lunes, 3 de junio de 2019

La Era de las invasiones africanas


La trascendencia histórica de la batalla de Sagrajas
Dicen los historiadores que la batalla de Sagrajas fue una victoria musulmana y una derrota cristiana. Si aceptamos esa interpretación hay algo que no nos cuadra en el comportamiento de los dos ejércitos que participaron en ella durante los años que siguieron a la misma, porque los “vencedores” después... ¡se repliegan! y los “derrotados”... ¡contraatacan! (¿?).
El resultado de una batalla no se puede juzgar aislándolo del contexto global de la guerra de la que forma parte. Desde el punto de vista de las dinámicas históricas es obvio que Sagrajas frena la expansión castellano-leonesa por las tierras andalusíes, que les había permitido conquistar la mayor parte de la margen septentrional del valle del Tajo durante la primera mitad de la década de los ochenta del siglo XI. Y también había obligado a sus ejércitos a abandonar la ofensiva que acababan de iniciar contra el reino musulmán de Zaragoza, en el noreste de Al-Ándalus, cuando fueron sorprendidos por la poderosa fuerza invasora magrebí.
Pero Sagrajas, igualmente, frenó en seco la ofensiva almorávide en la Península Ibérica antes de que empezara. Ese día (23 de octubre de 1086), todas las mentes pensantes, los grandes estrategas que vivían en la mitad occidental del Mar Mediterráneo y que eran conscientes de lo que pasaba a su alrededor, descubrieron que éste se estaba convirtiendo en un inmenso campo de batalla en el que se batian ejércitos de decenas de miles de hombres llegados desde regiones del mundo situadas a miles de kilómetros de sus orillas. Ese día el Papa, Ben Yusuf, Alfonso VI, los cluniacenses y la nobleza borgoñona descubrieron que en España se estaba jugando, nada menos, que el futuro de la Humanidad. Los que se dieron cuenta de esto, desde ese momento, juegan con ventaja con respecto a los que no lo hicieron. Y algunos, todavía, siguen sin enterarse (mil años después).


La invasión almorávide
Sagrajas fue un “choque de trenes” entre unos castellano-leoneses que avanzaban rápidamente hacia el sur y unos almorávides que lo hacían hacia el norte mucho más rápido todavía. Pero los norteafricanos procedían de un inmenso mar de arena dónde la tierra no tiene mucho valor y dónde la guerra es una sucesión de rápidas ofensivas de la caballería ligera en la que una buena estrategia, una acción decidida y un poco de suerte resultan determinantes a la hora de solventar los conflictos. Las batallas se resuelven en unas horas, hasta que se hace evidente el rumbo que están tomando y los “derrotados” le dejan el trozo de desierto en el que se están batiendo a los “vencedores”.
Pero la guerra, en España, es otra cosa. Cuando estalla de verdad, dura siglos. Ningún conflicto aquí se resolverá en una sola batalla y, si me apuran, en una sola guerra. El país hay que conquistarlo metro a metro. Aquí la infantería y la caballería acorazada tienen mucho que decir. La guerra de posiciones ralentiza los conflictos y los ejércitos no están tan jerarquizados, una buena parte de los guerreros pelea por sus propias razones y, llegado el momento, desplegará estrategias de combate no consensuadas con unos “superiores” que no son tales, sino unos “primus inter pares” (primeros entre iguales). Recordemos que los almorávides se enfrentan con los supervivientes de la época de los amiríes, que habían tenido tres generaciones para recuperarse, para reestructurarse, para anticiparse a las previsibles y futuras ofensivas de sus enemigos. Tres generaciones en las que varias decenas de miles de colonos habían estado avanzando desde la línea del Duero hasta la del Tajo, trescientos kilómetros más al sur, ocupando las laderas del Sistema Central español, una tierra que, entonces, recibió el nombre de “Extremadura”, que significa “tierra fronteriza”, “zona en disputa entre dos ejércitos”. La Extremadura altomedieval (que no es la misma zona que hoy recibe ese nombre) era una tierra de ganadería trashumante, un paisaje rocoso y agreste, muy frío, donde las piedras tienen la extraña manía de agruparse para formar murallas. Sus capitales, Soria, Segovia y Ávila se encuentran situadas respectivamente a 1063, 1002 y 1131 metros de altitud sobre el nivel del mar.


Diseño estratégico de la batalla
La noticia de la llegada a la Península de una nueva fuerza invasora movilizó inmediatamente a toda la población de la España cristiana, y los ejércitos castellano-leoneses se dirigieron de manera casi automática hacia el punto dónde los musulmanes se estaban concentrando: la ciudad de Badajoz, capital del reino homónimo, presentándose ante las murallas de la ciudad antes incluso de que lo hicieran algunos de los que allí habían sido convocados. La frontera entre los reinos de Badajoz y de León estaba situada, en ese momento histórico, en la ciudad de Coria, 150 km. más hacia el norte. Los castellano-leoneses, por tanto, se habían metido, ellos solitos, en la boca del lobo. Se habían adentrado 150 km. en territorio enemigo buscando expresamente, además, al grueso de su ejército. Los campamentos de los almorávides y de sus aliados andalusíes estaban situados alrededor de la ciudad, en la orilla meridional del río Guadiana. Los cristianos hacen lo propio en la llanura de Sagrajas, en su ribera norte. Dos ejércitos mirándose a ambos lados del río. Será en Sagrajas donde se libre la batalla en la que, según las fuentes, perecieron la mitad de los contingentes cristianos y un alto porcentaje, también, de los musulmanes.
Era evidente que Alfonso VI no pretendía conquistar la ciudad, que sabía que iba a perder una buena parte de su ejército en esa batalla y que, al final del día, tendría que dar la orden de retirada. Todo eso lo sabía antes de meterse en esa ratonera. Alfonso VI, que reinó entre 1065 y 1109, era un hombre bastante sensato, bien informado, valiente y que demostró sobradamente poseer grandes dotes de estadista a lo largo de su vida. Pero también tenía, cuando la situación lo requería, grandes dosis de osadía. ¿Qué buscaba conseguir con esa operación militar?

Objetivos políticos
Pues buscaba, sencillamente, enseñar los dientes. Mostrarles a sus nuevos adversarios norteafricanos el tipo de guerra que les esperaba y el temple de los guerreros con los que iban a tener que enfrentarse. También estaba mandándole un mensaje al Papa: “España es la barrera que está protegiendo a Europa del alud islamista. Si España cae, la puerta queda abierta”.
Los dos mensajes llegaron a sus respectivos destinatarios. Ben Yusuf tomó buena nota y comprendió que había subestimado a su adversario. Se dio cuenta de que el ejército que traía no estaba preparado para este tipo de guerra y de que antes de emplearse a fondo en la Península tenía que adiestrar adecuadamente a su tropa y mentalizar a sus oficiales. A esa tarea se dedicará durante los años siguientes. Es muy significativo que, tras la batalla, dejara a los cristianos cruzar los 150 km. que le separaban de la línea fronteriza sin molestarlos. Ya había tenido bastante en Sagrajas.
Los servicios de información de Alfonso VI permeaban la estructura política andalusí. Estaba al tanto de todo lo que se movía entre los Pirineos y el Estrecho de Gibraltar, de la psicología de sus adversarios, de las facciones en que se dividían... a los únicos que no conocía era a los almorávides y decidió que la mejor manera de hacerlo era probarlos directamente en el campo de batalla para averiguar de que material estaban hechos.
También estaba al tanto de lo que había en todo el occidente europeo. Él estaba financiando la expansión de la orden cluniacense y, en justa reciprocidad, los monjes actuaban, al norte de los Pirineos, como embajadores suyos, como informadores y como propagandistas. Había una facción de la curia romana que tenía línea directa con la corte castellano-leonesa.
En Sagrajas pelearon hombres con todas las tonalidades de piel que se dan en la parte occidental del Viejo Mundo, pues habían sido reclutados desde el río Senegal hasta el norte de Francia. Había nobles borgoñones y franceses que nunca se habían visto en una tesitura semejante, que no la habían imaginado siquiera. Y esta batalla, sin duda, establecerá el patrón de las que vendrán después, durante los dos siglos y medio siguientes. Sagrajas marca el comienzo de una Era: La Era de las Invasiones Africanas (1086-1344), que comienza cuando los almorávides ponen su pie en Al-Ándalus, en junio de 1086 y cercan la ciudad andalusí de Algeciras, y acaba cuando los castellanos arrebatan esta misma ciudad a los benimerines, en marzo de 1344, 258 años después.

Contraofensiva cristiana
El estado mayor castellano-leonés era consciente de que sólo había obtenido una pequeña tregua. Dos o tres años de margen antes de enfrentarse a la verdadera invasión. Y empezó a diseñar el escenario en el que esperarían a sus enemigos. Durante los meses que siguieron, los castellanos se dedican a reforzar las guarniciones de la línea del Tajo y a estimular el avance de los colonos cristianos hacia las tierras situadas al sur del Sistema Central. Después pasarán de nuevo a la ofensiva en el territorio andalusí, marcándose un objetivo estratégico: Aledo.

Primer cerrojo: Aledo
Aledo es, en la actualidad, un municipio de la provincia de Murcia. En la década de los ochenta del siglo XI, una localidad fronteriza entre tres reinos andalusíes: Murcia, Granada y Sevilla, en el extremo sureste de Al-Ándalus, ¡a más de 300 kilómetros de la frontera del Tajo! con una población mayoritariamente mozárabe, es decir, cristiana, y una fortaleza que ocupaba una posición estratégica. Los castellanos la conquistarán en 1088, convirtiéndola en una importante base de operaciones situada en la retaguardia de las posiciones andalusíes, llevando la guerra hasta el corazón del territorio enemigo y rompiendo en dos, desde allí, las tierras de Al-Ándalus. Hacia el este el Levante (reinos de Murcia, Denia, Valencia, Albarracín, Zaragoza y Lérida), protegidos de los almorávides por la vanguardia militar castellano-leonesa. Hacia el oeste los aliados de Ben Yusuf, los reinos de Granada, Sevilla y Badajoz (en realidad Sevilla estaba siendo anexionada, en ese momento, por la fuerza, al imperio norteafricano). La campaña de distracción y de ruptura en dos mitades de Al-Ándalus ejecutada por el gran estratega castellano Alvar Fáñez -“Minaya”- fue un éxito total, que crearía escuela y sería repetida varias veces frente a los almorávides y a los almohades. El cerrojo de Aledo resistirá cuatro años. En 1092 la posición se volverá insostenible y Fáñez evacuará la ciudad y a todos sus habitantes, que serán realojados en la zona de Toledo.

Segundo cerrojo: Valencia
Una vez caída Aledo, Rodrigo Díaz de Vivar (“El Cid Campeador”) repetirá la jugada en Valencia, que se convirtió así en el segundo cerrojo que contuvo el avance almorávide por las tierras de Al-Ándalus durante otros 8 años (1094-1102), protegiendo a los reinos musulmanes de Zaragoza y de Lérida. En 1099 morirá El Cid. Y en 1102 volverá Alvar Fáñez a organizar la evacuación de Valencia, como había hecho en Aledo 10 años antes. Esta retirada hará historia de nuevo porque una vez abandonada la ciudad, Fáñez ordenará incendiarla para no dejarles a los almorávides nada que pudieran utilizar para consolidar su poder. Es la jugada que, en 1812, el conde Rostopchín repitió en Moscú y que le dio fama mundial. Nadie recuerda la operación de Fáñez siete siglos antes.

La línea del Tajo
Así que, entre Aledo y Valencia, los castellano-leoneses habían conseguido llegar hasta el siglo XII evitando el ataque directo masivo almorávide contra la frontera del Tajo, a base de crearle frentes alternativos en territorio andalusí. Esta ofensiva tendrá lugar, por fin, en 1108. Los castellanos intentaron pararla en Uclés, ¡22 años después de Sagrajas!. Para entonces Ben Yusuf ya había muerto, el líder almorávide ahora era Alí ibn Yúsuf. Pero Alvar Fáñez, incombustible, aún seguía en la brecha. El héroe de Sagrajas, de Aledo y de varias decenas más de choques armados, volvió a plantarles cara a sus ya viejos adversarios. La extraordinaria agresividad de las huestes castellano-leonesas, que estaban siendo observadas muy atentamente por buena parte de la nobleza europea, había dado un fruto extraordinario, mostrando a todos cuál era el camino a seguir.
Uclés fue una derrota sin paliativos de los castellanos en campo abierto. Pero los almorávides volvieron a comprobar, una vez más, que derrotar en descampado a los ejércitos cristianos no les abría la puerta de las ciudades amuralladas, que después había que ir sitiando una por una.

La última línea de defensa
Los que habían entrado en España para hacer retroceder a los cristianos, en vez de hacer esto, se dedicarían a ir sometiendo a los diferentes reinos musulmanes, consumiendo su tiempo y sus energías en luchar contra sus propios correligionarios. El último de los reinos andalusíes, Zaragoza, caerá en 1110. Este será el momento cumbre del imperio norteafricano. Entonces los islamistas alcanzan las fronteras más septentrionales de Al Ándalus, limítrofes con el reino cristiano de Aragón.

El estallido vital del reino de Aragón
Y serán precisamente los aragoneses los que comiencen la contraofensiva cristiana, por fin, sin interferencias castellanas (los castellanos habían protegido históricamente al reino musulmán de Zaragoza de los ataques aragoneses. Paradojas de la geopolítica). En 1118 expulsarán a los almorávides y convertirán a esta ciudad en la capital de su propio reino. Diez años después era aragonesa toda la actual provincia de Zaragoza. Y habían echado a los ejércitos musulmanes, ya para siempre, del Valle del Ebro. Era el principio del fin para los almorávides. Y el estallido vital del reino de Aragón.



Los almohades
En la primavera de 1146 un nuevo ejército invasor cruza el Estrecho: Los almohades. Y los castellanos, de manera casi automática, repiten frente a ellos el mismo guión que siguieron sesenta años antes contra los almorávides. En el primer caso dividieron Al-Ándalus en dos mitades, separadas por la línea Toledo-Aledo y en el segundo con una serie más compacta de fortalezas que irán desde Calatrava, en La Mancha, hasta Almería, pasando por Úbeda y Baeza. Hacia el este quedan las taifas levantinas, protegidas por los cristianos, pero preparándose para el momento en que salte esta barrera.

El “Rey Lobo”
Del segundo “cerrojo”, esta vez, se encargan los andalusíes, es decir, los musulmanes españoles del Levante. En concreto, Ibn Mardanis, “El Rey Lobo”, se coordinará estrechamente con los cristianos, llegando a lanzar ofensivas contra los almohades que cruzarán las líneas cristianas por la zona de Jaén y llegarán hasta Carmona, a 30 km de Sevilla, 200 km al oeste de las mismas. El primer “cerrojo”, el cristiano, resistirá diez años (1147-1157). El segundo, el musulmán, quince años más, hasta 1172.
Paradójicamente el “segundo cerrojo” contra los almorávides, el enclave cidiano de Valencia, era un territorio controlado por los cristianos, aunque de población musulmana, que protegía las taifas musulmanas del noreste (Zaragoza y Lérida). El “segundo cerrojo” contra los almohades era un reino musulmán que protegía a los cristianos de Aragón y de los condados catalanes, así como a los últimos almorávides que aún resistían en las islas Baleares.

Geraldo Sempavor
Pero contra los almohades, además, surgirá otro “cerrojo” en el occidente peninsular que la historiografía española no suele mencionar porque fue obra de portugueses. Se trata del enclave de Geraldo Sempavor (Gerardo Sin Miedo), también conocido como “El Cid portugués”, que conquistó Trujillo (1164), Cáceres (1165) y Badajoz (1169), entre otras plazas fuertes, a los norteafricanos, y resistirá su embestida hasta 1173. Como ve, la Era de las Invasiones africanas está llena de sorpresas, en las que no seguiremos abundando, porque desbordaríamos ampliamente los objetivos que pretende este artículo.

Repercusiones europeas de la batalla de Sagrajas
Dijimos más arriba que Alfonso VI, en Sagrajas, le mandó sendos mensajes tanto a Ben Yusuf como al Papa. Hemos hablado de las repercusiones que esta batalla tendrá sobre la ofensiva almorávide y sobre la historia peninsular, pero no sobre el impacto que tendrá en el resto de Europa y del Mediterráneo.
Las cruzadas cristianas sobre Tierra Santa son hijas de la batalla de Sagrajas. Así de simple. Si ésta no se hubiera dado o, en sentido más amplio, si los almorávides no hubieran invadido España ¡no habría habido cruzadas!
Ya hemos contextualizado convenientemente esta batalla. El papado, a través de los monjes cluniacenses y sus aliados -los nobles borgoñones-, estaba monitorizando intensamente todo lo que ocurría en España. Esta orden se convirtió en el más potente amplificador de las noticias que procedían de aquí. Eran los más activos “corresponsales de prensa” de la época. Y la nobleza franco-borgoñona ayudó a reforzar los mensajes que los monjes estaban difundiendo.

Las cruzadas
España fue la escuela donde se foguearon los estrategas que diseñaron la Primera Cruzada y donde afinaron las tácticas y las técnicas a emplear, el “laboratorio de experimentación”. El viejo proyecto teocrático de dominación política de la cristiandad europea, que el papado venía acariciando de manera vaga e imprecisa desde la caída del Imperio Romano de Occidente, se concretó bastante en España.
El papado necesitaba un lugar donde hacer las pruebas preliminares, necesitaba agravios concretos, referentes previos, experiencias, una narración que difundir. Y los españoles le dieron todo eso. Cuando los monjes se repartieron por Europa para predicar la cruzada contra el Islam contaban historias frescas, recientes y genuinas. Había testigos narrando historias reales -convenientemente cocinadas, claro-, historias que el imaginario popular mitificó. Pronto hubo miles de voluntarios dispuestos a incorporarse a la lucha.
Dicen que la información es poder. Siempre fue así. Y el Papa ha sido, durante siglos, la persona mejor informada que ha existido en todo el occidente del Viejo Mundo. Y ha dispuesto, además, de un ejército de ideólogos y de propagandistas a sus órdenes. Era suficiente. La fuerza bruta ya la pondrían las miríadas de guerreros que se repartían por toda Europa buscando motivos para pelearse. Sólo había que contarles una historia convincente. Había que mostrarles un enemigo exterior creíble que los “amenazara” a todos para que dejaran de matarse entre sí y pusieran su espada al servicio de un fin superior.
Y el Papa comenzó a darle órdenes a los guerreros, a marcarles objetivos estratégicos, a señalarles cuál era el nuevo campo de batalla. Si quieres acabar con las luchas intestinas necesitas un enemigo exterior creíble sobre el que proyectar todos los odios acumulados en casa. La lucha contra los de fuera ennoblece, mientras que contra los de dentro envilece.
De esta manera, el Papa pudo rebajar un poco la tensión con el Sacro Imperio y reforzar su autoridad por todo el Occidente Europeo... Hasta que los musulmanes echaron a los cristianos de Tierra Santa... Cuando los cruzados volvieron, derrotados, a casa, las luchas entre los cristianos aumentaron en intensidad (Guerra de los Cien Años, Cisma de Occidente...). Todo está relacionado. La historia evoluciona o involuciona, pero nunca se detiene. Las “borrascas” se alternan con los “anticiclones”, como bien saben los meteorólogos. Y ningún lugar de nuestro mundo está totalmente aislado del exterior.

Las dinámicas históricas del “subcontinente” ibérico
Pero también dijimos hace tiempo que la Península Ibérica funciona, subjetivamente, como un continente, y que posee una extraordinaria profundidad estratégica. Mientras los musulmanes echaban a los cristianos del Próximo Oriente, en la Península ocurría justo lo contrario. Mientras la represión contra los herejes valdenses -primero- y husitas -después- tenía lugar, mientras se libraba la Guerra de los Cien Años y se desarrollaba el Cisma de Occidente, el reino de Aragón se unía con el Condado de Barcelona a través de un proceso desarrollado entre 1137 y 1164, los reinos de Castilla y de León se volvían a unir (por tercera y última vez) en 1230, los castellanos alcanzan la orilla septentrional del Estrecho de Gibraltar y las costas del Mediterráneo, por la zona murciana, a mediados del siglo XIII, los aragoneses ocupan el archipiélago de las Baleares y la isla de Sicilia a lo largo del siglo XIII y la de Cerdeña en el XIV, los castellanos conquistan las Canarias y los portugueses colonizan Madeira y Azores en el siglo XV, etc., etc. Mientras Europa se consumía en medio de conflictos de todo tipo, los pueblos ibéricos estallaban y hacían acto de presencia en lugares situados a miles de kilómetros de distancia de sus propias costas.