“Los Tratados de Roma, firmados el 25 de marzo
de 1957, son dos de los tratados que dieron origen a la Unión Europea. Fueron
firmados por Alemania Federal, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, y los Países
Bajos.
El primero estableció la Comunidad Económica Europea
(CEE) y el segundo la Comunidad Europea de la Energía Atómica (CEEA o Euratom).
Ambos tratados junto con el de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero
(CECA), dieron origen posteriormente a las Comunidades Europeas.”[1]
La puesta en marcha de la Comunidad Económica Europea, en
1957, marca el punto de arranque del último de los proyectos eurípetos, tal y
como hemos estado viendo en nuestros últimos artículos.
Hace seis años dijimos:
“La vieja Europa,
como los pueblos del Oriente Medio, tiene una larga historia detrás. Estamos
viviendo un nuevo espejismo europeísta, como el de Carlomagno, como el de los
otones, como el de Carlos V, Napoleón o Hitler. El actual es el enésimo intento
de unificar nuestro continente. Ninguno de los anteriores fue capaz de
sobrevivir a la generación que lo intentó. Ahora me gustaría que contemplaran
dos mapas. El primero de ellos es el del Imperio de Carlomagno, a principios
del siglo IX:
Imperio
Carolingio. Los territorios sometidos a su autoridad son los representados en
color rosa y en color verde. Los amarillos son estados aliados, pero
independientes.
Ahora contemplen
los países fundadores del Mercado Común Europeo:
Conclusión: 1150 años después, los mismos
están intentando lo mismo.
¿Cuál será el
resultado final de este nuevo intento unificador? Quisiera ser optimista, pero
lo que es obvio es que los modos cada vez son más autoritarios. Como todos los
intentos anteriores. La deriva autoritaria cada vez nos recuerda más a la Europa de Carlos V o, incluso, a la de Napoleón. Y ya sabemos cómo
acabaron esas historias.”[2]
También venimos diciendo desde hace tiempo que la Historia se
mueve en espiral y que hay una serie de procesos recurrentes que se
repiten una y otra vez en cada uno de los diferentes espacios geográficos de
nuestro planeta y que, en el caso europeo, renueva cada cierto tiempo este
intento de crear una unión continental partiendo de ese eje franco-alemán,
intento que no suele durar más de dos o tres generaciones, rompiéndose después.
En el anterior artículo volvimos a mostrar el esquema de la
estructura de poder europea surgida tras la Guerra de los Treinta Años y en la
que, como recordará, dijimos que cada uno de los países que forman parte del
sistema representa, dentro de él, un rol diferente.
Si nos centramos en los seis países fundacionales de la CEE vemos
que tanto Francia como Alemania han desempeñado históricamente el papel que
hemos dado en llamar “potencias continentales”, desde donde han ido surgiendo,
de manera alternativa, los diferentes intentos de crear imperios eurípetos.
Los países del Benelux (Bélgica, Holanda, Luxemburgo), en cambio,
han formado parte del cordón separador que las “potencias diplomáticas”
(particularmente Inglaterra) han utilizado para romper la unidad continental,
heredando así lo que en su día llamamos “función borgoñona”. Recordemos como
los duques de Borgoña fueron capaces, a lo largo de la Edad Media, de sostener
una poderosa estructura política que aisló, durante casi un milenio, de manera
bastante eficaz, a franceses de alemanes, y que en el sostenimiento de esa
estructura fue determinante la intervención diplomática del Papado, que usó al
Ducado de Borgoña como brazo armado durante siglos, y desde dónde surgieron
tanto el proceso de renovación ideológica que encarnó la orden cluniacense (los
“ingenieros sociales” del Medievo, como dijo Américo Castro) como el germen de
las órdenes de caballería que permitirían al Papa intentar la magna operación
político-militar que conocemos como “las cruzadas” y que, en última instancia,
pretendía crear un estado teocrático europeo, al poner a los militares bajo la
influencia directa de la Iglesia.
También recordarán que los duques de Borgoña heredaron, a su vez,
la función desempeñada por un efímero
estado anterior (La Lotaringia), que a su vez se montará sobre el viejo “Limes
Renano”, es decir, el tramo de la frontera que los romanos fortificaron en el margen
occidental del Rhin.
El declive evidente que el Papado va sufriendo desde el Cisma de
Occidente y la emergencia, en paralelo, de Inglaterra al norte del Canal de la
Mancha, han hecho que bascule hacia el norte la “función borgoñona” y se sitúe
en la actualidad sobre la cuña que forman los tres países del Benelux, dentro
de los cuales Holanda es el más activo de todos, ya que en el pasado fue el núcleo de uno de los
imperios eurífugos y ejerce su función separadora entre las dos potencias
continentales por propia convicción.
El papel que desempeña Italia en este conjunto es más complejo y,
también, más ambiguo. Ya expusimos lo que pensábamos acerca de ella en “La
debilidad estructural italiana”[3]. En
ese artículo dijimos que dicho país, en realidad, está compuesto por tres
espacios políticos diferentes: El norte, heredero político de las
repúblicas independientes septentrionales, con una clara vocación europea, que
estuvo vinculado hace siglos tanto con el reino de la Lotaringia como con el
Sacro Imperio, y que desempeñó un papel, igualmente, en el proyecto hegemonista
de Carlos V. En pricipio pretende actuar de fulcro de la balanza entre alemanes
y franceses aunque, cuando llegue su momento, se alineará con el cordón
separador, como ha venido haciendo tradicionalmente.
El centro de Italia, históricamente encuadrado en los territorios
pontificios jugó, en su momento, el papel de potencia diplomática, y utilizó la
preeminencia moral que le dio ser la sede del Papado, para desempeñar un papel parecido
al que hoy pueda estar ejerciendo Inglaterra.
Y en el sur, el viejo reino de las Dos Sicilias, más
Cerdeña, han estado muy vinculados históricamente con el mundo mediterráneo y
con las dinámicas surgidas en ese ámbito.
Esta pluralidad de funciones que los italianos desempeñan
tensiona su estructura y la convierte en uno de los eslabones más débiles del
proyecto europeo. La Comunidad Económica Europea pretendía en sus
orígenes replicar, en el ámbito europeo, el proceso histórico que dio lugar al Imperio
Alemán. Como recordará la Unión Aduanera Alemana (fundada en 1834),
creó “un mercado interno unitario para la mayoría de los estados alemanes”[4].
Esa unión económica se convertirá en una unión política en 1867 cuando se
transformó en la Confederación Alemana del Norte, “un verdadero
estado ya, breve preámbulo de lo que en 1871 se convertiría en el Imperio
Alemán”[5].
El objetivo era que, a medio plazo, la CEE terminara dando lugar a los Estados
Unidos de Europa, lo que podía ser el preludio de la aparición de una de
grandes potencias del siglo XXI.
Desde 1957 empieza su andadura este proyecto, que se enfrenta,
desde sus orígenes, con el modelo rival alternativo que encarna la EFTA (La “Asociación
Europea de Libre Comercio”), liderada por Inglaterra.
La EFTA estaba compuesta entonces por siete países (Reino Unido,
Dinamarca, Noruega, Suecia, Suiza, Austria y Portugal). Su objetivo era crear
una zona europea de libre comercio, sin ninguna pretensión adicional de avanzar
hacia la unidad política. Salvo Suiza y Austria, son
estados periféricos en el ámbito europeo desde el punto de vista geográfico,
que sabían que en unos hipotéticos Estados Unidos de Europa tendrían un
menor peso político que el que desempeñaban en la Europa de los estados-nación.
Algo semejante ocurre en el caso suizo, país muy remiso a colaborar con ningún
tipo de estructura supranacional que pudiera poner coto a sus secretos
bancarios (entró en la ONU... ¡¡en 2002!!. Concedieron
el derecho de voto a las mujeres... ¡¡en 1971!! Sí. Fue el último
país de Europa en hacer ambas cosas. A los suizos nunca les
gustó que los supervisaran desde fuera) y también en el Austria de la
postguerra, que fue dividida en 1945 en trozos entre los vencedores de la
guerra, como Alemania, pero que consiguió reintegrar después todas sus partes (incluida
la soviética) a cambio de comprometerse a mantener una estricta neutralidad
política y a no formar parte de ninguno de los bloques que se estaban formando
en ese momento.
Detrás de la idea de los Estados Unidos de Europa estaban,
obviamente, tanto los nacionalistas franceses como los alemanes, que habían
sufrido un duro golpe en sus mutuas ambiciones hegemonistas como consecuencia
de las dos guerras mundiales. Ambas partes hicieron autocrítica y llegaron a la
conclusión de que en el mundo de la postguerra la rivalidad franco-alemana
resultaba suicida y los colocaba en el centro de un futuro campo de batalla
entre soviéticos y norteamericanos.
A los países del Benelux y a Italia les interesaba el proyecto
porque sabían que su alternativa (la rivalidad franco-alemana) les convertía a
ellos, a su vez, en el espacio de confrontación entre ambos actores, como había
sucedido en las dos guerras anteriores. El Occidente de la Europa continental
decidió que la mejor manera de dejar atrás los fantasmas del pasado reciente
era olvidar sus viejas rivalidades nacionales y ponerse a colaborar.
Más hacia el este se encontraban los países que al término de la Segunda
Guerra Mundial habían quedado en el área de influencia soviética y que
crearon, a su vez, otra organización semejante: El COMECON (“Consejo de
Ayuda Mutua Económica”, 1949), formada por la Unión Soviética, Polonia,
Alemania Oriental, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria. Tenemos, por
tanto, tres organizaciones supranacionales de coordinación económica
compitiendo en Europa. Una en el Este y las otras dos en el Oeste. Estas
organizaciones económicas coexistían con las dos alianzas militares que se
habían formado en la Europa de la postguerra: La OTAN (“Organización del
Tratado del Atlántico Norte”, 1949) y el Pacto de Varsovia (“Tratado de
Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua”, 1955). En el Este ambos espacios de
actuación (el económico y el militar) se superponían, es decir, estaban
compuestos por los mismos estados. El liderazgo de la Unión Soviética se
ejercía de la misma manera en los dos. En el Oeste había unidad
aparente en el plano militar (casi todos estaban encuadrados en la OTAN), pero diferentes estrategias en el ámbito económico. La Europa Occidental, como
consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, había quedado subordinada, en el
plano militar, a la hegemonía norteamericana. La espada de Damocles que pendía
sobre todos los europeos (la posibilidad del estallido de la Tercera Guerra
Mundial entre soviéticos y norteamericanos sobre suelo europeo en la que se
emplearían, además, armas atómicas) y el recuerdo reciente de la Segunda, les
había quitado las ganas a sus habitantes de poner en discusión el modelo de la
Guerra Fría.
Sin embargo, el hegemonismo norteamericano no resultaba tan
indiscutido en el ámbito económico. Recordemos que Alemania, aunque derrotada
en el campo de batalla, seguía teniendo un inmenso capital humano que le podía
permitir recuperar una parte de su viejo poder económico. No debemos olvidar
que antes de la Segunda Guerra Mundial este país era el más avanzado del mundo
desde el punto de vista tecnológico (buena parte de los inventos, tanto
norteamericanos como soviéticos, de la postguerra fueron posibles gracias al
encuadramiento de los científicos alemanes en sus respectivos equipos de
trabajo). Además, en Europa seguían estando las metrópolis de varios imperios
ultramarinos (Reino Unido, Francia, Holanda, Bélgica, Portugal). Era obvio que,
todavía, los europeos tenían importantes bazas que jugar para intentar
recuperar, gradualmente, el poder perdido.
Así pues, desde principios de los cincuenta se vienen librando,
en el occidente europeo, un sordo enfrentamiento entre dos proyectos de
desarrollo económicos alternativos: uno más atlántico, liderado por
Inglaterra, encarnado por la EFTA, que se articula mejor con el
hegemonismo norteamericano imperante en el mundo occidental pero que en el
ámbito europeo es periférico, y otro continental, la Comunidad Económica
Europea, dirigido por el eje franco-alemán, que se dispone a iniciar una
carrera de resistencia que pueda permitirle a sus estados fundadores recuperar
el protagonismo político que las dos guerras mundiales les había arrebatado y
para la cual empiezan a desplegar toda la experiencia histórica acumulada desde
principios del siglo XIX en los procesos unificadores alemán e italiano, así
como en el fallido proyecto francés del II Imperio.
El crecimiento económico que tuvo lugar en los países del Mercado
Común Europeo entre 1957 y 1973 fue extraordinario y superó ampliamente al
de sus competidores. A principios de los setenta la CEE era una potencia
económica que rivalizaba, a escala mundial, con los Estados Unidos de
Norteamérica y que amenazaba, además, con materializar el proyecto de los Estados
Unidos de Europa. Europa había hecho su propia travesía del desierto en la
época de la postguerra y se preparaba, de nuevo, para convertirse en uno de los
protagonistas del futuro. Por el camino se habían quedado los imperios
ultramarinos. Todas la antiguas colonias europeas se habían independizado,
muchas de ellas de manera pacífica, pero otras de forma violenta de la mano de
varias decenas de movimientos de liberación nacional en diversos países de
África y de Asia, que habían recibido ayuda y asesoramiento de soviéticos o de
norteamericanos. No obstante, los países europeos asumieron con rapidez la
naturaleza del nuevo modelo económico internacional que permitía a sus viejas colonias
independizarse políticamente pero las mantenía subordinadas económicamente, y
en la mayoría de las francesas, inglesas o belgas serán las propias metrópolis
las que organicen la independencia política, pero asegurándose de crear, en el
proceso, mecanismos de dependencia económica que les permitiera seguir
ejerciendo sus viejos papeles de potencias coloniales aunque con nuevas formas
más acordes con los nuevos tiempos.
1973 fue un año decisivo en la Historia de la Humanidad. Ese año marcó el punto de
inflexión en el que mundo pasó de los modelos de desarrollo expansivos de la
postguerra a los involutivos de finales del siglo XX, que vendrán determinados
por la implantación de tres paradigmas teóricos: el Neoliberalismo, en
economía, el Neomalthusianismo, en demografía y el Neofeudalismo
como modelo de intervención política en los países de la periferia del Sistema.
A lo largo de la década de los sesenta la lucha entre las
diversas facciones que competían por el poder mundial se recrudeció y la
tensión que esto provocó estuvo a punto de llevar a la Humanidad hacia un nuevo
holocausto. Hubo momentos en los que pareció que el estallido de la Tercera
Guerra Mundial era inminente, como la Crisis de los misiles cubanos
(octubre de 1962) o la Crisis de Berlín (1961). Las guerras de Indochina
(1946-1954), Corea (1950-1953), Argelia (1954-1962), Katanga
(1960-1963), Vietnam (1955-1975) o las de los “Seis días” (1967)
y Yom Kipur (1973) entre árabes e israelíes tensaron al límite el
equilibrio de poder de la Guerra Fría.
Pero, aunque la rivalidad entre soviéticos y norteamericanos
siempre aparecía en la escena como la causa de fondo principal de todos estos
enfrentamientos, en un segundo plano, larvados, los antiguos nazis se habían
transmutado y seguían actuando en la sombra por todo el mundo. Los
nacionalistas franceses (con Charles de Gaulle al frente), tampoco se
quedaban atrás, y los poderosos servicios de inteligencia británicos, por un
lado, e israelíes, por el otro, completaban el cuadro.
Siempre hubo antiguos nazis moviendo los hilos en el Oriente
Medio, frente al Mosad israelí. Estaban en Egipto, en Siria, en Libia y
en Irak. También en la Guerra de Katanga y en todos los proyectos que tuvieran
que ver con la carrera espacial (recordemos que el director del Centro Marshall
de Vuelo Espacial de la NASA desde 1960, Wernher von Braun, era un
antiguo nazi, de las SS, que trabajó en la famosa base alemana de Peenemünde),
con la aeronáutica, la balística o con las armas atómicas (tanto los oficiales
como los “fallidos”, que hubo varios). También había antiguos nazis en
cualquier lugar del mundo donde hubiera fuerzas mercenarias combatiendo, al
menos entre 1950 y 1980. Si no tenemos estos datos en cuenta hay determinados
episodios de esa época que resultan incomprensibles.
Escenas
de la vida de Wernher von Braun: La primera foto está tomada en la base alemana
de Peenemünde, en 1941. La segunda cuando se entregó al ejército estadounidense
el 3 de mayo de 1945. La tercera hablando con el presidente Kennedy en Redstone
Arsenal (1963). Y la cuarta en su despacho del Marshall Space Flight Center, en
Huntsville (Alabama), en mayo de 1964 con varios modelos de sus cohetes (Fuente Wikipedia).
Foto
de familia de los científicos que participaron en la “Operación Paperclip”, el
operativo de los servicios de inteligencia norteamericanos que reclutó a todos
los científicos alemanes que estuvieron dispuestos a trabajar para los Estados
Unidos después de la II Guerra Mundial a cambio de blanquearle el currículum.
No están todos (eran más de 700). He remarcado a Wernher von Braun. Los
soviéticos también montaron una operación equivalente (Fuente Wikipedia).
Hay una clara percepción de que entre 1960 y 1973 se produjo un
potente ajuste de cuentas entre los poderes fácticos de nuestro mundo. Ya puse
el foco en la trama norteamericana en el artículo “El complejo
militar-industrial”[6]. Esta fue la época de
los grandes magnicidios políticos (John
F. Kennedy (1963), Malcolm X (1965), Robert F. Kennedy (1968), Martin Luther
King (1968), Gamal Abdel Nasser (1970), Salvador Allende (1973)... ).Ya hemos
hablado de las crisis de Berlín y la de los misiles cubanos. En 1968 los
tanques rusos invaden Checoslovaquia. También en 1968 tiene lugar el mayo
francés, que tendrá como consecuencia la muerte política de Charles de
Gaulle, el que sacó a Francia de la estructura militar de la OTAN, el que
exigió la conversión en oro de las reservas francesas de dólares, el que dijo
que el Reino Unido no entraría en la Comunidad Económica Europea
mientras él pudiera impedirlo, el que hablaba de una Europa unida “desde el
Atlántico hasta los Urales” (una frase que causaba escalofríos en los Estados
Unidos).
De Gaulle
era un verdadero estorbo para los planes políticos del Complejo
Militar-Industrial. Recordemos que cuando estalló la crisis del petróleo en
1973 Francia era el único país del mundo que producía más de la mitad de su
electricidad con centrales nucleares y, en consecuencia, el que menos sufrió
con los brutales incrementos de precios del petróleo que tuvieron lugar entonces. A esa situación
no se había llegado por casualidad. Alcanzar ese nivel de autosuficiencia
energética era fruto de una planificación que venía de lejos. Charles de Gaulle
se había adelantado a esa jugada, que sorprendió al resto del mundo, en
más de una década.
Charles
de Gaulle
En 1972 será
elegido Secretario General de la ONU Kurt Waldheim, otro antiguo nazi,
en este caso austriaco, que permanecerá en el cargo hasta 1981. Ya vimos como
Richard Nixon, el primer presidente norteamericano que podemos alinear
inequívocamente con la facción que Eisenhower llamó “El Complejo
Militar-Industrial”[7] tomará posesión de su cargo
el 20 de enero de 1969. Con él se inicia la transición desde los modelos de
desarrollo expansivos de la postguerra hasta los involutivos de los
neoliberales, los neomaltusianos y los neofeudales. 1969 también fue el año de
la llegada del hombre a La Luna, la culminación de uno de los sueños de la
postguerra. La cuerda se estaba tensando al límite, pero no entre los
soviéticos y los norteamericanos, como nos presentaban los medios de
comunicación de masas, sino entre las diversas maneras de entender el mundo que
se manejaban en la cúpula dirigente mundial.
1973, como
dijimos más arriba, fue el año decisivo. En él sucedieron una serie de
acontecimientos que, si los conectamos entre sí, veremos que cambiarán para
siempre el curso de la historia.
Ya dijimos
que en 1972 vio la luz el libro “Los límites del crecimiento”[8],
que viene a ser algo así como un manifiesto, un aviso de lo que venía. ¿Cómo
iba nadie a imaginar que tres años después de llegar a La Luna se iba cancelar
el programa Apolo? ¿Que en el momento cumbre del mayor nivel de desarrollo
económico que la Humanidad había conocido un puñado de jeques árabes, aliados
de los norteamericanos, iban a desencadenar una crisis que diera al traste con
él sin que nadie hiciera nada para impedirlo? ¿Que los grandes artífices del
proyecto de los Estados Unidos de Europa desaparecieran todos de la escena
política en unos pocos años? ¿Que los países más destacados de la EFTA
entrarían en el Mercado Común Europeo y pusieran en marcha desde dentro
potentes mecanismos de desactivación del proyecto de unión política europea?
¿Que una Iberoamérica próspera y democrática se convertiría, en sólo una
década, en un bloque de estados autoritarios regidos por dictaduras, desde las
selvas de Guatemala hasta la Tierra del Fuego? ¿Que se iban a poner en marcha
proyectos de control de la población en todas las áreas geográficas de nuestro
mundo, adaptándose en todas partes a la idiosincrasia local, en el mismo
periodo de tiempo? ¿Que los contendientes en las diferentes guerras civiles
libradas en los países de la periferia del Sistema, a partir de los años 80
dejaron de buscar, de facto, la derrota del bando enemigo y se dedicaron a
provocar la desintegración política de su propio país, cuyos trozos se
repartían entre los “señores de la guerra”,
como sucedió en Líbano en los 80, y en Somalia, Irak, Yugoslavia, Afganistán,
Libia, Siria, Yemen...?
Estábamos
hablando de Europa. Aunque siempre que se aborda cualquier escenario histórico
hay que ponerlo en relación con el resto de acontecimientos que están teniendo
lugar en ese momento. Hay que contextualizar los procesos históricos para poder
entenderlos.
La primera
ampliación del Mercado Común Europeo se empieza a negociar una vez
defenestrado Charles de Gaulle. En ella debían entrar tres países de la
EFTA (Reino Unido, Dinamarca y Noruega. Al final Noruega se descolgó, cuando ya
había sido admitida en el club, como consecuencia de un referéndum popular, que
tumbó el acuerdo), además de Irlanda.
El 1 de
enero de 1973, el principal adalid del libre comercio, El principal enemigo de
los Estados Unidos de Europa, el “Caballo de Troya” antieuropeo como lo llamó
Charles de Gaulle, el Reino Unido de la Gran Bretaña y Norte de Irlanda,
entrará como miembro de pleno derecho en la CEE, con un escudero llamado Dinamarca.
Dentro les estaba esperando Holanda. Comienza el proceso de desactivación de un
proyecto político que venía de lejos y que amenazaba con cambiar la historia
del siglo XXI. Pero de eso hablaremos en nuestro próximo artículo.
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