viernes, 1 de abril de 2022

El Régimen franquista

 



Foto icónica de la represión del Régimen franquista, del fotógrafo Manuel Armengol. Los “grises” reprimiendo violentamente una manifestación en el centro de Barcelona.

 

Un anacronismo histórico

Como dijimos en el artículo anterior el franquismo fue un régimen personalista desde el principio hasta el final. El proceso de institucionalización del mismo fue teniendo lugar de manera paulatina, forzado por la evolución de los acontecimientos internacionales (cuya creciente complejidad escapaban a la comprensión del dictador), por la debilidad económica de nuestro país y por la previsible desaparición física, por razones puramente biológicas, de su vieja guardia. Aun así, Franco se reservó hasta el último momento de su vida consciente el control de los resortes supremos del aparato del estado, y las propias divisiones internas de los franquistas hicieron que éstos lo mantuvieran como árbitro de sus disputas. Su sucesor en la jefatura del estado, Juan Carlos I, heredó una estructura política autocrática que, pese a los límites jurídicos que el dictador había diseñado a través de la Ley Orgánica del Estado (1967), le permitió dar un brusco golpe de timón, ¡sin romper la legalidad vigente!, apenas un año después de su coronación, a través de la Ley para la Reforma Política de 1976.

También dijimos que Franco pretendía, de alguna manera, “construir una especie de monarquía absoluta fuera de tiempo, apoyándose para ello en fuerzas sociales y políticas del siglo XX. Un verdadero anacronismo”[1].

“Se arrogó el poder absoluto mediante la Ley de la Jefatura del Estado de 8 de agosto de 1939, que le otorgaba «la suprema potestad de dictar normas de carácter general» y promulgar decretos y leyes «aunque no vayan precedidas de la deliberación del Consejo de Ministros, cuando por razones de urgencia así lo aconsejen»[2]. Era un poder del que sólo habían disfrutado los monarcas de la España medieval”[3].

Los casi cuarenta años que duró este Régimen son los de la crónica de un proceso político que pretende ir en la dirección contraria a la de los acontecimientos históricos y que termina, finalmente, arrastrado por ellos. Tanto el franquismo como sus elementos residuales que aún perviven en nuestra sociedad estaban condenados, desde el principio, a ser arrollados por el “Viejo Topo de la Historia”, como ocurrió con el resto de fascismos europeos del período de entreguerras.

 

La Segunda Guerra Mundial

“El pilar central del régimen hasta mucho después de la Segunda Guerra Mundial fue la represión. Más de un millón de personas pasó tiempo en la cárcel o en campos de trabajo, y hubo decenas de miles de ejecuciones. Como pusieron de manifiesto la deliberada lentitud del esfuerzo de guerra de Franco y el mismo general en varias entrevistas, estaba invirtiendo en terror. […] El estado de guerra declarado en julio de 1936 no fue revocado hasta el año 1948[4]”.

“Se produjo una incautación en masa de propiedades mediante la aberración jurídica de la Ley de Responsabilidades Políticas, anunciada en Burgos el 9 de febrero de 1939”[5].

La extraordinaria destrucción material y humana provocada por la Guerra Civil española, provocaron el hundimiento de la producción, tanto agrícola como industrial, retrocediendo la primera hasta los niveles de principios del siglo XX, con una población mucho mayor; y el estallido de la Segunda Guerra Mundial hizo que buena parte de la producción agrícola se enviara hacia Alemania para pagar la deuda que Franco había contraído con Hitler. Si sumamos a esto la política económica de carácter autárquico que el Régimen practicó hasta 1959 podremos empezar a imaginarnos la brutal degradación de los niveles de vida, en España, a partir de 1939:

“En octubre de 1939, Franco anunció un plan decenal rudimentario para garantizar la prosperidad futura de España, basada en un optimismo sin fundamento sobre la capacidad del país para sustituir las importaciones, aumentar las exportaciones, depender de sus propias materias primas y hacerlo todo sin inversión extranjera, a pesar de la escasez de fuentes de energía. […] Franco dio la espalda al crecimiento económico que había proporcionado a España su neutralidad durante la Primera Guerra Mundial. El Caudillo creía que podía convertir al país en una gran potencia militar mediante una combinación de autarquía y grandes proyectos de obras públicas financiados simplemente imprimiendo dinero. Su desastrosa decisión de mantener la peseta a un tipo de cambio escandalosamente sobrevalorado debilitó las exportaciones mientras que la falta de divisas limitó las importaciones y provocó una grave escasez.[6][7]

Tras la Segunda Guerra Mundial, es decir a posteriori, el franquismo se dedicó a reescribir la historia y a construir el mito de la “neutralidad española” en la misma:

“Apenas dos meses después de la invasión alemana de Polonia, propuso al jefe del Estado Mayor y a los tres ministros del Ejército, de la Armada y de la Fuerza Aérea un ambicioso plan de rearme, la movilización de dos millones de hombres y preparativos para el cierre del estrecho de Gibraltar con el objetivo hundir el comercio marítimo de los dos países considerados como principales enemigos de España: Gran Bretaña y Francia[8]. Franco estuvo a punto de llevar a España a la guerra del lado del Eje en el verano de 1940 y en varias ocasiones posteriores. Aunque el momento más factible había pasado a finales de ese mismo año, el Caudillo sintió la «tentación del Eje» con especial intensidad después de que los alemanes invadieron la Unión Soviética en el verano de 1941. Sin embargo, en última instancia, sus ambiciones en política exterior se vieron frenadas por dos consideraciones primordiales: su propia supervivencia interna y la limitada capacidad económica y militar de España para la guerra. El aparato de propaganda del franquismo convirtió la incapacidad de su líder para participar en lo que deseaba fervientemente que fuera una victoria del Eje en el mito de que, a fuerza de «hábil prudencia», Franco había engañado a Hitler y se había atrevido a mantener a España al margen de la Segunda Guerra Mundial”.

“En 1941 la producción española de aceite de oliva se envió en su totalidad a Alemania[9]. […] Franco no rompió relaciones diplomáticas con el Tercer Reich hasta el 8 de mayo [de 1945], el día de la capitulación de Alemania. Solo entonces se retiraron las esvásticas del edificio de la embajada alemana[10]. […] El 28 de septiembre [de 1940], Hitler le dijo a Ciano en Berlín que la intervención española «costaría más de lo que vale».”[11]

La creación de un frente de guerra occidental de los países del Eje contra los Aliados en la Península Ibérica nunca fue una opción para los primeros, pese a la lealtad de los dirigentes franquistas con respecto a ellos. España era demasiado grande, abrupta, desarticulada, atrasada y pobre y ocupaba una posición demasiado estratégica para los Aliados (el Estrecho de Gibraltar era vital para las comunicaciones por mar entre el Atlántico y el Indico a través del Mediterráneo), lo que hubiera terminado convirtiendo a nuestro país, como en tiempos de Napoleón Bonaparte, en una segunda Rusia. Los alemanes no podían permitirse el lujo de inmovilizar a 500.000 hombres de su ejército y, en paralelo, hacer un esfuerzo ingente para desarrollar las mínimas infraestructuras (carreteras, vías férreas, fuentes de energía…) que necesitaban para moverse por el territorio, en una España que estaba situada demasiado al oeste, es decir, demasiado cerca de las líneas de comunicación de los aliados anglosajones. Por otra parte, una hipotética intervención militar en España les hubiera impedido utilizar los puertos españoles como puntos de conexión logística para abastecerse de alimentos y de materias primas procedentes de países extra-europeos. España, para el Eje, era más valiosa neutral que alineada con ellos. Aun así, Franco comprometió parcialmente esa neutralidad ficticia al enviar 45.000 hombres al frente ruso a través de la División Azul.

 

La Guerra Fría

La derrota de las fuerzas del Eje en la Segunda Guerra Mundial dejó al régimen franquista aislado a nivel internacional, como un residuo fósil de una etapa histórica que ya había sido superada. A partir de ese momento Franco empieza introducir algunos cambios estéticos para mejorar su imagen exterior y se emplea a fondo para convencer a los aliados occidentales de que su anticomunismo militante lo convierten en un actor necesario en el nuevo escenario de la Guerra Fría.

En 1945, como vimos en nuestro anterior artículo, se promulga el Fuero de los españoles, que pretende ser la versión franquista de una declaración de derechos y libertades.

“Franco declaró que a su régimen lo acabaría sucediendo una monarquía tradicional. El 18 de julio de 1945, retiró de su gabinete a los ministros más estrechamente relacionados con el Eje e incorporó a democratacristianos conservadores como Alberto Martín Artajo como ministro de Asuntos Exteriores, lo que dio credibilidad a su nueva imagen como católico autoritario.”[12]

 

La Autarquía

El régimen franquista pretendió desarrollar la economía del país siguiendo una política autárquica, buscando así alcanzar la autosuficiencia económica. Esto le llevó a regular la economía hasta niveles que impedían a los empresarios aprovechar las ventajas comparativas que tenían, acentuando así el empobrecimiento generalizado que las dos guerras (la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial) ya habían provocado en el país.

Casi todas las relaciones económicas estaban intervenidas por el Estado y necesitaban autorizaciones de políticos de segundo o tercer nivel, que utilizaron los instrumentos administrativos a su alcance para enriquecerse ellos, a costa de las fuerzas productivas. Las importaciones y las exportaciones estaban completamente controladas, el cambio de la peseta era irreal, lo que constituía un impedimento muy serio para el comercio exterior. Los precios de la mayor parte de los productos agrarios estaban también intervenidos, el Servicio Nacional del Trigo (SNT), creado en 1937, adquiría toda la cosecha de trigo, a los precios que el Estado establecía, y monopolizaba su distribución. Las cartillas de racionamiento debían asegurar que el pan llegara hasta el último rincón del país, al precio establecido. Este exceso de intervención provocó la aparición de unas redes de distribución clandestinas paralelas que dieron lugar al desarrollo del mercado negro o “estraperlo”, que permitió enriquecerse de manera escandalosa a algunos. Como todo estaba intervenido por la administración era obvio que, para que pudieran prosperar estas redes clandestinas, debían contar con la tolerancia y complicidad de los funcionarios encargados de controlarlas. Así los zorros eran los encargados de proteger a las gallinas. El resultado de esto lo podemos imaginar. El sistema que aplicaron al trigo en plena Guerra Civil, después se fue extendiendo y generalizando al resto de productos de primera necesidad. Y la corrupción generalizada acabó siendo una característica definitoria del sistema político realmente existente.

“La consecuencia fue el desabastecimiento, por ello, los años cuarenta, quedaron en la memoria colectiva de los españoles como los `años del hambre´.”[13]

“Franco no sólo estaba al corriente de la corrupción, sino que utilizaba su conocimiento para controlar a los miembros de su coalición. No tenía interés alguno en prevenirla; más bien prefería utilizar su información sobre estas prácticas como palanca con los involucrados. De hecho, a menudo pagaba a quienes le hablaban de la corrupción, no tomando medidas contra los culpables, sino haciéndoles saber quién los había delatado[14]. En el Ejército, muchos oficiales con intereses comerciales utilizaban a sus soldados, así como a los prisioneros de guerra republicanos, como mano de obra barata o gratuita. Otros usaban vehículos militares con fines privados. Era habitual que los oficiales de alta graduación practicasen el contrabando. El General Joaquín Ríos Canapé, amigo de Franco, era dueño de un bar en la Gran Vía madrileña, y utilizaba aviones de las fuerzas aéreas españolas para traer licores, café y tabaco del puerto franco de Tánger, mientras su esposa se dedicaba a vender vales de gasolina en el bar. Otros generales importaron productos de contrabando de Canarias. El presupuesto del Ejército se dedicaba a gastos particulares, como la suntuosa puesta de largo de la hija del general Carlos Asensio cuando éste era titular del Ministerio del Ejército. Los espectaculares regalos de los capitanes generales los pagaban a escote y obligatoriamente todos los oficiales. Los oficiales superiores conseguían duplicar o triplicar su paga con empleos bien remunerados en la administración civil o en los consejos de administración de empresas privadas.”[15]

La autarquía tuvo tres grandes ejes de actuación:

·         La reglamentación de las relaciones económicas con el exterior.

·         El sector agrario.

·         El fomento industrial.

Hemos hablado de los dos primeros. En cuanto al tercero, hubo una actuación orientada a:

“Impulsar las industrias de bienes de equipo, que recibieron una importante y continuada ayuda pública, lo cual generó un gran gasto público con efectos inflacionistas muy importantes.

En 1941 se fundó el Instituto Nacional de Industria (INI), un conglomerado de empresas públicas, perfecto ejemplo de actuación del Estado en la economía. Inicialmente, se planteó llegar a todos los sectores industriales, sin embargo, se centró en la producción de energía, siderurgia, material de transporte, industria del automóvil y transporte aéreo, en fertilizantes, aluminio, fibras textiles artificiales y construcción naval. También se estatalizaron los ferrocarriles (RENFE, 1941) y la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE, 1945). A su vez, se impulsó la construcción de embalses y de centrales eléctricas.”[16]

 

Los años cincuenta

Pese al mantenimiento de las líneas básicas de la política autárquica, algo empezó a cambiar a partir de 1950 para tratar de poner fin a la suicida política de aislamiento económico.

Un dato revelador, que refleja el fuerte retroceso sufrido desde la Guerra Civil, es que en ese año el porcentaje de la población activa que trabajaba en el sector primario (agricultura, ganadería y pesca) era del 50 %, el más alto de la Europa de su tiempo y comparable al de la España de principios del siglo XX.

“El consumo de carne per cápita en España en 1950 era sólo la mitad de lo que había sido en 1926 y el consumo del pan también la mitad que en 1936. Desde 1939, los precios habían aumentado más del doble que los salarios de los trabajadores. Además, la insuficiencia de las raciones obligaba a las familias de clase obrera a comprar alimentos en el mercado negro, donde las tarifas duplicaban con creces las oficiales.”[17]

Mientras tanto el mundo estaba cambiando y sus fuerzas vivas realineándose de manera acelerada. La lucha contra el fascismo había dejado de ser una prioridad y se entró que en el periodo histórico conocido como “Guerra Fría”, lo que benefició bastante al régimen franquista.

“Sí, como muchos suponían, estallaba la Tercera Guerra Mundial, no cabía ni plantearse cualquier intervención en contra de Franco. El 26 de septiembre de 1950, mientras las tropas estadounidenses intervenían en Corea y las Naciones Unidas reconsideraban sus relaciones diplomáticas con España, Franco ofreció enviar medio millón de soldados a combatir en Corea. El 4 de noviembre de 1950, la Asamblea General de las Naciones Unidas votó a favor de autorizar el regreso de los embajadores a Madrid, y España fue admitida en la organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), con la abstención de Gran Bretaña y Francia y el voto favorable de Estados Unidos. Franco aclamó la decisión como un espaldarazo internacional en toda regla a sus políticas.[18]

[…] A mediados de noviembre de 1950, la administración Truman autorizó un préstamo de 62.500.000 dólares a España y acordó en secreto nombrar un embajador en Madrid.[19] […] La incorporación formal de España al bloque antisoviético comenzó con el nombramiento de Stanton Griffis como embajador de Estados Unidos el 27 de diciembre.”[20]

El 17 de noviembre de 1952 España ingresó en la UNESCO, el 27 de agosto de 1953 firmó el Concordato con el Vaticano, el 26 de septiembre de 1953 se firmó el Pacto de Madrid con Estados Unidos, que permitió a este país establecer bases militares en el nuestro a cambio de ayuda económica. En diciembre de 1955 España entró en la ONU. El régimen franquista había dejado de ser un paria en el ámbito internacional.

Y empezaron a suceder cosas que habían sido impensables apenas unos años antes. Estallaron las primeras… ¡huelgas obreras! Empezaron en Barcelona:

“El Gobierno de Franco había autorizado al odiado gobernador civil de la provincia, el falangista Eduardo Baeza Alegría, aumentar las tarifas de los tranvías decrépitos de la Ciudad Condal en un 40 porciento, el doble que en Madrid. A finales de febrero [de 1951], se organizó un boicot al transporte público y los tranvías fueron apedreados.[21] El 12 de marzo, la ciudad estaba paralizada con más de trescientos mil trabajadores en huelga, entre los que había comunistas, algunos falangistas, activistas de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y gente de clase media. Cuando los huelguistas volcaron algunos coches y autobuses, Baeza Alegría pidió tropas y Franco reaccionó de forma exagerada enviando tres destructores y un dragaminas a Barcelona y haciendo que la infantería de marina patrullara por las calles. Por suerte, el capitán general de Cataluña, el general monárquico Juan Bautista Sánchez, se negó a utilizar al Ejército para reprimir los tumultos provocados por la irresponsabilidad de Baeza y evitó el derramamiento de sangre confinando tranquilamente a la guarnición en los cuarteles. De hecho, al cabo de dos o tres días, la mayoría de los trabajadores, que temían perder el empleo, ya habían vuelto a sus puestos, pese a lo cual hubo casi mil detenidos, Baeza fue destituido el 17 de marzo.”[22]

Y después se extendieron a otras zonas:

“El paro de los tranvías provocó huelgas de solidaridad de los estudiantes de Granada y Madrid. La industria textil de Manresa seguía cerrada cuando, el 23 de abril de 1951, 250.000 hombres iniciaron una huelga de 48 horas en los astilleros, acerías y minas del País Vasco. Una vez más, los falangistas y los miembros de la HOAC se unieron a los izquierdistas y nacionalistas vascos. El régimen denunció la huelga como obra de agitadores extranjeros. Los empresarios, que no estaban dispuestos a perder mano de obra calificada, hicieron caso omiso a las órdenes del régimen de despedir a los huelguistas. A pesar de la brutalidad policial y el encarcelamiento de los líderes obreros en un campo de concentración cerca de Vitoria, la huelga se prolongó varias semanas. A finales de mayo, hubo otro paro de transportes en Madrid.”

 

El Pacto de Madrid y sus consecuencias

Como dijimos más arriba, el 26 de septiembre de 1953 se firmó el Pacto de Madrid entre España y Estados Unidos. Ya señalé en su día la aparente incongruencia de que el Ministro del Ejército, en ese momento histórico, fuera Agustín Muñoz Grandes, precisamente el general que había mandado la División Azul en la Segunda Guerra Mundial, a las órdenes de Hitler, en el frente ruso. Ese “dato menor” no representó ningún problema ni para Franco, ni para Muñoz Grandes, ni tampoco para los americanos, que unos años antes le habían blanqueado el curriculum a varios miles de nazis a través de la Operación Paperclip y de otras semejantes.

“Quedaban muchos detalles por resolver sobre las condiciones de uso de las bases en tiempo de guerra por parte de la potencia americana y la jurisdicción española final sobre estas.[23] Las ambigüedades y las zonas grises del acuerdo final favorecían a los estadounidenses. Por mucho que lo negara, Franco había renunciado a una gran parte de la soberanía nacional. Una emergencia en caso de guerra, que apenas daría unos minutos para que los cazas pudieron despegar, impediría cualquier negociación, como reconocían las cláusulas adicionales secretas del tratado, de conformidad con los cuales, en caso de agresión soviética, Estados Unidos solo estaba obligado a «comunicar la información de la que dispusiera y sus intenciones a Madrid». Si España era atacada por un agresor no comunista, Estados Unidos no estaría obligado a acudir en su ayuda. […] El pacto de defensa mutua supuso la aportación de 226 millones de dólares en ayuda militar y tecnológica. La ayuda económica general se limitaba a proyectos de infraestructura de uso castrense, construcción de carreteras, puertos e industrias de defensa. Las entregas de material militar consistían principalmente en armas, aviones y vehículos ya utilizados en la Segunda Guerra Mundial o en Corea. A cambio, Franco permitió el establecimiento de bases aéreas estadounidenses en Torrejón de Ardoz (Madrid), Sevilla, Zaragoza y Morón de la Frontera, y una pequeña base naval en Rota (Cádiz), así como una amplia variedad de instalaciones menores de las fuerzas aéreas y de reabastecimiento naval en puertos españoles. El personal militar estadounidense destinado en España quedaba fuera de la jurisdicción española en materia de leyes e impuestos. El Caudillo había negociado la neutralidad y la soberanía sin distinguir entre el bien de España y el bien de Francisco Franco. En particular, la ubicación de bases junto a las grandes ciudades constituía un acto de pura irresponsabilidad.”[24]

 

El ascenso de Carrero Blanco y del Opus Dei

El mundo de los años cincuenta era mucho más complejo que el de la década anterior, y cada día se hacía más patente que las recetas autárquicas y el excesivo protagonismo de militares y falangistas en el gobierno representaban un verdadero lastre para las tareas de gobierno. Hacían falta verdaderos técnicos al frente de los ministerios, especialmente en los económicos. Poco a poco se va abriendo paso la figura del almirante Luis Carrero Blanco. Carrero era militar de profesión y, por tanto, a priori estaba libre de toda sospecha. Era una eminencia gris y muy conservador. Desde el punto de vista ideológico lo podemos calificar como un integrista católico. Y, pese a moverse siempre dentro de esos parámetros, poseía una visión de futuro muy superior a la del resto de la cúpula dirigente franquista, incluyendo al propio Franco. Fue esa cualidad la que le hizo convertirse, de manera lenta pero inexorable, en el cerebro del Régimen a partir de los años cincuenta. No dejará de ir acumulando poder y, discretamente, dándole consistencia a la estructura política del Estado. Fue el artífice de la mayor parte de los cambios institucionales que permitieron reciclarse a un régimen militarista y reaccionario y, como consecuencia de esto, sobrevivir hasta 1975.

Aunque no fuera un verdadero técnico, supo rodearse de un equipo de personas que sí lo eran, y al frente del mismo puso a Laureano López Rodó, el primer miembro del Opus Dei que llegó a tener responsabilidades políticas de alto nivel. Será el que abra las puertas a varias decenas de ministros o directores generales de esta filiación, que irán paulatinamente haciéndose cargo de importantes parcelas de poder en el régimen franquista hasta el día del asesinato de Carrero Blanco (20 de diciembre de 1973). El Opus Dei se terminó adueñando de buena parte de los ministerios económicos. Desde mediados de los 50 Carrero Blanco actuó como el brazo derecho de Franco y López Rodó como el brazo derecho de Carrero. El Opus Dei desplazó de varias áreas de gobierno a falangistas y militares, lo que hará que muchos de éstos comenzaran, de manera soterrada, a conspirar contra ellos y a crear el bloque político que más adelante se conoció como “El Búnker”. El objetivo estratégico, tanto de Carrero como del Opus Dei, era conseguir que cuando Franco muriera España se convirtiera en una monarquía autoritaria, con Juan Carlos de Borbón como rey, alineada exteriormente con el bloque franco-alemán, en una época en la que De Gaulle estaba al frente de los destinos de Francia y Adenauer de los de Alemania Occidental. Ambos bastante conservadores.

 

El Plan de Estabilización

En 1959 el Opus Dei había acumulado ya suficiente poder como para conseguir convencer a Franco de que había llegado el momento de liberalizar la economía, reducir las trabas que durante la Autarquía se habían impuesto a los empresarios y a los inversores extranjeros, devaluar la peseta hasta a un cambio más realista e ingresar en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Y para conseguir esto se puso en marcha el llamado “Plan de Estabilización de la Economía”. En ese momento la economía española se encontraba en una situación límite:

“El Plan fue elaborado con la participación de los economistas Juan Sardá y Enrique Fuentes Quintana[25] y fue aprobado por el gobierno mediante Decreto Ley, el 21 de julio de 1959 y refrendado por las Cortes el 28 de julio de 1959, tras vencer las resistencias internas de varios ministros del gobierno y del propio Franco, para los que la política de carácter autárquico tenían un carácter ideológico unido a la victoria en la Guerra Civil y al nacionalismo. Es más, sin la asfixia exterior y la sombra de la suspensión de pagos internacional, es poco probable que se hubiera abandonado este modelo autárquico, tan próximo a la ideología de un Régimen creyente en las virtudes omnímodas del Boletín Oficial del Estado, generador de una enorme pléyade de buscadores de rentas y con escaso aprecio por los mercados abiertos y con competencia. La adopción del plan se retrasó, tratando de evitar la adopción de medidas contrarias al aislamiento de la economía española.”[26]

El tipo de cambio de la moneda pasó de 42 pesetas por dólar a 60. Los salarios se congelaron y se elevaron los tipos de interés, se subieron los impuestos, se limitó el gasto público y la concesión de créditos a particulares y se fomentó la inversión extranjera.

“Los efectos estabilizadores se dejaron notar a muy corto plazo, tanto en el interior como en el equilibrio exterior:

·         En 1959 se produjo un superávit de la balanza de pagos de 81 millones de dólares.

·         Las reservas de divisas del Banco de España se incrementaron. La suma de reservas exteriores y créditos a corto plazo del Estado pasó de presentar un valor negativo cercano a los 2 millones de dólares en junio de 1959 a un saldo positivo cercano a los 500 millones en diciembre de 1960.

·         La inflación se redujo desde el 12,6 por ciento en 1958 hasta el 2,4 por ciento en 1960.

·         Incremento de la inversión exterior en España y del turismo.

·         Mejoran las condiciones de competencia en el país y la incorporación de tecnologías.

Pero la estabilización, como todos los procesos de este tipo, también supuso en el corto plazo, un notable freno de la producción española durante la segunda mitad de 1959 y principios de 1960, con congelaciones salariales y fuertes descensos del consumo y la inversión y el consiguiente aumento del paro. Todos estos hechos provocaron un fenómeno de capital importancia en la época, el incremento de la emigración española básicamente hacia Europa en busca de empleo. En este sentido señala Tamames en su obra Introducción a la economía española que: "Sin la espita de la emigración, el paro se habría elevado a cifras muy importantes, las remesas de emigrantes no habrían alcanzado tan altos valores y tal vez se habría producido un retroceso en las medidas estabilizadoras".[27][28]

 

El Desarrollismo

Desde 1960 la economía española entra en un proceso de desarrollo económico acelerado:

“El boom de España se produjo en una época de crecimiento económico internacional sostenible. Ese contexto permitió la exportación del exceso de mano de obra, en gran medida al norte de Europa. Los trabajadores emigrantes enviaban remesas en moneda extranjera. Los ingresos disponibles en los bolsillos de los empleados alemanes, franceses y británicos dieron alas a un turismo que proporcionó a España valiosas divisas. La aportación de Franco fue involuntaria: al anticomunismo que trajo la ayuda estadounidense a mediados de los años cincuenta se sumó el atractivo para los inversores extranjeros de una legislación laboral represiva. Al añadir a la represión de las huelgas las facilidades a la repatriación de beneficios, España se convirtió en un destino goloso para las inversiones extranjeras a principios de los años sesenta”[29].

[…] en enero de 1962, López Rodó fue nombrado comisario del Plan de Desarrollo, al frente de un organismo de planificación central creado por recomendación de los asesores del Banco Mundial.”

Y el franquismo importó el modelo soviético de los planes quinquenales (aunque en este caso eran cuatrienales) y se llamaban “planes de desarrollo”.

“Hubo tres Planes de Desarrollo, sucesivamente:

·         Primer Plan de Desarrollo (1964-1967), aprobado por la Ley 194/1963 de 28 de diciembre (que entra en vigor el 1 de enero de 1964). Surgen los polos de desarrollo industrial, con importante incidencia en ciudades como Valladolid (FASA-Renault), Vigo (factoría Citroën), La Coruña, Zaragoza y Sevilla[30]. Se centró en el Polo de Promoción Industrial de Burgos y en el Polo Químico de Huelva. Obtuvo un resultado de un incremento del 6,4% del P.N.B.

·         Segundo Plan de Desarrollo (1968-1971): Los polos de desarrollo industrial de Valladolid, Zaragoza y Sevilla son sustituidos en 1970 (aunque evidentemente eso no significa que desaparezcan) por unos nuevos considerados más prioritarios en Granada, Córdoba y Oviedo.

·         Tercer Plan de Desarrollo (1972-1975): interrumpido, entre otras razones, por el aumento del precio del petróleo y la lentitud del desarrollo de las actuaciones públicas previstas.”[31]

 

Las luchas obreras

A las luchas obreras durante el franquismo dedicaremos específicamente el próximo artículo, por tanto no nos extenderemos en ellas. Sólo diremos que acompañando a todas estas medidas económicas promovidas por el segundo franquismo también salió adelante la Ley de Convenios Colectivos (1958), que permitió la negociación colectiva entre empresarios y trabajadores y, con ella, el desarrollo de nuevas estrategias sindicales que darán lugar al surgimiento de un potente sindicalismo clandestino que pronto recibió el nombre de Comisiones Obreras.

“En la primavera de 1962, una ola huelguística, la más importante desde 1939, indicó con claridad que el éxito del régimen en la desarticulación de grupos clandestinos y en la contención de la conflictividad laboral en los años inmediatamente anteriores había sido solamente temporal. El epicentro del movimiento huelguístico de 1962 estuvo en la minería asturiana, pero se manifestó en todas las zonas mineras españolas y en los principales núcleos industriales, y, además, tuvo un gran impacto internacional[32]. El gobierno adoptó rápidamente medidas represivas extraordinarias –el “estado de excepción” en Asturias, Vizcaya y Guipúzcoa– pero también negoció con los huelguistas, enviando a Asturias a José Solís Ruiz, Ministro Secretario General del Movimiento y delegado nacional de Sindicatos. La “normalidad” laboral no estuvo plenamente restablecida hasta el verano […] Desde 1963 el Ministerio de Trabajo, y desde 1966 la Organización Sindical, elaboraron informes anuales sobre la conflictividad laboral que permiten apreciar, a pesar de sus insuficiencias y sesgos, una tendencia continuada, aunque con algunas fluctuaciones, al crecimiento del número de conflictos, de los trabajadores que secundaban las huelgas y de las horas de trabajo perdidas […] La conflictividad de los años sesenta y setenta tuvo siempre un carácter esencialmente reivindicativo; es decir, las demandas de aumentos salariales y, secundariamente de mejoras en las condiciones laborales, fueron habitualmente los factores desencadenantes de la movilización obrera, era lo que, al decir de los propios activistas, “movía a los trabajadores”.”[33]

 

Las fuerzas políticas clandestinas

Las luchas obreras se convirtieron en el motor más potente de lucha contra el franquismo y dieron alas al desarrollo de una oposición política ilegal cada vez más amplia. La organización más potente de ella en todo el periodo franquista fue, indudablemente, el Partido Comunista de España (PCE), pero en los años sesenta van surgiendo una multitud de nuevos partidos, empezando por el Frente de Liberación Popular (FLP), y siguiendo después por el Partido del Trabajo (PTE), Organización Revolucionaria de los Trabajadores (ORT), Movimiento Comunista de España (MCE), Bandera Roja (BR), etc., entre los de ámbito estatal, a los que habría que sumar las fuerzas nacionalistas que se extendieron, sobre todo, en Cataluña y el País Vasco. También aparecen organizaciones armadas, que empiezan a organizar secuestros y atentados terroristas. La más importante de toda de todas sería ETA (Euskadi Ta Askatasuna), que tuvo varias ramas independientes. Debemos igualmente citar en este apartado al FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota).

 

Preparando el relevo del dictador

Carrero Blanco y su cohorte de políticos del Opus Dei, empeñados desde la segunda mitad de los años cincuenta en la tarea de consolidar el Régimen franquista a niveles institucionales, económicos y también en el ámbito de las relaciones exteriores, fueron diseñando una estrategia de salida del mismo que quedó plasmada en buena medida en la Ley Orgánica del Estado, de 1967, que pretendía ser el marco jurídico que regulara el proceso político que se abriría tras la muerte de Franco. Es a esto a lo que se refería éste en sus discursos de sus últimos años de vida cuando decía “todo está atado y bien atado”. El entorno que Carrero Blanco había creado alrededor del Dictador había previsto hasta el último detalle del proceso, con el visto bueno del “Caudillo”.

El cargo que Carrero Blanco venía desempeñando desde 1951 en los sucesivos gobiernos del Régimen era el de Subsecretario de la Presidencia. Pero el 21 de septiembre de 1967 fue nombrado Vicepresidente del Gobierno, reemplazando nada menos que a Agustín Muñoz Grandes. Un integrista católico reemplazó en el mando a un nazi confeso. El que llevaba ya una década moviendo discretamente los hilos del poder pasó a copresidir los consejos de ministros y, de facto, asumió las riendas del gobierno, que conservaría ya hasta su muerte. El 9 de julio de 1973 ascenderá a Presidente del Gobierno. Por parte de Franco esto significaba un reconocimiento implícito de su incapacidad para gobernar.

“…amparándose jurídicamente en la Ley de Sucesión de 1947, en julio de 1969 Franco designó a Juan Carlos como sucesor a título de rey, nombramiento que sería ratificado por las Cortes Españolas el 22 de julio de 1969. Ante la Cámara, ese mismo día el joven príncipe juró guardar y hacer guardar las Leyes Fundamentales del Reino y los principios del Movimiento Nacional, es decir, el ideario franquista.”[34]

En ese momento los dirigentes del Régimen creían tenerlo todo bajo control.

 

El Tardofranquismo (1969-1975)

Algunos autores han acuñado el término “Tardofranquismo” para referirse al periodo 1969-1975, que es considerado como la fase de descomposición final del régimen franquista. El Tardofranquismo

“Comienza cuando los síntomas de la decadencia física e intelectual fueron evidentes y el dictador no controlaba la acción política ni a sus ministros […] De ahí la disgregación del Movimiento Nacional y el surgimiento de la camarilla de El Pardo.”[35]

En torno a 1960 los médicos le detectaron a Franco la enfermedad de Parkinson. Desde entonces empezó a medicarse para ralentizar su inexorable avance, manteniéndola bajo control durante años. Pero a finales de esa década sus síntomas externos ya no podían ocultarse. Sus labios y su mano izquierda temblaban, en público parecía ausente y, a veces, se dormía. Los consejos de ministros se volvieron cada vez más breves y distanciados en el tiempo, lo que tuvo evidentes consecuencias políticas.

El franquismo, como dijimos al principio, era un régimen personalista. Cuando el “Caudillo” empezó a dar síntomas de debilidad, las contradicciones entre las diferentes facciones políticas que lo dirigían se agudizaron y se desató una lucha por el poder que preparó el camino de la transición política del post-franquismo. Carrero Blanco y su equipo, durante la década de los sesenta se dedicaron, como ya hemos visto, a consolidar las instituciones del Régimen para prevenir las consecuencias de esa descomposición política que estaban viendo venir, lo que les dio un poder evidente pero, a su vez, ligó su suerte a la del dictador. Serán los últimos defensores de un régimen que se caía a pedazos.

Hablamos al principio de las corruptelas que caracterizaron a este sistema político desde sus orígenes y de cómo Franco las permitió para reforzar su poder personal. A nadie se le hubiera ocurrido los años 40 o 50 denunciar públicamente a ningún pro-hombre del Régimen, ni directa ni indirectamente, por las consecuencias inmediatas que esto hubieran tenido para él. Fueron miles los que se enriquecieron aprovechándose de la discrecionalidad de los mecanismos políticos a su alcance. Por eso sorprende que, durante los últimos años del franquismo, saltaron a las primeras planas de los periódicos escándalos de corrupción económica, como el caso MATESA (que estalló, y no por casualidad, el 23 de julio de 1969, es decir, al día siguiente de que Juan Carlos de Borbón jurara fidelidad a los Principios Fundamentales del Movimiento y que salpicó a varios ministros del Opus), SOFICO (que lo hizo con varios militares y algún falangista notables) o el del aceite de Redondela (en el que estuvo implicado Nicolás Franco, hermano del dictador). También es inaudito que estos escándalos fueran ampliamente utilizados por la prensa del Régimen, incluyendo en ella a la que dependía directamente de la Secretaría General del Movimiento (lo que terminó costándoles el puesto a los ministros Manuel Fraga Iribarne (Información y Turismo) y José Solís Ruíz (Secretario General del Movimiento), sin cuyo apoyo implícito a la difusión de los dos primeros no habrían tenido la cobertura mediática que tuvieron). Sólo podemos ver estos escándalos como ajustes de cuentas entre las diversas facciones del Régimen, que estaban librando una feroz lucha política entre bastidores.

Sólo dentro de esa lucha cainita de facciones franquistas podemos entender la presencia de algunos sectores de la falange (los hedillistas) y del carlismo (los seguidores de Carlos Hugo de Borbón-Parma) en los sindicatos clandestinos, participando en huelgas codo a codo con los comunistas y el florecimiento de los militantes obreros católicos (HOAC, USO, JOC, etcétera). En esa última etapa del franquismo la Iglesia empieza a marcar públicamente las distancias con el poder. Todos eran conscientes de que la Dictadura se venía abajo y empezaron a tomar posiciones pensando en el día después.

En enero de 1969 la Iglesia elige a Vicente Enrique y Tarancón como Primado de España, quien rápidamente empieza a marcar las distancias con el Régimen:

“… el 13 de septiembre de 1971 inauguró una asamblea conjunta de obispos y sacerdotes que rechazó la ideología divisiva y guerra-civilista de la dictadura con estas palabras: «Reconocemos humildemente y pedimos por ello perdón, por no haber sabido ser, cuando fue necesario, verdaderos ministros de la reconciliación». En diciembre de 1971, el Vaticano nombró a Tarancón Arzobispo de Madrid-Alcalá, subrayando así que la diócesis era el centro del poder de la Iglesia. Fue sustituido como primado por el arzobispo de Barcelona, Marcelo González Martín, que cedió la archidiócesis al catalán progresista Narcís Jubany i Arnau[36]. Bajo la dirección del obispo de Huelva, Rafael González Moralejo, la comisión Pax et Justitia de la Iglesia denunció la brutalidad del régimen. Franco reaccionó ante Tarancón, Jubany y González Moralejo como si la Iglesia se hubiera unido al enemigo. En su mensaje de fin de año de diciembre de 1971, insinuó que el régimen tomaría medidas contra las posiciones aperturistas adoptadas por los obispos progresistas. Sus amenazas no hicieron más que reafirmarlos en sus posiciones. Así, el obispo de Málaga declaró que no silenciarían a la jerarquía.[37]

En el mes de octubre de 1969 el tándem Franco-Carrero hace una profunda remodelación del gobierno que rompe los tradicionales equilibrios internos de las “familias” franquistas y que la historiografía ha bautizado como “Gobierno Monocolor”, ya que los ministros del Opus dominan por completo la escena, y los falangistas que hay en él son dirigentes de segunda fila.

[1970] “comenzó con una huelga de veinte mil mineros en Asturias, lo que obligó a importar el carbón necesario para mantener en marcha la industria siderúrgica. Antes del verano, ya se habían producido conflictos laborales graves en los astilleros, las empresas de la construcción de Granada y Madrid y el metro de la capital española, donde 3.800 empleados se vieron obligados a volver al trabajo cuando el gabinete decretó su movilización militar, lo que permitía someterlos a consejo de guerra por motín. Esas respuestas brutales eran sintomáticas de la crisis de autoridad del régimen. Durante la huelga de Asturias, el arzobispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, condenó las represalias del gobierno contra los mineros. El 21 de julio, la policía disparó contra una manifestación de unos dos mil trabajadores de la construcción en Granada y causó tres muertos y varios heridos.”[38]

Las luchas obreras entraron en una fase de aceleración continua que se mantendría ya hasta la firma de los Pactos de la Moncloa en octubre de 1977, en plena fase de Transición a la Democracia.

El 3 de diciembre de 1970 comenzó el Juicio de Burgos, con 16 acusados, que se terminó convirtiendo en un juicio político contra la Dictadura.

“El proceso de Burgos terminó con una doble condena a muerte para tres etarras y una condena de muerte ordinaria para otros tres de los quince declarados culpables. López Rodó y Carrero Blanco coincidieron en que sería políticamente desastroso que Franco las ratificara. En el consejo de ministros del 30 de diciembre de 1970, López-Bravo abogó por la conmutación. Franco, a regañadientes, hizo un gesto magnánimo y conmutó las penas de muerte por penas de cárcel. […] La torpeza del régimen en el manejo del proceso y la actitud de la Iglesia dieron alas a la oposición. […] Rodeado por los ultras de El Pardo, al Caudillo las cosas se le iban de las manos.”[39]

 

La España nuclear

Los yacimientos de uranio que se calcula que tiene España alcanzan las 4.650 toneladas, lo que la convierte en el segundo país con más reservas evaluadas de la Unión Europea (por detrás de Francia, que triplica esa cantidad).

“En septiembre de 1948, Francisco Franco, mediante un decreto de carácter reservado, creó la Junta de Investigaciones Atómicas (JIA), constituida el 8 de octubre de 1948[40] […] En 1951, terminada la fase secreta, fue rebautizada como Junta de Energía Nuclear (JEN),[41] bajo la presidencia del general Juan Vigón”[42]

La buena relación que el franquismo desarrolló con los Estados Unidos a partir de la firma de los Acuerdos de Madrid hizo que los norteamericanos dieron el visto bueno, en 1955, a la construcción de la primera central nuclear española, la de Zorita, lo que implicaba una significativa transferencia tecnológica en el terreno nuclear hacia nuestro país. En 1958 se inauguró el Centro de Energía Nuclear Juan Vigón, en la Ciudad Universitaria de Madrid. En 1969 se inauguraba la central de Zorita (en Guadalajara) y en 1971 la de Garoña (Burgos). La tecnología nuclear empezaba a despegar en España.

Mientras tanto la situación política en el Magreb se desestabilizaba. Marruecos se independizó de Francia en 1956, e incorporó el Protectorado español (zona del Rif). En 1957 estalló la Guerra de Ifni, que acabó con la anexión de este territorio, hasta entonces español, por parte de Marruecos. En 1962 Argelia consiguió también su independencia tras una larga guerra de liberación contra los franceses. Francia, mientras tanto, se había convertido en una potencia nuclear que había construido ya media docena de centrales desarrollando su propia tecnología (que no dependía de las transferencias tecnológicas norteamericanas) y había detonado ya sus propias bombas (las primeras en el desierto argelino y, después, en el Atolón de Mururoa, en la Polinesia francesa).

La llegada de Charles de Gaulle a la presidencia de la República en 1959 dio alas al programa nuclear francés y provocó un distanciamiento político entre su país y los Estados Unidos. Francia, que se había convertido en el motor más importante del proyecto político de los Estados Unidos de Europa (que era el objetivo último que se escondía tras la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE)), abandonó el mando conjunto de la OTAN en 1966 y promovió la creación y desarrollo de la Unión Europea Occidental, una organización militar supranacional que pretendía ser el germen de un futuro ejército europeo (al margen de la OTAN).

Es en ese contexto político en el que algunos militares empezaron a ver la necesidad de desarrollar, discretamente, una bomba atómica española, para tener un as guardado en la manga por si la situación del Magreb se deterioraba aún más. Esa investigación debía ser secreta y había que mantener a los norteamericanos ajenos a la misma. La tecnología que hasta entonces habíamos obtenido no permitía ese desarrollo nuclear de uso militar. Había que acercarse a Francia.

Charles de Gaulle apoyó la iniciativa española y ambos gobiernos llegaron a un acuerdo en ese sentido, cuya parte pública consistía en construir conjuntamente una nueva central nuclear, la de Vandellós I (en la provincia de Tarragona), que usaría una tecnología que habían creado los franceses de forma autónoma (la de grafito-gas).

“La construcción de Vandellós I, en 1967, con sus 480 megavatios de potencia, tendría la capacidad de crear suficiente plutonio como para, al ritmo de 5 unidades anuales, crear hasta 32 bombas nucleares, algunas de las cuales servirían como iniciadores de bombas termonucleares, antes de que los Estados Unidos y el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) se dieran cuenta”[43]

Al frente del proyecto se puso, en 1963, a Guillermo Velarde, físico y militar del Ejército del Aire, que lo bautizó como “Proyecto Islero” (“Islero” era el nombre del toro que mató a Manolete. La referencias taurinas que no falten).

“Desde el principio, el Proyecto Islero se mantuvo en secreto. Cuenta Velarde cómo los distintos equipos que trabajaron en él no sabían a qué se dedicaban los demás ni cuál era el fin último de sus investigaciones. El trabajo se dividió en dos fases: "la primera correspondía al proyecto de la bomba atómica en sí, y la segunda a la construcción de un reactor nuclear, de la fabricación de los elementos combustibles del reactor y de la planta de extracción del plutonio de los elementos combustibles sacados de este reactor".

Velarde apostó en todo momento por una bomba de plutonio, y no de uranio. El uranio 235, del que se necesita un 80% para construir una bomba atómica, había que obtenerlo en plantas de difusión gaseosa, que por coste, consumo eléctrico y dificultades técnicas estaban fuera del alcance de España. El plutonio 239, que forma al menos el 94% de una bomba atómica de esta base, se podía conseguir en un reactor nuclear pequeño y una potencia térmica cien veces inferior a los utilizados para producir electricidad.

La pega era que, con este segundo elemento, el proceso posterior de fabricación de la bomba era mucho más complejo, "pero debido a la gran capacidad científica y técnica de la mayoría de los investigadores de la JEN", asegura Velarde en su libro, "estaba totalmente convencido de que podía desarrollarse y construirse".”[44]

Un suceso fortuito, ocurrido en 1966, aceleró el proceso de desarrollo tecnológico nuclear español, se trata del Incidente de Palomares:

“El accidente nuclear de Palomares fue un accidente nuclear ocurrido en la localidad española de Palomares, perteneciente al municipio de Cuevas del Almanzora (Almería), el 17 de enero de 1966. En el contexto histórico de la Guerra Fría, dos aeronaves de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF), un avión cisterna KC-135 y un bombardero estratégico B-52, colisionaron en vuelo en una maniobra de reabastecimiento de combustible. Esto provocó el desprendimiento y la caída de las cuatro bombas termonucleares que transportaba el B-52, así como la muerte de siete del total de los once tripulantes que sumaban ambas aeronaves.”[45]

“los investigadores españoles habían podido extraer los trucos de funcionamiento de las bombas atómicas gracias a los restos de las bombas caídas en 1966 en Palomares”[46]

Poco después los norteamericanos se dieron cuenta de lo cerca que estaba España de conseguir su propia arma nuclear, y sonaron todas las alarmas:

“…las pesquisas de la CIA, que descubrieron los planes de construcción de varias centrales nucleares y plantas de enriquecimiento de uranio, junto con el ascenso a presidente del gobierno de Luis Carrero Blanco, anti-yanqui confeso y pro-nuclear acérrimo, pusieron en alerta a las autoridades norteamericanas. Alertas que se dispararon del todo cuando España se negó a firmar el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares y cuando el Secretario de Estado Henry Kissinger, tras una durísima reunión con Carrero Blanco el 19 de diciembre de 1973, se da cuenta de que la amenaza no era baladí.”[47]

Toda esta cadena de acontecimientos ha hecho a algunos autores referirse a la “conexión americana” del atentado contra Carrero Blanco. Según José Manuel Martín Medem:

“La CIA utilizó a ETA para asesinar en 1973 a Luis Carrero Blanco, el primer presidente del gobierno nombrado por el dictador Francisco Franco. La conexión de la CIA con ETA fue facilitada por el Partido Nacionalista Vasco. Un informe de los servicios secretos españoles asegura que el explosivo utilizado era C4, “fabricado en Estados Unidos para el uso exclusivo de sus Fuerzas Armadas”. Con el asesinato de Carrero, la Administración Nixon eliminaba la oposición del almirante a la renegociación sobre las bases militares y a la entrada de España en la OTAN. También cancelaba la amenaza de una colaboración del gobierno español con el francés para compartir la fabricación de armamento nuclear. Y además aumentaba la necesidad que el príncipe Juan Carlos tenía del apoyo de Washington. Estados Unidos establecía las condiciones de lo que iba a ser su intervención para conducir la transición después de la muerte de Franco. Todo esto y mucho más es lo que cuenta Pilar Urbano en su libro “El precio del trono””[48]

En cualquier caso, los hechos probados son que España se opuso a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear durante 19 años (1968-1987), que este importante hecho apenas trascendió en la prensa española (pese a las importantes presiones políticas internacionales a las que fueron sometidos los gobiernos que hubo durante ese tiempo, tanto en Dictadura como en Democracia), que el atentado que costó la vida a Carrero Blanco tuvo lugar un día después de su entrevista con Henry Kissinger en Madrid, que el explosivo utilizado en el mismo procedía de la base militar norteamericana de Torrejón de Ardoz, que la explosión tuvo lugar a muy poca distancia de la embajada norteamericana en Madrid y que es muy poco probable que a los servicios de inteligencia de este país le pasara desapercibida la construcción de un túnel subterráneo en las inmediaciones de su embajada.


Restos de la explosión que costó la vida a Carrero Blanco

Carlos Arias Navarro

El asesinato, por parte de la organización ETA V Asamblea, del almirante Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973, primer presidente del gobierno del franquismo, fue un mazazo político para el Régimen que alteró por completo la dinámica de los acontecimientos, agudizó los enfrentamientos internos entre las diversas facciones del mismo y aceleró el proceso histórico de la transición política a la Democracia, cuyo punto de arranque es situado por muchos autores precisamente ese día, aunque otros lo sitúan en el 20 de noviembre de 1975 (día oficial de la muerte de Franco).

A finales de 1973 Franco ya era considerado por todos como un anciano que presentaba claros síntomas de senilidad y que estaba cada vez más alejado del proceso de toma de decisiones del Régimen que él había creado. El verdadero peso de la gestión política cotidiana recaía, desde hacía tiempo, en Carrero Blanco y sus colaboradores más cercanos (casi todos miembros del Opus Dei). Hasta su muerte había ido relegando a la Falange a una posición cada vez más marginal dentro del núcleo duro del poder. Su desaparición física cambió el curso de la Historia.

Cuando le faltó su “brazo derecho”, Franco se volvió hacia su círculo doméstico más cercano, es decir, hacia la que muchos autores denominan “Camarilla de El Pardo” en la que su mujer, Carmen Polo, y su yerno, Cristóbal Martínez-Bordiú, eran los elementos centrales. Y la Camarilla de El Pardo hacía ya tiempo que tenía un candidato alternativo: Carlos Arias Navarro. Arias era el único ministro del último gobierno de Carrero que le había sido “sugerido” a éste por Franco, como una concesión hacia su entorno familiar.

“El Caudillo parecía anonadado. Incapaz de comer, se refugió en su despacho, ahora era más vulnerable a la camarilla de El Pardo que seis meses antes.[49]Fernández-Miranda se convirtió automáticamente en presidente del Gobierno en funciones. Sin embargo, empezaron los preparativos para la lucha de poder que se avecinaba. […] En lo tocante a la sucesión de Carrero Blanco, doña Carmen y Cristóbal Martínez Bordiú intervinieron de forma decisiva para bloquear el ascenso de Fernández-Miranda, a quien consideraban cómplice de lo que ellos suponían que sería la liberalización del régimen que auspiciaba Juan Carlos.[50] […] Franco recibió las presiones de doña Carmen y de Vicente Gil para que cambiara de opinión a favor del ultra Arias Navarro”[51]

Durante los dos últimos años del Régimen franquista se desencadenó un proceso involutivo que aceleró su propia descomposición política e hizo que las facciones del mismo que habían sido derrotadas multiplicaran sus contactos con otros gobiernos del entorno occidental y con la oposición política clandestina.

Arias, al principio, debemos considerarlo como el candidato del “Búnker”, es decir del ala derecha del franquismo tardío, cuyo núcleo duro era la citada Camarilla de El Pardo. No obstante, en la composición de sus gobiernos, aunque había algunos representantes de esa facción (José Utrera Molina, por ejemplo), dominaban los “moderados” del Régimen. En ellos los miembros del Opus Dei desaparecieron de la escena… ya para siempre, y serán reemplazados por representantes del resto de familias del franquismo.

En el mensaje de fin de año de 1973 que Franco dirigió por televisión a todos los españoles, pocos días después del atentado contra Carrero, intercaló una frase que causó desconcierto: “No hay mal que por bien no venga” y que disparó todo tipo de especulaciones. Algunos la tradujimos como “He captado el mensaje”, e interpretamos que estaba dirigida claramente al gobierno norteamericano.

Lo cierto es que, pese a que los falangistas habían recuperado una parte importante del poder perdido, pronto tuvieron lugar una serie de decisiones políticas que sorprendieron a muchos y que fueron interpretadas por la prensa del Régimen en clave democratizadora.

El 12 de febrero de 1974 Arias se dirigió a las Cortes franquistas para presentar el proyecto de Ley de Asociaciones Políticas, con un discurso que la prensa del Régimen consideró histórico y en torno al cual se acuñaría la expresión “Espíritu del 12 de febrero”. El Régimen estaba dispuesto a regular el “contraste de pareceres” que había en la sociedad española y permitir la creación de “asociaciones políticas” (la palabra partido seguirá siendo tabú) pero… “Dentro de los principios fundamentales del Movimiento”, obviamente. Esta propuesta la venían barajando algunos falangistas desde hacía ya tiempo y, esta vez, contaba con el visto bueno del Dictador.

El debate en las Cortes en torno a la misma se prolongó durante todo ese año, promulgándose finalmente el 21 de diciembre. Como consecuencia de ella las diversas facciones internas del franquismo adquirieron carta de naturaleza legal y se convirtieron en unos pre-partidos políticos que veremos después en acción tras la muerte de Franco.

 

La agonía del Dictador

La salud del Dictador se siguió deteriorando y, en paralelo, el aislamiento social del gobierno de Arias. Las luchas obreras eran imparables, y las organizaciones terroristas (fundamentalmente ETA y FRAP) cada vez más mortíferas. El Régimen estaba acorralado y, en ese contexto, decidió contraatacar haciendo lo que le parecía que era una demostración de fuerza pero que, en realidad, el mensaje que transmitía era justo el contrario. Tres militantes de ETA y ocho del FRAP fueron condenados a muerte:

“Como parte de una oleada mundial de indignadas protestas, quince gobiernos europeos retiraron a sus embajadores. Hubo manifestaciones y ataques a los edificios de las embajadas españolas en la mayoría de los países de Europa. El Presidente de México, Luis Echeverría, pidió la expulsión de España de las Naciones Unidas. El papa Pablo VI y todos los obispos españoles apelaron a la clemencia. Don Juan envió la misma petición a través de su hijo. Llegaron demandas similares de gobiernos de todo el mundo. Franco, indignado, las ignoró todas. En un consejo de ministros que tuvo lugar el 26 de septiembre, presidido por un Caudillo extremadamente enfermo, se confirmaron cinco sentencias de muerte. Al amanecer del día siguiente, los procesados fueron fusilados. Las condenas internacionales -entre las que destacó, por su franqueza, la de Pablo VI- se intensificaron, y la Comisión Europea pidió la suspensión del comercio con España. La embajada española en Lisboa fue saqueada.[52]

Con el prestigio internacional de España por los suelos, el rey de Marruecos decidió dar un paso adelante y organizó la “Marcha Verde” sobre el territorio del Sáhara español (hoy Sahara Occidental), lo que podía llegar a degenerar en una nueva guerra contra Marruecos.

El 15 de octubre de 1975 Franco sufrió un infarto. Le siguieron tres más los días 20, 22 y 24. El día 30 sufrió una peritonitis y entonces “ordenó que se aplicara el artículo 11 de la Ley Orgánica del Estado, lo que puso fin a su regencia y pasó la Jefatura del Estado a Juan Carlos”.

Tras una larga agonía, el 20 de noviembre Arias Navarro anunció en televisión que Franco había muerto.



[2] Boletín oficial del Estado, 9 de agosto de 1939; Arriba, 9 de agosto de 1939; Ya, 9 de agosto de 1939; Enrique Moradiellos, Franco. Anatomía de un dictador, Madrid, Turner, 2018, pp. 174-176.

[3] Paul Preston: Un pueblo traicionado. Penguin Random House. Grupo Editorial. Barcelona. 2019. P.363.

[4] Preston, Paul: The Spanish Holocaust: Inquisition and Extermination in Twentieth-Century Spain, cap. 13. Sobre el trato a las mujeres, véanse Fernando Hernández Holgado: Mujeres encarceladas. La prisión de Ventas. De la República al franquismo, 1931-1941, Madrid, Marcial Pons, 2003, pp. 113-182; Ricard Vinyes, Montse Armengou y Ricard Belis: Los niños perdidos del franquismo, Barcelona, Plaza y Janés, 2002, pp. 59-71, 89-92; Antonio D. López Rodríguez, Cruz, bandera y caudillo. El campo de concentración de Castuera, Badajoz, CEDER-La Serena, 2007, pp. 226-263, 325-345. Las negrillas son mías.

[5] Paul Preston: Un pueblo traicionado. Penguin Random House. Grupo Editorial. Barcelona. p. 365.

[6] Francisco Franco Bahamonde, «Fundamentos y directrices de un Plan de saneamiento de nuestra economía, armónico con nuestras reconstrucción nacional», Historia 16, nº 115, noviembre de 1985, pp. 44-49; Viñas Martín, Ángel: Política comercial exterior en España (1931-1975), vol. I, pp. 268-281; Manuel Jesús González, La economía política del franquismo (1940-1975). Dirigismo, mercado y planificación, Madrid, Tecnos, 1979, pp. 46-47.

[7] Paul Preston: Ibíd. pp. 367-368.

[8] Gustau Nerín y Alfred Bosh: El imperio que nunca existió. La aventura colonial discutida en Hendaya. Barcelona, Plaza y Janés, 2001, pp. 19-35; Ros Agudo, Manuel: La guerra secreta de Franco (1939-1945), pp. XXIII-XVI, 35-51, 56-57, 66-71.

[9] David Wingeate Pike: Franco and the Axis Stigma. Londres, Palgrave/Macmillan, 2008, pp. 11-15; E. O. Iredell: Franco, valeroso caballero cristiano, Buenos Aires, Americalee, 1945, pp. 166-182.

[10] Arriba, 2, 3,5 y 10 de mayo de 1945; ABC, 3 y 11 de mayo de 1945; Informaciones, 3 y 7 de mayo de 1945; The Times, 11 de mayo de 1945.

[11] Paul Preston: Ibíd. pp. 376-380.

[12] Paul Preston: Ibíd. p. 403.

[14] Serrano Suñer: Entre el silencio y la propaganda, la Historia como fue. Memorias. p. 230; Francisco Franco Salgado-Araujo: Mis conversaciones privadas con Franco, Barcelona, Planeta, 1976, pp. 37, 178.

[15] Paul Preston: Ibíd. pp. 394-395.

[17] Paul Preston: Ibíd. p. 429.

[18] A. J. Lleonart y Anselem: España y la ONU IV (1950). La «cuestión española». Madrid. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1991, pp. 269-310; Ahmad: Britain, Franco Spain, and the Cold War, 1945-1950, pp. 197-198. Arriba, 5 de noviembre de 1950.

[19] El País, 6 y 21 de julio de 1976; Cambio 16, 12-18 de julio de 1976; Álvarez de Miranda: Del Contubernio Al Consenso, pp. 107-109. De Areilza: Cuadernos de la transición, pp. 15-16, 39-40,47-48,56-58,71-74. Alfonso Osorio: Trayectoria política de un ministro de la Corona, pp. 129-138. Joaquín Bardavío: El dilema: un pequeño caudillo o un gran rey, pp. 173-174.

[20] Paul Preston: Ibíd. p. 427-428.

[21] La Vanguardia Española, 3 de marzo de 1951. Félix Fanés: La vaga de tramvies del 1951. Barcelona., Laia, 1977, pp. 28-33, 48-51.

[22] Paul Preston: Ibíd. p. 429-430.

[23] Ángel Viñas: Los pactos secretos de Franco con los Estados Unidos, pp. 165-169, 183-193, 252. Boris N. Liedtke: Embracing a Dictatorship: US Relations with Spain, 1945–53, pp. 204-213. Arturo Jarque Íñiguez: «Queremos esas bases». El acercamiento de Estados Unidos a la España de Franco. Alcalá de Henares. Universidad de Alcalá. 1998, pp. 351-363.

[24] Paul Preston: Ibíd. p. 433-434.

[25] Fusi, Juan Pablo: “El boom económico español”. Cuadernos Historia 16.

[27] Ramón Tamames: Introducción a la economía española (23ª edición). Alianza Editorial.

[29] Paul Preston: Ibíd. p. 452.

[30] Obsérvese por curiosidad que todas las ciudades anteriormente mencionadas tienen en común que quedaron en la zona sublevada desde el primer momento del Golpe de Estado en España de julio de 1936 al inicio de la Guerra Civil Española.

[32] VEGA, Rubén (coord.): Las huelgas de 1962 en Asturias, Gijón, Trea / Fundación Juan Muñiz Zapico, 2002; VEGA, Rubén (coord.): Las huelgas de 1962 en España y su repercusión internacional, Gijón, Trea / Fundación Juan Muñiz Zapico, 2002.

[33] Pere YSÀS: “El movimiento obrero durante el franquismo. De la resistencia a la movilización (1940-1975)” Cuadernos de Historia Contemporánea. 2008, vol. 30. pp. 175-176.

[35] Glicerio Sánchez Recio: “El Tardofranquismo (1969-1975): El crepúsculo del Dictador y el declive de la Dictadura”. Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea. Nº 1. 2015.

[36] Norman Cooper: “The Church. From Crusade to Cristianity”, en Paul Preston, ed., Spain in Crisis. Evolution and Decline of the Franco Regime. Hassocks, Harvester Press. 1976, pp. 72-74.

[37] Paul Preston: Ibíd. p. 482-483.

[38] Ibíd. p. 476.

[39] Ibíd. pp. 479-480.

[40] Juan Ignacio Artieda González-Granda: Historia de la minería del uranio en Castilla-León.

[41] Agustín González Enciso y Juan Manuel Matés Barco (2007): Historia económica de España, página 906, Editorial Ariel, SA, Barcelona.

[47] Ibíd.

[49] José Utrera Molina: Sin cambiar de bandera. Barcelona. Planeta, 1989, pp. 70-74; Pilar Franco Bahamonde: Nosotros los Franco. Barcelona. Planeta, 1980, p. 150.

[50] Jaraiz Franco, Pilar: Historia de una disidencia, p. 208. Ricardo de la Cierva: Historia del franquismo. Aislamiento, transformación, agonía (1945-1975). Barcelona. Planeta. 1978, vol. II, pp. 391-392.

[51] Paul Preston: Ibíd. pp. 488-489.

[52] Paul Preston: Ibíd. p. 501.

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