El presente es, en rigor, la línea de contacto entre el pasado y
el futuro. Pero cuando los humanos nos referimos a él, de lo que estamos
hablando es de nuestro presente subjetivo que, en realidad, no es
presente sino la percepción que tenemos del pasado reciente.
La idea que tenemos del presente está compuesta por un conjunto
de experiencias vividas y de reflexiones que hemos hecho a partir de ellas cuya
materia prima nos ha llegado, a través de los sentidos, antes de este preciso
momento. Por tanto podemos afirmar con rotundidad que nuestra mente está
ubicada en el pasado y que los proyectos que tenemos para el futuro
son una consecuencia de ese pasado, que nosotros integramos en un presente
continuo que combina percepciones pasadas con expectativas futuras.
Hemos sido educados en valores y en concepciones del mundo que
son una consecuencia de las experiencias vividas por otros congéneres de
nuestra especie, algunas de ellas, incluso, en un pasado bastante remoto. Por
tanto, aunque no guardemos en nuestra mente el recuerdo de esas experiencias,
hemos interiorizado -sin embargo- sus consecuencias y, en ese sentido, podemos
afirmar que una parte importante del pasado de nuestra sociedad sigue vivo en
nosotros y se manifiesta a través de las categorías mentales con las que
interpretamos nuestra realidad, a través de nuestra lengua, de nuestra
tecnología...
Pero aunque todos estemos ubicados mentalmente en nuestro pasado,
como he dicho más arriba, no es, sin embargo, el mismo pasado. Las experiencias
que cada individuo posee son únicas, y su proceso particular de asimilación de
los conceptos culturales de la sociedad de la que forma parte, también. Hay
toda una casuística que convierte a cada persona en algo único e irrepetible. A
lo largo de los artículos de este blog hemos afirmado de forma reiterada que
las sociedades son ecosistemas sociales, por tanto, la experiencia que cada
individuo tiene también guarda relación con el nicho que cubre dentro de ese
ecosistema, es decir, con el rol que desempeña dentro de la sociedad.
Y en ese sentido, cada grupo social o profesional, cada género,
cada minoría, encarna una sensibilidad distinta, una manera diferente de
percibir la realidad y, en consecuencia, de interactuar con ella.
Como formamos parte de una compleja estructura social, la
variedad de interpretaciones que un mismo suceso puede provocar entre los
diversos individuos que lo han vivido puede ser muy amplia y, por tanto,
también sus reacciones ante él.
Y esta diferente manera de enfrentarse con la realidad de los
diferentes individuos afecta al modelo global de funcionamiento de la sociedad.
En el proceso de análisis de la misma tenemos que tener presentes los
siguientes principios:
El primero de ellos es el
“Principio de Congruencia: Todo sistema consolidado aplica la misma
filosofía de funcionamiento en cada una de sus partes y ésta es congruente con
la idea motriz que lo mueve, aunque las partes tengan cierta autonomía para
articularse con él de manera flexible e, incluso, competir entre ellas dentro
de determinados límites, con objeto de adaptarse al medio en el que actúan o de
integrar los cambios que se están produciendo fuera del espacio que controla.
Si no es así, debemos concluir que el sistema no está consolidado y que se haya,
por tanto, en fase de integración o, por el contrario, de desintegración.
En consecuencia, en un
sistema consolidado podemos llegar a entender el todo desde de la parte, si
somos capaces de separar de manera adecuada sus elementos esenciales de aquellos
otros que le sirven sólo para adaptarse al medio o a las circunstancias. En un
sistema no consolidado debemos averiguar primero si está en proceso de
integración o de desintegración, para intentar detectar después los elementos
que se están integrando o segregando y hacia dónde le conduce su propia
trayectoria.
Nuestra mente está ubicada en nuestro pasado individual, e
interpreta los nuevos datos que nuestros sentidos nos transmiten (en tiempo
presente) en función de las categorías mentales que, subjetivamente, hemos ido
construyendo a lo largo del tiempo. Esa subjetividad introduce, lógicamente,
una casuística infinita, consecuencia de las experiencias que cada individuo va
adquiriendo a lo largo de su vida.
Pero más allá de estas experiencias individuales hay unos
patrones de interpretación que podemos llamar “estructurales”, que se derivan
de la posición que cada uno de nosotros ocupa en la estructura social de la que
forma parte y que tiene mucho que ver con los roles que desempeña en ella. En
ese sentido podemos establecer tres niveles de interpretación, derivados de esa
posición estructural a la que nos hemos referido:
A) Nivel productivo/extractivo: Es el nivel en el que se
desenvuelven todos aquellos que viven directamente del trabajo productivo o
bien de aquellos bienes que reciben en forma de rentas que la sociedad ha
establecido, también los que viven o sobreviven a partir de los bienes que
extraen de yacimientos (naturales o artificiales), capturan o reciben en forma
de donaciones de terceros. Este conjunto de individuos forman parte de lo que
podemos llamar “la economía real”, son el reflejo genuino del nivel tecnológico
en el que su sociedad se desenvuelve. Son los más expuestos a los cambios
sociales o medioambientales y los más dependientes de las circunstancias que
vienen determinadas por la coyuntura. En consecuencia, cuando hablan del
presente se están refiriendo al día de hoy, la presente semana, a la temporada
o al ejercicio en curso. Lo que sucedió hace veinte años para ellos es,
claramente, tiempo pasado y lo que ocurrió hace un siglo el pasado remoto. Lo
que pasó en los tiempos de los romanos ya está fuera de rango.
B) Nivel estructural/organizativo: Es el nivel en el que
se desenvuelven todos aquellos que integran alguna estructura de poder, aunque
sea elemental o subordinada. Pueden formar parte de la estructura de mando de
una empresa, de las administraciones públicas, el ejército, el poder judicial,
los cuerpos de seguridad del estado o formar parte del ámbito político; también
las estructuras docentes o los medios de comunicación, siempre y cuando, actúen
en dichos ámbitos como meros transmisores de las verdades oficiales, sin
cuestionarlas.
En este segundo nivel las tareas asociadas a la planificación a
largo plazo son más necesarias y, en consecuencia, el tiempo subjetivo se
vuelve mucho más grueso, el presente puede llegar a abarcar a la última
generación, el pasado es lo que ocurrió hace varias generaciones, el pasado
remoto abarca siglos. El mundo clásico (Grecia y Roma), aunque lejano, se
siente aún como algo propio, reconociéndose en él de alguna manera. Para
situarse fuera de rango hay que retroceder mucho más en el tiempo.
C) Nivel ideológico: El tercer nivel es el de los
ideólogos. Los que construyen la narración en base a la cual su sociedad
interpreta la realidad. La ideología, en una sociedad compleja, se elabora en
muchos ámbitos: el religioso, el filosófico, los ensayistas, científicos,
investigadores diversos... pensadores de todo tipo.
Como la materia prima de su trabajo es la reflexión global en
torno a la realidad, concebida en su sentido más amplio, el devenir del tiempo
es una parte esencial de él y el pasado se extiende casi hasta el infinito. Su
presente puede ser el último siglo. Los romanos o los griegos son parte del
pasado, a secas, y para situarse fuera del rango de las interpretaciones hay
que retroceder, en el ámbito científico, hasta el big bang o, en el religioso,
hasta el momento de la creación, que son dos maneras de referirse a lo mismo: al
punto de arranque de nuestro sistema de explicaciones.
Estos tres niveles de interpretación de la realidad coexisten
siempre en cualquier sociedad y están relacionados entre sí. A un nivel
tecnológico determinado le corresponde una manera concreta de actuación en el
ámbito de la economía real, una forma de organizarla y un sistema de explicaciones
que sea congruente con ellas. Hay, por tanto, congruencia entre los
diferentes niveles.
Lo que no hay es sincronía: En la exposición
que he hecho anteriormente he dejado claro que los plazos temporales subjetivos
que se manejan en los tres niveles son diferentes. El motor de todos los
cambios está situado en el presente objetivo, no en el subjetivo; pero éste
no dura ni siquiera un instante, aunque no para de transformar nuestras vidas,
obligando a los humanos a responder a esos cambios, empezando, por supuesto,
por los sectores sociales más expuestos a ellos, que son los que describimos en
el apartado “A”.
Como los niveles de exposición a los cambios que se producen en
el mundo real, es decir, en el presente
objetivo, son diferentes y, también, su peso relativo en el presente
subjetivo, diferente es, igualmente, la respuesta a tales cambios y esa diferente
respuesta es el motor de todas las transformaciones que se producen en la
sociedad, de todas las revoluciones, de los cambios tecnológicos, de todos los
procesos evolutivos... Ese es el Viejo Topo de la Historia, el que derriba todos los imperios y construye otros nuevos
sobre sus ruinas, el que está haciendo a los hombres replantearse continuamente
su relación con el medio. La definición de este principio, por tanto, podría
ser:
Principio de Asincronía: En un sistema social
determinado, la respuesta diferencial que los diferentes agentes sociales dan a
los cambios que se producen en el presente objetivo provoca disfunciones en el
modelo global que son el origen de todos los cambios endógenos de la estructura
del mismo, creando continuamente nuevas versiones de él y marcando el ritmo de
los procesos históricos.
El Principio de
Congruencia representa el factor de estabilidad más poderoso que
encontramos en cualquier sociedad. El de Asincronía es, por el contrario, el motor de todos los cambios. La tensión entre esos dos
principios, la lucha continua entre ambos, se llama Historia Universal.
Para poder entender, por tanto, la HISTORIA -con mayúsculas- tenemos que ser conscientes de cuál es su naturaleza profunda, de cuáles son
los principios que la rigen. La Historia no es sólo un conjunto de hechos encadenados a través de algún hilo conductor, sino que tiene una estructura
interna que le da sentido y direccionalidad, que traza los rumbos de los
procesos evolutivos subyacentes y arrastra a los humanos tras de sí.
No hay nada más conservador que las mentalidades humanas y
nada más revolucionario que la realidad. La subjetividad del hombre busca
eternizar un modelo de sociedad que no es más que una consecuencia de los
procesos de cambio profundos que están teniendo lugar continuamente a nuestro
alrededor, muchos de los cuales suceden fuera de nuestro campo de visión. Busca
fijar un fotograma concreto de la película de la vida, poner el tiempo a su
servicio... ¡Pero no puede parar el curso de la Historia!
Hay congruencia, dijimos, entre todas las partes que componen un
sistema, aunque cada una de ellas se ocupe de aspectos diferentes de la
realidad. Lo que no hay es sincronía. Veamos esto con un poco más de detalle:
Primero hablamos de los tres niveles de interpretación de la
realidad, que no son sino la respuesta de los humanos ante sus respectivas
posiciones estructurales dentro del sistema del que forman parte y que, de
manera esquemática, podemos representar así:
Después hicimos referencia a la respuesta diferencial de estos
tres niveles ante los cambios que se producen en el mundo real, es decir, en el
presente objetivo. Y dijimos que los que reaccionan con más intensidad ante
ellos son, obviamente, aquellos que están más expuestos, es decir, el conjunto
de personas que viven de su trabajo diario o que dependen, para sobrevivir, de
lo que la naturaleza o la sociedad les brindan o, al menos, pone a su alcance.
Serán estos sectores los que desencadenen todos los procesos de cambio
profundos.
Estamos acostumbrados a que en los libros, en los documentales o
en los telediarios, nuestros historiadores, pensadores o periodistas nos hablen del papel fundamental desempeñado por el
político de turno, el empresario de éxito o el gran inventor que, con su gran
aportación que ha consistido en cambiar determinadas leyes, descubrir un nuevo
nicho en el mercado o solucionar un problema técnico, han solucionado algún
sentido problema social. En cada uno de tales supuestos, aunque hayan acertado
en la narración del agente del cambio correspondiente y no estén ocultando
importantes aportaciones de otros agentes colaterales ocultos estamos ante individuos que han actuado en el plano de la “oferta”
y que estaban sometidos a la presión de la “demanda” social correspondiente. Es
decir, nos estamos fijando en las fuerzas reactivas y en sus respectivos
movimientos defensivos para adecuar la estructura social a las nuevas
realidades que están surgiendo. Y al hacerlo apartamos la vista de los agentes de cambio primarios, que actúan en el plano de la “demanda” y que con sus actos ponen en peligro el
ordenado esquema mental de los ideólogos y de los defensores de las estructuras
que sostienen el orden social. Y es que el que tiene que buscarse un sustento diario que no está
garantizado tampoco puede pararse a considerar si lo que está pidiendo,
exigiendo o, incluso, tomando, puede estar poniendo en peligro el “bien mayor”,
es decir, el modelo de sociedad.
El motor de todos los cambios está en el presente objetivo y sus
agentes primarios son aquellos más expuestos ante ellos que, con sus acciones,
terminan haciendo reaccionar a los agentes reactivos o secundarios, que son los
que, finalmente, se llevarán el mérito de tales cambios. Los
cambios sociales, por tanto, proceden del empuje convectivo que viene del fondo
de la sociedad. El esquema podría ser este:
Este esquema nos traslada la idea de cómo se producen los cambios
en un sistema social determinado. Pero lo hace de forma atemporal, la
direccionalidad de las flechas nos muestra también hacia donde corre el tiempo
(no sólo los cambios). En realidad, cada uno de los niveles (y cada milímetro
del continuum vertical) se halla situado en un momento histórico distinto. El
dibujo nos sirve para entender un sistema aislado, pero no lo conecta con el
sistema que le precedió ni con el que lo sucedió. Para intentar mostrar esa
vinculación presentamos este otro:
En el sistema de coordenadas cartesianas que mostramos, el eje de
abscisas representaría la línea del tiempo, el de ordenadas los distintos
niveles de la estructura social. En él vemos como se produce un sesgo temporal
que tuerce la misma, debido al principio de asincronía, y que genera desfases
que son la fuente de multitud de anacronismos históricos, de tensiones
estructurales, de conflictos endógenos, que vienen del fondo de la sociedad.
Si nos fijamos en las dos líneas verticales que he situado dentro
del esquema, y que representarían sendos instantes del proceso histórico
correspondiente, es decir, sendos fotogramas de la película de la vida, podemos
comprobar como en cualquier momento de la Historia en el que nos paremos a
observar encontraremos a diferentes personas que, pese a ser cronológicamente
contemporáneas, se encuentran mentalmente situadas en épocas diferentes. En
diferentes presentes subjetivos.
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