lunes, 8 de agosto de 2011

El fin del Imperio

Hace ya bastante tiempo que venimos percibiendo los síntomas del agotamiento del Imperio Americano (por lo menos desde la llegada de Nixon al poder el 20 de enero de 1969), pero conforme nos adentramos en el siglo XXI los signos de descomposición interna no dejan ningún lugar a dudas de que su hundimiento se acelera y que su tiempo se agota por momentos.
Las señales de este proceso son múltiples, para quién las quiera ver, claro. Otra cosa son los conversos de esa nueva religión a la que se ha dado en llamar “neoliberalismo” y que en el fondo no es más que la plasmación teórica del “sálvese quien pueda”. Sus divinidades son, como diría Silvio Rodríguez, “los dioses del ocaso” y sus seguidores “servidores de pasado en copa nueva”. Están repitiendo una historia vieja que podríamos resumir en la famosa frase atribuida a Luis XV: “después de mí, el diluvio”, y que nos recuerda, en unos aspectos, a los últimos años anteriores a la Revolución Francesa y, en otros, a los dos últimos siglos del Imperio Romano.
¿Cuáles son esos signos que nos alertan de que el Imperio se acerca a su fin? Hay multitud y os invito a reflexionar un poco sobre ellos.
Imaginemos que, debido a alguna molestia que tengamos, nos dirigiéramos a ver a nuestro médico; que él, después de reconocernos, nos pidiera un análisis de sangre y que, cuando tuviera los resultados en su mano comprobara que el nivel de leucocitos (los anticuerpos que genera nuestro organismo para defendernos de las infecciones) en sangre estuviera anormalmente alto. Rápidamente llegaría a la conclusión de que estamos siendo víctimas de una potente infección. Si los síntomas de alguna enfermedad fueran evidentes, nuestro doctor asociaría ese elevado nivel de anticuerpos con ella y nos prescribiría el tratamiento correspondiente. Pero si no hubiera síntomas aparentes de enfermedad entonces es cuando de verdad se preocuparía, se temería lo peor, y pondría en marcha toda la variedad de pruebas diagnósticas que se hallaran en su mano para identificar la fuente de la agresión.
Pues algo así está pasando en la gran potencia planetaria. Su nivel de anticuerpos es anormalmente alto y eso, desde luego, es muy mala señal. Nos está avisando de que la infección es muy seria.
Descendamos a los hechos y vayamos, primero, a los más generales: Lo primero que nos llama la atención es la extraordinaria agresividad de la sociedad americana, que se refleja, con meridiana claridad en algunos parámetros que pasamos a enumerar:
1) Estados Unidos es el país con mayor número de presos, por cada cien mil habitantes del mundo è 756 (le siguen Rusia, con 629, Ruanda con 604, St. Kitts & Nevis con 588 y Cuba, con 531). Para comparar digamos que ese índice en Alemania, por ejemplo, está en 89, en Japón en 63, en México en 207 y en Colombia en 149[1]. España, con 146 es el país con la tasa más alta de la Unión Europea[2].
2) En Estados Unidos hay, en este momento, más de 3.000 personas en el corredor de la muerte. Desde 1976 (fecha en la que se reinstauró la pena de muerte) han sido ejecutadas más de 400. Sin comentarios.
3) Se calcula que hay 283 millones de armas en manos de particulares, en los Estados Unidos. Se pueden comprar libremente en las armerías sin necesidad de presentar ningún permiso. Cada año se venden 4,5 millones de armas nuevas y 2 millones de segunda mano. Cada año mueren, como consecuencia de algún disparo, una media de 9.484 personas y son heridas 97.820, es decir, una media de 268 al día[3]. Hay un principio ¡constitucional! (nada menos) que ampara el derecho de cada ciudadano a poseerlas.
4) Los valores que se transmiten a través de los medios. Basta sentarse un rato delante de la televisión para ver lo que Hollywood está destilando. No es necesario “cruzar el charco”, sólo necesitamos mirar los telefilmes y las series que nos llegan desde allí y se cuelan en nuestra casa, cada día a través de la caja tonta. Si yo afirmara que buena parte de este material constituye una verdadera escuela de violencia no creo que esté diciendo ninguna barbaridad. Lo que pasa es que estamos ya tan acostumbrados que no le damos la menor importancia.
Pero descendamos un poco más al detalle y vayamos a cosas más específicas.
Recordemos el 11-S. Fue una brutal agresión llevada a cabo por los enemigos de ese país. Esa violencia no es imputable, en absoluto, al pueblo norteamericano sino, por supuesto, a sus enemigos.
¿Cuál fue la reacción de su pueblo ante un ataque tan bestial? Pues cerrar filas, lógicamente, y mostrarse más unidos que nunca. Como los españoles el 11-M, como los ingleses en los atentados contra el metro de Londres, como los noruegos hace unos días. Lógico y natural. Es humano, es lo que hemos hecho todos los que, de alguna manera, hemos vivido una situación semejante. Pero los norteamericanos hicieron algo más. Se agarraron a su bandera, a los símbolos de su país. Se sintieron atacados en su identidad y golpearon inmediatamente. 26 días después el ejército norteamericano estaba atacando al país donde se supone que se había organizado el atentado. Ese país (Afganistán) se invadió, se ocupó, se castigó -en la medida en que se pudo- a los culpables y, de alguna manera, se vengaron. Eso desde luego no lo hicimos los españoles, ni los ingleses, ni es previsible que lo hagan los noruegos. Supongo que tiene mucho que ver el que ellos sean el Imperio y se puedan permitir esos lujos y los demás no y tengamos que tragarnos nuestra rabia.
Pero devolver el golpe al agresor es también seguir su juego. Es entrar en la lógica del criminal. La venganza no es lo mismo que la justicia. Y la civilización comenzó el día en un gobernante decidió que el agresor no debe ser castigado por la víctima, porque realimenta la espiral de la violencia, sino por personal especializado, al servicio del estado, que no esté implicado en la disputa. En ese momento salimos del tiempo de los clanes y de las tribus y cruzamos el umbral de la civilización.
La tendencia, tan norteamericana, a vengarse de la agresión los mete de lleno en la lógica de sus adversarios. Les hace caer en muchas trampas. Debemos ser conscientes de que las guerras se sabe como empiezan, pero no como terminan. Y de que iniciar un conflicto “en caliente” es la mejor manera de perder el control sobre la evolución ulterior de los acontecimientos… y de avanzar hacia la dictadura.
Hay un viejo refrán español que dice: “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Todos hemos visto a Obama, a Bush y a sus antecesores dando ruedas de prensa con diez o quince banderas americanas detrás, cubriendo todo el campo visual que transmiten los medios. ¿Para qué tantas? Hemos visto convenciones en las que una bandera de varias decenas de metros cuadrados preside la pared que está detrás de la tribuna de oradores. Pues bien, humildemente, creo que alguien tendría que decirles a esas autoridades que tamaño despliegue de símbolos patrios no constituye un alarde de fuerza sino, por el contrario, de debilidad. Que son ellos, precisamente, los que nos están anunciando el debilitamiento de su propia identidad como país, a través de este tipo de actos. Aunque en realidad al asunto es irrelevante, por cuanto este tipo de imágenes son, tan sólo, la expresión de una realidad subyacente. Lo que está poniendo en peligro al país es esa realidad y no los síntomas que la reflejan.
¿Qué sentido tiene apabullarnos con esa saturación de símbolos patrios sino despejar las posibles dudas que puedan tener sus adversarios? ¿Pero qué dudas son las que hay que despejar? En la Edad Media se usó una locución latina que decía: Excusatio non petita, accusatio manifesta” cuya traducción vendría a ser "excusa no pedida, manifiesta acusación".
Ya vimos, hace unos meses a Obama en Inglaterra decir, en un discurso ante las autoridades de este país y ante centenares de periodistas del mundo entero que estaban cubriendo el acto: "Es un error pensar que otras naciones representan el futuro y que la hora de nuestro liderazgo ha pasado"[4]. ¿Lo quieren más claro? ¿Se imaginan a Roosevelt o a Kennedy haciendo semejante afirmación en una situación equivalente? No ¿verdad?
Prosigamos. ¿Quién ganó la Segunda Guerra de Irak? ¿El pueblo norteamericano? Yo creo que no. A lo sumo algunos comisionistas, vendedores de armas, empresas petrolíferas, etc. Pero los Estados Unidos de Norteamérica, como tales, salen debilitados, desgastados, desautorizados, contestados, desacreditados… Yo creo que, desde el punto de vista de un patriota norteamericano, fue muy mala idea meterse en ese berenjenal. Esa guerra no sirvió a los intereses estratégicos de su país. Más bien sirvió a sus enemigos, a sus adversarios y a las potencias que se preparan para relevarlos, en su liderazgo planetario, a medio plazo. Yo decía, a raíz de esta invasión, medio en broma, medio en serio, que Georges Bush era un agente castrista, porque es evidente que nadie, ni siquiera el Che Guevara, ha hecho tanto por la causa mundial del anti-imperialismo. Si Castro hubiera infiltrado a uno de sus hombres en la Casa Blanca no lo habría hecho mejor. ¡Y encima lo aplaudían los de la extrema derecha! Chapó. Sencillamente genial.
Pero lo que me ha impulsado a escribir este artículo ha sido el patético espectáculo al que hemos asistido estos días en el que la primera potencia mundial ha estado a punto de suspender pagos, por primera vez en su historia, por la sencilla razón de que la extrema derecha controla una parte importante del Congreso y se ha negado a permitir que su presidente utilizara los múltiples instrumentos de los que cualquier estado dispone para hacer frente a sus obligaciones financieras.
Desde la llegada al poder de Reagan (1981) no hay un político, en Estados Unidos, que no se haya presentado a las elecciones prometiendo que bajaría los impuestos. Hasta el punto de que da la impresión de que el norteamericano medio piensa que es posible estar bajando impuestos eternamente; lo que equivale a pensar que una familia pueda sobrevivir bajando su nivel de ingresos cada año.
Por supuesto, cuando en EEUU se dice que “hay que bajar los impuestos” en realidad se está queriendo decir que “hay que bajar los impuestos a los más ricos”. Es un pequeño matiz pero como, por obra y gracia del sueño americano, todo el mundo está convencido de que será rico algún día, asumen la generalización porque se sienten ricos aunque sólo sea en potencia, así están defendiendo sus “futuros intereses”, si sobreviven claro.
Estos son los milagros de la religión del “neoliberalismo”. Si al estado se le va recortando el presupuesto cada año ¿hacia dónde se dirige? Hacia el no-estado, claro. ¿De esa manera piensan mantener su estatus de potencia mundial?
Les diré hacia donde van: hacia el modelo de sociedad somalí. Fíjense en Somalia: eso es lo que ocurre cuando el estado desaparece. Así de simple. Hay otros ejemplos más suaves, como el Líbano de los años 80, tal vez les guste ese más.
Pues sí, estimado lector, esa es la dirección hacia donde apuntan los dirigentes políticos de la gran potencia planetaria, los estrategas del Imperio.
¿Qué no pueden ser así de torpes? Eso pensaba yo hace algunos años, pero he podido comprobar cómo, paso a paso, se deslizan imperceptiblemente hacia el abismo. Y lo que es peor, que parecen sentir una especie de placer morboso en entretenerse jugando con “las cosas de comer”, en asumir riesgos cada vez mayores si, a cambio, son capaces de hacer sentir a su vecino de enfrente –que navega en el mismo barco que ellos- el vértigo de la muerte.
Durante los últimos días del pasado mes de julio y los dos primeros de agosto hemos visto a sus políticos escenificar una farsa macabra, que es reproducción de otra que se vivió en los años 90, en la que los que se supone que tenían que estar defendiendo a su país (les pagan para ello) han estado amenazando, hasta el último segundo, con tirarlo todo por la borda y desencadenar una nueva crisis que, una vez puesta en marcha era imposible saber hasta dónde nos llevaría a todos, porque ya sabemos que la economía americana tiene un efecto de arrastre mundial.
Lo peor de todo es que parece que el juego les ha gustado y que salen de él dispuestos a repetirlo en 2013 (2012 les ha parecido ya demasiado fuerte, pero por la sencilla razón de que hay elecciones presidenciales ese año, es decir, por una razón puramente táctica). Se están acostumbrando a pelearse entre sí al borde del precipicio. Parece como si no tuvieran ya mucho que perder, como si estuvieran viviendo ya en tiempo de descuento. No les parece bastante con el mal que ya han hecho entre las clases populares de su país y del resto del mundo y quieren todavía hacer un poco más, recortar más programas sociales, dejar más indigentes y más ancianos sin asistencia sanitaria, recortar un poco más los presupuestos de educación. Se trata, obviamente, de volver al tiempo de las tribus.
En ese país llevan ya más de cuarenta años agudizando las diferencias de renta entres las clases dominantes y las populares. Llevan ya todo ese tiempo recortando programas sociales y bajando, en paralelo, impuestos a los más ricos. Durante los años 80 vimos desplegar ambiciosos planes militares, como aquél proyecto que dieron en llamar “Guerra de las Galaxias”, mientras dejaban que se deteriorara la infraestructura ferroviaria. Hasta llegar a conseguir que sus trenes fueran tercermundistas.
El huracán Katrina nos dejó al descubierto, en 2005, las vergüenzas del Imperio y nos demostró como el país que nos vigila a todos desde el espacio carecía de un plan convincente de contingencia, para hacer frente a un tipo de catástrofes que son relativamente corrientes en su área geográfica.
El Imperio Americano se parece cada día más al soviético de los años 80. Ese que era capaz de mantener a la estación espacial MIR en el espacio, pero no de asegurar el suministro cotidiano de carne en las tiendas donde compraban sus habitantes. Tiene en común con el Imperio Romano de la víspera de las invasiones bárbaras el que sus dirigentes están más preocupados en sostener pulsos palaciegos, para hundir a sus adversarios políticos, que en defender la solvencia de su país. Tienen en común con la Francia de 1789 el que no dejan de bajar impuestos a los ricos mientras tienen que seguir sosteniendo, a base de endeudarse, una política imperial a nivel global.
Ya sabemos cómo acabaron esas tres historias. Un día de diciembre de 1991, tres conspiradores soviéticos (que no tenían competencia en estos asuntos): Yeltsin, Kravchuk y Shushkevich, se reunieron en una “dacha” y decidieron romper en 15 trozos lo que hasta ese día había sido un estado poderoso. Ellos (no sus enemigos) fueron los que decidieron poner fin al Imperio Soviético.
Pues el Yeltsin norteamericano hace ya tiempo que nació. Y ahora va de “patriota” por la vida. Mañana le veremos, como a un Judas, hacer de agente “castrista” (o tal vez “chavista”) siguiendo el sendero que Bush le marcó en Irak.
Pero a diferencia de la antigua Unión Soviética, en Estados Unidos hay 283 millones de armas de fuego en manos de particulares. Es muy mal presagio. Pronto veremos en vivo una de las muchas películas que ya Hollywood nos ha mostrado, sólo que esta vez no será ficción.


[1] http://www.univision.com/content/content.jhtml?cid=1825820
[2] http://www.20minutos.es/noticia/131812/0/Carceles/Espana/saturacion/
[3] http://www.dailyjuez.com/tag/armas-en-manos-de-civiles
[4]http://www.elpais.com/articulo/portada/Obama/reafirma/liderazgo/global/EE/UU/Reino/Unido/elpepipri/20110526elpepipor_6/Tes

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