Pongo la televisión y sólo veo dinosaurios.
Cambio de canal y los sigo viendo.
Continúo haciendo zapping y compruebo, horrorizado,
que han copado todo el espectro radioeléctrico.
Pero ¿qué es lo que está pasando?
¿qué hacemos hipnotizados mirando hacia esa caja
que no hace más que transmitir imágenes
de un tiempo que ya pasó?
¿Cómo nos hemos dejado embaucar
por esos seres horribles, antiestéticos y antihumanos?
Están extinguidos, repito: “se extinguieron”.
No son nada, ya no están,
su imagen es tan sólo una realidad virtual.
No sé por qué extraña razón
estamos intercambiando ondas hertzianas
con la Era Secundaria.
Nos habremos cruzado con algún agujero de gusano,
de esos que ponen en contacto dos lugares alejados
del continuo espacio-tiempo.
Sí, ya sabemos que aquellos seres primitivos
adoraban al dios mercado,
una horrible divinidad que se alimentaba
de los sueños de sus fieles.
Que exigía a los creyentes que quemaran, cada día,
en el ara de los sacrificios,
la poca esperanza que habían sido capaces
de alumbrar durante esa jornada.
De esa manera fueron capaces de mantener
su férrea dictadura durante millones de años.
Pero un mundo sin esperanzas es un mundo acabado,
es un engendro que se precipita hacia el abismo.
Tiene su tiempo tasado.
Lleva en el rostro marcada su fecha de caducidad.
Necesitamos volver al tiempo de los humanos,
al de los seres que dialogan y deciden juntos,
al de los ciudadanos que debaten en asamblea
en el ágora de la ciudad.
Necesitamos mirar al prójimo de frente,
compartir sus problemas y sus esperanzas.
Eso es lo que marca la diferencia entre los humanos y los reptiles,
entre los que son capaces de imaginar y de crear nuevos mundos
y nuevas formas de vida
y aquellos que se arrastran pesadamente sobre la tierra,
repitiendo de forma instintiva, letanías aprendidas de memoria
y reproducidas de manera acrítica hasta el infinito,
hasta su completa e inexorable extinción.
Dijo el filósofo:
“La primera vez que sucede una historia
Lo hace en forma de drama.
La segunda en forma de farsa.”
Pues sí compañeros, esto es una farsa.
Esta historia ya ha pasado,
repetirla de nuevo es representarla.
Hubo una crisis hace ochenta años.
Se cometieron muchos errores
que condujeron a la miseria y a la muerte
a millones de personas,
hasta que se encontró la solución
y se salió de ella.
No tiene sentido ahora que repitamos completo el proceso
si sabemos cuál es la solución.
Estos nuevos sacrificios que se nos están pidiendo
son absolutamente gratuitos,
sólo buscan someter al otro,
doblegar el espíritu de lucha
de los verdaderos ciudadanos,
volver al tiempo de los dinosaurios.
Pero no olvidéis una cosa:
que los dinosaurios se extinguieron,
estos de ahora son falsos,
son lobos disfrazados.
Son los viejos lobos que ya conocemos de otras batallas,
que se han reunido en manada
y han concentrado todas sus fuerzas
preparando la batalla final,
porque saben que su tiempo se acaba.
¡Saben que llega el tiempo de los humanos!
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