En el anterior artículo planteé la tesis de que la
Revolución Industrial es una consecuencia del desarrollo de los imperios
ultramarinos europeos entre los siglos XV y XVIII, que estos son a su vez hijos
del descubrimiento de América por parte de los españoles, que si el pueblo
que hubiera protagonizado ese encuentro intercontinental hubiera sido otro el
resultado hubiera sido completamente distinto, y que la explicación del
formidable impacto que el descubrimiento colombino tuvo en la Historia de la
Humanidad sólo puede hallarse después de hacer un análisis profundo del proceso
histórico precursor de ese acto: La Edad Media de la Península Ibérica.
Hace ya mucho tiempo que llegué a una conclusión que, con
toda probabilidad le sorprenderá y que -desde luego- no es para nada evidente:
Uno de los momentos más trascendentales de toda la Historia Universal es... … …
¡¡El siglo XI español!! Durante esa centuria, en el reducido espacio que
ocupa este país, sucedieron cosas que han condicionado el resto de
acontecimientos que han venido sucediendo en el mundo desde entonces y que nos
han traído hasta aquí. Si nuestra pequeña historia, en aquella coyuntura, se
hubiera dado de otra manera, no habría habido cruzadas, el descubrimiento de
América hubiera tenido después un “perfil bajo” y no se hubiera producido más
tarde el desembarco masivo de europeos en América ni en el Extremo Oriente; la
Revolución Industrial estaría todavía en una fase embrionaria de desarrollo, no
se habría producido en Europa el fuerte enfrentamiento entre fe y ciencia, ni
hubieran tenido lugar las oleadas revolucionarias que han caracterizado a la
Europa contemporánea, que después exportamos al resto del mundo y que
constituyen uno de los signos más característicos del siglo XX.
Como estoy seguro de que el lector no aceptará
por las buenas esta serie encadenada de consecuencias, llevo tres años
intentando, a través de este blog, establecer algunas de las bases teóricas que
nos puedan permitir plantear abiertamente esta tesis, con una argumentación en
espiral que nos permita, cada vez que volvemos sobre escenarios históricos de
los que ya hemos hablado, introducir una mayor cantidad de elementos a
considerar que no estaban presentes en la explicación anterior. Al abordar el siglo
XI español por segunda vez (la primera fue en febrero de 2012 a través del
artículo “La génesis de nuestra identidad”[1])
cerramos el primer ciclo que comenzó en ese punto y cuyo desarrollo nos fue
llevando primero por la Plena y Baja Edad Media peninsular, después vimos el
despliegue del Imperio Español en sus tres escenarios diferentes: el
continental europeo, el mediterráneo y el americano. Abordamos más tarde “La
crisis de la conciencia europea”[2]
y “La crisis de la identidad española”[3]
y sus consecuencias filosófico-religiosas[4],
así como políticas[5].
También esbozamos el comienzo del duelo cultural americano entre dos proyectos
de civilización alternativos: el hispano y el anglosajón[6],
que poseen una lógica interna de desarrollo muy diferentes y que vienen sosteniendo
un pulso que presenta ya un recorrido de varios siglos y un horizonte de futuro
tan dilatado como su pasado.
Antes de volver al siglo XI nos hemos dado una
vuelta por el Imperio Romano, los orígenes del cristianismo, por la España
visigoda y por los primeros siglos de la “Reconquista” española, para situar
adecuadamente a los protagonistas de nuestra historia. En esa exposición hemos
descubierto en los últimos artículos a los “santiaguistas” españoles que, como
dijimos hace tres años, sostuvieron un pulso claramente cismático con el
cristianismo romano-trinitario, algo que la historiografía oficial nos viene
ocultando desde hace mil años.
….
….
Todas estas citas proceden del libro de Américo
Castro España en su historia, un
clásico dentro de nuestra historiografía que invito a leer con detenimiento, ya
que sienta las bases para un replanteamiento sustancial de nuestra visión de la
Edad Media española y, en consecuencia, de los elementos precursores que
terminarían dando origen al proyecto político que hoy llamamos España.
Durante los siglos IX y X los obispos de
Santiago, respaldados por los reyes de León, libraron un pulso cada vez más
abierto con el Papa, que amenazaba convertirse en un verdadero cisma. El
desenlace de ese enfrentamiento comenzaría a producirse cuando el conde de
Castilla -Fernando I- se anexione el
reino de León (1037). Pero no precipitemos acontecimientos y recordemos lo que
dijimos hace tres años en nuestro artículo de referencia[12]:
“Para los monarcas hispanos la peregrinación... [a Santiago de Compostela se
convirtió pronto en] ... una fuente de
santidad, de prestigio, de poderío y de riqueza, que el monacato nacional no
estaba en condiciones de aprovechar suficientemente. Fue preciso traer
"ingenieros" de fuera para organizar un adecuado sistema de "do
ut des" entre España y el resto de la cristiandad, y realzar así la
importancia de los reinos peninsulares frente al Islam y respecto de Europa.”
[14]
Ese momento histórico constituye el nudo gordiano
de la Historia de España, el punto de inflexión de nuestra relación estratégica
con el papado, con el resto de la cristiandad y, en consecuencia, con el resto
de pueblos europeos. No voy a continuar describiéndolo porque ya lo hice en el
artículo citado, que les invito a releer.
El culto al apóstol Santiago pasó de ser el
elemento de fricción más importante con el catolicismo romano a convertirse en
la principal vía de integración en el mismo por obra y gracia de los monjes
cluniacenses, los “ingenieros sociales” que rediseñaron nuestra relación con el
resto de la cristiandad europea.
Pero nuestra reconversión al catolicismo romano también
tendrá hondas consecuencias históricas inmediatas fuera de España, porque tras
los monjes vendrán una multitud de nobles de toda Europa -especialmente
borgoñones- que serán incorporados inmediatamente a la línea del frente, y que
darán un salto, tanto cualitativo como cuantitativo, a partir de la invasión de los almorávides (1086). Y
las noticias acerca del formidable choque armado que se estaba produciendo en
España alcanzaron a todos los confines de la aguerrida sociedad feudal europea,
que no fue consciente hasta ese momento de la magnitud del mismo y que encendió
todas las alarmas. Creo que, para situarnos adecuadamente en contexto, debemos
echar una ojeada a este mapa:
Lo verde es el Imperio almorávide.
(Mapa procedente de Wikipedia).
Cuando un sector significativo de la flor y nata
de la nobleza borgoñona (como Raimundo
o Enrique de Borgoña, casados
respectivamente con las hijas de Alfonso VI Urraca
y Teresa) entra en combate en
territorio español, encuadrados en el ejército castellano-leonés, y descubre el
frente, el volumen de combatientes que participan en él, las estrategias y las
tácticas de combate del mundo de la
frontera, se produce un salto en la consciencia que sitúa mentalmente -de
manera brusca- a la nobleza y al clero continentales en medio del brutal choque
armado que está teniendo lugar en ese momento en todo el arco mediterráneo. Y
el concepto musulmán de la Yihad, que
ya había sido interiorizado por la vanguardia militar española y articulado
teóricamente alrededor de la concepción del mundo del “santiaguismo”, se
extiende por toda Europa y se redefine a través del discurso que apunta hacia
la constitución de la Primera Cruzada
en la que, como recordaremos, se produjo la conquista de Jerusalén en el año 1099, trece
años después de aquel “choque de trenes” que tuvo lugar en Sagrajas (1086).
Los leoneses habían convertido en el siglo IX al
apóstol Santiago en el profeta de la anti-yihad, y a la basílica donde “estaba
enterrado” en la anti-Kaaba. Ahora el Papa acababa de señalar una nueva tumba
sagrada (el Santo Sepulcro) como objeto de peregrinación (como La Meca para los
musulmanes y la basílica de Compostela para los santiaguistas) y había
cristianizado el concepto de yihad,
al que llamó “cruzada”. He aquí como los españoles se convirtieron en el
vehículo de transmisión de la concepción militarista del Islam hacia la Europa
cristiana y suministraron a esta un anti discurso para catalizar la respuesta
europea a una agresión que hasta entonces sólo estaba siendo percibida de una
manera vaga y difusa.
Esa será la primera vez que los españoles –el
pueblo de la frontera- señalen el camino a sus vecinos del norte. Doscientos
cincuenta años después el impulso de los cruzados se había agotado y los
europeos continentales se replegaban de nuevo hacia sus cuarteles de invierno
en medio de conflictos internos de todo tipo (Guerra de los Cien Años, Cisma de
Occidente, etc.), mientras los españoles seguían batiéndose en la frontera,
seguían acumulando fuerzas en ella y empezaban a preparar una nueva ofensiva,
pero esta vez a través del mar.
Mientras los cruzados del Levante mediterráneo
cubrían su ciclo completo en una espiral involutiva en la que iban agotando su
impulso conforme el tiempo avanzaba, los ibéricos hacían lo propio en una
espiral evolutiva en la que ese impulso se agrandaba en cada nueva vuelta que
daba sobre su eje. Tres invasiones fueron rechazadas durante ese tiempo
(almorávides, almohades y benimerines), cada una de ellas los sorprendió con un
mayor volumen de combatientes disponibles, con una línea de fortalezas situada
más hacia el sur y con una mayor capacidad de respuesta. Y es que España era
–estructuralmente- la vanguardia europea mientras que las cruzadas fueron
–simplemente- un experimento, un intento –fallido- de emulación en el este de
la vanguardia del suroeste.
Durante la Era
de las invasiones africanas (1086-1344) la Península Ibérica fue una
caldera a presión en la que formidables ejércitos se estuvieron batiendo en la
frontera y en la que se fue militarizando la sociedad entera. En la España
cristiana vivían las clases populares más movilizadas probablemente de todo el
planeta. Este hecho transmitió a toda la sociedad una polarización mental y una
capacidad de resistencia ante la adversidad que después terminarían desplegando
en los escenarios de lucha en los que se fueron repartiendo a partir del siglo
XV, convirtiéndose en la vanguardia de las nuevas
fronteras que se fueron abriendo en la Era
de los descubrimientos geográficos.
Cuando los pueblos ibéricos superaron los límites
de su península originaria y se hicieron a la mar ya nunca nada sería igual, y el
formidable dinamismo de los hombres de la
frontera arrastrará tras de sí al resto de pueblos europeos y los conectará
con las demás civilizaciones que habitaban en los otros continentes de nuestro
mundo.
[1]
http://polobrazo.blogspot.com/2012/02/la-genesis-de-nuestra-identidad.html
[2] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/09/la-crisis-de-la-conciencia-europea.html
[3] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/10/la-crisis-de-la-identidad-espanola.html
[6]
“Los Estados Unidos de Norteamérica” (http://polobrazo.blogspot.com.es/2013/06/los-estados-unidos-de-norteamerica.html),
“El nacionalismo norteamericano (http://polobrazo.blogspot.com.es/2013/11/el-nacionalismo-norteamericano.html),
“El ariete mexicano” (http://polobrazo.blogspot.com.es/2014/03/el-ariete-mexicano.html)
y “El centro geográfico de Hispanoamérica” (http://polobrazo.blogspot.com.es/2014/04/el-centro-geografico-de-hispanoamerica.html).
[7]
CASTRO, AMÉRICO: España en su
historia. Editorial Trotta. Madrid. 2004. P. 242-243
[8]
A. López Ferreiro, Historia de la Iglesia de Santiago, III, p. 274.
[9]
Américo Castro. Ibíd. p. 230.
[10]
Américo Castro. Ibíd. P. 229.
[11]
Citado por Américo Castro. Ibíd. p. 229
[12]
“La Génesis de nuestra identidad” (http://polobrazo.blogspot.com/2012/02/la-genesis-de-nuestra-identidad.html).
[13]
A. de Yepes, Crónica general de la orden de San Benito, 1615, fol. 467.
[14]
Américo Castro. Ibíd. P. 256.