Diversos
historiadores vienen llamando la atención desde hace tiempo acerca de una
diferencia fundamental entre las sociedades de los reinos cristianos del norte
de la Península Ibérica y sus contemporáneas de más allá de los Pirineos: los campesinos, aquí, están militarizados,
es decir, son capaces de empuñar una espada para defenderse en caso de
necesidad, algo imprescindible en una sociedad que se encuentra situada en el
límite de un frente que es estructural, que separa a dos civilizaciones
antagónicas y que duró nada menos que 800 años.
Esa implicación de los campesinos en la guerra alteraba todas las relaciones sociales y los convertía en una continua fábrica de hidalgos y de caballeros, algo impensable en Alemania o en Francia, por ejemplo. Esas eran las bases materiales del mundo de la frontera.
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