sábado, 2 de febrero de 2013

Andalucía, tierra ocupada


La nueva carretera de Andalucía, como dijimos en el anterior artículo, cruza Sierra Morena por el Desfiladero de Despeñaperros, que se convierte así en la puerta de entrada hacia esta comunidad. Este punto de la sierra es bastante abrupto, como su propia denominación sugiere. Había, ciertamente, pasos más fáciles de transitar, sin ir más lejos el que se acababa de abandonar -por el Valle de Alcudia-. Esta elección parece buscar expresamente tener un lugar, dentro de la ruta, que pudiera bloquearse con facilidad por un ejército relativamente pequeño. Es obvio que las consideraciones de tipo militar jugaron un importante papel en la decisión. ¿Qué era lo que temían los ilustrados? ¿Cuál era la hipótesis que barajaban que les empujó a subordinar de esa manera los intereses económicos del país a los militares del estado centralizado? Debía ser algo muy poderoso porque estaban tomando una decisión estratégica que iba a condicionar la relación entre Andalucía y la Meseta Central durante generaciones. Los propios escritos de Pablo de Olavide nos dejan bastante claro que, tanto él como el monarca, eran plenamente conscientes de la trascendencia de las decisiones que estaban tomando.

Pero bloquear Despeñaperros sólo tiene sentido si se teme una potente invasión desde el sur y, a la altura de 1760-1770, la única fuerza militar que, remotamente, podía intentar algo así era Inglaterra, cuya marina era, probablemente ya, la más poderosa del mundo. Pero adentrarse tan profundamente en el Valle del Guadalquivir, para su ejército de tierra, era una verdadera temeridad… ¡Salvo que contaran con el apoyo de la población!

Y aquí surge la inevitable pregunta, claro: ¿Por qué iban los andaluces a apoyar una invasión inglesa en la Península?

No vamos a especular sobre acontecimientos que no llegaron a plasmarse históricamente. Está claro que la hipotética invasión inglesa no llegó a producirse; salvo que consideremos que la penetración de tropas británicas en España en la Guerra de la Independencia (1808-1814), contra los franceses, era esa invasión que ellos temían; pero es evidente que el contexto había cambiado de manera radical y que ese conflicto no era exactamente el que Carlos III había estado barajando como posible. Lo que está claro es que los ilustrados pensaban que la posibilidad de que esta sociedad se volviera contra ellos militarmente era una hipótesis de trabajo que no se debía descartar. 

El Desfiladero de Despeñaperros no ha desempeñado nunca, a lo largo de estos últimos 250 años, el papel para el que se diseñó de contener una invasión desde el sur, aunque sí que ha obstaculizado desde entonces todas las comunicaciones entre Andalucía y la Meseta. Y precisamente por eso sirvió para contener una invasión desde el norte: la de los franceses en la citada Guerra de la Independencia. En la batalla de Bailén (1808) lo que quedaba en pie del ejército español esperó al francés al sur del desfiladero, por el que inevitablemente sus hombres tenían que pasar para mantener su red logística, preparando así el escenario para la primera derrota que sufrieron los ejércitos napoleónicos en campo abierto. Aquí al diseño de los ilustrados se le dio la vuelta y funcionó al revés. Al final, el bloqueo por tierra del territorio andaluz sirvió para facilitar y alargar la resistencia contra las tropas napoleónicas, ante la clara evidencia de que los ilustrados afrancesados españoles habían terminado entregándole los instrumentos del estado, ¡sin lucha!, a un ejército invasor extranjero. Este fue el motivo de que la capital de España, durante la guerra, se trasladara a Cádiz y que desde esta ciudad se organizara no sólo la resistencia contra el invasor sino, también, la Constitución Liberal de 1812, iniciándose así una nueva andadura histórica que ha terminado conduciéndonos hasta los tiempos presentes.

Hay un dato muy revelador de todo lo que hemos venido diciendo hasta aquí, acerca del modelo centralista y radial de los borbones, que es previo a esa histórica batalla: El general Castaños mandó exploradores hacia todos los posibles puntos alternativos de Sierra Morena que pudieran ser potencialmente utilizados para atravesarla. Todos ellos coincidieron, a su vuelta, en una cosa: los accesos alternativos al del Desfiladero de Despeñaperros habían sido destruidos a conciencia, treinta años antes, por los hombres de Olavide, y los puentes habían sido volados (¿?). La España Invertebrada es, como vemos, la consecuencia de un plan, fríamente diseñado y ejecutado por los déspotas ilustrados.

El desarrollo de la identidad andaluza es la reacción a un confinamiento geográfico y a una agresión exterior. Fue la reacción a un diseño político que se hizo fuera de Andalucía y se impuso desde el poder del estado centralizado de los borbones. La fuerte personalidad de un pueblo con una de las trayectorias históricas más dilatadas de Europa terminará haciendo el resto.

El diseño centralista y radial del estado español, que fue esbozado por Felipe V (1701-1748) y desarrollado por Carlos III (1759-1788) fortalece a la camarilla que gobierna pero debilita al país. En la Guerra de la Independencia se vio como la existencia de regiones que eran compartimentos estancos, con una sola entrada, facilitó la acción de los guerrilleros y perjudicó a la de los ejércitos regulares. En este caso vino bien, porque los ejércitos más poderosos eran los invasores, pero era obvio que se le estaba facilitando el trabajo a los cantonalistas, localistas, regionalistas, nacionalistas… Las sociedades son ecosistemas sociales. Si alguien ataca un ecosistema provoca una reacción defensiva en sentido contrario que actúa en el punto en el que el agresor es más vulnerable. Contra una acción siempre se produce un reacción.

Hemos visto como el rey Carlos III y sus más estrechos colaboradores diseñaron un modelo de relación entre el estado español y el “país andaluz” que perjudica a los andaluces, los aleja del resto del continente y los aísla de sus vecinos. Desde entonces el sistema no ha hecho otra cosa más que consolidarse -al menos hasta finales de la década de los ochenta del pasado siglo XX-. Ni los absolutistas, ni los liberales –en sus diversas versiones-, ni los conservadores, ni las dictaduras de Primo de Rivera –cuyo titular era, por cierto, andaluz- y del General Franco movieron un solo dedo para facilitar la comunicación entre la Meseta y Andalucía. Por el contrario todas estas fuerzas políticas no hicieron más que desarrollar y afianzar el modelo previamente trazado. Todos ellos son herederos y continuadores de la política del Despotismo Ilustrado.

A finales de la década de los ochenta del siglo XX, cuando se planteó la construcción del primer Tren de Gran Velocidad español que debía unir Madrid con Sevilla, alguien cayó en la cuenta de que la línea ferroviaria que unía hasta entonces las dos ciudades no seguía el trazado más recto posible, como hubiera sugerido el más elemental sentido común, sino que daba un absurdo rodeo que alargaba el recorrido… ¡¡en 120 kilómetros!! Y claro, no tenía ningún sentido construir una vía donde los trenes iban a circular a 350 km/h y, simultáneamente, hacerle dar a estos un rodeo inútil de 120 km. Entonces “descubrieron” que la ruta más adecuada para hacer el tren del siglo XXI era... la que unía estas dos ciudades ¡en la Edad Media! Los medios de comunicación nos contaron entonces las bondades del nuevo tren que, gracias al espectacular incremento de velocidad, iba a reducir el tiempo de viaje, por ferrocarril, entre las dos ciudades, en casi tres horas. Pocos tuvieron en cuenta que, aún a 350 km/h, 120 km representan 21 minutos de tiempo, que no es imputable ni a la velocidad ni a la tecnología sino a la simple recuperación del viejo camino de siempre.

Pero en el momento en el que escribimos estas líneas, casi 21 años después de la inauguración del Tren de Gran Velocidad, la comunicación por carretera entre las ciudades de Andalucía Occidental y Madrid –La vieja Carretera de Andalucía que diseñaran los hombres de Carlos III–, a pesar de haber sido desdoblada durante este tiempo y corregido su trazado para evitar las travesías urbanas y los accidentes del terreno más acusados, sigue pasando por Despeñaperros y teniendo 80 km. más de los que debiera.

¿Se imagina el coste económico y social que representa que una carretera que cada año recorren varias decenas de millones de personas lleve dando un rodeo inútil de 80 km. durante 250 años? Esto significa un sobrecoste acumulado que deben –y han debido- pagar los viajeros, los transportistas y los consumidores andaluces a la que podemos denominar “Tasa Pablo de Olavide” o, mejor, “Tasa Carlos III”, que continúa hoy plenamente vigente.

Este sobrecoste ha sido y es un lastre que los andaluces han tenido que soportar durante toda la Edad Contemporánea, a sumar al de la barrera cultural, económica y social que nos ha separado de nuestros vecinos del sur que ya arrastrábamos de la época del Antiguo Régimen.

Andalucía pues ha quedado aislada, desde entonces, tanto por el sur –por nuestra ya vieja condición fronteriza– como por el norte –por las nuevas barreras construidas por los ilustrados–. Obligada, por tanto, a ensimismarse y a buscar referentes dentro de sí. Obligada a desarrollar una cultura propia, en íntima relación con su propio entorno natural.

Son costes diferenciales que nos distinguen de la mayoría de las regiones que forman parte del estado español y que no hacen más que alimentar estereotipos. Aquí, como en otra multitud de asuntos que afectan a los humanos, las circunstancias de cada pueblo son vistas desde el exterior como “la-manera-de-ser” de ese pueblo, añadiendo así un tercer sobrecoste: el de los prejuicios.

Pero el resto de España ha pagado también un elevado tributo por aislar a Andalucía del resto del territorio y es que se ha alejado de una de las regiones más estratégicas del Planeta Tierra. Alejarse de Andalucía es hacerlo del Estrecho de Gibraltar y de sus accesos que es, junto al Canal de Suez, al de Panamá y al Estrecho de Malaca, uno de los cuatro puntos del mundo de mayor concentración de buques y de comercio planetario. Fue la conquista del Estrecho de Gibraltar la que hizo precipitarse sobre el territorio andaluz, en la Baja Edad Media, a los comerciantes genoveses y cantábricos; El Estrecho fue el que atrajo a nuestras costas, en la antigüedad, a fenicios, griegos, cartagineses, romanos… el que trajo hasta aquí a los primeros homínidos del continente europeo, el que atrae cada año, a centenares de millones de aves que cruzan nuestro país desde Europa hacia África o viceversa.

Fue esa situación estratégica la que hizo a los británicos blindar con sus naves una posición que para ellos ha sido fundamental mientras dominaron el mundo, que ahora es vital para los norteamericanos y mañana lo será para el futuro imperio que reemplace, en su día, a los Estados Unidos de Norteamérica. Es esa situación la que atrae a nuestras costas a decenas de miles de africanos, cada año, para los que España es la puerta de Europa, la puerta del futuro…

Despeñaperros ha sido, para el estado centralizado borbónico y para sus herederos, algo así como el agujero en el que el avestruz supuestamente mete la cabeza cuando ve aparecer un peligro en el horizonte. La clase dominante española se ha escondido detrás de Sierra Morena, de sus desfiladeros, detrás de la imagen tópica de Andalucía –que le sirve para marcar las distancias con el mundo que hay al sur de esta región- y del dominio británico-norteamericano sobre el Estrecho de Gibraltar y sus accesos, para seguir ignorando la latitud y la longitud en la que el país se encuentra situado. Para seguir jugando al “como-si” fuéramos… el antiguo reino de Borgoña, trasplantado de sitio, que alguna vez –si hacemos bien nuestros deberes- retornará a su ubicación originaria. Así hemos visto como el interés estratégico que las grandes potencias han mostrado siempre por el territorio andaluz ha sido utilizado por los dirigentes políticos españoles como una buena baza para negociar acuerdos internacionales que le permitan reforzar su posición en los foros europeos.

Es una política que da por sentada y acepta, a priori, nuestra posición subordinada en el contexto europeo y nuestro papel de apuntaladores del muro de contención del sur de Europa. Es mucho más fácil, desde luego, que aceptar la extraordinaria responsabilidad inherente a la posición estratégica que España ocupa en el mundo.

Pero España está donde está, le guste o no a los políticos de Madrid o a los de Bruselas. Y está donde está, además, en un tiempo en el que el mundo encoge por momentos, en el que la "Frontera" se extiende en todas las direcciones por obra y gracia del desarrollo económico y tecnológico[2]. España no puede permitirse el lujo de ser un actor pasivo en el reparto internacional de roles, no puede limitarse a ser el eco de los que viven en el corazón de la Torre de Marfil europea, porque está situada sobre un polvorín que se llama África, y está, además, en medio de una de las rutas más transitadas del planeta. Hay, por tanto, que moverse y el que no esté dispuesto a hacerlo tendrá que apartarse del camino.

La perspectiva que se ve desde el sur de Despeñaperros es muy diferente a la que se percibe desde el norte. Ya en el siglo XIX la burguesía andaluza, que veía pasar frente a sus costas a miles de buques cargados con mercancía de calidad, a muy buen precio, que no podía comprar legalmente sin pagar los desorbitados aranceles que el estado centralizado español había establecido para proteger la producción de las industrias catalana y vasca, clamaba en Madrid en defensa de una política económica librecambista, que le hubiera permitido compensar, a través del mar, las consecuencias de la política de confinamiento geográfico que se nos imponía por tierra. Como consecuencia, el contrabando florecerá por toda la región y desarrollará unas redes clandestinas que después también aprovecharán las diferentes partidas de bandoleros.

Hace ya casi un año que dijimos (ver “España: Puente o Frontera[3]) que nuestro país está en el límite entre dos ecosistemas y que es, por tanto, un territorio estructuralmente fronterizo, al margen ya –incluso- de sus propios procesos históricos, que no han hecho sino reforzar esa característica desde la llegada de los árabes al Magreb. También dijimos que las ciudades y los países más ricos han sido, históricamente, los que han sabido aprovechar ese límite entre ecosistemas, porque es el sitio ideal para practicar el comercio, para propiciar el encuentro entre los que son diferentes y pueden, por tanto, ofrecerse entre sí cosas distintas que los enriquezcan mutuamente.

Y sin embargo ese sitio, que resulta ideal para el comercio, puede convertirse también en el más violento de todos si cada cual se enroca en su diferencia y la hace valer frente al otro.

Hemos visto como, a lo largo de la Historia, en España se han ido alternando las dos interpretaciones que se pueden hacer de nuestra condición fronteriza. En la Edad Antigua Andalucía hizo de puente y se convirtió en una de las regiones más ricas de nuestro entorno; en un motor de desarrollo económico. En la Edad Media vinieron los tiempos violentos, cuando nos convertimos en frontera militar.

Durante el Antiguo Régimen seguimos siendo frontera… con respecto al Magreb. Y puente con América. Nos fue relativamente bien, aunque podía habernos ido mucho mejor si el comercio también hubiera florecido con nuestros vecinos del sur.

Y hoy somos la ultraperiferia de una Europa a la que le importa un bledo lo que ocurra en el Mediterráneo. Hoy, como ayer, cuando apostamos por reforzar nuestro rol fronterizo, debemos saber que lo que nos espera es sangre, sudor y lágrimas, como diría Winston Churchill…

Pero siempre tuvimos la otra alternativa, la de convertir nuestra tierra en un puente, en lugar de encuentro y de intercambios. Tenemos que decidir en función de nuestras propias necesidades. Necesitamos dirigentes que miren al mundo desde España, que se ubiquen en él desde ella.

Una España sin Andalucía es un mero apéndice que le sale a Europa por el suroeste. Con ella es el punto de encuentro entre varias civilizaciones.


[2] Dándole aquí a la palabra “Frontera” la acepción de amplio territorio de transición en el que encuentran e interrelacionan las diferentes etnias que viven a ambos lados de la línea que, políticamente, separa ambos mundos.

[3] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/04/espana-puente-o-frontera.html 

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