domingo, 1 de noviembre de 2015

Atardecer entre olivos


Diez mil olivos se ven desde la cima del monte
en cuya ladera vivo.
Diez mil almas atrapadas en sus retorcidos troncos
que claman desde la profundidad de la tierra y del tiempo.

Sus tortuosas formas no son más
que fiel reflejo de su atormentada vida.

Cada atardecer me cuenta cada uno su propia historia:
Y me hablan de la Atlántida, de Tartesos,
de Turdetania y de Fenicia,
de Cartago y de Roma,
de Sefarad y de Al Ándalus.

Me recitan romances de la Frontera
entre moros y cristianos,
y me cuentan historias de indianos,
de contrabandistas y de bandoleros,
de jornaleros sin tierra,
de ácratas reunidos en la Casa del Pueblo.
De cartas recibidas que “hablan de sangre
sobre el campo Ibero”.
De fusilados en la noche que son enterrados
a escondidas junto a las cunetas,
por haber cometido el horrendo crimen de
plantarle cara al tirano.

Si os acercáis y guardáis silencio
oiréis el clamor de la tierra,
los ecos del tiempo,
la llamada de la sangre,
la cercana voz del abuelo…

Y sentiréis la presencia de los millones de seres
que amaron esta tierra, que la trabajaron con sus manos,
los que lucharon por ella y los que con ella alimentaron a sus hijos
mezclando sudor, sangre, aire, tierra, sol y agua;
amor, trabajo, pasión, anhelos, esperanzas …

Cuando veáis un olivo
Preguntadle cual es su historia,
y después guardad silencio … 

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