jueves, 14 de abril de 2022

Reflexiones sobre el conflicto en Ucrania

 



Zelensky, en un fotograma de la serie «Servidor del pueblo» (Fuente: La Voz de Galicia)

En las últimas semanas hemos visto a casi todo el mundo tomar posiciones con respecto a la agresión rusa sobre territorio ucraniano. Todos se sienten obligados a dar su opinión acerca de ella, condenar moralmente a un bando, al contrario o a ambos, y/o a explicar los procesos históricos que nos han traído hasta aquí para que podamos entenderla. No haré nada de esto. Supongo que el lector, a estas alturas, ya se ha formado su propia opinión al respecto. Hoy me centraré en las consecuencias que este conflicto tendrá en el futuro, desde mi punto de vista obviamente.

Ya conocéis la línea que venimos siguiendo en este blog desde hace diez años: nos fijamos en los procesos históricos de largo alcance, en las dinámicas que se esconden tras ellos, en la versión más estructural de la Historia. No nos interesan los juicios de valor ni el anecdotario. Hace ya tiempo que dijimos que los procesos históricos que tienen lugar en cada zona de nuestro planeta tienen su propia lógica interna que los diferencia del resto; pero que, dentro de ella, se mueven en espiral, siguiendo un proceso repetitivo en el que se alternan “las borrascas” con “los anticiclones”. Cuando hablamos de la España medieval vimos como durante el periodo que la historiografía conoce como la “Reconquista”, se repitió el mismo ciclo, con una cadencia aproximada de un siglo de distancia temporal entre uno y otro, de manera recurrente pero acumulativa (el siguiente ciclo cogía a los cristianos con más fuerza y a los musulmanes con menos)[1].

Cuando hablamos de Rusia, hace ya varios años, dijimos que este país viene “reajustando” su relación con sus vecinos occidentales en cada generación desde hace siglos[2]. Y no parece que ese proceso se vaya a detener en el futuro que a día de hoy podemos vislumbrar.

Debemos recordar, además, que la zona en la que se encuentra situado el país que hoy llamamos Ucrania forma parte del hogar ancestral de la cultura de los kurganes, de hace entre 5.000 y 6.000 años, es decir, del foco original de los pueblos indoeuropeos. Un lugar desde donde llevan todo ese tiempo partiendo pueblos invasores que han llevado sus genes y su lengua desde el Estrecho de Gibraltar hasta la India. Son esos pueblos de origen indoeuropeo los que cruzaron el Atlántico con sus naves en el siglo XV y terminaron alcanzado después todos los confines de la Tierra.

Ucrania que, junto con el sur de Rusia, es la patria original de los kurganes, indoeuropeos, escitas y sármatas (entre otros) lleva expulsando población desde mucho antes de que tuviéramos registros históricos. Hay, por tanto, razones estructurales muy sólidas detrás de este hecho… razones ecológicas y geopolíticas que se esconden detrás de esta dinámica repetitiva. Tras esta pequeña introducción pasemos al análisis del enésimo “reajuste” de fronteras y de etnias que se está produciendo ahora y del que estamos siendo testigos directos.

 

Características estructurales de los imperios

Todos los imperios auténticos son multiétnicos. Así ha sido desde que existen registros históricos. Las estructuras imperiales suelen someter o integrar en su proceso expansivo a muchos millones de personas que, antes de que surgieran, pertenecían a comunidades culturales, raciales, lingüísticas, religiosas… diferentes; y que son integradas (de grado o por la fuerza) en su proyecto político.

Si un imperio dura tiempo suficiente provoca importantes desplazamientos de población, y todas las etnias que forman parte del mismo suelen mezclarse, de manera natural (a través del comercio y demás relaciones de tipo económico) o forzada (migraciones dirigidas o inducidas desde el poder). La propia supervivencia de la estructura imperial depende de esa mezcla de pueblos.

Lógicamente el proceso de estructuración política de cualquier imperio favorece especialmente a la etnia dominante (que, normalmente, es la que fundó el imperio), pero no exclusivamente. En ese proceso expansivo siempre aparecen pueblos aliados, que ayudan a los fundadores en su proyecto porque ellos también obtienen ventajas de él. Un caso arquetípico de lo que digo es el de los tlaxcaltecas, los grandes aliados de Hernán Cortés durante la conquista de México, que durante las siguientes generaciones se adueñaron de numerosos territorios del norte en los que, con frecuencia, se hacían pasar por españoles, a pesar de ser tan indígenas como los conquistados. También podemos hablar de las facciones witizanas de los visigodos, que apoyaron a los musulmanes en su invasión de la Península Ibérica y se apropiaron, a cambio, del Valle Medio del Ebro o de las zonas de Murcia, de Alicante y de Toledo. Sin ese tipo de apoyos es imposible crear un imperio y, para ello, es imprescindible que esos aliados de los fundadores obtengan importantes parcelas de poder real.

En el proceso de consolidación de los imperios, todos los que obtienen algún beneficio del mantenimiento de esa estructura se van fusionando parcialmente con la etnia fundadora dominante y asumiendo buena parte de sus valores y de sus características culturales. Pero a pesar de esto no suelen perder del todo su identidad ya que, al fin y al cabo, ellos también representan un modelo de éxito dentro del contexto imperial. Los tlaxcaltecas mantuvieron su identidad durante siglos, los antiguos witizanos fueron conocidos después como muladíes y llegaron a reinar en más de la mitad de los reinos de las primeras taifas (Zaragoza, Toledo, Murcia, etc.)

Situándonos en el contexto de la Europa Oriental podemos afirmar con rotundidad que los grandes imperios que dominaron la zona hasta la Primera Guerra Mundial (ruso, austriaco y turco) se ajustan claramente a este modelo (el alemán presenta unas características diferentes. Tenemos que recordar que es muy reciente -se creó en 1870-, que en realidad era una confederación de pueblos que se unió para poder repeler las agresiones de su vecinos franceses y rusos -aunque liderada por los prusianos- y que, además, a casi todos sus habitantes ya les unía la lengua antes de que se integraran políticamente. El núcleo duro del Imperio Alemán era muy compacto étnicamente y por eso no fue capaz de integrar a las minorías ajenas).

Las dos grandes etnias que reforzaron la autoridad de la germánica, dentro del Imperio austriaco, fueron los húngaros y los checos, y los que hicieron lo propio en el Imperio ruso los ucranianos y los bielorrusos, ese es un dato que nunca debemos olvidar.

Pero cuando un gran imperio entra en fase de descomposición política, y las zonas más periféricas del mismo empiezan a perderse, esas etnias que fueron aliadas de la dominante están en una posición privilegiada para proclamar su propia independencia, ya que aún suelen seguir conservando importantes parcelas de poder real, que utilizan en provecho propio.

Debemos recordar que el Imperio austriaco se cambió de nombre para pasar a llamarse Imperio austrohúngaro en 1867, y estableció la doble capitalidad (Viena para Austria y Budapest para Hungría). En 1918 se independizaron tanto húngaros como checos (estos últimos incorporaron a su país a los eslovacos). El resto de pérdidas territoriales de los austriacos en la Primera Guerra Mundial no fue por independencia, sino por anexión a países limítrofes (Polonia, Rumanía, Yugoslavia, Italia).

El caso ruso, aunque diferente, presenta algunas similitudes con el austriaco. Bielorrusos y ucranianos fueron los más sólidos apoyos con los que contaron los rusos, propiamente dichos, en su proceso expansivo por su flanco occidental, y actuaron como colchón amortiguador frente a alemanes, polacos, austriacos y turcos, en su fase imperial zarista.

Tras la Revolución rusa, en 1917, tuvieron lugar profundos cambios organizativos en la estructura imperial. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), cómo podemos inferir de su propio nombre, creó una estructura política que podríamos llamar “federal”. La “Unión” dio autonomía a las diferentes repúblicas, en las que la multitud de etnias que vivían en el antiguo Imperio ruso obtuvieron una importante participación política (aunque, obviamente, ésta se canalizara a través del partido único que controlaba al Estado Soviético). Hasta tal punto es así que Stalin, que gobernó la Unión Soviética entre 1924 y 1953, era georgiano y Leónidas Brézhnev (1964-1982) ucraniano.

En 1954 tuvo lugar una modificación en los límites administrativos entre las repúblicas de Rusia y de Ucrania, transfiriéndose desde la primera hasta la segunda la Península de Crimea.

Hay un dato curioso, que poca gente conoce pero que ilustra lo que vengo diciendo: entre los países fundadores de la ONU, en 1945, estaba obviamente la Unión Soviética, que obtuvo, además (como EEUU, Reino Unido, Francia y China), un asiento permanente en el Consejo de Seguridad y el derecho de veto de cualquier resolución que no le convenga. Pero en la lista de países fundadores… ¡también estaban Ucrania y Bielorrusia!, a pesar de que, en rigor, no eran países independientes. Ninguna otra de las restantes 12 repúblicas soviéticas (si también excluimos a Rusia) tuvo ese privilegio. Tras la desintegración de la URSS las 12 repúblicas tuvieron que pedir el ingreso en la ONU, como corresponde a un país que acaba de independizarse. Rusia heredó el asiento soviético (con todas las prerrogativas que tenía), pero Ucrania y Bielorrusia simplemente siguieron como estaban, ya que son considerados países fundadores de este organismo internacional.

 

Situación de Ucrania tras la independencia (1991).

Ucrania se separó de la Unión Soviética como consecuencia del Acuerdo de Belavezha (8 de diciembre de 1991) entre los presidentes de las repúblicas soviéticas de Rusia (Borís Yeltsin), Ucrania (Leonid Kravchuk) y Bielorrusia (Stanislav Shushkévich) precisamente, al que se adhirieron después los del resto de repúblicas (excepto los de Estonia, Letonia, Lituania y Georgia) el 21 de diciembre. Este acto político fue una reacción de las repúblicas constitutivas de la URSS frente al intento de golpe de estado contra Gorbachov de Agosto de 1991. Debemos decir también que ese acuerdo ignoró olímpicamente el resultado del referéndum que acababa de celebrarse en toda la Unión Soviética:

“El domingo 17 de marzo de 1991, se celebró un referéndum sobre el futuro de la Unión Soviética con la siguiente pregunta para los votantes:

«¿Usted considera necesaria la preservación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como una federación renovada de repúblicas soberanas iguales en la que serán garantizados plenamente los derechos y la libertad de un individuo de cualquier nacionalidad?»[3]

El referéndum se hizo con el objetivo de aprobar el Nuevo Tratado de la Unión y fue ajeno a la reforma del sistema económico, cuestión que se llevará a cabo tras la victoria de Borís Yeltsin en las elecciones.

[…] Aunque la votación fue boicoteada por las autoridades de Armenia, Estonia, Georgia (aunque no en la provincia separatista de Abjasia, donde el resultado fue más de un 98% a favor[4] y en Osetia del Sur[5]), Letonia, Lituania, Moldavia (aunque no en Transnistria y Gagauzia),[6] la participación fue del 80% en la URSS.[7] El referéndum fue aprobado por al menos el 70% de los votantes en las otras nueve repúblicas que participaron. Fue el primer y único referéndum en la historia de la Unión Soviética, que fue disuelta el 26 de diciembre de 1991.”




Fuente: Wikipedia. Artículo: Referéndum de la Unión Soviética de 1991. (Consultado el 1/4/2022)

Como podrá ver, la participación de los ucranianos en el referéndum fue del 83,5 % de la población, y el porcentaje de los mismos que eran partidarios de conservar la Unión Soviética del 70,2 %. Estas cifras son muy parecidas a las que se dieron en Rusia y Bielorrusia. Los presidentes de estas repúblicas (los firmantes del Acuerdo de Belavezha) estaban, por tanto, actuando en contra de un mandato popular que teóricamente los vinculaba y que se había emitido tan solo 9 meses antes.

Ucrania entonces era la segunda república soviética en población (52 millones de habitantes, tras Rusia) y la tercera en extensión territorial (603.000 km2, tras Rusia y Kazajistán). Como las fronteras que limitaban los nuevos países eran las que habían separado a las repúblicas soviéticas, la nueva Ucrania incluía obviamente a la Península de Crimea.

Como el resto de repúblicas soviéticas, este país presentaba en ese momento una composición de la población multiétnica, como suele suceder casi siempre tras la descomposición de cualquier imperio. Todos los grupos étnicos que habían formado parte del Imperio ruso, primero, y de la Unión Soviética, después, llevaban siglos entremezclándose entre ellos, como había ocurrido igualmente en los imperios austriaco, turco, español, inglés…

¿Y qué sucede cuando un espacio multiétnico se fragmenta? Pues que empiezan… ¡las limpiezas étnicas! Como la separación había sido pacífica no había razón para depurar a las minorías de forma violenta, pero inmediatamente comienzan a tomarse medidas que les perjudican y las discriminan. En cada una de la repúblicas que acaba de independizarse se proclama como lengua oficial la de la etnia mayoritaria, abandonando (excepto Rusia, obviamente) la lengua común (el ruso) que las había mantenido unidas hasta entonces. Las minorías ruso parlantes, como nos podemos imaginar (que no necesariamente tenían por qué ser rusos étnicos) empezaron a ser relegadas y/o marginadas de los puestos de responsabilidad. Estas minorías hasta ese momento no sólo habían sido numerosas, sino también poderosas. Estamos hablando de las personas que habían mantenido viva la superestructura política soviética (dirigentes, técnicos, personas de clase media y trabajadores cualificados). Marginarlos tenía importantes consecuencias políticas, económicas y sociales.

En determinados países (como Letonia, por ejemplo) fueron más allá e, incluso, se les negó la nacionalidad en la nueva república, convirtiéndolos de facto, en términos jurídicos, en ciudadanos de segunda e, incluso, en apátridas.

[En Letonia] “hay también una importante minoría rusófona (más del 26% de la población). Después de la restauración de 1991, las autoridades establecieron el idioma letón como el único oficial, y distinguieron entre ciudadanos letones —nacidos y descendientes de residentes antes de 1940— y «no ciudadanos» —quienes llegaron al país durante la Unión Soviética— al conceder la nueva nacionalidad. Aproximadamente un 11% de la población letona no ha obtenido ninguna nacionalidad después de la disolución de la Unión Soviética.[8]

(Wikipedia: voz Letonia, 30/3/2022)

El porcentaje de personas que tenían el ruso como lengua materna dentro de la población general era muy elevado -en todos los casos- lo que les hizo empezar a organizarse en casi todas partes, creando fuerzas políticas específicas y grupos de presión para defender sus intereses. En algún caso (en Moldavia, por ejemplo) llegaron a tomar las armas y a proclamar su propia independencia con respecto a la república en la que habían sido integrados a la fuerza[9].

Como podrá imaginar ese tipo de noticias no sentaban nada bien en Rusia. Los refugiados rusos procedentes del resto de las antiguas repúblicas soviéticas empezaron a llegar y a contar historias de discriminación que reforzaron el discurso nacionalista, lo que facilitaría el ascenso político de Vladímir Putin y de todo lo que él representa (el orgullo de ser ruso).

Las etnias dominantes en las nuevas repúblicas no sólo discriminaron a los rusos (aunque éste fuera el caso más visible, porque eran los más numerosos y mejor situados socialmente), también al resto de minorías distintas de la propia (armenios en Azerbaiyán, azeríes en Armenia, musulmanes en repúblicas cristianas, cristianos en repúblicas musulmanas…). Los viejos fantasmas de la limpieza étnica se extendieron por doquier, como también vimos en la antigua Yugoslavia en los años noventa.

Hubo guerras étnicas abiertas en Nagorno Karabaj (entre armenios y azeríes), en Georgia (Abjasia y Osetia del Sur), en Moldavia (rusos contra moldavos), etcétera. Este es el contexto creado por la descomposición política de la Unión Soviética.

Ucrania, como las demás repúblicas ex soviéticas, es un país multiétnico. Aunque hay mayoría ucraniana, actualmente los étnicamente rusos aún rondan el 20% de la población y, además, hay minorías rumanas, moldavas, bielorrusas, tártaras, polacas...

 

Los últimos 30 años

No voy a contar la historia política de Ucrania desde la independencia hasta hoy. Estoy seguro de que habrá leído o escuchado ya bastante al respecto. Sólo expondré algunos datos que probablemente no conozca, que son absolutamente contrastables y que nos pueden ayudar a complementar la visión que están transmitiendo los medios de comunicación.

Empecemos por la demografía. Ucrania, en 1990, tenía 51.891.400 habitantes, lo que la convirtió, tras la independencia, en el sexto país de Europa en población (tras Rusia, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia), por delante de España (38.851.000, 13 millones menos) y de Polonia (38.119.000).

Su población en 2020 era de 41.418.717 (10,4 millones menos que en 1990. Ha perdido el 20,18 % de los habitantes que tenía entonces). La mayor parte de esas pérdidas han sido por emigración y, dentro de ellas, mayoritariamente hacia Rusia. Estamos ante el mayor éxodo migratorio europeo de los últimos 30 años en términos absolutos. España, en población, le pasó por delante hace tiempo (47.332.614 habitantes en 2020) y Polonia le pisa los talones (38.265.013 habitantes en 2020).

Esta pérdida de población se ha producido de manera paulatina a lo largo de todo el periodo. No es imputable, por tanto, a ningún hecho político concreto. Es, simple y llanamente, una tendencia de fondo. Como podrá ver en la siguiente tabla:

Fecha

Población

1990

51.891.400

1995

50.874.104

2000

48.663.609

2005

46.749.170

2010

45.598.179

2015

42.590.879

2020

41.418.717

Evolución de la población de Ucrania entre 1990 y 2020[10].

En todas las entradas de esta tabla está incluida la población de la Península de Crimea, anexionada por Rusia en 2014 (2.416.856 habitantes en enero de 2021). En la entrada de Wikipedia (en español) referida a Ucrania, se le asigna una población de 39.510.726 habitantes en 2020, aclarando que este dato no incluye a la Península de Crimea.[11]

En términos económicos podemos decir que la Renta Per Cápita en 2020 era de 3.283 € (España = 25.460, Polonia = 14.940, Rusia = 8.846, Cuba = 8.298, Marruecos = 2.718, para que podamos establecer algunas comparaciones significativas)[12].

No entraremos en la valoración de los acontecimientos políticos del periodo (seguro que está saturado ya de este tipo de interpretaciones), pero es importante que sepamos quién es Volodímir Zelenski, su actual presidente. Zelenski, antes de dedicarse a la política, era propietario de la productora de programas de televisión, Kvartal 95 que ha producido la serie de televisión “Servidor del Pueblo”, en la que él es el protagonista y que ha arrasado en su país:

“Servidor del Pueblo es una serie de televisión de sátira política ucraniana que se estrenó el 16 de noviembre de 2015. El personaje principal es Vasyl Petrovych Holoborodko (Volodímir Zelenski), un profesor de historia de secundaría que inesperadamente se convierte en presidente de Ucrania, después de que un vídeo filmado por uno de su alumnos donde critica la corrupción del gobierno de Ucrania se volviera viral.

La serie fue producida por Kvartal 95, la cual fue fundada por Volodímir Zelenski. Se involucraría mucho más en la política ucraniana; el 31 de marzo de 2018, un partido político que lleva el nombre de la serie de televisión se registró en el Ministerio de Justicia. Además, Zelenski, quien interpretó al protagonista de la serie como el presidente de Ucrania, fue elegido presidente de Ucrania el 21 de abril de 2019.”[13]

En un país dividido y polarizado, en el que los políticos “profesionales” tiene muy mala prensa, el ascenso al poder de un actor que hace de presidente en la serie más popular es, cuando menos, un fenómeno sociológico (que nos recuerda otros, como Berlusconi –Italia-, Reagan o Donald Trump -Estados Unidos-, Schwarzenegger –California-). Es un modelo que ha sido ensayado con éxito en el pasado reciente y que, obviamente… ¡siempre ha sido planificado!... Un actor que hace de presidente, primero en la ficción y después en la realidad.

Y como un actor que es, lo que de verdad domina es su presencia ante las cámaras. ¿Ha visto alguna vez al presidente de un país en guerra interviniendo, cada día, en las sesiones parlamentarias de países extranjeros (telemáticamente, por supuesto)? Zelenski, obviamente, sigue representando, en medio de las bombas e impartiendo lecciones de moral a diestro y siniestro. Ya veremos qué consecuencias tiene esto a largo plazo sobre su pueblo y sobre la paz en Europa.

 

Consecuencias de la invasión rusa

Todo lo que hemos dicho hasta ahora es anterior a la invasión rusa del 24 de febrero. Es obvio que este acontecimiento ha agravado todos los factores que hemos citado. Desde entonces (hace sólo dos meses) han abandonado Ucrania varios millones de personas y otros tantos se han desplazado dentro de su país.

Es obvio que la posición geopolítica de Ucrania amplifica todos los conflictos estructurales internacionales. El grueso de la invasión alemana contra la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial se produjo por Ucrania precisamente. Como recordará los rusos la pararon en Stalingrado (hoy Volgogrado). Si mira un mapa verá que ese punto cero de la resistencia soviética contra el nazismo no está muy lejos de las regiones orientales de Ucrania (la zona del Dombás). Las resonancias históricas de este proceso son más que evidentes (no entraremos en la filiación ideológica de las fuerzas paramilitares ucranianas actuales, de las que estoy seguro que ya habrá oído hablar hasta la saciedad).

¿Por qué los occidentales prefieren penetrar por el sur en el bloque ruso-soviético? Hay evidente razones estructurales, ecológicas, geopolíticas… para ello.

Ucrania es una gran llanura, lo que facilita el desplazamiento de grandes ejércitos y de la artillería (ataques y contraataques que pueden barrer de oeste a este o viceversa el país en poco tiempo), su clima es el más templado dentro de los países que componían la antigua Unión Soviética (por tanto más propicio para la penetración occidental, recordemos el gran error estratégico de Napoleón cuando atacó Moscú) y cualquier penetración en el país desde el oeste o el apoyo logístico a los combatientes ucranianos pro-occidentales se puede reforzar también desde el Mar Negro (de ahí la rápida intervención rusa desde los primeros días sobre el puerto de Odesa, para impedir el suministro vía marítima). Ucrania tiene fronteras terrestres, además, con varios países de la Unión Europea y de la OTAN (Polonia, Eslovaquia, Hungría, Rumania), y la probabilidad de que los pro-occidentales puedan ser embolsados o rodeados por los rusos es menor. En el oeste ucraniano, además, hay importantes poblaciones católicas y/o polacas, que pueden dar apoyo sociológico a la penetración occidental en la región. Todos estos son factores geoestratégicos que aumentan la probabilidad de conflicto entre las grandes potencias en esta zona precisamente.

La fértil y relativamente templada (si la comparamos con los países que la rodean) llanura ucraniana favorece el crecimiento demográfico en tiempo de paz, y la expulsión masiva de poblaciones en tiempo de guerra (es más fácil resistir una invasión en un país montañoso). Su posición geoestratégica (es la vía de penetración óptima contra el gigante ruso) acentúa su exposición militar. Por todo esto los dirigentes políticos ucranianos deberían ser personas muy templadas, con una importante visión geoestratégica que les permitiera prever los movimientos de sus vecinos con antelación frente a cualquier posible medida de política exterior que pudieran adoptar (como los finlandeses, por ejemplo, que también se separaron de Rusia en 1918 y siguen manteniendo una larga frontera con ella, lo que no les ha impedido formar parte de la Unión Europea). Los grandes expertos en geopolítica han repetido hasta la saciedad que lo único que podía garantizar la consolidación del joven estado ucraniano (sólo cuenta con 30 años de existencia) era la “finlandización” del mismo (la neutralidad con respecto a los bloques militares), y esto es así no sólo por razones de política exterior, sino también de política interior (los étnicamente rusos son mayoritarios en Crimea y en la zona del Dombás y muy numerosos en la mitad oriental del país). Pero la historia de Ucrania durante su breve existencia como estado independiente no se ha caracterizado precisamente por la templanza ni la prudencia, las “revoluciones” y otros hechos insólitos no han parado de sucederse durante este tiempo: El envenenamiento de Víktor Yúshchenko (2004), la Revolución Naranja (2004-2005), la Revolución del Maidán en 2014, la Guerra del Dombás y la segregación de Crimea, como reacción a ésta, la llegada al poder en 2019 de un actor de éxito cuya campaña política había sido la serie de televisión más vista en el país durante tres años, etc. El que prometió la paz en su campaña electoral lo que ha conseguido es elevar el nivel de intervención militar en un país que, no lo olvidemos, estaba ya en guerra desde 2014. Lo que diferencia la situación actual de la de hace unos meses es que las tropas rusas han cruzado la frontera y que se combate por casi todo el país. En vez de acotar la línea del frente, ésta se ha multiplicado.

 

La correlación de fuerzas internacionales

La Guerra de Ucrania es, en realidad, un conflicto europeo; un duelo geopolítico entre las grandes potencias de este momento histórico; un reajuste de los límites de las esferas de influencia entre el Bloque Occidental, que se estructura en términos militares a través de la OTAN y que se está expandiendo por Europa Oriental, el Mediterráneo y el Próximo Oriente desde el mismo momento en que se desintegró la URSS; frente al bloque Rusia-China-Irán que empezó a estructurarse como consecuencia de la Segunda Invasión norteamericana sobre Irak en 2003.

Ahora observemos los siguientes mapas:


Fuente: BBC

En 1990 había en Europa dos bloques antagónicos: la OTAN (liderada por los norteamericanos) y el Pacto de Varsovia (liderado por los soviéticos). El Pacto de Varsovia se disolvió en 1991, pero la OTAN (que se supone que era una organización defensiva) no lo hizo cuando se quedó sin adversario, sino que incorporó a sus filas a una parte significativa de los países habían pertenecido a la coalición enemiga. Hoy hay misiles apuntando a Moscú desde los países bálticos (que son limítrofes con Rusia y que pertenecieron en su día a la URSS). Por cierto, hay españoles estacionados en las bases militares de la OTAN situadas allí.


Pacto de Varsovia. (Fuente: Wikipedia)

¿Recuerda como reaccionaron los americanos en 1961, cuando descubrieron que la rusos habían puesto misiles en Cuba apuntando a su país? Pese a la santa indignación que les invadió cuando se sintieron “agredidos”, los rusos sólo estaban repitiendo lo que ellos acababan de hacer en Turquía. La crisis se resolvió cuando las dos partes acordaron retirarlos en ambos países. Al desmantelamiento de los misiles rusos en Cuba la prensa le dio amplia cobertura, de su contraparte en Turquía prácticamente no dijo nada. Es obvio que en cada país la prensa informa de lo que le conviene al gobierno de turno.

La desintegración de la URSS en 1991 abrió una nueva etapa histórica que se conoce como el “Hegemonismo Norteamericano”. Cuando uno de los dos bandos que habían rivalizado durante la Guerra Fría (1945-1991) desapareció, el otro se quedó solo e impuso su ley en todo el mundo. La OTAN se expandió y se convirtió en una alianza cada vez más ofensiva.

En la Guerra Fría, entre los dos bloques enfrentados había varios países neutrales, entre ellos uno llamado Yugoslavia. En el espacio que ocupaba hoy hay siete (Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia, Montenegro, Kosovo y Macedonia del Norte) alguno de los cuales está cogido con alfileres. Desde entonces ha habido cuatro guerras allí (las de Eslovenia -1991-, Croacia -1991 a 1995-, Bosnia-Herzegovina -1992 a 1995- y Kosovo -1998 a 1999- en la que, por cierto, las fuerzas de la OTAN machacaron Serbia desde el aire durante meses) que han dejado algunos de los episodios más sangrientos de limpieza étnica que haya conocido Europa desde 1945.

También hemos visto a varios países de la OTAN atacar a otros que se encontraban fuera de su área teórica de intervención (Irak, Afganistán) desde ese fatídico 1991.

Mientras tanto el mundo ha cambiado bastante, sobre todo en el ámbito económico. Desde la década de los 70 el crecimiento económico chino se ha mantenido con tasas del PIB de dos dígitos cada año, lo que ha llevado a un país que entonces estaba claramente subdesarrollado a convertirse en un gigante económico y tecnológico que se bate ya en igualdad de condiciones con EEUU. Este hecho ha ido equilibrando la balanza de manera paulatina desde entonces. Si durante la Guerra Fría, la gran potencia que los norteamericanos tenían enfrente era la URSS, la que tienen ahora es China. Pero China, de momento, sólo es un gigante económico y tecnológico, y avanza posiciones claramente en el plano político. Pero su poder militar está aún muy lejos del de los norteamericanos.

Y China no está sola. Hay otros países en Asia que también están creciendo y cambiando la correlación de fuerzas planetaria (India, Indonesia, Pakistán, Irán, Vietnam) el mundo está cambiando debido al empuje de las fuerzas emergentes de Asia, lo que ha hecho entrar en un evidente declive político al mundo occidental.

¿Recuerda las bases filosóficas del materialismo histórico (infraestructura, estructura, superestructura)? Pues resulta que China, que está liderado por una élite que conoce perfectamente esa doctrina, está atacando… ¡desde la infraestructura!, es decir, desde la economía. Y Occidente se defiende… ¡desde la superestructura!, es decir militarmente. Si aún recuerda algo de esto deberá saber que las verdaderas revoluciones sociales se gestan con lentitud en el plano de las relaciones económicas y que, cuando triunfan, se terminan reflejando en el político y, más adelante, en el militar. Hay una tendencia profunda en el mundo actual, claramente perceptible al menos desde los años 60 del pasado siglo, que está erosionando de manera nítida el poder imperial norteamericano y cuyos beneficiarios más importantes están en el continente asiático. Y el Imperio reacciona… disparando a todo lo que se mueve. Sabe que, a largo plazo, va a perder. Sólo aspira a retrasar ese momento todo lo posible.

El mundo del siglo XXI se parece bastante, en términos estructurales, a la Europa del siglo XVII. Cuando esta centuria empezó, España era con claridad la potencia hegemónica. El “hegemonismo español” duró desde 1517 hasta 1618. El norteamericano desde 1991 hasta una fecha indeterminada de principios del siglo XXI.

Con la Paz de Westfalia, en 1648, comienza la época que los historiadores conocen como “El Sistema del Equilibrio Europeo”. Está claro para cualquier observador mínimamente objetivo que el sistema político de mediados del siglo XXI (si no lo impide un holocausto nuclear) será de equilibrio entre media docena de grandes potencias planetarias (China, India, Estados Unidos, Rusia, Brasil, Indonesia, lo que quede entonces de la Unión Europea…).

¿Y qué pasó en Europa entre 1618 y 1648? Pues… La Guerra de los Treinta Años. La guerra más sangrienta que la humanidad ha conocido antes de 1914.

En realidad esta guerra fue una suma de guerras más pequeñas encadenadas una tras otra en la que fueron entrando de manera paulatina, uno a uno, la mayor parte de los países europeos de la época.

¿Y qué tiene toda esta explicación que ver con el actual conflicto ucraniano? Pues que está claro que se trata de un conflicto estructural, a través del cual se pretende reajustar las esferas de influencia de los bloques de poder actuales.

 

La situación en Europa

“La causa próxima de la guerra ha sido la innecesaria expansión de la OTAN hacia el Este a pesar de las constantes advertencias de Rusia y de expertos occidentales de que una Ucrania perteneciente a la OTAN suponía una “amenaza existencial” para Rusia.”

Fernando del Pino Calvo-Sotelo[14]

Putin puede ser un asesino, pero loco no está. Viene avisando de lo que haría si Ucrania entraba en la OTAN desde hace años. Esta es la crónica de un genocidio anunciado.

[En] una entrevista a Trump en 2017. Cuando un periodista le espetó que Putin era un “asesino”, el expresidente no se arredró: “Hay muchos asesinos… ¿Por qué cree usted que nuestro país es tan inocente? Eche una ojeada a lo que hemos hecho…recuerde la guerra de Irak…murió mucha gente, así que, créame, hay muchos asesinos a nuestro alrededor”.[15]

Las fuerzas pro-atlantistas están en el poder en Ucrania desde la Revolución del Maidán (2014). Estaba claro para todos los actores políticos occidentales que por ese camino se iba hacia una confrontación directa con Rusia y que, cuando este choque tuviera lugar, los rusos pasarían a la primera línea del frente, pero serían apoyados desde la retaguardia por varias de las emergentes potencias asiáticas (China, Irán, posiblemente India). Los militaristas de la OTAN querían llevar el enfrentamiento estratégico con ellos desde el plano económico (donde los emergentes parecen jugar con ventaja) hacia el militar (donde aún llevan la iniciativa los occidentales)… Están haciendo lo mismo que hizo España y su aliada Austria en 1618… que pensaban que iban a ganar… pero perdieron, después de 30 años de guerra total y 20 años más de propina ya sólo para los españoles (la guerra franco-española y la de independencia portuguesa). No es una buena idea.

Por azares del destino, ese proceso fue contenido por el “loco” de Trump (2017-2021) que decidió que la mejor forma de enfrentarse con China era ofreciéndole a Rusia un camino para colaborar con los países occidentales (“si no puedes con tu enemigo, únete a él”). Si los rusos hacían negocios con los occidentales se sentirían menos tentados a estrechar lazos con los chinos.

Y fue en ese contexto político en el que los alemanes de Ángela Merkel acordaron con los rusos construir un gasoducto que llevará directamente el gas desde Rusia hasta Alemania, por el fondo del Mar Báltico, sin pasar por ningún país intermedio, el llamado Nord Stream 2. De esta manera los alemanes (y a su través el resto de países de la Unión Europea), comprarían el gas a los precios más baratos que hay en el mercado, sin las interferencias políticas que pudieran establecer los países de tránsito (léase Ucrania).

En la cúpula dirigente de la economía y de la política del mundo occidental, en este momento histórico que estamos viviendo, hay dos facciones enfrentadas, con proyectos de futuro antagónicos. Sólo de esta manera se pueden entender algunos golpes de timón que vienen teniendo lugar… ¡desde 2003! al más alto nivel (les invito a leer mi artículo “El Complejo Militar-Industrial”[16]).

Y Biden (del Partido Demócrata, como Obama, que era el que mandaba cuando la Revolución del Maidán) llega al poder, en EEUU, en enero de 2021. Desde 2019 tenemos al actor Zelenski en Ucrania y desde el pasado mes de diciembre a Olaf Scholz en Alemania (del Partido Socialdemócrata, el más cercano políticamente a los demócratas americanos en el contexto alemán). La conjunción “planetaria” ha dado un vuelco total en el plazo de dos años y medio.

“…uno de los objetivos de EEUU al empujar a Rusia a la guerra era descarrilar el proyecto de gaseoducto Nord Stream 2, que permitía a Rusia proveer de gas a Europa sin pasar por Ucrania y unía más estrechamente los lazos comerciales pacíficos de Eurasia. Recordemos que EEUU ve a Europa con condescendencia, como a un familiar lejano venido a menos, pero también como a un competidor, como a Rusia. Biden primero nos mete en el lío y luego nos vende gas licuado norteamericano, mucho más caro que el ruso ¿y nadie se pregunta nada?”[17]

 

El nuevo modelo político europeo

La invasión de Ucrania formaba parte del guión que nos conduce a la guerra. ¿Con qué objetivo? ¿Salvar a Ucrania? En absoluto, es obvio que Ucrania es un país roto, al menos desde 2014, y nadie parece querer arreglar el enfrentamiento étnico. Mientras Zelenski pide el ingreso en la OTAN los americanos no paran de avisar de que vienen los rusos, para convencer a la opinión pública mundial de la inevitabilidad de esta guerra. Sin embargo, cuando los rusos atacaron, la OTAN no les impidió bloquear el puerto de Odesa y Biden dejó claro desde el primer momento que ningún soldado americano, ni tampoco de la OTAN, entraría en Ucrania. Pero los altavoces mediáticos mundiales han conseguido que varios miles de “voluntarios” de todos los países se alisten en el ejército ucraniano, al que se está armando prácticamente gratis. El plan es… enquistar la guerra en Ucrania, crearle un frente de guerra a los países de la Unión Europea en la puerta de su casa para obligarlos a rearmarse y así cubrir el frente europeo que se está abriendo mientras ellos preparan (con los japoneses, taiwaneses, filipinos, australianos…) el asiático frente a China. Es una estrategia de guerra planetaria a largo plazo.

Y, al menos de momento, parece que les está funcionando la estrategia. Alemania ha anunciado ya un importante aumento de los presupuestos militares, rompiendo así un tabú vigente desde 1945. En la Europa de la Guerra Fría un ejército alemán poderoso traía demasiados recuerdos desagradables como para permitirlo.

¿Cómo cree que reaccionarán los polacos cuando Alemania doble su presupuesto militar, tal y como está previsto, a medio plazo? Seguro que esto les trae muy malos recuerdos y empiezan a ponerse nerviosos. Esa inquietud les llevará (como han hecho siempre desde, al menos, el siglo XVIII) a buscar ayuda en Occidente, lo que acrecentará las tensiones políticas en una Unión Europea que tiene un endemoniado sistema de toma de decisiones (hace falta unanimidad para casi todo). Así pues, veremos reforzarse el proceso de toma de decisiones en el ámbito militar (la OTAN) y ralentizarse en el político (la Unión Europea). Es el principio del fin de la Unión Europea (Recordemos que el Reino Unido la acaba de abandonar. No será el último país en hacerlo).

Otra consecuencia de este conflicto (la estamos viendo ya) son las limpiezas étnicas. Cuando empiezas a perseguir a la primera minoría has abierto la puerta a las persecuciones del resto de ellas… Y tus adversarios no se van a quedar quietos. Responderán con la misma medicina. El virus del nacionalismo se extenderá (se está extendiendo ya) en todas direcciones. ¿Cómo cree que afectará este proceso a nuestra flamante Unión Europea que, lo que en definitiva persigue, es crear un nuevo espacio multiétnico continental?

La primera víctima será el Espacio Schengen. Veremos cómo reaparecen las fronteras interiores y como se agudizan los enfrentamientos étnicos aquí.

 

Algunas certezas para el futuro

Pase lo que pase en los próximos meses en Ucrania creo que ya podemos estar seguros de algunas cosas:

·         Que la frontera que Ucrania tenía en 2014 ya no volverá.

·         Que la población que Ucrania tenía en 1991 (52 millones de personas) tampoco la veremos en esta zona (al menos durante el próximo siglo).

·         Que los enfrentamientos étnicos se agudizarán, tanto en lo que queda de Ucrania como en otros países de la Europa Oriental (de entrada en Moldavia y, más adelante en otros, como en Letonia, Bosnia-Herzegovina o Kósovo)

·         Que éste no va a ser el último conflicto que veamos en Ucrania durante la próxima generación.

·         Que los enfrentamientos entre países dentro de la Unión Europea se agudizarán y los discursos nacionalistas arreciarán, lo que fomentará el ascenso de fuerzas políticas autoritarias y/o totalitarias.

·         Que casi todos los países europeos aumentarán los presupuestos militares, en perjuicio de las partidas sociales.

·         Que algunos países de la periferia europea (como Turquía o Marruecos) que hoy están conteniendo los flujos migratorios procedentes del Tercer Mundo, usarán esos flujos para obtener contrapartidas y ganar influencia política.

No sé si, como ha dicho Fernando del Pino, Europa se está suicidando pero, al menos, se ha pegado un tiro en el pie. Así que, por favor, dejemos de jalear a los contendientes y exijamos a los políticos que arreglen el conflicto hablando, en vez de disparando.

 



[3] Dieter Nohlen, Florian Grotz, Christof Hartmann: Elections in Asia and the Pacific: Middle East, Central Asia, and South Asia (en inglés). 2001. Oxford University Press. p. 492.

[4] Duffy Toft, Monica: The geography of ethnic violence: identity, interests, and the indivisibility of territory (en inglés). 2005. Princeton University Press. p. 98.

[5] «Shevardnadze: la confrontación entre Yeltsin y Gorbachov precipitó el desmoronamiento de la URSS». RIA Novosti. 7 de abril de 2011. Consultado el 23 de febrero de 2012. «La votación llegó a realizarse sólo en Osetia del Sur, la región autónoma dentro de la República Socialista Soviética de Georgia, que llevaba ya más de un año en guerra por independizarse de la misma.».

[6] «Aniversario de un referendo sin perspectivas». RIA Novosti. 22 de marzo de 2011. Consultado el 23 de febrero de 2012. «Entretanto, Moldavia se dividió en dos: entre la población de las autoproclamadas repúblicas de Gagauzia y Transnistria que se pronunció a favor de la conservación de la URSS, mientras que el resto de los moldavos boicoteó el plebiscito».

[7] Referendum of March 1991 Russian History Encyclopedia en Answers.com (en inglés)

[8] «The Non-Citizen Non-Question: Latvia Struggles to Leave Soviet Legacy Behind». Foreign Policy Research Institute (en inglés). Consultado el 3 de febrero de 2019.

[9] En este caso proclamaron la República de Transnistria, que fundó en 2001, junto con Abjasia, Osetia del Sur y Nagorno-Karabaj la Comunidad de Estados no reconocidos, a la que se han incorporado recientemente Donetsk y Lugansk.

[10] Fuente: Expansión.

[11] https://es.wikipedia.org/wiki/Ucrania (consultado el 3 de abril de 2022)

[12] Fuente: Expansión.

[15] Ibíd.

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