martes, 2 de junio de 2020

Intervencionismo monárquico... y militar


Ya dijimos que al joven Alfonso XIII le gustaba jugar con los soldaditos, que era incapaz de entender los delicados equilibrios políticos sobre los que se asentaba el régimen canovista, que abusó de las prerrogativas que le concedía una “constitución” que tenía mucho de “carta otorgada”[1] y que este comportamiento alimentó de manera insensata los deseos intervencionistas de los militares.

Hechos del ¡Cu-Cut!



Viñeta aparecida en la revista satírica ¡Cu-Cut! que provocó la ira de los militares.
“Se conocen como los hechos del ¡Cu-Cut! el asalto por parte de oficiales del ejército español de la redacción y los talleres de la revista satírica catalanista ¡Cu-Cut! y los del diario La Veu de Catalunya que tuvo lugar en Barcelona el 25 de noviembre de 1905, durante el periodo constitucional del reinado de Alfonso XIII. El motivo fue la publicación de una viñeta humorística que los oficiales consideraron injuriosa. Los agresores no solo no fueron detenidos y juzgados sino que recibieron el apoyo de los altos mandos del Ejército y del rey Alfonso XIII. Meses después las Cortes aprobaron una Ley de Jurisdicciones que establecía que los tribunales militares serían los que juzgarían a partir de entonces los delitos contra la Patria y el Ejército. A raíz de la impunidad en que quedaron los asaltantes y de la promulgación de la Ley de Jurisdicciones nació Solidaritat Catalana, una coalición de casi todas las fuerzas políticas de Cataluña que consiguió un resonante triunfo en las elecciones generales de 1907. A partir de ese momento la «cuestión catalana» se convirtió en unos de los problemas principales de la política española. En conclusión, los hechos del ¡Cu-Cut! constituyeron, según el historiador Javier Moreno Luzón, «el primer choque entre poder civil y militar del siglo XX y una subida notable en la temperatura del conflicto nacionalista».”[2]
Este chiste que vemos arriba, ¡que no llegó a publicarse! porque la censura lo impidió, hace referencia a una fiesta que organizó la Lliga Regionalista para celebrar su victoria en las elecciones municipales de Barcelona de noviembre de 1905 en el Frontón Condal. En él un militar, con un uniforme de otra época, pregunta a un civil qué es lo que se está celebrando, a lo que éste responde que “la victoria”. El uniformado, que está al margen de la situación, sólo capta de ese momento el hecho evidente, para él, de que sólo un grupo de civiles podía celebrar alguna victoria, ya que los militares seguían lamiéndose las heridas de la derrota de 1898. Este ejercicio de la libertad de expresión, en una revista satírica que había nacido para eso precisamente, era más de lo que los militares y el joven rey estaban dispuestos a tolerar.
Hemos dicho que el chiste no llegó a publicarse porque la censura lo impidió. Aún así el rumor sobre el contenido del mismo se corrió como la pólvora entre los militares de Barcelona y un grupo de oficiales asaltó las oficinas de la redacción de la revista y las del diario La Veu de Catalunya, arrasándolas.
Estos hechos desencadenarían una espiral de reacciones que ayudaron bastante a envenenar el panorama político catalán, en particular, y español, en general, y que fueron creando un ambiente de crispación y de polarización política que han caracterizado a la España del siglo XX.
La censura impidió su publicación, algo muy habitual en la España de los siglos XIX y XX. Casi nadie se hubiera enterado, por tanto, de que ese chiste hubiera existido siquiera, de no ser porque los militares asaltaron las oficinas de la revista. Gracias a eso empezó a circular de manera clandestina y tuvo un alcance mucho mayor del que hubiera tenido incluso si se hubiera publicado. Y aún seguimos viéndolo en algunos libros de historia más de un siglo después. Un chiste que descontextualizado no tiene ninguna gracia. Hay que explicarlo para poderlo entender y, aún así, es relativamente sutil. Al menos es lo que nos parece cuando lo vemos desde la distancia temporal en que lo hacemos nosotros.
Pero sirvió para descubrir el tipo de energúmenos que proliferaban en el ejército español de esa época. Supongo que fue ese tipo de actitudes las que llevaron a Machado a escribir: “De diez cabezas, nueve embisten y una piensa”.
A un sector de la derecha española, todavía, le gusta centrarse, para justificar el alzamiento militar de 1936, en una serie de sucesos que ocurrieron poco antes del 18 de julio de ese año (como el asesinato de Calvo Sotelo, por ejemplo), para apartar el foco de todo el proceso de envenenamiento de la convivencia ciudadana que determinados sectores de los poderes político, militar, religioso y mediático fueron practicando desde primeros de siglo y que fueron llevando hacia un proceso de polarización social que conducía directamente hacia el enfrentamiento armado.
Ya dijimos que tanto Cánovas, que lideró el Partido Conservador durante una generación, como Sagasta, que hizo lo propio en el Liberal, habían tenido siempre muy claro que había que mantener a los militares apartados de los centros de decisión política. Pero el cambio de siglo, con la desaparición de la vieja guardia del régimen canovista, la derrota militar de 1898 y la llegada de Alfonso XIII al trono hizo aflorar el problema militar, que se irá realimentando con nuevas derrotas, ahora en Marruecos, el envío de soldados de reemplazo hacia escenarios de guerra, los delirios absolutistas del rey, las reacciones de la sociedad contra el centralismo borbónico-jacobino y la emergencia de un poderoso movimiento obrero y campesino, que descolocó a un sector significativo de la oligarquía financiera y terrateniente, que había vivido hasta entonces a la sombra del proteccionismo del estado (y no sólo aduanero).
El estallido de la Primera Guerra Mundial en Europa y de la Revolución Rusa, así como la emergencia del primer fascismo (el italiano de Mussolini en 1922), fue conduciendo a un sector de la derecha española de manera paulatina hacia posiciones proto-fascistas primero (durante la Dictadura de Primo de Rivera) y abiertamente fascistas después (durante los años 30). La vieja tradición insurreccional que determinados sectores de las clases medias y populares habían ido desarrollando durante el siglo XIX hizo que el proceso de fascistización de las clases oligárquicas del país se encontrara con una fuerte contestación en la calle.

La Ley de Jurisdicciones

“La Ley de Jurisdicciones fue una ley española que estuvo en vigor entre 1906 y 1931. Fue impulsada por el presidente del Consejo de Ministros, Segismundo Moret, y por el ministro de la Gobernación, el conde de Romanones, con claro apoyo de Alfonso XIII, como reacción ante los hechos del ¡Cu-Cut!.
La Ley de Jurisdicciones ponía bajo jurisdicción militar las ofensas orales o escritas a la unidad de la patria, la bandera y el honor del ejército. Varios de los artículos suponían un importante recorte a las libertades públicas, en particular a la libertad de expresión. En Cataluña, los catalanistas la interpretaron como un ataque a su región.
Esta polémica ley, que había hecho caer el gobierno de Eugenio Montero Ríos (el cual, ante el asalto de un grupo de militares a la imprenta del diario catalanista ¡Cu-Cut! intentó sancionarles), provocó la agrupación de la mayor parte de los partidos catalanes alrededor de la coalición Solidaridad Catalana. Poco después, la oposición acabó abandonando el Congreso de los Diputados el 13 de marzo de 1906, en protesta por el descrédito que suponía la subordinación del gobierno progresista. Desde la intelectualidad, Miguel de Unamuno hizo una conferencia en contra de la ley, en el Teatro de la Zarzuela el 23 de febrero.
Con todo, la ley se aprobó el 22 de marzo y, a continuación, se disolvieron las Cortes.
El 20 de mayo se levantó el estado de excepción en Barcelona y se celebró un homenaje a los diputados y senadores de Solidaridad Catalana que habían votado contra la ley.
La Ley de Jurisdicciones estuvo en vigor hasta el 17 de abril de 1931, cuando en uno de sus primeros decretos, el ministro de la Guerra del Gobierno Provisional de la República, Manuel Azaña, la derogó.”[3]

El presidente de gobierno en funciones cuando tuvieron lugar los hechos del ¡Cu-Cut!, Eugenio Montero Ríos, que había reemplazado a Sagasta al frente del Partido Liberal, intentó abrir un expediente a los culpables, pero se encontró con la abierta hostilidad de un monarca al que la constitución vigente le otorgaba un gran poder de intervención en las decisiones del ejecutivo. El 1 de diciembre presentó su dimisión y el rey llamó a formar gobierno al hombre que, en ese momento, lideraba el ala derecha de los liberales, Segismundo Moret, que se plegó a todas las exigencias del monarca en el asunto. Y como consecuencia éstos quedaron impunes; el intervencionismo de los militares en el ámbito político salió muy fortalecido, convencidos de que el rey estaba de su parte; salió adelante la Ley de Jurisdicciones, que otorgó a estos la facultad de impedir cualquier publicación que no les gustara; los liberales quedaban muy debilitados y divididos por haber sacado adelante una ley inimaginable en los tiempos de Sagasta, y los catalanes convencidos de que esa normativa había sido diseñada expresamente para parar el movimiento catalanista. Fue el principio del fin del liberalismo español del siglo XIX.

Solidaritat Catalana
Las consecuencias más inmediatas de todos estos despropósitos encadenados fue la llegada al poder, un año después y tras un intenso proceso de desgaste político de los liberales, del Partido Conservador, liderado por Antonio Maura; la disolución de las cortes y la convocatoria de las elecciones generales de 1907 y, en Cataluña, la aparición de una amplia coalición de partidos catalanistas llamada Solidaritat Catalana, que integraba en su seno a personas de todo el espectro ideológico, desde los carlistas hasta los independentistas, pasando por los regionalistas de derechas de la Lliga Regionalista de Cambó.
Sólo había en Cataluña una fuerza política, en ese momento histórico, capaz de plantar cara públicamente a los catalanistas: El Partido Radical Republicano, de Alejandro Lerroux, con una poderosa implantación sindical. Esta formación se fue convirtiendo paulatinamente en la cara más visible del republicanismo anterior al golpe de estado de 1923, dentro del cual se convertirá en su facción más centralista y jacobina, lo que tendrá importantes consecuencias históricas en la década de los años 30. El “lerrouxismo” se convertirá en toda una filosofía política que también ayudará a tensar aún más la situación en Cataluña.

La “cuestión catalana”
Desde que una epidemia de peste azotó a la ciudad de Sevilla, a mediados del siglo XVII, matando a más del 40% de su población, Barcelona era la ciudad más poblada de España y uno de sus más importantes motores económicos y lo siguió siendo hasta comienzos del XIX. La Barcelona del siglo XIX era el foco industrial más dinámico y potente de nuestro país, el principal polo de desarrollo económico, una de las urbes más poblada, cosmopolita y desarrollada de la Europa de su tiempo. Este hecho no podía dejar de tener, obviamente, consecuencias políticas.
Por encima de los discursos justificadores de tales o cuales posiciones ideológicas están las realidades objetivas. Son esas realidades las que hacen avanzar la historia, más allá de la percepción subjetiva que puedan tener de la misma sus protagonistas.
Y la realidad objetiva de la España de finales del XIX era que Barcelona tenía un dinamismo económico formidable y que, sin embargo, estaba situada geográficamente muy lejos del centro de decisiones político del país, lo que no paró de generar una serie de tensiones que un estado tan centralista como el borbónico no podía digerir con facilidad. 
En la Barcelona decimonónica estaba la vanguardia política de la España de su tiempo. Era la ciudad donde las fuerzas progresistas, en general, y democráticas y republicanas, en particular, tenían un mayor peso social. Catalán era el general Prim, que promovió la monarquía democrática de Amadeo de Saboya, y también dos de los cuatro presidentes que tuvo la Primera República, Figueras y Pi y Margall. Los catalanes fueron muy activos políticamente, a nivel estatal, hasta 1874, durante el período que la historiografía denomina como el de la “Burguesía Revolucionaria”. Pero la involución que representó el régimen canovista los hará replantearse su posición estructural dentro del mismo.
A los liberales de finales de siglo, tanto del ala constitucionalista de Sagasta como de los radicales de Ruíz Zorrilla, dos hombres que habían formado parte del equipo de Prim, les preocupó bastante el relativo retraimiento político catalán en el ámbito estatal. Eran mucho más conscientes que sus rivales, los conservadores, de la trascendencia histórica que ese cambio de actitud podía tener. La batalla que dieron los liberales por el sufragio universal tenía mucho que ver con esa preocupación.
En el Partido Democrático de la época isabelina se fueron decantando, como ya vimos, dos grandes bloques, que se separaron durante el proceso de “La Gloriosa”, los republicanos unitarios, de Castelar, y los federalistas, de Pi y Margall.
Era lógico que las ideas federalistas y descentralizadoras, que se extendieron por toda España, tuvieran en Cataluña su más poderoso bastión, debido a la creciente tensión política, de carácter evidentemente estructural, que no dejó de desarrollarse entre las dos urbes más populosas de nuestro país. El centralismo borbónico era un corsé para el desarrollo de los territorios más dinámicos económicamente de la periferia peninsular.
Pero las propuestas federalistas no sólo tuvieron eco en Cataluña, sino que prendieron por todo el arco mediterráneo, llegando hasta Cádiz. Y fue en la periferia meridional donde se radicalizaron más, dando lugar al movimiento cantonalista, que se alzó en armas en muchos lugares del País Valenciano, Murcia y Andalucía. Su núcleo más poderoso estuvo en la ciudad de Cartagena. Estos hechos nos muestran que las propuestas de descentralización política no eran algo exclusivo de los catalanes. Cataluña, en general y Barcelona, en particular, se puso al frente porque estaba más desarrollada, pero las otras periferias venían también empujando por detrás.
Ya vimos como en el gobierno de “concentración nacional” establecido por Serrano a principios de 1874 sólo se vetó a carlistas y federalistas, dejando dentro de ese círculo incluso a los republicanos unitarios. Los federalistas, por tanto, quedaron muy pronto fuera de los límites exteriores de lo que el sistema estaba dispuesto a tolerar. Podemos considerar que para el establishment español de finales del XIX los carlistas, un movimiento que bebe en las fuentes ideológicas del absolutismo y del foralismo tradicionalista, vendrían a desempeñar el papel de lo que hoy llamaríamos “extrema derecha” y los federalistas, que estaban en la vanguardia de las fuerzas democráticas de su tiempo y que fueron conectando además, de manera paulatina, con un embrionario movimiento obrero, vendrían a ser la “extrema izquierda”. Pero el motivo principal por el que se les dejaba fuera era semejante: los dos cuestionaban el centralismo borbónico, identificándose con sectores sociales concretos de distintos puntos de la periferia peninsular. Lo que marca las distancias entre esos dos extremos del espectro político es que el carlismo es un movimiento fundamentalmente rural y el federalismo es casi exclusivamente urbano.
Carlistas y federalistas, además de combatir el centralismo borbónico, tenían en común un fuerte arraigo entre las fuerzas sociales y en las áreas geográficas en las que actuaban, lo que les hará evolucionar en paralelo a lo largo del período canovista y convertirse en los precursores de las fuerzas regionalistas y nacionalistas de toda España. En ese proceso evolutivo las dos tradiciones se terminarán mezclando e irán planteando una serie de desafíos al estado borbónico-jacobino que éste no ha sido capaz, todavía, de superar.
Volviendo a Cataluña vemos como la involución canovista provoca allí un retraimiento político a nivel estatal, y empiezan a aparecer fuerzas políticas de ámbito específicamente catalán, que incorporan argumentos basados en los “derechos históricos”, importados directamente de la Alemania de su tiempo.
“El documento conocido como las “Bases de Manresa”, redactado en 1892 con intervención de sectores juveniles entre los que destacaba Prat de la Riba, resumía las tres orientaciones mayores que hasta entonces intervenían en la eclosión catalana: Un federalismo residual orientado en sentido francamente conservador; un regionalismo juridizante, fuertemente apegado a los usos y costumbres forales de Cataluña; un pre-nacionalismo político que demanda autonomía para una clase que se siente con vocación directiva, no de la nación, sino del país catalán.
La gran victoria obtenida en el terreno económico para la industria textil mediante el proteccionismo de 1891, revisado siempre en sentido favorable a estos intereses hasta 1906, mostraba un camino muy favorable para seguir adelante. La crisis colonial de los años 90, que toma el cauce decisivo entre 1895-1898, con la guerra civil en Cuba, y el enfrentamiento hispano-norteamericano, sellado con la derrota española refrendada por el Tratado de París de 1899, afectaba seriamente a los grupos de interés de Cataluña, que pierden un mercado disfrutado para los productos textiles o industriales de la región prácticamente en régimen de monopolio.”[5]
“A partir de [... 1901] Cataluña se comporta en el terreno electoral, de partidos y de dirigentes políticos, como adelantada y desligada de los compromisos que cimentaron la Restauración, es decir, del turno de partidos conservador y liberal en el poder. De uno u otro modo, ganando las elecciones los representantes de la corriente conservadora –la Lliga regionalista organizada desde 1901-; republicana nacionalista con diversas vicisitudes y denominaciones que convergen finalmente en la Esquerra Republicana de Cataluña de 1931; republicana histórica –el partido radical lerrouxista, casi siempre acusado de servir en Barcelona a la causa centralista, pero que contó con indudables apoyos entre la clase obrera inmigrante y cuasi mayoritaria en Barcelona; o absteniéndose de la acción política por parte de los grupos obreros atraídos desde mucho antes por anarquistas y sindicalistas, que marcan una trayectoria también propia y particularista con respecto al resto de la aún modesta en proporciones clase obrera industrial del país. [...] A pesar de la división, en 1905 se inicia el ciclo llamado de la “Solidaridad Catalana” que consigue unir a todas las tendencias particulares de Cataluña, desde los carlistas a los republicanos (sin Lerroux), desde los federales a los conservadores de la Lliga (excluidos los monárquicos centralistas). Solidaridad Catalana obtiene un resonante triunfo electoral en las elecciones de 1907, copando la inmensa mayoría de los escaños correspondientes a Cataluña (41 de un total de 44)[6]
Así pues resulta que de los 44 diputados catalanes en el Congreso elegidos en 1907, 41 pertenecen a una formación política llamada Solidaritat Catalana... El estado borbónico-jacobino tenía un serio problema. Y uno de los tres restantes diputados era nada menos que Alejandro Lerroux, el líder del Partido Radical Republicano, el heredero político de Ruíz de Zorrilla. Resulta que los pocos centralistas jacobinos que quedaban... ¡eran republicanos! Los partidos dinásticos en Cataluña se habían convertido, prácticamente, en fuerzas extraparlamentarias.
Ese puñetazo en la mesa de los catalanes fue una respuesta inmediata a la Ley de jurisdicciones de 1906, que afectaba directamente a la libertad de expresión en toda España y que venía a criminalizar la libertad de expresión y la acción de las fuerzas democráticas, republicanas, regionalistas, socialistas… El proceso de polarización política que nos conduciría hacia la Guerra Civil Española se había puesto en marcha.

Los magnicidios en España
Antes de seguir, quisiera hacer un inciso sobre los magnicidios en España. En concreto, sobre el asesinato de presidentes de gobierno en el ejercicio de su cargo. Un tema espinoso, incómodo, sobre el que la historiografía ha pasado de puntillas... ¡porque tenemos el record mundial!

Si yo preguntara ¿Cuántos presidentes han sido asesinados en Estados Unidos? todo el mundo recordaría, al menos, dos: Abraham Lincoln y John Fitzgerald Kennedy. Hemos visto documentales y películas recreando ambos acontecimientos, que dejaron una honda huella en la opinión pública norteamericana. Y en torno a ellos se han desarrollado multitud de teorías conspirativas, porque el tema, evidentemente, se presta a ello. En realidad son cuatro:

·           Abraham Lincoln (1865)

·           James A. Garfield (1881)

·           William McKinley (1901)

·           John F. Kennedy (1963)

¿Y si hiciera la misma pregunta referida a España? ¿Cuántos la sabrían?... La respuesta es... ¡cinco! Efectivamente, cinco presidentes de gobierno han sido asesinados en España mientras ejercían como tales:
·           Juan Prim y Prats (1870)
·           Antonio Cánovas del Castillo (1897)
·           José Canalejas (1912)
·           Eduardo Dato (1921)
·           Luis Carrero Blanco (1973)
Además, Antonio Maura fue herido por apuñalamiento en 1904, en una visita que hizo a Barcelona. Y éstos no fueron los únicos personajes relevantes políticamente que sufrieron atentados, los cuatro monarcas que reinaron en España entre 1843 y 1923 sobrevivieron, al menos, a cinco de ellos que están perfectamente documentados:
·           Isabel II (1852)
·           Amadeo de Saboya (1872)
·           Alfonso XII (1878 y 1879)
·           Alfonso XIII (1906)
El atentado contra Alfonso XIII, que tuvo lugar el día de su boda, ¡causó 25 muertos! (15 de ellos militares) y más de cien heridos[7]. Como vemos, ser rey o presidente de gobierno en la España del siglo XIX o el primer cuarto del siglo XX no era muy recomendable para la salud.
Estos datos, junto con otros que veremos más adelante, ponen de manifiesto las formidables tensiones sociales y políticas que latían en la España de finales del XIX y de principios del XX, que no dejarán de agudizarse hasta el estallido de la Guerra Civil.

1909: Un año fatídico
Los acontecimientos que tuvieron lugar en España en 1898 han dado lugar a multitud de estudios. Generaron un debate mediático formidable, y dejaron una huella profunda en nuestra literatura, dando nombre como ya hemos visto a una de nuestras más brillantes generaciones intelectuales. Tuvieron una extraordinaria repercusión en la España oficial, porque la liquidación de los últimos restos del Imperio Español es algo que tiene mucho que ver con cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo nos ven los demás. Afecta a eso de lo que tanto le gusta hablar a la derecha política: “La Marca España”.
Pero, desde el punto de vista social, 1909 fue un año mucho más trascendental, y tendrá muchas más consecuencias reales en la Historia de España. 1909 nos acercó mucho más a la espiral de acciones y reacciones que nos condujeron hacia la Guerra Civil. Los debates sobre el 98 fueron meros fuegos de artificio y se usaron como arma arrojadiza retórica contra los adversarios políticos. Pertenecen a la esfera de las representaciones colectivas, de las escenificaciones de políticos e intelectuales que tienen el sustento garantizado y pueden permitirse el lujo de dedicar su tiempo a hacer sesudos análisis sobre asuntos como la “Regeneración” de nuestro país, entendida como la recuperación de la reputación perdida por culpa del desarrollo de los procesos históricos.
Pero 1909 nos puso ante el espejo nuestra dura realidad. No la de los intelectuales y de los políticos, sino la de las clases trabajadoras que se ganaban el sustento diario con grandes dificultades y a la que cualquier suceso ocurrido fuera de nuestras fronteras podía llevarlos a la más absoluta miseria.
En la España de la Restauración existía el servicio militar “obligatorio”. Entrecomillo la palabra “obligatorio” porque se podía eludir por el módico precio de 6.000 reales. Para que podamos hacernos una idea de lo que esto representaba diremos que un obrero bien pagado podía ganar en torno a 10 reales diarios. Esto se traducía en que los hijos de los ricos no hacían el servicio militar, pero los de los pobres sí. Estamos hablando de una época en la que tuvimos varias guerras (las guerras carlistas, las cantonales, las dos guerras de Cuba y las de Marruecos). La consecuencia obvia era que los que morían en ellas tenían, en su gran mayoría (salvo oficiales y suboficiales que eran, lógicamente, profesionales), una extracción social muy clara. Sólo morían los más humildes, los que no se podían permitir la redención con dinero de esa obligación.
Ya vimos como uno de los puntos programáticos del Partido Democrático de la época de La Gloriosa era la abolición de las quintas (la supresión del servicio militar obligatorio), y que el Partido Democrático fue el padre de todas las fuerzas republicanas españolas, tanto las unitarias como las federalistas. La abolición de las quintas era, por tanto, una de las señas de identidad clásicas del republicanismo español anterior a la Dictadura de Primo de Rivera, y éste es uno de los elementos que explican su extraordinaria popularidad entre importantes sectores de la clase obrera.
La época 1871-1914 es conocida como la de la “Paz Armada” y también como la “Era del Imperialismo”. Tras la guerra franco-prusiana (1870-1871) se había desatado una verdadera carrera mundial imperialista, que tuvo en la Conferencia de Berlín (1884-1885) uno de sus hitos más importantes. Media docena de países europeos se lanzan, como aves de presa, a la conquista de África. Y la acomplejada España de 1898 no podía ser menos. Habíamos perdido nuestro imperio americano, pero podíamos construir uno nuevo mucho más cerca, a un tiro de piedra de casa.
Por otro lado, Francia se estaba expandiendo por Marruecos, volviéndonos a poner ante hechos consumados. Como un siglo antes, nos estaba volviendo a cercar. Si la conquista de Portugal, que fue el pretexto que usó Napoleón Bonaparte, significaba rodearnos por el norte, por el este y por el oeste, lo que se convertiría en el preludio de la invasión; a principios del siglo XX la práctica anexión de Marruecos nos volvía a situar en una tesitura comparable. Ahora los teníamos por el norte, por el sureste (Argelia) y por el sur (Marruecos). Una nueva operación envolvente que nos dejaba sin oxígeno.
En ese contexto tendrá lugar La Conferencia Internacional de Algeciras (1906) en la que se terminaron de concretar las áreas de influencia respectivas de España y de Francia en el territorio marroquí, quedando el norte (la zona del Rif) dentro del área española.
Pero una cosa es que un puñado de diplomáticos europeos se pongan de acuerdo en una mesa de negociaciones y otra, muy diferente, que los nativos de los territorios repartidos asuman por las buenas la nueva situación. Imponer la autoridad española en el territorio rifeño nos haría pagar un elevado tributo de sangre… de sangre de soldados de reemplazo llevados allí contra su voluntad, de sangre trabajadora…
“El Rif, región de lengua y cultura bereber, pertenecía a la parte de Marruecos conocida como Bled es-Siba o País del Desgobierno, donde la autoridad política del sultán no había sido nunca efectiva. Los rifeños, por tanto, no se consideraban implicados por los acuerdos que pudiera haber alcanzado el Majzen (poder central) con las potencias europeas.”[8]
Pronto se descubrirá que el territorio de la cabila de Beni Bu Ifrur, muy cercano a Melilla, albergaba riquezas mineras. Rápidamente diversos empresarios, tanto españoles como franceses, negocian con el que se supone que es la máxima autoridad de la zona, Bu Hamara, concesiones para explotar las futuras minas. En concreto la Compañía del Norte Africano, de nacionalidad española pero capital francés, se haría cargo de las minas de plomo y la Compañía Española de Minas del Rif, propiedad de la familia del Conde de Romanones y de la Casa Güell, las de hierro. Los acuerdos incluían el permiso para construir un tren que transportara el mineral hasta Melilla.
“Las concesiones hechas a los extranjeros para que explotaran las riquezas de la región fueron rechazadas por las cabilas y en octubre de 1908 iniciaron un alzamiento contra Bu Hamara, que estuvo acompañado con el hostigamiento contra los españoles que trabajaban en las minas. La revuelta triunfó finalmente y el 4 de diciembre Bu Hamara fue expulsado del poder. El trabajo en las minas y la construcción del tren minero quedaron entonces paralizados, por lo que las dos compañías concesionarias presionaron al gobierno español, presidido por el conservador Antonio Maura, para que desplegara las tropas de la guarnición de Melilla y pudiera reanudarse así la actividad. El gobierno español al principio esperó a que el sultán Muley Hafid, que había destronado a su medio hermano Abd el-Azid, impusiera su autoridad sobre el Rif y reconociera las concesiones mineras hechas por Bu Hamara, pero finalmente cedió a la presión ante la amenaza de la Compañía del Norte Africano de pedir la protección de las tropas francesas estacionadas en la vecina Argelia, lo que hubiera puesto en peligro las aspiraciones españolas a controlar su “zona de influencia” en el norte de Marruecos. Así el 7 de junio de 1909 se reanudaba la construcción del ferrocarril a pesar de no haber obtenido aún el consentimiento del sultán (con el que el gobierno español siguió negociando) y de no contar con el apoyo de la mayoría de las cabilas del Rif oriental, que amenazaron con responder. En los días siguientes se produjeron pequeños incidentes, durante los cuales soldados españoles apresaron a algunos insurgentes cabileños[9].
El 9 de julio de 1909, un capataz y trece trabajadores españoles fueron tiroteados cuando iniciaban la jornada laboral en la construcción del puente sobre el barranco de Sidi Musa, a unos 4.300 m de los límites de Melilla, en la línea del ferrocarril minero de esta ciudad a Beni Bu Ifrur, resultando muertos cuatro de ellos. Los demás lograron escapar y regresar a Melilla utilizando una locomotora de la Compañía del Norte Africano.”[10]
Este será el comienzo de la Guerra de Melilla (de julio a diciembre de 1909), que será la primera de las guerras del Rif. La lucha armada no dejará desde entonces, con intermitencias, de incrementar su intensidad hasta el Desembarco de Alhucemas (1925) en plena dictadura de Primo de Rivera. Durante el periodo 1909-1925 el número de soldados de las fuerzas de ocupación españolas en la zona del Rif no dejará de incrementarse, y en ese proceso aparecerán nuevas fuerzas militares, como los regulares (fuerzas indígenas mandadas por oficiales españoles) y la Legión Española, creada siguiendo el modelo de la Legión extranjera francesa. En esas guerras surgirá una nueva generación de oficiales que ascenderán con rapidez dentro del escalafón por méritos de guerra y que se conoce como los “africanistas” (Millán-Astray, Franco…). Los conflictos del Rif fueron una escuela de guerra en la que los africanistas aprendieron las estrategias y las tácticas de combate y de represión que después emplearán en la península durante la guerra civil

La Semana Trágica de Barcelona
Ya hemos visto que el 9 de julio de 1909 los obreros españoles que construían la línea férrea que uniría Melilla con las minas de Beni Bu Ifrur fueron atacados por las cabilas de la zona, muriendo cuatro de ellos. Al día siguiente el gobierno de Antonio Maura decreta la movilización general, llamando a los reservistas de los cupos de 1903 a 1907.
Llamar a los reservistas significaba volver a reclutar a jóvenes que ya habían hecho su servicio militar, habían vuelto a la vida civil y reorganizado su vida. La mayor parte de los varones jóvenes en esa época procuraba retrasar el momento de contraer matrimonio hasta después del servicio militar. Entonces la inmensa mayoría de las mujeres casadas eran “amas de casa”. El esposo era la persona destinada a aportar los ingresos económicos a la unidad familiar. Las parejas solían casarse bastante jóvenes y solían tener varios hijos. Por término medio el marido solía ser dos o tres años mayor que su esposa. Por tanto, lo que se esperaba de un varón responsable era que esperara a casarse hasta el momento en que tuviera un futuro laboral despejado, lo que no podría tener lugar hasta que volviera del servicio militar. Estamos hablando, claro, de una familia trabajadora típica.
Llamar a filas a los reservistas que llevaban menos de cuatro años licenciados significaba llamar a adultos jóvenes que, en su inmensa mayoría, estaban recién casados, algunos de los cuales acababan de tener su primer hijo o, incluso, un segundo. Y se les convocaba, además, para mandarlos al frente, a una guerra que acababa de estallar.
Inmediatamente se decreta el envío a Melilla de las brigadas mixtas de Cataluña, de Madrid y del Campo de Gibraltar. El primer embarque de tropas tendrá lugar en Barcelona… ¡¡el día 11 de julio!! Imagínese el estado de shock que eso pudo significar para los afectados, que fueron enviados al frente de guerra de un día para otro antes, incluso, de saber que ésta había estallado y, por supuesto, para sus familias.
El segundo embarque tendría lugar una semana después, el día 18, serán los soldados del batallón de cazadores de Reus.
“Algunos soldados arrojaron al mar los escapularios y medallas que varias aristócratas barcelonesas les habían entregado antes de subir al vapor militar Cataluña, mientras hombres y mujeres gritaban desde los muelles:
¡Abajo la guerra! ¡Que vayan los ricos! ¡Todos o ninguno!
La policía tuvo que hacer varios disparos al aire y detuvo a varias personas. Las protestas aumentaron en los días siguientes cuando llegaron noticias de que se habían producido gran número de bajas entre los soldados españoles enviados a Marruecos[11]. El jueves 22 de julio los diputados de Solidaridad Catalana se hacían eco del "sentimiento popular" y exigían al gobierno la "reunión inmediata de las Cortes" para debatir la cuestión de la guerra y las "condiciones en que se practica el reclutamiento de las tropas expedicionarias"[12]. El gobernador civil de Barcelona, Ángel Ossorio y Gallardo, prohibió la reunión de Solidaritat Obrera que iba a celebrar el sábado 24 de julio para confirmar la propuesta de ir a una huelga general, por lo que fue un Comité de Huelga clandestino, integrado por Antoni Fabra i Ribas (socialista), José Rodríguez Romero (sindicalista) y Miguel V. Moreno (anarquista), el que fijó un paro de 24 horas para el lunes 26 de julio[13], el cual degenerará en la Semana Trágica.”[14]
El lunes, 26 de julio comenzó la huelga en los barrios periféricos. Los huelguistas se desplazaron al centro de Barcelona, donde pararon los tranvías y obligaron a cerrar los comercios. Y el Capitán General de Cataluña, Luis de Santiago, tras hablar telefónicamente con el ministro de gobernación, decretado el “estado de guerra” (por segunda vez en cuatro años). Dos comisarías fueron asaltadas, se cortó el gas y la electricidad, y Barcelona quedó incomunicada del exterior por ferrocarril, por teléfono, y por telégrafo. Una manifestación de mujeres fue disuelta a tiros. A partir de entonces la revuelta se convierte en una verdadera insurrección que, además, se extendió con rapidez a otras localidades catalanas. El martes 27 se empezaron a levantar barricadas, se asaltaron armerías y se empezaron a quemar edificios religiosos.

El “Barranco del Lobo” y sus consecuencias
Ese mismo 27 de julio las fuerzas españolas caen en una emboscada que los rifeños le tendieron en el “Barranco del Lobo”, en la que murieron 153 hombres y 599 resultaron heridos. Será el mayor revés que los expedicionarios sufran en esa guerra. La mayor parte de las bajas eran de los catalanes que salieron de Barcelona el 11 de julio.
La noticia termina incendiando, literalmente, las calles de Barcelona. El 28 de julio amanece entre columnas de humo procedentes de edificios religiosos asaltados e incendiados. A partir del 29 unos 10.000 soldados irán abriéndose paso a tiros por las calles de Barcelona, avanzando desde el puerto y la zona de las Ramblas. Los últimos focos de resistencia serán los barrios de San Andrés y de Horta. El 1 de agosto Barcelona había vuelto a la normalidad. Pero la lucha siguió en otras localidades catalanas hasta el 5 de agosto.
El balance final de los disturbios fue de 78 muertos (75 civiles y 3 militares), unos 500 heridos, 112 edificios incendiados (80 de ellos religiosos), varios miles de detenidos, 2.000 procesados, 175 penas de destierro, 59 cadenas perpetuas y 5 condenas a muerte. Además, se clausuraron los sindicatos y se ordenó el cierre de las escuelas laicas.

El caso Ferrer Guardia
Uno de los cinco condenados a muerte fue Francisco Ferrer Guardia, pedagogo anarquista, cofundador de la Escuela Moderna, al que se consideró el máximo responsable de los sucesos de la Semana Trágica. Ferrer fue ejecutado el día 13 de octubre.
“Según Javier Tusell y Genoveva García Queipo de Llano las pruebas presentadas contra Ferrer "eran escasas y deficientes, en especial para considerarlo jefe de los anarquistas españoles"[15].
Según estos mismos historiadores, "durante meses la prensa mundial tuvo un motivo permanente de atención en las cosas de España, casi siempre para transmitir de ella una imagen de un país atrasado y bárbaro dominado por la Inquisición religiosa y por una Monarquía retrógrada. En París hubo banderas españolas con crespones negros o quemas de símbolos nacionales. En Suiza los manifestantes gritaban contra España y los curas. En Roma los protestatarios llegaron a entrevistarse con el presidente del Gobierno. También en Lisboa se produjeron actos parecidos y en Buenos Aires se lanzaron bombas contra el consulado español. Hubo mítines en Salónica, y en Génova los trabajadores de los muelles se negaron a descargar buques españoles. En Petrópolis, una ciudad de Brasil, se quemó una efigie del rey. En Gran Bretaña, las protestas por el asesinato de Ferrer fueron frecuentes… En todo el viejo continente los diplomáticos españoles no cesaron de enviar en sus comunicaciones juicios como los de que la protesta había alcanzado inconcebibles e inexplicables proporciones[16].”[17]

La Acción Sindical
La lucha obrera en España no había dejado de incrementarse de manera paulatina desde la época de La Gloriosa. La Primera Internacional creó una sección española que fue muy activa durante el periodo 1868-1874. En 1879 se funda el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), adscrito a la Segunda Internacional y sus miembros fundaron a su vez el sindicato Unión General de Trabajadores (UGT) en 1888. El sindicato socialista no dejó de crecer desde entonces, aunque su presencia en muchas zonas del país seguía siendo puramente testimonial.
La reagrupación de las fuerzas políticas catalanas que se integraron en el movimiento llamado “Solidaridad Catalana” tuvieron pronto su reflejo en el ámbito sindical. Los diversos sindicatos de carácter local que existían por toda Cataluña se fusionaron para constituir Solidaridad Obrera, en 1907, que se convirtió inmediatamente en el sindicato catalán por antonomasia.
Será Solidaridad Obrera quien convoque la Huelga General del 26 de julio de 1909, que dio origen a la Semana Trágica de Barcelona.
Ya hemos visto como una de las consecuencias de la represión que siguió a la misma fue la clausura de los sindicatos. Solidaridad Obrera pasó, durante unos meses a la clandestinidad. En cuanto volvieron a la actividad legal convocaron su segundo congreso, que tuvo lugar en Barcelona desde el 30 de octubre hasta el 1 de noviembre de 1910. En él acordaron reconvertirse en un sindicato de ámbito estatal y pasar a llamarse Confederación Nacional del Trabajo (CNT). De esta manera el segundo congreso del sindicato catalán Solidaridad Obrera se convirtió en el congreso fundacional de la CNT, la más poderosa organización sindical española desde entonces hasta el final de la guerra civil española, en 1939.
En 1914 estalló la Primera Guerra Mundial y en 1917 tuvo lugar la Revolución Rusa. Ambos acontecimientos tuvieron una importante repercusión en las luchas obreras en España:
“El que en la I Guerra Mundial la economía de una España neutral creciera, fortaleció a la clase obrera y a la CNT. En 1917-18 se dio un incremento de la actividad huelguística. El gobierno prohibió la "Soli" (Solidaridad Obrera, órgano oficial de la confederación), cerró centros obreros y detuvo dirigentes. En 1919 se produjo la huelga de la empresa eléctrica "La Canadiense", que se extendió y produjo una huelga general en la industria y el campo catalanes. Victoria parcial de la CNT, tras una dura lucha. Y es que la movilización fue importante: el 24 de marzo de 1919 la CNT volvió a convocar una huelga general para liberar a los presos de la huelga anterior. Hubo tres semanas de lucha social en Barcelona y otras ciudades.
El gobierno reaccionó con pánico y el 3 de abril el parlamento aprobó la jornada de 8 horas. El gobierno ordenó formar las comisiones mixtas de negociación. Eran triunfos arrancados por la clase trabajadora con su lucha. Pero la detención de sindicalistas llevó a la dirección de la CNT a anarquistas puros, que respondieron al terrorismo "blanco" con acciones de terrorismo individual. Esto fue criticado por muchos sectores de la misma organización. Antiguos policías de la "Brigada político-social" se encargaron de dirigir las bandas de pistoleros de la patronal contra los confederales y las organizaciones obreras en general.
A finales de 1919, el gobierno intentó pactar con el sector sindicalista de la CNT, pero la Federación de Patronos planteó el "lock-out" y se recrudeció la lucha. La patronal formó a obreros desclasados en el Sindicato Libre (ultracatólico y favorable a los patronos) contra los sindicatos únicos de la CNT. La lucha pistolera entre ambos grupos produjo una nueva escalada terrorista. La extensión del terrorismo en 1920, junto con los "lock-out" y la huelga general convocada para el 24 de enero, produjeron una tensión extrema.
El terrorismo y la lucha social se extendieron a toda España. También en 1920, el gobierno pasó de la línea reformista a la línea dura, dejando de negociar y reprimiendo a la CNT, con la policía y el ejército. Se aplicaba la criminal "ley de fugas", que permitía el asesinato de los detenidos alegando intento de huida. "[18].
Esta era la situación del movimiento obrero cuando se produjo el golpe de estado de Primo de Rivera.

La Mancomunidad de Cataluña
La Mancomunidad de Cataluña fue una institución promovida por el dirigente de la catalanista Liga Regionalista Enric Prat de la Riba y creada por un Real Decreto del gobierno español de marzo de 1914. «Era la primera grieta, fuera del ámbito vasco-navarro, en el rígido esquema territorial que, salvo el breve paréntesis de 1873-1874, había caracterizado al Estado desde la Constitución de 1812». Por esta razón provocó un rechazo no solo entre la derecha española, sino también entre los socialistas que la consideraron un instrumento al servicio de la «burguesía catalana»[19]. Fue disuelta en 1925 por la Dictadura de Primo de Rivera ante el temor de que pudiera convertirse en el embrión de «un pequeño Estado», «capaz de dañar a España»[20].”[21]
Uno de los puntos programáticos más importantes de Solidaritat Catalana, ¡que arrasó en las elecciones generales de 1907 en Cataluña! era la creación de la Mancomunidad de Cataluña, que buscaba “aglutinar las cuatro diputaciones catalanas en un único ente regional”[22].
El anteproyecto fue propuesto conjuntamente por las cuatro diputaciones a finales de 1911 y entregado al Presidente del Consejo de Ministros, José Canalejas, del Partido Liberal, que había reemplazado a Segismundo Moret en el liderazgo de su formación política.
Canalejas, al principio, era tan jacobino como el resto de miembros de su partido. Pero los acontecimientos que habían tenido lugar en España desde 1905 le habían hecho reflexionar bastante, y la arrolladora victoria de Solidaritat Catalana en las Generales de 1907 no dejaba lugar a dudas acerca de las posiciones políticas de los habitantes de Cataluña. El estallido social de 1909 (la Semana Trágica) y la posición de defensa del statu quo que adoptaron los miembros de Solidaritat Catalana en esa crisis le terminaron de convencer que habíamos entrado en un nuevo tiempo político que exigía grandes dotes de audacia y la necesidad de probar nuevas alternativas. Su evolución personal le llevó a afirmar que “un liberal centralista era un sujeto digno de la Paleontología o la Arqueología”[23]. Así que llevó el anteproyecto al parlamento, donde lo defendió, consiguiendo que fuera aprobado por el Congreso de los Diputados el 5 de junio de 1912. 19 diputados de su propio partido votaron en contra, encabezados por Segismundo Moret (algo bastante previsible) y... ¡Niceto Alcalá Zamora! (efectivamente, el futuro primer presidente de la II República Española).
Una vez aprobado el anteproyecto en el Congreso, continuó su trámite en el Senado. En ese punto se encontraba cuando Canalejas fue asesinado, el 12 de noviembre de 1912. El proceso culminó un año después, con el Partido Conservador recién llegado al gobierno. Así pues será, finalmente, el partido más derechista del arco parlamentario el que promulgue el Real Decreto de Mancomunidades Provinciales, que abría la puerta a otras potenciales mancomunidades en cualquier otro lugar de España, el 18 de diciembre de 1913.
La Mancomunidad de Cataluña se constituyó el 6 de abril de 1914. Será la primera y también la única que llegó a crearse al amparo de esa ley. Pero las expectativas que levantó en el resto de territorios de nuestro país fueron importantes. Llegó a haber un proyecto de Mancomunidad Valenciana, que no pudo materializarse, y un pronunciamiento de las diputaciones castellano-leonesas en ese sentido. También hubo diversas iniciativas políticas en esa dirección, que no llegaron tan lejos, en otros lugares de España.
El país estaba cambiando, pese a las formidables resistencias de la coalición de fuerzas que estaban frenando el proceso desde el poder. Ya vimos como Canalejas fue asesinado en noviembre de 1912 y como, pese a la llegada al poder de los conservadores a finales de 1913, la Ley de Mancomunidades salió adelante. El presidente, Eduardo Dato, será finalmente el responsable último de su puesta en marcha... Y también fue asesinado..., aunque ocho años después.
Es mucha casualidad que los dos presidentes españoles que tuvieron algo que ver con la puesta en marcha de las mancomunidades provinciales fueran asesinados ¿verdad? Y que poco después de este segundo asesinato (el de 1921) se produjera el golpe de estado de Primo de Rivera (1923), y la supresión de la Mancomunidad de Cataluña (1925).
“El Estatuto provincial, aprobado por Real Decreto de 20 de marzo de 1925, hace tabla rasa del régimen mancomunal de 1913”[24]
En paralelo a todo esto se va produciendo un proceso de militarización de la estructura del estado, que cuenta con el respaldo de la corona.

Las Juntas de Defensa
“Las Juntas de Defensa fueron unas organizaciones, corporativas militares, de carácter pretoriano, legalizadas en España en junio de 1917 durante el reinado de Alfonso XIII. Amparadas por el Rey ejercieron como grupo de presión militar sobre el poder civil, interviniendo activamente en la vida política y contribuyendo así a la crisis del régimen de la Restauración. Reconvertidas en comisiones informativas por el ministro de la guerra general José Villalba Riquelme 1919-1920, fueron abolidas en noviembre de 1922, diez meses antes del golpe de Estado de Primo de Rivera que puso fin al periodo constitucional del reinado de Alfonso XIII.
Nacidas en 1916 agrupaban a los jefes y oficiales con destino en la península que reclamaban el aumento de sus salarios (su poder adquisitivo había disminuido a causa de la inflación provocada por la Gran Guerra) y que también protestaban por los rápidos ascensos por "méritos de guerra" que obtenían sus compañeros destinados en Marruecos, que les permitían aumentar sus ingresos y progresar en el escalafón.”[25]

La involución del Régimen Canovista
Los hechos del ¡Cu-Cut!, la declaración del Estado de Excepción en Barcelona como consecuencia de ellos, el debate político que acompañó a la implantación de la Ley de Jurisdicciones, que polarizó a buena parte del espectro político y de la opinión pública, así como los resultados electorales de las Generales de 1907, con la profunda transformación del panorama político que representó en Cataluña, y la ruptura interna que significó dentro del Partido Liberal, así como la Guerra de Melilla, los sucesos del Barranco del Lobo, el estallido social catalán de 1909 y la aprobación de la Ley de Mancomunidades Provinciales marcan, indudablemente, el comienzo de un proceso involutivo del Régimen que, cuando lo analizamos desde la distancia temporal en que lo hacemos nosotros, vemos que terminó teniendo trágicas consecuencias.
El centralismo radial borbónico del siglo XVIII fue puesto a prueba durante el período 1808-1837 y descubrió por el camino que sólo podía salvarse llegando a algún tipo de compromiso con las fuerzas jacobinas. Ambas tradiciones, la del Antiguo Régimen aristocrático, despótico e ilustrado y la derivada de la Revolución de 1789, beben de fuentes francesas. Pertenecen a momentos diferentes del mismo proceso histórico. Ambas tienen el mismo origen geográfico y comparten buena parte de su sustrato cultural.
Pero dijimos hace tiempo que España no es Francia. España es un país muy diverso desde cualquier punto de vista que lo analicemos, empezando por la geología, siguiendo con la orografía, la climatología, la geografía humana y todas las consecuencias culturales e históricas que se derivan de estos factores.
El refuerzo jacobino del centralismo borbónico no podía dejar de agudizar las tensiones territoriales que el modelo francés provocaba en la realidad española. Eso es lo que ocurre cuando se pretende trasladar de forma mecanicista un modelo cultural sobre escenarios ajenos al de su lugar de origen. 
El sistema radial genera unas tensiones brutales entre centro y periferia. No es posible, a largo plazo, mantener la unidad política de nuestro país conservándolo. Y esto es así por la sencilla razón de que aísla a las distintas periferias entre sí y, por tanto, rompe las solidaridades entre territorios que son vecinos, poniéndolos a competir entre ellos. 
Los jacobinos pretendían romper las solidaridades de los viejos reinos de la época de los Habsburgo a través de la creación y consolidación de las provincias. Pero al final desencadenaron la respuesta de los diversos territorios a través de las fuerzas políticas nacionalistas y regionalistas. El sistema radial sigue aún vigente con bastante fuerza, a pesar de algunas iniciativas que han ido teniendo lugar desde la reaparición de las comunidades autónomas, tras la entrada en vigor de la Constitución de 1978 (Vía de la Plata, Corredor Mediterráneo, A92 andaluza, Nacional 620 y su complemento, la Autovía de Castilla, etc.).
Volviendo al régimen canovista. Hemos visto como las nefastas interferencias de un rey prepotente e inexperto creó una dinámica que conducía hacia la disolución del sistema parlamentario y el enfrentamiento armado. Entre 1905 y 1923 se van vaciando de contenido las instituciones representativas y se van legitimando de manera paulatina las injerencias de los militares en las tareas de gobierno.

Se cierra el ciclo
El crecimiento exponencial del movimiento obrero en España a partir de 1910, La evolución de la Guerra del Rif (1911-1927), la fundación por Abd el-Krim de la República del Rif en 1921, el Desastre de Annual (1921), con 11.500 muertos, el desarrollo de organizaciones militares de tipo corporativo, como las juntas de defensa, etc., van polarizando la sociedad española y tensionándola hasta un punto que el sistema de la Restauración era ya incapaz de manejar. El golpe de estado de los militares se presentía, y no tardará en llegar.
En 1922 Benito Mussolini organizó la Marcha sobre Roma y el rey de Italia, Víctor Manuel III, lo nombró Primer Ministro. Fue un golpe de estado legal, siguiendo mecanismos constitucionales, porque el rey podía llamar al gobierno a quién le apeteciera, independientemente de si era o no parlamentario o del respaldo que tuviera en la cámara. Este hecho marca el comienzo de una nueva época en Europa, la época de los fascismos. El fascismo se “puso de moda” (el primer fascismo, el de Mussolini) y, en España, las fuerzas más derechistas del arco parlamentario rápidamente tomaron nota, estaban contra la espada y la pared y decididas a recurrir a las medidas más extremas para intentar recuperar el control de una situación que se les iba de las manos.
Así que, jugando con las prerrogativas que la Constitución de 1876 daba al monarca, con los nuevos vientos que soplaban desde Italia y con la voluntad de intervención en las instituciones que tanto el rey como los militares venían mostrando desde 1902:
[En] “la medianoche del 12 al 13 de septiembre [de 1923] Miguel Primo de Rivera [Capitán General de Cataluña] proclamó en Barcelona el estado de guerra y sacó a los militares a la calle, que fueron ocupando los edificios clave de la ciudad. Lo mismo sucedió en el resto de las capitales catalanas. En la región catalana contó no solo con el apoyo de los militares, sino también del somatén[26],[27] de los industriales y de los sectores conservadores en general. Fuera de Cataluña ocurrió lo mismo en Zaragoza y en Huesca, donde también fueron tomados por los militares los lugares estratégicos gracias a que Sanjurjo había logrado convencer al capitán general de Aragón, general Palanca, de que se «abstuviera» de intervenir[28]. En las primeras horas el pronunciamiento no encontró ninguna oposición.
[…] El gobierno se mostró dividido. Solo dos ministros manifestaron su oposición frontal al golpe —Portela Valladares y el almirante Aznar— mientras que el resto mantuvo una actitud titubeante. El almirante Aznar, de hecho, se negó a que la Armada bombardease Barcelona[29]. El día 14 el rey regresó a Madrid desde San Sebastián y, en la reunión que mantuvo con el jefe de gobierno, García Prieto, no respaldó a este cuando propuso convocar a las Cortes y destituir a los mandos militares rebeldes[30].
Acto seguido, García Prieto dimitió. Tras realizar diversas gestiones, Alfonso XIII acabó llamando a Primo de Rivera a Madrid. A la una y cuarto de la tarde el rey otorgó el poder a Primo de Rivera y, a continuación, el capitán general Muñoz Cobos declaró el estado de guerra en Madrid[31]. De acuerdo con Ucelay-Da Cal y Susanna Tavera, el golpe de Primo de Rivera habría finiquitado uno de los logros del canovismo: la desacreditación del «recurso interclasista a la insurrección» como herramienta política[32].”[33]
Esta fue la crónica de una muerte anunciada. Y un salto cualitativo en el proceso de liquidación de la legalidad institucional. Aunque era un típico golpe de estado militar respetó, sin embargo, la legalidad vigente de la Constitución de 1876. El que nombró Presidente a Primo de Rivera fue el rey, que validó de esta manera la acción unilateral de los militares. La declaración del estado de guerra en Cataluña era una prerrogativa legal que tenía el Capitán General en aquella constitución. Y en Cataluña se había usado y abusado de ella, ya lo vimos en los sucesos del ¡Cu-Cut! y en la Semana Trágica. Por otro lado sigue el proceso formal de los viejos pronunciamientos militares del siglo xix español, aunque el sentido político de éste era completamente diferente. Los que se pronunciaban en el siglo xix intentaban forzar la llegada al poder de su partido, pero no acabar con el sistema parlamentario, como Primo de Rivera.
Igualmente, la peculiar manera de funcionar del liberalismo decimonónico español puso en manos del monarca la iniciativa política para forzar cambios de gobierno y llevar al ejecutivo a los líderes de las fuerzas opositoras, aunque estuvieran en minoría en el parlamento. Las posteriores convocatorias electorales ¡siempre! validaron esta decisión, lo que hizo creer a Alfonso xiii que podía manipular la realidad social con la misma facilidad con la que manipulaba la realidad política. Pero esta vez no puso al frente del ejecutivo a ningún miembro de los partidos del encasillado de la restauración, sino a alguien que venía a acabar con las instituciones representativas desde una visión autoritaria de las relaciones sociales, en una época en la que las fuerzas democráticas y el movimiento obrero se hallaban en plena ofensiva. El desenlace final de este proceso no era muy difícil de adivinar.
Y la evolución de los acontecimientos políticos en la Italia fascista brindó a los golpistas, además, un modelo exterior al que adherirse y presentar una acción claramente involutiva, de retorno al pasado, como la “última moda” del momento político.



[1] Carta Otorgada: Documento jurídico sujeto a la autoridad del monarca que regula el Estado y los derechos de los ciudadanos. A diferencia de una Constitución, no emana de la soberanía nacional, como ocurrió con el Estatuto de Bayona de 1808, promovido por Napoleón. El Estatuto Real de 1834 está influido por la Carta Otorgada francesa de 1814.
[5] MARTÍNEZ CUADRADO, MIGUEL: La burguesía conservadora (1874-1931). Historia de España Alfaguara. Tomo VI. Alianza Editorial Alfaguara. Madrid. 1974.
[6] Ibídem.
[9] De Madariaga, María Rosa (2011). «La guerra de Melilla o del Barranco del Lobo, 1909». Eloy Martín Corrales, ed. Semana Trágica. Entre las barricadas de Barcelona y el Barranco del Lobo. Barcelona: Edicions Bellaterra. pp. 91-95.
[11] Moliner Prada, Antonio (2009). «A modo de introducción». Antonio Moliner Prada, ed. La Semana Trágica de Cataluña. Alella (Barcelona): Nabla ediciones. p. 11.
[12] Martín Corrales, Eloy (2011). «Movilizaciones en España contra la guerra de Marruecos (julio-agosto de 1909)». Eloy Martín Corrales, ed. Semana Trágica. Entre las barricadas de Barcelona y el Barranco del Lobo. Barcelona: Edicions Bellaterra. pp. 134-135.
[13] Gabriel Sirvent, Pere (2011). «Anarquistas y sindicalistas ante la Semana Trágica: la constitución de la CNT, 1906-1911». Eloy Martín Corrales, ed. Semana Trágica. Entre las barricadas de Barcelona y el Barranco del Lobo. Barcelona: Edicions Bellaterra. p. 249.
[15] Tusell, Javier; García Queipo de Llano, Genoveva (2002) [2001]. Alfonso XIII. El rey polémico (2ª edición). Madrid: Taurus. pp. 185-186.
[16] Ibíd. p. 186.
[19] De la Granja, José Luis; Beramendi, Justo; Anguera, Pere (2001). La España de los nacionalismos y las autonomías. Madrid: Síntesis. ISBN 84-7738-918-7. p. 53.
[20] Puy, Josep (1984). «Representants de la monarquía a Catalunya (1923-1925)». L'Avenç (en catalán) p 48.
[22] Íbid.
[23] TUSSELL, JAVIER: “El reinado de Alfonso XIII (1902-1931)”. En Historia de España. Vol. IX. La Restauración. De la Regencia a Alfonso XIII. Madrid. 1997. Editorial Espasa Calpe. Pág. 280.
[24] Gifreu i Font, Judith: «Las mancomunidades provinciales en el marco de la reforma de la Administración local de principios del siglo XX. El “eslabón perdido” en el proceso de descentralización del Estado». Revista catalana de dret públic, núm. 51 (diciembre 2015)
[25] Suárez Cortina, Manuel (2006). La España Liberal (1868-1917). Política y sociedad. Madrid: Síntesis.
[26] González Calleja, Eduardo; Rey Reguillo, Fernando del (1995). La defensa armada contra la revolución: una historia de las guardias cívicas en la España del siglo XX. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. P. 160.
[27] Núñez Rivero, José María Cayetano; Martínez Segarra, Rosa María (1982). «Participación de las "élites" económicas en los primeros intentos de institucionalización del régimen de Primo de Rivera: Somatén y Unión Patriótica». Revista de Derecho Político (Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia)  (15): 151-166, p. 155.
[28] Ben-Ami, Shlomo (2012) [1983]. El cirujano de hierro. La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) [Fascism from above: Dictathorship of Primo de Rivera in Spain]. Barcelona: RBA107-132.
[29] Ben-Ami, 2012, p. 66.
[30] Ben-Ami, 2012, p. 69.
[31] González Calleja, 2005, La España de Primo de Rivera. La modernización autoritaria 1923-1930. Madrid: Alianza Editorial. p. 46.
[32] Ucelay-Da Cal y Tavera García, 1994, «Una revolución dentro de otra: la lógica insurreccional en la política española, 1924-1934». Ayer (13): 115-146. pp. 117-118.