domingo, 12 de agosto de 2012

La Guerra Civil Europea



La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) es el nudo gordiano de la historia europea. Es el momento en el que se rompen de manera definitiva algunas de las ataduras del viejo modelo de relaciones medieval. Representa la cristalización de la gran escisión religiosa entre católicos y protestantes y el arranque de la nueva mentalidad racionalista que ha caracterizado al mundo occidental desde entonces.

Este conflicto, igualmente, es un anuncio de otros que se producirán en el futuro: el de las guerras mundiales del siglo XX que han seguido, a grandes rasgos, el patrón que él trazó. En los tres casos la lucha empezó en alguna zona fronteriza del conglomerado germánico (Bohemia, Serbia, Polonia), participaron la mayor parte de los países europeos y tuvo frentes secundarios en cualquier otra parte del mundo donde soldados de países que militaban en alguno de los bandos enfrentados que esta contienda tenía pudieran llegar a encontrarse. También fue un claro enfrentamiento ideológico: En el siglo XVII católicos contra protestantes, en el XX fascistas, comunistas y demoliberales.

Esta será la última y la más sangrienta de todas las guerras religiosas que se libraron en Europa -a lo largo de los siglos XVI y XVII- como consecuencia de la “Reforma” predicada por Martín Lutero desde 1517.

La historiografía convencional maneja dos fechas alternativas como el final de la Edad Media: la Caída de Constantinopla (1453) y el Descubrimiento de América (1492). Ciertamente estos acontecimientos marcan una línea de no retorno a partir de la cual podemos considerar que las dinámicas y los comportamientos medievales dejan paso a los de la Europa moderna. Pero el Medievo seguía resistiéndose a abandonar de manera definitiva los escenarios del Occidente Cristiano. Los “poderes universales” fueron revitalizados a partir de ese mismo 1517, en el que el primer Habsburgo fuera coronado como rey de España. Las viejas estructuras del Papado y del Imperio vivieron una prórroga de otros cien años en su decadente existencia gracias al injerto de savia nueva procedente del joven tronco español, que acababa de romper los límites de su perímetro medieval peninsular y que, en plena euforia expansiva, se dejó enredar en una política de alianzas europeas fuertemente lesivas para sus intereses estratégicos. El país con más futuro de nuestra ecúmene se alistó en un bando que se precipitaba hacia el abismo, arrastrando consigo a todo lo que se ponía a su alcance.

La hora de la verdad llegó en 1618. A partir de ese momento comienzan a desplegarse, de manera inexorable, una detrás de otra, todas las estrategias que los distintos actores de este drama guardaban en la recámara. Y paulatinamente irán entrando en el conflicto: primero los alemanes, que llevaban ya un siglo en pie de guerra, después todos aquellos que tenían algún compromiso contraído con cualquiera de los contendientes –empezando lógicamente por España, vinculada a Austria por los compromisos dinásticos de los Habsburgo-, los vecinos de Alemania, a los que no les resultaba indiferente –obviamente- el desarrollo de esta guerra y, finalmente, todo aquél que tuviera algo que decir dentro del equilibrio de fuerzas europeo. Y conforme más países se incorporaban a la lucha, la longitud de los frentes se estiraba y se extendía cada vez más lejos de los escenarios originales: los Pirineos, Cataluña, Portugal, el Mediterráneo, Océano Atlántico, Mar Caribe, Brasil…

Alemania se convirtió en un “agujero negro” que absorbía cada vez más soldados, más dinero y más armamento. Donde cada vez moría más gente y la miseria y las enfermedades añadían cada vez más dolor al que la guerra ya produce de por sí. Hasta ese punto nos condujeron -a todos los europeos- los debates religiosos de los siglos XVI y XVII, la política del Papado y del Imperio y la defensa del viejo modelo de relaciones feudales medieval en el seno de un mundo que se hallaba en plena transformación social, mental, económica, cultural…

Entre 1517 y 1618 el protestantismo no dejó de crecer por todo el Occidente Cristiano. Y la reacción de los poderes establecidos fue tan violenta como había venido siendo a lo largo de la Edad Media. Lo que diferenció a este nuevo tiempo del anterior fue la extraordinaria amplitud de la “protesta” (de ahí el nombre de “protestantes”), que impidió la aniquilación de la “herejía” como había sucedido antes con los cátaros, los valdenses o los husitas. La iglesia Reformada, fundada por Martín Lutero, se extendió con rapidez por todo el norte de Alemania, saltando después hacia los países escandinavos. Desde el primer momento contará con el respaldo de príncipes y de reyes, lo que incrementó notablemente la potencia de los disidentes religiosos en comparación con sus homólogos medievales. Poco después aparecen nuevas corrientes evangélicas, como los calvinistas y los anglicanos, extendiéndose así la Reforma Protestante también por Suiza, Holanda, Islas Británicas y algunas zonas de Francia. Es en ese momento cuando estalla la Guerra de los Treinta Años.

Mientras los protestantes hacen su Reforma religiosa en las zonas que controlan, los católicos reaccionan con su “Contrarreforma”, que arranca con el Concilio de Trento (1545-1563). En él se intenta responder, en términos teológicos, al desafío que los evangélicos habían planteado algún tiempo antes.

Desde el primer momento la reacción católica tuvo un fuerte componente militar. Las autoridades intentaron apagar el debate de las ideas con el de los cañones, aunque finalmente tuvieron que rearmar también su discurso teórico para ponerse a la altura de sus adversarios. Es curioso como la orden religiosa que lideró el contraataque católico y que fue fundada expresamente en esa época por un ex militar español –Ignacio de Loyola-, la Compañía de Jesús, se estructura interiormente como si de un ejército se tratara, usando con frecuencia una terminología militar (su máximo dirigente es el “general” de la orden).

No es casual que la Compañía de Jesús fuera fundada por un español, ni tampoco que España estuviera en la primera línea de la nueva cruzada anti-protestante. Durante los siglos XVI y XVII nuestro país era la primera potencia del mundo y el máximo defensor del statu quo europeo (del sistema de los “poderes universales”), por tanto es lógico que se implicara en la lucha desde los primeros momentos ¿Hay algún conflicto en el mundo actual en el que los norteamericanos no estén, de alguna manera, involucrados? Pues la España del siglo XVII era el equivalente, en aquella época, a los Estados Unidos de hoy.

Pero si España era entonces la primera potencia del mundo no era debido precisamente a su empuje demográfico -la población de la Península Ibérica era superada ampliamente por la de Francia, Alemania o Italia (por la de cada uno de estos países por separado). Lo que pasa es que tanto Alemania como Italia estaban divididas interiormente y los españoles lideraban una amplia coalición de estados que tenía enclaves a lo largo de toda la geografía del occidente europeo. Y ese liderazgo había sido posible construirlo porque la España que eclosionó al final de la Edad Media era un país militarizado, fuertemente polarizado mentalmente, con un exceso de anticuerpos -como he repetido ya varias veces-. Era un país de monjes y de soldados, que no rehuía ningún conflicto -ya fuera ideológico, ya militar- y que se movía como pez en el agua en medio de los escenarios bélicos. Si bien los españoles habían sido claramente manipulados por el Papado y el Imperio para convertirse en los guardianes de la fe y del orden social medieval, éstos -a su vez- habían conducido a esas instancias de la superestructura europea hacia su propia lógica militar.

Ya expliqué en otro artículo[1] como en el proceso de militarización de la fe católica que condujo a las cruzadas, los españoles tuvieron mucho que ver. También expliqué como el “cristianismo español” anterior al siglo XI era, en realidad, una religión que vestía con ropaje cristiano una lógica interna musulmana[2] y que, tanto la “Reconquista” española como las cruzadas de Tierra Santa eran la anti-yihad, es decir, la yihad musulmana a la que se había dado la vuelta en términos ideológicos y se explicaba con categorías conceptuales cristianas. Era obvio que este proceso alejaba al cristianismo de sus valores evangélicos fundacionales y que ese alejamiento ideológico iba vaciando de contenido a una institución como la Iglesia, que se justificaba a partir del mensaje de pobreza y de paz que Cristo predicó. La militarización del mensaje cristiano colocaba a los españoles, de manera natural, en la vanguardia del proceso y viceversa, conforme más protagonismo ganaban los españoles más se militarizaba ese mensaje, en una espiral que terminó replicando en los escenarios alemanes el paisaje humano de la “Reconquista” española, convirtiéndolos en la nueva “frontera”.

Dije hace tiempo que el día que el Papa decidió predicar las cruzadas puso en marcha un mecanismo de relojería que conducía inexorablemente a la Reforma Protestante. Les recuerdo aquél párrafo:

Para el Papa lo esencial debía ser lo religioso y la guerra algo meramente coyuntural e impuesto, derivado de los belicosos tiempos que se estaban viviendo. Pero la Guerra Santa era un salto cualitativo que desnaturalizaba su esencia cristiana. Al ponerse el Papa al frente de los guerreros estaba, de manera implícita, reconociendo la falsedad de su mensaje y poniendo en marcha un mecanismo de relojería que terminaría volviéndose contra él. Cuando convocó a todos los guerreros para la cruzada empezó la cuenta atrás para el inicio de la reforma luterana. Esa fue la venganza de los españoles. Ese fue el boomerang español. Cuando (algunos siglos después) la Reforma Protestante tuvo lugar sólo podían salvar al Papa aquellos bárbaros a los él que quiso domar, y sobrevivirá convertido en rehén ideológico de aquellos pueblos fronterizos que eran formalmente cristianos pero tenían una lógica interna musulmana. Los híbridos de la frontera.”[3]

Pues ídem de ídem. Cuando los luteranos aceptaron el desafío militar católico que desencadenó la Guerra de los Treinta Años cayeron en la “trampa española” y comenzó el proceso de Neutralización de la Reforma Protestante. Los evangelios y la guerra no son muy compatibles como iremos viendo en las próximas semanas.
 
Y la aceptación de ese desafío militar tuvo un efecto atávico. Hizo resucitar el espíritu guerrero de los viejos germanos, hiriendo gravemente al de la reforma religiosa que llevaba un siglo intentando abrirse paso por la ecúmene europea. La agresividad española hizo despertar a la agresividad germana. 
 
La generalización de la guerra religiosa por Europa terminaría consolidando las posiciones geográficas que los protestantes habían ido consiguiendo desde 1517, pero los contuvo de manera definitiva. Es un hecho que desde la Paz de Westfalia (1648) -que puso fin a esta guerra- hasta mediados del siglo XX, las fronteras religiosas entre católicos y protestantes no se han movido en casi ningún lugar de Europa. Desde la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, algo ha comenzado a cambiar debido, en primer lugar, a los importantes movimientos de población que se han producido desde entonces, a la propia dinámica demográfica diferencial de los grupos étnicos implicados (en algunas zonas los católicos presentan una mayor tasa de natalidad que sus vecinos protestantes, lo que ha modificado sustancialmente la correlación de fuerzas entre ambos grupos) y el avance de la secularización, así como la presencia de nuevos grupos religiosos de origen extra europeo. Todo ello está afectando de distinta manera a las dos confesiones tradicionales del Occidente Europeo.
 
Cuando se fijaron las fronteras entre las distintas confesiones, la religión perdió buena parte del dinamismo que había tenido en los albores de la modernidad, y las diferentes iglesias fueron entrando paulatinamente en un proceso de fosilización que veremos otro día. En realidad era algo inevitable. En las tierras de misión el debate religioso es mucho más vivo que cuando cristalizan las diferentes confesiones y éste deja de ser necesario. Las verdades establecidas se vuelven entonces inmutables, y el formalismo, los ritos y los discursos repetitivos terminan devolviendo la autoridad a los especialistas del asunto. Entonces el pueblo se limita a “consumir” el “producto elaborado” que estos le ofrecen.
 
Cuando por fin los cañones cesaron y la paz volvió, la distribución de los luteranos reproducía “casualmente” de manera bastante aproximada la de los germanos de los primeros siglos de la Era Cristiana. Los calvinistas estaban situados en tierras estructuralmente fronterizas, donde la identidad de los grupos étnicos que abrazaron esa fe había sido puesta a prueba de manera reiterada durante las anteriores generaciones. Los anglicanos, un grupo religioso intermedio entre los católicos y los protestantes, eran mayoritarios en un país donde la germanidad y la latinidad se habían entremezclado bastante históricamente. Los católicos reproducían la geografía del Imperio Romano de Occidente (salvo en el caso inglés que ya hemos comentado), a los que se les sumaban los habitantes de países celtas (el caso irlandés) o eslavos (polacos, lituanos…) en proceso de autoafirmación nacional frente a anglosajones o germanos. Muchas casualidades juntas ¿no cree?
 
¿Por qué las regiones de lengua alemana que habían pertenecido al Imperio Romano mil años antes siguieron siendo católicas y las que también hablaban alemán pero no habían sido romanizadas se convirtieron al protestantismo? Le dejo que reflexione sobre el asunto y saque sus propias conclusiones. Aunque debo aclarar que en el mundo islámico también ocurren cosas muy parecidas entre los chiíes y los suníes.
 
Está claro que la religión es uno de los más poderosos marcadores de etnicidad que existen y que los pueblos buscan señales visibles para que todo el mundo perciba con quienes se sienten a gusto compartiendo algo y con quienes no. Por supuesto las clases dominantes siempre intentan manipular los procesos históricos todo lo que pueden, pero hay veces que les resulta más fácil hacerlo y otras en las que el asunto se vuelve mucho más complicado. Lo que queda claro es que quien no conoce la historia está condenado a repetirla.


[1] http://polobrazo.blogspot.com/2012/02/el-boomerang-espanol.html
[2] http://polobrazo.blogspot.com/2012/02/la-genesis-de-nuestra-identidad.html
[3] http://polobrazo.blogspot.com/2012/02/el-boomerang-espanol.html

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