domingo, 8 de febrero de 2015

Un salto energético

“Durante la Era de las invasiones africanas (1086-1344) la Península Ibérica fue una caldera a presión en la que formidables ejércitos se estuvieron batiendo en la frontera y en la que se fue militarizando la sociedad entera. En la España cristiana vivían las clases populares más movilizadas probablemente de todo el planeta.”
Un siglo trascendental
La Batalla de Las Navas de Tolosa. (1864) de Francisco de Paula Van Halen. (Fuente: Wikipedia)


En el artículo anterior intenté explicar de forma muy resumida como se produjo un salto energético en la sociedad española durante el período histórico que denomino Era de las invasiones africanas, que transformó profundamente las actitudes de los hombres que vivían en la Península Ibérica y que les colocó en un nuevo tiempo político, distinto del que estaban viviendo sus vecinos septentrionales.

Cuando los hombres son llevados hacia una situación límite y consiguen sobreponerse a la misma se produce en ellos una transmutación interior que los coloca en un nuevo plano de su existencia. En esos momentos tiene lugar un rearme moral, un salto energético que los prepara para enfrentarse a nuevos desafíos. Eso es precisamente lo que sucedió en nuestro país durante la época de los amiríes primero (980-1009) y durante la Era de las invasiones africanas después (1086-1344).

En el año 980 de nuestra era irrumpió violentamente en escena un caudillo musulmán llamado Muhammad Abi Amir, al que los cristianos apodaron Almanzor. Este hombre pasaría a la historia como el más implacable enemigo que tuvieron, baste decir que en los 22 años que permaneció en el poder lanzaría 55 campañas guerreras contra los reinos septentrionales. Saqueó los núcleos urbanos más importantes del norte de la Península Ibérica, redujo a la esclavitud a decenas de miles de personas, arrasó campos, destruyó lugares de culto, se apropió de cuanta riqueza pudiera ser transportada y dejó un triste recuerdo tras de sí que le sobrevivió durante siglos.
Este azote no sólo fue implacable con sus adversarios “infieles”, sino también contra sus propios correligionarios disidentes, a los que eliminaba de manera expeditiva, dando lugar a una dictadura que continuaría con su hijo Abd al-Malik y que se conoce como el Régimen de los Amiríes.
Su despótico sistema de gobierno debilitó hasta tal punto la estructura de poder del Califato que tornó inviable cualquier intento de vuelta a la normalidad previa, provocando la desintegración del mismo a partir de la Revolución Cordobesa de 1009, que abriría el proceso histórico conocido como “la Fitna de al-Ándalus” (1009-1031), antesala de los reinos de taifas.
El militarismo de los amiríes puso de relieve la consistencia de la nueva sociedad que se estaba alumbrando en el norte peninsular de manera discreta, imperceptible, pero también inexorable. Cuando se produjo la Revolución Cordobesa hacía ya trescientos años que los ejércitos árabes habían impuesto su ley en lo que antaño fue la Hispania romana. Lo que debía ser la antesala del futuro Islam europeo se convertiría en el pantano donde éste iría sepultando sus sueños de dominación mundial, gastando sus energías guerreras y levantando una infranqueable barrera que ha perdurado hasta hoy.
Los que aún quedaban en pie en el norte de España eran los supervivientes de una época terrible. Un mundo de guerreros acostumbrados a batirse con adversarios implacables. Quedaba lo más duro del mundo de la frontera.

Durante las tres generaciones siguientes se dedicarían a reconstruir todo lo que había sido destruido, a repoblar lo que había sido despoblado, a recomponer sus filas y a redefinir su relación con el resto de la Europa cristiana.

La forma de vida de los hombres de la frontera era muy diferente a la del resto de sus contemporáneos europeos. El mundo feudal que regía los destinos de los hombres al norte de los Pirineos llevaba ya varios siglos estructurándose y consolidando una sociedad de castas o estamentos que distinguía de manera nítida a la nobleza del clero y del pueblo (los que pelean, los que rezan y los que trabajan). Una sociedad donde cada persona tenía asignado su propio rol desde la cuna hasta la tumba.

En la frontera española, en cambio, sabía empuñar la espada la sociedad entera y, llegado el momento, cualquiera podía tomar el mando de entre los supervivientes, independientemente de dónde hubiera nacido. La nobleza tenía que estar revalidando su título cada día, porque en cualquier momento inesperado sería puesta a prueba. Si algo era seguro era que el enemigo siempre volvía, y que el día que lo hiciera la vida de todos dependería de la solidez de las murallas que rodeaban su pueblo, de su destreza en el combate y de la solidaridad que los cohesionaba como pueblo. Por todo ello, entre los moradores de la frontera cristalizará muy pronto una identidad colectiva, un proyecto de sociedad alternativo al de aquél mundo que los estaba diezmando, un modelo inclusivo en el que todos los brazos eran precisos y a nadie se le preguntaba quién era ni de dónde venía, siempre que estuviera dispuesto a defender junto a sus compañeros el bagaje y el patrimonio colectivo que daban sentido y trascendencia a sus vidas.

Era un mundo de campesinos-guerreros que se reunían en “concejo” abierto en la plaza del pueblo donde vivían y allí elegían a su alcalde, a sus jueces, a sus comandantes... Las milicias de los concejos ciudadanos regaron con su sangre, durante siglos, los campos de batalla de toda España. Estaban en primera línea de combate en Sagrajas, en Uclés, en las Navas de Tolosa, en el Salado... Y esa sangre fructificó y extendió la democracia municipal por toda la Península.

Todas las villas situadas en el término de Sepúlveda, ya sean dependientes del rey o de infanzones, adopten los usos de Sepúlveda y acudan a su convocatoria para el fonsado y apellido [expediciones militares]”. […] “Alcaide, merino y arcipreste no sea sino de la villa; El juez sea de la villa y [elegido] anualmente por las colaciones [barrios o parroquias] […] “En caso de que alguien tuviere algún litigio con un habitante de Sepúlveda, éste podrá testificar contra infanzones o contra villanos[1].

Esta es una pequeña muestra de lo que vengo diciendo. La cita pertenece al Fuero de Sepúlveda, otorgado a esta ciudad castellana por el rey Alfonso VI en 1076. El Fuero de Sepúlveda, como sabemos, funcionó como modelo de referencia durante varios siglos para el resto de municipios de la Extremadura, fue reivindicado por todos ellos y se convertiría en la base jurídica del derecho de la frontera en la España medieval. Más de quinientos años después Lope de Vega escribirá en su obra Fuenteovejuna (1618):

"-¿Quién mató al Comendador?
-Fuenteovejuna, Señor.
-¿Quién es Fuenteovejuna?
-Todo el pueblo, a una.".

Como recordará, en Fuenteovejuna, los vecinos de la localidad dieron muerte al señor feudal de la misma, el comendador de la Orden de Calatrava, y los reyes sometieron a interrogatorio a todos sus habitantes para intentar averiguar quiénes habían materializado el crimen, encontrándose con esta respuesta unánime:

"Haciendo averiguación
del cometido delito,
una hoja no se ha escrito
que sea en comprobación;
porque, conformes a una,
con un valeroso pecho,
en pidiendo quién lo ha hecho
responden: Fuenteovejuna".

Alguien que ignore las claves culturales de la España medieval podría pensar que los vecinos estaban poniendo, de esta manera, a los monarcas (los reyes católicos) ante la tesitura de castigar al pueblo entero para hacer cumplir la ley o, por el contrario, dejar impune el asesinato. En realidad lo que estaban haciendo era exigir la aplicación del derecho de frontera castellano, según el cual el pueblo, reunido en “concejo”, se convertía en la máxima autoridad civil, militar y judicial del municipio y, de esta manera, el supuesto crimen se convertía en una ejecución.

En 1519, Hernán Cortés fundó la ciudad de Veracruz, que se convertiría en el primer acto de la conquista del Imperio Azteca. Una vez constituido el “concejo” o ayuntamiento de la ciudad, éste lo depone como comandante de la expedición, para volverlo a nombrar de nuevo a continuación. ¿Qué sentido tiene deponer a un comandante para volverlo a nombrar inmediatamente después? ¿Obedecía esto a alguna manía legalista de algún funcionario puntilloso? En absoluto. Una vez constituido el Concejo de Veracruz, pasa a estar vigente en su jurisdicción el derecho de la frontera castellano. Cortés es destituido como enviado del gobernador de Cuba y, de esta manera, son derogadas todas las órdenes que traía, que le impedían dirigirse contra los aztecas. Al ser elegido por el Concejo de Veracruz, esta asamblea ciudadana le otorga nuevos poderes y una capacidad de decisión de la que carecía como subordinado del gobernador. Algún tiempo después el nombramiento terminaría siendo validado por el mismísimo rey de España -Carlos I-. Como vemos a través de estos ejemplos, el derecho de la frontera sigue vigente todavía en pleno siglo XVI, incluso en el continente americano, lo que nos indica que no estamos ante ninguna rareza ni singularidad de alguna región perdida de nuestro país.

Los concejos abiertos han seguido formando parte de nuestra cotidianidad municipal en las áreas rurales hasta la actualidad:

"El régimen de concejo abierto es un sistema de organización municipal de España en el que pequeños municipios y las entidades de ámbito territorial inferior al municipio que no alcanzan un número significativo de habitantes se rigen por un sistema asambleario, la asamblea vecinal, que hace las veces de pleno del ayuntamiento.

Este sistema es heredero de los "Concejos" que fueron sistemas políticos en los territorios cristianos de la Alta Edad Media en la Península Ibérica, en que los vecinos se organizaban en asamblea soberana en la que decidían todos los aspectos relativos al gobierno de cada localidad, entre ellos el aprovechamiento comunal de prados, bosques y montes vecinales con fines ganaderos y agrícolas, de los regadíos y de la explotación del molino, el horno o el pozo de sal, pero también como órgano judicial.

Según la legislación vigente el sistema está reservado a los municipios menores de cien habitantes y a aquellos que, tradicionalmente, hayan funcionado así. También se aplica este régimen a los municipios cuya localización geográfica, gestión de sus intereses municipales u otras circunstancias lo hagan aconsejable; si bien, en este caso, se requiere la petición de la mayoría de los vecinos, decisión favorable de 2/3 de los miembros del Ayuntamiento y aprobación por la Comunidad Autónoma.

En el régimen de concejo abierto el gobierno y la administración del municipio corresponde a un Alcalde y a una Asamblea vecinal de la que forman parte todos los electores. Su funcionamiento se ajusta a los usos, costumbres y tradiciones del lugar; en su defecto se aplica la Ley 7/1985, de 2 de abril, Reguladora de las Bases de Régimen Local, y las leyes que, en su caso, hayan dictado las Comunidades Autónomas, sobre régimen local.”[2]

Esta forma asamblearia de gobierno municipal, como vemos, no responde a ninguna lucha social reciente, no tiene nada que ver con el potente movimiento anarquista que arraigó en nuestro país a finales del siglo XIX y principios del XX ni tampoco con el más reciente movimiento 15M. Aunque a algunos les pueda sorprender es un atavismo medieval y está documentada su existencia -al menos- desde el siglo X.

El derecho de frontera es el reflejo jurídico del salto energético que tiene lugar en nuestro país en la profunda Edad Media y le coloca en un tiempo político distinto al de sus vecinos septentrionales como dije más arriba. Después de llevarnos toda la vida escuchando cómo los sistemas políticos electivos los inventaron en otros países y cómo forman parte del proceso evolutivo del mundo occidental hacía la democracia, cuando comprobamos que esa era la rutina de nuestros antepasados hace más de mil años y que, precisamente por eso fueron ellos y no los habitantes de esos otros países “pioneros” los que pusieron en marcha los procesos que terminaron arrastrando a los demás hacia una dinámica histórica que condujo hacia la modernidad, no podemos dejar de considerar que tal vez la historia que nos han estado contando no sea más que un ejercicio de propaganda política cuyo fin último sea el de lograr esa subordinación estructural a la que se nos ha ido conduciendo de manera sistemática desde los tiempos medievales.

Volviendo al hilo de nuestra historia vemos cómo tras el “tsunami” de los amiríes, que condujo hacia una situación límite a todos los reinos cristianos del norte peninsular, se produce la Revolución Cordobesa de 1009 y la desintegración del Califato de Córdoba, que abrirá el período histórico conocido como “La Fitna de al-Ándalus”. Desde ese momento y durante tres generaciones (1009-1086), los cristianos crecerán desde el punto de vista demográfico, se expandirán en términos geográficos y militares y redefinirán su relación con el resto del mundo que les rodeaba.

Ya hemos visto como durante ese tiempo se extiende por doquier el derecho de frontera. En artículos anteriores vimos como redefiníamos nuestra relación con el resto de la cristiandad europea, como recibíamos refuerzos, acogíamos a inmigrantes procedentes de otros países europeos (también mozárabes de al-Ándalus) y como esa Europa igualmente nos redescubre a nosotros y aprende bastante, en muy poco tiempo, de lo que sus viajeros encuentran en nuestro país. Durante esos 77 años los cristianos lanzan una formidable ofensiva militar que los lleva desde la línea del Duero -que era su frontera sur en 1009- hasta la del Tajo -donde se situaba en 1086-, más de 300 kilómetros de avance hacia el sur, a lo largo de un frente de mil en sentido este-oeste.

Y entonces... los almorávides cruzaron el Estrecho y se precipitaron en masa sobre las líneas cristianas, inaugurado la Era de las invasiones africanas (1086-1344), en la que la línea del frente se endureció hasta el punto de llegar a librarse en ella las batallas más masivas de nuestra historia, al menos hasta la Guerra de la Independencia (1808-1814), batallas en las que era imposible sostener las líneas cristianas sin una masiva participación de las milicias ciudadanas, hasta el punto en el que hubo algunas -como la de las Navas de Tolosa (1212)- en la que llegó a participar alrededor del 10% de la población masculina adulta del reino de Castilla. El pueblo en armas, durante diez generaciones, estuvo plantando cara a tres oleadas invasoras que fueron capaces de mantener durante todo ese tiempo, en nuestro país, ejércitos de ocupación de decenas de miles de hombres.

En esa época vivirán algunos personajes que, si hubieran nacido en Inglaterra, habrían mandado al paro a Robin Hood o al Rey Arturo. Me estoy refiriendo a Rodrigo Díaz de Vivar (El Cid), Álvar Fáñez (Minaya)[3], Alfonso el Batallador, el portugués Gerardo Sempavor (en castellano Gerardo Sin Miedo), o el musulmán Ibn Mardanis (El Rey Lobo).

En 1812, el ejército ruso, ante el avance de las fuerzas napoleónicas, decide retirarse de Moscú, destruyendo la ciudad para que el enemigo no pueda aprovechar los recursos que ésta pudiera brindarle. Lo que los rusos hicieron ese día fue una repetición de lo que Álvar Fáñez había hecho en Valencia en 1102, ante el avance almorávide, tres años después de la muerte del Cid. Seguro que recordaba la gesta de los rusos pero ignoraba la de los castellanos ¿verdad? Como también ignoramos que antes de que el Cid frenara en Valencia el avance almorávide durante ocho años (1094-1102), las fuerzas de Fáñez (dirigidos y coordinados por él, aunque no siempre estuviera presente) los contuvieron en Aledo (provincia de Murcia) durante tres (1088-1091), jugada que volverán a repetir los castellanos contra los almohades -en Almería- tres generaciones más tarde, durante 10 años (1147-1157), coordinándose con el rey de la taifa murciana Ibn Mardanis.

Durante la Era de las invasiones africanas cristalizó en España un modelo social, una manera de mirar al mundo, una forma de encarar la adversidad, de relacionarnos con nuestros semejantes. Nada de cuanto ha ocurrido después en nuestro país puede entenderse si ignoramos el sustrato sobre el que se asienta. 

Durante siglos los españoles vivieron en uno de los entornos más violentos del mundo y se estructuraron para poder sobrevivir en él. La clave era “encastillarse” en los momentos de temporal, hostigar al adversario para tomarle la medida cuando empieza a desfallecer y contraatacar cuando comienza a retroceder, consolidando posiciones durante el avance para poder contener en ellas el siguiente “tsunami” que se producirá, de manera inexorable, algún tiempo después.

Esa forma de desplegarse por el territorio exige una gran capacidad de improvisación, de adaptación a las nuevas circunstancias, de regeneración del tejido social dañado, de replicación biológica y cultural. Es lo que los psicólogos llaman “resiliencia”. Y será esa adaptabilidad de la sociedad ibérica la que le sitúe en la vanguardia de la exploración de nuevos mundos, de nuevos paisajes, nuevos ecosistemas y, a continuación, los convierta en el pegamento que conecte a las sociedades con las que se ha puesto en contacto a lo largo del mundo, construyendo una red capilar que construya un súper-organismo a través del cual se estructure una nueva sociedad.

Fueron esos hombres que supieron fundirse con el paisaje de la tierra donde vivían los que harían que las piedras adoptaran la forma de castillos para poder contener así los “tsunamis” saharianos que los azotaban, los que dieron vida a las cañadas por dónde millones de animales se desplazaban a lo largo del año para buscar cada brizna de hierba disponible entre las roquedas que cubrían la nieve en invierno y se calcinaban en verano, siguiendo el ritual milenario de la trashumancia, para dar de comer a los habitantes de una tierra dura e inhóspita. Esa adaptabilidad ibérica a las realidades más adversas y su capacidad para insertarse de manera permanente en casi cualquier hábitat, manteniendo operativos sus referentes culturales, fue lo que les permitió construir el esqueleto del mundo moderno, tal y como dijimos hace algún tiempo en nuestros artículos La estructura del Sistema Europeo[4] y El Imperio Transversal[5], para convertirse así en el factor desencadenante del proceso globalizador que ha tenido lugar por todo el mundo durante los últimos quinientos años.

El mundo hispano ha cumplido, dentro de la estructura de poder que llamamos “Occidente”, la función más “mineral”, entendiendo como tal la infraestructura subyacente, los cimientos que nadie ve porque han sido sepultados por el edificio que se construyó encima y al cual están sosteniendo. Son la raíz de un frondoso árbol que supo conectar durante siglos (y aún sigue haciéndolo) el tronco con el subsuelo que lo alimenta.





[1] “Fuero de Sepúlveda”. Citado en MÍNGUEZ, JOSÉ MARÍA. 2000. Alfonso VI. Hondarribia. Nerea.
[2] Wikipedia. Voz: “Concejo abierto”.
[3] Álvar Fáñez fue el comandante que dirigió la carga de la caballería castellana en la batalla de Sagrajas (1086), uno de los combates más encarnizados de toda la Edad Media española. Gobernador-protector de Valencia durante 1085-1086, conquistó Guadalajara (1085) y el puesto avanzado de Aledo (1088), además de varias decenas de municipios. Su fama llegó a ser tal que la frontera de Castilla entre Cuenca y Toledo, a mediados del siglo XII, era conocida como «la tierra de Álvar Fáñez». Se enfrentó a las huestes de Ben Yusuf en Peñafiel (Valladolid, 1086), Almodóvar del Río (Córdoba, 1091) y Uclés (1108). Conquistó y perdió meses después Cuenca ante los almorávides (1111). Evacuó Valencia en 1102, salvando a todos los cristianos y musulmanes pro-castellanos que la habitaban (a los que realojaría después en la actual provincia de Toledo).

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