lunes, 21 de enero de 2013

La utopía de Pablo de Olavide


En junio de 1761 el rey Carlos III decretará la construcción de la Carretera General de Andalucía por Despeñaperros, siguiendo la filosofía del modelo radial francés. Según éste seis grandes carreteras partirían desde Madrid, formando una estrella de seis puntas que seguían respectivamente las direcciones:[1] I- Norte (Burgos y País Vasco), II- Noreste (hacia Aragón y Cataluña), III- Sureste (hacia Levante), IV- Sur (Andalucía), V- Suroeste (Extremadura) y VI- Noroeste (León y Galicia). Este modelo es muy estético y geométrico si lo observamos dibujado sobre un mapa. Se vendió como el más racional, pero ignoró olímpicamente la historia y la geografía humana y subordinó las características orográficas del país al modelo teórico que previamente había sido trazado. Las brillantes mentes ilustradas no tuvieron en cuenta que el modelo que había tenido éxito en un país llano como Francia (conocida como el Hexágono, porque su forma se aproxima bastante a esa forma geométrica, y como un hexágono que es, tiene –lógicamente- seis puntas) no tenía por qué funcionar igual en el segundo país más montañoso de Europa, un país compartimentado y fragmentado por ocho cadenas montañosas.

Andalucía, en ese contexto, es una abstracción que agrupa a todo el Sur. Se traza una línea más o menos recta que sigue esta dirección hasta Sierra Morena y, una vez que se cruza la cordillera, se abren diferentes ramales que unirán con los principales núcleos de la región. La ruta principal, lógicamente, buscará después a las ciudades de Córdoba, Sevilla y Cádiz, es decir, a las que forman la Ruta de las Indias.

Pero este camino es prácticamente nuevo en todo su recorrido. Del viejo que conectaba Madrid con Sevilla sólo quedan las tres ciudades más importantes del mismo y poco más: Madrid, Córdoba y Sevilla. Todo lo demás ha cambiado (Incluso en el tramo Córdoba-Sevilla, que se le hace atravesar por los desiertos de la Parrilla y de la Monclova). Toledo –la vieja capital peninsular- y Ciudad Real[2] quedaron fuera de él y su alternativa “ilustrada” recorre un territorio muy poco habitado –en comparación con su precedente- hasta Despeñaperros y absolutamente desierto al sur de este paso durante los siguientes 50 ó 60 kilómetros. Obligan a los viajeros a abandonar una trama urbana consistente, una ruta consolidada, cargada de historia y bien dotada de ventas y hospederías para sumergirlos en un territorio inmenso y despoblado bajo el sol abrasador de Sierra Morena y de las llanuras de la Mancha, todo ello en aras de la “modernidad”.

Desde que se trazó el camino sobre el papel se hace evidente que hay que colonizar los desiertos demográficos que hay en la ruta[3] -La Peñuela, La Parrilla y La Monclova- y para ello se planifica la fundación de las “Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía”. Esta tarea queda a cargo de Pablo de Olavide:

“Nuevas Poblaciones de Andalucía y Sierra Morena es una Intendencia española creada fruto del proyecto ilustrado iniciado hacia 1767 por Pablo de Olavide que se concibe como una repoblación del territorio en la que se mezclan objetivos económicos y de seguridad del tráfico.

Aunque la mayor parte de la historiografía olvide consignarlo, constituyeron durante el último periodo de la Edad Moderna la “quinta” provincia andaluza; al mismo nivel político-administrativo que los reinos-intendencias de Córdoba, Jaén, Sevilla y Granada” […] “El Fuero de las Nuevas Poblaciones regulaba los aspectos de la vida económica y social de los colonos. La comarca fue poblada de colonos extranjeros europeos, de procedencia alemana, suiza o belga entre otros.” […] “La iniciativa pretendía implantar una nueva organización social, de algún modo liberada de las restricciones jurisdiccionales del Antiguo Régimen. Se rigieron por fueros especiales hasta la creación de la división provincial en 1833.”[4]

“Este proyecto se pone en marcha con la Cédula de 2 de abril de 1767, por la que se aprueba la instalación de 6.000 colonos alemanes católicos y otros naturales en los "desiertos" de La Peñuela (Jaén), de La Parrilla y de La Moncloa (Sevilla y Córdoba, respectivamente) y se ordena con la "Real Cédula que contiene la Instrucción, y fuero de población, que se debe observar en las que se formen de nuevo en la Sierra Morena con naturales, y extranjeros Católicos" de 5 de julio del mismo año.” […] “El proyecto colonizador de Sierra Morena perseguía varios objetivos:

- Mantener el orden público en los principales caminos, especialmente el camino real de Madrid a Andalucía, dado que atravesaban grandes despoblados.
- Poblar unos desiertos,
- Y el más importante, formar una sociedad modelo que pudiera extenderse al resto del país”[5]

[…] "Yo me había figurado dar en las colonias un modelo de aplicación a todos los pueblos de España y en especial a los de Andalucía" (...) "... no sólo serán aquellos pueblos [los nuevos] los más felices de la tierra, sino el modelo con que puedan mejorarse todos los de España" (...) "... podrán ser las Poblaciones el ejemplo de España no sólo para la buena Agricultura, sino también para la industria, actividad y trabajo de sus naturales" (OLAVIDE).[6]

Las “racionales” mentes de los ilustrados pretenden solucionar un problema que ellos acaban de crear: Hay que mantener el orden público en los principales caminos, que están despoblados porque son nuevos y evitan expresamente a las poblaciones que habían ido surgiendo en los anteriores quinientos años a lo largo de la vieja ruta. Por otra parte, al cesar una de las principales actividades económicas de las áreas geográficas del viejo camino se está induciendo la decadencia y consiguiente despoblación de éstas. ¿Cuál es, por tanto, el objetivo último que se esconde detrás del nuevo diseño? Pues un evidente rechazo, a priori, al modelo de sociedad realmente existente en el país. Lo que no les gusta es España y pretenden cambiarla trasplantando a unos cuantos miles de colonos del corazón del continente al corazón de la Península. Es la vieja cantinela de los borgoñones y de los Habsburgo, vestida ahora de “racionalidad” y de “modernidad”

La componente utópica -o distópica- del plan trazado por Olavide es determinante. Se supone que las Nuevas Poblaciones serían el germen de la sociedad que en el futuro debía regir en todo el país. Desde ese punto de vista debió de resultar providencial la persistencia, a mediados del siglo XVIII, de grandes despoblados en Andalucía. Para hacernos una idea del concepto que los ilustrados tenían acerca de lo que debía ser la sociedad ideal reproduciremos algunos de los artículos del “Fuero de las Nuevas Poblaciones”:

“6. Cada población podrá ser de quince, veinte o treinta casas a lo más, dándoles la extensión conveniente.”

“13. La distancia de un pueblo a otro deberá ser la competente, como de cuarto o medio cuarto de legua, poco más o menos, según la disposición y fertilidad del terreno; y se cuidará, que en el principio de el libro de repartimiento haya un plan, en que este figurado en el término e indicados sus confines, para que de este modo sean en todo tiempo claros y perceptibles.”

“15. En paraje oportuno, y que sea como centro de los lugares del Concejo, se construirá una Iglesia con habitación y puerta para el Párroco, casa de Concejo y cárcel, para que sirvan estos edificios promiscuamente a estos pobladores para sus usos espirituales y temporales.”

“18. La elección del Párroco por ahora ha de ser precisamente del idioma de los mismos pobladores, dándoles sus licencias el Ordinario diocesano, mediante testimoniales que deben presentar, y el nombramiento del Superintendente de las poblaciones a nombre mío; pero en cesando la necesidad de valerse de Sacerdotes extranjeros, la elección se ha de hacer en concurso con relación de todos los aprobados, para que la Cámara consulte y nombre a S.M. por su Real Patronato.”

“32. Cuidará mucho el Superintendente, entre las demás calidades, de que las nuevas poblaciones estén sobre los caminos Reales o inmediatas a ellos, así por la mayor facilidad que tendrán que despachar sus frutos, como por la utilidad de que estén acompañadas, y sirvan de abrigo contra los malhechores o salteadores públicos.”

“74. Todos los niños han de ir a las escuelas de Primeras letras, debiendo haber una en cada Concejo para los lugares de él, situándose cerca de la Iglesia, para que puedan aprender también la doctrina y la lengua española a un tiempo.”

“75. No habrá estudios de Gramática en todas estas nuevas poblaciones, y mucho menos de otras Facultades mayores, en observancia de lo dispuesto en la ley del Reyno, que con razón les prohíbe en lugares de esta naturaleza, cuyos moradores deben estar destinados a la labranza, cría de ganados, y a las artes mecánicas, como nervio de la fuerza de un Estado.”

Sus “moradores deben estar destinados a la labranza, cría de ganados, y a las artes mecánicas, como nervio de la fuerza de un Estado”. Se ha diseñado una sociedad eminentemente rural, que contrasta significativamente con la trama urbana de las agrovillas andaluzas que la rodean, muy distanciada –por tanto- desde el punto de vista cultural y anímico del resto del país y se pretende que sus habitantes actúen de guardianes de la nueva ruta.

Desde el poder central del estado “ilustrado” se ha puesto en marcha un plan que busca romper la cohesión interna de la sociedad tradicional que habita el país. Se pretende establecer una línea directa entre el núcleo duro del poder y las áreas rurales de la nueva intendencia, sin intermediarios. La composición étnica de sus habitantes es extranjera para que no haya vínculos ni relación previa alguna con las poblaciones autóctonas. Al obligar a los demás a comunicarse con la capital del estado a través de los caminos que cruzan estos territorios se pretende desestructurarlos (150 años después, Ortega y Gasset descubrirá que España es un país “invertebrado” pero, como buen intelectual español imputará, como de costumbre, la responsabilidad del asunto a la peculiar manera de ser de los españoles. ORTEGA Y GASSET, JOSÉ: España Invertebrada), romper sus dinámicas históricas, crear un país de “nueva planta” –para usar una expresión típica de los borbones españoles del siglo XVIII-. Si el objetivo hubiera sido solamente “poblar unos desiertos” podrían haberse utilizado para ello a algunos de los cientos de miles de jornaleros sin tierra que había en el país, lo que hubiera contribuido a elevar los niveles de vida de las clases populares y a amortiguar un poco las importantes tensiones sociales existentes en él. Pero es evidente que la España de los ilustrados es tan oligárquica como había sido la de los Habsburgo y que la mejora de los niveles de vida de las clases populares no era algo que formara parte de su programa político.
Otro dato a tener en cuenta acerca de la nueva Carretera de Andalucía es que aumenta significativamente la distancia física entre las provincias más occidentales de esta región y la capital de España. El viejo camino:

“Salía de Córdoba y, por Alcolea y Adamuz, ascendía hacia Conquista para, por la línea del ferrocarril, cruzar el río Guadalmez y continuar por el puerto y camino del Horcajo, valle de Alcudia y puerto de la Coja a salir a Almodóvar del Campo, y por el puerto de Caracuel, a Ciudad Real. Este viejo camino tenía la ventaja de seguir la línea más fácil y de menor resistencia aprovechando los pasos naturales, los terrenos abiertos y considerables espacios despoblados. Resultaban, de esta forma, 272 km. de Córdoba a Toledo, mientras que por Bailén y Manzanares son 350.[7]

La distancia entre Córdoba y Toledo ha aumentado en unos 80 kilómetros, la Córdoba-Madrid aproximadamente lo mismo. 80 kilómetros, en el siglo XVIII, significaban dos días de camino para el viajero medio. Esto representaba un incremento de la distancia de un 25% entre Córdoba y Madrid. La distancia Córdoba-Ciudad Real aumentó mucho más en términos absolutos -en términos relativos el incremento será brutal-. El impacto que todo esto tuvo sobre la comunicación entre las capitales de Andalucía con respecto a las de Castilla-La Mancha fue inmenso. ¿Qué posibles estímulos podrían tener los viajeros andaluces para dirigirse de manera expresa a Toledo o a Ciudad Real? Las dos ciudades estaban ahora mucho más lejos y ya no eran camino hacia ninguna parte. Habían quedado –especialmente Ciudad Real- virtualmente aisladas de sus vecinos del sur.

Si alguien tuviera la capacidad de mover una isla de sitio y la situara 80 kilómetros más lejos del continente al que se encuentra ligada estaría, obviamente, obstaculizando sus comunicaciones con él. Pero, como compensación, la habría puesto 80 kilómetros más cerca de otros lugares y sus habitantes podrían reorganizar su sistema de comunicaciones y, tal vez, este cambio les podría estar abriendo otras posibilidades. El navegante es un viajero que crea, en cada viaje, su propio camino. No está tan inerme ante los designios de los poderosos como pueda estarlo el viajero de tierra.

Si hacemos que un camino, en tierra, sea 80 kilómetros más largo, estamos haciendo un daño irreversible a los viajeros que lo frecuentan, a los habitantes de las ciudades que son atravesadas por él, a los comerciantes que lo usaban para transportar sus mercancías. El resto del mundo al que no se llega por ese camino sigue estando a la misma distancia, al contrario de lo que sucedía con los habitantes de nuestra isla viajera.

Pues este es el caso de las actuales cinco provincias más occidentales de Andalucía –Cádiz, Huelva, Málaga, Sevilla y Córdoba- y también de los de las ciudades de Toledo y Ciudad Real. Las cinco provincias andaluzas citadas están 80 km. más lejos de Madrid desde entonces –y de esto hace ya, prácticamente, 250 años-. Estar más lejos de Madrid significa, para Andalucía, estar más lejos del resto de España y, también, del resto de Europa, puesto que en el estado borbónico centralizado, todos los caminos pasaban por Madrid. Es como si Andalucía Occidental estuviera situada 80 km. más al sur de lo que está realmente, 80 km. más lejos de la ecúmene europea –pero a la misma distancia del resto del mundo-. Estamos hablando de un país que tiene una superficie de 52.679 km2 y una población actual de seis millones de habitantes, es decir, un país más grande y más poblado que Dinamarca.

Al aislar Andalucía de las capitales del occidente castellano-manchego se está rompiendo la comunicación con ellas. Andalucía sólo se comunicará, por tierra, con Madrid, a través de un territorio muy poco habitado, muy rural –antes lo hacía a través de algunas de las ciudades de más solera y más cargadas de historia de Castilla la Nueva-. Queda inerme y separada del resto del país del que había formado parte hasta entonces. Es como si hubiera sido apartada del resto de la familia y, además, en medio se sitúa una población -vigilando el camino- que no es ni andaluza ni castellana, sino que habla lenguas extrañas, del grupo germánico. Este es el diseño que tenían los borbones reservado para nuestra comunidad. El monarca más “ilustrado” de la historia de España acababa de decidir que Andalucía no formaba parte de Europa.

Pero Andalucía, al menos, tiene una importante fachada litoral y ocupa una posición estratégica a escala mundial. Sus naves seguían abriéndose camino rutinariamente hacia el continente americano y, también, hacia los puertos atlánticos y mediterráneos de Europa. En cambio, el impacto que el diseño ilustrado tuvo sobre la Meseta Sur –excluida Madrid- fue demoledor. Simplemente aisló este espacio geográfico del resto del mundo, al que había que acceder a través de los ejes que convergían en la capital del estado. Aislar por tierra a un territorio es construir una cárcel colectiva en la que se encierra a sus habitantes. Hay gran cantidad de estudios demográficos, económicos o históricos en los que se nos aclara que, si bien los territorios que forman parte de la Meseta Central española –excluida Madrid- han sido, durante los últimos doscientos o trescientos años, de los más pobres y deshabitados de España, esto no siempre ha sido así; de hecho, en la Baja Edad Media poseían un extraordinario dinamismo y, aunque pueda sorprender, presentaban en muchos lugares densidades de población más altas que las que tienen en la actualidad[9].

Al trazar seis rutas que se abren en estrella desde la capital del estado hacia la periferia -subordinando el resto de las comunicaciones terrestres a estos caminos privilegiados- se está decidiendo que estos serán los ejes del desarrollo económico del futuro y se está debilitando al resto de la estructura. El desarrollo de los movimientos nacionalistas en España a lo largo de los siglos XIX y XX –tanto de los centralistas o “españolistas” como de los periféricos- surge en los extremos de estas rutas, en las islas de desarrollo donde se han concentrado los esfuerzos del poder político. Como los que habitan en estos lugares privilegiados se sienten “aislados” del resto y, por tanto, diferentes de sus vecinos más cercanos, terminan desarrollando movimientos políticos que resaltan y hacen valer esa diferencia. Es significativo que los grupos independentistas más potentes se hayan desarrollado en Cataluña y el País Vasco, que son las dos únicas salidas por tierra hacia Europa que contemplaba el sistema radial borbónico. Esa relación, desde luego, no es casual. Han sido aislados del resto del país, subordinados estructuralmente -desde el poder político- a una isla lejana llamada Madrid, y son el camino terrestre hacia el continente. ¿Por qué tienen que seguir obedeciendo órdenes del poder central?

Cuando un dirigente diseña y pone en marcha un modelo nuevo es responsable de sus consecuencias y, en cierta medida, también de las reacciones que razonablemente cabía esperar que se produjeran contra él. Los grupos sociales que se van a sentir perjudicados es lógico que respondan, y con ese dato hay que contar. La responsabilidad de la reacción no puede imputarse sólo al que la protagoniza sino, también, al que la ha provocado. Los déspotas ilustrados protagonizaron una agresión en toda regla contra la sociedad española tradicional, de manera fría y calculada, y en buena medida son responsables de toda la dinámica de acciones y reacciones que se produjeron después como consecuencia de la misma. Pero esta parte la veremos el próximo día.



[1] En el sentido de las agujas del reloj. Así están numeradas.

[2] Ciudad Real era una villa de realengo que se creó expresamente en la Baja Edad Media para reforzar la ruta de la frontera. Desempeñó un importante papel como contrapeso del asfixiante papel que, en esa zona, llegó a ejercer la Orden de Calatrava, como nos retrata Lope de Vega en su “Fuenteovejuna”.

[3] Los “desiertos” de los que hablamos eran, simplemente, zonas deshabitadas como consecuencia del sistema de poblamiento que había caracterizado históricamente a la región; que presentaba grandes vacíos que separaban a unos municipios bastante grandes, para lo que era habitual en el resto de Europa. Sin embargo, había una significativa flora y fauna salvajes.

[4] http://es.wikipedia.org/wiki/Nuevas_Poblaciones_de_Andaluc%C3%ADa_y_Sierra_Morena (10/7/2009).

[5] CRISTÓBAL GÓMEZ BENITO, citado en:
http://colonizacion.losmonegros.com/Inicial/colonizacion/panel6.html  (10/7/2009).

[6] http://colonizacion.losmonegros.com/Inicial/colonizacion/panel6.html  (10/7/2009).

[7] MADRAZO, SANTOS (1984) El sistema de transportes en España, 1750-1850. Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y puertos, Ediciones Turner, Madrid.

[9] La provincia de Soria tenía, el 1 de enero de 2008, una densidad de población de 9,19 hab./km2. La de Madrid, cuya capital se encuentra a 231 km de distancia de la capital soriana, tenía 781,82 hab./km2, esta es una de las consecuencias históricas del “genial” diseño de los “ilustrados” del siglo XVIII. Pero uno de los casos más sangrantes de marginación como consecuencia directa del diseño radial de las vías de comunicación trazado por los ilustrados es el de Teruel, pujante ciudad medieval y uno de los más bellos ejemplos del arte mudéjar, núcleo de una de las provincias más extensas de España, que se ha convertido en la capital menos habitada del país y, desde hace algunos años, ha venido desarrollando un potente movimiento ciudadano que tiene el ilustrativo nombre de “Teruel Existe”. Situada a mitad de camino entre la quinta ciudad española (Zaragoza) y la tercera (Valencia), se encuentra en un eje que era vital para el antiguo reino de Aragón, aunque no para los centralistas borbónicos. Una ciudad que podía haber actuado como el cemento que uniera a las comunidades de Aragón y de Valencia se la ha dejado morir. El desarrollo del eje de comunicación Valencia-Zaragoza no sólo habría sido un poderoso instrumento para combatir el hundimiento demográfico y económico de ésta zona sino que, a través de Huesca y Toulouse, se podía haber convertido en un potente eje de comunicación internacional alternativo al ya saturado eje mediterráneo español.

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