
una terrible anomalía española es, tan sólo, un aviso de que tenemos que hablar… largo y tendido,
acerca de quiénes somos y de qué estamos haciendo aquí.
Personalmente
pienso que esa anomalía española no es ningún drama, sino una muestra de
vitalidad, de que, pese a la tremenda ofensiva ideológica de los que quieren
borrarnos la memoria, nuestro pueblo sabe que, en el fondo, algo se nos oculta,
y que la impaciencia de los defensores de la oficialidad no hace otra cosa más
que confirmar.
Tal
vez sea una suerte que esto sea así. A veces nos sorprende cómo, en otros
países cercanos, obreros y patronos defienden los mismos símbolos. Y nos parece
extraño, antinatural. Tal vez sea porque la patronal, en esos países, no es tan
burda como en el nuestro. Por ahí circula una afirmación al respecto, atribuida
a Bismarck y otra equivalente a Machado, que no repetiré. Creo que todos
sabemos de qué estoy hablando.
En
la última generación nuestro pueblo ha dado varias lecciones de dignidad a
nuestros dirigentes. Cada vez que el terror se ha cebado indiscriminadamente
con los nuestros ha reaccionado, como un solo hombre, con serenidad y firmeza,
como viejos combatientes a los que el miedo no pudo doblegar. Cuando nos golpeó
con furia de forma indiscriminada salió en bloque a la calle… en silencio y… ¡sin banderas!, porque las banderas dividen. Cuando se pone una bomba en un tren,
el lugar donde haya tenido lugar carece de importancia. Es un atentado contra
la condición humana, contra lo que somos.
Los
gritos de “no estamos todos, faltan doscientos”
o “Aquí estamos, nosotros no matamos”,
pronunciados al unísono por cientos de miles de personas, resuenan en nuestra
memoria como un mensaje colectivo dirigido a aquellos que se han empeñado en
sacar rédito político del enfrentamiento entre identidades. La repulsa unánime
de nuestro pueblo a la participación de nuestro ejército en la guerra de Irak,
en 2003, y otros episodios recientes, abren un camino a la esperanza
“Cuando hablan de la patria
no olviden que es mejor
sentirla a nuestro lado
que ser su salvador
por repetir su nombre
no te armas de razón
aquí cabemos todos
o no cabe ni Dios”
Víctor Manuel San José
Sentarnos a conversar
“España camisa blanca de mi esperanza
Reseca historia que nos abraza
Con acercarse solo a mirarla
Paloma buscando cielos más estrellados
Donde entendernos sin destrozarnos
Donde sentarnos y conversar”
Blas de Otero
Hubo un tiempo en el que nuestro pueblo creyó sinceramente que era posible el entendimiento. Pero después llegaron unos individuos que se empeñan en volver hacia atrás. Pero volver atrás, en nuestro país, significa volver al enfrentamiento entre “las dos Españas”, romper las solidaridades sociales que con tanta dificultad hemos ido tejiendo entre todos durante las últimas generaciones. Y si hay gente empeñada en hacer retroceder el reloj es, fundamentalmente, porque hemos olvidado nuestra historia, el terrible precio que hemos tenido que pagar para llegar hasta aquí.
Somos el ser que se crece.
Somos un río derecho.
Somos el golpe temible de un corazón no resuelto.
…
De cuanto fue nos nutrimos,
transformándonos crecemos
y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a
muerto.
…
No reniego de mi origen
pero digo que seremos
mucho más que lo sabido, los factores de un
comienzo.
Españoles con futuro
y españoles que, por serlo,
aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno.
…
¡A la calle! que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.
Gabriel Celaya (España en marcha)
Es hora de
empezar a recordar…
El momento de recuperar a aquella generación que nos robaron y que guarda la
llave de la parte de nuestra alma colectiva que supo plantar cara a la adversidad:
La generación que murió en combate
defendiendo la Democracia.
[1] Julio Aróstegui: La Guerra Civil, 1936-1939. La ruptura democrática. Historia 16.
Temas de Hoy. Madrid. 1996.
[2] Boletín Oficial
del Estado del 20 de abril de 1937. Decreto nº 255.
[3] Julio
Aróstegui: Ibíd.
[4] El mañana
efímero.
[5] El niño
yuntero.
[6] “El ARN mensajero tiene instrucciones para
producir la proteína del pico, necesaria para que el virus entre en las células
del cuerpo. Cuando a una persona se le administra la vacuna, algunas de sus
células ‘leen’ las instrucciones del ARNm y, temporalmente, produce la proteína
del pico”. https://gacetamedica.com/investigacion/vacunas-arnm-en-que-consisten-y-que-efectos-secundarios-tienen-las-dos-ya-autorizadas-en-la-ue-contra-la-covid-19/
[7] Pérez Peña, Fernando (2005): Exilio y depuración política en la Facultad
de Medicina de San Carlos: (sus profesores y la Guerra Civil). Madrid:
Vision Net.
[9] HUNTINGTON, SAMUEL P. 2004. ¿Quiénes somos? Barcelona. Paidós.
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