Zelensky, en un fotograma de la serie «Servidor del pueblo» (Fuente: La Voz de Galicia)
En las últimas
semanas hemos visto a casi todo el mundo tomar posiciones con respecto a la
agresión rusa sobre territorio ucraniano. Todos se sienten obligados a dar su
opinión acerca de ella, condenar moralmente a un bando, al contrario o a ambos,
y/o a explicar los procesos históricos que nos han traído hasta aquí para que
podamos entenderla. No haré nada de esto. Supongo que el lector, a estas
alturas, ya se ha formado su propia opinión al respecto. Hoy me centraré en las
consecuencias que este conflicto tendrá en el futuro, desde mi punto de vista
obviamente.
Ya conocéis la
línea que venimos siguiendo en este blog desde hace diez años: nos fijamos en los procesos históricos de
largo alcance, en las dinámicas que
se esconden tras ellos, en la versión más estructural de la Historia. No
nos interesan los juicios de valor ni el anecdotario. Hace ya tiempo que
dijimos que los procesos históricos que
tienen lugar en cada zona de nuestro planeta tienen su propia lógica interna
que los diferencia del resto; pero que, dentro de ella, se mueven en espiral,
siguiendo un proceso repetitivo en el que se alternan “las borrascas” con “los
anticiclones”. Cuando hablamos de la España medieval vimos como durante el
periodo que la historiografía conoce como la “Reconquista”, se repitió el mismo ciclo, con una cadencia
aproximada de un siglo de distancia temporal entre uno y otro, de manera
recurrente pero acumulativa (el siguiente ciclo cogía a los cristianos con más
fuerza y a los musulmanes con menos)[1].
Cuando hablamos
de Rusia, hace ya varios años, dijimos que este país viene “reajustando” su relación con sus vecinos occidentales en cada
generación desde hace siglos[2]. Y no
parece que ese proceso se vaya a detener en el futuro que a día de hoy podemos
vislumbrar.
Debemos recordar,
además, que la zona en la que se encuentra situado el país que hoy llamamos Ucrania forma parte del hogar ancestral
de la cultura de los kurganes, de
hace entre 5.000 y 6.000 años, es decir, del foco original de los pueblos indoeuropeos. Un lugar desde donde
llevan todo ese tiempo partiendo pueblos invasores que han llevado sus genes y su lengua desde el Estrecho de Gibraltar hasta la India. Son esos pueblos de
origen indoeuropeo los que cruzaron el Atlántico con sus naves en el siglo XV y
terminaron alcanzado después todos los confines de la Tierra.
Ucrania que, junto con el sur
de Rusia, es la patria original de los kurganes, indoeuropeos, escitas y
sármatas (entre otros) lleva expulsando población desde mucho antes de que
tuviéramos registros históricos. Hay, por tanto, razones estructurales muy
sólidas detrás de este hecho… razones
ecológicas y geopolíticas que se esconden detrás de esta dinámica
repetitiva. Tras esta pequeña introducción pasemos al análisis del enésimo “reajuste” de fronteras y de etnias que
se está produciendo ahora y del que estamos siendo testigos directos.
Características
estructurales de los imperios
Todos los imperios auténticos son multiétnicos.
Así ha sido desde que existen registros históricos. Las estructuras imperiales
suelen someter o integrar en su proceso expansivo a muchos millones de personas
que, antes de que surgieran, pertenecían a comunidades culturales, raciales,
lingüísticas, religiosas… diferentes; y que son integradas (de grado o por la
fuerza) en su proyecto político.
Si un imperio
dura tiempo suficiente provoca importantes desplazamientos de población, y
todas las etnias que forman parte del mismo suelen mezclarse, de manera natural
(a través del comercio y demás relaciones de tipo económico) o forzada (migraciones
dirigidas o inducidas desde el poder). La propia supervivencia de la estructura
imperial depende de esa mezcla de pueblos.
Lógicamente el
proceso de estructuración política de cualquier imperio favorece especialmente
a la etnia dominante (que, normalmente, es la que fundó el imperio), pero no
exclusivamente. En ese proceso expansivo siempre aparecen pueblos aliados, que
ayudan a los fundadores en su proyecto porque ellos también obtienen ventajas
de él. Un caso arquetípico de lo que digo es el de los tlaxcaltecas, los grandes aliados de Hernán Cortés durante la
conquista de México, que durante las siguientes generaciones se adueñaron de
numerosos territorios del norte en los que, con frecuencia, se hacían pasar por
españoles, a pesar de ser tan indígenas como los conquistados. También podemos
hablar de las facciones witizanas de
los visigodos, que apoyaron a los musulmanes en su invasión de la Península
Ibérica y se apropiaron, a cambio, del Valle Medio del Ebro o de las zonas de
Murcia, de Alicante y de Toledo. Sin ese tipo de apoyos es imposible crear un
imperio y, para ello, es imprescindible que esos aliados de los fundadores
obtengan importantes parcelas de poder real.
En el proceso
de consolidación de los imperios, todos los que obtienen algún beneficio del
mantenimiento de esa estructura se van fusionando parcialmente con la etnia
fundadora dominante y asumiendo buena parte de sus valores y de sus
características culturales. Pero a pesar de esto no suelen perder del todo su
identidad ya que, al fin y al cabo, ellos también representan un modelo de
éxito dentro del contexto imperial. Los tlaxcaltecas
mantuvieron su identidad durante siglos, los antiguos witizanos fueron conocidos después como muladíes y llegaron a reinar en más de la mitad de los reinos de
las primeras taifas (Zaragoza, Toledo, Murcia, etc.)
Situándonos en
el contexto de la Europa Oriental podemos afirmar con rotundidad que los
grandes imperios que dominaron la zona hasta la Primera Guerra Mundial (ruso,
austriaco y turco) se ajustan claramente a este modelo (el alemán presenta unas
características diferentes. Tenemos que recordar que es muy reciente -se creó en
1870-, que en realidad era una confederación de pueblos que se unió para poder
repeler las agresiones de su vecinos franceses y rusos -aunque liderada por los
prusianos- y que, además, a casi todos sus habitantes ya les unía la lengua
antes de que se integraran políticamente. El núcleo duro del Imperio Alemán era
muy compacto étnicamente y por eso no fue capaz de integrar a las minorías ajenas).
Las dos grandes
etnias que reforzaron la autoridad de la germánica, dentro del Imperio austriaco, fueron los húngaros y los checos, y los que hicieron lo propio en el Imperio ruso los ucranianos
y los bielorrusos, ese es un dato que
nunca debemos olvidar.
Pero cuando un
gran imperio entra en fase de descomposición política, y las zonas más
periféricas del mismo empiezan a perderse, esas etnias que fueron aliadas de la
dominante están en una posición privilegiada para proclamar su propia
independencia, ya que aún suelen seguir conservando importantes parcelas de
poder real, que utilizan en provecho propio.
Debemos
recordar que el Imperio austriaco se
cambió de nombre para pasar a llamarse Imperio
austrohúngaro en 1867, y estableció la doble capitalidad (Viena para
Austria y Budapest para Hungría). En 1918 se independizaron tanto húngaros como
checos (estos últimos incorporaron a su país a los eslovacos). El resto de
pérdidas territoriales de los austriacos en la Primera Guerra Mundial no fue por independencia, sino por anexión a
países limítrofes (Polonia, Rumanía, Yugoslavia, Italia).
El caso ruso,
aunque diferente, presenta algunas similitudes con el austriaco. Bielorrusos y
ucranianos fueron los más sólidos apoyos con los que contaron los rusos,
propiamente dichos, en su proceso expansivo por su flanco occidental, y
actuaron como colchón amortiguador frente a alemanes, polacos, austriacos y
turcos, en su fase imperial zarista.
Tras la Revolución rusa, en 1917, tuvieron lugar
profundos cambios organizativos en la estructura imperial. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(URSS), cómo podemos inferir de su propio nombre, creó una estructura política
que podríamos llamar “federal”. La “Unión”
dio autonomía a las diferentes repúblicas, en las que la multitud de etnias que
vivían en el antiguo Imperio ruso obtuvieron una importante participación
política (aunque, obviamente, ésta se canalizara a través del partido único que
controlaba al Estado Soviético). Hasta tal punto es así que Stalin, que gobernó
la Unión Soviética entre 1924 y 1953,
era georgiano y Leónidas Brézhnev (1964-1982) ucraniano.
En 1954 tuvo
lugar una modificación en los límites administrativos entre las repúblicas de
Rusia y de Ucrania, transfiriéndose desde la primera hasta la segunda la Península de Crimea.
Hay un dato curioso,
que poca gente conoce pero que ilustra lo que vengo diciendo: entre los países
fundadores de la ONU, en 1945, estaba obviamente la Unión Soviética, que obtuvo, además (como EEUU, Reino Unido,
Francia y China), un asiento permanente en el Consejo de Seguridad y el derecho de veto de cualquier resolución
que no le convenga. Pero en la lista de países fundadores… ¡también estaban Ucrania y Bielorrusia!, a pesar de que, en rigor,
no eran países independientes. Ninguna otra de las restantes 12 repúblicas
soviéticas (si también excluimos a Rusia) tuvo ese privilegio. Tras la
desintegración de la URSS las 12 repúblicas tuvieron que pedir el ingreso en la
ONU, como corresponde a un país que acaba de independizarse. Rusia heredó el
asiento soviético (con todas las prerrogativas que tenía), pero Ucrania y Bielorrusia simplemente siguieron como estaban, ya que son
considerados países fundadores de este organismo internacional.
Situación
de Ucrania tras la independencia (1991).
Ucrania se
separó de la Unión Soviética como consecuencia del Acuerdo de Belavezha (8 de diciembre de 1991) entre los presidentes
de las repúblicas soviéticas de Rusia
(Borís Yeltsin), Ucrania (Leonid
Kravchuk) y Bielorrusia (Stanislav
Shushkévich) precisamente, al que se adhirieron después los del resto de
repúblicas (excepto los de Estonia, Letonia, Lituania y Georgia) el 21 de
diciembre. Este acto político fue una reacción de las repúblicas constitutivas
de la URSS frente al intento de golpe de estado contra Gorbachov de Agosto de
1991. Debemos decir también que ese
acuerdo ignoró olímpicamente el resultado del referéndum que acababa de
celebrarse en toda la Unión Soviética:
“El
domingo 17 de marzo de 1991, se celebró un referéndum sobre el futuro de la
Unión Soviética con la siguiente pregunta para los votantes:
«¿Usted considera necesaria la
preservación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como una
federación renovada de repúblicas soberanas iguales en la que serán
garantizados plenamente los derechos y la libertad de un individuo de cualquier
nacionalidad?»[3]
El
referéndum se hizo con el objetivo de aprobar el Nuevo Tratado de la Unión y
fue ajeno a la reforma del sistema económico, cuestión que se llevará a cabo
tras la victoria de Borís Yeltsin en las elecciones.
[…]
Aunque la votación fue boicoteada por las autoridades de Armenia, Estonia,
Georgia (aunque no en la provincia separatista de Abjasia, donde el resultado
fue más de un 98% a favor[4]
y en Osetia del Sur[5]),
Letonia, Lituania, Moldavia (aunque no en Transnistria y Gagauzia),[6]
la participación fue del 80% en la URSS.[7]
El referéndum fue aprobado por al menos el 70% de los votantes en las otras
nueve repúblicas que participaron. Fue el primer y único referéndum en la
historia de la Unión Soviética, que fue disuelta el 26 de diciembre de 1991.”
Fuente: Wikipedia. Artículo: Referéndum de la Unión Soviética de 1991. (Consultado el 1/4/2022)
Como podrá ver,
la participación de los ucranianos en el referéndum fue del 83,5 % de la población,
y el porcentaje de los mismos que eran partidarios de conservar la Unión
Soviética del 70,2 %. Estas cifras son muy parecidas a las que se dieron en
Rusia y Bielorrusia. Los presidentes de estas repúblicas (los firmantes del Acuerdo de Belavezha) estaban, por tanto, actuando en contra de un mandato popular que teóricamente los vinculaba y que se había emitido tan
solo 9 meses antes.
Ucrania
entonces era la segunda república soviética en población (52 millones de
habitantes, tras Rusia) y la tercera en extensión territorial (603.000 km2,
tras Rusia y Kazajistán). Como las fronteras que limitaban los nuevos países
eran las que habían separado a las repúblicas soviéticas, la nueva Ucrania
incluía obviamente a la Península de Crimea.
Como el resto
de repúblicas soviéticas, este país presentaba en ese momento una composición
de la población multiétnica, como suele suceder casi siempre tras la
descomposición de cualquier imperio. Todos los grupos étnicos que habían
formado parte del Imperio ruso, primero, y de la Unión Soviética, después,
llevaban siglos entremezclándose entre ellos, como había ocurrido igualmente en
los imperios austriaco, turco, español, inglés…
¿Y qué sucede cuando un espacio multiétnico se fragmenta? Pues
que empiezan… ¡las limpiezas étnicas! Como la
separación había sido pacífica no había razón para depurar a las minorías de
forma violenta, pero inmediatamente comienzan a tomarse medidas que les
perjudican y las discriminan. En cada una de la repúblicas que acaba de
independizarse se proclama como lengua oficial la de la etnia mayoritaria, abandonando
(excepto Rusia, obviamente) la lengua común (el ruso) que las había mantenido
unidas hasta entonces. Las minorías ruso parlantes, como nos podemos imaginar (que
no necesariamente tenían por qué ser rusos étnicos) empezaron a ser relegadas y/o
marginadas de los puestos de responsabilidad. Estas minorías hasta ese momento
no sólo habían sido numerosas, sino también poderosas. Estamos hablando de las
personas que habían mantenido viva la superestructura política soviética (dirigentes,
técnicos, personas de clase media y trabajadores cualificados). Marginarlos
tenía importantes consecuencias políticas, económicas y sociales.
En determinados
países (como Letonia, por ejemplo)
fueron más allá e, incluso, se les negó la nacionalidad en la nueva república,
convirtiéndolos de facto, en términos jurídicos, en ciudadanos de segunda e,
incluso, en apátridas.
[En Letonia] “hay también una importante minoría rusófona (más del 26% de la
población). Después de la restauración de 1991, las autoridades establecieron
el idioma letón como el único oficial, y distinguieron entre ciudadanos letones
—nacidos y descendientes de residentes antes de 1940— y «no ciudadanos»
—quienes llegaron al país durante la Unión Soviética— al conceder la nueva
nacionalidad. Aproximadamente un 11% de la población letona no ha obtenido
ninguna nacionalidad después de la disolución de la Unión Soviética.[8]”
(Wikipedia:
voz Letonia, 30/3/2022)
El porcentaje
de personas que tenían el ruso como lengua materna dentro de la población general
era muy elevado -en todos los casos- lo que les hizo empezar a organizarse en
casi todas partes, creando fuerzas políticas específicas y grupos de presión
para defender sus intereses. En algún caso (en Moldavia, por ejemplo) llegaron a tomar las armas y a proclamar su
propia independencia con respecto a la república en la que habían sido
integrados a la fuerza[9].
Como podrá imaginar ese tipo de noticias no sentaban nada bien en Rusia. Los refugiados
rusos procedentes del resto de las antiguas repúblicas soviéticas empezaron a
llegar y a contar historias de discriminación que reforzaron el discurso
nacionalista, lo que facilitaría el ascenso político de Vladímir Putin y de todo lo que él representa (el orgullo de ser
ruso).
Las etnias
dominantes en las nuevas repúblicas no sólo discriminaron a los rusos (aunque
éste fuera el caso más visible, porque eran los más numerosos y mejor situados
socialmente), también al resto de minorías distintas de la propia (armenios en
Azerbaiyán, azeríes en Armenia, musulmanes en repúblicas cristianas, cristianos
en repúblicas musulmanas…). Los viejos fantasmas de la limpieza étnica se extendieron
por doquier, como también vimos en la antigua Yugoslavia en los años noventa.
Hubo guerras
étnicas abiertas en Nagorno Karabaj (entre
armenios y azeríes), en Georgia (Abjasia
y Osetia del Sur), en Moldavia (rusos
contra moldavos), etcétera. Este es el contexto creado por la descomposición
política de la Unión Soviética.
Ucrania, como
las demás repúblicas ex soviéticas, es un país multiétnico. Aunque hay mayoría
ucraniana, actualmente los étnicamente rusos aún rondan el 20% de la población
y, además, hay minorías rumanas, moldavas, bielorrusas, tártaras, polacas...
Los
últimos 30 años
No voy a contar
la historia política de Ucrania desde la independencia hasta hoy. Estoy seguro
de que habrá leído o escuchado ya bastante al respecto. Sólo expondré algunos
datos que probablemente no conozca, que son absolutamente contrastables y que
nos pueden ayudar a complementar la visión que están transmitiendo los medios
de comunicación.
Empecemos por
la demografía. Ucrania, en 1990,
tenía 51.891.400 habitantes, lo que la convirtió, tras la independencia, en el
sexto país de Europa en población (tras Rusia, Alemania, Francia, Reino Unido e
Italia), por delante de España (38.851.000, 13 millones menos) y de Polonia (38.119.000).
Su población en
2020 era de 41.418.717 (10,4 millones menos que en 1990. Ha perdido el 20,18 %
de los habitantes que tenía entonces). La mayor parte de esas pérdidas han sido
por emigración y, dentro de ellas, mayoritariamente hacia Rusia. Estamos ante el mayor éxodo migratorio
europeo de los últimos 30 años en términos absolutos. España, en población,
le pasó por delante hace tiempo (47.332.614 habitantes en 2020) y Polonia le
pisa los talones (38.265.013 habitantes en 2020).
Esta pérdida de
población se ha producido de manera paulatina a lo largo de todo el periodo. No
es imputable, por tanto, a ningún hecho político concreto. Es, simple y
llanamente, una tendencia de fondo. Como podrá ver en la siguiente tabla:
Fecha |
Población |
1990 |
51.891.400 |
1995 |
50.874.104 |
2000 |
48.663.609 |
2005 |
46.749.170 |
2010 |
45.598.179 |
2015 |
42.590.879 |
2020 |
41.418.717 |
Evolución de la población de Ucrania entre 1990 y 2020[10].
En todas las
entradas de esta tabla está incluida la población de la Península de Crimea,
anexionada por Rusia en 2014 (2.416.856 habitantes en enero de 2021). En la
entrada de Wikipedia (en español) referida a Ucrania, se le asigna una
población de 39.510.726 habitantes en 2020, aclarando que este dato no incluye
a la Península de Crimea.[11]
En términos
económicos podemos decir que la Renta Per
Cápita en 2020 era de 3.283 € (España = 25.460, Polonia = 14.940, Rusia = 8.846,
Cuba = 8.298, Marruecos = 2.718, para que podamos establecer algunas
comparaciones significativas)[12].
No entraremos
en la valoración de los acontecimientos políticos del periodo (seguro que está
saturado ya de este tipo de interpretaciones), pero es importante que sepamos
quién es Volodímir Zelenski, su
actual presidente. Zelenski, antes de
dedicarse a la política, era propietario de la productora de
programas de televisión, Kvartal 95 que
ha producido la serie de televisión “Servidor
del Pueblo”, en la que él es el protagonista y que ha arrasado en su país:
“Servidor
del Pueblo es una serie de televisión de sátira política ucraniana que se
estrenó el 16 de noviembre de 2015. El personaje principal es Vasyl Petrovych
Holoborodko (Volodímir Zelenski), un profesor de historia de secundaría que
inesperadamente se convierte en presidente de Ucrania, después de que un vídeo
filmado por uno de su alumnos donde critica la corrupción del gobierno de
Ucrania se volviera viral.
La
serie fue producida por Kvartal 95, la cual fue fundada por Volodímir Zelenski.
Se involucraría mucho más en la política ucraniana; el 31 de marzo de 2018, un
partido político que lleva el nombre de la serie de televisión se registró en
el Ministerio de Justicia. Además, Zelenski, quien interpretó al protagonista
de la serie como el presidente de Ucrania, fue elegido presidente de Ucrania el
21 de abril de 2019.”[13]
En un país
dividido y polarizado, en el que los políticos “profesionales” tiene muy mala
prensa, el ascenso al poder de un actor que hace de presidente en la serie más
popular es, cuando menos, un fenómeno
sociológico (que nos recuerda otros, como Berlusconi –Italia-, Reagan
o Donald Trump -Estados Unidos-, Schwarzenegger –California-). Es un
modelo que ha sido ensayado con éxito en el pasado reciente y que, obviamente… ¡siempre ha sido planificado!... Un actor
que hace de presidente, primero en la ficción y después en la realidad.
Y como un actor
que es, lo que de verdad domina es su presencia ante las cámaras. ¿Ha visto
alguna vez al presidente de un país en guerra interviniendo, cada día, en las
sesiones parlamentarias de países extranjeros (telemáticamente, por supuesto)? Zelenski, obviamente, sigue
representando, en medio de las bombas e impartiendo lecciones de moral a
diestro y siniestro. Ya veremos qué consecuencias tiene esto a largo plazo
sobre su pueblo y sobre la paz en Europa.
Consecuencias
de la invasión rusa
Todo lo que
hemos dicho hasta ahora es anterior a la invasión rusa del 24 de febrero. Es
obvio que este acontecimiento ha agravado todos los factores que hemos citado.
Desde entonces (hace sólo dos meses) han abandonado Ucrania varios millones de
personas y otros tantos se han desplazado dentro de su país.
Es obvio que la
posición geopolítica de Ucrania amplifica todos los conflictos estructurales
internacionales. El grueso de la invasión alemana contra la Unión Soviética en
la Segunda Guerra Mundial se produjo por Ucrania precisamente. Como recordará
los rusos la pararon en Stalingrado
(hoy Volgogrado). Si mira un mapa verá que ese punto cero de la resistencia
soviética contra el nazismo no está muy lejos de las regiones orientales de
Ucrania (la zona del Dombás). Las
resonancias históricas de este proceso son más que evidentes (no entraremos en
la filiación ideológica de las fuerzas paramilitares ucranianas actuales, de
las que estoy seguro que ya habrá oído hablar hasta la saciedad).
¿Por qué los
occidentales prefieren penetrar por el sur en el bloque ruso-soviético? Hay
evidente razones estructurales, ecológicas, geopolíticas… para ello.
Ucrania es una
gran llanura, lo que facilita el desplazamiento de grandes ejércitos y de la
artillería (ataques y contraataques que pueden barrer de oeste a este o
viceversa el país en poco tiempo), su clima es el más templado dentro de los
países que componían la antigua Unión Soviética (por tanto más propicio para la
penetración occidental, recordemos el gran error estratégico de Napoleón cuando
atacó Moscú) y cualquier penetración en el país desde el oeste o el apoyo
logístico a los combatientes ucranianos pro-occidentales se puede reforzar
también desde el Mar Negro (de ahí la rápida intervención rusa desde los
primeros días sobre el puerto de Odesa, para impedir el suministro vía
marítima). Ucrania tiene fronteras terrestres, además, con varios países de la Unión
Europea y de la OTAN (Polonia, Eslovaquia, Hungría, Rumania), y la probabilidad
de que los pro-occidentales puedan ser embolsados o rodeados por los rusos es
menor. En el oeste ucraniano, además, hay importantes poblaciones católicas y/o
polacas, que pueden dar apoyo sociológico a la penetración occidental en la
región. Todos estos son factores geoestratégicos que aumentan la probabilidad
de conflicto entre las grandes potencias en esta zona precisamente.
La fértil y relativamente
templada (si la comparamos con los países que la rodean) llanura ucraniana
favorece el crecimiento demográfico en tiempo de paz, y la expulsión masiva de
poblaciones en tiempo de guerra (es más fácil resistir una invasión en un país
montañoso). Su posición geoestratégica (es la vía de penetración óptima contra
el gigante ruso) acentúa su exposición militar. Por todo esto los dirigentes
políticos ucranianos deberían ser personas muy templadas, con una importante
visión geoestratégica que les permitiera prever los movimientos de sus vecinos
con antelación frente a cualquier posible medida de política exterior que
pudieran adoptar (como los finlandeses, por ejemplo, que también se separaron
de Rusia en 1918 y siguen manteniendo una larga frontera con ella, lo que no
les ha impedido formar parte de la Unión
Europea). Los grandes expertos en geopolítica han repetido hasta la
saciedad que lo único que podía garantizar la consolidación del joven estado
ucraniano (sólo cuenta con 30 años de existencia) era la “finlandización” del mismo (la neutralidad con respecto a los
bloques militares), y esto es así no sólo por razones de política exterior,
sino también de política interior (los étnicamente rusos son mayoritarios en
Crimea y en la zona del Dombás y muy numerosos en la mitad oriental del país).
Pero la historia de Ucrania durante su breve existencia como estado
independiente no se ha caracterizado precisamente por la templanza ni la
prudencia, las “revoluciones” y otros hechos insólitos no han parado de
sucederse durante este tiempo: El envenenamiento de Víktor Yúshchenko (2004), la Revolución
Naranja (2004-2005), la Revolución
del Maidán en 2014, la Guerra del Dombás
y la segregación de Crimea, como
reacción a ésta, la llegada al poder en 2019 de un actor de éxito cuya campaña
política había sido la serie de televisión más vista en el país durante tres
años, etc. El que prometió la paz en su campaña electoral lo que ha conseguido
es elevar el nivel de intervención militar en un país que, no lo olvidemos, estaba ya en guerra desde 2014. Lo que
diferencia la situación actual de la de hace unos meses es que las tropas rusas
han cruzado la frontera y que se combate por casi todo el país. En vez de
acotar la línea del frente, ésta se ha multiplicado.
La
correlación de fuerzas internacionales
La Guerra de
Ucrania es, en realidad, un conflicto europeo; un duelo geopolítico entre las
grandes potencias de este momento histórico; un reajuste de los límites de las
esferas de influencia entre el Bloque Occidental,
que se estructura en términos militares a través de la OTAN y que se está
expandiendo por Europa Oriental, el Mediterráneo y el Próximo Oriente desde el
mismo momento en que se desintegró la URSS; frente al bloque Rusia-China-Irán que empezó a estructurarse
como consecuencia de la Segunda Invasión
norteamericana sobre Irak en 2003.
Ahora
observemos los siguientes mapas:
Fuente: BBC
En 1990 había
en Europa dos bloques antagónicos: la OTAN
(liderada por los norteamericanos) y el Pacto
de Varsovia (liderado por los soviéticos). El Pacto de Varsovia se disolvió en 1991, pero la OTAN (que se supone
que era una organización defensiva) no lo hizo cuando se quedó sin adversario,
sino que incorporó a sus filas a una parte significativa de los países habían
pertenecido a la coalición enemiga. Hoy hay misiles apuntando a Moscú desde los
países bálticos (que son limítrofes con Rusia y que pertenecieron en su día a
la URSS). Por cierto, hay españoles estacionados en las bases militares de la OTAN
situadas allí.
Pacto de Varsovia. (Fuente: Wikipedia)
¿Recuerda como
reaccionaron los americanos en 1961, cuando descubrieron que la rusos habían
puesto misiles en Cuba apuntando a su país? Pese a la santa indignación que les
invadió cuando se sintieron “agredidos”, los rusos sólo estaban repitiendo lo
que ellos acababan de hacer en Turquía. La crisis se resolvió cuando las dos
partes acordaron retirarlos en ambos países. Al desmantelamiento de los misiles
rusos en Cuba la prensa le dio amplia cobertura, de su contraparte en Turquía
prácticamente no dijo nada. Es obvio que en cada país la prensa informa de lo
que le conviene al gobierno de turno.
La
desintegración de la URSS en 1991 abrió una nueva etapa histórica que se conoce
como el “Hegemonismo Norteamericano”.
Cuando uno de los dos bandos que habían rivalizado durante la Guerra Fría (1945-1991) desapareció, el
otro se quedó solo e impuso su ley en todo el mundo. La OTAN se expandió y se
convirtió en una alianza cada vez más ofensiva.
En la Guerra Fría, entre los dos bloques
enfrentados había varios países neutrales, entre ellos uno llamado Yugoslavia. En el espacio que ocupaba
hoy hay siete (Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia, Montenegro,
Kosovo y Macedonia del Norte) alguno de los cuales está cogido con alfileres.
Desde entonces ha habido cuatro guerras allí (las de Eslovenia -1991-, Croacia
-1991 a 1995-, Bosnia-Herzegovina
-1992 a 1995- y Kosovo -1998 a 1999- en
la que, por cierto, las fuerzas de la OTAN machacaron Serbia desde el aire durante meses) que han dejado algunos de los
episodios más sangrientos de limpieza étnica que haya conocido Europa desde
1945.
También hemos
visto a varios países de la OTAN atacar a otros que se encontraban fuera de su
área teórica de intervención (Irak, Afganistán) desde ese fatídico 1991.
Mientras tanto
el mundo ha cambiado bastante, sobre todo en el ámbito económico. Desde la
década de los 70 el crecimiento económico chino se ha mantenido con tasas del PIB
de dos dígitos cada año, lo que ha llevado a un país que entonces estaba
claramente subdesarrollado a convertirse en un gigante económico y tecnológico
que se bate ya en igualdad de condiciones con EEUU. Este hecho ha ido
equilibrando la balanza de manera paulatina desde entonces. Si durante la Guerra Fría, la gran potencia que los
norteamericanos tenían enfrente era la URSS, la que tienen ahora es China. Pero
China, de momento, sólo es un gigante económico y tecnológico, y avanza
posiciones claramente en el plano político. Pero su poder militar está aún muy
lejos del de los norteamericanos.
Y China no está
sola. Hay otros países en Asia que también están creciendo y cambiando la
correlación de fuerzas planetaria (India, Indonesia, Pakistán, Irán, Vietnam)
el mundo está cambiando debido al empuje de las fuerzas emergentes de Asia, lo
que ha hecho entrar en un evidente declive político al mundo occidental.
¿Recuerda las
bases filosóficas del materialismo histórico (infraestructura, estructura,
superestructura)? Pues resulta que China, que está liderado por una élite que
conoce perfectamente esa doctrina, está atacando… ¡desde la infraestructura!, es decir, desde la economía. Y Occidente
se defiende… ¡desde la superestructura!,
es decir militarmente. Si aún recuerda algo de esto deberá saber que las
verdaderas revoluciones sociales se gestan con lentitud en el plano de las
relaciones económicas y que, cuando triunfan, se terminan reflejando en el
político y, más adelante, en el militar. Hay una tendencia profunda en el mundo
actual, claramente perceptible al menos desde los años 60 del pasado siglo, que
está erosionando de manera nítida el poder imperial norteamericano y cuyos
beneficiarios más importantes están en el continente asiático. Y el Imperio
reacciona… disparando a todo lo que se mueve.
Sabe que, a largo plazo, va a perder. Sólo aspira a retrasar ese momento todo
lo posible.
El mundo del
siglo XXI se parece bastante, en términos estructurales, a la Europa del siglo XVII.
Cuando esta centuria empezó, España era con claridad la potencia hegemónica. El
“hegemonismo español” duró desde 1517
hasta 1618. El norteamericano desde 1991 hasta una fecha indeterminada de
principios del siglo XXI.
Con la Paz de Westfalia, en 1648, comienza la
época que los historiadores conocen como “El
Sistema del Equilibrio Europeo”. Está claro para cualquier observador
mínimamente objetivo que el sistema político de mediados del siglo XXI (si no
lo impide un holocausto nuclear) será de equilibrio entre media docena de
grandes potencias planetarias (China, India, Estados Unidos, Rusia, Brasil,
Indonesia, lo que quede entonces de la Unión Europea…).
¿Y qué pasó en
Europa entre 1618 y 1648? Pues… La Guerra
de los Treinta Años. La guerra más
sangrienta que la humanidad ha conocido antes de 1914.
En realidad
esta guerra fue una suma de guerras más pequeñas encadenadas una tras otra en
la que fueron entrando de manera paulatina, uno a uno, la mayor parte de los
países europeos de la época.
¿Y qué tiene
toda esta explicación que ver con el actual conflicto ucraniano? Pues que está
claro que se trata de un conflicto estructural, a través del cual se pretende
reajustar las esferas de influencia de los bloques de poder actuales.
La
situación en Europa
“La causa próxima de la guerra ha sido la innecesaria
expansión de la OTAN hacia el Este a pesar de las constantes advertencias de
Rusia y de expertos occidentales de que una Ucrania perteneciente a la OTAN
suponía una “amenaza existencial” para Rusia.”
Fernando
del Pino Calvo-Sotelo[14]
Putin puede ser
un asesino, pero loco no está. Viene avisando de lo que haría si Ucrania
entraba en la OTAN desde hace años. Esta es la crónica de un genocidio
anunciado.
[En]
una entrevista a Trump en 2017. Cuando un periodista le espetó que Putin era un
“asesino”, el expresidente no se arredró: “Hay muchos asesinos… ¿Por qué cree
usted que nuestro país es tan inocente? Eche una ojeada a lo que hemos
hecho…recuerde la guerra de Irak…murió mucha gente, así que, créame, hay muchos
asesinos a nuestro alrededor”.[15]
Las fuerzas pro-atlantistas
están en el poder en Ucrania desde la Revolución
del Maidán (2014). Estaba claro para todos los actores políticos
occidentales que por ese camino se iba hacia una confrontación directa con
Rusia y que, cuando este choque tuviera lugar, los rusos pasarían a la primera
línea del frente, pero serían apoyados desde la retaguardia por varias de las
emergentes potencias asiáticas (China, Irán, posiblemente India). Los militaristas
de la OTAN querían llevar el enfrentamiento estratégico con ellos desde el
plano económico (donde los emergentes parecen jugar con ventaja) hacia el
militar (donde aún llevan la iniciativa los occidentales)… Están haciendo lo mismo que hizo España y su aliada Austria en 1618…
que pensaban que iban a ganar… pero
perdieron, después de 30 años de guerra total y 20 años más de propina ya sólo
para los españoles (la guerra franco-española
y la de independencia portuguesa). No es una buena idea.
Por azares del
destino, ese proceso fue contenido por el “loco” de Trump (2017-2021) que decidió que la mejor forma de enfrentarse con
China era ofreciéndole a Rusia un camino para colaborar con los países
occidentales (“si no puedes con tu
enemigo, únete a él”). Si los rusos hacían negocios con los occidentales se
sentirían menos tentados a estrechar lazos con los chinos.
Y fue en ese
contexto político en el que los alemanes de Ángela Merkel acordaron con los
rusos construir un gasoducto que llevará directamente el gas desde Rusia hasta
Alemania, por el fondo del Mar Báltico, sin pasar por ningún país intermedio,
el llamado Nord Stream 2. De esta
manera los alemanes (y a su través el resto de países de la Unión Europea),
comprarían el gas a los precios más baratos que hay en el mercado, sin las
interferencias políticas que pudieran establecer los países de tránsito (léase
Ucrania).
En la cúpula
dirigente de la economía y de la política del mundo occidental, en este momento
histórico que estamos viviendo, hay dos facciones enfrentadas, con proyectos de
futuro antagónicos. Sólo de esta manera se pueden entender algunos golpes de
timón que vienen teniendo lugar… ¡desde
2003! al más alto nivel (les invito a leer mi artículo “El Complejo Militar-Industrial”[16]).
Y Biden (del Partido
Demócrata, como Obama, que era el que mandaba cuando la Revolución del Maidán) llega
al poder, en EEUU, en enero de 2021. Desde 2019 tenemos al actor Zelenski en Ucrania y desde el pasado
mes de diciembre a Olaf Scholz en
Alemania (del Partido Socialdemócrata, el más cercano políticamente a los
demócratas americanos en el contexto alemán). La conjunción “planetaria” ha dado
un vuelco total en el plazo de dos años y medio.
“…uno
de los objetivos de EEUU al empujar a Rusia a la guerra era descarrilar el
proyecto de gaseoducto Nord Stream 2, que permitía a Rusia proveer de gas a
Europa sin pasar por Ucrania y unía más estrechamente los lazos comerciales
pacíficos de Eurasia. Recordemos que EEUU ve a Europa con condescendencia, como
a un familiar lejano venido a menos, pero también como a un competidor, como a
Rusia. Biden primero nos mete en el lío y luego nos vende gas licuado
norteamericano, mucho más caro que el ruso ¿y nadie se pregunta nada?”[17]
El
nuevo modelo político europeo
La invasión de
Ucrania formaba parte del guión que nos conduce a la guerra. ¿Con qué objetivo?
¿Salvar a Ucrania? En absoluto, es obvio que Ucrania es un país roto, al menos
desde 2014, y nadie parece querer arreglar el enfrentamiento étnico. Mientras Zelenski pide el ingreso en la OTAN los
americanos no paran de avisar de que
vienen los rusos, para convencer a la opinión pública mundial de la
inevitabilidad de esta guerra. Sin embargo, cuando los rusos atacaron, la OTAN no
les impidió bloquear el puerto de Odesa
y Biden dejó claro desde el primer momento que ningún soldado americano, ni
tampoco de la OTAN, entraría en Ucrania. Pero los altavoces mediáticos
mundiales han conseguido que varios miles de “voluntarios” de todos los países se
alisten en el ejército ucraniano, al que se está armando prácticamente gratis.
El plan es… enquistar la guerra en
Ucrania, crearle un frente de guerra a los países de la Unión Europea en la
puerta de su casa para obligarlos a rearmarse y así cubrir el frente europeo
que se está abriendo mientras ellos preparan (con los japoneses, taiwaneses,
filipinos, australianos…) el asiático frente a China. Es una estrategia de
guerra planetaria a largo plazo.
Y, al menos de
momento, parece que les está funcionando la estrategia. Alemania ha anunciado
ya un importante aumento de los presupuestos militares, rompiendo así un tabú
vigente desde 1945. En la Europa de la Guerra Fría un ejército alemán poderoso
traía demasiados recuerdos desagradables como para permitirlo.
¿Cómo cree que
reaccionarán los polacos cuando Alemania doble su presupuesto militar, tal y
como está previsto, a medio plazo? Seguro que esto les trae muy malos recuerdos
y empiezan a ponerse nerviosos. Esa inquietud les llevará (como han hecho
siempre desde, al menos, el siglo XVIII) a buscar ayuda en Occidente, lo que
acrecentará las tensiones políticas en una Unión Europea que tiene un
endemoniado sistema de toma de decisiones (hace falta unanimidad para casi todo).
Así pues, veremos reforzarse el proceso de toma de decisiones en el ámbito
militar (la OTAN) y ralentizarse en el político (la Unión Europea). Es el
principio del fin de la Unión Europea (Recordemos que el Reino Unido la acaba
de abandonar. No será el último país en hacerlo).
Otra
consecuencia de este conflicto (la estamos viendo ya) son las limpiezas
étnicas. Cuando empiezas a perseguir a la primera minoría has abierto la puerta
a las persecuciones del resto de ellas… Y tus adversarios no se van a quedar
quietos. Responderán con la misma medicina. El virus del nacionalismo se extenderá
(se está extendiendo ya) en todas direcciones. ¿Cómo cree que afectará este
proceso a nuestra flamante Unión Europea que, lo que en definitiva persigue, es
crear un nuevo espacio multiétnico continental?
La primera víctima
será el Espacio Schengen. Veremos
cómo reaparecen las fronteras interiores y como se agudizan los enfrentamientos
étnicos aquí.
Algunas
certezas para el futuro
Pase lo que
pase en los próximos meses en Ucrania creo que ya podemos estar seguros de
algunas cosas:
·
Que
la frontera que Ucrania tenía en 2014 ya no volverá.
·
Que
la población que Ucrania tenía en 1991 (52 millones de personas) tampoco la
veremos en esta zona (al menos durante el próximo siglo).
·
Que
los enfrentamientos étnicos se agudizarán, tanto en lo que queda de Ucrania
como en otros países de la Europa Oriental (de entrada en Moldavia y, más
adelante en otros, como en Letonia, Bosnia-Herzegovina o Kósovo)
·
Que
éste no va a ser el último conflicto que veamos en Ucrania durante la próxima
generación.
·
Que
los enfrentamientos entre países dentro de la Unión Europea se agudizarán y los
discursos nacionalistas arreciarán, lo que fomentará el ascenso de fuerzas
políticas autoritarias y/o totalitarias.
·
Que
casi todos los países europeos aumentarán los presupuestos militares, en
perjuicio de las partidas sociales.
·
Que
algunos países de la periferia europea (como Turquía o Marruecos) que hoy están
conteniendo los flujos migratorios procedentes del Tercer Mundo, usarán esos
flujos para obtener contrapartidas y ganar influencia política.
No sé si, como
ha dicho Fernando del Pino, Europa se está suicidando pero, al menos, se ha
pegado un tiro en el pie. Así que, por favor, dejemos de jalear a los
contendientes y exijamos a los políticos que arreglen el conflicto hablando, en
vez de disparando.
[1] Rafael Polo:
Un proceso milenario. http://polobrazo.blogspot.com.es/2014/12/un-proceso-milenario.html
[2] Rafael Polo:
El Cordón Sanitario Europeo. http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/05/el-cordon-sanitario-europeo.html
[3] Dieter Nohlen, Florian Grotz, Christof Hartmann: Elections in Asia and the
Pacific: Middle East, Central Asia, and South Asia
(en inglés). 2001. Oxford University Press. p. 492.
[4] Duffy Toft, Monica: The geography of ethnic violence: identity,
interests, and the indivisibility of territory (en inglés). 2005. Princeton University Press. p. 98.
[5] «Shevardnadze: la confrontación entre Yeltsin y
Gorbachov precipitó el desmoronamiento de la URSS». RIA Novosti. 7 de abril de
2011. Consultado el 23 de febrero de 2012. «La
votación llegó a realizarse sólo en Osetia del Sur, la región autónoma dentro
de la República Socialista Soviética de Georgia, que llevaba ya más de un año
en guerra por independizarse de la misma.».
[6] «Aniversario de un referendo sin perspectivas». RIA
Novosti. 22 de marzo de 2011. Consultado el 23 de febrero de 2012. «Entretanto, Moldavia se dividió en dos:
entre la población de las autoproclamadas repúblicas de Gagauzia y Transnistria
que se pronunció a favor de la conservación de la URSS, mientras que el resto
de los moldavos boicoteó el plebiscito».
[7] Referendum of
March 1991 Russian History Encyclopedia en Answers.com (en inglés)
[8] «The Non-Citizen
Non-Question: Latvia Struggles to Leave Soviet Legacy Behind». Foreign
Policy Research Institute (en
inglés). Consultado el 3 de febrero de 2019.
[9] En este caso proclamaron la República de Transnistria, que fundó en 2001, junto con Abjasia, Osetia del Sur y Nagorno-Karabaj
la Comunidad de Estados no reconocidos,
a la que se han incorporado recientemente Donetsk
y Lugansk.
[10] Fuente: Expansión.
[11] https://es.wikipedia.org/wiki/Ucrania (consultado el 3 de abril de 2022)
[12] Fuente: Expansión.
[15] Ibíd.
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