Felipe V
A lo largo de los últimos artículos hemos ido situando políticamente a la dinastía de los borbones en medio del desarrollo de los procesos históricos que tuvieron lugar durante el siglo XVIII y la primera década del XIX. Vimos como el comportamiento de tándem Carlos IV-Godoy parece absolutamente disparatado si consideramos que esta pareja constituye, durante los años que preceden a la Guerra de la Independencia, la cúpula dirigente del Imperio Español. Su trayectoria sólo puede considerarse racional si los tomamos como agentes al servicio de Napoleón Bonaparte, ya sea por propia convicción (algún pacto secreto, pertenencia a alguna logia...) o porque de una u otra manera hubieran sido abducidos/deslumbrados por el poder político francés.
Pero más allá del
contexto histórico concreto previo al estallido de la Guerra de la
Independencia vimos que la trayectoria de la rama española de los borbones
es sumamente extraña desde la coronación del primero de ellos (Felipe de Anjou,
en 1701), porque más que reyes de la gran potencia mundial que eran se
comportan como si fueran gobernadores de un protectorado francés, sin que la
correlación de fuerzas internacional lo justificara. Por eso dije que el
hundimiento del Imperio Español, tal y como se materializó finalmente, no puede
explicarse en términos políticos, militares o económicos, sino que sus razones
entran más bien en el plano de lo psicológico.
Felipe V siempre
quiso ser rey de Francia, más que de España, que fue el rol que le tocó ejercer
(durante nada menos que 45 años). Estoy convencido de que España podía haber
seguido desempeñando durante todo el siglo XVIII el papel de primera potencia
mundial que había ejercido hasta 1640 porque la pérdida de la “Camisa de fuerza
francesa” en la Guerra de Sucesión Española (1701-1713) representaba, en
realidad, la eliminación del mayor lastre que tuvo en la época de los austrias
y con una reasignación inteligente de los propios recursos nuestro país podría
haberse convertido en una potencia marítima superior a la propia Inglaterra, lo
único que hacía falta para hacer esto posible era que nuestros dirigentes
tuvieran un proyecto político que fuera congruente con ese escenario.
Pero no fue así.
Los borbones nunca fueron capaces de calibrar adecuadamente las potencialidades
de nuestro país porque el modelo, no sólo político sino incluso cultural y de
civilización, que tenían en la cabeza era antagónico a lo que España había
representado históricamente.
“Cuando los borbones se
ponen al frente del Imperio español, a partir de 1701, toma el poder una
dinastía francesa que se había ido fortaleciendo a lo largo del siglo XVII... ¡luchando
contra España! Y la estrategia que habían diseñado para enfrentarse con sus
adversarios españoles era reforzar el centralismo político en el país galo.”[1]
España había ido
surgiendo despacio, durante la profunda Edad Media, haciendo frente a los
invasores norteafricanos y la construcción de su estructura política se había
hecho desde abajo hacia arriba. Es la fusión, en un plano de igualdad, de dos
poderosos reinos bajomedievales: El de Castilla y León con el de Aragón.
Cada uno de ellos, a su vez, había surgido de la misma manera: El reino de Castilla
y León, como su nombre indica, adquirió su forma definitiva cuando Fernando
III unió en 1230 su herencia materna (el reino de Castilla) con la
paterna (el de León). Y el de Aragón cuando Alfonso II de Aragón
unió en 1164 su herencia materna (el reino de Aragón) con la paterna (el
condado de Barcelona que, a su vez, llevaba varios siglos absorbiendo a
la mayoría del resto de los condados catalanes). La dinámica histórica que hizo
poderoso a nuestro país (desde abajo hacia arriba) es antagónica a la que hizo
grande al país galo (desde arriba hacia abajo) y, en consecuencia, pretender
trasladar mecánicamente el modelo francés a España terminó provocando el tipo
de reacciones sociales que cabía esperar.
Más de una vez he
dicho que los primeros que reaccionaron frente a la estrategia radial diseñada
por los borbones y su corte de oligarcas fueron algunos de entre los que ya
estaban fuera de la ley: los bandoleros. Estudiando el desarrollo del
bandolerismo andaluz descubro, con cierta sorpresa porque desmonta el discurso
oficial, que el gran salto hacia adelante, tanto cuantitativo como cualitativo,
que estos dan en la década de los sesenta del siglo XVIII es paralelo a la
construcción de la Carretera de Andalucía (la actual A-4), al desvío de
la misma hacia zonas que hasta ese momento estaban deshabitadas y al despliegue
de los poblados mandados construir por Pablo de Olavide con colonos
centroeuropeos.
En su día dije
que tras el despliegue de los seis ejes radiales se esconde un diseño militar
que busca someter a un país ocupado[2]. No
tiene ningún sentido obligar a los andaluces a entrar en la Meseta por un solo
lugar (cuando antes lo hacían por cuatro o cinco diferentes), destruir toda
ruta alternativa y hacer pasar la única carretera que dejan por el desfiladero
más abrupto que había en la sierra (Despeñaperros), salvo que se esté dando por
sentado que va a tener lugar un poderoso ataque desde Andalucía. La pregunta es ¿Por qué iba a producirse ese hipotético suceso?
Ese diseño
radial creó una tensión muy fuerte, aunque su desarrollo fuera gradual, entre
centro y periferia que está en la base de la mayor parte de los conflictos
tanto políticos como militares que han tenido lugar desde entonces en nuestro
país. Simplificando un poco, el modelo es: concentrar la población en el centro
y en los extremos de las seis carreteras radiales y despoblar el resto, lo que
a primera vista parece beneficiar al poder central pero, a largo plazo, a quien
fortalece de verdad es a las oligarquías locales de la periferia.
El efecto final es la desvertebración de nuestro país, algo de lo que se percata Ortega y
Gasset 150 años después, aunque no fuera capaz de
detectar más que de manera tangencial al padre de la criatura.
¿Y por qué se produjo esa desvertebración? Pues porque para los borbones y para los
ilustrados a la francesa en general, España era el pasado, un mundo obsoleto y
superado, el antimodelo que había que destruir.
España, en medio
de una Europa extraordinariamente dotada para el análisis y la deconstrucción,
casi siempre se valora globalmente. Nunca he visto a nadie analizar en serio
sus elementos constitutivos. Los borbones reemplazaron a los austrias, ¡¡una
dinastía enemiga!!, pero a la hora
de evaluar su realidad histórica fueron incapaces de separar –dentro de la
herencia que recibieron- lo que era específicamente español de lo que formaba
parte del universo político de los Habsburgo. Al mezclarlo todo estaban
cometiendo un tremendo error histórico, porque nuestro país ya era la primera
potencia mundial cuando el primer Habsburgo fue coronado en 1517:
“La Casa de Austria
(1517-1700) pone los imperios americano y mediterráneo (consecuencia de la
acción política de los Trastámara castellanos y aragoneses, respectivamente) al
servicio del Imperio europeo (al que llamé la “Camisa de fuerza francesa”),
buscando frenar el avance de los procesos históricos que estaban teniendo lugar
en la Europa moderna para defender a las fuerzas que históricamente habían
sostenido el orden social medieval, que descansaba sobre dos pilares: el Papado
y el Imperio. En esa estrategia política Francia es el adversario principal.
Los casi doscientos años que esta dinastía lideró el mundo occidental -desde
España- vienen a ser un período que guarda grandes paralelismos con la Guerra
Fría (1945-1989), en el que España y Francia juegan, respectivamente, los roles
políticos que en la segunda mitad del siglo XX desempeñaron los Estados Unidos
y la Unión Soviética.”[3]
El Imperio
español era, en realidad, tres imperios distintos: el castellano (América), el
aragonés (el Mediterráneo) y el borgoñón (La “camisa de fuerza francesa”). El
duelo militar que españoles y franceses estuvieron librando entre 1517 y 1700
por los campos de batalla de toda la ecúmene europea es el regalo envenenado que
acompañó a la herencia borgoñona que recibieron los Habsburgo; herencia que
pasaría a manos austríacas en 1713, desvinculándose ya para siempre de la
corona española. Una vez abandonada la camisa de fuerza francesa había
desaparecido, por tanto, el gran litigio histórico que había enfrentado a
España y Francia durante casi doscientos años, pero las inercias mentales y los
prejuicios siguieron pesando como losas a la hora de juzgar el comportamiento
de los otros. Los borbones, como en 1517 los austrias y en 1126 los borgoñones,
llegarán a España con un programa político que había sido diseñado para
gobernar en sus respectivos países de procedencia. Las tres dinastías citadas
se comportaron como si hubieran tomado posesión de un país ocupado, aunque no
hubiera tenido lugar ninguna invasión previa que justificara dicho
comportamiento (por eso contrasta de manera tan acusada con ellas el
comportamiento de la Casa de Trastámara, la única dinastía nativa que ha
reinado en España durante los últimos mil años).
Pero en el caso de los
borbones hay un factor que agudizó aún más ese comportamiento: su subordinación
política a la rama francesa de su línea dinástica, que trasladó al territorio
español el conflicto de carácter estructural que durante los dos siglos anteriores
se había estado librando en suelo francés. Era una especie de revancha
histórica de carácter político-ideológico, darle la vuelta al modelo que había construido
las bases del orden europeo. ¿Recuerdan el esquema de la estructura europea que
dibujamos hace cuatro años?:
“A lo largo de
la Edad Moderna, en Europa, hubo una serie de pueblos que fueron asumiendo una
cierta función de élite que maneja los hilos de la política en la ecúmene
europea desde arriba. Hubo otros, más masivos y centrales, empeñados en crear
un proyecto nacional desde el cual poder forjar un imperio “europeo” cuya
centralidad aspiraban a tener. Hubo países cuya función consistió en mantener
aislados a estos últimos para que no pudieran culminar su proyecto, Y otros que
se encargaron de proteger al conjunto de las agresiones exteriores. Había,
igualmente, una serie de pueblos atacando la fortaleza exterior del Sistema
Europeo para intentar resquebrajarlo al menos. El esquema sería más o menos
éste:”
Ahora
veamos un mapa de la Europa de 1648, surgida tras la Paz de Westfalia, que puso
fin a la Guerra de los Treinta Años:
Asignemos
ahora un color a cada una de las funciones descritas en el esquema anterior:
Y
traslademos esos colores al mapa anterior para hacernos una cabal idea de la
estructura de poder europea, allá por el siglo XVII:[4]
Aunque la camisa de fuerza
francesa, como vemos en esta explicación, desempeñó una función diferente
(Cordón Interior) a la del resto de territorios europeos que formaron parte del
Imperio Español (Cordón Sanitario Exterior), la vinculación política mantenida
durante doscientos años entre ambos espacios fijó en las mentes de los miembros
de las clases dominantes francesas la idea de que todo el conjunto jugaba el
mismo rol y que debían ser neutralizados de la misma manera, y a eso se
dedicarían los borbones españoles hasta la invasión francesa de 1808. Durante
ese tiempo pretendieron darle la vuelta a la función estructural que la España
peninsular había venido desempeñando desde principios del siglo XVI,
convirtiendo a las clases dominantes españolas en meras transmisoras del modelo
estructural francés. Hasta la invasión napoleónica se respetarían, al menos,
ciertas formalidades y España siguió apareciendo ante el resto del mundo y ante
sus propias clases populares como un país soberano. Pero esa ficción saltó por
los aires el 2 de mayo de 1808.
La invasión francesa abrió la
Caja de Pandora, liberando todos los
demonios localistas que formaban parte constitutiva de la España profunda desde
los tiempos prehistóricos. Lo que los racionalistas a la francesa fueron incapaces de entender es que lo que hace fuerte a nuestro país
es la profunda vinculación entre población y territorio en un medio ecológico
singular, fragmentado y radicalmente diferente del ultra-pirenaico y, también,
que las clases dominantes españolas habían conseguido -a duras penas- ponerse
al frente de una estructura que no acababan de entender y que había ido
formándose desde abajo hacia arriba, en un conflicto casi eterno que se había
estado librando en nuestro país durante mil años y que tiene su propia lógica
interna que viene a ser algo así como un mecanismo de
relojería. En realidad funciona como una clepsidra (un reloj de agua) en
la que los fluidos (el viento y el agua) desplazándose por un relieve que tiene
la estructura de un corazón, geopolíticamente situada en el centro del
Hemisferio Occidental, había estado organizando los flujos humanos por todo el
planeta Tierra durante los trescientos años largos que van desde 1492 hasta
1808. Recordemos lo que dijimos en otro de nuestros artículos:
“Observe [...] el mapa físico de la Península Ibérica:
Si
cruzáramos España de sur a norte por el meridiano que pasa por Valladolid o por
el de Toledo, atravesaríamos un país que nos muestra este corte transversal:
Ese
escalonamiento de la altitud de los valles interiores amplifica el efecto que
la latitud ya produce de por sí. Y convierte a nuestro país en un pequeño
continente, produciendo una concentración de ecosistemas en un espacio mucho
menor de lo que podemos encontrar en ningún otro lugar de La Tierra.[5]
“Ahora veamos esto dinámicamente. Primero tracemos las líneas de
cumbres que se dan en las cordilleras peninsulares:
Dichas líneas delimitan una serie de regiones naturales que vemos
aquí:”[6]
Regiones naturales de la Península
Ibérica
Situemos ahora a la Península
Ibérica en el contexto mundial, utilizando un mapa de distribución de los
vientos (Los tres siglos del Imperio español son los de la Edad Moderna, es
decir, los de la Edad de oro de la Navegación a Vela):
Desde el punto de vista
geopolítico nuestro país era el corazón del mundo. Estaba situado en el centro
de todos los flujos de distribución (incluso los naturales) de ese preciso
momento histórico (Vean ahora el mapa de las corrientes marinas):
La Península Ibérica está en
el corazón de todos los flujos planetarios y tiene una estructura orográfica
que nos recuerda también a un corazón, como vimos más arriba (La Cordillera
Ibérica separa a su aurícula y su ventrículo derechos -el antiguo reino de
Aragón- de sus homólogos -múltiples- izquierdos -el reino de Castilla-, los
primeros vinculados con los flujos de distribución mediterráneos y los segundos
con los atlánticos que se proyectan, amplificados, sobre el continente
americano). Un corazón que, además, es un amplificador de ecosistemas. Los
humanos que se encontraban al frente del desarrollo del Imperio Transversal en
los dos siglos que gobernaron los Habsburgo tenían una idea remota de cuál era
la función histórica que estaban desempeñando (al menos tuvieron la
inteligencia de no oponerse a las tendencias de fondo que empujaban a su
sociedad, de dejarse llevar por unos procesos históricos que los catapultaba
hacia el liderazgo planetario, como si de una potente fuerza convectiva se
tratase. Pero los borbones no tenían ni idea de lo que estaba pasando en el
mundo que había fuera de los salones parisinos, de los debates eruditos de la intelectualidad
francesa y de sus respectivas áreas de influencia, decidiendo apostar por
romper el modelo político que había dado origen al mundo moderno y que siguió
organizándolo hasta 1808.
Como vemos en el mapa de los vientos
dominantes, una vez destruido el poder político español, el país mejor situado
geográficamente para reemplazarlo es Inglaterra. Pero las características de
las islas británicas son muy diferentes a las de la Península Ibérica y su
función histórica también, por tanto, aunque estaban llamados a cubrir el vacío
dejado por los españoles eran incapaces de desempeñar nuestro rol, lo que dará
un brusco giro al desarrollo de los procesos históricos.
El colapso de los imperios español y portugués
provocado por la invasión napoleónica de la Península Ibérica rompe la
vinculación política de ésta con los territorios de ultramar y desestructura
aquellos, dando una ventaja temporal a los anglosajones, que se apresuran a
reemplazar a los ibéricos (auxiliados por holandeses y franceses) en el control
de los flujos de distribución planetarios. Pero su paradigma es diferente al
español. En su latitud replican el modelo social de la metrópoli, como sucedió
con el modelo persa (siglo V a.C.). Fuera de ella son incapaces de liderar el
proceso de mestizaje que los ibéricos habían desplegado por las latitudes
intertropicales y lo sustituyen por el sistema de capas anglosajón que,
explicamos en nuestro artículo “Las otras transversalidades”. Esta
estructura social tiene fecha de caducidad y lleva metido en su ADN
constitutivo el desencadenamiento a medio plazo de conflictos étnicos o
raciales.
En su día dije que el “tempo” de despliegue
del modelo español es mucho más lento que el anglosajón y ahora añado que es
mucho menos dependiente de las variables tecnológicas y está mucho más
vinculado con el territorio y con los diversos ecosistemas que lo componen.
La desintegración del Imperio español llevó al
poder en las repúblicas americanas a las oligarquías locales, que actuaron de
manera coordinada con el Foreign Office,
aprovechando el vacío de la coyuntura creada. El modelo español se
desestructuró y entró en una fase involutiva acelerada, pero liberó a sus
fuerzas constitutivas. Esto dio ventaja a la superestructura de poder
anglosajona a niveles globales. Desde entonces pasará a controlar los flujos de
distribución económicos mundiales, pero en los peldaños más bajos de los
territorios que habían formado parte del imperio español el modelo transversal
y mestizo hispánico no sólo siguió vivo sino que se vinculó de manera más
estrecha con su propio territorio e inició un proceso de crecimiento de
carácter puramente vegetativo que reforzaría su identidad. Lejos de los focos
de las grandes disputas por el poder global, el mundo hispano entra en una fase
de reorganización profunda y de crecimiento endógeno desde abajo hacia arriba,
recuperando así dinámicas ancestrales de los elementos constitutivos que habían
protagonizado el surgimiento de su modelo multirracial.
En realidad los hispanos, de manera no
consciente, estaban replicando los viejos patrones de respuesta de los
cristianos ibéricos frente a las invasiones militares norteafricanas que
tuvieron lugar durante la Plena y la Baja Edad Media:
·
Fase
1: Repliegue general hacia las líneas de resistencia
posibles, para contener el avance de los invasores.
·
Fase
2: Encastillamiento. Consolidación de las líneas de
defensa.
·
Fase
3: Hostigamiento paulatino a los puestos avanzados de
sus enemigos y a los grupos que se han quedado momentáneamente desconectados,
para ir tomando el pulso a la consistencia real del adversario.
·
Fase
4: Recuperación de los espacios que su adversario no
es capaz de defender de manera eficaz. Presión en todos los frentes que obliga
a éste a sostener un costoso dispositivo militar cuyo mantenimiento se vuelve
cada vez menos sostenible.
·
Fase
5: Ofensiva general. Cuando se rompen las líneas del
oponente. Fusión de los diferentes estados en unidades políticas mayores.
A principios del siglo XIX,
en medio de la ofensiva general de los imperios de la segunda generación,
liderados por los británicos y rotas las líneas de defensa que los imperios
ibéricos habían sido capaces de mantener durante trescientos años, cualquier
evaluación que se hiciera de la situación política tendría que ser pesimista.
Después el modelo anglosajón se constituyó como dominante y aunque en el siglo
XX los norteamericanos reemplazaron a los primeros como potencia hegemónica,
esto sólo significó un cambio de fase dentro del mismo proceso.
Hoy seguimos juzgando la
evolución del continente transversal con los ojos de la potencia dominante.
Pero los procesos históricos apuntan ya en otra dirección y la lógica interna de
los mismos nos resulta cada vez más familiar.
[1]
“La liquidación del Imperio español”: http://polobrazo.blogspot.com.es/2015/11/la-liquidacion-del-imperio-espanol.html
[2]
“Andalucía, tierra ocupada”: http://polobrazo.blogspot.com.es/2013/02/andalucia-tierra-ocupada.html
[3]
“El sentido de un cambio dinástico”: http://polobrazo.blogspot.com.es/2016/03/el-sentido-de-un-cambio-dinastico.html
[4]
“La estructura del Sistema Europeo”: http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/06/la-estructura-del-sistema-europeo.html
[5]
“Una historia singular”: http://polobrazo.blogspot.com.es/2015/06/una-historia-singular.html
[6]
http://polobrazo.blogspot.com.es/2015/07/el-capitalismo-como-consecuencia-logica.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario