(a José Saramago)
En el punto de contacto
entre dos mares y dos continentes
flota “La Balsa de Piedra”.
En ese único punto del mundo
hace millones de años
que se produce una inmensa y continua
descarga eléctrica,
“por las diferencias de potencial”
como dirían los físicos.
El ambiente está “electrizado”,
y esa energía que lo cubre todo
transforma a cada ser vivo
que pone su pie en la inmensa nave
que flota a merced de los vientos
y de las “placas tectónicas”.
En ese lugar donde África
embiste contra Europa,
sus habitantes se convirtieron,
hace ya bastante tiempo,
en “El Pueblo de la Frontera”.
Y –después- la frontera se convirtió en puente,
y el puente se transformó en crisol,
y el crisol alumbró a un nuevo pueblo,
y el pueblo nuevo creó un nuevo tiempo,
y ese nuevo tiempo se transmutó en nuevo mundo,
con una ética nueva y una nueva mirada.
Y esa mirada nueva, un día,
se orientó hacia el ocaso, hacia el Océano inmenso.
Y decidió adentrarse en él,
y en su marcha arrastró a Europa entera,
que descubrió -a través suya-
los caminos de la mar;
esos caminos que llevan a nuevos continentes
y a nuevos hemisferios,
a nuevos climas, a nuevas razas y a nuevas civilizaciones.
Y aquella descarga eléctrica
que se producía en la balsa
se “derivó” -con sus hombres- hacia el oeste,
y produjo una inmensa explosión
que se escuchó en toda La Tierra
y la cambió para siempre.
A lo largo de la Historia
muchos hombres viajaron,
muchos hombres descubrieron
nuevos lugares y nuevos caminos.
Pero ninguno de esos hombres
provocó nunca tal impacto,
ni en el lugar de donde partió,
ni en aquél a donde llegó,
y mucho menos en el lugar de los que sólo observaban.
Y es que los de nuestra vieja balsa
estaban “electrizados”
y llevaban con ellos la energía
que se acumula en el fondo de su tierra.
Y la historia se repitió,
pero la descarga -esta vez-
fue entre hemisferios.
Y hubo nuevas explosiones,
y algunos de los pedazos viajan ya,
fuera de La Tierra, a través del Universo.
Los tripulantes de una nave alienígena,
sorprendidos por la última explosión,
decidieron acercarse a investigar la causa.
Y cuando pudieron divisar las formas del planeta
se quedaron petrificados al contemplar
como una balsa de piedra
navegaba, con rumbo suroeste,
arrastrando tras de sí
a un continente entero.
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