“A finales
del verano de 1706 la guerra estaba perdida en todos los frentes, hasta el
punto de que Luis XIV le recomendó a su nieto que renunciara a la corona
española y reconociera como vencedor al archiduque. Hasta ese momento el
conflicto había sido llevado exclusivamente por militares profesionales. Pero
ese fue, precisamente, el comienzo de una contraofensiva surgida desde Castilla
y Extremadura y desplegada por nuevos ejércitos de voluntarios que van
recuperando, de manera sistemática, todos los territorios peninsulares,
infligiendo a los aliados derrotas tan rotundas como las de Almansa, Brihuega y Villaviciosa.
Durante ese contraataque aparecen nuevas formaciones militares de tipo
irregular, llamadas “cuerpos francos”,
que son precursoras de las “guerrillas”
que un siglo después articularán la resistencia contra el ejército
napoleónico.”[3]
Y cuando hablamos de Alfonso X el Sabio (en febrero de
2012):
“El rey Sabio, que sucumbió ante
los cantos de sirena del sueño europeo, será derrotado por el rey Bravo. No será la última vez –ni tampoco la
penúltima- que la bravura derrote a la inteligencia en España, que el corazón derrote a la cabeza. Y la
mayor parte de esas derrotas de la inteligencia vinieron siempre por el mismo
camino: por la imitación acrítica de modelos extranjeros en el peculiar
ecosistema ibérico, que termina provocando reacciones inesperadas en el tejido
social. [...] La demostración más clamorosa de lo que
decimos fue, precisamente, la derrota estratégica de los musulmanes en la
Península a lo largo de la Edad Media: Ellos pusieron la inteligencia y los
cristianos la bravura.”
[…]
“Este reinado vino a mostrarnos el rumbo que seguiría
la España del futuro. Nos reveló hasta que punto nuestras clases dominantes estaban dispuestas a subordinar sus
proyectos nacionales a sus sueños europeos para convertirnos así en unos meros
auxiliares de las fuerzas imperiales que fueran surgiendo en el continente.
[...] El reinado de Carlos I, en particular, y de los cinco
habsburgos, en general, discurrirá por esa senda. También lo harán los de los borbones, a lo largo del siglo XVIII.”[4]
“Los acuerdos incluyeron:
·
La república
francesa pondría a disposición del duque de Parma Fernando I de Borbón-Parma,
un territorio de nueva creación en la península italiana, sobre el que tendría
consideración de rey (no estaba especificado qué territorio, aunque se sugería
la posibilidad de que fuera Toscana o las Legaciones de Ferrara, Bolonia y
Romaña).
·
Un mes después
de la toma de posesión del infante, España haría entrega a Francia de 6 navíos
de guerra de 74 cañones cada uno.
·
6 meses
después, España entregaría a Francia la colonia de Luisiana, bajo soberanía
española desde 1763 por el tratado de París. ”
[…]
“El
15 de octubre de 1802 Carlos IV publicó en Barcelona una Real Cédula por la que
se hacía efectiva la cesión de la Luisiana a Francia, disponiendo la retirada
de las tropas españolas en la región, a condición de que los religiosos
españoles estarían autorizados a seguir en la zona y los habitantes de la
colonia mantendrían la posesión de sus propiedades La colonia permanecería poco
tiempo bajo soberanía francesa, pues al año siguiente Francia vendió Luisiana a
los Estados Unidos, incumpliendo la promesa hecha a España en las
conversaciones hechas en torno al tratado de 1801.”[5]
“Fueron los
españoles los que demostraron la validez
de la frase de Wellington: 'cuanto más terreno tienen los franceses, más
débiles son en cualquier punto determinado'. […] Fue esta resistencia continua, por débil que a menudo fuera, la que
acabó con la doctrina de Napoleón de la concentración máxima. El Emperador y
sus generales no pudieron resolver las exigencias contradictorias de la
ocupación y la operación en territorio hostil. 'Si concentro 20.000 hombres
-escribía Bessièrcs, en 1811, agotadas sus fuerzas en el Norte- se perderán
todas mis comunicaciones y los insurgentes harán grandes progresos. Ocupamos
demasiado territorio'”[6]
Recordemos que, en la Edad Media, el peso de la lucha contra
los musulmanes lo llevaron, durante bastante tiempo, las milicias ciudadanas,
reclutadas por pueblos y ciudades en las asambleas abiertas de los concejos
municipales. La guerra, en España, era algo íntimamente vinculado a la
condición fronteriza del país.
Como la resistencia española contra Napoleón fue dispersa y
descentralizada, el efecto que produjo después sobre el tejido social del país
fue el inverso que produjeron las guerras napoleónicas en el resto de Europa.
Si los alemanes llegaron a la conclusión de que para enfrentarse con Francia “había que tener un estado tan centralizado
como el francés”[7], los
españoles –en cambio- aprendieron la lección contraria: Para enfrentarte con
éxito contra el invasor tienes que pegarte a la tierra, fundirte con ella,
diversificando y diseminando la resistencia.
De esta manera los poderes locales salieron fortalecidos,
los particularismos culturales, las viejas tradiciones… y los liberales.
“Los
liberales fueron demócratas, mientras que los afrancesados creyeron en la
reforma desde arriba. El liberalismo implicaba la soberanía de la nación, y no
simplemente una España dividida en provincias “racionales”, libre de frailes y
de la inquisición”[8]
La Guerra de la Independencia dejará tocado, ya para
siempre, el absolutismo monárquico en España, y abrirá de par en par las
puertas de los movimientos independentistas hispanoamericanos.
“A comienzos de la Guerra de la Independencia
(1808-1814) las revueltas populares se acompañan de la creación de Juntas
provinciales y locales de defensa. Estas juntas tienen como objetivo defenderse
de la invasión francesa y llenar el vacío de poder (ya que no reconocían la
figura de José I). Estaban compuestas por militares, representantes del alto
clero, funcionarios y profesores, todos ellos conservadores. En septiembre
otorgan la dirección suprema a la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino.
El 19 de noviembre de 1809 las tropas
imperiales derrotaron al ejército de la Junta Central en Ocaña, y los franceses
tuvieron el paso franco hacia Andalucía. La Junta se retiró a Cádiz y el 29 de
enero de 1810, desacreditada por las derrotas militares, se disolvió y dio paso
a una regencia, ejercida en nombre de Fernando VII. Para reforzar su posición
institucional y adquirir mayor legitimidad, la regencia decidió convocar Cortes
y tras un intenso debate acordó que fueran unicamerales, y electas por sufragio
censitario (sólo podían votar quienes tuvieran un determinado nivel de renta) e
indirecto. Se reunieron por primera vez en Cádiz, en la Isla de León, el 24 de septiembre
de 1810.”[9]
“La Constitución
española de 1812, conocida popularmente como la Pepa, fue promulgada por las Cortes Generales de España,
reunidas extraordinariamente en Cádiz, el 19 de marzo de 1812. Se le ha
otorgado una gran importancia histórica por tratarse de la primera constitución
promulgada en España, además de ser una de las más liberales de su tiempo.
Respecto al origen de su sobrenombre, la Pepa, no está muy claro aún, pero
parece que fue un recurso indirecto tras su derogación para referirse a ella,
debido a que fue promulgada el día de San José.
Oficialmente
estuvo en vigor sólo dos años, desde su promulgación hasta su derogación en
Valencia, el 4 de mayo de 1814, tras el regreso a España de Fernando VII.
Posteriormente se volvió a aplicar durante el Trienio Liberal (1820-1823), así
como durante un breve período en 1836-1837, bajo el gobierno progresista que
preparaba la Constitución de 1837. Sin embargo, apenas si entró en vigor de facto, puesto que en su período de
gestación buena parte de España se encontraba en manos del gobierno pro-francés
de José I de España, otra en mano de juntas interinas más preocupadas en
organizar su oposición a José I y el resto de los territorios de la corona
española (los virreinatos) se hallaban en un estado de confusión y vacío de
poder causado por la invasión napoleónica.
[…]
El producto de
este intento de revolución fue una constitución con caracteres nítidamente
hispanos. Los debates constitucionales comenzaron el 25 de agosto de 1811 y
terminaron a finales de enero de 1812. La discusión se desarrolló en pleno
asedio de Cádiz por las tropas francesas, una ciudad bombardeada, superpoblada
con refugiados de toda España y con una epidemia de fiebre amarilla. El
heroísmo de sus habitantes queda para la historia.
La redacción del
artículo 1 constituye un claro ejemplo de la importancia que para el progreso
español tuvo América. Fue el primero, y por ello, el más importante. Este es su
famoso texto:
La
nación española es la reunión de los españoles de ambos hemisferios
La construcción
queda definida desde parámetros hispanos. La revolución iniciada en 1808
adquiría, en 1812, otros caracteres especiales que los puramente peninsulares.
Aludía a unas dimensiones geográficas que compondrían España, la americana, la
asiática y la peninsular. La Nación española quedaba constitucionalmente
definida.”[10]
El regreso de su exilio francés del destronado Fernando VII
-en 1814- significará el fin de aquella primera experiencia parlamentaria
española y la restauración del absolutismo monárquico. Pero por poco tiempo ya,
en 1820 el general Riego proclamará de nuevo la vigencia de la Constitución de
1812 (que durará tres años) y en 1836 abrirá ya, definitivamente, el
parlamentarismo español contemporáneo.
[1] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/05/los-capataces-del-imperio.html
[3] “Cambio de rumbo”. http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/11/cambio-de-rumbo.html
[4] “El rey sabio”. http://polobrazo.blogspot.com/2012/03/el-rey-sabio.html
[5] http://es.wikipedia.org/wiki/Tratado_de_San_Ildefonso_%281800%29
[6] RAYMOND CARR: España 1808-1795. Ariel. Barcelona.
1985.
[7] “El expansionismo
alemán”. http://polobrazo.blogspot.com.es/2013/04/el-expansionismo-aleman.html
[8] RAYMOND CARR: Ibíd.
[9] http://es.wikipedia.org/wiki/Cortes_de_C%C3%A1diz.
[10] http://es.wikipedia.org/wiki/Constituci%C3%B3n_espa%C3%B1ola_de_1812
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