jueves, 12 de enero de 2012

Las fronteras intangibles

Hoy les invitaré a observar algunos mapas y haremos algunas reflexiones al respecto. No son los mejores disponibles para explicar lo que quiero, pero tampoco están protegidos por copyright, así que tendremos que conformarnos con ellos.

Empezaremos por uno, sacado de Wikipedia en su acepción “Celta”, que nos muestra la distribución de los pueblos de esta etnia en su momento de máxima expansión, sobre el siglo III A. C.:

Distribución de los pueblos celtas por Europa

El segundo nos muestra la geografía del Imperio Romano, también en su mejor momento, alrededor del año 200 de nuestra era:

En el tercero podrán observar la distribución de las confesiones religiosas en Europa aproximadamente sobre 1660, tras la Guerra de los Treinta Años, que fue, básicamente, una guerra religiosa entre católicos y protestantes. Esta distribución ha sobrevivido, en lo fundamental, hasta la actualidad:

Distribución de las diferentes confesiones religiosas en Europa en 1660.
¿Detectan algún elemento común entre los tres mapas? Observen que, a grandes rasgos, la frontera entre celtas y germanos por la zona de Alemania en el siglo III A.C. no anda muy lejos del curso de los ríos Rhin y Danubio, que fue en la que los romanos se atrincheraron algunos siglos después frente a estos últimos (Hay mapas más fiables que este de Wikipedia en los que esto se ve más claro, pero no son públicos y por eso los he omitido) y que, en buena medida, esa frontera sigue todavía hoy separando en la zona a los católicos de los protestantes. De alguna manera la oposición que en la protohistoria europea separó a esos dos pueblos ha sobrevivido durante más de dos mil años y hoy se manifiesta en términos religiosos.

Podría parecer una curiosa coincidencia, pero más hacia el este, entre Alemania y Polonia, la frontera entre protestantes y católicos se superpone en buena medida sobre la que separa a los pueblos de origen germánico de la de los de origen eslavo y no son los únicos casos que se dan en el mundo. En Irak las áreas de distribución actuales de kurdos, sunitas y chiitas reproducen las que en la antigüedad tenían respectivamente los asirios, acadios y sumerios. En el mundo islámico, en general, las áreas geográficas de mayoría chií presentan una distribución que reproduce las fronteras del Imperio Sasánida, que es la última estructura política con que se dotaron los persas antes de la invasión musulmana. En la Europa mediterránea los límites entre católicos y ortodoxos son los mismos que separaron, en su día, a los dos imperios romanos –el de oriente y el de occidente-.

Tantas coincidencias no pueden ser casualidad. Estas fronteras, que hoy parecen ser sólo ideológicas, están reproduciendo actitudes profundas, sustratos étnicos sobre los que se han construido después diferentes realidades políticas y, también, culturales. Personalmente pienso que la filiación concreta con la que hoy se nos presentan estos pueblos puede llegar, en parte, a ser anecdótica. Pero lo que no son anecdóticos son los juegos de oposiciones sobre los que descansan. En el Medio Oriente –hoy- la frontera que separa a los sunitas de los chiitas es la misma que separaba a los cristianos de los mazdeístas antes de la invasión musulmana, que en su día se estableció porque entonces separaba a otras creencias previas. Lo que ha sobrevivido es la frontera, no las creencias. Los iraquíes del sur se sienten diferentes de los del centro del país y estos, a su vez, de los del norte. Por eso han buscado marcadores de etnicidad que les ayuden a hacer visible esa diferencia. Y el enfrentamiento sigue, en los mismos términos que hace cinco mil años, cuando acadios y sumerios guerreaban entre sí defendiendo unas fronteras que entonces eran étnicas y lingüísticas, además de religiosas.

Sobre estas viejas estructuras los nuevos gobernantes intentan crear nuevos imperios, ya militares, ya ideológicos, ya comerciales. Muchas veces ignorando olímpicamente las enseñanzas de la historia. Los americanos llevan mucho tiempo intentando doblegar a Irán (los antiguos persas), que tiene detrás un largo recorrido histórico. Un pueblo que resistió a los árabes, a los bizantinos, a los romanos, a los griegos, a los asirios… ¿por qué iban a doblegarse hoy? Hace cuarenta años Irán era el país más pro-occidental de la zona, pero su occidentalismo ya pasó. ¿Por qué? Los occidentales acostumbran a dirigirse al resto de pueblos de La Tierra con una prepotencia insufrible, pero conviene que no se equivoquen, como en Irak, como en Afganistán. Pueden ganar batallas pero no la guerra. Son pueblos que miden su tiempo en miles de años, no en legislaturas. Los juegos de oposiciones sobrevivirán a esta generación y también a la siguiente, como en los tiempos del califa Alí -el yerno de Mahoma-, como en la época sasánida, como en los tiempos de Alejandro Magno.

Y lo mismo sucede en otros lugares. Lo que dijimos sobre el pro-occidentalismo del Irán del Sha lo podríamos decir sobre el pro-americanismo de la Cuba de Batista. Un exceso en una dirección puede terminar provocando como respuesta un exceso en la contraria. Acusar de totalitario o de fanático al adversario no arregla las cosas. Esa actitud sólo sirve para enrocarse, para eternizar los conflictos. A veces me parece como si los cubanos estuvieran siguiendo algún manual sobre “encastillamiento” escrito por algún castellano del siglo X. Los “genios” del Pentágono -que dominan las altas tecnologías- resulta que suspenden en Historia.

Pero volvamos a la vieja Europa que, como los pueblos del Oriente Medio, tiene una larga historia detrás. Estamos viviendo un nuevo espejismo europeísta, como el de Carlomagno, como el de los otones, como el de Carlos V, Napoleón o Hitler. El actual es el enésimo intento de unificar nuestro continente. Ninguno de los anteriores fue capaz de sobrevivir a la generación que lo intentó. Ahora me gustaría que contemplaran otros dos mapas. El primero de ellos es el del Imperio de Carlomagno, a principios del siglo IX:
 
Imperio Carolingio. Los territorios sometidos a su autoridad son los representados en color rosa y en color verde. Los amarillos son estados aliados, pero independientes.

Ahora contemplen los países fundadores del Mercado Común Europeo:


Conclusión: 1150 años después, los mismos están intentando lo mismo.

¿Cuál será el resultado final de este nuevo intento unificador? Quisiera ser optimista, pero lo que es obvio es que los modos cada vez son menos democráticos. Como todos los intentos anteriores. La deriva autoritaria cada vez nos recuerda más a la Europa de Carlos V o, incluso, a la de Napoleón. Y ya sabemos cómo acabaron esas historias.

Sin embargo, en la larga trayectoria de nuestro continente sí que hay una historia de éxito. Hubo una vez una entidad política capaz de mantener unidos durante nada menos que quinientos años a una gran cantidad de pueblos europeos, asiáticos y africanos. Fue el Imperio Romano. Surgió en un lugar de nuestro continente, pero integró a todos los habitantes de los países ribereños del Mediterráneo. Para unir personas hace falta tejer una red de complicidades. Hay que saber ponerse en el sitio del otro. Hace falta empatía. No les pidan eso a los prusianos.



[1] La “singularidad” española. http://polobrazo.blogspot.com/2011/10/la-singularidad-espanola.html

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