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domingo, 10 de mayo de 2020

La gripe “española” y el COVID19




Hace poco más de un siglo otra pandemia arrasó el mundo y se llevó con ella la vida de más de 50 millones de personas. Aunque a nivel científico se conoce como la gripe de 1918, el nombre que quedó para la posteridad fue el de “gripe española”. Si vemos fotos de la época observaremos el gran parecido que guarda aquella situación con la que estamos viviendo ahora, salvando las correspondientes distancias, dando que el desarrollo económico y social de ambas épocas no es comparable ni, mucho menos, la infraestructura sanitaria disponible.
Esa gripe no nació en España, pese al nombrecito que lleva. Los médicos, historiadores y los que manejan suficiente información como para conocer ese dato lo saben:
“Tradicionalmente se ha considerado «enfermo cero» al cocinero Gilbert Michell de Fort Riley en Kansas ingresado el 4 de marzo de 1918. Horas después ya se contabilizaban decenas de casos, hasta el punto de tener que habilitar un hangar para los enfermos, pues el hospital no tenía capacidad suficiente.”[1]
Pero para los millones de personas que lo ignoran la asociación mental entre la multitud de víctimas que provocó y España es obvia. El nombre induce a ello ¿verdad?
¿Por qué se llamó así?
Bueno, hay que tener en cuenta que el brote llegó a Europa en los últimos meses de la Primera Guerra Mundial y, en los países contendientes, el caos y las víctimas que provocó vinieron a sumarse a los que la guerra ya estaba provocando ella sola. La información que los medios daban estaba siendo fuertemente censurada. Ya sabemos que en tiempo de guerra cualquier noticia que provoque desmoralización es considerada un acto de traición. La expansión del virus se ocultó todo lo que se pudo, para no alarmar a la población más de lo que ya estaba.
Pero España era un país neutral. No estábamos en guerra con nadie. Y en cuanto se detectaron casos de ella se informó a través de la prensa, para que la población se comportara de forma responsable y así poder disminuir el número de contagiados en la medida de lo posible. No se censuró esa información. Y los corresponsales de prensa extranjeros informaron a sus lectores, con absoluta libertad, de lo que estaba pasando en España. Cuando los estados mayores de los países en guerra vieron que no podían seguir ocultando a su población la verdad encontraron rápidamente un chivo expiatorio: España, al que ya estaban apuntando sus periodistas. La gripe pasó a ser “española” por la sencilla razón de que los españoles no habían ocultado en ningún momento su existencia. Así de simple.
La primera víctima que provoca cualquier guerra, antes incluso de que se produzca el primer disparo, es la verdad. Hay que demonizar al adversario, hay que culpar al otro de las consecuencias del conflicto. El ciudadano de a pie que vive en algún país de los que están participando en ella tiene que tener siempre muy claro que lo que su gobierno está haciendo era lo único que podía hacer, dadas las circunstancias. Que el malo es el enemigo. Da igual el bando en el que ese país en cuestión milite, el mensaje que el pueblo recibe en cada caso es muy parecido. Sólo cambian los nombres propios. Los buenos y los malos son intercambiables, sólo tienes que cruzar la línea del frente para percatarte de ello.
Cuando la gente combate físicamente, también lo hace ideológicamente, como acabamos de ver. La narrativa, el discurso de los que nos cuentan lo que está pasando, forma parte de esa guerra. Y cuando todo el mundo está censurando la información, el que no lo hace juega en desventaja, y tiene muchas probabilidades de convertirse en “culpable”. Las autoridades españolas, en 1918, hicieron lo que pensaban que tenían que hacer para reducir el impacto de la epidemia, informar a la población para que ésta tuviera claro como tenía que comportarse. Era lo más lógico desde el punto de vista sanitario. Pero nuestros vecinos hicieron lo más lógico desde el punto de vista bélico. Ellos estaban inmersos en una lógica de guerra que nosotros no compartíamos y, por esa razón, la gripe se convirtió en “española”. Nuestro “pacifismo” relativo nos hizo sucumbir en la guerra de la propaganda.
No era la primera vez que pasaba y tampoco sería, obviamente, la última. Desde que el mundo es mundo los poderosos han usado la propaganda como arma de dominación y, con frecuencia, sin el más mínimo escrúpulo moral. Podría poner muchos ejemplos, pero creo que no es necesario. Estoy seguro de que el lector tiene algunos en mente que pueden ilustrar perfectamente esta afirmación.
Hoy estamos enfrentándonos a la enésima epidemia que sufre la Humanidad. Y los comportamientos que hemos descrito para la gripe mal llamada “española” se vuelven a repetir. De nuevo comprobamos como, en paralelo a los esfuerzos que hacemos para frenar la expansión del virus, se libra la guerra de la propaganda, la de las narrativas que buscan demonizar al adversario político o al país que compite con el nuestro. Y más de uno ha sufrido la cólera de los que creen que tienen más razón por la sencilla razón de que gritan más alto o porque se lo han escuchado a un tertuliano en la tele de esos que saben de todo.
Antes de que pase la pandemia hay que conseguir que la población culpabilice de ella al adversario político. Hay demasiada gente pensando en las elecciones del día después, porque si no, no se explican determinados comportamientos y argumentos.
Ahora toca combatir el problema. Las responsabilidades las dirimiremos luego, cuando todo pase, cuando tengamos la información y la perspectiva suficiente como para poder valorar adecuadamente los hechos.
Dentro de un par de años veremos las estadísticas de mortalidad consolidadas ¡de todos los países del mundo! en 2020, le restaremos las de 2019 y sabremos, con bastante aproximación, el número de personas que se ha llevado el COVID19. Estoy seguro de que entonces nos llevaremos algunas sorpresas, y no me estoy refiriendo a los datos españoles, aquí sería imposible que determinados actores políticos permitieran a sus adversarios ocultar información alguna como estamos viendo, sino a los mundiales. La relación entre infectados y fallecidos que nos están dando algunos países... muy desarrollados, son poco creíbles, salvo que el virus se comporte de manera diferente en cada país. Sólo invito al lector a comparar la información que están dando, por ejemplo, los franceses con la de los alemanes. Dos países vecinos, y con un nivel de desarrollo comparables, con un genoma no demasiado diferente y una climatología parecida.
La información que suministran todos los medios de comunicación sobre los diferentes países procede, en última instancia, de los órganos estadísticos de éstos. Sus datos tienen la fiabilidad que tenga la institución que los emite. Los medios de que disponen son diferentes en cada caso. Los criterios con los que la información se obtiene pueden variar y, además, todos están sometidos a un control político que puede “modular” esa información.
¿Son fiables, por ejemplo, los datos que suministra Bielorrusia que celebró el pasado 9 de mayo el “Día de la Victoria” en loor de multitudes, con desfiles militares incluidos, y que sigue considerando al COVID19 como una especie de gripe? ¿Por qué la tasa de mortalidad en Francia cuadruplica a la alemana? Es obvio, en ambos casos, que no se nos está contando toda la verdad. No soy un especialista, pero aquí hay elementos que harían sospechar al más profano.
Lo que me queda claro es que además de la guerra contra el la pandemia estamos en medio de una guerra de propaganda. Cada gobierno intenta, en la medida en que sus posibilidades se lo permiten, “modular” la información que suministran para reforzar su propio discurso. Sospecho que los países del norte de Europa no se pueden permitir el lujo de que se visualice que la enfermedad les afecta como al resto de los humanos. No hace mucho vimos como, de un día para otro, los fallecidos en el Reino Unido subieron, al margen de las estadísticas diarias, en más de 5.000 personas. El gobierno reconoció que hasta entonces no habían contabilizado a los fallecidos en las residencias de ancianos, que son alrededor de la mitad de los muertos en países como España o como Francia. Si nos fijamos en los datos de Bélgica vemos que son comparables a los españoles. Pero Bélgica tiene 11,4 millones de habitantes y España 47,1, esto les permite disimular su incidencia relativa. Y los datos de Holanda no andan muy lejos de los de Bélgica. De Estados Unidos mejor no hablar.
¿Qué conclusión sacamos de todo esto? Yo lo tengo claro desde el principio. Ahora se trata de enfrentar la pandemia con la máxima transparencia y honestidad posible. Estoy convencido de que el tiempo pondrá a cada uno en su sitio. Los datos disponibles los debemos usar como termómetro que nos informa en cada momento del estado del paciente. No son el ranking de ninguna competición. Necesitamos que sea así porque si no la tentación de manipularlos será muy fuerte y entonces estaremos ciegos ante el avance de la enfermedad.
Usar una catástrofe humanitaria como arma política es indecente. Exijamos públicamente a nuestros representantes que estén a la altura de las circunstancias y a la del pueblo al que representan.


[1] «La gripe española: la mayor pandemia de la historia moderna». Madrid: Biblioteca Nacional de España.

viernes, 1 de mayo de 2020

La pandemia le cogió al que estaba


Manifestación de la Marea Blanca, en Sevilla, el 26 de enero de 2020

Probablemente sea un ingenuo, pero aún sigo creyendo que la democracia parlamentaria es el menos malo de los sistemas políticos que conocemos. No obstante, pienso que tiene bastantes fallos y podría enumerar buena parte de ellos, pero no lo haré. No pienso alimentar polémicas estériles que hoy no vienen a cuento. Tenemos problemas más urgentes que atender.
No he votado a Pedro Sánchez, y he de confesar que sólo he votado al PSOE una vez en toda mi vida, el 28 de octubre de 1982. Me arrepentí de haber emitido ese voto dos meses después, cuando vi el currículum de los ministros que Felipe González acababa de nombrar.
Pero soy español, y siempre he creído que el gobierno que mis compatriotas han elegido, si lo han hecho libremente, es mi gobierno. Aunque no lo haya votado. Mi pueblo se puede equivocar en su elección (y estoy convencido de que lo ha hecho muchas veces. Si no, hubiera votado de otra manera, obviamente), pero por eso no deja de ser mi pueblo. Y cuando mi pueblo es atacado entiendo que hay que defenderlo, con las armas que correspondan, en función de la naturaleza de ese ataque. Hoy estamos bajo asedio. Y nuestro enemigo se llama COVID-19.
Cuando ese enemigo atacó había un gobierno en España. Ese era el gobierno de España, el que se formó después de unas elecciones generales en las que participamos todos los que quisimos hacerlo (yo también) que, por cierto, habían tenido lugar tan solo cuatro meses antes. De hecho, cuando se decretó el Estado de Alarma, este gobierno llevaba apenas dos meses en funciones.
El enemigo no tiene color político. Hubiera atacado igual gobernara el partido que gobernara. No tiene ninguna predilección ideológica. Y tuvo que hacerle frente el gobierno que estaba en ese momento, que tenía la legitimidad que dan las urnas, que es el principio que entre todos hemos acordado. Era, por tanto, el gobierno legítimo, según dicta el ordenamiento jurídico de nuestro país.
Y ese gobierno, que sólo llevaba dos meses en funciones, tuvo que arar con los bueyes que tenía. Administraba el presupuesto de 2018, que había sido elaborado por otro gobierno, de otro signo político. Y estaba al frente de la infraestructura sanitaria y económica que había heredado. Estaba sometido a la multitud de presiones económicas a las que están sometidos la mayoría de los gobiernos de nuestro entorno, y tenía la autonomía relativa que tiene un país de la Unión Europea, de la zona euro además, que limita bastante la capacidad de maniobra de los estados que la componen, que no es mucha (no puede emitir deuda libremente, no puede acuñar moneda, compite fiscalmente con sus socios, etc., etc., es decir, no puede hacer nada de lo que hicieron los últimos gobiernos del franquismo y los primeros de la democracia para enfrentarse con la brutal crisis de 1973). Hace sólo tres meses que el Reino Unido abandonó esa unión para tener, precisamente, una mayor capacidad de decisión económica, una decisión que se ha visto facilitada por su no pertenencia previa a la zona euro.
Ningún gobierno de los que hay ahora en el mundo ha sido elegido para hacer frente a la pandemia. Ésta ha sido un desafío sobrevenido, que nadie había previsto y que ha sorprendido a todos. Nadie llevaba en su programa electoral algún plan para enfrentarse con ella. Este es uno de la multitud de imponderables a los que tiene que hacer frente un político que está al mando de alguna institución, sea ésta la que sea.
No sé si se ha percatado de que los cuatro países con mayor número de infectados están entre los cinco países más visitados del mundo (el que falta es China, el foco de la pandemia). ¿Casualidad? Son países con las fronteras bastante abiertas. Los tres europeos (España, Italia, Francia) pertenecen además al Espacio Schengen, es decir, que no tienen aduanas terrestres en la mayor parte de sus fronteras exteriores.
El virus no se mueve solo. Lo mueven las personas que lo portan, los portadores. Si tienes las fronteras abiertas, las tienes para las personas y para todo lo que éstas llevan consigo, virus incluidos (y también especies invasoras de animales, plantas, etc. un tema del que habrá que hablar otro día).
Estos días están proliferando un montón de debates estúpidos y de comparaciones descontextualizadas, ante la constatación obvia de que los gobiernos asiáticos han controlado la pandemia mejor que los europeos. Claro, como que su concepto de lo que nosotros llamamos “libertades individuales” es radicalmente diferente del nuestro, y eso tiene consecuencias evidentes.
En cualquier caso, un modelo de sociedad es algo que no se improvisa de un día para otro. El reverencial respeto del ciudadano chino por la autoridad es milenario, está profundamente enraizado en su civilización. No voy a juzgarlo. Cada comportamiento hay que verlo en su propio contexto para poderlo entender, es hijo de su propia historia (de eso hemos hablado mucho en este blog). Sólo constato que esa concepción del mundo no es la nuestra, que nosotros vivimos de otra manera. Me gustaría ver a más de un bocazas de esos que arreglan el mundo en la barra de un bar después de haberse tomado tres cervezas, expresándose con la misma libertad en Wuhan, por ejemplo. A lo peor tendría que tragarse sus palabras.
El virus nos ha sorprendido 60 años después de que nuestro país decidiera apostar con decisión por el modelo de sol y playas, que nos ha aportado muchos miles de millones de pesetas y de euros, pero que nos convertía, a su vez, en los camareros de Europa y nos volvía extraordinariamente dependientes de los flujos de viajeros extranjeros, y de millones de erráticas decisiones individuales en las que las modas del momento, el cambio de moneda, o los posibles conflictos (o epidemias) que se dieran, tanto en nuestro país como en los países que competían o compiten con el nuestro venían a determinar cuántos turistas decidían, cada año, darse una vueltecita por aquí y gastar sus euros, sus dólares o sus libras en él.
Ese modelo, en tiempo de pandemia, hoy se nos revela como un error estratégico. Y un virus como el COVID-19 se convierte no sólo en una catástrofe sanitaria, sino también económica. ¿Alguno de los tertulianos que tanto critican la gestión que se está llevando a cabo habla de esto?
No sólo apostamos por el modelo de sol y playas, también redujimos la planificación de la economía a largo plazo a su mínima expresión, confiando en las sacrosantas leyes del mercado, abrimos el país a las reglas de la libre competencia dictadas desde Bruselas. Una extraña libre competencia que, supuestamente, nos obligaba a privatizar una de las más potentes y estratégicas empresas españolas del sector eléctrico, ENDESA, pero no impedía a otra empresa pública del sector eléctrico italiano, ENEL, comprarla. O sea, que la privatización de nuestra principal empresa eléctrica tuvo como consecuencia que la dirección de la misma pasara de manos del gobierno español... ¡a las del italiano! ¿Es que la norma europea que nos obliga a privatizar no se aplica en Italia? ¿Qué clase de privatización es esa?
Nuestros gobernantes de los años 80 se dedicaron con entusiasmo a “reconvertir”, es decir liquidar, sectores industriales obsoletos (léase Siderurgia o Sector Naval) para que nos permitieran entrar en la Unión Europea, hundiendo así sectores estratégicos que habían sido hasta los 70 los motores de nuestra economía y acentuando de esta manera nuestra creciente dependencia del modelo de sol y playas. Yo fui uno de las decenas de miles de “reconvertidos” en el Sector Naval, y no guardo buen recuerdo de aquello.
Una vez admitidos en el club de los ricos nos convertimos en los europeístas más fervientes, y dejamos que el libre mercado (tal y como lo conciben en Bruselas) determinara la mayor parte de las decisiones económicas. Practicamos con entusiasmo el desarme arancelario, dejamos caer a los sectores “no competitivos”, aunque fueran estratégicos, y privatizamos todo lo privatizable, como la banca pública estatal (Argentaria, que fue la fusión del Banco Exterior de España, la Caja Postal y el Banco Hipotecario, cada uno de los cuales había sido diseñado con un contenido específico, de carácter social en el caso del Banco Hipotecario o para apoyar a las empresas españolas en el exterior, que era la misión del Banco Exterior de España), las cajas de ahorros, Renfe, Campsa, Endesa, Iberia, Telefónica, etc., etc.). Muchos de los políticos que llevaron a cabo tales privatizaciones después se convirtieron en consejeros de las empresas que ellos mismos habían privatizado.
Suma y sigue. Mientras todo esto ocurría, los impuestos a los ricos y a las empresas no pararon de bajar (impuesto de sociedades, impuesto sobre el lujo, sobre el patrimonio, sobre transmisiones patrimoniales, de sucesiones) y los de los pobres y las clases medias de subir (IVA, tramos intermedios del IRPF).
Las brutales consecuencias de la crisis económica de 2008 dispararon el gasto social, lo que elevó el nivel de endeudamiento de nuestro país. Endeudamiento que se vio notablemente agravado por los rescates a las entidades bancarias. Esto provocó importantes recortes presupuestarios según nos ordenaron desde Bruselas. ¿Dónde se recortó? ¿En las partidas destinadas a construir nuevos AVEs? No. ¿En las subvenciones a empresas? Tampoco. Nadie se ha planteado exigir a la banca los miles de millones de euros que costó reflotarla.
Los medios de comunicación del Sistema, cuando hablan de austeridad, no ponen el foco en esas partidas. Lo ponen en el gasto social: sanidad, educación, pensiones, dependencia. Son esos los sectores donde han tenido lugar esos recortes draconianos y en otros de los que es de mal gusto hablar: Ciencia y Medio Ambiente. La inversión pública en I+D ha caído desde los 6.675 millones en 2009 (la más alta de nuestra historia), hasta los 1.376 de 2017 (es el último dato que tengo). En realidad estaban presupuestados 8.405 y 4.635 respectivamente, pero su grado de ejecución pasó del 79,42% al 29,69%[1]. Y debemos recordar también que las partidas que Zapatero destinó a energías renovables fueron brutalmente recortadas por Rajoy. 

Centrándonos en el tema sanitario, el número de médicos y de enfermeros, así como el de camas disponibles, incluyendo a las de UCI, se han reducido de manera dramática en los últimos años, como las diferentes “mareas blancas” no han dejado de señalar, desde hace bastante tiempo, por todo el país. La foto con la que abro este artículo pertenece a la última gran manifestación de la Marea Blanca de Sevilla, que tuvo lugar el 26 de enero de este año, hace apenas tres meses, a la que yo también me sumé. Y no ha sido la última acción de los sanitarios en esta ciudad, después ha habido una concentración en un antiguo hospital, que fue desmantelado, pidiendo su reapertura. La siguiente foto es de 2018.
Manifestación de la Marea Blanca de Sevilla, el 10 de junio de 2018
Y esta otra es de Granada, en 2016:
Manifestación de la Marea Blanca de Granada, el 16 de octubre de 2016
Como verá, la lucha por una sanidad pública, universal y gratuita, en España, es un clamor social, desde hace años, que esta pandemia no ha venido sino a reforzar. En la pancarta se usa el verbo “recuperar”, que según el diccionario de la lengua significa “Volver a tomar o adquirir lo que antes se tenía”. Sí, recuperar lo que ya tenían y se les quitó. En la provincia de Sevilla hay casi una decena de plataformas ciudadanas del movimiento “Médico 24 horas”, en las diferentes zonas rurales, que lo que piden es un médico de guardia (uno solo), las 24 horas del día, para poder atender los casos más urgentes y no tener que desplazarse a un hospital comarcal que está, en algunos casos, a más de 40 kilómetros.

Todas estas peticiones sociales van en contra de la “racionalidad económica”, según los ideólogos del Sistema. Buscan ¡salvar vidas humanas!, no los balances de pérdidas y ganancias de ninguna empresa privada.
Cuando la pandemia llegó nos cogió sin mascarillas y sin respiradores suficientes para cubrir las necesidades mínimas para poder hacer frente a la misma. Y, también, sin capacidad industrial para producirlas. Dependemos de suministros que vienen del extranjero. Hay que salir a comprarlos, en un mercado internacional en el que rige la ley de la oferta y de la demanda. Y ya sabemos lo que pasa cuando la demanda sube y la oferta no es capaz de cubrirla.
Todo el mundo debería tener mascarillas ya ¿verdad? Y el gobierno dice que será obligatorio su uso cuando el suministro esté garantizado. Mientras tanto tendrán prioridad los que están en primera línea y los infectados. Obvio ¿no?
¿Cómo es posible que hayamos llegado a esto? Es evidente que por imprevisión, pero no la de este gobierno que acaba de llegar y aún maneja los presupuestos de Montoro, sino de todos los gobiernos que ha habido en España desde los años 60 en general, y de la última generación en particular. Cuando ponemos al parir al gobierno, si nos paramos a analizar el argumentario, lo que de verdad estamos cuestionando es el Sistema.

martes, 7 de abril de 2020

Reseteo Mundial




Alguien parece haber pulsado el botón de “Reset” (reinicio) a nivel mundial. Alguien parece haber considerado que era un buen momento para hacer un alto en el camino y pararnos a pensar. Alguien parece haber considerado que había que parar este inmenso trasatlántico en el que nos desplazamos para hacer reparaciones.
Y da igual si las cosas son o no como parecen. Hace años que vengo hablando en este blog de como las “dinámicas históricas” nos arrastran tras de sí. Esta parada obligada de la máquina va a introducir profundos cambios en nuestra vida ¡inevitablemente! y va a hacer que nos replanteemos el modelo global que hemos venido construyendo durante las últimas generaciones, al menos.

Situación de Guerra
Aunque los cañones no hayan disparado un solo tiro estamos en una situación de guerra. Los gobiernos están tomando decisiones propias de una economía de guerra. Están confiscando bienes esenciales y poniendo a empresas privadas y a las administraciones de menor rango bajo un mando único central y estatal. Han puesto a la sociedad entera a las órdenes del Estado Mayor que está coordinando esta guerra. ¡Y está ocurriendo en todo el mundo!
Una Guerra Mundial de nuevo tipo ha estallado de manera silenciosa, sutil. Y nos ha cogido a casi todos con el pie cambiado, y a muchos creyendo que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. Para estos últimos, en febrero, aún vivíamos en la “Belle Époque”, sin darse cuenta de que la otra, la de finales del siglo XIX y principios del XX fue también la época de la “Paz Armada”. Ambas fueron, tanto las que precedieron a la Primera como las que lo hicieron con esta Tercera Guerra Mundial, las dos caras de la misma moneda. La despreocupación de las masas coexistía con los golpes bajos y las guerras, abiertas o larvadas, económicas, tecnológicas, biológicas, ideológicas...
Mientras millones de personas se entretienen con programas estúpidos de televisión, los gobiernos y los poderes fácticos están librando pulsos como el 5G, las ciberguerras, la utilización masiva de los “big data”, etc. Hay ordenadores por todo el mundo anotando las páginas de internet que visitamos, las cosas que compramos, los “me gusta” que pulsamos en las redes sociales, guardando las fotos que subimos o las chorradas que se nos acaban de ocurrir y que expresamos, sin filtros de ninguna clase, ante un público que creemos conocer.

Estado de Sitio
No hace tanto dije en uno de mis artículos: “No hay nada más conservador que las mentalidades humanas y nada más revolucionario que la realidad[1].
La realidad hace tiempo que nos está mandando mensajes muy claros, que venimos desoyendo de manera sistemática. Hemos estado instalados en un consumismo suicida hasta el mismo día que oímos, con estupor y sin acabárnoslo de creer, sin tener demasiado claro lo que tal cosa podía significar, al presidente de gobierno anunciarnos por televisión el “Estado de Alarma” que, de facto, se ha convertido en un Estado de Sitio. ¡Porque estamos sitiados! ¿O no es así? Estamos sufriendo, todos, un confinamiento colectivo. No vemos la sangre a nuestro alrededor, pero el recuento de bajas no deja de crecer cada minuto que pasa. Hasta hay programas que nos informan, en “tiempo real”, a través de nuestro teléfono móvil, del número de fallecidos que se han producido en cualquier parte del mundo a causa del virus, y que han sido registrados, claro.
Estamos sitiados. Como los habitantes de tantas ciudades del pasado que podríamos citar, aunque a algunos les pueda parecer excesiva la comparación.
Pero los sitios de esos lugares del pasado a los que hemos hecho referencia... ¡eran locales! Algunos fueron de una dureza inusitada, pero tuvieron lugar en una sola ciudad. El impacto que pudo tener entre sus habitantes, los traumas que les causaron, afectaron a unos colectivos relativamente limitados. Y una vez que esa situación terminó, el paso del tiempo y la movilidad de sus habitantes tendieron a diluir su efecto en el conjunto de la población general.
Sin embargo, este sitio que estamos sufriendo ahora, este confinamiento colectivo, es global. Está teniendo lugar en todo el mundo casi simultáneamente. Es indudable que va a dejar huella. Y esa huella no se diluirá después, porque a cualquier lugar al que nos desplacemos sus habitantes también lo habrán sufrido. Se va a incorporar a la narrativa global de esta generación y tendrá un efecto tan exponencial como lo es la multiplicación de nuestro enemigo.

Tardaremos en recuperar la normalidad
No sé cuánto tiempo va a durar este confinamiento. Desde luego, mucho más de lo que nadie hubiera querido. En la provincia china de Hubei se está levantando, pero la gente sigue usando mascarillas y sigue guardando las distancias. Aunque la industria china empiece a ponerse otra vez en marcha, los controles siguen en los aeropuertos y en otros lugares. Los extranjeros no pueden entrar en el país y los nacionales que retornen tienen que pasar una nueva cuarentena.
Es lógico que sea así, porque el virus sigue moviéndose por el mundo. Hasta que no tengamos una vacuna seguiremos con estrategias defensivas, de confinamiento, más o menos suaves en función de lo controlada que esté la enfermedad en cada región concreta. Pero hay lugares en el mundo que carecen de la infraestructura sanitaria suficiente como para poderse enfrentar con este reto y que serán un foco endémico de distribución del mismo hasta que la vacuna llegue hasta el último rincón.
Esto significa que dentro de un año, si la cosa ha ido relativamente bien, seguiremos con algún tipo de restricción, seguiremos siendo prudentes a la hora de salir de casa, seguiremos con algunos individuos en cuarentena, localizados en diversos puntos de nuestra geografía. Y algunos usarán el virus como arma arrojadiza contra los colectivos humanos más indefensos, que son también los más expuestos ante su avance. Habremos interiorizado ese estado de sitio que se nos ha impuesto y lo habremos incorporado a nuestro bagaje colectivo.

El día después
Cuando todo pase y la “normalidad” vuelva a nuestras vidas será el momento de hacer el balance de esta guerra. Contaremos las bajas que hemos tenido, reflexionaremos de manera serena acerca de todas las cosas que han ocurrido y extraeremos las lecciones pertinentes.
Las anteriores guerras mundiales se libraron con cañones, con tanques y con fusiles, y nos legaron un mundo armado hasta los dientes, siguiendo la ya milenaria premisa que enunció Julio César: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”.
Pero las trincheras de esta nueva guerra del siglo XXI habrán sido los hospitales y toda la red sanitaria de nuestro país, esa que llevamos años privatizando, adelgazando y recortando. Esa a la que aplicamos la estrecha vara de medir economicista con su debe y su haber.
Nadie le hace preguntas a los militares sobre la rentabilidad del dinero que gastamos en Defensa. No sería “patriótico” ¿verdad? Está en juego nuestra capacidad para defendernos frente a reales o hipotéticos enemigos que nos puedan atacar. Hay quien dice que el arma más efectiva es aquella que no es necesario llegar a utilizar, porque disuade de cualquier intento de ataque, de cualquier adversario potencial, antes de que éste se produzca. Desde la visión economicista esto presentaría una pésima rentabilidad, porque la compramos y después ni siquiera la usamos. ¿Qué tal si aplicáramos esa lógica también a la sanidad, a la educación y a la investigación en I+D?
Si aplicáramos esa lógica a estos últimos ámbitos que he citado, resulta que llevamos décadas siguiendo una política suicida, como este ataque que estamos sufriendo ha puesto de relieve. Hay gente que, objetivamente, ha estado trabajando para el enemigo y aún tiene la desfachatez de ir por el mundo dando lecciones de moral. Hay gente que, por razones egoístas, de grupo o de clase, se ha dedicado a debilitar nuestra capacidad de respuesta ante estos nuevos enemigos que acechaban en las sombras.

Por qué hay que defender la sanidad pública
Es cierto que estoy analizando la situación a posteriori, obviamente. Sabiendo ya en qué iban a derivar todos esos recortes presupuestarios y esas privatizaciones masivas. Pero muchos gritaban en las calles cuando esas políticas se estaban aplicando y nos advirtieron, por activa y por pasiva, de lo que podía pasar, de lo que ya estaba pasando de hecho, a menor escala que ahora, desde luego. Los argumentos que hoy podemos esgrimir en defensa de la Sanidad Pública no son nuevos. Son, desgraciadamente, demasiado viejos. Esta no es la primera epidemia que sufre la Humanidad.
Cuando le negamos la atención sanitaria a quien no puede pagársela no sólo estamos atentando contra la Dignidad Humana. Estamos, además, abriendo un flanco para que se cuelen esos enemigos biológicos a los que estamos haciendo referencia. Le estamos brindando una cabeza de playa donde puedan desembarcar y se puedan multiplicar.
Muchos millones de personas, por todo el mundo, han idealizado el modelo social americano. Aún es pronto para ver el tipo de respuesta que la primera potencia del mundo va a dar a esta pandemia. Pero sus primeras reacciones no parecen muy alentadoras. Las declaraciones públicas de algunos de sus dirigentes son (seremos suaves) incalificables. Sobre la capacidad de respuesta del gran gendarme planetario ante las catástrofes colectivas se nos viene, inevitablemente, a la mente su reacción ante las consecuencias del Huracán Katrina. Una persona, o un colectivo humano, demuestra lo que es cuando llegan los momentos de adversidad. Entonces la propaganda cede ante la realidad.

Escenas surrealistas
Estamos viendo, por todo el mundo, escenas surrealistas que nos recuerdan a la película de José Luis Cuerda “Amanece, que no es poco”. Hemos visto presidentes de gobiernos mostrando medallas y amuletos en televisión para ilustrar a sus compatriotas como deben enfrentar la pandemia o llamar a la oración colectiva (¿?). Tenemos que ser conscientes de que, en estos momentos aciagos, cada gesto o cada palabra de los dirigentes políticos tiene un efecto multiplicador, marca el ejemplo a seguir al grueso de la población. Esos desprecios implícitos y públicos a la ciencia, que es lo único que de verdad tenemos para enfrentarnos con esto, tendrán profundas consecuencias sociales. Al final, cada cual deberá asumir la responsabilidad que le ha correspondido en el desarrollo de este drama.
Dejemos que sea el Papa el que llame a la oración. Es lo que corresponde. De los políticos esperamos otra cosa.

Un baño de realidad
Cuando llegue el día después y reflexionemos sobre lo que ha pasado, nuestra escala de valores y nuestras prioridades personales seguro que cambiarán, y con ellas nuestro modelo de sociedad.
Después de esta cura de humildad, de este revolcón en el lodo del mundo real que entre todos hemos creado, que entre todos hemos ensuciado y deteriorado, habrá que extraer las correspondientes enseñanzas que nos permitan encarar nuestro futuro.
Estamos viendo estos días a los militares ponerse a las órdenes de los sanitarios y de los científicos. Justo al revés que en las viejas guerras del pasado. ¿Curioso verdad? Puede ser un buen modelo para encarar otra guerra que estamos librando ya, aunque fingimos que no: La del Cambio Climático.
Estamos viendo estos días a los profetas de la globalización y del libre mercado cerrar fronteras, intervenir empresas y confiscar propiedades particulares. Los que pensaban que la Unión Europea era la panacea que nos iba a permitir superar la era de los estados-nación se han dado de bruces con la realidad. La realidad egoísta de los lobbies, de los intereses de grupo, de los supremacistas que usan los estereotipos mentales que llevan siglos construyendo como arma arrojadiza contra sus vecinos de “proyecto político” superador-de-los-particularismos-nacionales.
Cuando llegó la hora de la verdad todos cerraron su puerta, y los que habían permitido la deslocalización de nuestras industrias sin mover un dedo se encontraron, de pronto, desabastecidos. ¿Era tan difícil prever este tipo de situaciones?

Nuestra capacidad de respuesta
Pocos días antes de que la pandemia lo paralizara todo, decenas de miles de agricultores y de ganaderos se manifestaban por toda España, pidiendo al gobierno que no permitiera a las multinacionales de la distribución imponer unos precios que los dejaba fuera del mercado y los obligaba a dejar de producir. Menos mal que no ha dado tiempo a que esto haya sido posible. ¿De dónde hubieran venido entonces nuestros alimentos en esta geografía del bloqueo en la que estamos viviendo?
La angustiosa escasez de suministradores de respiradores y de mascarillas ha puesto de relieve nuestra alarmante dependencia de las importaciones del exterior en aspectos vitales para nuestra existencia. Ha visualizado hasta dónde nos puede llevar la lógica del mercado llevada hasta sus últimas consecuencias. Esto es fruto de una estrategia política determinada, que lleva aplicándose desde hace generaciones y que ha permanecido invariable pese a la alternancia política. La religión del “libre mercado” nos ha conducido a este callejón sin salida. Nos ha puesto de rodillas ante nuestros rivales estratégicos.
Nuestra formidable dependencia económica del turismo nos va a pasar una factura tremenda, estoy seguro, durante los próximos años, incluso después de superadas todas las cuarentenas, porque los hábitos viajeros de millones de personas van a tardar en recuperarse. Las grandes aerolíneas ya lo saben y se preparan para ello. ¿Os imagináis este verano en la playa con mascarilla y con guantes? ¿O en los chiringuitos que la flanquean? No será lo mismo ¿Verdad? Tal vez eso hará que mucha gente se replantee su descanso veraniego y busque otras alternativas.
Cuando eres un especialista en un tema muy concreto te vuelves demasiado vulnerable. Esto lo vamos a sufrir durante los próximos meses. Tal vez años.

Vuelve el keynesianismo
Tras cincuenta años de neoliberalismo, el keynesianismo vuelve con fuerza. Y nuestro presidente clama ante las instituciones europeas pidiendo un nuevo Plan Marshall continental. A la religión de los “Chicago Boys”, de los falsos profetas de la modernidad ¡la ha tumbado un bichito microscópico! La primera pandemia global ha tenido la virtualidad de desenmascarar a los economistas de la escasez.
Alemania ha suspendido la regla, constitucional nada menos, del "freno de la deuda", que nos impuso a través de las instituciones europeas en 2011, obligándonos a modificar el artículo 135 de nuestra Constitución.
Volvemos al New Deal de Roosevelt casi 90 años después. Una doctrina prohibida desde los tiempos de Nixon (cuyo gobierno apadrinó a Milton Friedman y sus muchachos) y un tabú desde la llegada al poder de Margaret Thatcher en Gran Bretaña (1979) y de Ronald Reagan en los Estados Unidos (1981). ¿Endeudarse? Horror. ¿Subir los impuestos a los ricos? ¿Estáis locos? ¿Que los bancos centrales pongan más dinero en circulación? ¿Que el estado tome el mando de la economía? ¿Planes estatales de desarrollo económico? Se parece demasiado a los planes quinquenales soviéticos ¿Verdad?
¿Cómo creéis que China se ha convertido en la fábrica del mundo? ¡¡Porque el estado está al mando de la economía!! Como los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y durante los años 40 y 50. Como en la Europa del Plan Marshall, del Estado del Bienestar y de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA).
No hay nada nuevo bajo el Sol. Todo está inventado hace mucho tiempo. Cuando nos enfrentemos con una nueva crisis debemos mirar en nuestra memoria colectiva para ver como salimos de las crisis anteriores, como encaramos entonces la adversidad. El estado tiene que asumir el mando y poner a todo el mundo a trabajar. Debe asignar los recursos en función del interés general (“Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general”, dice el artículo 128 de nuestra Constitución) y debe planificar esa actuación en el ámbito económico a años vista, trazándose objetivos estratégicos para reforzar aquellas actividades que aseguren nuestra capacidad de decisión como país, que refuercen nuestra posición en el mundo, que generen empleo dónde vive la gente.
Esos eran los fundamentos filosóficos sobre los que se asentó el mundo que sobrevivió a la peor guerra que ha conocido la Humanidad y cuyo recuerdo (el de la filosofía que la superó, no el de la guerra) llevamos cincuenta años intentando borrar. Cada país le dio un nombre diferente. Los soviéticos hablaban de “planes quinquenales”, los norteamericanos de “New Deal”. En Europa, su primera fase se llamó “Plan Marshall”, y la siguiente “Estado del Bienestar”. La España de Franco hablaba de “planes de desarrollo”. Ya ven como todos, en esa época que ahora vemos tan lejana, en todo el espectro ideológico, estaban de acuerdo en una cosa: El estado es el que dirige la economía. Y los agentes privados obedecen.

Los estragos del neoliberalismo
Después vino la economía de la escasez, la del desarme arancelario global, la de los especuladores planetarios que tumbaban países enteros (Aún recuerdo como el especulador George Soros obligó a Gran Bretaña y a Italia a abandonar el Sistema Monetario Europeo (SME) y a España a devaluar la peseta el 17 de septiembre de 1992, tras un ataque coordinado contra estos países a través de las bolsas de todo el mundo), la de la privatización de todo lo privatizable, la de las subcontrataciones de las subcontratas, de las subcontratas (subcontrataciones elevadas al cubo), la del capitalismo de amiguetes que en España conocemos tan bien.
Espero que ese bichito microscópico que nos ataca a todos a la vez, y que no entiende de fronteras ni de ideologías nos fuerce a hacer ese alto en el camino al que me referí al principio de este artículo. Hemos llevado al mundo entre todos, por acción, por omisión y/o por inconsciencia hasta un callejón sin salida. Y esta crisis nos está obligando a dar una respuesta colectiva. No saldremos de ella con el “sálvese quien pueda” egoísta que llevamos cincuenta años escuchando a nuestros dirigentes políticos. ¡¡Eso es lo que significa la palabra “competitividad”!!
“Competitividad” significa dejar a tu hermano en la estacada para salvarte tú. Llevar la ley de la selva al ámbito de la economía... ¡y de la política! Llamar “fracasado” a aquél que se niega a participar en esa pelea de gallos que llamamos “capitalismo”. Significa quemar bosques para empujar a las autoridades a permitir urbanizar zonas protegidas. Dejar sin tren a las zonas rurales porque “no es rentable”. Dejar morir a un indigente en la puerta de un hospital porque no puede pagarse el tratamiento que necesita...

Razones para la Esperanza
Pero en estos días tremendos que llevamos confinados hemos visto a decenas de miles de personas dejarse la piel para salvar a otros. Son esos héroes anónimos los que, afortunadamente, nos están marcando el camino. Los que nos inspiran para seguir adelante, luchando para construir ¡entre todos! un mundo mejor. Ellos son los humanos del futuro. Los que nos están contagiando un antídoto que puede con todo, y que se llama “Esperanza”.