domingo, 13 de octubre de 2013

La espoleta balcánica



En el sureste de Europa se halla situada la más grande y abierta de las penínsulas de la ecúmene: la de los Balcanes. En esa zona el borde entre los ecosistemas áridos del Próximo Oriente y los húmedos europeos se halla situado más al sur, en la Península de Anatolia, la actual Turquía a la que nos hemos referido ya varias veces[1]. La milenaria ciudad de Constantinopla-Bizancio-Estambul ha constituido históricamente el eje desde donde se han desplegado los dos últimos imperios del Mediterráneo Oriental (el Otomano y el Bizantino). El territorio balcánico ha sido -para los dos- su área de expansión natural por el norte. Ese espacio ha sido el lugar donde han combatido ambas formaciones políticas (también los romanos y, antes que ellos, los macedonios y griegos) con las diferentes oleadas invasoras del norte (germanos, húngaros, eslavos, dorios, aqueos...). Esta península ha sido, como la Itálica y la Ibérica, un inmenso campo de batalla, con la diferencia de que en España y -sobre todo- en Italia, el espacio está mucho mejor acotado y resulta más fácil organizar una sólida línea de defensa. En los Balcanes, en cambio, hemos visto a veces a las oleadas invasoras atravesarlos con facilidad de punta a punta en muy poco tiempo (gálatas, ostrogodos...), perforando todas las líneas defensivas.

Si bien durante las últimas centurias hemos visto a los diversos grupos étnicos de la región buscar de manera obsesiva la consolidación de líneas fronterizas que legitimen a los estados “nacionales” que han ido surgiendo en ella, siguiendo el modelo francés (que ha servido de patrón de referencia en toda Europa a lo largo de los siglos XIX y XX), el cierre de ese proceso histórico está lejos de haberse producido. Aquí el nacionalismo europeo contemporáneo nos ha mostrado su cara más terrible y hemos podido contemplar, en plena década de los 90 del pasado siglo XX, escenas de limpieza étnica que creíamos haber superado ya de manera definitiva y que nos ha vuelto a mostrar cruelmente la recurrencia de los diversos procesos históricos no resueltos que aún siguen vivos allí.

Los períodos más pacíficos que han conocido la Historia de los pueblos balcánicos han coincidido con los momentos álgidos de los imperios mediterráneos (romanos, bizantinos, otomanos) que al unificar el territorio bajo una misma bandera impusieron su propio orden social y estimularon el comercio y la movilidad geográfica de las poblaciones nativas.

Pero cada vez que se ha derrumbado alguno de estos imperios nos hemos encontrado con un paisaje étnico en el que los distintos pueblos de la zona se habían entremezclado de manera parcial, dándose extensas zonas de solape entre los mismos. Una realidad que es percibida subjetivamente como negativa por todo aquél que tenga en mente desplegar un proceso nacionalista excluyente.

El problema, además, se agudiza por la presencia de pueblos invasores procedentes de áreas geográficas vecinas o, en tiempos históricos más recientes, de otros imperios situados más al norte (siempre que un imperio se derrumba hay algún “bárbaro” presionando desde el exterior y/o agudizando los enfrentamientos de las diferentes facciones rivales existentes dentro de la estructura en declive).

Cuando el Imperio Turco empezó a ceder –en el siglo XIX- ante la presión de los independentistas balcánicos (griegos, serbios, rumanos...) no se estaba enfrentando sólo a esos grupos étnicos. Detrás de ellos estaban -apoyándolos- ingleses (el caso griego), rusos y austríacos (en los demás). Todas esas fuerzas continuaron ejerciendo su presión política (aún con más éxito) una vez que los distintos pueblos fueron alcanzando la independencia. Y en cada choque fronterizo librado en la región (había multitud de límites que reajustar) siempre aparecían rusos, austríacos o turcos apoyando cada uno a alguno de los bandos enfrentados. Cualquier conflicto que tuviera lugar allí a finales del siglo XIX o principios del XX siempre amenazaba con transformarse en uno mayor en el que se batirían directamente las grandes potencias que se escondían detrás; de ahí viene la expresión, acuñada en la época, del “avispero balcánico”, percibido como la mayor amenaza para la paz en Europa durante el período conocido como la Paz Armada (1871-1914), que concluyó finalmente cuando la enésima guerra balcánica (esta vez entre Serbia y Austria) degeneró en la Primera Guerra Mundial.

Y los Balcanes continuaron después formando parte de la línea del frente entre los aliados, las fuerzas del Eje y los soviéticos durante el período de entreguerras, campo de batalla durante la Segunda Guerra Mundial y nueva línea del frente entre la OTAN y el Pacto de Varsovia durante la Guerra Fría. En los años 90 vimos desintegrarse a tiros a la antigua Yugoslavia y repetirse las mismas escenas de limpieza étnica que se habían visto durante las dos guerras mundiales y algún conflicto balcánico o peri-balcánico previo, alertándonos así de potenciales “venganzas” futuras que puedan estar dando vueltas en las cabezas pensantes de multitud de individuos que habitan en la zona y que están agazapados esperando que los poderes que sostienen el orden actual se debiliten lo suficiente como para que los viejos conflictos se reabran de nuevo.

Por lo que hemos visto en los últimos años, a los grandes poderes financieros europeos y a los estados-gendarme de la zona cada vez parece preocuparles menos el mantenimiento de la paz en nuestra ecúmene, y ya estamos viendo como algunos se inclinan claramente por impulsar soluciones autoritarias en diversos países que pueden actuar como la espoleta de un nuevo ciclo de violencia balcánica que, visto el cariz que toman los acontecimientos en las áreas geográficas colindantes, es posible que no se queden confinadas, como en los años noventa, dentro de la región y terminen desencadenando un conflicto mayor.




[1] El Duelo Mediterráneo ( http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/06/el-duelo-mediterraneo.html ) y Dos historias paralelas ( http://polobrazo.blogspot.com.es/2013/06/dos-historias-paralelas.html ).

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