Franco junto a Heinrich Himmler en octubre de 1940 (Fuente: Wikipedia).
Los flancos del eje franco-británico
Alemania y
España son dos países muy diferentes desde muchos puntos de vista (histórico,
cultural, ecológico, geoestratégico…), pero complementarios.
Alemania
está en el centro de Europa, y España en su extremo suroccidental, pero ambos
flanquean al eje franco-británico y han sido rivales históricos de los que lo
conforman, lo que ha hecho confluir sus respectivas políticas exteriores en
determinados momentos de la historia.
En los
casi doscientos años en los que reinó en nuestro país la Casa de Austria nos convertimos de facto en los guardaespaldas de Alemania, lo que sentó un precedente
histórico que algunos alemanes han usado después como modelo de referencia en
otros contextos históricos posteriores. La posibilidad de establecer una
relación política privilegiada con nuestro país les ha hecho entrever en
algunos momentos las inmensas posibilidades que la proyección atlántica de éste
les brindaría, ya que su mayor problema geoestratégico consiste en la
dificultad de acceder al océano en los momentos de conflicto abierto con sus
vecinos occidentales.
Alemania
es, como Rusia, un país continental, lo que limita bastante su capacidad de
intervención exterior de manera autónoma. Una buena relación con España
compensaría parcialmente esa desventaja y, además, dada la relación histórica
de nuestro país con Iberoamérica, le daría una proyección exterior añadida. Pero
las grandes diferencias culturales e históricas que nos separan vuelven poco
probable esa posibilidad, al menos de forma estable. En cualquier caso, una
España fuerte, que afirme su identidad frente al eje franco-británico, siempre
le aportará ventajas geoestratégicas apreciables, independientemente del tipo
de relación concreta que mantenga con nuestro país. A Alemania le interesa,
objetivamente, que España se desarrolle y afirme su identidad en su propio
espacio geoestratégico. Por supuesto el
cómo decida hacerlo también tendrá una gran relevancia al respecto.
Cuando
coronaron en España al primer Borbón (Felipe
V) se desató un terremoto político en toda Europa que provocó el estallido
de la Guerra de Sucesión Española
(1701-1713). La llegada al trono español de una dinastía francesa alteraba de
manera brusca toda la correlación de fuerzas en nuestra ecúmene. Los borbones
conservaron el trono español, pero tuvieron que comprometerse a no unir jamás
ambos estados y renunciar, además, a todas las posesiones europeas extra-ibéricas
del Imperio Español (los dominios italianos y lo que quedaba de la “Camisa de Fuerza francesa”), una
solución de compromiso que paliaba una parte significativa de las consecuencias
políticas que tenían los pactos de
familia establecidos desde entonces entre estos dos países atlánticos.
La
inesperada y sostenida resistencia armada de los españoles frente a la invasión
napoleónica volvió a alterar la correlación de fuerzas en el corazón de Europa,
un siglo después, y dio oxígeno a los que aún resistían (Austria, Prusia,
Rusia, Inglaterra…). Los españoles fueron capaces entonces de plantarle cara a
un ejército de ocupación que llegó a alcanzar los 350.000 hombres. Todos esos
soldados que los franceses tuvieron que inmovilizar en España para sostener su
ocupación fueron retirados de los escenarios bélicos europeos, lo que a la
postre permitiría a las fuerzas continentales organizar la contraofensiva que
acabó con el Imperio Napoleónico.
Medio
siglo más tarde, tras la revolución española conocida como “La Gloriosa” (1868),
que volvió a derrocar a los borbones en nuestro país, los diferentes gobiernos
que se fueron sucediendo durante ese turbulento periodo se pusieron a buscar un
nuevo rey para España, recorriendo buena parte de las cortes europeas y
removiendo, sin proponérselo, las viejas rivalidades geoestratégicas del
continente. Hay autores que afirman que la posibilidad de que volviera a reinar
un monarca de origen alemán en España fue uno de los desencadenantes de la Guerra Franco-Prusiana (1870), volviéndose
a demostrar una vez más la capacidad de desestabilización que nuestro país
puede llegar a ejercer en el ámbito europeo. Un realineamiento político español nunca pasa desapercibido.
Importancia histórica de nuestro país
¿Por
qué es esto así? Pues por varias razones: demográficas, históricas y, sobre
todo, geoestratégicas.
Desde
el punto de vista demográfico España es el sexto país europeo (tras Rusia,
Alemania, Reino Unido, Francia e Italia), y sus cifras de población absolutas no
están muy alejadas de las de los tres países que tenemos por delante. Además,
también somos el cuarto país europeo en extensión territorial (tras Rusia,
Ucrania y Francia). España es,
físicamente, más grande que Alemania, Reino Unido o Italia.
La Historia de España es única en el contexto mundial. Los países ibéricos fueron, hace quinientos años, los agentes globalizadores por antonomasia, los artífices del mundo moderno. España cambió, para siempre, la Historia de la Humanidad, hace quinientos años, sin pedir permiso a nadie. Ese dato, por sí solo, justifica buena parte de los ataques de los que los españoles son objeto y, también, de las defensas apasionadas que recibimos. 20 países, en todo el mundo, tienen el español como lengua oficial. La imagen de España trasciende su propia realidad actual y representa un símbolo para cientos de millones de personas para las cuales nuestro país es un referente incuestionable. Es esa influencia planetaria de “lo español” la que algunos socios extranjeros van buscando cuando aterrizan en nuestro país. Van buscando una plataforma desde donde proyectarse.
El
vocablo “latino”, fue empleado con
bastante fortuna por franceses, italianos y belgas en el siglo XIX con objeto
de rentabilizar las historias de España y de Portugal en provecho propio, hasta
el punto de conseguir fijarlo en la mente, incluso, de sus rivales
anglosajones. Todo un éxito de marketing.
Los
alemanes no son latinos, pero… ¿Y si habláramos de Carlos V o de los Habsburgo
españoles? ¿Y si recordamos que el emperador Fernando I nació en España y fue
educado por su abuelo Fernando el Católico? ¿Y si evocamos esos 200 años de
colaboración política entre los dos países?
Papel geoestratégico de España
La
Península Ibérica es un espacio de transición ecológica que conecta dos mares y
dos continentes. Históricamente ha sido el punto de conexión entre los ámbitos
culturales y políticos mediterráneos y atlánticos, europeos y africanos. Esto
le ha convertido en un espacio singular, con un extraordinario dinamismo. En
nuestro país se manifiestan, colisionan y se entremezclan todos esos mundos.
Una
España poderosa podría bloquear, en caso de conflicto, el paso desde el
Atlántico hasta el Mediterráneo o viceversa. Eso hace que todas las grandes
potencias del mundo hayan mirado siempre con cierta inquietud lo que sucede en
nuestro país, e hizo que, en su día, los británicos se adueñaran de Gibraltar
(un pequeño peñón con un gran valor estratégico) y que los norteamericanos
pusieran bases militares en Rota y en Morón.
El Estrecho de
Gibraltar siempre tuvo un gran valor geoestratégico, pero desde que se abrió a
la navegación el Canal de Suez éste se multiplicó. Ya no es sólo
la puerta de acceso hacia el Mediterráneo, sino la del atajo hacia el Océano Índico, es decir, hacia el Golfo Pérsico,
Asia Meridional y Oriental y Oceanía… ¡Nada
menos! Esto convierte a ese punto en uno de los cuatro lugares del mundo de
mayor tráfico marítimo (junto al Canal de
Panamá, el de Suez y el Bab el-Mandeb).
España
y Portugal juntas, además, controlan o pueden controlar muy de cerca una de las
zonas mejor situadas del Océano Atlántico, a través de los archipiélagos de la Macaronesia
(Azores, Madeira, Salvajes y Canarias) y de las aguas jurisdiccionales que los
circundan. Estamos hablando de la mitad oriental del Atlántico entre los 20 y
los 45 grados de latitud norte. Todas estas islas son verdaderos portaaviones
anclados en el corazón del océano. Aunque veamos a nuestros respectivos países
como relativamente modestos en el ámbito mundial, imagínese por un momento que
un régimen político hostil al establishment se estableciera en alguno de ellos.
¿Cómo cree que reaccionaría éste? Pues
traslade ese dato al contexto de la Segunda Guerra Mundial o de las
respectivas transiciones a la democracia de las dos dictaduras ibéricas en los
años 70 y 80 del pasado siglo XX y podrá empezar a entender algunas
cosas.
La Unificación de Alemania
La
Revolución francesa abrió la Caja de Pandora del resto de revoluciones
políticas contemporáneas. Ya hemos visto en algunos artículos de este blog
algunas de sus consecuencias. Una de ellas fue la aparición de los
nacionalismos alemán e italiano, que emergen con fuerza a lo largo del siglo XIX
y que llevaron al conjunto de pequeños estados divididos y enfrentados,
situados en ambos espacios geográficos, hacia la unidad.
Cuando
un conjunto de pequeños estados dispersos se unifican en uno solo provocan un
terremoto político que altera todas las correlaciones de fuerzas previas de las
áreas circundantes. Las consecuencias terminan siendo violentas, independientemente de
cuál sea la voluntad última de los que la han llevado a cabo. La lógica de los procesos históricos es independiente de la de
los humanos que los viven. La Francia y la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII
eran muy poderosas, entre otras razones, porque sus vecinos (los alemanes
especialmente y, más adelante, también los españoles) eran débiles. Cuando los
alemanes emergen con fuerza, sus vecinos occidentales intentar impedirlo. La Guerra Franco-Prusiana (1870) fue la
consecuencia más inmediata de esto. Después vinieron las dos guerras mundiales.
Estamos hablando de los dos peores conflictos que ha vivido la Humanidad a lo
largo de su historia. Volviendo al símil geológico, las “placas tectónicas”
alemana y atlántica se reajustaron, y ese reajuste se llevó por delante la vida
de decenas de millones de personas.
Un país francófilo
Desde
1700 reinan los borbones en España, una dinastía de origen francés. Con ellos
se produjo un realineamiento político de nuestro país que tuvo importantes
consecuencias históricas. Desde entonces, y hasta los años setenta del siglo
XX, la penetración cultural francesa en España ha sido la más importante de
todas las influencias foráneas. La lengua extranjera más hablada en España ha
sido el francés hasta el comienzo de la Transición a la Democracia. Casi todos
nuestros grandes escritores del siglo XIX y la primera mitad del XX se
expresaban perfectamente en esa lengua (Antonio Machado era catedrático de
francés) y muchos habían viajado por Francia y participado en eventos
culturales allí. Los programas de enseñanza en España, desde la primaria hasta
la universidad, estaban inspirados en los modelos galos, también la estructura
política del estado (nuestras provincias son la plasmación en España de las
prefecturas francesas), las ideologías políticas (los liberales y republicanos
españoles de los siglos XIX y XX son fuertemente jacobinos), los estándares
científicos (sistema métrico decimal) y monetarios (la peseta fue creada para
tener una moneda que mantuviera su paridad con el franco francés, como el
franco suizo, el belga y la lira italiana, preparando la aparición de una
futura moneda única “latina” que, finalmente, se frustró como consecuencia de
la Guerra Franco-Prusiana).
La competencia se abre paso
Desde
el siglo XVIII, no obstante, muchos ciudadanos británicos van tomando
posiciones en España, intentando neutralizar la influencia francesa, y con
ellos aparecen los primeros disidentes anglófilos del modelo (como José María Blanco White, por ejemplo).
Los empresarios y agentes británicos recorren nuestro país y se asientan en
determinados lugares del mismo (minas de cobre en Riotinto, sector vinícola en
Jerez de la Frontera –los Osborne, Terry…-), etc.
El
retraso tecnológico español facilitó la penetración de empresas y de capitales
extranjeros en nuestro país, que tomaron posiciones en las más importantes
industrias (ferrocarriles, electricidad, siderurgia…) La competencia entre el
capital francés y el inglés a lo largo del siglo XIX es feroz. Pero otros
países empiezan ya a tomar las primeras posiciones. La emergente Alemania es
uno de ellos.
Si
el mundo de la cultura (mucho más potente y conservador) siguió siendo fundamentalmente
francófilo hasta mediados del siglo XX, en los planos científico, tecnológico y
filosófico (que estaban menos maduros) las influencias británica y alemana se
abrieron paso con mayor facilidad.
El krausismo español
La filosofía alemana fue entrando en nuestro país a lo largo del siglo XIX.
Esa será, al principio, la punta de lanza de su cultura por estas latitudes.
Pero la influencia del pensamiento germánico en un país tan diferente al de su
procedencia tuvo efectos inesperados. El filósofo que tuvo más éxito aquí fue,
paradójicamente, un autor menor en su país de origen. Se trata de Karl Krause.
El
krausismo español prosperó y
evolucionó por su cuenta, extendiéndose después por Hispanoamérica, y dejando
una huella profunda no sólo en el plano filosófico, sino también en la
pedagogía, en la ciencia y en multitud de manifestaciones culturales de vanguardia.
Hablar de krausismo en España es
hacerlo de Julián Sanz del Río, de Federico
de Castro, de Francisco Giner de los
Ríos, de la Institución Libre de
Enseñanza (1876-1939), de libertad de cátedra, de una nueva
pedagogía, de la Junta para Ampliación de
Estudios e Investigaciones Científicas, de la Residencia de Estudiantes, de las misiones pedagógicas, del Instituto-Escuela,
de las colonias escolares, del Museo Pedagógico Nacional…
Influencia política
Desde
1870 Alemania se convierte en un nuevo referente europeo que compite
abiertamente con los más tradicionales francés e inglés. Nuestros políticos e
intelectuales toman nota rápidamente.
Ya
vimos como el concepto de “derechos
históricos”, utilizado por los nacionalistas catalanes en las “Bases de Manresa” (1872) bebía,
conceptualmente, de fuentes alemanas[1].
La unidad política alcanzada desde una diversidad preexistente sirvió de modelo
al federalismo español decimonónico para combatir al fuerte jacobinismo
imperante en nuestro país.
El
hecho de que las dinámicas históricas en ambos países apuntaran hacia
direcciones opuestas apenas fue tenido en cuenta. Alemania, en cualquier caso,
era un nuevo contrapoder emergente europeo que podía servir para contrarrestar
antiguas influencias culturales que estaban en trance de superación.
Influencia cultural
La
influencia alemana en la generación del “novecentismo”
fue aún más importante que en la del 98. El caso más paradigmático fue,
evidentemente, José Ortega y Gasset.
Varios de los mejores científicos de nuestro país del primer tercio del siglo XX
complementaron su formación en Alemania. Quizá los casos más notables fueron los
de Juan Negrín, Severo Ochoa, Francisco
Grande Covián, Blas Cabrera, etc.
La
colaboración entre las universidades alemanas y españolas en la primera mitad
del siglo XX rindió frutos también en la arqueología. En este campo hay que
destacar la figura de Adolf Schulten,
que jugó un papel en el descubrimiento y difusión exterior del yacimiento de Numancia, y en las investigaciones sobre
el reino protohistórico de Tartessos.
Germanófilos y francófilos ante la Primera
Guerra Mundial
El
estallido de la Primera Guerra Mundial provocó apasionados debates. Nuestra
neutralidad en la misma permitió a muchos hacer grandes negocios, pero eso no
impidió posicionarse públicamente a multitud de personajes relevantes a favor
de alguno de los bandos contendientes. Manuel Azaña, claramente francófilo, tuvo
una intervención muy famosa, en el Ateneo de Madrid el 25 de mayo de 1917, que
supongo era congruente con la realidad social de su momento histórico. Hay que
tener en cuenta que buena parte de la colaboración cultural entre Alemania y
España a la que hemos hecho referencia más arriba aún no se había producido. En
ella afirmó lo siguiente:
“…llamo
germanófilos a todos los que desean el triunfo de los imperios germánicos en
esta guerra, deseo que se funda en uno de estos dos motivos, o en ambos
juntamente: en la creencia de que el triunfo germánico favorecería al
engrandecimiento de España, o en el placer de ver humilladas, destruidas, a las
naciones de la coalición, y más concretamente, a Francia e Inglaterra. […] El pueblo español tiene derecho a volver la
vista atrás para algo que no sea empapar su corazón en hiel; tenemos derecho a
volver la vista atrás sin orgullo y sin melancolía, para escarmentar con
nuestros errores y tomar ejemplo de las virtudes, del valor, de la
perseverancia, donde las hubiese, y sacar de unos y otras lección para el
porvenir; pero sin envenenar de antemano el día de mañana, que traerá su sol
para todos, y sin que nosotros queramos aprisionarle en nuestros dominios. Eso
es lo que podemos sacar de la Historia; por mi parte, abomino de cualquiera
tradición que no destile más que odio. […] no se ventila ahora una querella con Francia, sino el destino de
Europa, y de rechazo el rumbo de la Historia. ¿Podemos nosotros, pues, cuando
estamos obligados a medir y pesar razones más profundas, cuando se ventilan
intereses universales, justificar nuestra conducta exhibiendo simplemente
apetitos particulares? No podemos. Si yo estoy resentido con mi vecino, aunque
lo esté justamente, y la casa de mi vecino arde y le dejo perecer sólo porque
estoy enfadado con él, ¿qué diríais? Que mi conducta era inmoral, porque ante
el motivo superior del sentimiento humanitario deben callar los sentimientos
personales. Igual acontece con el conflicto, no ya europeo, sino universal. Nuestro
deber es acudir, ya que no con nuestro apoyo material, con nuestra simpatía y calor
moral del lado en que esté la causa justa, la causa de Europa, los intereses permanentes
y superiores.”[2]
Agentes alemanes en España
Desde
principios del siglo XX hay agentes alemanes actuando en España, intentando
neutralizar la influencia aliada y cubrir los huecos que sus competidores
dejaban. Tras la guerra hispano-norteamericana de 1898 España perdió los
principales dominios ultramarinos que aún conservaba (Cuba, Puerto Rico y
Filipinas), pero aún le quedaban otras posesiones menores que un país en
bancarrota como el nuestro no podía atender adecuadamente, pero que una
potencia emergente como Alemania sí podía rentabilizar. Así fue posible llegar
a un acuerdo en torno a algunos archipiélagos de Oceanía, como fue el caso de
las islas Carolinas, las Marianas y Palaos. España las vendió al Imperio Alemán por 25 millones de
pesetas, que las perdería a su vez poco después, en la Primera Guerra Mundial.
El
desarrollo de la aviación también brindó a los alemanes de la primera mitad del
siglo XX la oportunidad de establecer lazos económicos y tecnológicos con
nuestro país. En los años 30 los famosos zeppelines alemanes frecuentaron
España, y se llegó a un acuerdo para el establecimiento de una línea regular que
uniría Alemania con Suramérica, con escala en Sevilla, que el estallido de la
Guerra Civil frustró y el accidente del Hindenburg
acabó de rematar. Esas primeras líneas de colaboración se ampliarían en el
futuro con el bando nacional y ayudarían a desarrollar la industria aeronáutica
y la aviación, tanto comercial como militar, en España.
Tras
el establecimiento del protectorado del Rif, en el norte de Marruecos, los
espías alemanes se desplegaron por él y se infiltraron entre los indígenas de
la zona para intentar usar el territorio como base para desestabilizar el
Marruecos francés durante la Primera Guerra Mundial. Uno de esos agentes fue Abd el-Krim, al que se le encomendó la
misión de crear una red en la zona francesa, usando el Rif español como
santuario. La inteligencia gala lo detectó y denunció a las autoridades
españolas, que procedieron a su detención y encarcelamiento. Fue esa
circunstancia personal sufrida la que le llevó a radicalizarse y a organizar la
sublevación indígena contra los colonizadores cuando salió de la cárcel, ya
acabada la guerra. Pero no lo hizo contra Francia, como esperaban sus antiguos
patrocinadores, sino contra España, que fue el país que lo encarceló.
Durante
la guerra del Rif sucedieron algunos hechos curiosos que ponen de relieve la
trama internacional que había detrás del conflicto. Uno de ellos fue la suerte
que sufrieron los militares españoles capturados por los rifeños en Annual. La tropa fue fusilada sin
contemplaciones, pero la oficialidad (entre la que se encontraba el general Navarro)
no. Abd el-Krim pidió un rescate por ellos y los liberó, finalmente, el 26 de
enero de 1923 a cambio de cuatro millones de pesetas. Obviamente los rifeños vieron
la oportunidad de financiar su causa negociando con la vida de los 326
oficiales que tenían en su poder. Lo que sorprendió a todos fue el nombre de la
persona que Abd el-Krim eligió para mediar en la negociación: el empresario
bilbaíno Horacio Echevarrieta. ¿Quién
era esta persona que saltó a la fama a finales de 1922 y pudo llevar a buen fin
un acuerdo entre el gobierno español y el jefe de los sublevados? Ya dije en
otro artículo que Echevarrieta merecía un capítulo específico. De momento
diremos que era el agente alemán más destacado que había, en ese momento
histórico, en España. No sabemos si espió, pero desde luego sí que actuó como testaferro
y representante económico oficioso del ejército alemán en nuestro país, lo que
lo convirtió en una de las personas más ricas de la España de los años 20 y 30.
Fue esa vinculación de ambos con los alemanes la que hizo que Abd el-Krim lo eligiera
como intermediario.
El
desarrollo de la Guerra del Rif fue un daño colateral, no buscado, de la
intervención del espionaje alemán en nuestro país durante la Primera Guerra Mundial.
Durante la dictadura de Primo de Rivera intentaron compensarlo suministrándole
armas químicas (concretamente gas mostaza) al ejército español, para que lo usara
contra los rifeños. La persona que materializó el acuerdo fue Hugo Stoltzenberg, químico alemán que
colaboraba con el ejército en operaciones clandestinas y que llevó a cabo su trabajo
en la “Fábrica Nacional de Productos Químicos”,
de La Marañosa, cerca de Madrid.
Y
fue el desarrollo creciente de la colaboración militar entre España y Alemania
durante los primeros años de la dictadura de Primo de Rivera lo que empujó al
gobierno francés a participar en el Desembarco
de Alhucemas (septiembre de 1925), intentando neutralizar así una relación
que le inquietaba.
Horacio Echevarrieta
“Horacio Echevarrieta comandó un
imperio empresarial a principios del [siglo] XX. Fundó Iberia y el germen de la actual
Iberdrola, construyó la Gran Vía de Madrid, lideró una operación secreta para
rearmar a Alemania… Republicano pero amigo del Rey, fue una estrella de su
época que hoy casi nadie recuerda.”
David Page[3]
Horacio Echevarrieta y Abd el-Krim (Fuente: Wikipedia).
Horacio
Echevarrieta
fue un empresario bilbaíno, oligarca del Neguri, diputado republicano durante
varias legislaturas en tiempos de Alfonso XIII, dueño del diario El Liberal, que llegó a ser uno de los
hombres más ricos de la España de los años 20 y 30. Heredó varias minas de
hierro, especuló con la compra-venta de terrenos, hizo varias operaciones
inmobiliarias afortunadas, como la urbanización de la Gran Vía de Madrid, fue contratista en la construcción del Metro de
Barcelona, y fundó la empresa eléctrica Saltos
del Duero, precursora del grupo empresarial que hoy conocemos como Iberdrola. Fue uno de los socios de
cementos Portland y dueño del astillero de Cádiz, que hizo varios trabajos para
el ejército alemán:
“Con
el Tratado de Versalles, las potencias europeas impusieron durísimas sanciones
económicas y militares a Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Entre ellas,
la prohibición de rearmar sus Ejércitos. Para sortear las restricciones, Berlín
puso en marcha una operación secreta para iniciar el rearme gracias a toda una
trama de sociedades interpuestas radicadas en Holanda y con socios en varios
países europeos que formalmente serían encargados de desarrollar prototipos con
tecnología cedida por Alemania.
El
hombre fuerte en España de esa operación secreta acabó siendo Echevarrieta. Y
su enlace con Berlín un personaje tan oscuro como Wilhelm Canaris, siempre en
el ala más nacionalista del Ejército alemán, vinculado con el asesinato de Rosa
Luxemburgo, que acabó dirigiendo la red de espías de la Alemania nazi, y que
fue sentenciado a muerte y ejecutado apenas unas semanas antes de que terminara
la Segunda Guerra Mundial por participar en un complot contra Hitler.
Echevarrieta
vio en la trama alemana una oportunidad para convertir Astilleros de Cádiz en
el proveedor principal de la Marina española. El plan pasaba por conseguir la
tecnología germana y la financiación que proporcionaba en secreto la Armada
alemana con el objetivo de acabar vendiendo diferentes modelos de buques y
submarinos a España. Echevarrieta contaba con que su influencia y buena
relación con el Rey y con Primo de Rivera serviría para facilitar la operación.
Participó
en una trama secreta para rearmar Alemania tras la Gran Guerra y construir en
España el mejor submarino de la época.”[4]
Echevarrieta
saltó a la fama en 1923 cuando negoció la liberación de los oficiales
capturados por los rifeños en Annual.
Convertido en héroe nacional (volvió a España con los 336 prisioneros en su
yate), Alfonso XIII le concedió el título de “Marqués del Rescate”, que él rechazó alegando sus convicciones
republicanas. A partir de entonces estrechó relaciones con el rey y con Primo
de Rivera, que aprovechó para reforzar su capacidad de interlocución entre los
gobiernos español y alemán. Una consecuencia indirecta de esto fue el encargo
de la construcción en el astillero de Cádiz del buque escuela Juan Sebastián Elcano, cuya entrega a la
armada española también copó los titulares de la prensa de la época.
En
1927 fundó la compañía aérea Iberia:
“Oficialmente
Echevarrieta era propietario de un 76% del capital de Iberia, y el 24% restante
lo controlaba de la germana Lufthansa, que además cedía todos los aviones de su
primera flota. Pero el pacto secreto entre ambas partes dejaba realmente en
manos de Lufthansa un 49% de las acciones de la aerolínea.”[5]
Pero
el gran proyecto empresarial de Echevarrieta y de la armada alemana, que
decidió llevarlo a cabo en España para eludir los acuerdos de Versalles fue el
que, finalmente, lo término arruinando. Fue la construcción del que debía
convertirse en el mejor submarino de su época, el E-1. El primero de los cuales
salió del Astillero de Cádiz en 1930. En él los ingenieros alemanes pusieron a
punto su tecnología, usando España como campo de pruebas. Pero Alemania no podía
comprarlos sin enfrentarse a sanciones internacionales por ello, así que el
acuerdo era que España (es decir, la Dictadura de Primo de Rivera con el visto
bueno del rey Alfonso XIII) compraría los primeros que se fabricaran, hasta que
se encontraran nuevos clientes extranjeros y/o los alemanes conseguían mejorar
su posición política en la escena internacional.
Paradójicamente
la proclamación de la República en España, en 1931, le dio un golpe de muerte
al proyecto del “republicano” Echevarrieta, ya que ésta no veía tan claro por qué
había que gastar tanto dinero en submarinos. La llegada al poder de Hitler en
Alemania en 1933 también le perjudicó, ya que los nazis decidieron ignorar
olímpicamente los acuerdos de Versalles y empezaron a rearmarse… en la propia Alemania. Ya no había razón
para usar el astillero de Cádiz para algo que se podía hacer perfectamente en Hamburgo.
Echevarrieta,
sin embargo, intentó mantener el proyecto, sufragando las pérdidas con la venta
de sus importantes propiedades inmobiliarias y acciones del resto de sus
empresas. Tras la Guerra Civil, el Régimen de Franco pactó con él la nacionalización
de sus dos últimas empresas: la compañía Iberia
y el Astillero de Cádiz.
Los alemanes en la Guerra Civil española
La
vinculación de la Alemania nazi con la trama golpista española que provocó el
estallido de la Guerra Civil está más que acreditada. El 25 de julio de 1936
los nacionales llegaron a un acuerdo de colaboración militar con Hitler, creando
una empresa instrumental (HISMA), para garantizar la llegada de armamento a
Franco. Los alemanes suministraron a lo largo de la guerra a los nacionales 600
aviones, 111 carros de combate y 373 cañones, a los que habría que sumar los
suministros italianos, comparables a éstos. Poco después se creó la Legión Cóndor, la sección del ejército
alemán que entró directamente en combate en España del lado de los nacionales.
Llegó a contar con 16.000 hombres y con 600 aviones. Algunas de las misiones
que llevaron a cabo han alcanzado triste fama, como el Bombardeo de Guernica (26 de abril de 1937).
España
se convirtió, para la Alemania de Hitler, en el campo de pruebas para sus
nuevos aviones, tanques, cañones, tácticas de guerra y de propaganda, etc. La
experiencia adquirida en combate durante la Guerra Civil española mostró al
mundo toda su potencialidad durante la Segunda Guerra Mundial. Los primeros
bombardeos de la historia sobre ciudades tuvieron lugar en España, aunque los llevados
a cabo posteriormente en el resto de Europa y Asia Oriental los eclipsaron
durante los años siguientes.
La Segunda Guerra Mundial
Franco,
por su parte, devolverá a los germanos los apoyos recibidos durante la Segunda Guerra
Mundial de multitud de formas. La primera de ellas fue el envío de 45.000
militares españoles al frente soviético para combatir bajo las órdenes
alemanas, se trata de la División Azul
(la 250 Infanterie-Division de la Wehrmacht), mandada por el generad Agustín Muñoz Grandes.
En
los años 40 del siglo XX España y Portugal poseían la mayor parte de los
yacimientos disponibles de wolframio
(también llamado tungsteno), un metal
estratégico vital para la industria militar y la aeronáutica. El wolframio es
el metal con el punto de fusión más alto (3.410º C) y el de menor dilatación
térmica, lo que lo convierte en el más fiable para la construcción de máquinas
de precisión o que trabajen a altas temperaturas, también para hacer
herramientas. Aleado con el acero, además, le transfiere a éste una parte de
sus propiedades.
El
wolframio era un metal esencial para el esfuerzo de guerra, en ambos bandos. La
“guerra” económica librada en torno a las minas de wolframio, tanto españolas
como portuguesas, es una de las facetas menos conocidas de la Segunda Guerra
Mundial. Franco devolvió en minerales buena parte de la ayuda recibida por
parte de los países del Eje durante la Guerra Civil española. Una sólida
presencia alemana en nuestro país durante esos años garantizó ese tipo de
suministros. España también sirvió de base para todo tipo de comercio
procedente de América del Sur hacia Alemania. Una España neutral era mucho más
útil para la Alemania nazi que alineada en su propio bando, ya que le permitía
comerciar usando buques con bandera española, garantizando así unos suministros
exteriores vitales para ellos.
“…el
objetivo de la propaganda nazi en España iba mucho más allá de conseguir que
entrase en la guerra. Es más, como defendía Von Ribbentrop, la neutralidad de
España era preferible; lo contrario era costoso y daba pocos réditos. “Una
España neutral proveía materias primas clave para el esfuerzo de guerra y de
trabajadores”, recuerda Peñalba-Sotorrío […] Era también una cabeza de puente a América Latina, dado que uno de los
objetivos era prevenir la entrada de las naciones latinoamericanas en la guerra
a favor de EEUU, así como obstaculizar su comercio con este país”. Los puestos
de vigilancia en las costas españolas y el repostaje de los submarinos estaban
garantizados.”[6]
…
“Cuando
el gobierno rebelde creó 'Efe', utilizó 'a la 'Deutsches Nachrichtenbüro', la
agencia de noticias nazi, y a la italiana 'Agenzia Stefani' como principales
fuentes de información.”[7]
Por
todas estas razones es fácil inferir por qué nuestro país se convirtió durante
esos años en un imán para los espías de todos los países contendientes. Había
mucho en juego. Hay multitud de historias al respecto. El caso más
paradigmático fue el del doble agente Joan
Pujol García, alias Garbo para
los británicos y Alaric para los
alemanes, que con sus informes hizo creer a éstos que el desembarco aliado
tendría lugar en el Paso de Calais,
en vez de las playas de Normandía; o la Operación
Mincemeat, en la costa de Punta Umbría (Huelva), un año antes, que les
hizo pensar que habría un desembarco masivo aliado en Grecia en vez de en el
sur de Italia, que es donde finalmente tuvo lugar. Se han escrito varios libros
sobre ella (Operation Heartbreak, 1950,
The Man Who Never Was, 1953) y
también se hizo una película (El hombre
que nunca existió, 1953).
Refugio de nazis
“Tras
la segunda guerra mundial centenares de agentes, militares y civiles alemanes
nazis se refugiaron en España para no ser capturados y juzgados por los
aliados. Muchos militares nazis decidieron quedarse en España, disfrutando de
la protección de Franco tras la guerra.
En
marzo del año 1997 el diario "El País" localizaba en el Archivo
General del Ministerio de Asuntos Exteriores, un informe remitido en 1945 al
Gobierno franquista por los Servicios Secretos aliados, en el que se adjuntaba
una “Lista de repatriación” con los nombres de 104 oficiales nazis que vivirían
ocultos en España. Muchos de esos nombres como el de Hans Juretshke, llegaron a
ocupar cargos de responsabilidad en instituciones españolas (en su caso
catedrático emérito y director del Departamento Alemán de la Universidad
Complutense).
Otros
nombres de la lista, como el Dr. Franz Liesau Zacharias, habrían trabajado para
el Reich obteniendo animales para la experimentación de armas bacteriológicas
nazis. Falleció en Madrid a finales de 1992. Pero la lista de nombres publicada
por "El País" no está muy completa, debido a que después de 1945
siguieron asentándose en España muchos nazis, que permanecerían durante el
resto de sus días en nuestro país.”[8]
Léon Degrelle, alias José León Ramírez Reina (Fuente Wikipedia)
Se
calcula que unos 10.000 nazis se refugiaron en España tras la Segunda Guerra
Mundial, y aunque los aliados exigieron la entrega de varios centenares para
juzgarlos, el régimen de Franco sólo permitió la extradición de algunos de
ellos. La lista es muy larga, empezando por Léon
Degrelle, líder del movimiento nazi en Bélgica, que vivió en nuestro país
desde 1945 hasta su muerte en 1994 en Málaga, con una identidad española
ficticia (José León Ramírez Reina); podemos seguir con Johannes Bernhart, general honorario de las SS, que vivió en España
hasta 1952, falleciendo en Múnich en 1980; Gerhard
Bremer, comandante de la 12ª División Waffen SS Hitlerjugend, Batallón de Reconocimiento, se
refugió en Denia (Alicante), donde
montó un complejo hotelero, murió en 1989 en Alicante; y muchos más, que podrán
ver en el artículo “Refugio de nazis”.[9]
Aportaciones tecnológicas y económicas
de los refugiados
Algunos
de estos refugiados crearon diversas empresas en nuestro país, ya que tenían
contactos, conocimientos técnicos y/o fuentes de financiación de origen opaco
que el régimen franquista no tenía el más mínimo interés en investigar. Otros
se incorporaron directamente a la cadena productiva como técnicos altamente
cualificados, lo que nos permitió dar un salto tecnológico en algunos sectores
económicos muy concretos, como por ejemplo la aeronáutica. Algunos desarrollos
industriales españoles de los años cincuenta, como el avión Saeta, por ejemplo, no se puede entender
sin esa aportación. España, hoy, tiene un sector industrial aeronáutico
bastante digno, que compite a niveles mundiales dentro del complejo EADS, que
comercializa los diversos modelos de la marca Airbus, la competencia más sólida que tiene el gigante Boeing, primera compañía del mundo.
Probablemente no estaríamos ahí sin esos antecedentes. Hay otros sectores
industriales en los que la presencia alemana también tuvo su influencia y, por
supuesto, en el sector Servicios. No
es casual que en nuestro país haya multitud de colonias alemanas autosuficientes
en sus zonas más turísticas, en las que viven miles de personas desde hace
generaciones y donde encontramos individuos que, pese a residir aquí desde hace
años, aún no saben hablar español.
Una influencia discreta
La
naturaleza atlántica de nuestro país lo convierte en una zona natural de
influencia anglosajona. Esto los alemanes lo saben desde el principio, con o
sin fascismo de por medio. Estamos hablando de realidades geopolíticas
estructurales, que trascienden el contexto coyuntural de cada época concreta.
Sin embargo, España puede ser el respiradero natural de los grandes países
continentales de la Europa Central y Occidental (Alemania y Francia
especialmente), debido a nuestra posición geográfica, la profundidad
estratégica ibérica, la fuerte personalidad de nuestro pueblo, su prestigio
histórico y su influencia cultural en Hispanoamérica.
Es
vital por tanto, para Alemania, estar presente en España pero, además, de forma
discreta, sin llamar demasiado una atención que podría provocar una reacción
imperial que los asfixiara y que frustrara sus proyectos estratégicos. Esto
significa que su influencia real es muy superior a lo que aparenta.
Consecuencias históricas
La
influencia alemana en España durante los últimos ochenta o noventa años se
superpone, como una nueva capa geológica, a la que los franceses han estado
ejerciendo desde 1700. Son dos influencias diferentes que, sin embargo, tienen
un elemento en común: ambas proceden del
interior del continente. Para alemanes y franceses (me refiero a los que
actúan desde el plano institucional o empresarial desde su punto de origen, no
a los que buscaron refugio en nuestro país para distanciarse precisamente de
sus autoridades) España es un país exterior, periférico dentro del contexto
europeo. Vienen con mentalidad continental y buscan interlocutores aquí que
puedan compartir sus categorías mentales… Es decir, buscan la mentalidad de los
hombres de la Meseta, y se entienden mal con los de la periferia peninsular.
Esto significa que no captan bien la psicología de los habitantes de más de
media España, la más dinámica precisamente, además del núcleo madrileño lo que,
lógicamente, agudiza las tensiones entre centro y periferia, refuerza el
centralismo político y crea, de facto, un modelo de relación neocolonial. Esta
actitud, además, nos distancia de nuestros vecinos portugueses y norteafricanos,
reforzando nuestro papel fronterizo dentro del contexto de la Unión Europea y
debilitando nuestra proyección económica, política y cultural tanto atlántica
como africana, rompiendo además, también, las solidaridades con los países
mediterráneos europeos.
El
centralismo político en España, asociado a una relación exterior fuerte con el
eje París-Berlín nos desubica mentalmente de nuestra posición geográfica. Los
españoles no somos plenamente conscientes de las consecuencias geoestratégicas
derivadas de la longitud y la latitud en la que vivimos (es decir de nuestra
realidad objetiva). De esta manera no dejamos de profundizar en un modelo de
subordinación política que nos debilita en términos estructurales porque no
obedece a nuestros propios intereses, sino a otros ajenos, para los que
representamos una plataforma exterior desde la que actuar de manera
instrumental.
La
consecuencia más evidente de todo esto es nuestra paulatina reconversión en un
país de servicios, donde el resto de pueblos europeos vienen a descansar. Este
modelo empezó a esbozarse ya en los años cincuenta y alcanzó a partir de los
sesenta su velocidad de crucero. Desde entonces no hemos dejado de profundizar
en él.
Repensar nuestra relación con Europa
La
posición geoestratégica de España en el mundo es muy delicada, y cualquier
cambio que introduzcamos en nuestras relaciones exteriores tendrá siempre
importantes e inmediatas repercusiones fuera de nuestro país, como hemos podido
comprobar históricamente. Sin embargo, sin prisas pero sin pausas, estamos
obligados a reconducirlas porque nos llevan hacia un callejón sin salida.
Veamos por qué:
La
posición geográfica, tanto de España como de Portugal, nos hace, tanto en
términos ecológicos como estructurales, diferentes al resto de países europeos.
El hecho de que seamos la puerta de acceso al canal/atajo Mediterráneo-Mar Rojo-Océano
Índico, así como la sólida presencia de los dos países en los archipiélagos de
la Macaronesia (Azores, Madeira, Salvajes
y Canarias) nos obligan a definir una política exterior propia y distinta de la
del resto de nuestros socios europeos. El asunto además se agrava por el hecho
de estar en la frontera exterior de Europa. El Estrecho de Gibraltar es el punto de contacto más cercano entre
ambos continentes (14 kilómetros).
África es un
polvorín a punto de estallar. Para que nos hagamos una idea de lo que
digo sólo hay que saber que en 1960 tenía
283 millones de habitantes, frente a 605 millones de europeos, y en la actualidad (60 años después) tiene 1.340 millones, frente a 748
millones de europeos.
¿Alguien
puede dudar que los flujos demográficos africanos en el futuro conducen
directamente hacia las tres penínsulas mediterráneas europeas? ¿Cuál será la
actitud con la que nuestros políticos harán frente a esa previsible avalancha? ¿Nos
estamos preparando para ella? ¿Tendremos que negociar todas esas políticas en
debates interminables con nuestros socios del centro, del norte y del este de
Europa? ¿Cómo conseguiremos que el polaco o el húngaro de a pie entienda la
situación en la que nos encontramos? ¿En qué nos ayuda para afrontar esos
retos nuestra economía basada en la explotación del sector Servicios basado en
el binomio sol y playas? ¿Y el
crecimiento incontrolado de actitudes centralistas y chovinistas en la
Comunidad de Madrid, que ven su centralidad
como una oportunidad de hacer negocios y de mejorar su posición relativa con
sus competidores, en vez de percibirlo con una enorme responsabilidad que ha
caído sobre ellos?
Estos
y otros temas nos obligan a repensar nuestra relación con nuestros socios
europeos, nuestra política exterior, económica y social y nuestras estrategias
a largo plazo. Como pequeña muestra de hasta qué punto ha llegado nuestra
subordinación ideológica con respecto a los centros de decisión europeos y
nuestro nivel de alienación sólo tenemos que recordar que nuestros relojes de
pulsera siguen marcando hoy, a finales de 2021, la hora de Berlín, como en 1940,
en vez de la del Meridiano de Greenwich,
que es el que pasa por España. Y encima tenemos a una horda de “intelectuales”
lamentando que tengamos unos horarios de comida y de descanso tan “irracional”,
olvidando que, en Madrid, el mediodía
solar es en horario de verano (siete
meses cada año) a las 14:15 horas y en el de invierno (los cinco meses
restantes), a las 13:15 (14:37 y 13:37 horas respectivamente en la Punta de Finisterre, el lugar de España
donde esa diferencia horaria es más acusada). ¿Qué tal si empezamos poniendo en hora nuestros relojes, esas maquinitas artificiales fabricadas por el hombre blanco? ¿Ve ahora el lector hasta dónde
llega la influencia alemana en España?
[3] “El ‘Ciudadano
Kane’ español del que España se olvidó”. El Independiente. 25/8/2017.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.
[6]
https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2018-07-08/gran-plan-hitler-interes-espana-prensa_1585565/
[7] Ibíd.
[8]
https://www.mve2gm.es/paises/espa%C3%B1a-nacional/refugio-de-criminales-nazis/
[9] Ibíd.
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