lunes, 19 de septiembre de 2011

Por una Europa democrática

¿Recuerdan la guerra civil de Líbano de los años 80? No ¿verdad? A los asiduos seguidores de la prensa escrita con más de 40 años seguramente les sonarán los nombres de Walid Jumblatt, Michel Aoun o Saad Haddad, algunos de los más importantes señores de la guerra libaneses que se repartieron el país durante esa década, en un conflicto en el que cada una de la docena y media de confesiones religiosas que lo habitan creó su propia república independiente, a las que habría que sumar las que crearon los israelíes y los palestinos.
Si a un joven actual le preguntáramos que ideas le evocan la palabra “Beirut”, seguramente lo relacionará con centenares de bloques de edificios semi-destruidos por causa de los impactos de las bombas, los misiles o la metralla causados por la guerra. Una imagen de desolación que se renueva cada vez que los ejércitos de Israel y de Hezbolá vuelven a chocar en un nuevo conflicto.
Pero si le hubiéramos hecho esa misma pregunta a principios de los años 60 a un joven de entonces hubiera relacionado “Beirut” con playas, muchachas en bañador, casinos o espías tipo Agente 007; la hubiera definido como una ciudad próspera y turística que podía competir perfectamente con Montecarlo o con Niza.
Si preguntáramos por “Líbano”, el joven actual nos lo clasificaría sin dudar en el mundo árabe, nos hablaría de los cascos azules que están allí separando a los ejércitos enemigos –porque los españoles forman parte de ese contingente- y alguno podría presentar, incluso, la imagen de algún ayatola o imán chiita, vestido de negro, arengando a las masas en contra del “enemigo sionista”.
Sin embargo nuestro joven de los 60 nos diría que Líbano es la “Suiza de Oriente”, un país de banqueros y comerciantes, un enclave cuasi europeo, de habla francesa y mayoría cristiana.
¿Qué ha pasado en Líbano durante los últimos 50 años para que la imagen de ese país haya dado un vuelco tan espectacular? Pues la brutal guerra civil que tuvo lugar entre 1975 y 1989, algunas de cuyas secuelas sobreviven todavía, que lo han destruido y empobrecido hasta el punto de volverlo casi irreconocible.
¿Y cuál fue la causa de ese brutal conflicto? Los más simplistas dirían que su diversidad religiosa, otros le echarían la culpa a su vecindad con Israel, a la existencia de cientos de miles de refugiados palestinos en su territorio, al hegemonismo sirio o al auge del integrismo islámico en los países del Próximo Oriente.
Sin negar, en absoluto, la influencia de cada uno de esos factores en la agudización de los conflictos internos libaneses, siempre he pensado que esa guerra estalló –y sobre todo se mantuvo durante 14 años- por causas endógenas que se habían estado incubando durante décadas y que su particular posición geopolítica agravó hasta hacerla inevitable. Esas causas endógenas son muy parecidas a las que en los años 90 desencadenaron las guerras yugoslavas y, en cierto modo, guardan inquietantes paralelismos con la manera de edificar el proyecto europeo que se ha venido desarrollando durante los últimos cuarenta años. Por eso creo que merece la pena detenerse un poco a analizarlas.
El territorio que hoy conocemos como Líbano es la Fenicia de la antigüedad. Un país de hábiles comerciantes que siempre supo sacarle el máximo provecho económico a las diferentes coyunturas políticas que a lo largo de la historia se han venido presentando. Ha pertenecido a todos los imperios que, a lo largo del tiempo, han dominado el Próximo Oriente y nunca se enfrentó con ninguno para defender su independencia. Sencillamente se fue adaptando a las circunstancias, sus comerciantes se fueron poniendo al servicio de cada uno de los diferentes señores y se dedicaron a comprar y a vender, prosperando siempre. Son como el corcho, que siempre flota por muy furiosa que sea la tempestad.
Un país por el que ha pasado tanta gente ha guardado la huella de cada uno de los diferentes pueblos que lo fueron dominando y resulta que es el lugar del Próximo Oriente donde han sobrevivido mayor cantidad de confesiones religiosas, tanto musulmanas (sunitas, chiitas, drusos, alevíes, ismailíes) como cristianas (maronitas, melkitas, armenios, asirios, católicos, ortodoxos). Tras la Primera Guerra Mundial pasó a ser colonia francesa, y en 1946 obtuvo su independencia. Un censo de población elaborado en 1932 sirvió de base para establecer las circunscripciones electorales, para poder efectuar las primeras elecciones democráticas que tendrían lugar en su historia.
Hasta aquí todo bien, e impecablemente democrático, sensato y civilizado, como corresponde a un pueblo donde la negociación, la transacción y el acuerdo forman parte de su ADN. El problema surge (aunque ellos tardarían décadas en darse cuenta) en la peculiar manera de reflejar su distribución demográfica en la ley electoral. Las circunscripciones no se establecen siguiendo criterios geográficos sino religiosos. Los sunitas eligen a sus representantes, los maronitas a los suyos y así sucesivamente. De esta manera el señor diputado X no representa a la ciudad de Tiro (por ejemplo) sino a los maronitas del sur de Líbano. Por tanto llega al parlamento con la firme intención de defender los intereses de los miembros de su confesión religiosa. Política de cuotas… pero religiosa. Sin saberlo, esos biempensantes políticos constituyentes habían firmado la sentencia de muerte de su propio país. Elegir a un político para desempeñar un puesto en el que debe defender los intereses generales, no en función de su competencia para ello sino de la competencia demostrada en la defensa de intereses de grupo es una contradicción en sus términos y, como el tiempo terminó demostrando, no sirve para resolver problemas sino para generarlos.
Pero los libaneses no se quedaron ahí. Nunca más revisaron las circunscripciones electorales. Resulta que en el censo de 1932 los cristianos tenían la mayoría absoluta de la población y también –lógicamente- la mayoría de los escaños en el parlamento, pero eso duró poco, dado que la tasa de crecimiento demográfico de los musulmanes era más alta que la de los cristianos. Una actualización regular de las circunscripciones por la simple adecuación a los censos hubiera dado la mayoría a los musulmanes ya en los años 50, algo que la mayoría parlamentaria cristiana no estaba dispuesta a consentir. Como consecuencia bloqueó durante décadas cualquier propuesta de actualización de las mismas. Por otro lado, en la constitución quedó reflejado un reparto por religiones de las diferentes instituciones del estado, que estableció que el presidente de la república tenía que ser de religión maronita (cristiano), el primer ministro debía ser suní (musulmán) y el presidente del parlamento chií (también musulmán). El desarrollo histórico de este modelo condujo a la aparición de fuerzas paramilitares de carácter confesional y el resto ya se lo pueden imaginar. Treinta años funcionando de esa manera en el explosivo contexto del Próximo Oriente terminaron conduciendo a un conflicto fratricida que terminaría rompiendo el país en infinidad de trozos, dominado cada uno por su correspondiente señor de la guerra.
Y en los años 90 vimos como, salvando las necesarias distancias, la jugada se repitió, pero esta vez en un país europeo: Yugoslavia.
Yugoslavia significa “el país de los eslavos del sur”. Era una organización política surgida tras la Primera Guerra Mundial que agrupaba a diversos pueblos eslavos que habían formado parte en el pasado tanto del Imperio Austro-Húngaro como del Imperio Turco. La mayoría hablaban serbocroata –los serbios (de religión ortodoxa), los croatas (de religión católica) y los bosnios (de religión musulmana)-, pero había otras lenguas minoritarias, el esloveno y el albanés, principalmente. Este país sobrevivió a la invasión nazi en la Segunda Guerra Mundial, en la que surgió una potente guerrilla partisana dirigida por el Mariscal Tito, dirigente que –después- supo mantenerse fuera de la política de bloques durante la Guerra Fría.
Yugoslavia, con su presidente Tito a la cabeza, fue uno de los tres miembros fundadores de la Conferencia de Países No Alineados, desempeñando un importante papel en la esfera internacional hasta finales de los setenta.
Pero en 1974 tuvieron una “brillante” idea y decidieron cambiar la constitución para reflejarla:

“Se diseñó un “federalismo” que definía a la República Socialista Federativa de Yugoslavia como una unión voluntaria de repúblicas socialistas y de naciones, entendiéndose que los grupos nacionales eran los eslovenos, croatas, serbios, montenegrinos, macedonios y musulmanes, a los cuales se les garantizaba sus “derechos nacionales” y la plena participación en el proceso de toma de decisiones a nivel federal, dejando atrás la ciudadanía y primando la “nacionalidad”, […] Cualquier grupo nacional podía vetar al Consejo de Repúblicas y Provincias y tirar atrás cualquier medida, especialmente las económicas, […] De igual manera se aplicó el sistema de paridad para la composición de todos los órganos políticos de la federación, por último y en consonancia con el carácter socialista de la república, la soberanía no recae en el ciudadano sino en la clase trabajadora, pero con un pero: de acuerdo con su territorio.
El proceso que vivieron los yugoslavos a partir de entonces fue el incremento del enfrentamiento y rivalidad entre territorios, desembocando al cabo de 17 años en una cruenta guerra civil. Desde la aprobación de aquella Constitución las tendencias particularistas y los conflictos entre las diversas repúblicas crecieron incesantemente.”[1]

Política de cuotas… nacionales. Según la citada constitución, la presidencia de la Federación pasó a ser rotatoria, cada año le tocaba a una de las seis repúblicas de primer nivel (había dos más que no tenían reconocido ese derecho) ejercer la presidencia de la misma. Como una comunidad de vecinos mal avenida en la que nadie se fía de nadie. El sistema tardó exactamente 17 años en reventar, con el triste resultado que todos conocemos: doscientos mil muertos, cientos de miles de heridos y millones de deportados. En Yugoslavia vimos reaparecer escenas de limpieza étnica que no se recordaban en Europa desde los tiempos de Hitler.
¿Qué relación guardan estas dos historias con nuestra vida? Pues mucho más de lo que creemos. Hemos visto como la presidencia rotatoria de la Federación le funcionó a los yugoslavos durante 17 años antes de que acabaran a tiros por las calles. Pues bien, ese es el sistema que rige en la Unión Europea desde su fundación. ¿Por qué no hemos acabado a tiros los europeos todavía? Pues por muchas razones, pero la más importante es que no somos un estado, ni hay ninguna perspectiva seria de que lo seamos en el futuro. Los discursos de los políticos se contradicen de manera cada vez más flagrante con sus propios actos, y el entramado institucional con el que se ha ido construyendo esta “unión” es válido para un organismo de coordinación interestatal que se reúne de vez en cuando, pero en absoluto lo es para tomar decisiones con verdadero calado político.
Hay otra razón que justifica que esta “unión” no haya reventado ya y es que, en realidad, las decisiones no se toman en sus propias instituciones sino fuera de ellas. En el fondo ¿qué más da como está formalmente organizada una asociación que en realidad es una mera transmisora de decisiones que se han tomado fuera? Este mecanismo sí que sirve para transmitir a los políticos de los diferentes estados las consignas emanadas en los verdaderos círculos de poder planetario, que son económicos, siempre y cuando haya un gendarme que pueda tomar represalias contra los incumplidores de tales consignas. Ese gendarme se llama Estados Unidos y tiene una herramienta específica diseñada para actuar en el contexto europeo, que es la OTAN.
Los europeos occidentales, desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, en coordinación con nuestro gran hermano del otro lado del Atlántico, nos hemos ido dotando de una serie de mecanismos institucionales que son los más idóneos para actuar como una eficaz fuerza auxiliar al servicio del gran bloque occidental en el contexto de la Guerra Fría. Pero ese bloque ha tenido desde su fundación un líder incuestionable, que no es obviamente europeo.
La pregunta que se impone en este momento es: ¿Esas instituciones son válidas en este contexto histórico? Y la respuesta, como amarga y empíricamente estamos comprobando durante estos últimos años, es: rotundamente NO.
¿Porqué no valen las instituciones que los europeos llevamos construyendo desde hace más de 60 años? Pues porque fueron diseñadas para el mundo de la Guerra Fría y ya no estamos en él, porque están siendo utilizadas para desmontar el estado social europeo y porque están siendo empleadas como coartada para burlar los mecanismos democráticos y constitucionales vigentes en los diferentes países que forman parte de la “Unión”. En definitiva, que están siendo utilizados contra los propios pueblos que habitan este continente.
Dicen que estamos en crisis. Pero esa afirmación sólo es válida, a escala mundial, para Estados Unidos y para la Unión Europea. En Asia no hay crisis, ni tampoco en América Latina y en África hay países creciendo al 10% anual. Entonces ¿qué está pasando?
Pues que lo que ha entrado en crisis es un modelo de sociedad. Lo que ha entrado en crisis es el Imperio Americano junto con el conglomerado de estados satélites que le han acompañado en su proyecto hegemonista.
Si el proyecto europeo fuera autónomo y respondiera en las urnas ante sus propios ciudadanos no estaríamos contemplando ahora la agonía griega, que ha sido inducida desde los centros de poder de la propia Unión Europea. No estaríamos viendo a esa legión de burócratas negándole el pan y la sal a uno de los miembros fundadores de la eurozona. Un país que sólo tiene el 2% de la población de la UE, lo que representa La Rioja en el conjunto de España. ¿Se imaginan a un país como España dejando que todo se vaya a pique porque los riojanos se hayan endeudado excesivamente?
Estos son los bueyes con los que estamos arando. Ese es el compromiso que nuestros dirigentes de Bruselas tienen con la causa europea. Si España no hubiera cedido una parte importante de su soberanía en el terreno económico, estaría ahora encarando la “crisis” como lo ha hecho varias veces en el pasado, devaluando la moneda y obteniendo recursos económicos a través del Banco de España. Es lo que se conoce como “política monetaria”. Pero no puede hacerlo “porque somos europeos” y el Banco Central Europeo es incapaz de hacer por España lo que hubiera hecho el Banco de España en su defecto. El viernes pasado, sin ir más lejos, un representante de la Reserva Federal Americana le pidió oficialmente a todos los dirigentes europeos que el BCE empezara a emitir moneda para compensar los déficits de sus países miembros, encontrándose un rotundo NO como respuesta. Los americanos cada vez están más nerviosos porque están viendo como los europeos, con sus absurdos recortes presupuestarios, nos están arrastrando a todos (a ellos y a nosotros) hacia el abismo.
Independientemente de las decisiones económicas que se tomen durante los próximos años para salir del absurdo atolladero en el que nosotros mismos nos hemos metido, hay una lección política que debemos aprender de esta coyuntura: En el proyecto europeo sólo hay dos salidas viables a largo plazo: o se avanza o se retrocede. Es decir, o elegimos un presidente europeo por sufragio universal, que responda periódicamente en las urnas de su gestión y que designe, sin presiones de los lobbies ni cuotas nacionales a sus propios ministros, disolviendo la Comisión Europea, el Consejo Europeo y todos los engendros que se han inventado en Bruselas para no tener que dar cuentas ante los ciudadanos de la Unión, dando verdadero poder legislativo al Parlamento Europeo o, por el contrario, disolvemos la Unión Europea y devolvemos la soberanía a sus estados constituyentes para que tengan en sus manos los instrumentos políticos que tienen el resto de países que hay en el mundo y podamos competir así en igualdad con ellos.
Pertenecer a la eurozona no es ningún privilegio, como estamos viendo es un tremendo lastre que está agudizando todos nuestros problemas económicos. Europa sí, pero de otra manera. La Unión Europea será democrática o no será nada.


[1] http://www.mediavida.com/foro/6/yugoslavia-confederal-plurinacional-1974-214434

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