miércoles, 22 de agosto de 2012

El Sistema del Equilibrio Europeo

La configuración de las modernas relaciones internacionales se inició tras la Guerra de los Treinta Años con los Tratados de Westfalia (1648) […] una cambiante combinación de alianzas entre las grandes potencias europeas, como Austria, Prusia, Gran Bretaña, y Francia, cuyo principal objetivo era evitar la hegemonía de una de ellas o de un bloque estable de alguna de ellas”. (Wikipedia. Artículo: “Equilibrio Europeo”).

Como se explica en esta introducción recibe el nombre de “Equilibrio Europeo” el sistema de relaciones internacionales que rige en Europa desde la Paz de Westfalia (1648), que puso fin a la Guerra de los Treinta Años, de la que estuvimos hablando la semana pasada. Aunque hay autores que usan esa denominación de una forma mucho más restrictiva, para referirse sólo al período 1648-1789.


La característica fundamental que define a éste es el liderazgo compartido que ejerce un grupo de países (de número variable, dependiendo de las diversas coyunturas históricas) sobre la ecúmene europea, vigilándose mutuamente y procurando que ninguno de ellos llegue a alcanzar la suficiente ventaja sobre los demás como para poderle permitir ejercer el papel hegemónico que la España de los Habsburgo había venido desempeñando hasta el estallido del conflicto citado.

El equilibrio de fuerzas es una característica intrínseca de la europeidad. En realidad, el período de la hegemonía política de los Habsburgo a través de la alianza austro-española (1517-1618) es una excepción en la milenaria historia de nuestra ecúmene, que descansaba sobre un pacto que perjudicaba objetivamente los intereses tanto de España como del resto de pueblos europeos, por eso en su día hablé del “Engendro” político de los Habsburgo. Ese fue uno más de los muchos intentos de someter a los pueblos que hemos sufrido, liderado por alguno de los numerosos grupos oligárquicos que, a lo largo del tiempo, han intentado construir una estructura imperial europea. Ya hemos visto como una de las pocas que han conseguido sobrevivir durante siglos por estas latitudes fue la romana, y ésta no fue una organización propiamente europea sino mediterránea. En el Mar Mediterráneo sí que ha habido a lo largo del tiempo organizaciones que podemos denominar imperios y que han sido capaces de sobrevivir durante muchas generaciones: egipcios, cartagineses, romanos, bizantinos, árabes, aragoneses, españoles, turcos…

Sin embargo los intentos de unidad llamemos “continentales” han fracasado todos históricamente, uno detrás de otro: Carlomagno, los otones, los Habsburgo, Napoleón, Bismarck, Hitler… Fíjese como aquí podemos usar los nombres propios de los dirigentes que lo pretendieron -porque no sobrevivieron a sus grupos fundadores- mientras que si miramos al Mediterráneo habrá que usar el nombre del país correspondiente porque esos impulsos sí que fueron capaces de sobrevivir a su período fundacional, es más, estuvieron expandiéndose durante generaciones.

Vemos, por tanto, que cuando la pretensión de formar una macro estructura política surge en algún país ribereño del Mediterráneo tiene muchas más posibilidades de consolidarse que cuando lo hace lejos de este mar, centrado en algún punto de la masa continental del occidente euroasiático.

La dinámica de la europeidad nos recuerda, en cierta medida, a la de las polis griegas de la antigüedad. A una escala más amplia, las naciones-estado europeas que surgieron  en la época del Renacimiento replican el comportamiento de éstas en su fase previa al Imperio de Alejandro Magno. Como ellas protagonizaron una expansión colonial por el mundo, difundiendo así su legado, que pudo trascender los límites de su patria originaria. Como ellas sólo han sido capaces de coaligarse para hacer frente a las amenazas colectivas y, siempre, reservándose el derecho a redefinir en cualquier momento su política de alianzas. Como ellas siempre tuvieron un grupo de países con una vocación más continental o terrestre enfrentado a otro más centrado en su proyección marítima y ultra continental. Como ellas, pese a lo cambiante de las alianzas, hubo una coalición más o menos recurrente entre los países más terrestres y otra entre los más marítimos dentro del conjunto.

El Sistema del Equilibrio Europeo viene funcionando, de una u otra manera y aunque no reciba ese nombre, desde la caída del Imperio Romano de Occidente, allá por el siglo V de nuestra era. El primer intento hegemonista serio que se produjo en la zona fue el Imperio de Carlomagno, a finales del siglo VIII y principios del IX. Desde entonces existe en su seno un proyecto de unificación política que vuelve una y otra vez cada cierto tiempo a intentarlo. A lo largo de la Edad Media ese proyecto -esa idea de Europa que intenta abrirse paso- tuvo dos focos permanentes de los que venimos hablando desde hace bastante tiempo: uno más “espiritual” o religioso (el Papado) y otro más “temporal” o político (el Imperio). Dos focos situados respectivamente en Italia y en Alemania, precisamente las dos “naciones” europeas que más tarde y de manera más dramática alcanzaron finalmente su unidad política, los dos núcleos que libraron un largo duelo militar en la antigüedad a lo largo de los frentes renano y danubiano (el viejo “Limes” romano).

Esa rivalidad romano-germánica, espiritual-temporal, religioso-política, ha marcado para siempre la manera de ser de las sociedades europeas, instaurando en lo más hondo de la conciencia de sus individuos una dualidad entre ambas esferas que marca la diferencia entre lo público y lo privado, entre la razón y la fe. Ha construido un mundo de ámbitos estancos y fragmentarios, con límites perfectamente definidos que han encorsetado el alma humana dentro de las convenciones sociales, obligándola a manifestarse de manera muy medida y reglamentada.

Esa forma de insertarse los distintos individuos en la sociedad es congruente con la compleja estructura política que hemos ido desplegando a lo largo del tiempo en la ecúmene europea, en cuya construcción los españoles participamos muy activamente, tal y como describí en el artículo “La estructura del Sistema Europeo”[1]. El esqueleto que sostuvo y sostiene esa estructura que aísla a los diferentes “órganos”, discurre por todas las zonas que a lo largo de los siglos han desempeñado una función fronteriza. Por su parte, los estados demográficamente más potentes y/o con una personalidad histórica más marcada se ha ido especializando, apropiándose cada uno un nicho diferente dentro del ecosistema europeo. A lo largo de los últimos meses he ido describiendo algunas de estas funciones: “El Cordón Sanitario Europeo”[2], “La `función borgoñona´”[3], “La Torre de marfil europea”[4], “La Camisa de Fuerza francesa”[5]

La fuerte especialización que ha generado este sistema europeo, que se proyecta sobre la psicología de los individuos a través de ese fuerte autocontrol del que hablé algo más arriba, ha creado un tipo humano que se presta bastante al desempeño de roles estructurales, propio de los mandos intermedios o de los técnicos especializados. Este tejido social ha permitido levantar poderosos imperios coloniales y el despliegue tecnológico que nos ha traído hasta aquí.

A partir de entonces se deslindaron de manera nítida los ámbitos de lo público y de lo privado, quedando la religión integrada dentro de este último y segregada de las esferas más profesionales. En su vida social el hombre se volcó sobre las realizaciones más materiales vinculadas a su oficio o su negocio. Y sus actividades acabaron centrándose en los aspectos más técnicos del conocimiento, creando así las condiciones que terminarían dando lugar a la Revolución Industrial.

En nuestro artículo anterior estuvimos hablando sobre el conflicto militar que abrió la puerta del Equilibrio Europeo en su forma más clásica. Desde entonces se han producido varios intentos hegemonistas en Europa que se han saldado siempre con un baño de sangre. Las guerras napoleónicas y las dos guerras mundiales los han ido abortando, como en el siglo XVII la Guerra de los Treinta Años puso fin al proyecto hegemonista de los Habsburgo. Hoy, como ayer, la idea de Europa intenta abrirse paso de nuevo y durante las dos últimas generaciones hemos vuelto a intentar la construcción de un nuevo proyecto supra estatal europeo que pretende enterrar, por primera vez en la historia, los viejos fantasmas que nos han hecho repetir, demasiadas veces ya, estas terribles historias. Ya veremos si esta vez podremos conseguirlo.


[1] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/06/la-estructura-del-sistema-europeo.html
[2] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/05/el-cordon-sanitario-europeo.html
[3] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/04/la-funcion-borgonona.html
[4] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/05/la-torre-de-marfil-europea.html
[5] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/06/la-camisa-de-fuerza-francesa_05.html

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