Italia en 1859 (Fuente: Wikipedia)
La Italia actual surge en pleno siglo XIX, en paralelo con
la Alemania contemporánea y por los mismos motivos que ésta. Como en el caso
alemán, el nacionalismo italiano es una respuesta a la agresión de los
ejércitos napoleónicos y ha interiorizado la escala de valores y buena parte de
la visión del mundo de los revolucionarios franceses.
El modelo que los nacionalistas italianos quieren construir
en su país es el francés. Pero su historia es muy diferente de la francesa y
también lo es su geografía.
La coincidencia en el tiempo de los procesos unificadores
alemán e italiano no es, en absoluto, casual. Sus respectivas historias han
estado íntimamente ligadas desde la época carolingia. El norte de Italia formó
parte, durante siglos, del Sacro Imperio Romano Germánico, y el Papado
y el Imperio, como hemos venido explicando a través de los diferentes
artículos de este blog, han representado históricamente la culminación del
orden social feudal. El Emperador, desde Alemania, lideraba formalmente
el ámbito político del Occidente Cristiano Medieval, mientras que el Papa,
desde Roma, hacía lo propio en la esfera espiritual. Eran las dos patas que
sostenían la visión del mundo de los europeos medievales. Pese a la evidente
tensión que nunca dejó de darse entre esos dos líderes supremos, la existencia
de uno reforzaba la del otro y viceversa. Juntos constituían el núcleo de
aquella cosmovisión.
Los germanos, desde la Protohistoria europea, han sido el
epicentro de la mayor parte de las tensiones militares que han surgido en el
interior de la zona continental de nuestra ecúmene. Ellos fueron la continua
amenaza que se cernía sobre el Limes romano del Rhin y del Danubio, los que
protagonizaron las invasiones que pusieron fin a aquél imperio, los que
llenaron de términos militares buena parte de las lenguas romances europeas,
los que heredaron, en la Edad Media, el título y la dignidad de los emperadores
romanos como una especie de derecho de conquista, como un trofeo que el
vencedor ha arrebatado al vencido. Y en torno a Alemania han estallado las
guerras más sangrientas que se hayan visto nunca en Europa. Guerra y germanidad
son dos conceptos que en la historia de nuestra ecúmene han estado siempre
íntimamente ligados, por eso en el orden social medieval el Emperador era la
máxima autoridad política de los germanos, como una especie de reconocimiento
implícito de una realidad que era evidente para todos.
Ya vimos como el Imperio Mediterráneo por antonomasia fue el
Romano, como la civilización, en Europa, entró por este mar y como fueron los
pueblos que lo habitaron los que sentaron las bases sociales e ideológicas de
nuestro universo cultural. Europa es deudora intelectual de Grecia y de Roma.
La Roma medieval es la heredera intelectual del mundo
clásico. El Papado, durante el milenio que duró esa fase de nuestra historia,
se irguió como el campeón cultural e ideológico de nuestra ecúmene. De esta
manera, el pacto entre monjes y guerreros, entre romanos y germanos, se
consolidó como el núcleo duro de nuestra identidad colectiva, que está en la
base de la dualidad que existe en nuestro mundo entre lo público y lo privado,
de la tensión entre la laicidad del estado y la fe religiosa, que el
protestantismo nos enseñó a vivir en espacios privados.
Alemania e Italia se constituyeron en la Edad Media en el
eje en torno al cual giraba la europeidad, pero ese eje iba cambiando de
naturaleza conforme el viajero se desplazaba desde su extremo norte (el istmo que
separa el Mar del Norte del Báltico) hasta su extremo sur (la punta de la bota
italiana), comprendiendo cinco áreas con funciones estructurales diferenciadas:
La Alemania del Norte, la del Sur y las tres zonas italianas citadas al principio.
Alemanes, italianos y franceses, así como los pueblos de la Barrera
del Rhin (los que han desempeñado históricamente la “función borgoñona”)
participaron en el sueño europeo que intentó construir Carlomagno hace 1.200
años y se fragmentó, víctima de sus propias diferencias estructurales poco
después. Esos mismos pueblos, en 1957, a través de los Tratados de Roma, volvieron a intentar de nuevo poner en marcha
ese mismo proyecto. En realidad, este modelo de Europa lo representan ellos. En el resto los enfoques unionistas, cuando los hay, se ven de una forma muy diversa.
Italia es el eslabón más débil del "Tahuantinsuyo" europeo porque es el lugar de ese conjunto
más alejado anímicamente del epicentro germano y porque también participa de
otro eje (perpendicular al del Papado y el Imperio) que es el Mediterráneo. Es
el punto de nuestra ecúmene en el que la tensión entre la identidad europea y
la mediterránea es más fuerte y genera más contradicciones, donde esas dos
vocaciones alternativas producen un mayor desgarro interior, que se puede
visualizar a través de la imagen de las tres italias que cité al principio.
Como el proyecto
nacional italiano está ligado al modelo francés, inducido por un imperio
eurípeto (como fue el napoleónico), y es paralelo en su desarrollo al proyecto
nacional alemán (más eurípeto aún que el de Napoleón), es hijo de una coyuntura
política íntimamente ligada al rápido crecimiento de la supernova europea que ha
tenido lugar durante los siglos XIX y XX y del que la Unión Europea constituye
su fase final. Su suerte está vinculada a la del conjunto
del que forma parte. La idea de Italia y la de Europa están unidas desde el
principio de la primera. Ya Mazzini (el gran teórico de la unidad italiana) se
encargó de fundar dos movimientos paralelos (la Joven Italia y la Joven Europa)
a través de los cuales reconocía de manera implícita la estrecha relación que existe
entre los dos procesos unificadores.
Italia es el
termómetro que nos sirve para medir la intensidad de la idea de Europa. El
lugar donde confluyen sus tensiones estructurales más agudas. Y su existencia
(me refiero a la del estado italiano, no a la de los pueblos que lo habitan)
está tan estrechamente ligada a la del proyecto europeo que si llegara a colapsar éste será muy difícil que sobreviva. Esperemos que ese tiempo aún esté lejos.
El caso de Italia es interesante. Aunque, históricamente, sea la última nación canónica de Europa en lograr su unión política, da la sensación de que es la nación menos en peligro de Europa. Los italianos están de acuerdo en su unión cultural desde Dante y, al mismo tiempo, no sienten esa conciencia de "culpa" que tienen otras naciones con antecedentes imperiales. Así que, Rafael Polo, antes se disgregará España o Reino Unido (e incluso Francia) que Italia.
ResponderEliminarBueno. Son opiniones. Espero que no comprobemos ninguna de ambas tesis en nuestras vidas. Será una buena señal.
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