Alfonso
XIII rodeado por los miembros del Directorio Militar de Primo de Rivera (1923)
El proceso de descomposición política de
los partidos de la Restauración
El
creciente intervencionismo, tanto monárquico como militar, que caracterizó al
periodo constitucional del reinado de Alfonso xiii
(1902-1923), fue vaciando de contenido de manera paulatina a las instituciones
representativas de nuestro país. Un error histórico, como dije en el artículo
anterior, que tendrá trágicas consecuencias.
Las
guerras no empiezan cuando se produce el primer disparo, sino mucho antes. Las
provocan los que alimentan el odio entre los hombres, los que viven de las
polémicas públicas, los que niegan al prójimo el derecho a vivir con dignidad,
los que intentan acabar con las señas de identidad de los pueblos, los que usan
las instituciones para enriquecer a sus amigos y para empobrecer a sus
adversarios…
Hace
algún tiempo dijo Julio Anguita que “la guerra civil española fue el último acto
de una guerra civil de cien años”[1]
y que, por eso, no fue posible evitarla. Yo no sé si fue absolutamente
inevitable al cien por cien; en su estallido también tuvo mucho que ver la
peculiar coyuntura internacional de la Europa de los años 30, sobre la que
obviamente no teníamos ningún control. Pero, desde mi punto de vista, el golpe
de estado de Primo de Rivera de 1923 dejó sentenciado el asunto, digamos que,
en torno a un 70 u 80 por ciento, tras lo cual sólo admitía variaciones
menores.
Y
este golpe de estado es una consecuencia lógica de la evolución de los
acontecimientos políticos que venían desarrollándose en España desde, al menos,
1902.
Hace
tiempo dije que la Historia evoluciona o involuciona, pero que nunca se
detiene. Y España, desde el punto de
vista político aunque no desde el social[2],
entró claramente en un proceso involutivo en torno al cambio de siglo, porque
los dirigentes que tuvieron el poder efectivo querían expresamente volver al
pasado. Así de sencillo.
Eso
fue posible porque, como dije en el artículo anterior, la constitución de 1876
tenía mucho de carta otorgada, lo que brindaba poderosos resortes a las fuerzas
de la reacción. Había alternativas, desde luego, dentro del sistema: Silvela entre los conservadores, Montero Ríos o Canalejas entre los liberales sin ir más lejos, por citar sólo a individuos
del encasillado canovista que tuvieron responsabilidades de gobierno. Y había
también muchos otros de gran solvencia esperando en el banquillo y, desde
luego, entre las fuerzas de la oposición. Pero este tipo de personas fueron
siendo sistemáticamente alejadas de los puestos de responsabilidad política. El
nivel intelectual de los dirigentes del sistema, digamos “con mando en plaza”,
se fue degradando durante toda una generación y, en consecuencia, su margen de
maniobra. El proceso de polarización social se fue agudizando como si se
hubiera puesto una centrifugadora a girar.
Este
desarrollo se vio facilitado porque el diseño constitucional de Cánovas daba al
rey un excesivo margen de maniobra. Para la generación de “La Gloriosa” el canovismo fue una reacción involutiva. Pero hay
quien piensa que Cánovas sólo buscaba reagrupar al conjunto de fuerzas políticas
del establishment, para crecer después
de manera ordenada y consensuada. La elección de Sagasta como líder de la
oposición -en la que Cánovas tuvo mucho que ver- apuntaba en esa dirección.
Sagasta, como ya vimos, era un demócrata constitucionalista o gradualista. Él
recuperó el sufragio universal masculino de la Constitución de 1869, aunque los
conservadores después se lo descafeinaron por la vía reglamentaria.
El
problema es que la letra de la Constitución de 1876 podía ser compatible con
una evolución gradual hacia la democracia a condición de que los dirigentes
políticos tuvieran el bagaje intelectual que poseían los miembros de la
generación que la hizo posible. No estaba previsto que un rey con delirios
autoritarios, para el que los sucesos de La
Gloriosa le parecían algo muy lejano y superado, utilizaría los
instrumentos que esa constitución le otorgaba, con la complicidad de los grupos
más reaccionarios del país y el victimismo y corporativismo de unos militares
acomplejados por la derrota del 98 y los reveses en el Marruecos colonial, para
intentar volver de manera paulatina hacia el Antiguo Régimen.
Los
que redactaron esa constitución, cuando se referían al rey, estaban pensando en
Alfonso xii, una persona que tuvo
que marchar al exilio durante la revolución de “La Gloriosa” (1868) y al que volvieron a traer los defensores del establishment, siete años después, para
lo cual hubo que obtener ciertos consensos básicos que no fue fácil lograr. Los
monárquicos alfonsinos tuvieron que emplearse a fondo y conseguir, además, el “retraimiento” (palabra muy utilizada en
el argot político español de la segunda mitad del siglo XIX) de los
republicanos unitarios (los hombres de Castelar). Alfonso xii tenía muy claro que su trono se
asentaba sobre un delicado sistema de lealtades políticas que podía saltar en
cualquier momento. Y el Pacto de El Pardo
(1885), entre Cánovas y Sagasta, lo que pretendía en última instancia era que
la institución monárquica pudiera sobrevivir a la desaparición de este rey. Así
de precarios era los consensos sobre los que se asentaba la corona. Alfonso xiii, hijo póstumo de Alfonso xii, nunca llegó a ser consciente de
esto, como su comportamiento puso en evidencia desde el principio de su
reinado.
Así
pues, con las fuerzas políticas del encasillado canovista en proceso de
descomposición y con las republicanas, obreras y regionalistas a la ofensiva, el
rey se quedó sin salida constitucional y la propia lógica interna de los
acontecimientos históricos lo empujaron hacia las fórmulas autoritarias que el
militarismo -que él venía alimentando desde su juventud- encarnaba. Era una
huida “hacia atrás” que, a largo plazo, representaba el fin de la institución
monárquica. En la era de la Democracia es
evidente que lo último que debe hacer un rey es ponerse a jugar con los
soldaditos. Pero ese era el nivel intelectual que había.
La emergencia de las fuerzas
republicanas
Nadie,
en toda la Historia de España, ha convertido a más personas a la causa
republicana que Miguel Primo de Rivera,
con la inestimable ayuda que recibió en ese sentido de Alfonso XIII.
Si
rastreamos las biografías de los que se reunieron en San Sebastián en 1930 para
pactar la salida republicana descubrimos que antes de 1923 ni la tercera parte de ellos se presentaban como
republicanos. En concreto, los republicanos “de toda la vida” que había
allí eran Alejandro Lerroux, Marcelino
Domingo, Álvaro de Albornoz y Santiago Casares Quiroga.
Tenían
más peso político los que habían militado en organizaciones que se autodefinían
como “accidentalistas”, entre ellos algunos de los que tendrán un protagonismo
político más intenso entre 1931 y 1939, como Manuel Azaña o Indalecio
Prieto.
Entre
los republicanos de 1931 también había antiguos monárquicos de alto nivel (Niceto Alcalá-Zamora, Miguel Maura), a
los que la evolución de los acontecimientos los terminó llevando, como a los
monárquicos franceses de 1871, a defender la forma de gobierno republicana. Los constitucionalistas acabaron defendiendo
la República, ante la triste evidencia de que el rey estaba dispuesto a
alimentar todo tipo de aventuras con tal de mantener su preeminencia política.
Primo de Rivera no era, desde luego,
un estadista precisamente, como demostró durante los siete años que permaneció
en el poder. La virtud de la empatía le
resultaba absolutamente ajena. Un señor que, igual que su rey, no entendía la complejidad de la sociedad que pretendía “arreglar”, se puso el mando. Lo que
vendría después es el desarrollo inexorable de los procesos históricos. Digamos
que el tándem dirigente (el monarca y el dictador) abrieron la Caja de Pandora, liberando así al Viejo Topo de la Historia.
El ejército reemplaza a las fuerzas del
“encasillado canovista”
Las
directrices que guiaron la acción de Primo de Rivera fueron las vagas ideas
“regeneracionistas” que habían proliferado en España desde el desastre del 98.
Un ejército traumatizado desde entonces, obsesionado con la recuperación de la
reputación perdida, con una estructura de mando hipertrofiada, que descansaba
sobre una tropa de reemplazo y que no dejó de sufrir reveses en la colonia
rifeña a manos de las fuerzas enemigas, nativas y de carácter irregular -lo que
los volvía a poner en evidencia ante la población y ante la opinión pública
europea- tenía que lavar su imagen, demostrar que la culpa había sido de los
políticos que habían estado gobernando en España. Desde el minuto uno del
reinado efectivo de Alfonso xiii (desde
1902) fueron ayudados en esa tarea por el monarca, que pensaba que tales
aspiraciones de los militares podrían serle muy útiles en su proyecto de acabar
con las instituciones representativas del país.
Así
pues, un rey que fue limitando peligrosamente el margen de maniobra del
ejecutivo, y que fue apartando de los puestos de dirección de los partidos del
régimen canovista a los líderes verdaderamente representativos, alimentando
mientras tanto el revanchismo militar como vimos en los sucesos del ¡Cu-cut!, en la aparición de las juntas
de defensa, etc., fue sistemáticamente cercenando la capacidad de intervención
del sistema de la Restauración en el desarrollo de los procesos históricos y
sólo dejó abiertas las salidas autoritarias. Una tendencia que, por otra parte,
coincidió en el tiempo con el avance de los movimientos totalitarios en el
resto de Europa.
Las tres líneas maestras de la Dictadura
de Primo de Rivera
Uno
de los temas más candentes en 1923, que dolía especialmente al estamento
militar por encima de cualquier otro, era la Guerra del Rif, que desde 1921 había puesto contra las cuerdas al
ejército de África. El Desastre de Annual,
una batalla que tuvo lugar cerca de esta localidad marroquí entre el 22 de julio
y el 9 de agosto de 1921, se llevó por delante la vida de 11.500 soldados del
ejército español:
“Las
tropas españolas estacionadas en Annual dirigidas por el general Silvestre
pretendían avanzar en dirección a la bahía de Alhucemas, lugar considerado clave
para dominar el territorio. El 1 de junio de 1921 tomaron el monte Abarran
ubicado a solo 12 km de la bahía, pero los rebeldes rifeños liderados por Abd
el-Krim realizaron un contraataque el mismo día y se adueñaron de la posición
capturando algunos cañones. En respuesta las fuerzas españolas tomaron el monte
Iguerriben, sin embargo esta segunda posición fue también sitiada por los
rifeños y tomada el 21 de julio. Al día siguiente el ejército español inició la
retirada en dirección a Melilla hostigado continuamente por las fuerzas
rebeldes, la retirada fue desorganizada y se convirtió en huida, el general
Silvestre murió en circunstancias poco claras, posiblemente por suicidio,
además diferentes compañías formadas por soldados indígenas se pasaron al
enemigo contribuyendo al desconcierto y el pánico. El contingente español
sufrió enormes pérdidas, finalmente los tres mil supervivientes alcanzaron el
fuerte situado en Monte Arruit donde se refugiaron mientras esperaban ayuda
procedente de Melilla que nunca llegó. Fueron sitiados y después de resistir
durante doce días, acuciados por la sed, el hambre y la falta de municiones, se
rindieron el 9 de agosto, tras alcanzar un pacto con el enemigo por el que las
tropas entregarían las armas y podrían retirarse libremente hacía Melilla. El
pacto no fue respetado por los rifeños que asesinaron a los tres mil
supervivientes, una vez desarmados, e hicieron prisioneros a los oficiales para
pedir un rescate. El resto de las posiciones españolas pertenecientes al área
de Melilla se encontraban aisladas entre sí y fueron atacadas y sitiadas por
los rebeldes, algunas guarniciones pudieron escapar, pero la mayor parte de las
tropas murieron en combate o fueron asesinadas por los rifeños tras rendirse”[3].
El segundo
asunto
que sirvió de argumento para el golpe de estado fue la “lucha contra el separatismo”, un eufemismo que pretendía acabar
con la Mancomunidad de Cataluña y con
la vía que abría hacia la descentralización política en nuestro país, algo que
rompía la estrategia de la coalición de fuerzas centralistas-jacobinas que se
había ido asentando en el poder político desde la muerte de Fernando VII en
1833.
La tercera
preocupación
del nuevo régimen, que contaba con el amplio respaldo de las clases
empresariales, era el movimiento obrero.
Recordemos que desde 1910 la CNT se había extendido por todo el país,
convirtiéndose en la primera fuerza sindical, y que había protagonizado algunas
luchas durísimas por la mejora de las condiciones laborales de los
trabajadores, entre las que destaca la mítica “Huelga de la Canadiense”[4],
que comenzó el 5 de febrero de 1919, duró 40 días, se extendió por toda la
ciudad de Barcelona, paralizando el 70% de su economía y arrancó a la patronal
catalana la jornada laboral de ocho horas diarias, que el gobierno haría
extensiva a todo el país a través de una ley de abril de 1919, que entró en
vigor en octubre de ese año, lo que “convirtió
a España en el primer país del mundo en establecerla por ley”[5].
La
Huelga de la Canadiense dejará una
huella profunda en nuestro país. Significará un salto cualitativo formidable en
el desarrollo del movimiento obrero y en la reacción del estado y de la
patronal contra él, que será determinante en el inexorable despliegue de los
procesos históricos ulteriores.
Desde
entonces se abre paso, en Barcelona y su hinterland,
el Sindicato Libre, ultracatólico,
impulsado por la patronal, y los pistoleros que se dedican a asesinar a
dirigentes sindicales de la cnt,
lo que provocará una radicalización, por reacción, en esta organización que los
empujará hacia el anarcosindicalismo
y hacia la acción directa. El número
de asesinatos de carácter terrorista se dispara en la Barcelona de los años 20,
lo que vino muy bien para justificar el golpe de estado. No olvidemos que Primo
de Rivera era, precisamente, el Capitán General de Cataluña en 1923 y que
recibió el respaldo de un sector importante de la gran patronal catalana.
Como
vemos, aunque la estructura política española se hallaba en un proceso
abiertamente involutivo, la sociedad, en cambio, tenía una vitalidad
formidable. Las fuerzas obreras, republicanas y regionalistas estaban
claramente a la ofensiva en un momento histórico en el que la reacción avanzaba
por toda Europa. El desenlace que este drama proyectaba sobre el futuro es
fácil de adivinar.
El Golpe de Estado
Según
Núñez Seixas la Dictadura de Primo de
Rivera es “el primer ensayo de
institucionalización consciente del nacionalismo español”[6].
El 14 de septiembre de 1923 se declaró el Estado
de Guerra, que se mantendrá hasta el 16 de marzo de 1925. El 15 de septiembre
se establece un directorio militar, formado
por ocho generales de brigada y un contraalmirante, que asumió las funciones
del ejecutivo.
Las
Cortes son disueltas oficialmente el 18. Ese mismo día fue emitido un decreto
que prohibía el uso de cualquier lengua que no fuera el castellano, ni de
símbolos como las banderas catalana y vasca. La Mancomunidad de Cataluña fue intervenida, las diputaciones
provinciales y los ayuntamientos disueltos. Se suspendieron las garantías
constitucionales y la prensa fue sometida a censura previa. Se prohibieron los
partidos políticos y se crearon los somatenes
como milicias urbanas.
Santos Juliá ha acuñado,
para referirse específicamente a este régimen, el término “dictadura militar de real orden” o, de forma más simplificada, “dictadura con rey”[7].
Es evidente que el rey, al respaldar todas estas medidas, estaba ligando ya el
destino de la institución monárquica al de la dictadura, siguiendo la última
moda italiana de ese momento histórico. Podemos comparar la suerte seguida por
la monarquía en ambos países como consecuencia de esa alianza entre el rey y el
dictador.
La Dictadura de Primo de Rivera y el
fascismo italiano
Juliá
cuenta en su libro la anécdota del viaje que hizo Alfonso xiii a Italia, poco después del golpe
de estado, en el que éste le dijo a Víctor Manuel III, “ya tengo mi Mussolini”[8].
A partir de entonces los golpistas intentaron atenerse en su programa
político a las directrices generales que estaba siguiendo el modelo al que
intentaban imitar, el del fascismo italiano.
Pero,
por enésima vez en la historia de España, se volvió a comprobar que cuando en
nuestro país se importa un modelo extranjero nada termina funcionando igual. En
el artículo anterior dije que España no
es Francia. Pues, evidentemente tampoco
es Italia.
Las
diferencias entre el modelo italiano y el español saltan a la vista desde el
primer momento, empezando por la biografía de los correspondientes dictadores.
Mussolini, antes de
fundar el Partido Nacional Fascista,
había sido expulsado del Partido Socialista
Italiano (1914) por sostener posturas nacionalistas irredentistas
contrarias al internacionalismo proletario. También fue, durante años, un
importante dirigente sindical. Fue director del órgano de expresión del Partido
Socialista, Avanti, entre 1912 y 1914,
donde “sus violentas opiniones acerca de
los enfrentamientos armados de la semana roja de 1914 motivaron cierta
preocupación entre sus compañeros de filas, atemorizados por su radicalismo”[9].
Debemos
recordar que parte de los fascistas de la primera generación, por toda Europa,
procedían de organizaciones de izquierdas y que se habían radicalizado en un
sentido nacionalista durante la Primera Guerra Mundial o durante el Periodo de Entreguerras.
Había entre ellos muchos sindicalistas que acabaron fundando sindicatos
nacionalistas y/o corporativos o interclasistas. Eso explica en buena parte su
retórica “revolucionaria” y obrerista, su implantación sindical, y la creación
de partidos de masas, algo que repugnaba íntimamente a la vieja derecha
decimonónica, que había creado partidos de cuadros y de notables, y que
procuraba no contaminarse con contenidos “proletarios”.
El
nombre oficial del partido nazi era “Partido
Nacionalsocialista Obrero Alemán”. Llevaba los términos “obrero” y “socialista”
en su denominación, Lo que no le impidió a sus miembros ejecutar a todos los
socialistas, comunistas y anarquistas que se le pusieron por delante.
El
pánico que se extendió entre las clases oligárquicas y empresariales por toda
Europa a partir de la revolución rusa de 1917 les llevó a apoyar a todos los
arribistas que había entre las fuerzas obreras dispuestos a hacer el trabajo
sucio de neutralizar a sus viejos compañeros de lucha, a cambio de participar
en un nuevo proyecto político de carácter totalitario.
El “Cirujano de Hierro”
Es
evidente que el caso español es muy diferente, y que la biografía de Primo de
Rivera tiene muy poco que ver con la de Mussolini, con la que lo único que le
une es su ultranacionalismo y su vinculación con la gran patronal. Primo de
Rivera era un militar de carrera, militarista, como buena parte de sus colegas
españoles de su generación, que había nacido en una ciudad (Jerez de la Frontera)
donde los terratenientes imponían su ley, y que acabó ostentando la más alta
responsabilidad a la que un individuo con su profesión podía aspirar… en el epicentro de todas las luchas sociales
de España (Barcelona) del primer cuarto del siglo xx.
Ya
dije que su ideario político, aparte del nacionalismo conservador y el
militarismo, era el vago discurso regeneracionista que había proliferado en la
España de principios del siglo xx,
cuyo principal ideólogo era Joaquín Costa,
que hablaba del “Cirujano de Hierro”
que España necesitaba para arreglar sus problemas, papel que el propio Primo de
Rivera se propuso desempeñar a partir de 1923.
El
argumentario regeneracionista había
sido utilizado por todo el mundo en el debate político español de principios de
siglo pero, especialmente, por el ala más derechista del Partido Conservador,
en concreto por la facción que encabezaba Antonio
Maura. Los mauristas no dejaron
de evolucionar a lo largo del periodo, pero todo el mundo acabó asociándolos
con la Semana Trágica, con la Guerra de Melilla y la emboscada del Barranco del Lobo, que ocurrieron
precisamente cuando Maura gobernaba. Vino a pasarle algo parecido a lo que le
ocurrió a Fraga Iribarne durante la
transición política de 1976-79, que empezó personalizando las esperanzas de
democratización del régimen franquista y acabó representando todo lo contrario,
convirtiéndose en la cara más visible del franquismo residual. La frase “la calle es mía”, le persiguió después
durante años. Pues a Maura le pasó lo mismo con la Semana Trágica. Aunque en el
proceso de demonización de Maura Alfonso xiii
también tuvo algo que ver, ya que, como demostró con otros dirigentes políticos
de su época (Montero Ríos, Canalejas) le molestaban los líderes de gran
personalidad, y que contaban con partidarios leales entre los miembros de sus
respectivas formaciones políticas.
Pues
este sustrato regeneracionista y maurista, que había en una parte significativa
de la derecha española de los años veinte, se convertirá en la principal base
de apoyo con la que contó el dictador entre la sociedad civil a partir de 1923,
y con ella creó el partido único del nuevo régimen, la Unión Patriótica, en el que estos
elementos autóctonos se combinan con los contenidos políticos importados del
fascismo italiano.
La colaboración de la UGT
Entre
estos últimos elementos que exigía el guion del modelo original, hacía falta un
sindicato de trabajadores que apoyara al nuevo sistema… ¿Y de dónde diablos
podía sacar Primo de Rivera su sindicato de trabajadores para incorporarlo a la
nueva estructura que se estaba formando? ¿Qué sabían los generales de los
sindicatos?
Pues,
veamos… Mussolini, antes de fundar el Partido Fascista ¿Dónde militó? En el Partido
Socialista Italiano y en los sindicatos que este promovió. Pues, entonces, el guion
exigía que, en España, lo primero que había que hacer era hablar con la UGT.
“La
política seguida por la Dictadura con las dos grandes organizaciones obreras
fue muy distinta. Primo de Rivera intentó atraerse a los socialistas,
provocando una división en su seno entre los partidarios de la colaboración con
la Dictadura, encabezados por Julián Besteiro, Francisco Largo Caballero y
Manuel Llaneza, y los contrarios, liderados por Indalecio Prieto y Fernando de
los Ríos. Ganó la postura de los primeros y los socialistas se integraron en el
Consejo de Trabajo como consecuencia de la absorción por este nuevo organismo
del Instituto de Reformas Sociales, e incluso Largo Caballero formó parte del
Consejo de Estado, lo que provocó la dimisión de Prieto de la ejecutiva del
PSOE[10]. En
cambio, la política de la Dictadura respecto de la CNT fue la represión, por lo
que la organización anarquista pasó a la clandestinidad[11].”[12]
¡Largo Caballero
formó parte del Consejo de Estado en la Dictadura de Primo de Rivera! Efectivamente, el que durante la Guerra Civil recibió el
apodo de “Lenin español” colaboró con
Primo de Rivera durante la dictadura. En realidad, más que colaborar yo diría
que ambos personajes se utilizaron mutuamente para sus propios fines. Cada uno
de ellos tenía su propia agenda.
“La
«colaboración» con la dictadura fue objeto de un duro debate interno en el seno
del PSOE y de la UGT, en el que Largo Caballero, fiel a su táctica del
«intervencionismo», abogó por la participación en las instituciones de la
dictadura que tuvieran que ver con la «cuestión social». Así, la Comisión
Ejecutiva de UGT aprobó la concurrencia a las elecciones para miembros obreros
de los Comités Mixtos o Paritarios que la dictadura había creado para regular
las relaciones laborales y la participación del PSOE y la UGT en las elecciones
locales que se iban a celebrar –aunque éstas nunca tuvieron lugar– según la forma
de representación corporativa instaurada por el nuevo Estatuto Municipal recién
aprobado por el Directorio. En todas estas decisiones siempre se encontró con
la oposición de Indalecio Prieto[13].
La
ruptura de los socialistas se consumó cuando en octubre de 1924 Largo
Caballero, secretario general de UGT y miembro de la Ejecutiva del PSOE, aceptó
la propuesta de sus compañeros vocales obreros del Consejo Superior de Trabajo,
Comercio e Industria –al que la dictadura había adscrito el Instituto de
Reformas Sociales al que pertenecía Largo Caballero desde hacía muchos años– de
ser su representante en el reformado y ampliado Consejo de Estado que tendría
una representación de los patronos y de los trabajadores. La entrada de Largo
Caballero en el Consejo de Estado desató una tormenta política en el seno del
socialismo español. Fernando de los Ríos e Indalecio Prieto consideraron un
«grave error» la decisión porque suponía «aumentar, con gravísimo daño para el
prestigio del Partido Socialista, el equívoco de una colaboración...». Como
tanto los Comités Nacionales de UGT como del PSOE apoyaron mayoritariamente la
posición de Largo Caballero, Indalecio Prieto dimitió el 25 de octubre de 1924
de su puesto en la Comisión Ejecutiva del PSOE en señal de protesta. En el XII
Congreso del PSOE celebrado en 1928 Largo Caballero justificó así su postura: [14]
«Me
parece que sería un error que porque haya dictadura, como si no la hubiera,
nosotros abandonásemos los sitios de lucha... porque cuando más aprieta el
enemigo nosotros debemos defendernos más».”[15]
Excluimos
más arriba a los socialistas de la lista de los republicanos españoles “de toda
la vida”, ya que hasta la víspera de la proclamación de la Segunda República se
autodefinían como “accidentalistas”. El
único socialista presente en la reunión del Pacto
de San Sebastián fue Indalecio Prieto,
que se presentó “a título personal” y
contra el criterio de Julián Besteiro,
presidente del partido en ese momento, aunque contaba con el apoyo implícito de
otros notables, entre ellos Largo
Caballero.
La República del Rif
Ya
vimos como el ejército de África sufrió la peor derrota de su historia en Annual (1921), lo que desató una
tormenta política en España, convirtiéndose en una de las razones que sirvieron
para justificar el golpe de estado.
En
el bando rifeño esta batalla significó una importante inyección de moral que
los llevó a proclamar, el 18 de septiembre de 1921, la República del Rif, con capital en Axdir. Abd el-Krim estaba
en la cumbre de su poder. Annual se
convirtió, por todo el mundo árabe, en un símbolo de la lucha contra el
colonialismo. Ni España, ni el resto de países coloniales de Europa, se podían
permitir dejar ese hecho sin respuesta.
«Nunca
hemos reconocido este protectorado y nunca lo reconoceremos. Deseamos ser
nuestros propios gobernantes y mantener y preservar nuestros derechos legales e
indiscutibles, defenderemos nuestra independencia con todos los medios a
nuestro alcance y elevaremos nuestra protesta ante la nación española y ante su
inteligente pueblo, quien creemos que no discute la legalidad de nuestras
demandas».
Abd-el-Krim (Discurso de proclamación de la
República del Rif)[16]
República del Rif
Abd el-Krim conocía
perfectamente cómo funcionaba la administración española. Había estudiado bachillerato en Melilla y en Tetuán, y también estuvo matriculado en la Universidad de
Salamanca. Su hermano era ingeniero de minas por la Universidad de Málaga. Trabajó
como traductor y escribiente de árabe en la Oficina
Central de Tropas y Asuntos Indígenas en Melilla. En 1915 fue juzgado y
encarcelado por una denuncia de la Administración francesa en la que se le
presentaba como un espía alemán. Desde entonces se fue radicalizando hasta el
punto de ponerse al frente de la rebelión rifeña.
Dijimos
que los rifeños ejecutaron en Annual a
todos los prisioneros… excepto a los oficiales. ¿Con qué objeto? Pues con
el de obtener un rescate por ellos en metálico que les ayudara a financiar su
lucha.
[El] “27 de enero de 1923. Los 326 españoles que
fueron tomados como prisioneros por las fuerzas de Abd el Krim, entre ellos el
general Navarro, son liberados tras el pago de un rescate de cuatro millones de
pesetas[17]”.[18]
El
mediador que hizo posible ese acuerdo, el empresario bilbaíno Horacio Echevarrieta, propuesto por el
propio Abd el Krim, merece un
capítulo aparte. Hablaremos de él más adelante. Baste decir ahora que fue un
agente en España de los servicios de inteligencia alemanes desde antes del
estallido de la Primera Guerra Mundial.
Y siguió siéndolo, al menos, hasta finales de los años 30.
El Expediente Picasso
“El
Expediente Picasso es el nombre con el que se conoce al informe redactado por
el general de división Juan Picasso, destinado en el Consejo Supremo de Guerra
y Marina, en relación a los hechos acontecidos en la Comandancia General de
Melilla en los meses de julio y agosto de 1921: el llamado Desastre de Annual y
el abandono de las posiciones.
Tras
el derrumbamiento militar, el Alto Comisario Dámaso Berenguer, trasladado a
esta plaza, solicitó al ministro de la Guerra que un oficial general, nombrado
por aquel, investigase los hechos y depurase las responsabilidades que hubiera
lugar. […] Sin embargo, el desastre se reveló de tal
envergadura que el gobierno de Allendesalazar se vio obligado a dimitir. En
agosto de 1921, el rey Alfonso XIII encarga formar Gobierno a Antonio Maura,
que nombró a Juan de la Cierva como ministro de la Guerra.”
Dicho
expediente fue entregado al Ministro el 18 de abril de 1922. Varios diputados,
encabezados por el socialista Indalecio
Prieto, exigieron que el asunto se debatiera en una comisión del Congreso de los Diputados, para
determinar posibles responsabilidades políticas. En noviembre se filtró a la
prensa la cifra de muertos que se barajaba entonces que había provocado el Desastre de Annual (14.000), lo que
provocó una fuerte conmoción en la opinión pública, que ni de lejos sospechaba
que tuviera tal magnitud.
“Indalecio
Prieto responsabilizó directamente al rey Alfonso XIII de lo sucedido, como
jefe del Ejército y del Estado”[19]
«El
Parlamento se convirtió en una auténtica pesadilla para el monarca, con el
asunto de las responsabilidades debatiéndose abiertamente en comisiones y
discursos»[20]
“El
10 de julio de 1923 se constituyó la Segunda Comisión de Responsabilidades, […] El día 11 de agosto se negó a la Comisión
las actas de la Junta de Defensa Nacional, y comenzó a rumorearse que el propio
rey estaba implicado en el desastre. Ante el cariz que estaban tomando los
acontecimientos y la falta de acuerdo de los miembros de la Comisión, acordaron
convocar el Pleno de la Cámara para el 2 de octubre y que se efectuase una
votación general sobre el asunto.
Sin
embargo, el Pleno nunca llegó a reunirse: el 13 de septiembre el capitán
general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, se pronunció militarmente,
disolvió las Cámaras y proclamó la Dictadura con el visto bueno del rey,
finalizando así el proceso de depuración de responsabilidades.
En
el manifiesto que hizo público el general Miguel Primo de Rivera para
justificar el Golpe de Estado en España de 1923 aludió a las «pasiones tendenciosas
alrededor del problema de las responsabilidades». Y a continuación en el
manifiesto se decía: «El país no quiere oír hablar más de responsabilidades,
sino saberlas, exigirlas pronta y justamente, y esto lo encargaremos, con
limitación de plazo, a Tribunales de autoridad moral y desapasionados de cuanto
ha envenenado hasta ahora la política». Lo cierto fue que al día siguiente del
golpe toda la documentación de la Comisión Picasso del Congreso de los
Diputados fue incautada y el pleno previsto para el 3 de octubre en que se iba
a debatir el informe de la Comisión de Responsabilidades fue suspendido sine
die. Nunca se celebraría, «para tranquilidad de Alfonso XIII»[21].”[22]
El desembarco de Alhucemas
Como
hemos visto, la Guerra del Rif era la
prioridad número uno para Primo de Rivera, y durante los dos primeros años de
su dictadura acaparó la mayor parte de los titulares de prensa y le sirvió como
fuente de justificación. El viejo recurso al “enemigo exterior” ha servido de pretexto a los dictadores desde
siempre.
De
entrada ordenó un repliegue general de las tropas hacia la franja litoral del Protectorado
Español. Los oficiales africanistas no dejarían de manifestar su malestar por
esta medida, entre los que destacó un joven teniente coronel llamado Francisco Franco, al mando de la Legión Extranjera Española que Millán-Astray
fundó en 1920 siguiendo el modelo francés. Franco, en 1922, había publicado Marruecos, diario de una bandera y, a
partir de entonces, será citado en multitud de ocasiones por la prensa
conservadora.
En
marzo de 1924 el ejército español volverá a sufrir otra importante derrota en Yebala, pero Primo de Rivera no permitió
a la prensa informar sobre ella. La censura ocultó totalmente el asunto. No
obstante, tras este revés, las tropas españolas lograron establecer un
perímetro de defensa bastante sólido que las fuerzas rifeñas ya no podrían
romper. En octubre de 1924 el dictador asumió personalmente el cargo de Alto Comisario Español en Marruecos, poniéndose
al mando directo de las operaciones militares. En 1924 el ejército español hará uso de armas químicas contra los
rifeños:
“En
los ataques de 1924, el gas mostaza fue esparcido por vez primera desde
aviones, un año exacto antes de que se firmase «la prohibición del uso en la
guerra de gases asfixiantes, tóxicos o similares y de medios bacteriológicos»
en el Protocolo de Ginebra. El gas utilizado en dichos ataques había sido
producido por la «Fábrica Nacional de Productos Químicos»[23], en
La Marañosa, cerca de Madrid; esta planta se construyó con una asistencia
significativa de Alemania y, sobre todo, de Hugo Stoltzenberg, un químico
asociado con el gobierno alemán en actividades clandestinas de armas químicas a
principios de la década de 1920[24],[25] al
que más tarde se otorgaría la nacionalidad española[26].[27]
Cuando
Abd el Krim comprobó que los españoles estaban cerrando el cerco, por el este,
el norte y el oeste, cometió el error de atacar posiciones francesas, en su
frontera meridional. Ese será el principio del fin de su proyecto político.
Francia abandonó, a partir de ese momento, la neutralidad que había mantenido
hasta entonces en este conflicto, abriéndole a los rifeños el frente sur. La
acción combinada de españoles y franceses en la guerra del Rif resultó fatal
para el bando indígena.
El Desembarco de Alhucemas
El
8 septiembre de 1925, 13.000 soldados españoles desembarcan en la Bahía de
Alhucemas. Desde ese punto avanzaron hacia el interior, rompiendo en dos la
zona controlada por los rifeños. Pronto le fue "entregada la dirección de la guerra a los africanistas, carecía
de sentido [por tanto] seguir con el
enojoso asunto de las responsabilidades, al que se dio definitivo
carpetazo"[28].
En primera línea, y de izquierda a derecha Francisco Franco, Miguel Primo de Rivera y José Sanjurjo. Alhucemas, 1925
El
sector más duro y radicalizado del Ejército de África, liderado por Franco, salió reforzado y convertido en
un actor político de primer orden con el que había que contar en el futuro. En
la primavera de 1926 el Marruecos español estaba ya completamente controlado y Abd el Krim se entregaba a los
franceses, que lo deportaron a la isla de Reunión.
El punto de inflexión
La
gran justificación de todos los dictadores ha sido siempre el “enemigo exterior”. Mientras el
conflicto rifeño permaneció vivo, Primo de Rivera contó con el respaldo de una
parte significativa de la opinión pública más conservadora. Una vez resuelto el
casus belli, rápidamente se puso en
evidencia la ausencia de un verdadero proyecto de país que tenían los
dirigentes de la Dictadura.
“El
13 de diciembre de 1925 Primo de Rivera constituía su primer gobierno de tipo
civil, en el que sin embargo los puestos clave –Presidencia, ocupada por él
mismo, Vicepresidencia y Gobernación, por Severiano Martínez Anido, y guerra
por Juan O'Donnell, duque de Tetuán- se reservaban a militares. En el mismo
acto de presentación del gobierno, para salir del paso de las especulaciones,
cada vez más insistentes en diversos sectores, sobre la necesidad de una salida
constitucional, Primo de Rivera hizo pública su intención de mantener en
suspenso la Constitución y de no convocar elecciones"[29].
A
partir de entonces el Régimen no dejará de perder apoyos y la salida
republicana empieza a perfilarse como la única opción sensata para salir del
atolladero en el que el creciente intervencionismo tanto monárquico como
militar los había metido.
[1] Epílogo de Julio Anguita - Entrevista póstuma. http://www.profesionalespcm.org/_php/MuestraArticulo2.php?id=25407
[2] La sociedad
española era muy dinámica y estaba demasiado viva como para dar marcha atrás.
[4] “La Canadiense” era el nombre con el que
se conocía a la empresa eléctrica Riegos
y Fuerza del Ebro, propiedad de la Barcelona
Traction, Light and Power Company, limited, fundada por el ingeniero
norteamericano Frederick Stark Pearson,
el 12 de septiembre de 1911, en Toronto (Canadá).
[5] Meaker, Gerald H. (1978). La izquierda revolucionaria en España.
1914-1923. Barcelona: Ariel.
[6] Núñez Seixas, Xosé M. (2018). Suspiros de España. El nacionalismo español,
1808-2018. Barcelona: Crítica.
[7] Juliá, Santos (1999). Un siglo de España. Política y sociedad.
Madrid: Marcial Pons.
[8] Juliá, Santos. Ibíd.
[9] Biografías y Vidas. «Benito Mussolini».
Consultado el 26 de junio de 2004. https://es.wikipedia.org/wiki/Benito_Mussolini
[10] García Queipo de Llano, Genoveva
(1997). El reinado de Alfonso XIII. La
modernización fallida. Madrid: Historia 16
[11] Ibíd.
[13] Aróstegui, Julio (2013). Largo Caballero. El tesón y la quimera.
Barcelona: Debate.
[14] Aróstegui, Julio (2013). Ibíd.
[16] Martín, Miguel: El colonialismo español en Marruecos (1860-1956). Madrid: Club de
Amigos de la UNESCO, 2002.
[17] Javier Ramiro de la Mata: “Los
prisioneros españoles cautivos de Abd-el-Krim: un legado del desastre de Annual”.
Anales de Historia Contemporánea,
18(2002).
[18] https://es.wikipedia.org/wiki/Desastre_de_Annual (27/6/2020)
[19] https://es.wikipedia.org/wiki/Expediente_Picasso (28/6/2020)
[20] Alía Miranda, Francisco: (2018) Historia del Ejército español y de su
intervención política. Madrid. Los Libros de la Catarata.
[21] Alía Miranda, Francisco: (2018) Ibídem.
[22] https://es.wikipedia.org/wiki/Expediente_Picasso (28/6/2020)
[23] Cordero, Javier; Merlos, Alfonso. «'La
Marañosa' o por qué España es referencia internacional en innovación militar y desarrollo
tecnológico». belt.es. Consultado el 31 de marzo de 2019.
[24] «Blister Agent:
Sulfur Mustard (H, HD, HS)» (shtml). Cbwinfo (en inglés). Archivado desde el
original el 8 de febrero de 2007. Consultado el 31 de marzo de 2019.
[25] Sierra, Julio (18 de septiembre de
1979). «Un antiguo arsenal de armas químicas obliga a evacuar un sector de
Hamburgo» (html). El País. Consultado el 31 de marzo de 2019. «Una extraña
empresa de armas químicas, que se formó en los años veinte al amparo de las
guerras coloniales españolas, se ha convertido en un gran detonante político
que ha obligado al alcalde de Hamburgo y al Senado de la ciudad a afrontar una
situación sumamente delicada».
[26] Balfour, Sebastian (2002). Deadly Embrace: Morocco and the Road to the
Spanish Civil War (en inglés). Oxford University Press.
[28] Juliá, Santos (1999). Un siglo de España. Política y sociedad.
Madrid: Marcial Pons. p. 64-65.
[29] Barrio,
Ángeles (2004). La
modernización de España (1917-1939). Política y sociedad. Madrid: Síntesis.
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