miércoles, 1 de diciembre de 2021

La influencia alemana en España

 



Franco junto a Heinrich Himmler en octubre de 1940 (Fuente: Wikipedia).

 

Los flancos del eje franco-británico

Alemania y España son dos países muy diferentes desde muchos puntos de vista (histórico, cultural, ecológico, geoestratégico…), pero complementarios.

Alemania está en el centro de Europa, y España en su extremo suroccidental, pero ambos flanquean al eje franco-británico y han sido rivales históricos de los que lo conforman, lo que ha hecho confluir sus respectivas políticas exteriores en determinados momentos de la historia.

En los casi doscientos años en los que reinó en nuestro país la Casa de Austria nos convertimos de facto en los guardaespaldas de Alemania, lo que sentó un precedente histórico que algunos alemanes han usado después como modelo de referencia en otros contextos históricos posteriores. La posibilidad de establecer una relación política privilegiada con nuestro país les ha hecho entrever en algunos momentos las inmensas posibilidades que la proyección atlántica de éste les brindaría, ya que su mayor problema geoestratégico consiste en la dificultad de acceder al océano en los momentos de conflicto abierto con sus vecinos occidentales.

Alemania es, como Rusia, un país continental, lo que limita bastante su capacidad de intervención exterior de manera autónoma. Una buena relación con España compensaría parcialmente esa desventaja y, además, dada la relación histórica de nuestro país con Iberoamérica, le daría una proyección exterior añadida. Pero las grandes diferencias culturales e históricas que nos separan vuelven poco probable esa posibilidad, al menos de forma estable. En cualquier caso, una España fuerte, que afirme su identidad frente al eje franco-británico, siempre le aportará ventajas geoestratégicas apreciables, independientemente del tipo de relación concreta que mantenga con nuestro país. A Alemania le interesa, objetivamente, que España se desarrolle y afirme su identidad en su propio espacio geoestratégico. Por supuesto el cómo decida hacerlo también tendrá una gran relevancia al respecto.

Cuando coronaron en España al primer Borbón (Felipe V) se desató un terremoto político en toda Europa que provocó el estallido de la Guerra de Sucesión Española (1701-1713). La llegada al trono español de una dinastía francesa alteraba de manera brusca toda la correlación de fuerzas en nuestra ecúmene. Los borbones conservaron el trono español, pero tuvieron que comprometerse a no unir jamás ambos estados y renunciar, además, a todas las posesiones europeas extra-ibéricas del Imperio Español (los dominios italianos y lo que quedaba de la “Camisa de Fuerza francesa”), una solución de compromiso que paliaba una parte significativa de las consecuencias políticas que tenían los pactos de familia establecidos desde entonces entre estos dos países atlánticos.

La inesperada y sostenida resistencia armada de los españoles frente a la invasión napoleónica volvió a alterar la correlación de fuerzas en el corazón de Europa, un siglo después, y dio oxígeno a los que aún resistían (Austria, Prusia, Rusia, Inglaterra…). Los españoles fueron capaces entonces de plantarle cara a un ejército de ocupación que llegó a alcanzar los 350.000 hombres. Todos esos soldados que los franceses tuvieron que inmovilizar en España para sostener su ocupación fueron retirados de los escenarios bélicos europeos, lo que a la postre permitiría a las fuerzas continentales organizar la contraofensiva que acabó con el Imperio Napoleónico.

Medio siglo más tarde, tras la revolución española conocida como “La Gloriosa” (1868), que volvió a derrocar a los borbones en nuestro país, los diferentes gobiernos que se fueron sucediendo durante ese turbulento periodo se pusieron a buscar un nuevo rey para España, recorriendo buena parte de las cortes europeas y removiendo, sin proponérselo, las viejas rivalidades geoestratégicas del continente. Hay autores que afirman que la posibilidad de que volviera a reinar un monarca de origen alemán en España fue uno de los desencadenantes de la Guerra Franco-Prusiana (1870), volviéndose a demostrar una vez más la capacidad de desestabilización que nuestro país puede llegar a ejercer en el ámbito europeo. Un realineamiento político español nunca pasa desapercibido

 

Importancia histórica de nuestro país

¿Por qué es esto así? Pues por varias razones: demográficas, históricas y, sobre todo, geoestratégicas.

Desde el punto de vista demográfico España es el sexto país europeo (tras Rusia, Alemania, Reino Unido, Francia e Italia), y sus cifras de población absolutas no están muy alejadas de las de los tres países que tenemos por delante. Además, también somos el cuarto país europeo en extensión territorial (tras Rusia, Ucrania y Francia). España es, físicamente, más grande que Alemania, Reino Unido o Italia.

La Historia de España es única en el contexto mundial. Los países ibéricos fueron, hace quinientos años, los agentes globalizadores por antonomasia, los artífices del mundo moderno. España cambió, para siempre, la Historia de la Humanidad, hace quinientos años, sin pedir permiso a nadie. Ese dato, por sí solo, justifica buena parte de los ataques de los que los españoles son objeto y, también, de las defensas apasionadas que recibimos. 20 países, en todo el mundo, tienen el español como lengua oficial. La imagen de España trasciende su propia realidad actual y representa un símbolo para cientos de millones de personas para las cuales nuestro país es un referente incuestionable. Es esa influencia planetaria de “lo español” la que algunos socios extranjeros van buscando cuando aterrizan en nuestro país. Van buscando una plataforma desde donde proyectarse.

El vocablo “latino”, fue empleado con bastante fortuna por franceses, italianos y belgas en el siglo XIX con objeto de rentabilizar las historias de España y de Portugal en provecho propio, hasta el punto de conseguir fijarlo en la mente, incluso, de sus rivales anglosajones. Todo un éxito de marketing.

Los alemanes no son latinos, pero… ¿Y si habláramos de Carlos V o de los Habsburgo españoles? ¿Y si recordamos que el emperador Fernando I nació en España y fue educado por su abuelo Fernando el Católico? ¿Y si evocamos esos 200 años de colaboración política entre los dos países?

 

Papel geoestratégico de España

La Península Ibérica es un espacio de transición ecológica que conecta dos mares y dos continentes. Históricamente ha sido el punto de conexión entre los ámbitos culturales y políticos mediterráneos y atlánticos, europeos y africanos. Esto le ha convertido en un espacio singular, con un extraordinario dinamismo. En nuestro país se manifiestan, colisionan y se entremezclan todos esos mundos.

Una España poderosa podría bloquear, en caso de conflicto, el paso desde el Atlántico hasta el Mediterráneo o viceversa. Eso hace que todas las grandes potencias del mundo hayan mirado siempre con cierta inquietud lo que sucede en nuestro país, e hizo que, en su día, los británicos se adueñaran de Gibraltar (un pequeño peñón con un gran valor estratégico) y que los norteamericanos pusieran bases militares en Rota y en Morón.

El Estrecho de Gibraltar siempre tuvo un gran valor geoestratégico, pero desde que se abrió a la navegación el Canal de Suez éste se multiplicó. Ya no es sólo la puerta de acceso hacia el Mediterráneo, sino la del atajo hacia el Océano Índico, es decir, hacia el Golfo Pérsico, Asia Meridional y Oriental y Oceanía… ¡Nada menos! Esto convierte a ese punto en uno de los cuatro lugares del mundo de mayor tráfico marítimo (junto al Canal de Panamá, el de Suez y el Bab el-Mandeb).

España y Portugal juntas, además, controlan o pueden controlar muy de cerca una de las zonas mejor situadas del Océano Atlántico, a través de los archipiélagos de la Macaronesia (Azores, Madeira, Salvajes y Canarias) y de las aguas jurisdiccionales que los circundan. Estamos hablando de la mitad oriental del Atlántico entre los 20 y los 45 grados de latitud norte. Todas estas islas son verdaderos portaaviones anclados en el corazón del océano. Aunque veamos a nuestros respectivos países como relativamente modestos en el ámbito mundial, imagínese por un momento que un régimen político hostil al establishment se estableciera en alguno de ellos. ¿Cómo cree que reaccionaría éste? Pues traslade ese dato al contexto de la Segunda Guerra Mundial o de las respectivas transiciones a la democracia de las dos dictaduras ibéricas en los años 70 y 80 del pasado siglo XX y podrá empezar a entender algunas cosas.

 

La Unificación de Alemania

La Revolución francesa abrió la Caja de Pandora del resto de revoluciones políticas contemporáneas. Ya hemos visto en algunos artículos de este blog algunas de sus consecuencias. Una de ellas fue la aparición de los nacionalismos alemán e italiano, que emergen con fuerza a lo largo del siglo XIX y que llevaron al conjunto de pequeños estados divididos y enfrentados, situados en ambos espacios geográficos, hacia la unidad.

Cuando un conjunto de pequeños estados dispersos se unifican en uno solo provocan un terremoto político que altera todas las correlaciones de fuerzas previas de las áreas circundantes. Las consecuencias terminan siendo violentas, independientemente de cuál sea la voluntad última de los que la han llevado a cabo. La lógica de los procesos históricos es independiente de la de los humanos que los viven. La Francia y la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII eran muy poderosas, entre otras razones, porque sus vecinos (los alemanes especialmente y, más adelante, también los españoles) eran débiles. Cuando los alemanes emergen con fuerza, sus vecinos occidentales intentar impedirlo. La Guerra Franco-Prusiana (1870) fue la consecuencia más inmediata de esto. Después vinieron las dos guerras mundiales. Estamos hablando de los dos peores conflictos que ha vivido la Humanidad a lo largo de su historia. Volviendo al símil geológico, las “placas tectónicas” alemana y atlántica se reajustaron, y ese reajuste se llevó por delante la vida de decenas de millones de personas.

 

Un país francófilo

Desde 1700 reinan los borbones en España, una dinastía de origen francés. Con ellos se produjo un realineamiento político de nuestro país que tuvo importantes consecuencias históricas. Desde entonces, y hasta los años setenta del siglo XX, la penetración cultural francesa en España ha sido la más importante de todas las influencias foráneas. La lengua extranjera más hablada en España ha sido el francés hasta el comienzo de la Transición a la Democracia. Casi todos nuestros grandes escritores del siglo XIX y la primera mitad del XX se expresaban perfectamente en esa lengua (Antonio Machado era catedrático de francés) y muchos habían viajado por Francia y participado en eventos culturales allí. Los programas de enseñanza en España, desde la primaria hasta la universidad, estaban inspirados en los modelos galos, también la estructura política del estado (nuestras provincias son la plasmación en España de las prefecturas francesas), las ideologías políticas (los liberales y republicanos españoles de los siglos XIX y XX son fuertemente jacobinos), los estándares científicos (sistema métrico decimal) y monetarios (la peseta fue creada para tener una moneda que mantuviera su paridad con el franco francés, como el franco suizo, el belga y la lira italiana, preparando la aparición de una futura moneda única “latina” que, finalmente, se frustró como consecuencia de la Guerra Franco-Prusiana).

 

La competencia se abre paso

Desde el siglo XVIII, no obstante, muchos ciudadanos británicos van tomando posiciones en España, intentando neutralizar la influencia francesa, y con ellos aparecen los primeros disidentes anglófilos del modelo (como José María Blanco White, por ejemplo). Los empresarios y agentes británicos recorren nuestro país y se asientan en determinados lugares del mismo (minas de cobre en Riotinto, sector vinícola en Jerez de la Frontera –los Osborne, Terry…-), etc.

El retraso tecnológico español facilitó la penetración de empresas y de capitales extranjeros en nuestro país, que tomaron posiciones en las más importantes industrias (ferrocarriles, electricidad, siderurgia…) La competencia entre el capital francés y el inglés a lo largo del siglo XIX es feroz. Pero otros países empiezan ya a tomar las primeras posiciones. La emergente Alemania es uno de ellos.

Si el mundo de la cultura (mucho más potente y conservador) siguió siendo fundamentalmente francófilo hasta mediados del siglo XX, en los planos científico, tecnológico y filosófico (que estaban menos maduros) las influencias británica y alemana se abrieron paso con mayor facilidad.

 

El krausismo español

La filosofía alemana fue entrando en nuestro país a lo largo del siglo XIX. Esa será, al principio, la punta de lanza de su cultura por estas latitudes. Pero la influencia del pensamiento germánico en un país tan diferente al de su procedencia tuvo efectos inesperados. El filósofo que tuvo más éxito aquí fue, paradójicamente, un autor menor en su país de origen. Se trata de Karl Krause.

El krausismo español prosperó y evolucionó por su cuenta, extendiéndose después por Hispanoamérica, y dejando una huella profunda no sólo en el plano filosófico, sino también en la pedagogía, en la ciencia y en multitud de manifestaciones culturales de vanguardia. Hablar de krausismo en España es hacerlo de  Julián Sanz del Río, de Federico de Castro, de Francisco Giner de los Ríos, de la Institución Libre de Enseñanza (1876-1939), de libertad de cátedra, de una nueva pedagogía, de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, de la Residencia de Estudiantes, de las misiones pedagógicas, del Instituto-Escuela, de las colonias escolares, del Museo Pedagógico Nacional

 

Influencia política

Desde 1870 Alemania se convierte en un nuevo referente europeo que compite abiertamente con los más tradicionales francés e inglés. Nuestros políticos e intelectuales toman nota rápidamente.

Ya vimos como el concepto de “derechos históricos”, utilizado por los nacionalistas catalanes en las “Bases de Manresa” (1872) bebía, conceptualmente, de fuentes alemanas[1]. La unidad política alcanzada desde una diversidad preexistente sirvió de modelo al federalismo español decimonónico para combatir al fuerte jacobinismo imperante en nuestro país.

El hecho de que las dinámicas históricas en ambos países apuntaran hacia direcciones opuestas apenas fue tenido en cuenta. Alemania, en cualquier caso, era un nuevo contrapoder emergente europeo que podía servir para contrarrestar antiguas influencias culturales que estaban en trance de superación.

 

Influencia cultural

La influencia alemana en la generación del “novecentismo” fue aún más importante que en la del 98. El caso más paradigmático fue, evidentemente, José Ortega y Gasset. Varios de los mejores científicos de nuestro país del primer tercio del siglo XX complementaron su formación en Alemania. Quizá los casos más notables fueron los de Juan Negrín, Severo Ochoa, Francisco Grande Covián, Blas Cabrera, etc.

La colaboración entre las universidades alemanas y españolas en la primera mitad del siglo XX rindió frutos también en la arqueología. En este campo hay que destacar la figura de Adolf Schulten, que jugó un papel en el descubrimiento y difusión exterior del yacimiento de Numancia, y en las investigaciones sobre el reino protohistórico de Tartessos.

 

Germanófilos y francófilos ante la Primera Guerra Mundial

El estallido de la Primera Guerra Mundial provocó apasionados debates. Nuestra neutralidad en la misma permitió a muchos hacer grandes negocios, pero eso no impidió posicionarse públicamente a multitud de personajes relevantes a favor de alguno de los bandos contendientes. Manuel Azaña, claramente francófilo, tuvo una intervención muy famosa, en el Ateneo de Madrid el 25 de mayo de 1917, que supongo era congruente con la realidad social de su momento histórico. Hay que tener en cuenta que buena parte de la colaboración cultural entre Alemania y España a la que hemos hecho referencia más arriba aún no se había producido. En ella afirmó lo siguiente:

“…llamo germanófilos a todos los que desean el triunfo de los imperios germánicos en esta guerra, deseo que se funda en uno de estos dos motivos, o en ambos juntamente: en la creencia de que el triunfo germánico favorecería al engrandecimiento de España, o en el placer de ver humilladas, destruidas, a las naciones de la coalición, y más concretamente, a Francia e Inglaterra. […] El pueblo español tiene derecho a volver la vista atrás para algo que no sea empapar su corazón en hiel; tenemos derecho a volver la vista atrás sin orgullo y sin melancolía, para escarmentar con nuestros errores y tomar ejemplo de las virtudes, del valor, de la perseverancia, donde las hubiese, y sacar de unos y otras lección para el porvenir; pero sin envenenar de antemano el día de mañana, que traerá su sol para todos, y sin que nosotros queramos aprisionarle en nuestros dominios. Eso es lo que podemos sacar de la Historia; por mi parte, abomino de cualquiera tradición que no destile más que odio. […] no se ventila ahora una querella con Francia, sino el destino de Europa, y de rechazo el rumbo de la Historia. ¿Podemos nosotros, pues, cuando estamos obligados a medir y pesar razones más profundas, cuando se ventilan intereses universales, justificar nuestra conducta exhibiendo simplemente apetitos particulares? No podemos. Si yo estoy resentido con mi vecino, aunque lo esté justamente, y la casa de mi vecino arde y le dejo perecer sólo porque estoy enfadado con él, ¿qué diríais? Que mi conducta era inmoral, porque ante el motivo superior del sentimiento humanitario deben callar los sentimientos personales. Igual acontece con el conflicto, no ya europeo, sino universal. Nuestro deber es acudir, ya que no con nuestro apoyo material, con nuestra simpatía y calor moral del lado en que esté la causa justa, la causa de Europa, los intereses permanentes y superiores.”[2]

 

Agentes alemanes en España

Desde principios del siglo XX hay agentes alemanes actuando en España, intentando neutralizar la influencia aliada y cubrir los huecos que sus competidores dejaban. Tras la guerra hispano-norteamericana de 1898 España perdió los principales dominios ultramarinos que aún conservaba (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), pero aún le quedaban otras posesiones menores que un país en bancarrota como el nuestro no podía atender adecuadamente, pero que una potencia emergente como Alemania sí podía rentabilizar. Así fue posible llegar a un acuerdo en torno a algunos archipiélagos de Oceanía, como fue el caso de las islas Carolinas, las Marianas y Palaos. España las vendió al Imperio Alemán por 25 millones de pesetas, que las perdería a su vez poco después, en la Primera Guerra Mundial.

El desarrollo de la aviación también brindó a los alemanes de la primera mitad del siglo XX la oportunidad de establecer lazos económicos y tecnológicos con nuestro país. En los años 30 los famosos zeppelines alemanes frecuentaron España, y se llegó a un acuerdo para el establecimiento de una línea regular que uniría Alemania con Suramérica, con escala en Sevilla, que el estallido de la Guerra Civil frustró y el accidente del Hindenburg acabó de rematar. Esas primeras líneas de colaboración se ampliarían en el futuro con el bando nacional y ayudarían a desarrollar la industria aeronáutica y la aviación, tanto comercial como militar, en España.

Tras el establecimiento del protectorado del Rif, en el norte de Marruecos, los espías alemanes se desplegaron por él y se infiltraron entre los indígenas de la zona para intentar usar el territorio como base para desestabilizar el Marruecos francés durante la Primera Guerra Mundial. Uno de esos agentes fue Abd el-Krim, al que se le encomendó la misión de crear una red en la zona francesa, usando el Rif español como santuario. La inteligencia gala lo detectó y denunció a las autoridades españolas, que procedieron a su detención y encarcelamiento. Fue esa circunstancia personal sufrida la que le llevó a radicalizarse y a organizar la sublevación indígena contra los colonizadores cuando salió de la cárcel, ya acabada la guerra. Pero no lo hizo contra Francia, como esperaban sus antiguos patrocinadores, sino contra España, que fue el país que lo encarceló.

Durante la guerra del Rif sucedieron algunos hechos curiosos que ponen de relieve la trama internacional que había detrás del conflicto. Uno de ellos fue la suerte que sufrieron los militares españoles capturados por los rifeños en Annual. La tropa fue fusilada sin contemplaciones, pero la oficialidad (entre la que se encontraba el general Navarro) no. Abd el-Krim pidió un rescate por ellos y los liberó, finalmente, el 26 de enero de 1923 a cambio de cuatro millones de pesetas. Obviamente los rifeños vieron la oportunidad de financiar su causa negociando con la vida de los 326 oficiales que tenían en su poder. Lo que sorprendió a todos fue el nombre de la persona que Abd el-Krim eligió para mediar en la negociación: el empresario bilbaíno Horacio Echevarrieta. ¿Quién era esta persona que saltó a la fama a finales de 1922 y pudo llevar a buen fin un acuerdo entre el gobierno español y el jefe de los sublevados? Ya dije en otro artículo que Echevarrieta merecía un capítulo específico. De momento diremos que era el agente alemán más destacado que había, en ese momento histórico, en España. No sabemos si espió, pero desde luego sí que actuó como testaferro y representante económico oficioso del ejército alemán en nuestro país, lo que lo convirtió en una de las personas más ricas de la España de los años 20 y 30. Fue esa vinculación de ambos con los alemanes la que hizo que Abd el-Krim lo eligiera como intermediario.

El desarrollo de la Guerra del Rif fue un daño colateral, no buscado, de la intervención del espionaje alemán en nuestro país durante la Primera Guerra Mundial. Durante la dictadura de Primo de Rivera intentaron compensarlo suministrándole armas químicas (concretamente gas mostaza) al ejército español, para que lo usara contra los rifeños. La persona que materializó el acuerdo fue Hugo Stoltzenberg, químico alemán que colaboraba con el ejército en operaciones clandestinas y que llevó a cabo su trabajo en la “Fábrica Nacional de Productos Químicos”, de La Marañosa, cerca de Madrid.

Y fue el desarrollo creciente de la colaboración militar entre España y Alemania durante los primeros años de la dictadura de Primo de Rivera lo que empujó al gobierno francés a participar en el Desembarco de Alhucemas (septiembre de 1925), intentando neutralizar así una relación que le inquietaba.

 

Horacio Echevarrieta

“Horacio Echevarrieta comandó un imperio empresarial a principios del [siglo] XX. Fundó Iberia y el germen de la actual Iberdrola, construyó la Gran Vía de Madrid, lideró una operación secreta para rearmar a Alemania… Republicano pero amigo del Rey, fue una estrella de su época que hoy casi nadie recuerda.”

David Page[3]


Horacio Echevarrieta y Abd el-Krim (Fuente: Wikipedia).

Horacio Echevarrieta fue un empresario bilbaíno, oligarca del Neguri, diputado republicano durante varias legislaturas en tiempos de Alfonso XIII, dueño del diario El Liberal, que llegó a ser uno de los hombres más ricos de la España de los años 20 y 30. Heredó varias minas de hierro, especuló con la compra-venta de terrenos, hizo varias operaciones inmobiliarias afortunadas, como la urbanización de la Gran Vía de Madrid, fue contratista en la construcción del Metro de Barcelona, y fundó la empresa eléctrica Saltos del Duero, precursora del grupo empresarial que hoy conocemos como Iberdrola. Fue uno de los socios de cementos Portland y dueño del astillero de Cádiz, que hizo varios trabajos para el ejército alemán:

“Con el Tratado de Versalles, las potencias europeas impusieron durísimas sanciones económicas y militares a Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Entre ellas, la prohibición de rearmar sus Ejércitos. Para sortear las restricciones, Berlín puso en marcha una operación secreta para iniciar el rearme gracias a toda una trama de sociedades interpuestas radicadas en Holanda y con socios en varios países europeos que formalmente serían encargados de desarrollar prototipos con tecnología cedida por Alemania.

El hombre fuerte en España de esa operación secreta acabó siendo Echevarrieta. Y su enlace con Berlín un personaje tan oscuro como Wilhelm Canaris, siempre en el ala más nacionalista del Ejército alemán, vinculado con el asesinato de Rosa Luxemburgo, que acabó dirigiendo la red de espías de la Alemania nazi, y que fue sentenciado a muerte y ejecutado apenas unas semanas antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial por participar en un complot contra Hitler.

Echevarrieta vio en la trama alemana una oportunidad para convertir Astilleros de Cádiz en el proveedor principal de la Marina española. El plan pasaba por conseguir la tecnología germana y la financiación que proporcionaba en secreto la Armada alemana con el objetivo de acabar vendiendo diferentes modelos de buques y submarinos a España. Echevarrieta contaba con que su influencia y buena relación con el Rey y con Primo de Rivera serviría para facilitar la operación.

Participó en una trama secreta para rearmar Alemania tras la Gran Guerra y construir en España el mejor submarino de la época.”[4]

Echevarrieta saltó a la fama en 1923 cuando negoció la liberación de los oficiales capturados por los rifeños en Annual. Convertido en héroe nacional (volvió a España con los 336 prisioneros en su yate), Alfonso XIII le concedió el título de “Marqués del Rescate”, que él rechazó alegando sus convicciones republicanas. A partir de entonces estrechó relaciones con el rey y con Primo de Rivera, que aprovechó para reforzar su capacidad de interlocución entre los gobiernos español y alemán. Una consecuencia indirecta de esto fue el encargo de la construcción en el astillero de Cádiz del buque escuela Juan Sebastián Elcano, cuya entrega a la armada española también copó los titulares de la prensa de la época.

En 1927 fundó la compañía aérea Iberia:

“Oficialmente Echevarrieta era propietario de un 76% del capital de Iberia, y el 24% restante lo controlaba de la germana Lufthansa, que además cedía todos los aviones de su primera flota. Pero el pacto secreto entre ambas partes dejaba realmente en manos de Lufthansa un 49% de las acciones de la aerolínea.”[5]

Pero el gran proyecto empresarial de Echevarrieta y de la armada alemana, que decidió llevarlo a cabo en España para eludir los acuerdos de Versalles fue el que, finalmente, lo término arruinando. Fue la construcción del que debía convertirse en el mejor submarino de su época, el E-1. El primero de los cuales salió del Astillero de Cádiz en 1930. En él los ingenieros alemanes pusieron a punto su tecnología, usando España como campo de pruebas. Pero Alemania no podía comprarlos sin enfrentarse a sanciones internacionales por ello, así que el acuerdo era que España (es decir, la Dictadura de Primo de Rivera con el visto bueno del rey Alfonso XIII) compraría los primeros que se fabricaran, hasta que se encontraran nuevos clientes extranjeros y/o los alemanes conseguían mejorar su posición política en la escena internacional.

Paradójicamente la proclamación de la República en España, en 1931, le dio un golpe de muerte al proyecto del “republicano” Echevarrieta, ya que ésta no veía tan claro por qué había que gastar tanto dinero en submarinos. La llegada al poder de Hitler en Alemania en 1933 también le perjudicó, ya que los nazis decidieron ignorar olímpicamente los acuerdos de Versalles y empezaron a rearmarse… en la propia Alemania. Ya no había razón para usar el astillero de Cádiz para algo que se podía hacer perfectamente en Hamburgo.

Echevarrieta, sin embargo, intentó mantener el proyecto, sufragando las pérdidas con la venta de sus importantes propiedades inmobiliarias y acciones del resto de sus empresas. Tras la Guerra Civil, el Régimen de Franco pactó con él la nacionalización de sus dos últimas empresas: la compañía Iberia y el Astillero de Cádiz.

 

Los alemanes en la Guerra Civil española

La vinculación de la Alemania nazi con la trama golpista española que provocó el estallido de la Guerra Civil está más que acreditada. El 25 de julio de 1936 los nacionales llegaron a un acuerdo de colaboración militar con Hitler, creando una empresa instrumental (HISMA), para garantizar la llegada de armamento a Franco. Los alemanes suministraron a lo largo de la guerra a los nacionales 600 aviones, 111 carros de combate y 373 cañones, a los que habría que sumar los suministros italianos, comparables a éstos. Poco después se creó la Legión Cóndor, la sección del ejército alemán que entró directamente en combate en España del lado de los nacionales. Llegó a contar con 16.000 hombres y con 600 aviones. Algunas de las misiones que llevaron a cabo han alcanzado triste fama, como el Bombardeo de Guernica (26 de abril de 1937).

España se convirtió, para la Alemania de Hitler, en el campo de pruebas para sus nuevos aviones, tanques, cañones, tácticas de guerra y de propaganda, etc. La experiencia adquirida en combate durante la Guerra Civil española mostró al mundo toda su potencialidad durante la Segunda Guerra Mundial. Los primeros bombardeos de la historia sobre ciudades tuvieron lugar en España, aunque los llevados a cabo posteriormente en el resto de Europa y Asia Oriental los eclipsaron durante los años siguientes.

 

La Segunda Guerra Mundial

Franco, por su parte, devolverá a los germanos los apoyos recibidos durante la Segunda Guerra Mundial de multitud de formas. La primera de ellas fue el envío de 45.000 militares españoles al frente soviético para combatir bajo las órdenes alemanas, se trata de la División Azul (la 250 Infanterie-Division de la Wehrmacht), mandada por el generad Agustín Muñoz Grandes.

En los años 40 del siglo XX España y Portugal poseían la mayor parte de los yacimientos disponibles de wolframio (también llamado tungsteno), un metal estratégico vital para la industria militar y la aeronáutica. El wolframio es el metal con el punto de fusión más alto (3.410º C) y el de menor dilatación térmica, lo que lo convierte en el más fiable para la construcción de máquinas de precisión o que trabajen a altas temperaturas, también para hacer herramientas. Aleado con el acero, además, le transfiere a éste una parte de sus propiedades.

El wolframio era un metal esencial para el esfuerzo de guerra, en ambos bandos. La “guerra” económica librada en torno a las minas de wolframio, tanto españolas como portuguesas, es una de las facetas menos conocidas de la Segunda Guerra Mundial. Franco devolvió en minerales buena parte de la ayuda recibida por parte de los países del Eje durante la Guerra Civil española. Una sólida presencia alemana en nuestro país durante esos años garantizó ese tipo de suministros. España también sirvió de base para todo tipo de comercio procedente de América del Sur hacia Alemania. Una España neutral era mucho más útil para la Alemania nazi que alineada en su propio bando, ya que le permitía comerciar usando buques con bandera española, garantizando así unos suministros exteriores vitales para ellos.

“…el objetivo de la propaganda nazi en España iba mucho más allá de conseguir que entrase en la guerra. Es más, como defendía Von Ribbentrop, la neutralidad de España era preferible; lo contrario era costoso y daba pocos réditos. “Una España neutral proveía materias primas clave para el esfuerzo de guerra y de trabajadores”, recuerda Peñalba-Sotorrío […] Era también una cabeza de puente a América Latina, dado que uno de los objetivos era prevenir la entrada de las naciones latinoamericanas en la guerra a favor de EEUU, así como obstaculizar su comercio con este país”. Los puestos de vigilancia en las costas españolas y el repostaje de los submarinos estaban garantizados.”[6]

“Cuando el gobierno rebelde creó 'Efe', utilizó 'a la 'Deutsches Nachrichtenbüro', la agencia de noticias nazi, y a la italiana 'Agenzia Stefani' como principales fuentes de información.”[7]

Por todas estas razones es fácil inferir por qué nuestro país se convirtió durante esos años en un imán para los espías de todos los países contendientes. Había mucho en juego. Hay multitud de historias al respecto. El caso más paradigmático fue el del doble agente Joan Pujol García, alias Garbo para los británicos y Alaric para los alemanes, que con sus informes hizo creer a éstos que el desembarco aliado tendría lugar en el Paso de Calais, en vez de las playas de Normandía; o la Operación Mincemeat, en la costa de Punta Umbría (Huelva), un año antes, que les hizo pensar que habría un desembarco masivo aliado en Grecia en vez de en el sur de Italia, que es donde finalmente tuvo lugar. Se han escrito varios libros sobre ella (Operation Heartbreak, 1950, The Man Who Never Was, 1953) y también se hizo una película (El hombre que nunca existió, 1953).

 

Refugio de nazis

“Tras la segunda guerra mundial centenares de agentes, militares y civiles alemanes nazis se refugiaron en España para no ser capturados y juzgados por los aliados. Muchos militares nazis decidieron quedarse en España, disfrutando de la protección de Franco tras la guerra.

En marzo del año 1997 el diario "El País" localizaba en el Archivo General del Ministerio de Asuntos Exteriores, un informe remitido en 1945 al Gobierno franquista por los Servicios Secretos aliados, en el que se adjuntaba una “Lista de repatriación” con los nombres de 104 oficiales nazis que vivirían ocultos en España. Muchos de esos nombres como el de Hans Juretshke, llegaron a ocupar cargos de responsabilidad en instituciones españolas (en su caso catedrático emérito y director del Departamento Alemán de la Universidad Complutense).

Otros nombres de la lista, como el Dr. Franz Liesau Zacharias, habrían trabajado para el Reich obteniendo animales para la experimentación de armas bacteriológicas nazis. Falleció en Madrid a finales de 1992. Pero la lista de nombres publicada por "El País" no está muy completa, debido a que después de 1945 siguieron asentándose en España muchos nazis, que permanecerían durante el resto de sus días en nuestro país.”[8]


Léon Degrelle, alias José León Ramírez Reina (Fuente Wikipedia)

Se calcula que unos 10.000 nazis se refugiaron en España tras la Segunda Guerra Mundial, y aunque los aliados exigieron la entrega de varios centenares para juzgarlos, el régimen de Franco sólo permitió la extradición de algunos de ellos. La lista es muy larga, empezando por Léon Degrelle, líder del movimiento nazi en Bélgica, que vivió en nuestro país desde 1945 hasta su muerte en 1994 en Málaga, con una identidad española ficticia (José León Ramírez Reina); podemos seguir con Johannes Bernhart, general honorario de las SS, que vivió en España hasta 1952, falleciendo en Múnich en 1980; Gerhard Bremer, comandante de la 12ª División Waffen SS Hitlerjugend, Batallón de Reconocimiento, se refugió en Denia (Alicante), donde montó un complejo hotelero, murió en 1989 en Alicante; y muchos más, que podrán ver en el artículo “Refugio de nazis”.[9]

 

Aportaciones tecnológicas y económicas de los refugiados

Algunos de estos refugiados crearon diversas empresas en nuestro país, ya que tenían contactos, conocimientos técnicos y/o fuentes de financiación de origen opaco que el régimen franquista no tenía el más mínimo interés en investigar. Otros se incorporaron directamente a la cadena productiva como técnicos altamente cualificados, lo que nos permitió dar un salto tecnológico en algunos sectores económicos muy concretos, como por ejemplo la aeronáutica. Algunos desarrollos industriales españoles de los años cincuenta, como el avión Saeta, por ejemplo, no se puede entender sin esa aportación. España, hoy, tiene un sector industrial aeronáutico bastante digno, que compite a niveles mundiales dentro del complejo EADS, que comercializa los diversos modelos de la marca Airbus, la competencia más sólida que tiene el gigante Boeing, primera compañía del mundo. Probablemente no estaríamos ahí sin esos antecedentes. Hay otros sectores industriales en los que la presencia alemana también tuvo su influencia y, por supuesto, en el sector Servicios. No es casual que en nuestro país haya multitud de colonias alemanas autosuficientes en sus zonas más turísticas, en las que viven miles de personas desde hace generaciones y donde encontramos individuos que, pese a residir aquí desde hace años, aún no saben hablar español.

 

Una influencia discreta

La naturaleza atlántica de nuestro país lo convierte en una zona natural de influencia anglosajona. Esto los alemanes lo saben desde el principio, con o sin fascismo de por medio. Estamos hablando de realidades geopolíticas estructurales, que trascienden el contexto coyuntural de cada época concreta. Sin embargo, España puede ser el respiradero natural de los grandes países continentales de la Europa Central y Occidental (Alemania y Francia especialmente), debido a nuestra posición geográfica, la profundidad estratégica ibérica, la fuerte personalidad de nuestro pueblo, su prestigio histórico y su influencia cultural en Hispanoamérica.

Es vital por tanto, para Alemania, estar presente en España pero, además, de forma discreta, sin llamar demasiado una atención que podría provocar una reacción imperial que los asfixiara y que frustrara sus proyectos estratégicos. Esto significa que su influencia real es muy superior a lo que aparenta.

 

Consecuencias históricas

La influencia alemana en España durante los últimos ochenta o noventa años se superpone, como una nueva capa geológica, a la que los franceses han estado ejerciendo desde 1700. Son dos influencias diferentes que, sin embargo, tienen un elemento en común: ambas proceden del interior del continente. Para alemanes y franceses (me refiero a los que actúan desde el plano institucional o empresarial desde su punto de origen, no a los que buscaron refugio en nuestro país para distanciarse precisamente de sus autoridades) España es un país exterior, periférico dentro del contexto europeo. Vienen con mentalidad continental y buscan interlocutores aquí que puedan compartir sus categorías mentales… Es decir, buscan la mentalidad de los hombres de la Meseta, y se entienden mal con los de la periferia peninsular. Esto significa que no captan bien la psicología de los habitantes de más de media España, la más dinámica precisamente, además del núcleo madrileño lo que, lógicamente, agudiza las tensiones entre centro y periferia, refuerza el centralismo político y crea, de facto, un modelo de relación neocolonial. Esta actitud, además, nos distancia de nuestros vecinos portugueses y norteafricanos, reforzando nuestro papel fronterizo dentro del contexto de la Unión Europea y debilitando nuestra proyección económica, política y cultural tanto atlántica como africana, rompiendo además, también, las solidaridades con los países mediterráneos europeos.

El centralismo político en España, asociado a una relación exterior fuerte con el eje París-Berlín nos desubica mentalmente de nuestra posición geográfica. Los españoles no somos plenamente conscientes de las consecuencias geoestratégicas derivadas de la longitud y la latitud en la que vivimos (es decir de nuestra realidad objetiva). De esta manera no dejamos de profundizar en un modelo de subordinación política que nos debilita en términos estructurales porque no obedece a nuestros propios intereses, sino a otros ajenos, para los que representamos una plataforma exterior desde la que actuar de manera instrumental.

La consecuencia más evidente de todo esto es nuestra paulatina reconversión en un país de servicios, donde el resto de pueblos europeos vienen a descansar. Este modelo empezó a esbozarse ya en los años cincuenta y alcanzó a partir de los sesenta su velocidad de crucero. Desde entonces no hemos dejado de profundizar en él.

 

Repensar nuestra relación con Europa

La posición geoestratégica de España en el mundo es muy delicada, y cualquier cambio que introduzcamos en nuestras relaciones exteriores tendrá siempre importantes e inmediatas repercusiones fuera de nuestro país, como hemos podido comprobar históricamente. Sin embargo, sin prisas pero sin pausas, estamos obligados a reconducirlas porque nos llevan hacia un callejón sin salida. Veamos por qué:

La posición geográfica, tanto de España como de Portugal, nos hace, tanto en términos ecológicos como estructurales, diferentes al resto de países europeos. El hecho de que seamos la puerta de acceso al canal/atajo Mediterráneo-Mar Rojo-Océano Índico, así como la sólida presencia de los dos países en los archipiélagos de la Macaronesia (Azores, Madeira, Salvajes y Canarias) nos obligan a definir una política exterior propia y distinta de la del resto de nuestros socios europeos. El asunto además se agrava por el hecho de estar en la frontera exterior de Europa. El Estrecho de Gibraltar es el punto de contacto más cercano entre ambos continentes (14 kilómetros).

África es un polvorín a punto de estallar. Para que nos hagamos una idea de lo que digo sólo hay que saber que en 1960 tenía 283 millones de habitantes, frente a 605 millones de europeos, y en la actualidad (60 años después) tiene 1.340 millones, frente a 748 millones de europeos.

¿Alguien puede dudar que los flujos demográficos africanos en el futuro conducen directamente hacia las tres penínsulas mediterráneas europeas? ¿Cuál será la actitud con la que nuestros políticos harán frente a esa previsible avalancha? ¿Nos estamos preparando para ella? ¿Tendremos que negociar todas esas políticas en debates interminables con nuestros socios del centro, del norte y del este de Europa? ¿Cómo conseguiremos que el polaco o el húngaro de a pie entienda la situación en la que nos encontramos? ¿En qué nos ayuda para afrontar esos retos nuestra economía basada en la explotación del sector Servicios basado en el binomio sol y playas? ¿Y el crecimiento incontrolado de actitudes centralistas y chovinistas en la Comunidad de Madrid, que ven su centralidad como una oportunidad de hacer negocios y de mejorar su posición relativa con sus competidores, en vez de percibirlo con una enorme responsabilidad que ha caído sobre ellos? 

Estos y otros temas nos obligan a repensar nuestra relación con nuestros socios europeos, nuestra política exterior, económica y social y nuestras estrategias a largo plazo. Como pequeña muestra de hasta qué punto ha llegado nuestra subordinación ideológica con respecto a los centros de decisión europeos y nuestro nivel de alienación sólo tenemos que recordar que nuestros relojes de pulsera siguen marcando hoy, a finales de 2021, la hora de Berlín, como en 1940, en vez de la del Meridiano de Greenwich, que es el que pasa por España. Y encima tenemos a una horda de “intelectuales” lamentando que tengamos unos horarios de comida y de descanso tan “irracional”, olvidando que, en Madrid, el mediodía solar es en horario de verano (siete meses cada año) a las 14:15 horas y en el de invierno (los cinco meses restantes), a las 13:15 (14:37 y 13:37 horas respectivamente en la Punta de Finisterre, el lugar de España donde esa diferencia horaria es más acusada). ¿Qué tal si empezamos poniendo en hora nuestros relojes, esas maquinitas artificiales fabricadas por el hombre blanco? ¿Ve ahora el lector hasta dónde llega la influencia alemana en España?



[3] “El ‘Ciudadano Kane’ español del que España se olvidó”. El Independiente. 25/8/2017.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2018-07-08/gran-plan-hitler-interes-espana-prensa_1585565/

[7] Ibíd.

[8] https://www.mve2gm.es/paises/espa%C3%B1a-nacional/refugio-de-criminales-nazis/

[9] Ibíd.

No hay comentarios:

Publicar un comentario