sábado, 1 de agosto de 2020

El “Cirujano de Hierro”

Alfonso XIII rodeado por los miembros del Directorio Militar de Primo de Rivera (1923)

 

El proceso de descomposición política de los partidos de la Restauración

El creciente intervencionismo, tanto monárquico como militar, que caracterizó al periodo constitucional del reinado de Alfonso xiii (1902-1923), fue vaciando de contenido de manera paulatina a las instituciones representativas de nuestro país. Un error histórico, como dije en el artículo anterior, que tendrá trágicas consecuencias.

Las guerras no empiezan cuando se produce el primer disparo, sino mucho antes. Las provocan los que alimentan el odio entre los hombres, los que viven de las polémicas públicas, los que niegan al prójimo el derecho a vivir con dignidad, los que intentan acabar con las señas de identidad de los pueblos, los que usan las instituciones para enriquecer a sus amigos y para empobrecer a sus adversarios…

Hace algún tiempo dijo Julio Anguita que “la guerra civil española fue el último acto de una guerra civil de cien años”[1] y que, por eso, no fue posible evitarla. Yo no sé si fue absolutamente inevitable al cien por cien; en su estallido también tuvo mucho que ver la peculiar coyuntura internacional de la Europa de los años 30, sobre la que obviamente no teníamos ningún control. Pero, desde mi punto de vista, el golpe de estado de Primo de Rivera de 1923 dejó sentenciado el asunto, digamos que, en torno a un 70 u 80 por ciento, tras lo cual sólo admitía variaciones menores.

Y este golpe de estado es una consecuencia lógica de la evolución de los acontecimientos políticos que venían desarrollándose en España desde, al menos, 1902.

Hace tiempo dije que la Historia evoluciona o involuciona, pero que nunca se detiene. Y España, desde el punto de vista político aunque no desde el social[2], entró claramente en un proceso involutivo en torno al cambio de siglo, porque los dirigentes que tuvieron el poder efectivo querían expresamente volver al pasado. Así de sencillo.

Eso fue posible porque, como dije en el artículo anterior, la constitución de 1876 tenía mucho de carta otorgada, lo que brindaba poderosos resortes a las fuerzas de la reacción. Había alternativas, desde luego, dentro del sistema: Silvela entre los conservadores, Montero Ríos o Canalejas entre los liberales sin ir más lejos, por citar sólo a individuos del encasillado canovista que tuvieron responsabilidades de gobierno. Y había también muchos otros de gran solvencia esperando en el banquillo y, desde luego, entre las fuerzas de la oposición. Pero este tipo de personas fueron siendo sistemáticamente alejadas de los puestos de responsabilidad política. El nivel intelectual de los dirigentes del sistema, digamos “con mando en plaza”, se fue degradando durante toda una generación y, en consecuencia, su margen de maniobra. El proceso de polarización social se fue agudizando como si se hubiera puesto una centrifugadora a girar.

Este desarrollo se vio facilitado porque el diseño constitucional de Cánovas daba al rey un excesivo margen de maniobra. Para la generación de “La Gloriosa” el canovismo fue una reacción involutiva. Pero hay quien piensa que Cánovas sólo buscaba reagrupar al conjunto de fuerzas políticas del establishment, para crecer después de manera ordenada y consensuada. La elección de Sagasta como líder de la oposición -en la que Cánovas tuvo mucho que ver- apuntaba en esa dirección. Sagasta, como ya vimos, era un demócrata constitucionalista o gradualista. Él recuperó el sufragio universal masculino de la Constitución de 1869, aunque los conservadores después se lo descafeinaron por la vía reglamentaria.

El problema es que la letra de la Constitución de 1876 podía ser compatible con una evolución gradual hacia la democracia a condición de que los dirigentes políticos tuvieran el bagaje intelectual que poseían los miembros de la generación que la hizo posible. No estaba previsto que un rey con delirios autoritarios, para el que los sucesos de La Gloriosa le parecían algo muy lejano y superado, utilizaría los instrumentos que esa constitución le otorgaba, con la complicidad de los grupos más reaccionarios del país y el victimismo y corporativismo de unos militares acomplejados por la derrota del 98 y los reveses en el Marruecos colonial, para intentar volver de manera paulatina hacia el Antiguo Régimen.

Los que redactaron esa constitución, cuando se referían al rey, estaban pensando en Alfonso xii, una persona que tuvo que marchar al exilio durante la revolución de “La Gloriosa” (1868) y al que volvieron a traer los defensores del establishment, siete años después, para lo cual hubo que obtener ciertos consensos básicos que no fue fácil lograr. Los monárquicos alfonsinos tuvieron que emplearse a fondo y conseguir, además, el “retraimiento” (palabra muy utilizada en el argot político español de la segunda mitad del siglo XIX) de los republicanos unitarios (los hombres de Castelar). Alfonso xii tenía muy claro que su trono se asentaba sobre un delicado sistema de lealtades políticas que podía saltar en cualquier momento. Y el Pacto de El Pardo (1885), entre Cánovas y Sagasta, lo que pretendía en última instancia era que la institución monárquica pudiera sobrevivir a la desaparición de este rey. Así de precarios era los consensos sobre los que se asentaba la corona. Alfonso xiii, hijo póstumo de Alfonso xii, nunca llegó a ser consciente de esto, como su comportamiento puso en evidencia desde el principio de su reinado.

Así pues, con las fuerzas políticas del encasillado canovista en proceso de descomposición y con las republicanas, obreras y regionalistas a la ofensiva, el rey se quedó sin salida constitucional y la propia lógica interna de los acontecimientos históricos lo empujaron hacia las fórmulas autoritarias que el militarismo -que él venía alimentando desde su juventud- encarnaba. Era una huida “hacia atrás” que, a largo plazo, representaba el fin de la institución monárquica. En la era de la Democracia es evidente que lo último que debe hacer un rey es ponerse a jugar con los soldaditos. Pero ese era el nivel intelectual que había.

 

La emergencia de las fuerzas republicanas

Nadie, en toda la Historia de España, ha convertido a más personas a la causa republicana que Miguel Primo de Rivera, con la inestimable ayuda que recibió en ese sentido de Alfonso XIII.

Si rastreamos las biografías de los que se reunieron en San Sebastián en 1930 para pactar la salida republicana descubrimos que antes de 1923 ni la tercera parte de ellos se presentaban como republicanos. En concreto, los republicanos “de toda la vida” que había allí eran Alejandro Lerroux, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz y Santiago Casares Quiroga.

Tenían más peso político los que habían militado en organizaciones que se autodefinían como “accidentalistas”, entre ellos algunos de los que tendrán un protagonismo político más intenso entre 1931 y 1939, como Manuel Azaña o Indalecio Prieto.

Entre los republicanos de 1931 también había antiguos monárquicos de alto nivel (Niceto Alcalá-Zamora, Miguel Maura), a los que la evolución de los acontecimientos los terminó llevando, como a los monárquicos franceses de 1871, a defender la forma de gobierno republicana. Los constitucionalistas acabaron defendiendo la República, ante la triste evidencia de que el rey estaba dispuesto a alimentar todo tipo de aventuras con tal de mantener su preeminencia política.

Primo de Rivera no era, desde luego, un estadista precisamente, como demostró durante los siete años que permaneció en el poder. La virtud de la empatía le resultaba absolutamente ajena. Un señor que, igual que su rey, no entendía la complejidad de la sociedad que pretendía “arreglar”, se puso el mando. Lo que vendría después es el desarrollo inexorable de los procesos históricos. Digamos que el tándem dirigente (el monarca y el dictador) abrieron la Caja de Pandora, liberando así al Viejo Topo de la Historia.

 

El ejército reemplaza a las fuerzas del “encasillado canovista”

Las directrices que guiaron la acción de Primo de Rivera fueron las vagas ideas “regeneracionistas” que habían proliferado en España desde el desastre del 98. Un ejército traumatizado desde entonces, obsesionado con la recuperación de la reputación perdida, con una estructura de mando hipertrofiada, que descansaba sobre una tropa de reemplazo y que no dejó de sufrir reveses en la colonia rifeña a manos de las fuerzas enemigas, nativas y de carácter irregular -lo que los volvía a poner en evidencia ante la población y ante la opinión pública europea- tenía que lavar su imagen, demostrar que la culpa había sido de los políticos que habían estado gobernando en España. Desde el minuto uno del reinado efectivo de Alfonso xiii (desde 1902) fueron ayudados en esa tarea por el monarca, que pensaba que tales aspiraciones de los militares podrían serle muy útiles en su proyecto de acabar con las instituciones representativas del país.

Así pues, un rey que fue limitando peligrosamente el margen de maniobra del ejecutivo, y que fue apartando de los puestos de dirección de los partidos del régimen canovista a los líderes verdaderamente representativos, alimentando mientras tanto el revanchismo militar como vimos en los sucesos del ¡Cu-cut!, en la aparición de las juntas de defensa, etc., fue sistemáticamente cercenando la capacidad de intervención del sistema de la Restauración en el desarrollo de los procesos históricos y sólo dejó abiertas las salidas autoritarias. Una tendencia que, por otra parte, coincidió en el tiempo con el avance de los movimientos totalitarios en el resto de Europa.

 

Las tres líneas maestras de la Dictadura de Primo de Rivera

Uno de los temas más candentes en 1923, que dolía especialmente al estamento militar por encima de cualquier otro, era la Guerra del Rif, que desde 1921 había puesto contra las cuerdas al ejército de África. El Desastre de Annual, una batalla que tuvo lugar cerca de esta localidad marroquí entre el 22 de julio y el 9 de agosto de 1921, se llevó por delante la vida de 11.500 soldados del ejército español:

“Las tropas españolas estacionadas en Annual dirigidas por el general Silvestre pretendían avanzar en dirección a la bahía de Alhucemas, lugar considerado clave para dominar el territorio. El 1 de junio de 1921 tomaron el monte Abarran ubicado a solo 12 km de la bahía, pero los rebeldes rifeños liderados por Abd el-Krim realizaron un contraataque el mismo día y se adueñaron de la posición capturando algunos cañones. En respuesta las fuerzas españolas tomaron el monte Iguerriben, sin embargo esta segunda posición fue también sitiada por los rifeños y tomada el 21 de julio. Al día siguiente el ejército español inició la retirada en dirección a Melilla hostigado continuamente por las fuerzas rebeldes, la retirada fue desorganizada y se convirtió en huida, el general Silvestre murió en circunstancias poco claras, posiblemente por suicidio, además diferentes compañías formadas por soldados indígenas se pasaron al enemigo contribuyendo al desconcierto y el pánico. El contingente español sufrió enormes pérdidas, finalmente los tres mil supervivientes alcanzaron el fuerte situado en Monte Arruit donde se refugiaron mientras esperaban ayuda procedente de Melilla que nunca llegó. Fueron sitiados y después de resistir durante doce días, acuciados por la sed, el hambre y la falta de municiones, se rindieron el 9 de agosto, tras alcanzar un pacto con el enemigo por el que las tropas entregarían las armas y podrían retirarse libremente hacía Melilla. El pacto no fue respetado por los rifeños que asesinaron a los tres mil supervivientes, una vez desarmados, e hicieron prisioneros a los oficiales para pedir un rescate. El resto de las posiciones españolas pertenecientes al área de Melilla se encontraban aisladas entre sí y fueron atacadas y sitiadas por los rebeldes, algunas guarniciones pudieron escapar, pero la mayor parte de las tropas murieron en combate o fueron asesinadas por los rifeños tras rendirse”[3].

El segundo asunto que sirvió de argumento para el golpe de estado fue la “lucha contra el separatismo”, un eufemismo que pretendía acabar con la Mancomunidad de Cataluña y con la vía que abría hacia la descentralización política en nuestro país, algo que rompía la estrategia de la coalición de fuerzas centralistas-jacobinas que se había ido asentando en el poder político desde la muerte de Fernando VII en 1833.

La tercera preocupación del nuevo régimen, que contaba con el amplio respaldo de las clases empresariales, era el movimiento obrero. Recordemos que desde 1910 la CNT se había extendido por todo el país, convirtiéndose en la primera fuerza sindical, y que había protagonizado algunas luchas durísimas por la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores, entre las que destaca la mítica “Huelga de la Canadiense”[4], que comenzó el 5 de febrero de 1919, duró 40 días, se extendió por toda la ciudad de Barcelona, paralizando el 70% de su economía y arrancó a la patronal catalana la jornada laboral de ocho horas diarias, que el gobierno haría extensiva a todo el país a través de una ley de abril de 1919, que entró en vigor en octubre de ese año, lo que “convirtió a España en el primer país del mundo en establecerla por ley”[5].

La Huelga de la Canadiense dejará una huella profunda en nuestro país. Significará un salto cualitativo formidable en el desarrollo del movimiento obrero y en la reacción del estado y de la patronal contra él, que será determinante en el inexorable despliegue de los procesos históricos ulteriores.

Desde entonces se abre paso, en Barcelona y su hinterland, el Sindicato Libre, ultracatólico, impulsado por la patronal, y los pistoleros que se dedican a asesinar a dirigentes sindicales de la cnt, lo que provocará una radicalización, por reacción, en esta organización que los empujará hacia el anarcosindicalismo y hacia la acción directa. El número de asesinatos de carácter terrorista se dispara en la Barcelona de los años 20, lo que vino muy bien para justificar el golpe de estado. No olvidemos que Primo de Rivera era, precisamente, el Capitán General de Cataluña en 1923 y que recibió el respaldo de un sector importante de la gran patronal catalana.

Como vemos, aunque la estructura política española se hallaba en un proceso abiertamente involutivo, la sociedad, en cambio, tenía una vitalidad formidable. Las fuerzas obreras, republicanas y regionalistas estaban claramente a la ofensiva en un momento histórico en el que la reacción avanzaba por toda Europa. El desenlace que este drama proyectaba sobre el futuro es fácil de adivinar.

 

El Golpe de Estado

Según Núñez Seixas la Dictadura de Primo de Rivera es “el primer ensayo de institucionalización consciente del nacionalismo español”[6]. El 14 de septiembre de 1923 se declaró el Estado de Guerra, que se mantendrá hasta el 16 de marzo de 1925. El 15 de septiembre se establece un directorio militar, formado por ocho generales de brigada y un contraalmirante, que asumió las funciones del ejecutivo.

Las Cortes son disueltas oficialmente el 18. Ese mismo día fue emitido un decreto que prohibía el uso de cualquier lengua que no fuera el castellano, ni de símbolos como las banderas catalana y vasca. La Mancomunidad de Cataluña fue intervenida, las diputaciones provinciales y los ayuntamientos disueltos. Se suspendieron las garantías constitucionales y la prensa fue sometida a censura previa. Se prohibieron los partidos políticos y se crearon los somatenes como milicias urbanas.

Santos Juliá ha acuñado, para referirse específicamente a este régimen, el término “dictadura militar de real orden” o, de forma más simplificada, “dictadura con rey”[7]. Es evidente que el rey, al respaldar todas estas medidas, estaba ligando ya el destino de la institución monárquica al de la dictadura, siguiendo la última moda italiana de ese momento histórico. Podemos comparar la suerte seguida por la monarquía en ambos países como consecuencia de esa alianza entre el rey y el dictador.

 

La Dictadura de Primo de Rivera y el fascismo italiano

Juliá cuenta en su libro la anécdota del viaje que hizo Alfonso xiii a Italia, poco después del golpe de estado, en el que éste le dijo a Víctor Manuel III, “ya tengo mi Mussolini”[8]. A partir de entonces los golpistas intentaron atenerse en su programa político a las directrices generales que estaba siguiendo el modelo al que intentaban imitar, el del fascismo italiano.

Pero, por enésima vez en la historia de España, se volvió a comprobar que cuando en nuestro país se importa un modelo extranjero nada termina funcionando igual. En el artículo anterior dije que España no es Francia. Pues, evidentemente tampoco es Italia.

Las diferencias entre el modelo italiano y el español saltan a la vista desde el primer momento, empezando por la biografía de los correspondientes dictadores.

Mussolini, antes de fundar el Partido Nacional Fascista, había sido expulsado del Partido Socialista Italiano (1914) por sostener posturas nacionalistas irredentistas contrarias al internacionalismo proletario. También fue, durante años, un importante dirigente sindical. Fue director del órgano de expresión del Partido Socialista, Avanti, entre 1912 y 1914, donde “sus violentas opiniones acerca de los enfrentamientos armados de la semana roja de 1914 motivaron cierta preocupación entre sus compañeros de filas, atemorizados por su radicalismo”[9].

Debemos recordar que parte de los fascistas de la primera generación, por toda Europa, procedían de organizaciones de izquierdas y que se habían radicalizado en un sentido nacionalista durante la Primera Guerra Mundial o durante el Periodo de Entreguerras. Había entre ellos muchos sindicalistas que acabaron fundando sindicatos nacionalistas y/o corporativos o interclasistas. Eso explica en buena parte su retórica “revolucionaria” y obrerista, su implantación sindical, y la creación de partidos de masas, algo que repugnaba íntimamente a la vieja derecha decimonónica, que había creado partidos de cuadros y de notables, y que procuraba no contaminarse con contenidos “proletarios”.

El nombre oficial del partido nazi era “Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán”. Llevaba los términos “obrero” y “socialista” en su denominación, Lo que no le impidió a sus miembros ejecutar a todos los socialistas, comunistas y anarquistas que se le pusieron por delante.

El pánico que se extendió entre las clases oligárquicas y empresariales por toda Europa a partir de la revolución rusa de 1917 les llevó a apoyar a todos los arribistas que había entre las fuerzas obreras dispuestos a hacer el trabajo sucio de neutralizar a sus viejos compañeros de lucha, a cambio de participar en un nuevo proyecto político de carácter totalitario.

 

El “Cirujano de Hierro”

Es evidente que el caso español es muy diferente, y que la biografía de Primo de Rivera tiene muy poco que ver con la de Mussolini, con la que lo único que le une es su ultranacionalismo y su vinculación con la gran patronal. Primo de Rivera era un militar de carrera, militarista, como buena parte de sus colegas españoles de su generación, que había nacido en una ciudad (Jerez de la Frontera) donde los terratenientes imponían su ley, y que acabó ostentando la más alta responsabilidad a la que un individuo con su profesión podía aspirar… en el epicentro de todas las luchas sociales de España (Barcelona) del primer cuarto del siglo xx.

Ya dije que su ideario político, aparte del nacionalismo conservador y el militarismo, era el vago discurso regeneracionista que había proliferado en la España de principios del siglo xx, cuyo principal ideólogo era Joaquín Costa, que hablaba del “Cirujano de Hierro” que España necesitaba para arreglar sus problemas, papel que el propio Primo de Rivera se propuso desempeñar a partir de 1923.

El argumentario regeneracionista había sido utilizado por todo el mundo en el debate político español de principios de siglo pero, especialmente, por el ala más derechista del Partido Conservador, en concreto por la facción que encabezaba Antonio Maura. Los mauristas no dejaron de evolucionar a lo largo del periodo, pero todo el mundo acabó asociándolos con la Semana Trágica, con la Guerra de Melilla y la emboscada del Barranco del Lobo, que ocurrieron precisamente cuando Maura gobernaba. Vino a pasarle algo parecido a lo que le ocurrió a Fraga Iribarne durante la transición política de 1976-79, que empezó personalizando las esperanzas de democratización del régimen franquista y acabó representando todo lo contrario, convirtiéndose en la cara más visible del franquismo residual. La frase “la calle es mía”, le persiguió después durante años. Pues a Maura le pasó lo mismo con la Semana Trágica. Aunque en el proceso de demonización de Maura Alfonso xiii también tuvo algo que ver, ya que, como demostró con otros dirigentes políticos de su época (Montero Ríos, Canalejas) le molestaban los líderes de gran personalidad, y que contaban con partidarios leales entre los miembros de sus respectivas formaciones políticas.

Pues este sustrato regeneracionista y maurista, que había en una parte significativa de la derecha española de los años veinte, se convertirá en la principal base de apoyo con la que contó el dictador entre la sociedad civil a partir de 1923, y con ella creó el partido único del nuevo régimen, la Unión Patriótica, en el que estos elementos autóctonos se combinan con los contenidos políticos importados del fascismo italiano.

 

La colaboración de la UGT

Entre estos últimos elementos que exigía el guion del modelo original, hacía falta un sindicato de trabajadores que apoyara al nuevo sistema… ¿Y de dónde diablos podía sacar Primo de Rivera su sindicato de trabajadores para incorporarlo a la nueva estructura que se estaba formando? ¿Qué sabían los generales de los sindicatos?

Pues, veamos… Mussolini, antes de fundar el Partido Fascista ¿Dónde militó? En el Partido Socialista Italiano y en los sindicatos que este promovió. Pues, entonces, el guion exigía que, en España, lo primero que había que hacer era hablar con la UGT. 

“La política seguida por la Dictadura con las dos grandes organizaciones obreras fue muy distinta. Primo de Rivera intentó atraerse a los socialistas, provocando una división en su seno entre los partidarios de la colaboración con la Dictadura, encabezados por Julián Besteiro, Francisco Largo Caballero y Manuel Llaneza, y los contrarios, liderados por Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos. Ganó la postura de los primeros y los socialistas se integraron en el Consejo de Trabajo como consecuencia de la absorción por este nuevo organismo del Instituto de Reformas Sociales, e incluso Largo Caballero formó parte del Consejo de Estado, lo que provocó la dimisión de Prieto de la ejecutiva del PSOE[10]. En cambio, la política de la Dictadura respecto de la CNT fue la represión, por lo que la organización anarquista pasó a la clandestinidad[11].”[12]

¡Largo Caballero formó parte del Consejo de Estado en la Dictadura de Primo de Rivera! Efectivamente, el que durante la Guerra Civil recibió el apodo de “Lenin español” colaboró con Primo de Rivera durante la dictadura. En realidad, más que colaborar yo diría que ambos personajes se utilizaron mutuamente para sus propios fines. Cada uno de ellos tenía su propia agenda. 

“La «colaboración» con la dictadura fue objeto de un duro debate interno en el seno del PSOE y de la UGT, en el que Largo Caballero, fiel a su táctica del «intervencionismo», abogó por la participación en las instituciones de la dictadura que tuvieran que ver con la «cuestión social». Así, la Comisión Ejecutiva de UGT aprobó la concurrencia a las elecciones para miembros obreros de los Comités Mixtos o Paritarios que la dictadura había creado para regular las relaciones laborales y la participación del PSOE y la UGT en las elecciones locales que se iban a celebrar –aunque éstas nunca tuvieron lugar– según la forma de representación corporativa instaurada por el nuevo Estatuto Municipal recién aprobado por el Directorio. En todas estas decisiones siempre se encontró con la oposición de Indalecio Prieto[13].

La ruptura de los socialistas se consumó cuando en octubre de 1924 Largo Caballero, secretario general de UGT y miembro de la Ejecutiva del PSOE, aceptó la propuesta de sus compañeros vocales obreros del Consejo Superior de Trabajo, Comercio e Industria –al que la dictadura había adscrito el Instituto de Reformas Sociales al que pertenecía Largo Caballero desde hacía muchos años– de ser su representante en el reformado y ampliado Consejo de Estado que tendría una representación de los patronos y de los trabajadores. La entrada de Largo Caballero en el Consejo de Estado desató una tormenta política en el seno del socialismo español. Fernando de los Ríos e Indalecio Prieto consideraron un «grave error» la decisión porque suponía «aumentar, con gravísimo daño para el prestigio del Partido Socialista, el equívoco de una colaboración...». Como tanto los Comités Nacionales de UGT como del PSOE apoyaron mayoritariamente la posición de Largo Caballero, Indalecio Prieto dimitió el 25 de octubre de 1924 de su puesto en la Comisión Ejecutiva del PSOE en señal de protesta. En el XII Congreso del PSOE celebrado en 1928 Largo Caballero justificó así su postura: [14]

«Me parece que sería un error que porque haya dictadura, como si no la hubiera, nosotros abandonásemos los sitios de lucha... porque cuando más aprieta el enemigo nosotros debemos defendernos más».”[15]

Excluimos más arriba a los socialistas de la lista de los republicanos españoles “de toda la vida”, ya que hasta la víspera de la proclamación de la Segunda República se autodefinían como “accidentalistas”. El único socialista presente en la reunión del Pacto de San Sebastián fue Indalecio Prieto, que se presentó “a título personal” y contra el criterio de Julián Besteiro, presidente del partido en ese momento, aunque contaba con el apoyo implícito de otros notables, entre ellos Largo Caballero.

 

La República del Rif

Ya vimos como el ejército de África sufrió la peor derrota de su historia en Annual (1921), lo que desató una tormenta política en España, convirtiéndose en una de las razones que sirvieron para justificar el golpe de estado.

En el bando rifeño esta batalla significó una importante inyección de moral que los llevó a proclamar, el 18 de septiembre de 1921, la República del Rif, con capital en Axdir. Abd el-Krim estaba en la cumbre de su poder. Annual se convirtió, por todo el mundo árabe, en un símbolo de la lucha contra el colonialismo. Ni España, ni el resto de países coloniales de Europa, se podían permitir dejar ese hecho sin respuesta.

«Nunca hemos reconocido este protectorado y nunca lo reconoceremos. Deseamos ser nuestros propios gobernantes y mantener y preservar nuestros derechos legales e indiscutibles, defenderemos nuestra independencia con todos los medios a nuestro alcance y elevaremos nuestra protesta ante la nación española y ante su inteligente pueblo, quien creemos que no discute la legalidad de nuestras demandas».

Abd-el-Krim (Discurso de proclamación de la República del Rif)[16]

República del Rif

Abd el-Krim conocía perfectamente cómo funcionaba la administración española. Había estudiado bachillerato en Melilla y en Tetuán, y también estuvo matriculado en la Universidad de Salamanca. Su hermano era ingeniero de minas por la Universidad de Málaga. Trabajó como traductor y escribiente de árabe en la Oficina Central de Tropas y Asuntos Indígenas en Melilla. En 1915 fue juzgado y encarcelado por una denuncia de la Administración francesa en la que se le presentaba como un espía alemán. Desde entonces se fue radicalizando hasta el punto de ponerse al frente de la rebelión rifeña.

Dijimos que los rifeños ejecutaron en Annual a todos los prisioneros… excepto a los oficiales. ¿Con qué objeto? Pues con el de obtener un rescate por ellos en metálico que les ayudara a financiar su lucha.

[El] “27 de enero de 1923. Los 326 españoles que fueron tomados como prisioneros por las fuerzas de Abd el Krim, entre ellos el general Navarro, son liberados tras el pago de un rescate de cuatro millones de pesetas[17]”.[18]

El mediador que hizo posible ese acuerdo, el empresario bilbaíno Horacio Echevarrieta, propuesto por el propio Abd el Krim, merece un capítulo aparte. Hablaremos de él más adelante. Baste decir ahora que fue un agente en España de los servicios de inteligencia alemanes desde antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. Y siguió siéndolo, al menos, hasta finales de los años 30.

 

El Expediente Picasso

“El Expediente Picasso es el nombre con el que se conoce al informe redactado por el general de división Juan Picasso, destinado en el Consejo Supremo de Guerra y Marina, en relación a los hechos acontecidos en la Comandancia General de Melilla en los meses de julio y agosto de 1921: el llamado Desastre de Annual y el abandono de las posiciones.

Tras el derrumbamiento militar, el Alto Comisario Dámaso Berenguer, trasladado a esta plaza, solicitó al ministro de la Guerra que un oficial general, nombrado por aquel, investigase los hechos y depurase las responsabilidades que hubiera lugar. […] Sin embargo, el desastre se reveló de tal envergadura que el gobierno de Allendesalazar se vio obligado a dimitir. En agosto de 1921, el rey Alfonso XIII encarga formar Gobierno a Antonio Maura, que nombró a Juan de la Cierva como ministro de la Guerra.”

Dicho expediente fue entregado al Ministro el 18 de abril de 1922. Varios diputados, encabezados por el socialista Indalecio Prieto, exigieron que el asunto se debatiera en una comisión del Congreso de los Diputados, para determinar posibles responsabilidades políticas. En noviembre se filtró a la prensa la cifra de muertos que se barajaba entonces que había provocado el Desastre de Annual (14.000), lo que provocó una fuerte conmoción en la opinión pública, que ni de lejos sospechaba que tuviera tal magnitud.

“Indalecio Prieto responsabilizó directamente al rey Alfonso XIII de lo sucedido, como jefe del Ejército y del Estado”[19]

«El Parlamento se convirtió en una auténtica pesadilla para el monarca, con el asunto de las responsabilidades debatiéndose abiertamente en comisiones y discursos»[20]

“El 10 de julio de 1923 se constituyó la Segunda Comisión de Responsabilidades, […] El día 11 de agosto se negó a la Comisión las actas de la Junta de Defensa Nacional, y comenzó a rumorearse que el propio rey estaba implicado en el desastre. Ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos y la falta de acuerdo de los miembros de la Comisión, acordaron convocar el Pleno de la Cámara para el 2 de octubre y que se efectuase una votación general sobre el asunto.

Sin embargo, el Pleno nunca llegó a reunirse: el 13 de septiembre el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, se pronunció militarmente, disolvió las Cámaras y proclamó la Dictadura con el visto bueno del rey, finalizando así el proceso de depuración de responsabilidades.

En el manifiesto que hizo público el general Miguel Primo de Rivera para justificar el Golpe de Estado en España de 1923 aludió a las «pasiones tendenciosas alrededor del problema de las responsabilidades». Y a continuación en el manifiesto se decía: «El país no quiere oír hablar más de responsabilidades, sino saberlas, exigirlas pronta y justamente, y esto lo encargaremos, con limitación de plazo, a Tribunales de autoridad moral y desapasionados de cuanto ha envenenado hasta ahora la política». Lo cierto fue que al día siguiente del golpe toda la documentación de la Comisión Picasso del Congreso de los Diputados fue incautada y el pleno previsto para el 3 de octubre en que se iba a debatir el informe de la Comisión de Responsabilidades fue suspendido sine die. Nunca se celebraría, «para tranquilidad de Alfonso XIII»[21].”[22]

 

El desembarco de Alhucemas

Como hemos visto, la Guerra del Rif era la prioridad número uno para Primo de Rivera, y durante los dos primeros años de su dictadura acaparó la mayor parte de los titulares de prensa y le sirvió como fuente de justificación. El viejo recurso al “enemigo exterior” ha servido de pretexto a los dictadores desde siempre.

De entrada ordenó un repliegue general de las tropas hacia la franja litoral del Protectorado Español. Los oficiales africanistas no dejarían de manifestar su malestar por esta medida, entre los que destacó un joven teniente coronel llamado Francisco Franco, al mando de la Legión Extranjera Española que Millán-Astray fundó en 1920 siguiendo el modelo francés. Franco, en 1922, había publicado Marruecos, diario de una bandera y, a partir de entonces, será citado en multitud de ocasiones por la prensa conservadora.

En marzo de 1924 el ejército español volverá a sufrir otra importante derrota en Yebala, pero Primo de Rivera no permitió a la prensa informar sobre ella. La censura ocultó totalmente el asunto. No obstante, tras este revés, las tropas españolas lograron establecer un perímetro de defensa bastante sólido que las fuerzas rifeñas ya no podrían romper. En octubre de 1924 el dictador asumió personalmente el cargo de Alto Comisario Español en Marruecos, poniéndose al mando directo de las operaciones militares. En 1924 el ejército español hará uso de armas químicas contra los rifeños:

“En los ataques de 1924, el gas mostaza fue esparcido por vez primera desde aviones, un año exacto antes de que se firmase «la prohibición del uso en la guerra de gases asfixiantes, tóxicos o similares y de medios bacteriológicos» en el Protocolo de Ginebra. El gas utilizado en dichos ataques había sido producido por la «Fábrica Nacional de Productos Químicos»[23], en La Marañosa, cerca de Madrid; esta planta se construyó con una asistencia significativa de Alemania y, sobre todo, de Hugo Stoltzenberg, un químico asociado con el gobierno alemán en actividades clandestinas de armas químicas a principios de la década de 1920[24],[25] al que más tarde se otorgaría la nacionalidad española[26].[27]

Cuando Abd el Krim comprobó que los españoles estaban cerrando el cerco, por el este, el norte y el oeste, cometió el error de atacar posiciones francesas, en su frontera meridional. Ese será el principio del fin de su proyecto político. Francia abandonó, a partir de ese momento, la neutralidad que había mantenido hasta entonces en este conflicto, abriéndole a los rifeños el frente sur. La acción combinada de españoles y franceses en la guerra del Rif resultó fatal para el bando indígena.

 

El Desembarco de Alhucemas

 

El 8 septiembre de 1925, 13.000 soldados españoles desembarcan en la Bahía de Alhucemas. Desde ese punto avanzaron hacia el interior, rompiendo en dos la zona controlada por los rifeños. Pronto le fue "entregada la dirección de la guerra a los africanistas, carecía de sentido [por tanto] seguir con el enojoso asunto de las responsabilidades, al que se dio definitivo carpetazo"[28].

 

En primera línea, y de izquierda a derecha Francisco Franco, Miguel Primo de Rivera y José Sanjurjo. Alhucemas, 1925

 

El sector más duro y radicalizado del Ejército de África, liderado por Franco, salió reforzado y convertido en un actor político de primer orden con el que había que contar en el futuro. En la primavera de 1926 el Marruecos español estaba ya completamente controlado y Abd el Krim se entregaba a los franceses, que lo deportaron a la isla de Reunión.

 

El punto de inflexión

La gran justificación de todos los dictadores ha sido siempre el “enemigo exterior”. Mientras el conflicto rifeño permaneció vivo, Primo de Rivera contó con el respaldo de una parte significativa de la opinión pública más conservadora. Una vez resuelto el casus belli, rápidamente se puso en evidencia la ausencia de un verdadero proyecto de país que tenían los dirigentes de la Dictadura.

“El 13 de diciembre de 1925 Primo de Rivera constituía su primer gobierno de tipo civil, en el que sin embargo los puestos clave –Presidencia, ocupada por él mismo, Vicepresidencia y Gobernación, por Severiano Martínez Anido, y guerra por Juan O'Donnell, duque de Tetuán- se reservaban a militares. En el mismo acto de presentación del gobierno, para salir del paso de las especulaciones, cada vez más insistentes en diversos sectores, sobre la necesidad de una salida constitucional, Primo de Rivera hizo pública su intención de mantener en suspenso la Constitución y de no convocar elecciones"[29].

A partir de entonces el Régimen no dejará de perder apoyos y la salida republicana empieza a perfilarse como la única opción sensata para salir del atolladero en el que el creciente intervencionismo tanto monárquico como militar los había metido.



[1] Epílogo de Julio Anguita - Entrevista póstuma. http://www.profesionalespcm.org/_php/MuestraArticulo2.php?id=25407

[2] La sociedad española era muy dinámica y estaba demasiado viva como para dar marcha atrás.

[4] “La Canadiense” era el nombre con el que se conocía a la empresa eléctrica Riegos y Fuerza del Ebro, propiedad de la Barcelona Traction, Light and Power Company, limited, fundada por el ingeniero norteamericano Frederick Stark Pearson, el 12 de septiembre de 1911, en Toronto (Canadá).

[5] Meaker, Gerald H. (1978). La izquierda revolucionaria en España. 1914-1923. Barcelona: Ariel.

[6] Núñez Seixas, Xosé M. (2018). Suspiros de España. El nacionalismo español, 1808-2018. Barcelona: Crítica.

[7] Juliá, Santos (1999). Un siglo de España. Política y sociedad. Madrid: Marcial Pons.

[8] Juliá, Santos. Ibíd.

[9] Biografías y Vidas. «Benito Mussolini». Consultado el 26 de junio de 2004. https://es.wikipedia.org/wiki/Benito_Mussolini

[10] García Queipo de Llano, Genoveva (1997). El reinado de Alfonso XIII. La modernización fallida. Madrid: Historia 16

[11] Ibíd.

[13] Aróstegui, Julio (2013). Largo Caballero. El tesón y la quimera. Barcelona: Debate.

[14] Aróstegui, Julio (2013). Ibíd.

[16] Martín, Miguel: El colonialismo español en Marruecos (1860-1956). Madrid: Club de Amigos de la UNESCO, 2002.

[17] Javier Ramiro de la Mata: “Los prisioneros españoles cautivos de Abd-el-Krim: un legado del desastre de Annual”. Anales de Historia Contemporánea, 18(2002).

[20] Alía Miranda, Francisco: (2018) Historia del Ejército español y de su intervención política. Madrid. Los Libros de la Catarata.

[21] Alía Miranda, Francisco: (2018) Ibídem.

[23] Cordero, Javier; Merlos, Alfonso. «'La Marañosa' o por qué España es referencia internacional en innovación militar y desarrollo tecnológico». belt.es. Consultado el 31 de marzo de 2019.

[24] «Blister Agent: Sulfur Mustard (H, HD, HS)» (shtml). Cbwinfo (en inglés). Archivado desde el original el 8 de febrero de 2007. Consultado el 31 de marzo de 2019.

[25] Sierra, Julio (18 de septiembre de 1979). «Un antiguo arsenal de armas químicas obliga a evacuar un sector de Hamburgo» (html). El País. Consultado el 31 de marzo de 2019. «Una extraña empresa de armas químicas, que se formó en los años veinte al amparo de las guerras coloniales españolas, se ha convertido en un gran detonante político que ha obligado al alcalde de Hamburgo y al Senado de la ciudad a afrontar una situación sumamente delicada».

[26] Balfour, Sebastian (2002). Deadly Embrace: Morocco and the Road to the Spanish Civil War (en inglés). Oxford University Press.

[28] Juliá, Santos (1999). Un siglo de España. Política y sociedad. Madrid: Marcial Pons. p. 64-65.

[29] Barrio, Ángeles (2004). La modernización de España (1917-1939). Política y sociedad. Madrid: Síntesis.


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