Si hay una constante histórica que nunca ha dejado de cumplirse a escala mundial es que, en política al menos, todos los vacíos se cubren y, además, con relativa rapidez.
La falta de ideas claras y de liderazgo político en los momentos críticos de la vida de los pueblos se paga muy cara y las inercias sociales terminan arrollando a todo aquel que se interpone en el desarrollo de los procesos históricos de largo alcance.
Pues bien, el comportamiento que están teniendo los principales dirigentes del mundo occidental desde 2008 los ha sentenciado ya. Son cadáveres políticos que vagan como fantasmas en medio de un mundo virtual que cada vez se parece menos al mundo real en el que están viviendo la mayoría de sus conciudadanos. Y les han causado un daño a sus correspondientes pueblos que tardará generaciones en repararse, y que conste que no estoy hablando sólo, ni siquiera principalmente, del daño económico infringido por las inadecuadas decisiones que se han venido tomando durante ese tiempo. Me estoy refiriendo, fundamentalmente, al daño político, a la gran crisis de liderazgo planetario que han abierto.
Dentro del mundo occidental hay varias zonas claramente diferenciadas, las más importantes son Europa y Norteamérica. Hoy me voy a centrar en la primera. Como en los tres artículos anteriores[1] volveré a hablar de la Unión Europea.
Si algo creo que ha quedado manifiestamente claro ya es que el proyecto europeo, tal y como se había venido desarrollando en las seis últimas décadas, ha naufragado. Es posible que los políticos nos sigan intentando convencer, durante los próximos años, de que es reformable, de que la crisis nos ha hecho descubrir nuestras propias debilidades y, por tanto, nos permitirá corregirlas, etc. Todavía nos seguirán pretendiendo vender, con tecnicismos, que esto se puede recuperar. Cantos de sirena de gente que han ligado su carrera profesional a un proyecto que ya es obsoleto y que saben que se los llevará por delante cuando caiga, momento que tratarán de retrasar todo el tiempo que esté en su mano.
Pero el tiempo no es precisamente algo que nos sobre a los que estamos sufriendo esta crisis económica en toda su dureza. Seguir dando palos de ciego, con cargo a los Presupuestos Generales del Estado, es un lujo que no nos podemos seguir permitiendo.
Desde los años 50 del pasado siglo pensábamos que había un proyecto europeo que lideraba el famoso “eje franco-alemán” que nos conduciría –a medio plazo al menos- a una confederación política europea que pudiera batirse con éxito, como un protagonista de primer nivel, en los competitivos escenarios del siglo XXI. Una Unión Europea que, con 500 millones de habitantes, tendría la suficiente masa crítica como para poder enfrentarse con los gigantes de Asia.
Desde principios de los 70 hemos visto, sin embargo, como esos ambiciosos objetivos se han ido recortando paulatinamente bajo la influencia de unos mercaderes y de unos burócratas que no ven más allá de sus narices y que están dispuestos a cambiar un gran proyecto estratégico de largo alcance por un puñado de euros a corto plazo. Un conjunto de burócratas y de mercaderes que están dispuestos a vender su derecho de primogenitura por un plato de lentejas.
Pues bien, desde 2008 hasta aquí hemos comprobado como la traición al proyecto europeo ha terminado de consumarse. Hoy me centraré en el papel que está desempeñando Alemania en toda esta historia, cada vez más nefasto como hemos podido comprobar. Nos hemos acostumbrado a oír hablar de la “locomotora alemana” y nos imaginábamos un tren en el que ellos tiraban del resto, asumiendo el liderazgo económico y permitiendo que sus aliados estratégicos –los franceses- hicieran lo propio con el liderazgo político. Pero mira por donde la locomotora, en vez de tirar del tren, últimamente se está dedicando a frenarlo, y además ha decidido hacerlo en un momento crítico de la vida colectiva, en uno de esos períodos en los que se está construyendo el modelo de relaciones sociales que va a regir durante la siguiente fase del desarrollo histórico. Ahora mismo estamos definiendo los perfiles que van a definir a las sociedades del siglo XXI.
¿Se imaginan a esta Europa de los 27 durante el resto del siglo negociando hasta el infinito, teniendo enfrente adversarios con unidad de mando y poblaciones que superan los mil millones de habitantes? No ¿verdad?
¿Cuánto tiempo creen ustedes que podremos resistir así? Yo creo que ni un solo segundo. De hecho la CEE ya habría desaparecido, hace más de una generación, de no estar actuando, de facto, como auxiliar del Imperio Americano. La Unión Europea es la impresionante fachada de un palacio en ruinas que no se ha derrumbado ya porque está apuntalado desde el edificio contiguo. Sólo por eso. Por tanto su suerte está estrechamente ligada a la de su aliado estratégico. Aliado que, por otra parte, cada vez muestra más signos de debilidad, así que si la estructura que sostiene el conjunto está empezando a agrietarse ¿Qué creen ustedes que le pasará a la ruina que tiene adosada a este lado del Atlántico?
El incalificable comportamiento que algunos de los más importantes socios de la Unión, así como las instituciones de esta y del Banco Central Europeo están teniendo en la crisis griega constituye la más concluyente demostración de que con esta gente no se puede ir a ninguna parte. Para que un proyecto como el europeo pueda llegar a buen puerto es imprescindible un mínimo de solidaridad entre sus miembros que, desgraciadamente, brilla por su ausencia en esta coyuntura. Parece como si algunos hubieran estado esperando a la aparición de dificultades entre varios de sus socios para sacar toda la bilis que tenían acumulada desde hace tiempo, con la intención de ponerlos de rodillas o, tal vez, para mostrarles la puerta de salida. Hemos visto como en el calor de algunos de debates, durante estos meses, a algunos diputados alemanes sugerirle al gobierno griego que pusiera a la venta algunas islas del Egeo para pagar sus deudas ¿Se imaginan a un griego sugiriéndole al gobierno alemán que ponga a la venta alguna de sus montañas de Baviera? Menos mal que se supone que estamos entre amigos y que compartimos un proyecto político. Alemania, que es la cuarta potencia económica mundial y la primera de la UE, que cuenta con 82 millones de habitantes (el 16% de la Unión) y que está situada en el centro geográfico de la Europa de los 27, estaba llamada objetivamente a ejercer el liderazgo natural de esta confederación de naciones a la que estábamos abocados a llegar. Pero es evidente que esta Alemania que vemos ante nosotros no reúne las características subjetivas que tal liderazgo exige. El economicismo estrecho del que están haciendo gala en estos últimos años está conduciendo a la Unión a una ruptura estratégica que les va a hacer perder el liderazgo y la centralidad y que tal vez los coloque de nuevo en una futura línea de frente, en medio de una Europa rota en varios trozos. Ya veremos cómo le va a la “potencia-exportadora” cuando se restablezcan las viejas aduanas por todo el continente y algunos de sus actuales socios restablezcan los aranceles internos con el recuerdo fresco de la saña alemana en los recientes e interminables debates que están teniendo lugar durante estos meses eternos; cuando los bancos centrales nacionales, hoy vacíos de contenido, recuperen su capacidad de emitir moneda propia y los gobiernos, liberados de las disciplinas europeas, empiecen a nacionalizar empresas estratégicas. Las multinacionales alemanas tal vez se lamenten de la actitud que mantuvo su gobierno en esta coyuntura.
El pasado 14 de septiembre decía el ministro de finanzas polaco (Polonia ostenta la presidencia europea durante este semestre) ante el pleno del Parlamento de la Unión:
“Después de todas estas conmociones políticas y económicas que estamos pasando, va a ser muy raro que en los próximos diez años podamos pasar sin una guerra […] Esto no podemos permitirlo […] Europa está en peligro”[2].
“La falta de solidaridad está apagando la idea de Europa”, decía Andreu Missé el pasado 25 de septiembre en el diario El País[3]. Y un diplomático europeo afirmaba también hace muy poco:
“En Europa las desgracias siempre empiezan por los Balcanes y Grecia forma parte de ellos”[4].
Carlos Yárnoz, por su parte, afirma:
“La hipótesis de que Grecia sea expulsada de la zona euro se extiende desde hace unas semanas con una soltura rayana en la frivolidad”[5].
Y el ex ministro de Asuntos Exteriores alemán Joschka Fischer:
“La crisis comienza a socavar los mismísimos cimientos en los que se basó el orden europeo de postguerra: la alianza franco-alemana, por un lado, y la trasatlántica, por el otro, que hiciera posible un período de paz y prosperidad sin precedentes en la historia del continente”[6].
Una generación de desmemoriados ha tomado el poder en Europa. Un grupo de gente que no parece haber leído un solo libro de historia en toda su vida. Hace ya muchas generaciones que un sabio dijo aquello de que “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”. Pues bien, los alemanes, un pueblo que aún está viviendo las secuelas de una trágica historia, debiera ser, de entre todos los europeos, los que más vivo conserven el recuerdo de la misma, los menos interesados en volver a la Europa de los estados nacionales. Desgraciadamente no es así. Ellos sabrán lo que hacen, pero deben saber que sobre sus cabezas caerá la responsabilidad de haber dinamitado el proyecto europeo.
[1] Véase El futuro que nos tienen reservado (5/9/2011), La camisa de fuerza de la Unión Europea (12/9/2011) y Por una Europa democrática (19/9/2011).
[2] ANDREU MISSÉ: “La idea de Europa se está apagando”. Diario El País (25/9/2011).
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] CARLOS YÁRNOZ: “Salir del Euro, liquidar la Unión”. Diario El País (25/9/2011).
[6] Ibíd.
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