en cuya ladera vivo.
Diez mil almas atrapadas en sus
retorcidos troncos
que claman desde la profundidad
de la tierra y del tiempo.
Sus tortuosas formas no son más
que fiel reflejo de su
atormentada vida.
Cada atardecer me cuenta cada uno
su propia historia:
Y me hablan de la Atlántida, de
Tartesos,
de Turdetania y de Fenicia,
de Cartago y de Roma,
de Sefarad y de Al Ándalus.
Me recitan romances de la
Frontera
entre moros y cristianos,
y me cuentan historias de
indianos,
de contrabandistas y de
bandoleros,
de jornaleros sin tierra,
de ácratas reunidos en la Casa
del Pueblo.
De cartas recibidas que “hablan
de sangre
sobre el campo Ibero”.
De fusilados en la noche que son
enterrados
a escondidas junto a las cunetas,
por haber cometido el horrendo
crimen de
plantarle cara al tirano.
Si os acercáis y guardáis
silencio
oiréis el clamor
de la tierra,
los ecos del tiempo,
la llamada de la sangre,
la cercana voz del abuelo…
Y sentiréis la presencia de los
millones de seres
que amaron esta tierra, que la
trabajaron con sus manos,
los que lucharon por ella y los
que con ella alimentaron a sus hijos
mezclando sudor, sangre, aire,
tierra, sol y agua;
amor, trabajo, pasión, anhelos,
esperanzas …
Cuando veáis un olivo
Preguntadle cual es su historia,
y después guardad silencio …
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