Si yo preguntara ¿cómo podemos salir de la crisis? habría personas que responderían que esa es la pregunta del millón, y que si de verdad alguien la supiera ya habríamos salido de ella.
Y sin embargo, aunque les pueda sorprender, tiene una fácil respuesta, que es conocida, además, por decenas de miles de economistas y de políticos de todo el mundo.
¿Cuál es esa misteriosa respuesta que tantos saben y tan pocos aplican? Pues que para salir de la crisis hay que hacer lo mismo que se hizo para salir de las anteriores. Así de simple. La respuesta está en los libros. En los libros de historia y también en los de economía.
¿Y qué fue lo que se hizo entonces que no se está haciendo ahora?
Pues muchas cosas, pero los manuales de economía lo dejan muy claro: En este momento el estado tiene que multiplicar el gasto, no recortarlo (¿?). Es decir, tiene que hacer justo lo contrario de lo que está haciendo.
¿Y quién se va a poner a gastar ahora con la que está cayendo? ¿De dónde va a salir ese dinero?
Reflexionemos un poco. Dinero hay, porque el dinero no se destruye por causa de la crisis, sólo cambia de manos. El problema es que ahora está en manos inadecuadas, está “escondido debajo de las losetas” esperando a que lleguen tiempos mejores para invertir. Ahí puede esperar, pudriéndose, hasta el día del juicio final, por la tarde.
Con la tasa de desempleo por las nubes y con los “privilegiados” que aún conservan su trabajo contemplando cómo le congelan o, incluso, le rebajan sus salarios año tras año, es lógico que la gente cada vez gaste menos, por la sencilla razón de no tiene dinero para gastar. Y como la gente cada vez gasta menos, cada vez se venden menos productos, así se van cerrando comercios y fábricas y vuelve a aumentar el desempleo. Círculo vicioso.
Imaginemos ahora a un empresario que conoce bien, por ejemplo, el negocio del automóvil, al que se ha dedicado toda su vida. Tiene dinero para invertir, pero está viendo como sus colegas no dejan de cerrar concesionarios porque las ventas se han reducido a la mitad en tan sólo tres años. Ni se le ocurre abrir una nueva tienda, que es de lo que él entiende, mientras no vea señales de reactivación. Mientras tanto se dedicará a esperar tiempos mejores, con el dinero guardado en el sitio donde crea que va a perder menos.
Esta es la situación. Los trabajadores parados y los empresarios también. Un desperdicio de capacidad productiva que no beneficia a nadie (aparentemente al menos) y que corroe las bases de la sociedad desde sus mismos cimientos.
¿Qué dicen los manuales de economía para estos casos? Pues que el dinero hay que ponerlo a trabajar, que si los particulares no pueden o no saben hacerlo corresponde al estado sustituirlos a través de obras públicas o de programas de I+D, que esto creará empleo y que así se reactivará la economía, poniendo a punto, en un tiempo razonable, la estructura productiva del país.
Pero claro, si el gobierno no tiene dinero ¿Cómo puede gastarlo? Bueno, pues está pregunta tiene tres posibles respuestas:
Primera: La máquina de hacer dinero. ¿Quién ha dicho que el estado no tiene dinero si es el dueño de la fábrica dónde se hace? Hay un viejo recurso (del que los alemanes, por cierto, abusaron en el pasado y salieron escaldados como el famoso gato con el agua caliente) que es ponerse a fabricar dinero para aplicarlo después en las distintas partidas presupuestarias del estado. Este mecanismo tiene un problema: que genera inflación. La moneda del país pierde valor en la misma proporción en la que el gobierno fabrica nuevo dinero. Es lógico, si hay el doble de billetes circulando que hace cinco años, por ejemplo, las cosas deben de valer el doble, en términos nominales, para mantener la proporción. El efecto final que produce este recurso es como si se le hubiera puesto un impuesto general a toda la población del país (incluyendo a los que forman parte de la economía sumergida) y con el mismo porcentaje, tanto a pobres como a ricos. Pero uno de sus efectos perversos (o no, dependiendo de la coyuntura) es que incita a la gente a gastar más de lo necesario. Si sabes que tu dinero se devalúa con rapidez procuras gastarlo pronto, para obtener el máximo provecho del mismo. Si se abusa de este recurso el dinero termina “quemando” en las manos; la gente quiere cobrar los salarios por días, para gastarlos inmediatamente, etc.
En la historia ha habido varios episodios de “hiperinflación” provocados por el abuso de la utilización de la maquinita del dinero. El más conocido de todos se produjo en la Alemania de los años 20 (La República de Weimar), por eso los alemanes hoy le tienen fobia a la inflación. Pero ha habido otros casos en Argentina, en Bolivia y recientemente en Zimbawe.
Pero igual que la existencia de ludópatas no debía de impedirnos jugar a la lotería en familia o por el hecho de que haya alcohólicos en el mundo no debe impedirse al resto beber un vaso de vino en la comida, la existencia de algunos casos contados de episodios de hiperinflación en la historia no debía demonizar un mecanismo que, en el caso español, ha funcionado muy bien en el pasado. A lo largo del siglo XX se han diseñado varias devaluaciones de la peseta cuyo objetivo manifiesto era ganar competitividad en las exportaciones, con notable éxito, por cierto. En los años 60 catapultó a la industria turística española a los primeros puestos del continente y todavía vivimos, en cierta medida, de esas rentas. Esto es como todo, cuando las ideas se aplican con inteligencia funcionan, y cuando se actúa como lo haría un elefante en una cacharrería lo que se hacen son destrozos.
Ahora mismo no nos vendría mal, en España, una inflación en torno al 5% o al 6% (con subidas salariales que replicaran la inflación, por supuesto). De esta manera absorberíamos el stock de viviendas en venta que tenemos en la mitad de tiempo en que lo haríamos con una inflación del 2% o del 3%. Si de salir de la crisis se trata, fabricar algo de dinero (con moderación claro) no vendría mal (de hecho es lo que están haciendo los americanos).
Pero ese mecanismo ahora nos está vetado porque hemos perdido la maquinita de marras. Desde que entramos en el euro la impresión de dinero es competencia del Banco Central Europeo, y este se ha puesto, de facto, a las órdenes de los alemanes, que le tienen fobia a la inflación porque abusaron de ella en el pasado. Es como si le hubiéramos entregado el mando a un ex alcohólico rehabilitado y este nos prohibiera a todos beber vino durante las comidas, porque teme que terminemos cogiendo las mismas trompas que él en su día.
Segunda: Pedirlo prestado. Es lo que ha estado haciendo Zapatero hasta que le llamaron al orden desde la Unión Europea, en especial los dichosos alemanes, que ni comen ni dejan comer, como el perro del hortelano. Sin ir más lejos eso es lo que hicieron los americanos en tiempos de Reagan para salir de la crisis del petróleo de los años 70. Ya se encargó después Clinton (en los 90) de amortizar buena parte de esa deuda.
¿Para qué están los préstamos? Para pedirlos cuando hace falta ¿no? Pues la Unión Europea ha decretado que, a partir de ahora, cuando el dinero hace falta es precisamente cuando está contraindicado pedirlo. ¿Ustedes lo entienden? El asunto, desde luego, es algo más complejo. Hay que empezar explicando la diferencia entre déficit público y deuda. La deuda es, como todos sabemos, el conjunto de dinero que debemos, normalmente se expresa en porcentaje sobre el PIB (sobre lo producido por el país en un año), para poder establecer comparaciones adecuadas entre países. El déficit público (o el superávit en su caso) es la diferencia entre los ingresos y los gastos que se ha producido en un año. Si gastamos más de lo que ingresamos incurrimos en déficit. En caso contrario tenemos superávit. Pues bien, resulta que España tuvo superávit (sí superávit, han leído bien, las administraciones públicas gastaban menos de lo que ingresaban) hasta 2007, lo que le permitió reducir la deuda pública total acumulada hasta un 47,7% del PIB (Es como si una familia que cobra 1.000 euros al mes, es decir 14.000 al año contando las dos pagas extras, tuviera una deuda acumulada pendiente de 6.678 euros, es decir el precio de un coche de esos que no necesitan carnet). No parece una deuda excesiva ¿verdad? De hecho era de las más bajas de Europa e, incluso, de la OCDE (El conjunto de países desarrollados que hay en el mundo). Para que sepamos de que estamos hablando, resulta que Alemania tenía una deuda del 63,6%, Francia del 63,8%, Reino Unido del 44,1%, Italia del 103,5%, ¡China del 20,2%! (y eso que no paran de exportar), Canadá del 64,2%, Estados Unidos del 63,1% y ¡Japón del 187,7! En cuanto a déficit, España presentaba un superávit del 1,9%, Canadá del 1,6%, China del 0,9%. Estos tres países eran los únicos de los de la lista de arriba que tenían superávit, los demás tenían déficit: Alemania 0,5%, Italia 1,5%, Reino Unido 2,6%, Francia 2,7% y Estados Unidos 2,9%. Estos datos son anteriores al estallido de la crisis, son los propios de un año de “vacas gordas”.
Pero llegó la crisis, el paro se disparó y, como consecuencia, los parados dejaron de pagar IRPF (lógicamente, si tu sueldo es cero, tu IRPF también es cero, las matemáticas no fallan). El gobierno dejó de ingresar mucho dinero. Por otra parte hubo que cubrir más subsidios sociales que antes (y no me refiero al de desempleo, que ese no sale de los presupuestos del estado, sino de los de la Seguridad Social, que maneja un fondo propio y que, aunque parezca increíble, no ha dejado de tener superávit todavía, después de lo que lleva cayendo desde 2008). Como consecuencia de todo esto, desde 2008, las administraciones públicas españolas presentan déficit, que en 2008 fue del 4,2%, en 2009 del 11,1% y en 2010 del 9,2%. Inmediatamente ponen el grito en el cielo en la Unión Europea, porque su religión les prohíbe tener un déficit superior al 3% (eso es lo mismo que las transfusiones de sangre en el caso de los Testigos de Jehová, hay que cumplir los principios aunque se muera el enfermo). Se ve que en Bruselas todavía no se han enterado que estamos en crisis, que el desempleo está en el 20% y que con un déficit del 10% nos situaríamos en 2 años en los niveles de deuda de Alemania, Francia, Estados Unidos o Canadá, en 6 en los de Italia y en 14 en los de Japón de los años de “vacas gordas”.
Hemos cerrado 2010 con una deuda del 75,8%, China 23,4%, Canadá 76,6%, Reino Unido 82,2% (nos han pasado por delante, pero a ellos nadie les dice nada), Francia 83,8%, Alemania 86,8%, Estados Unidos 99,8%, Italia 123,2% y Japón 226,2. En cuanto al déficit público (El superávit pasó a la historia) en 2010 nos encontramos con las siguientes cifras: España 9,2%, Canadá 3,7%, China 4,3%, Alemania 5,4%, Italia 6,3%, Francia 7,5%, Estados Unidos 9,7% (nos ganan), Japón 10,3% y Reino Unido 13,3%.
Pero da igual que nuestro nivel de deuda siga estando, pese a la crisis, entre los más bajos de Europa, los principios son los principios, y el gobierno español no puede tener déficits superiores al 3% porque lo dice Angela Merkel (en cuya elección yo no recuerdo que hayamos participado) y punto.
Conclusión: puesto que la recaudación ha caído de manera significativa, por efecto de la crisis, ahora corresponde que el gasto público se hunda en la misma medida para equilibrar el presupuesto, lo que en vez de representar una ayuda para salir de ella se convierte en un empujón para hundirnos más en la misma (es lo que los “expertos” llaman “medidas pro-cíclicas”), realimentando así todos los círculos viciosos.
Tercera solución: Subir los impuestos a los ricos. “Con la Iglesia hemos tomado, amigo Sancho”, como diría Don Quijote. El asunto es sencillo: el presupuesto se equilibra igual suprimiendo gastos que aumentando ingresos. Los ingresos del estado son los impuestos y hay muchas figuras impositivas disponibles, cada una de las cuales tiene unas consecuencias finales diferentes.
Cualquier subida de impuestos que grave todavía más a las rentas más modestas tendrá como consecuencia nuevas reducciones en el consumo y, por tanto, una profundización en la crisis. (Es el caso del IRPF de las rentas del trabajo en sus tramos bajos y medianos y, en menor medida -pero también- en el del IVA). Eso es pan para hoy y hambre para mañana.
Pero si subimos los impuestos de los ricos (patrimonio, sociedades, rentas de capital o transacciones financieras) y ese dinero se transforma en inversión directa del estado, la consecuencia final será una transferencia desde las rentas del capital hacia las del trabajo que reactivará el consumo y, con él, la actividad económica, con la correspondiente diminución del desempleo.
Y lo que nunca se nos debe olvidar es la dichosa economía sumergida que, según la FUNCAS representa el 25% de la economía española. ¿Se imaginan lo que puede pasar si ese 25% de la economía nacional pagara los impuestos que le corresponden? Pues que desaparecería el déficit público de un plumazo. Por tanto la pregunta que sigue es obvia: ¿a que están esperando?
Así pues ya veis como en realidad la cosa no es tan complicada. Algo que, por otro lado, nos vienen explicando por activa y por pasiva algunos expertos desde el mismo momento del estallido de la burbuja financiera. Como por ejemplo el premio Nobel de Economía Paul Krugman que el otro día, medio en broma medio en serio, afirmó en el programa GPS de la cadena estadounidense CNN:
"Si descubriésemos que los extraterrestres estuviesen planeando atacar la tierra y planificásemos cómo contrarrestar la amenaza dejando el déficit y la inflación en un segundo plano, saldríamos de esta recesión en menos de 18 meses", aseguró Krugman en una conversación con el ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional, Ken Rogoff, y el presentador de GPS, Fareed Zakaria.
Lo que quería decir el premio Nobel es que, con una amenaza inminente, todos los sectores productivos se pondrían a trabajar olvidando por un momento la crisis económica. Como ejemplo para su explicación, Krugman habló de un episodio de la serie Twilight Zone, en el que un grupo de científicos fingió una amenaza alienígena para conseguir la paz mundial. En este caso, sin embargo, lo que se necesita es "lograr un estímulo fiscal", pidió el economista.[1]
Lo que nuestro amigo Krugman nos viene a decir en realidad es que acabaremos con la crisis el día en el que de verdad nos la tomemos en serio, el día en que se convierta en una prioridad política. De donde se deduce que todavía no lo es.
Y casi simultáneamente el señor Warren Buffett, que es el tercer hombre más rico del mundo y el segundo de los Estados Unidos, afirmaba en el New York Times, en un artículo de opinión:
“Nuestros líderes nos han pedido un "sacrificio compartido". Pero cuando lo pedían, a mí me perdonaron. Lo contrasté con mis amigos mega-ricos para saber qué cambios esperaban. Ellos tampoco se sentían implicados mientras que las clases obrera o media luchan por nosotros en Afganistán, y mientras que la mayoría de los estadounidenses se las apañan a duras penas para llegar a fin de mes, nosotros, los megaricos, continuamos disfrutando de extraordinarios beneficios fiscales.
[…]
Para aquellos que ganan más de 1 millón de dólares– 236.883 hogares en 2009 – yo elevaría el tipo de gravamen sobre la base imponible de inmediato, y por supuesto incluiría dividendos y plusvalías. Y para aquellos cuyos ingresos superan los 10 millones de dólares – había 8.274 en 2009- abogaría por un incremento adicional en su tipo impositivo. Mis amigos y yo hemos sido mimados ya lo suficiente por un congreso muy amigo de los multimillonarios. Ya es hora de que el gobierno sea serio sobre la cuestión del sacrificio compartido”[2]
¿Se imaginan al tercer hombre más rico del mundo pidiéndoles por favor a los políticos que les suban de una puñetera vez los impuestos a los más ricos? Parece una tomadura de pelo ¿no? ¿Qué diablos está pasando? ¿No da la impresión de que se hubieran cambiado los papeles?
Y Warren Buffett no es el único súper rico que hace ese tipo de afirmaciones, también en Francia ha surgido una iniciativa semejante:
“Los principales empresarios de Francia, incluyendo a la multimillonaria heredera de L'Oreal, Liliane Bettencourt, y a los consejeros delegados de multinacionales como Veolia, Danone, Total o Société Générale, han firmado una propuesta en la que solicitan al Gobierno que establezca una "contribución excepcional" que grave a las rentas más elevadas y colaborar así en el "esfuezo solidario" necesario para respaldar el futuro económico del país galo.
"Nosotros, presidentes y directivos de empresas, hombres y mujeres de negocios, financieros, profesionales o ricos, pedimos la instauración de una contribución especial que afectará a los contribuyentes franceses más favorecidos", expone la carta publicada por el semanario galo 'Le Nouvel Observateur'.
"Somos conscientes de que nos hemos beneficiado plenamente de un modelo francés y de un entorno europeo con los que estamos comprometidos y que queremos ayudar a preservar", ha señalado la misiva, firmada por 16 de las mayores fortunas y principales empresarios del país galo.
"Esta contribución no es una solución en sí misma, por lo que tiene que formar parte de un esfuerzo más amplio de reforma, tanto de los gastos como de los ingresos", reconocen los promotores de la propuesta. Asimismo, los firmantes de la carta subrayan que "en un momento en el que el déficit de las cuentas públicas y las perspectivas de un agravamiento de la deuda del Estado amenazan el futuro de Francia y de Europa, en un momento en el que el Gobierno nos pide a todos un esfuerzo de solidaridad, nos parece necesario contribuir".
La carta, que emula la propuesta del multimillonario estadounidense Warren Buffet, quien recientemente solicitó a la Casa Blanca un aumento de los impuestos para las grandes fortunas, está firmada por Jean-Paul Agon, presidente y consejero delegado de L'Oréal; Liliane Bettencourt, multimillonaria y accionista de referencia de L'Oréal ; Antoine Frérot, presidente y consejero delegado de Veolia Environnement; Denis Hennequin, presidente y consejero delegado de Accor.
También suscriben la propuesta Marc Ladreit de Lacharrière, presidente de Fimalac, la matriz de Fitch; Maurice Lévy, presidente y consejero delegado de Publicis; Christophe de Margerie, presidente y consejero delegado de Total; Frédéric Oudéa, presidente y consejero delegado de Société Générale; Claude Perdriel, presidente del consejo de supervisión de Nouvel Observateur ; Jean Peyrelevade, presidente de Leonardo & Co France; Franck Riboud, presidente y consejero delegado de Danone; Stéphane Richard, presidente y consejero delegado de Orange; Louis Schweitzer, presidente de Volvo y AstraZeneca; Marc Simoncini, presidente de Meetic; Jean-Cyril Spinetta, presidente de Air France-KLM y presidente del consejo de supervisión de Areva; Philippe Varin, presidente del directorio de PSA Peugeot Citroën.”[3]
¿Ustedes lo pillan? ¿No da la impresión de que nos hemos perdido algo? ¿Qué puede estar queriendo decir Warren Buffett cuando afirma “Ya es hora de que el gobierno sea serio sobre la cuestión del sacrificio compartido”? Pues la cuestión no creo que sea tan complicada y me parece que la podemos resumir con la frase: “o el capitalismo acaba con la crisis o la crisis acaba con el capitalismo”. ¿Ustedes han visto la cantidad de personas que se han echado a la calle para manifestar su indignación, en todo el mundo, desde el pasado mes de enero? ¿Se han percatado de que las multitudes más violentas no han sido las tunecinas, ni las egipcias, ni las griegas, sino las anglosajonas? ¿Se han dado cuenta de que el proceso se está acelerando? Pues bien, Warren Buffett, que tiene 81 años, o Liliane Bettencourt, que tiene 88, han visto ya en su vida lo suficiente como para saber qué es lo que viene después. Y se están empezando a poner nerviosos porque se han dado cuenta que con “amigos” como los políticos que gobiernan ahora en los diferentes países capitalistas no necesitan tener enemigos, que ellos solitos se bastan y sobran para destruir el trabajo acumulado de las tres o cuatro últimas generaciones. Que se “están cargando el chiringuito”. Si, se lo están cargando entre Obama, los del Tea Party, los Cameron, Merkel, Sarkozy, Zapatero, Rajoy… etc, etc, etc. Muchos etcéteras, porque la “religión” neoliberal ha calado tan hondo que ha conseguido que el sentido común abandone nuestros continentes (plural) y se refugie en Asia Oriental. Han demonizado a Keynes, es decir al economista que explicó -en los años 30- como había que salir de la crisis del 29. Sólo los que aplicaron a rajatabla las recetas keynesianas –que es la antítesis del neoliberalismo- salieron por sí mismos de aquella y al hacerlo se pusieron a la cabeza del mundo. Los que se retrasaron no salieron de ella sino que los sacaron, pero claro, si el que te saca es otro es él el que pone las normas después. Así que en estos momentos lo que nos estamos jugando es el modelo de relaciones, tanto económicas como sociales y políticas que van a regir en el mundo durante las próximas generaciones. Y yo creo que una cosa ha quedado clara ya: Ni Estados Unidos, ni la Unión Europea van a liderar ese mundo.
[1] "Una amenaza alienígena terminaría con la recesión económica de EEUU". Diario Público 16/08/2011
[2] “Dejad de mimar a los súper ricos” de WARREN BUFFETT en New York Times. Agosto 2011.