Willy
Brandt, François Mitterrand y Felipe González - 1976
El
proceso evolutivo que dio lugar a la Transición española no sólo estuvo
protagonizado por los actores sociales y políticos presentes en nuestro país. La correlación de fuerzas existente en
nuestro entorno geográfico resultó determinante en el desarrollo de los
acontecimientos, tal y como había sucedido antes con la Segunda República. El contexto internacional marcó los límites
de la transición española hacia la Democracia, un elemento que nuestros
historiadores tienden a minimizar bastante. La
lógica interna de la narrativa de la Transición española exige resaltar los
méritos de los protagonistas oficiales de la misma y relativizar la importancia
de los agentes que no aparecían en las portadas de los periódicos, lo que
distorsiona bastante la visión que tenemos de la realidad.
Los
contactos de los prohombres del Régimen con representantes de gobiernos y de
fuerzas políticas extranjeras fueron muy importantes desde los orígenes del
franquismo. Algunos de esos contactos, además, actuaron como mediadores y/o
valedores de algunos de los grupos españoles que se movían en la
clandestinidad.
Mientras muchos
antifranquistas lucharon contra el Régimen a través de la acción sindical en
las fábricas, otros lo hicieron contactando con diversas cancillerías extranjeras
que los patrocinaron.
Norteamericanos, franceses, ingleses, alemanes… rumanos, marroquíes, argelinos,
albaneses… hicieron todo lo que estuvo en sus manos para modificar, de alguna
manera, el desarrollo de los acontecimientos en España e influir en el
desenlace final del Régimen. Todos los que hemos citado más arriba, y muchos
más, tuvieron interlocutores o agentes actuando en nuestro país en algún
momento de la época franquista.
Esto,
desde luego, no nos debe extrañar lo más mínimo. En todos los cambios dinásticos o de régimen que ha habido en España ha
sucedido lo mismo. Y también ha ocurrido en todos los cambios importantes
que han tenido lugar en el resto de países de nuestro entorno en los últimos
siglos. Son historias discretas (y con frecuencia secretas) pero decisivas en la
evolución de los procesos históricos.
La
intervención de agentes extranjeros en el desarrollo de los acontecimientos
históricos va mucho más allá de lo que la mayoría de la gente supone. En este
sentido es muy ilustrativa la tesis doctoral de Jens-Ulrich Poppen: Soft
Power Politics - The Role of Political Foundations in Germany’s Foreign Policy
towards Regime Change in Spain, Portugal and South Africa 1974-1994. (Política
de poder blando - El papel de las fundaciones políticas en Alemania. Política
Exterior ante el cambio de Régimen en España, Portugal y Sudáfrica 1974-1994)[1],
que se ha centrado en el trabajo de las fundaciones políticas alemanas en la
Península Ibérica y en Sudáfrica durante el período citado. Ese trabajo es
importante porque no es frecuente que este tipo de documentos se manejen fuera
del entorno de las cancillerías o de los servicios secretos. Y nos da una
visión mucho más completa de cómo actúa normalmente la diplomacia de las
diferentes naciones para inducir los cambios políticos que les convienen en
países vecinos.
En
el artículo anterior hicimos referencia al hecho de que el proceso de evolución
hacia la democracia en nuestro país (y también en Portugal y Grecia) coincidió
con una ofensiva neoconservadora a
escala mundial que, además, tuvo lugar en el contexto más amplio de la Guerra Fría[2].
Todos los agentes políticos que estuvieran medianamente informados de lo que
pasaba en el mundo eran conscientes de ello y sabían que había marcados unos
límites muy claros en la evolución de ese proceso. Este hecho ayuda a entender
bastante el comportamiento de los partidos “eurocomunistas”
de Europa Occidental desde finales de los años sesenta y el extraordinario
pragmatismo que desplegaron, que muchos de sus militantes interpretaron como
una traición a sus principios ideológicos.
El contexto de la Guerra Fría
Desde
1945 se desarrolla, a escala planetaria, el periodo histórico conocido como Guerra Fría (1945-1991), que resultó
determinante en el proceso evolutivo del Régimen franquista, de la Transición
política española hacia la democracia y de la consolidación de lo que ha dado
en llamarse “El Régimen del 78”. La Guerra Fría marcó los límites externos de
la Historia de España durante la segunda mitad del siglo XX.
La
derrota de las potencias del Eje en
la Segunda Guerra Mundial redirigió
la evolución política del franquismo en España hacia los parámetros
establecidos por los aliados. Fue un proceso lento pero inexorable, como hemos ido
viendo en los últimos artículos de este blog. Los orígenes totalitarios del
Régimen no impidieron que tanto el dictador como sus colaboradores fueran
plenamente conscientes de lo que estaba pasando en el mundo, lo que les hizo
modular primero su política exterior y, más adelante, también la interior para
ir adecuándose a las nuevas circunstancias.
Esa
evolución se vio favorecida precisamente por el contexto creado por la Guerra Fría. A partir de 1945 la
eliminación de los residuos políticos del fascismo en Europa dejó de ser la
mayor prioridad de los aliados, y su lugar lo ocupó la lucha contra el comunismo,
un espacio en el que el Régimen se movía con bastante soltura. No es casual que
el Ministro del Ejército español en 1953, cuando se firmaron con los
norteamericanos los Acuerdos de Madrid,
fuera precisamente Agustín Muñoz Grandes,
el general que dirigió la División Azul
española en el frente soviético durante la Segunda Guerra Mundial a las órdenes
de Hitler. El contexto de la Guerra Fría permitió a la España de Franco ir
entrando en todos los organismos internacionales que le habían estado vetados
hasta entonces, a lo largo de la década de los cincuenta.
Una
vez admitido en las grandes instituciones mundiales (ONU, FMI, Banco Mundial,
OCDE…) el Régimen inició un paulatino acercamiento a los países de Europa Occidental,
con objeto de ir preparando el ingreso de nuestro país en las instituciones
específicamente europeas (fundamentalmente el Mercado Común y la OTAN).
Aunque la opinión pública de los países miembros de estas organizaciones no
estaba dispuesta a permitir el ingreso de una dictadura en las instituciones
regionales, no obstante se fue avanzando en el proceso de acercamiento hacia
las fuerzas políticas más conservadoras del continente (gaullistas franceses,
democristianos alemanes e italianos, conservadores británicos…).
Para
alimentar las expectativas europeas de una paulatina evolución hacia la
democracia en nuestro país se irán tomando medidas de acercamiento a los
sistemas políticos europeos, en un proceso de paulatina homologación de
estándares con respecto a ellos.
“Franco
declaró que a su régimen lo acabaría sucediendo una monarquía tradicional. El
18 de julio de 1945, retiró de su gabinete a los ministros más estrechamente
relacionados con el Eje e incorporó a democratacristianos conservadores como
Alberto Martín Artajo como ministro de Asuntos Exteriores, lo que dio
credibilidad a su nueva imagen como católico autoritario.”[3]
De
esta manera estaba mandando una señal a los democristianos europeos a través de
la cual pretendía alimentar en ellos la esperanza de una evolución pacífica del
Régimen hacia sus propios postulados políticos. Poco después promulga la Ley de sucesión a la jefatura del Estado
(1947) que determinaba
“…la
constitución de España nuevamente en reino (tras 16 años) y la sucesión de
Francisco Franco como el jefe de Estado español, al disponer que el sucesor
sería propuesto por el propio Franco a título de rey o de regente del reino,
pero que tendría que ser aprobado por las Cortes españolas.” [4]
Con
esta medida pretende, asimismo, tender puentes con los monárquicos europeos,
ampliando así la base de sus apoyos exteriores. El franquismo se prepara de
esta manera para iniciar su propia travesía del desierto, ya que estas acciones
son puramente tácticas, con ellas Franco sólo espera ganar tiempo para
consolidar su Régimen en un contexto político adverso.
Para
sus potenciales socios europeos son medidas insuficientes. El recuerdo del
fascismo, demasiado reciente todavía, está aún lo suficientemente vivo en ellos
como para no dejarse engañar por este tipo de ardides. Pero los norteamericanos
eran otra cosa, estaban mucho más dispuestos que los europeos a olvidar los
deslices del pasado si, a cambio, el compromiso anticomunista del Régimen era
lo suficientemente sólido. La demostración más palpable de esta orientación fue
la Operación Paperclip, a través de
la cual “blanquearon” el currículum de más de 700 personas vinculadas con el
régimen nazi a cambio de que pusieran sus conocimientos a las órdenes de sus
nuevos patrones norteamericanos.
Para
Franco la oportunidad se presentó cuando estalló la Guerra de Corea (1950) y la amenaza de una posible Tercera Guerra Mundial empezó a verse
como posible. En este tipo de contextos el “Caudillo” se movía como pez en el
agua y pronto empezó a jugar sus bazas, ofreciendo la posible presencia de un
ejército español en la misma a cambio, lógicamente, de reconocimiento
internacional y de ayuda económica y militar. No fue necesario llegar a tanto,
pero la iniciativa fue un notable éxito para el Régimen, que cosechó en términos
de reconocimientos diplomáticos: gran cantidad de embajadores volvieron a
Madrid y España entró en la UNESCO en 1952, firmó el Concordato con el Vaticano y los acuerdos militares con los
norteamericanos en 1953, entró en la ONU en 1955, en el FMI y el Banco Mundial
en 1958, en la OCDE en 1961…
Los comunistas
En
el otro extremo del espectro político, el Partido
Comunista de España (PCE) lanzó la propuesta de la “Reconciliación Nacional”
“[...]
Un estado de espíritu favorable a la reconciliación nacional de los españoles,
va ganando a las fuerzas político-sociales que lucharon en campos adversos
durante la guerra civil. [...]
En
la presente situación, y al acercarse el XX aniversario del comienzo de la
guerra civil, el Partido Comunista de España declara solemnemente estar
dispuesto a contribuir sin reservas a la reconciliación nacional de los
españoles, a terminar con la división abierta por la guerra civil y mantenida
por el general Franco. [...]
Existe
en todas las capas sociales de nuestro país el deseo de terminar con la
artificiosa división de los españoles en «rojos» y «nacionales», para sentirse
ciudadanos de España, respetados en sus derechos, garantizados en su vida y
libertad, aportando al acervo nacional su esfuerzo y sus conocimientos. [...]
El
Partido Comunista de España, al aproximarse el aniversario del 18 de julio,
llama a todos los españoles, desde los monárquicos, democristianos y liberales,
hasta los republicanos, nacionalistas vascos, catalanes y gallegos, cenetistas
y socialistas a proclamar, como un objetivo común a todos, la reconciliación
nacional. [...]”
Por la reconciliación nacional, por una
solución democrática y pacífica del problema español, declaración del Partido
Comunista de España, junio de 1956.”[5]
La
estrategia socialdemócrata del PCE es muy anterior a la aparición del término “eurocomunismo”. En realidad es una
consecuencia de la política de frentes populares impulsada por la Komintern a partir de su VII Congreso (1935)
en toda Europa para contener el avance del fascismo:
“Hoy
la contrarrevolución fascista ataca a la democracia burguesa, esforzándose en
someter a los trabajadores al régimen más bárbaro de explotación y de
aplastamiento. Hoy, las masas trabajadoras de una serie de países capitalistas
se ven obligadas a escoger, concretamente para el día de hoy, no entre la
dictadura del proletariado y la democracia burguesa, sino entre la democracia
burguesa y el fascismo. […] El
proletariado de todos los países vertió mucha sangre por conquistar las
libertades democraticoburguesas y se comprende que luche con todas sus fuerzas
por conservarlas.”[6]
En
la Guerra Civil española el PCE fue,
posiblemente, la fuerza más consecuente en la defensa de la Segunda República y su democracia “burguesa”.
Más allá de los discursos ideológicos de fondo, los análisis geopolíticos
siempre fueron determinantes en las estrategias de los comunistas ortodoxos o
prosoviéticos, ya que actuaban de forma coordinada a nivel mundial y, en
consecuencia, fueron siempre muy sensibles a la correlación de fuerzas
existente en las diversas coyunturas históricas.
Los
Acuerdos de Yalta (1945) establecían
un reparto de zonas de influencia entre capitalistas y comunistas a nivel
mundial y, por supuesto, en Europa. Una consecuencia de ellos fue que países
muy conservadores, como Polonia o Hungría, quedaban en el lado comunista de Europa
y, en cambio, Francia, Italia, Yugoslavia y Grecia, con poderosas fuerzas
militares, guerrilleras o partisanas comunistas, y donde sus respectivos
partidos eran, de facto, los mayoritarios en sus zonas, recibieron la orden, directamente de Stalin, de
desmovilizarse y entregar el poder a los partidos burgueses de sus respectivos
países. El Mariscal Tito, en Yugoslavia,
se negó a obedecer la orden y tuvo que
mantenerse fuera de las organizaciones supranacionales comunistas europeas (COMECON
y Pacto de Varsovia) durante la Guerra Fría.
La “neutral” Yugoslavia, marginada de las instituciones europeas tanto del
este como del oeste, tuvo que pagar un
alto precio por su independencia política durante el periodo 1945-1991, lo
que la llevó a buscar aliados entre los países del Tercer Mundo y convertirse
en uno de los cuatro promotores del Movimiento
de Países No Alineados, junto con la India, Indonesia y Egipto, en 1955. No
obstante, la mejor garantía de independencia, para ellos, fue la propia amenaza
nuclear que se mantuvo latente durante todo el periodo como una “Espada de
Damocles” que se cernía sobre el mundo. Esto “congeló” su situación política
hasta el desenlace final, que se produjo tras la “Caída del Telón de Acero” y
la descomposición de la Unión Soviética, que conllevó poco después, la propia
desintegración política de Yugoslavia, hoy dividida en siete países “independientes”
(Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia, Montenegro, Kosovo y Macedonia
del Norte). Ese fue el precio de su
desobediencia.
Los
partidos comunistas oficiales de los países de Europa Occidental tomaron buena
nota de todo esto y se prepararon para afrontar un largo periodo de
marginalidad institucional, lo que no pudo impedir que el Partido Comunista Italiano se mantuviera como segunda fuerza
política de su país y, por supuesto, como la primera de la izquierda hasta 1991
(en las elecciones al Parlamento Europeo de 1984 fue la fuerza más votada de Italia, con 12 millones de votos), cuando
se cambió de nombre y pasó a llamarse Partito
Democratico della Sinistra (PDS), presentándose abiertamente desde entonces
como una formación política socialdemócrata (fue admitido en la Internacional Socialista en 1993) que
siguió evolucionando después hacia posiciones más moderadas todavía, absorbiendo
colectivos cristianos y de otras formaciones de centro hasta desembocar en el
actual Partito Democratico (PD).
Por
el camino desarrollaron una fecunda teoría política propia, dirigidos por Enrico Berlinguer en la que crearon el
concepto de “Compromiso Histórico”,
forjando un marco teórico que permitiera explicar su propio proceso evolutivo
como algo históricamente inevitable.
Los
profundos debates ideológicos que se estaban librando de manera pública en el
seno del Partido Comunista Italiano, en
el español, debido a su ilegalidad y a las duras condiciones que imponía la
clandestinidad, tenían lugar a puerta cerrada dentro de su Comité Central. El PCE,
en términos ideológicos, sufría una intensa dualidad, una fuerte tensión entre
unas bases que actuaban en la clandestinidad y se iban forjando en la dura
lucha sindical a través de un potente movimiento asambleario llamado Comisiones Obreras, y una cúpula
dirigente que vivía en el exilio y que estaba al tanto de todos los debates
ideológicos que se daban en el seno de las grandes fuerzas políticas de la
izquierda europea. En 1964 una facción abiertamente socialdemócrata y con
presencia en el Comité Central, dirigida por Fernando Claudín y Jorge
Semprún, se escindió. Sus discrepancias políticas quedaron reflejadas en el
libro Documentos de una divergencia
comunista[7].
El
extraordinario pragmatismo político de los dirigentes comunistas españoles
sorprendió a los grandes líderes europeos a finales de los 60 y durante la
década de los 70, que temieron que en la España postfranquista llegaran a alcanzar
la misma preeminencia que ya tenían en Italia y sustituyeran de facto a los
socialdemócratas oficiales (la Internacional Socialista), lo que daría un gran
poder al bloque “eurocomunista”, que
surgió como respuesta de los partidos comunistas italiano, francés y español a
la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968. Las alarmas saltaron en buena
parte de las cancillerías europeas y, por supuesto, en el Departamento de Estado
y el Pentágono norteamericanos. Difícilmente podremos entender muchos de los
acontecimientos que tuvieron lugar durante la Transición a la democracia en
España en los años 70 y 80 si ignoramos estos datos.
La revolución social y política global
de los años 60
Hace
tiempo que dije que la década de los sesenta marcó un punto de inflexión en la
evolución política norteamericana que tuvo repercusiones globales. En la
campaña electoral para las elecciones presidenciales de 1960 se enfrentaron dos
proyectos de sociedad alternativos, personalizados en los dos candidatos que se
batieron en ella: John Fitzgerald Kennedy
y Richard Nixon. Contra todo
pronóstico ganó Kennedy, que entusiasmó al electorado con su propuesta
política, a la que llamó “Nueva Frontera”:
“Hoy
nos encontramos al borde de una Nueva Frontera: la frontera de la década de
1960, la frontera de las oportunidades y peligros desconocidos, la frontera de
las esperanzas no cubiertas y las amenazas sin cubrir. [..]. Más allá de esa frontera hay áreas
desconocidas de ciencia y espacio, problemas no resueltos de paz y guerra,
problemas no conquistados de ignorancia y prejuicio, preguntas sin respuesta de
pobreza y excedente.”[8]
Ese
resultado frenó el poderoso ascenso político que había protagonizado la facción
que Eisenhower llamó “el Complejo Militar-Industrial”. El
candidato de esa facción en las elecciones de 1960 era Richard Nixon, que había sido precisamente el vicepresidente de Estados
Unidos durante los dos mandatos de Eisenhower
(1953-1961).
El
17 de enero de 1961, tres días antes de la transferencia de poder entre Eisenhower y Kennedy, el primero se dirigió por televisión al pueblo
norteamericano con un discurso de despedida que ha pasado a la historia, en el
que dijo lo siguiente:
“En los consejos
de gobierno, debemos protegernos de la adquisición de influencia injustificada,
deseada o no, por parte del complejo militar-industrial. El potencial de un
desastroso incremento de poder fuera de lugar existe y persistirá. No debemos
dejar que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades o
procesos democráticos. No debemos dar nada por sentado. Sólo una ciudadanía
alerta y bien informada puede compeler la combinación adecuada de la gigantesca
maquinaria de defensa industrial y militar con nuestros métodos y objetivos
pacíficos, de modo tal que seguridad y libertad puedan prosperar juntas.”
El
presidente saliente intentaba alertar al país, de esta manera, acerca de los
peligros que él creía ver en el horizonte. Dos
años y medio más tarde Kennedy era asesinado en Dallas (Texas). Y Estados Unidos se embarcaba en una escalada
militar en Vietnam que terminaría
perdiendo.
En
la década de los sesenta el mundo se transformó profundamente. Fue la década de
la independencia de las colonias de los imperios ultramarinos europeos, que
pasaron a ser llamados “Tercer Mundo”,
denominación que en aquellos tiempos no tenía las connotaciones peyorativas que
hoy tiene, sino que la expresión venía a significar que no eran occidentales (es
decir pro-norteamericanos) ni orientales (pro-soviéticos). “Tercer Mundo” significaba que eran países con un proyecto político
nuevo y propio, diferente de los dos que se estaban enfrentando en todo el
mundo durante la Guerra Fría. Y así
lo dejaron claro desde el principio fundando, como ya hemos dicho, la Organización de Países No Alineados, en
1955.
En
los años sesenta eclosionaron, igualmente, nuevos bloques económicos y
políticos, que competían abiertamente con Estados Unidos y la Unión Soviética,
como la Comunidad Económica Europea y
Japón. En Iberoamérica las fuerzas
democráticas avanzaron extraordinariamente. La población y la renta per cápita mundial crecieron
intensamente, alcanzándose los 3.500 millones de habitantes en 1970.
En
Europa, el Eje franco-alemán estaba
trabajando en la dirección de crear unos “Estados
Unidos de Europa” desde principios de los cincuenta. Los hitos más
importantes de ese proceso fueron la creación de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA) en 1950 y del Euratom (1957) que permitiría a sus miembros
dar un importante salto tecnológico en el desarrollo de la energía nuclear.
Media docena de países (Francia, Alemania Occidental, Italia, Holanda, Bélgica
y Luxemburgo) se embarcaron en un ilusionante proyecto que los llevó a firmar los
Tratados de Roma (1957) y fundar la Comunidad Económica Europea (CEE), que
les permitió protagonizar en los años 60 un importante desarrollo, que les
llevó a competir en términos económicos directamente con los norteamericanos,
lo que iba mucho más allá de lo que los halcones de ese país estaban dispuestos
a aceptar.
Aunque
las viejas potencias coloniales europeas del bando de los aliados (Reino Unido,
Francia, Holanda y Bélgica) tuvieron que conceder la independencia a sus
colonias, cediendo a las fuertes presiones de norteamericanos y soviéticos,
supieron mantener su influencia económica en la mayor parte de ellas. El
proceso, no obstante, produjo importantes conflictos, que dejó una huella
profunda en las metrópolis respectivas, como las guerras de independencia de Argelia y de Indochina, percibidas en Francia como una auténtica humillación
nacional. Igualmente la pérdida de la India para los británicos, de Indonesia
para los holandeses o del Congo para los belgas, nos recuerdan las consecuencias
de nuestras guerras coloniales de finales del siglo XIX y su desenlace de 1898.
La Guerra de Indochina (1946-1954),
se transformó después en la de Vietnam
(1955-1975), que llevó los norteamericanos a sufrir la mayor derrota militar de
su historia.
Una
de las consecuencias de los procesos emancipadores que había ido teniendo lugar
en los países del “Tercer mundo”
desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, había sido la aparición en ellos de
los socialismos del Tercer Mundo
(Argelia, Libia, Tanzania, Cuba, Siria, Irak…)
A
lo largo de los cincuenta y los sesenta, además, se incorporan al club de las
potencias nucleares Reino Unido (1952), Francia (1960) y China (1964). Un poco
más tarde lo hacen Pakistán (1970), La India (1974) y, clandestinamente, Israel
y Sudáfrica, Todo esto condujo a la firma del Tratado de No Proliferación Nuclear (1968). Varias veces estuvo a
punto de desencadenarse una Tercera Guerra Mundial, que debía librarse con
armas atómicas. El momento más tenso de todos fue, indudablemente, la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962.
En
un mundo al borde de una guerra total empiezan a producirse movimientos
políticos que apuntan en la dirección de desvincularse de la política de
bloques que amenazaba con derivar en holocausto nuclear. En Europa Occidental,
la Francia del General De Gaulle
comienza a desmarcarse de la misma y empieza a hablar de construir una nueva
Europa política que se extienda “desde el
Atlántico hasta los Urales”, un discurso que causaba escalofríos en
Washington. En 1966 dio un paso más y anunció que se salía de la estructura
militar de la OTAN. Mientras tanto desarrollaba el más ambicioso programa de
construcción de centrales nucleares del mundo de su tiempo, que le llevó a
conseguir producir más de la mitad de la energía eléctrica que consumía el país
con centrales nucleares a principios de los años 70, muchas de las cuales
estaban basadas en una tecnología propia, llamada de grafito-gas, que dejaba como residuo el suficiente plutonio como
para construir varias decenas de bombas atómicas.
El contexto mediterráneo
Pero
dentro de ese contexto global, el entorno mediterráneo presentaba unas
características específicas que lo diferenciaban del resto. Ya hemos hablado de
la Francia de De Gaulle, y de su
paulatino alejamiento con respecto a la OTAN; de Italia y su poderoso Partido Comunista; también de la Yugoslavia
de Tito. En Grecia tiene lugar, en
1967, el Golpe de estado de los coroneles,
con el visto bueno del rey Constantino II,
hermano de nuestra ex reina consorte Sofía.
Un golpe estilo Primo de Rivera, que
acabó en 1974 como consecuencia del intento de anexionarse la República de Chipre, que provocó la
invasión turca de la isla y su posterior partición, poniendo fin a la dictadura
y la monarquía griegas, con la consiguiente proclamación de la república.
En
el extremo oriental de este mar, Egipto se había convertido en una verdadera
potencia regional, liderado por Gamal
Abdel Nasser, que se enfrentó a Israel en la Guerra de los Seis Días (1967), junto a Siria y Jordania.
Perdieron. Israel se anexionó
Cisjordania, Gaza, la Península del Sinaí y los Altos del Golán. Tras su
muerte en 1970 será reemplazado por Anwar
el-Sadat, que volvió a atacar a Israel en la Guerra de Yom Kipur (1973), esta vez en solitario, recuperando la
orilla oriental del Canal de Suez, lo
que le permitió reabrirlo, ya que llevaba seis años cerrado, con las
consecuencias para el comercio marítimo global que nos podemos imaginar. Esa
guerra, como veremos ahora, desencadenó la Crisis
del Petróleo de 1973.
En
Libia, Muamar el Gadafi derrocó al
rey Idris I en 1969 y proclamó en su
país una república socialista que en menos de una generación convirtió a su
país en el de mayor renta per cápita
de África. Los argelinos, por su
parte, se habían independizado de Francia, tras una larga guerra de liberación
(1954-1962). El Frente de Liberación
Nacional proclamó la República
Argelina Democrática y Popular, un régimen que exportaba petróleo y gas a
medio mundo, lo que le permitió consolidar su sistema político con rapidez. Argelia representaba el extremo occidental
de los regímenes progresistas del Norte de África, que amenazaban con
desestabilizar todos los planes de la OTAN en el Mediterráneo y que brindaban a
los soviéticos importantes bases de apoyo en un área que antes dominaban las
potencias coloniales europeas.
El
Bloque Occidental (fundamentalmente los franceses y norteamericanos) se volcó
con el reino de Marruecos, el único
país del Magreb que tenía costas tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico.
Era el último bastión pro occidental del Magreb. Había que impedir que los “socialistas”
del Norte de África alcanzaran el Atlántico. Todos los implicados (marroquíes,
argelinos, soviéticos, franceses, norteamericanos…) miraban a la deshabitada
colonia española del Sáhara Occidental,
cuya independencia el Régimen de Franco estaba a punto de conceder a principios
de los 70. La principal fuerza política nativa del Sáhara español (el Frente Polisario) estaba siendo ayudada
y financiada por los argelinos. Si alcanzaba la independencia los soviéticos
podrían llegar a establecer bases en un país atlántico, a pocos kilómetros de
las Canarias, y Marruecos estaría flanqueado por el este y por el sur por estados
hostiles, ya que el futuro Sahara Occidental tendría fronteras terrestres
con Argelia.
“En
plena Guerra Fría, EE.UU y Francia apoyaron la pretensión de un Sáhara marroquí
ya que consideraban que tras la intención española hecha pública de abandonar
el territorio la otra opción era un Sáhara títere de Argelia (rival regional de
Marruecos y con quien había tenido una guerra la década anterior), […] Que Argelia hubiera logrado una salida al
océano Atlántico por el Sáhara Occidental hubiera arrinconado a Marruecos y habría
producido un cambio geopolítico significativo a favor de Argelia”[9]
…
“Al
percibir que nuestros intereses estarían mejor servidos por una división
marroquí-mauritana del Sahara que por su independencia bajo influencia
argelina, la posición de Estados Unidos fue de neutralidad pública y de apoyo
privado, aunque limitado, a Marruecos”.
Henry Kissinger, Secretario de Estado de los Estados
Unidos (1973-1977)[10]
Pero,
finalmente, será la evolución política de nuestra vecina Portugal la que termine
desempeñando el papel más destacado en la determinación de la salida política
que había que darle al régimen franquista. En 1974 el régimen salazarista portugués
tenía ya casi 50 años, y guardaba gran cantidad de similitudes con el español.
Pese a su escasa población (menos de 10 millones de habitantes) y pobreza
relativa seguía siendo una auténtica potencia colonial (Cabo Verde, Guinea-Bissau, São Tomé y Príncipe, Cabinda, Angola,
Mozambique, Goa, Timor y Macao… demasiado para un país tan poco desarrollado).
En las dos colonias más importantes (Angola y Mozambique) los nativos se habían
levantado en armas y venían librando desde hacía tiempo una guerra por la
independencia, con ayuda soviética y cubana. Esas dos guerras estaban
desangrando al país lusitano, y dieron lugar al desarrollo de una importante
disidencia política cuya punta de lanza estaba precisamente en el seno del
ejército colonial, cuyos miembros habían comprendido que dichos conflictos no
se podían ganar. El 25 de abril de 1974
el clandestino Movimento das Forças
Armadas dio un golpe de estado que recibió el nombre de “Revolución de los Claveles” y que acabó
con el penúltimo régimen fascista que quedaba en Europa. Durante algún tiempo
la posibilidad de que los comunistas terminaran adueñándose del gobierno fue
bastante alta, y ese hecho convirtió al país vecino en un campo de
experimentación social y política de las fundaciones políticas norteamericanas
y, sobre todo, alemanas, altamente preocupadas ante la posibilidad de ver como
un país de la OTAN, en el extremo occidental de Europa, podría cambiar de bando
en el contexto internacional de la Guerra Fría. Centenares de agentes, no ya
espías (que también) sino trabajadores de ONGs, se dispersaron por el país y
empezaron a crear nuevos grupos políticos, tanto de centro derecha como de centro
izquierda, nuevos sindicatos, cooperativas de productores, etc. Hicieron un
intenso trabajo durante los años 1974, 75, 76… que les permitió mantener a
Portugal dentro del Bloque Occidental y de la OTAN y, de camino, adquirir una
experiencia extraordinaria que después aplicarían en España y en Sudáfrica[11]
y, más adelante, en los países del Este de Europa tras la caída del Telón de Acero.
La ofensiva neoconservadora global
En
1969, finalmente, Richard Nixon y su “Complejo Militar-Industrial” llegarían
al poder, ocho años después de lo que estaba previsto. El gobierno Nixon estaba
lleno de halcones de la política norteamericana, entre los que indudablemente
destacaba Henry Kissinger, Consejero de Seguridad Nacional entre
1969 y 1975 y Secretario de Estado
(el equivalente a nuestro Ministro de Asuntos Exteriores) entre 1973 y 1977. La
llegada al poder del Complejo
Militar-Industrial en la primera potencia del mundo, Estados Unidos, marcó
el principio del fin de todos esos procesos políticos emancipadores que ponían
en peligro el statu quo.
“En
1971, como consecuencia de un déficit comercial y un enorme gasto bélico con
motivo de la participación estadounidense en la Guerra de Vietnam, el entonces
presidente Richard Nixon impuso un shock económico en el cual se suspendió
definitivamente la convertibilidad directa del dólar respecto al oro.”[12]
Los
extraordinarios avances en la exploración espacial que hicieron posible el
programa Apolo, y que culminó con la
llegada del hombre a La Luna el 20 de
julio de 1969 se quedaron, finalmente, en seis paseos lunares de otras tantas tripulaciones,
para no volver más. Era un aviso de la
involución tecnológica, social y política que estaba a punto de producirse.
Mientras
tanto, en Vietnam, los norteamericanos, que no dejaban de sufrir una derrota
tras otra ante los “tercermundistas”
ejércitos norvietnamita y del “Viet Cong”,
se embarcan en la mayor guerra química de la historia, rociando las selvas de
ese país con Napalm y con Agente Naranja entre otros. Aunque no
será suficiente para impedir su derrota.
“El
16 de octubre [de
1973], una reunión de la Organización de
Países Árabes Exportadores de Petróleo decide
“…no exportar más petróleo a los países que habían
apoyado a Israel durante la guerra de Yom Kipur, que enfrentaba a Israel con
Siria y Egipto. […] Arabia Saudita, Irán, Irak, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait
y Catar suben los precios unilateralmente en un 17 % hasta los 3,65 dólares por
barril y anuncian cortes de suministro.”[13]
El
precio del barril de petróleo entró en una espiral de subidas desde los 3,12
dólares/barril de septiembre de 1973 hasta los 35,52 que alcanzó en 1980. Este
espectacular incremento del precio de la energía tuvo las consecuencias
económicas, sociales y políticas que nos podemos imaginar: una brutal crisis
económica que disparó el desempleo y degradó el nivel de vida de las clases
populares en todo el mundo y que trajo consigo un proceso de involución
política generalizado, que hizo retroceder en el tiempo a nuestro planeta
varias décadas y que cortó las alas a los gobiernos progresistas del Tercer
Mundo, a la Comunidad Económica Europea y a Japón, demasiado dependientes de
los hidrocarburos.”[14]
Llama
la atención la inacción de los norteamericanos ante esta brutal escalada de los
precios de la energía, consecuencia de la decisión que tomaron un puñado de
jeques árabes, aliados suyos además, y que hacía retroceder al menos una
generación la economía mundial, frenando en seco todos los procesos políticos y
económicos que hemos citado. El pueblo norteamericano pagó la crisis en
términos de inflación y desempleo, como el resto de pueblos del mundo. Pero,
sin embargo, sus élites económicas saldrían fortalecidas y, a escala global,
los Estados Unidos recuperaron una hegemonía política que se había ido erosionando
bastante durante la década de los sesenta.
La
dinámica creada por el Complejo
Militar-Industrial desencadenó una involución social y política brutal que
se tradujo en golpes de estado patrocinados desde Washington: (Camboya y
Bolivia -Hugo Banzer- en 1970, Ecuador
y Filipinas –Ferdinad Marcos- en
1972, Uruguay –Bordaberry- y Chile –Pinochet- en 1973, Perú –Velasco Alvarado- en 1975, Argentina
–Videla- en 1976...).
A
partir de entonces se empiezan a abrir paso a escala mundial los “neoliberales”, seguidores del
economista Milton Friedman y de sus
muchachos, entre ellos los “Chicago
boys”, cuyo objetivo declarado era desmontar el estado del bienestar y
volver a la política económica decimonónica del "laissez faire, laissez passer" (dejar hacer, dejar
pasar). Más adelante llegarán al poder los gobiernos “neoconservadores”, la expresión política del neoliberalismo
económico, que inundarán el mundo durante los años 80 y 90, empezando en el Reino
Unido, con Margaret Thatcher (1979),
y en Estados Unidos, Ronald Reagan (1981),
lo que dará lugar a un recrudecimiento de la Guerra Fría, con sus secuelas de conflictos en los que las fuerzas imperiales
dejan de buscar imponer gobiernos pro occidentales, ya que el verdadero
objetivo era crear “estados fallidos”,
lo que quiere decir desintegrar países,
volver a la Edad Media a través de la figura de los “señores de la guerra”, versión del siglo XX de los señores
feudales. El primer ensayo de este tipo de conflictos fue la guerra civil de Líbano (1975-1990),
después vendrán Irak (1991 y
2003-2011), Somalia (1992-1993), Afganistán (1987-1992 y 2001-2021), Yugoslavia (1991-2002)…
La influencia extranjera en la Transición
española a la Democracia
Este
es, muy resumidamente, el panorama mundial que había cuando tuvo lugar la Transición española a la Democracia y se
fundó el Régimen del 78. En España,
como en Grecia o en Portugal, liquidamos una dictadura y creamos un nuevo sistema democrático justo cuando una oleada de golpes
de estado estaba acabando con la democracia en Chile, Argentina, Uruguay,
Bolivia, Filipinas… Como ha pasado multitud de veces en nuestra historia,
los españoles casi siempre vamos con el pie cambiado, lo que hace que nuestra
pequeña historia local sea siempre muy singular. Algún día desarrollaremos ese
tema de manera específica para ver las bases materiales sobre las que se
asienta, que las hay y que tienen mucho que ver con la “profundidad estratégica” de nuestro país a la que me he referido
en varios de mis artículos.
Cuando
hablamos del caso portugués dijimos que este país se convirtió, desde la “Revolución de los Claveles” (en
realidad desde mucho antes, pues el golpe del Movimento das Forças Armadas se veía venir desde hacía tiempo.
Había espías, informadores y confidentes por todas partes. No es casual que
fuera António de Spínola quien lideró
ese golpe, que había sido cesado por el Régimen
como vice-jefe del Estado Mayor ¡el 17 de marzo!, es decir 39 días antes) en
un campo de experimentación para las más importantes fundaciones políticas de
los grandes potencias occidentales. Todo lo que fueron aprendiendo en Portugal
lo aplicaron inmediatamente después en España, mucho más importante, a nivel
estratégico, para Estados Unidos y para la OTAN, ya que España es la guardiana del Estrecho y, además,
cuadruplicaba en población a Portugal, multiplicaba casi por ocho su PIB y,
aunque no perteneciera a la OTAN, tenía importantes bases militares
norteamericanas en su suelo y rodeaba la base británica de Gibraltar. Había que
controlar el proceso español de forma milimétrica, mucho más si cabe que el
portugués, lo que no era tarea fácil teniendo en cuenta la extraordinaria
potencia alcanzada por el movimiento obrero durante el Tardofranquismo.
Una experiencia personal
Una
calurosa tarde de mediados de mayo de 1974, la Unión Provincial de Sevilla del
sindicato socialista UGT empezó un
ciclo de tres charlas de formación sindical entre sus militantes, con
periodicidad semanal, clandestinas por supuesto ya que los sindicatos
democráticos eran ilegales, y decidieron invitarme. Yo militaba entonces en Comisiones Obreras, pero entre los
miembros de los sindicatos clandestinos sevillanos se sabía que había
manifestado abiertamente mis discrepancias, en algunas reuniones, con
determinadas decisiones que éste sindicato había tomado. Los compañeros de UGT pensaron
que podían convencerme para cambiar de sigla. Cuando estuvimos todos conté 14
personas, incluyéndome a mí. Entre ellos tres militantes de Comisiones, como yo, que conocía de
vista de verlos en las asambleas y manifestaciones.
En
esa primera charla se hizo una valoración política de la situación de nuestro
país en ese momento histórico y una estimación del proceso evolutivo del Régimen
franquista en los años siguientes, así como de las líneas maestras del nuevo sistema
democrático que vendría después. El ponente fue Felipe González, que cinco meses más tarde sería elegido en Suresnes
(Francia) Secretario General del Partido Socialista,
convirtiéndose en Presidente de Gobierno 8 años después. Parecía tener una bola
de cristal y conocer bastante bien el futuro de nuestro país.
Empezó
su intervención preguntando a los presentes si alguno tenía estudios o
conocimientos relacionados con el marketing.
Ante el silencio sepulcral de todos al respecto, nos aconsejó que nos
formáramos en esa faceta del conocimiento. Explicó que la militancia de las
fuerzas políticas y sindicales clandestinas españolas veían la acción política
desde un prisma demasiado romántico e idealista, pero que cuando hubiera
elecciones multipartidistas debíamos tener en cuenta que “un partido, en un sistema democrático, es una empresa que está
vendiendo un producto” y que, por tanto, debía emplear las mismas técnicas
que usan las empresas para ganar clientes.
Yo
era uno de esos “románticos idealistas”
que creían que la militancia política y/o sindical debía partir de un
compromiso ético con tu pueblo y con tus compañeros de lucha por una sociedad
más justa. Aquella visión economicista de la política me impactó profundamente
¿Qué razones pueden llevar a una persona a luchar por la democracia y la
libertad en una dictadura si no tiene un compromiso ético para trabajar por una
sociedad más justa? ¿Cómo puedes afrontar la posibilidad de ser detenido,
torturado y encarcelado si lo que estás pensando es en vender un producto a
futuros clientes potenciales? Me resultó francamente perturbador, pero también
me hizo reflexionar profundamente sobre el asunto durante los años siguientes.
En el fondo me daba cuenta de que llevaba razón, pero que eso terminaba dejando
fuera de la política institucional a las personas que se estaban enfrentando a la
dictadura en ese preciso momento y convertía los partidos en sociedades
anónimas al servicio de los poderes fácticos del Sistema.
El
turno de ruegos y preguntas que vino después de la charla se convirtió en un
debate entre González y los otros
tres compañeros de Comisiones allí
presentes (yo decidí no intervenir) en el que el tema central acabó siendo la
política de Comisiones Obreras de
infiltración en el Sindicato Vertical
franquista. Me llamó la atención la rotunda afirmación de Felipe González de que “los
demócratas europeos no entendían por qué miles de luchadores antifranquistas en
España habían decidido revitalizar la estructura sindical franquista trabajando
dentro de ella”. La contundente respuesta de mis compañeros fue que “es muy fácil criticar desde un despacho a
miles de kilómetros de distancia a la gente que se la está jugando cada día en
los centros de trabajo, en el seno de una muy larga dictadura, después de haber
abandonado a un pueblo a su suerte en su lucha contra el fascismo”.
El
recuerdo de como los gobiernos “democráticos” europeos y norteamericanos
dejaron caer la Segunda República española sin mover un dedo para defenderla seguía
y sigue estando muy vivo entre la
izquierda española y descalifica a priori
a cualquier “demócrata” foráneo que venga a opinar sobre lo que hay que hacer.
No hay, aún, una sola manifestación
en España contra cualquier guerra, contra el fascismo o contra cualquier forma
de opresión sobre algún pueblo en la que alguien no enarbole la bandera
tricolor republicana. Al joven Felipe
González le faltaba tacto y le sobraba prepotencia.
Las fundaciones políticas alemanas en la
España de los años 70
Esta
pequeña anécdota que acabo de contar puede servir un poco de introducción para
ver cómo percibimos algunos, desde abajo, un fenómeno del que muy pocos
españoles fueron conscientes, pero que tuvo un extraordinario impacto en
nuestra historia y en nuestras vidas cotidianas.
Me
imagino que en el proceso participaron muchos más actores de los que tenemos
consciencia (los norteamericanos por ejemplo). Pero muy poco ha trascendido de
ellos. Afortunadamente Jens-Ulrich Poppen
ha hecho un interesante estudio, meramente preliminar, del trabajo de las
fundaciones políticas alemanas en nuestro país, que ha servido para aportar un
poco de luz al fenómeno. Algunas citas de su libro pueden servir para situar el
asunto en sus justos términos:
“El
dinero que afluye a los bolsillos de los socialistas españoles no emana del
Ebro, ni del Guadalquivir ni de ningún otro río español, sino de las aguas del
lejano Rhin alemán”
Santiago
Carrillo [15]
“Más
de veinte años después de la caída de la dictadura, varios políticos y otros
coetáneos de la transición aún vivos elaboran algunos relatos paliativos de
estos hechos, que asignan incorrectamente los diferentes roles políticos.
Apoyándonos en la corta memoria histórica del pueblo español, esto acaba
llegando al punto de la franca falsificación de la historia. Al crear un mito
en torno a la transición, celebran a ciertos políticos involucrados y exageran
su propio papel. Parece que parte de este fenómeno es el deseo de olvidar o
negar el apoyo que se recibe del exterior, mediante el cual políticos y
corresponsales, partidos y fundaciones políticas y otras organizaciones,
especialmente de Alemania, han contribuido significativamente al éxito de la
transición. El apoyo de los europeos a los demócratas españoles les robó a los
enemigos de la derecha de la democratización, que todavía tenían el poder
político de facto, su argumento más importante, a saber, que España estaría en
el camino correcto hacia el caos y el comunismo”
Walter Haubrich [16].
“…apenas
había una silla para sentarme en las oficinas del Partido Socialista Obrero
Español (PSOE), que yo no había pagado”
Dieter Koniecki [17]
“Al
final, las Fundaciones internacionales jugaron un papel muy importante. No
tanto económicamente sino políticamente. Proporcionaron legitimidad y sirvieron
como foros para las relaciones y la asistencia bilateral. Hay que reconocer que
todas las Fundaciones, dentro de sus respectivas limitaciones políticas,
jugaron un papel muy positivo en la preparación de la democracia. Y, en
general, se mostraban discretos y no actuaban como supervisores doctrinales u
orientadores políticos”
Raúl
Morodo[18]
Las
fundaciones políticas alemanas llevan varias generaciones haciendo un trabajo
discreto pero muy efectivo, por toda Europa, cuyo objetivo es ir creando en los
países de su entorno las condiciones políticas que faciliten el desarrollo de
su propio proyecto nacional (me refiero al de los alemanes, lógicamente). Desde
luego no son las únicas que actúan de esta manera. En realidad casi todas las
grandes o medianas potencias de este planeta, en mayor o menor medida según sus
posibilidades, vienen haciendo algo parecido, aunque lo más normal es que para
ello se empleen las ONGs y todo tipo de institutos de “investigación”, así como fundaciones privadas.
Las
fundaciones, los institutos de investigación y las ONGs no están tan vigilados
como los diplomáticos oficiales y pueden llevar a cabo una influencia más
extensa y difusa que los órganos consulares o las agencias de inteligencia. No
se trata de impedir que se haga esto o aquello, o que el gobierno de turno tome
una decisión política concreta bajo algún tipo de influencia o de presión. Se trata de crear un tejido social que sea
compatible con los modelos económicos, sociales y políticos y con los valores
de las instituciones que los patrocinan.
Todo
ese tipo de actuaciones han sido bastante estudiadas tanto en Estados Unidos como
en Europa Occidental y se conocen como “políticas
de poder blando” (soft power politics,
en inglés). Hay una importante bibliografía al respecto.
En
la época a la que nos estamos refiriendo (años 70) las grandes fundaciones
políticas alemanas eran cuatro: la Fundación
Konrad-Adenauer (KAF) de la Unión
Demócrata Cristiana (CDU), la Fundación
Hanns-Seidel (HSF) de la Unión Social
Cristiana (CSU), la Fundación
Friedrich-Naumann (FNF) del Partido
Democrático Libre (FDP, los liberales), y la Fundación Friedrich-Ebert (FEF), del Partido Socialdemócrata (SPD). Más adelante se uniría al grupo la Fundación Heinrich-Boll (HBF), del Partido Verde.
El
trabajo llevado a cabo por la Fundación
Konrad-Adenauer, de la CDU, se
desarrolló entre las fuerzas del espectro de la derecha política, y fue mucho
más discreto y suave que el de sus homólogos socialdemócratas por diversas
razones: 1) pudieron moverse con más libertad por España durante la época
franquista, 2) en los años 70 estaban en la oposición en su país, 3) las
fuerzas de la derecha en España controlaban el aparato del estado, y no estaban
dispuestas a permitir que ningún extranjero viniera a sermonearles y, 4) sobre
todo, porque el verdadero peligro que todos los países occidentales veían en
las futuras transiciones de los países ibéricos era el importante protagonismo
que previsiblemente desempeñarían en ellas los partidos comunistas. Esto
situaba el problema en el tejado del Partido
Socialdemócrata alemán y en su Fundación
Friedrich-Ebert, que tendría que canalizar en muy poco tiempo los deseos de
cambio de las clases populares de ambos hacia salidas socialdemócratas,
compatibles con los modelos vigentes en los países de la Comunidad Europea y de
la OTAN. Dicha fundación se convirtió, de esta manera, en la punta de lanza de
la Internacional Socialista en
España. El despliegue de la misma se vio reforzado, además, porque en esa época
el SPD era el principal partido de la coalición de gobierno en su país y la FEF
pudo contar, por tanto, con el discreto respaldo de su Embajada en España y de
sus diversos consulados.
Los
socialistas habían ido perdiendo influencia política en la España interior, de
manera paulatina pero inexorable, desde el final de la Guerra Civil. A mediados
de los sesenta su núcleo dirigente no era más que un grupo de ancianos
nostálgicos, dirigidos por Rodolfo Llopis,
que vivían en el exilio francés fundamentalmente. Su centro estaba en Toulouse.
El formidable estallido de movilizaciones obreras que tuvo lugar en España
durante esa década los dejó fuera de juego. El partido más poderoso de las
fuerzas clandestinas antifranquistas era, sin discusión, el Partido Comunista de España (PCE), pero
durante el Tardofranquismo
(1969-1975) su liderazgo empezó a ser cuestionado por su izquierda por una
miríada de grupos, fundamentalmente maoístas
(PTE, ORT, MCE, Bandera Roja…) o trotskistas
(LC, LCR…). Había algunos pequeños grupos de militantes del PSOE en el interior
(fundamentalmente en el País Vasco y Andalucía) y de algunos otros grupos que
se autodenominaban “socialistas” como
el Partido Socialista del Interior
(PSI) de Enrique Tierno Galván que
intentaban, con muy poco éxito, abrir el espacio de la socialdemocracia en
nuestro país.
Esta
situación causaba una honda preocupación en las cancillerías europeas y, desde
luego, en la Internacional Socialista,
que contactó a principios de los 70 con todos estos grupos del interior,
cortocircuitando a los dirigentes del exilio:
“Estaba
claro que para muchos líderes del SPD y sindicatos alemanes el miedo al dominio
comunista entre los trabajadores españoles era una constante
preocupación."[19]
“Inicialmente,
el SPD de Alemania Occidental brindó apoyo financiero al Partido Socialista del
Interior (PSI), un partido presidido por el popular profesor de derecho y
futuro alcalde de Madrid Tierno Galván. El SPD también mantuvo vínculos entre
partidos con el histórico PSOE en el exilio, lo que permitió al anciano líder
del Partido Socialista, Rodolfo Llopis, “monopolizar las relaciones
internacionales y evitar cualquier contacto entre los partidos socialistas
europeos y los miembros del PSOE dentro de España”[20]. La
situación cambió cuando, a partir de 1972, los socialdemócratas de Alemania
Occidental con su nuevo presidente Willy Brandt cambiaron su apoyo al PSOE
renovado, recientemente establecido, dirigido por el carismático joven abogado
laboralista sevillano Felipe González[21]”.[22]
La Internacional
Socialista apostó por Felipe González, como hemos visto, desde 1972, y empezó a trabajar para convertir a su minúsculo grupo
en el embrión del futuro Partido Socialdemócrata
español, para lo cual había que formar e ir dotando de medios al núcleo
dirigente de su facción, claramente enfrentada con la de Llopis.
“Como
en el caso portugués, el poder blando se empleó para la realización de los
objetivos del entorno, es decir, la creación de un entorno internacional, que
sería propicio para estrechar las relaciones bilaterales entre la República
Federal y una futura democracia española. La estrategia de política exterior
operada transnacionalmente buscaba cooptar o, como lo definirían los
Gramscianos, “socializar” a las futuras élites democráticas ayudando a
facilitar el surgimiento de un ámbito político moderado de centro-izquierda.
Para lograr el futuro dominio político del PSOE, el actor de poder blando FEF,
en cooperación con el SPD y el gobierno de Alemania Occidental, tuvo que
fortalecer, desarrollar y mejorar la estructura organizativa de su socio,
aumentar su potencia financiera y capacitar a sus cuadros para garantizar la
competitividad socialista en las encuestas. El “poder de atracción” (Nye) era
de hecho un “poder de concepción” y las políticas, ideas y conceptos de
Alemania Occidental tenían que ser “vendidos” a los futuros tomadores de
decisiones de España para lograr la mayor compatibilidad posible entre las dos
entidades políticas.”[23]
El
proceso daría un salto cualitativo a principios de 1975. Debemos recordar, para
no perder el hilo de la historia pues en esto las fechas son muy importantes,
que Franco murió el 20 de noviembre de 1975 y que el segundo gobierno de Arias,
conocido como “la Dictablanda” llegó
hasta julio de 1976. Adolfo Suárez tomó
posesión de su cargo el 3 de julio de ese año.
“En
abril de 1975, la nueva dirección del PSOE mantuvo conversaciones con Willy
Brandt en las que ambas partes discutieron posibles formas de cooperación
futura entre los dos partidos, así como cuestiones logísticas, organizativas y
financieras. Brandt y sus colegas sabían que el PCE de Santiago Carillo y su
organización sindical afiliada CCOO parecían ser la representación ampliamente
reconocida de los intereses de la clase trabajadora y que las fuerzas
comunistas comandaban el “aparato que mejor funcionaba”. El experto en
relaciones internacionales del SPD, Dingels, afirmó sin ambigüedades que “se
reconoce que los socialistas españoles deberían recibir todas las formas
imaginables de ayuda” y subrayó la importancia para el PSOE de “crear un
contrapeso dado el dominio material de las organizaciones comunistas”.[24]”
La Fundación Friedrich-Ebert en Madrid
“Las
actividades de promoción de la democracia de la Fundación en España se
convirtieron en un proyecto político casi hecho a medida para un solo
individuo: el representante residente de la FEF en Madrid, Dieter
Koniecki, ex activista de la Asociación
de Estudiantes Liberales de Alemania Occidental en Berlín. Mientras estaba
asignado a la FEF en México, Willy Brandt y el ministro de Finanzas del SPD,
Hans Matthofer, le pidieron a Koniecki en 1975 que ayudara a abrir una oficina
de la Fundación en España para coordinar y desarrollar las actividades de la
FEF y supervisar el apoyo de la Fundación al PSOE aún en el exilio[25].
Koniecki podía aprovechar su vasta experiencia como activista político y su
fluidez en español demostró ser un activo inestimable, además de su destacado
talento organizativo. Además de su papel como representante de la FEF en el
país, más tarde sería recordado por muchos de los participantes en las conferencias
de construcción constitucional patrocinadas por la FEF como el “vínculo
permanente entre el SPD alemán y el PSOE español, y el canal principal para la
financiación alemana de este último.[26]”[27]
Dieter Koniecki
“La
Fundación mantuvo líneas de comunicación con el Ministro del Interior español y
líder “blando” del Régimen, Manuel Fraga Iribarne, desde que era embajador de
Franco en el Reino Unido[28]. […] Fraga expresó su sospecha sobre las
actividades ibéricas propuestas por la Fundación diciendo a Koniecki que “la
FEF en sus proyectos internacionales suele concentrarse en países en vías de
desarrollo, lo que hace difícil entender su interés por España[29].”
“La clasificación exacta del país en términos generales de fortaleza económica,
estándares sociales y estabilidad política fue de hecho crucial para los
proyectos de promoción de la democracia de FEF, ya que la aprobación de la
financiación dependía del estado de la sociedad objetivo como parte del mundo
en desarrollo. España fue clasificada como un país en desarrollo en términos
políticos y, por lo tanto, era elegible para recibir financiación del
Ministerio de Cooperación Económica y Desarrollo Internacional de Alemania
Occidental (BMZ) con una influencia mínima del Ministerio de Relaciones
Exteriores en las actividades de FEF[30].”[31]
“A nivel gubernamental, el ministro de Relaciones
Exteriores de Alemania Occidental, Hans-Dietrich Genscher, se hizo eco de los
pensamientos anteriores de Koniecki sobre la liberalización del régimen
mientras sostenía conversaciones con Fraga durante sus consultas en Madrid en
abril de 1975. Genscher expresó su creencia de que una pronta apertura del
sistema político sería previsible y que esto garantizaría una transición sin
problemas hacia una democracia estable. “Nada sería más peligroso que
enfrentarse a un cambio de régimen sin preparación”. Genscher enfatizó que el
ejemplo de Portugal demostraba que los
partidos y sindicatos democráticos debían tener la oportunidad de operar
legalmente si no querían que los comunistas dominaran a la oposición en la
ilegalidad.”[32]
Recapitulemos: el Ministro de Relaciones
Exteriores alemán se refiere a una reunión entre Koniecki y Fraga en abril de
1975 para empezar a preparar el cambio de Régimen. En ese momento Fraga sólo era el Embajador de España en el Reino Unido.
Recordemos que Franco lo había cesado
como Ministro de Información y Turismo en octubre de 1969, mandándolo al “exilio”
en Londres como embajador. Para los franquistas era excesivamente liberal, pero
desde su “exilio” londinense empezó a comportarse como si estuviera llamado a “restaurar”
en España la Democracia, aunque dentro de un orden lógicamente. A los pocos días de morir Franco:
“Juan
Carlos I […] confirmó a Arias en su puesto de Presidente
de Gobierno que había venido desempeñando con Franco. Aunque le impuso tres
nombres: Fraga, Areilza y Garrigues, con lo cual, de alguna manera, estaba
apuntando la dirección hacia la que el monarca se dirigía. […] En cuanto este gobierno se puso a andar se
vio que el hombre fuerte del mismo era Manuel Fraga Iribarne, un “aperturista”
muy conservador, que quería establecer en nuestro país una democracia de corte
occidental, pero que dejara fuera de la ley a los comunistas.”[33]
“…el
«ministro estrella» del gobierno es consciente de que su «plan reformista» no
se legítimará si prescinde de la oposición. Por eso se acercará a las fuerzas
opositoras más moderadas, distinguiendo entre «partidos ilegales pero
legalizables» y «partidos ilegales no legalizables». Entre los primeros se
hallan el PSOE y el PSP; los segundos serían capitaneados por el PCE, la
extrema izquierda según Fraga.
Ese
acercamiento a la «oposición tolerable» perseguía otro objetivo: promocionar al
PSOE para debilitar al PCE. Por eso Fraga miraba hacia otro lado cuando Felipe
González cruzaba la frontera española en busca de apoyos para la oposición
entre sus correligionarios socialistas europeos. No obstante, para evitar que
esa promoción del PSOE creara un grupo fuerte de oposición, Fraga cultivaba al
mismo tiempo al PSP de Tierno Galván. Consciente de la jugada, González combinará
el discurso radical y la praxis moderada para tomar avanzadas posiciones en la pugna política abierta por la crisis
de la dictadura.”[34]
En
diciembre de 1975 Fraga, como hemos visto, será nombrado Ministro de Gobernación (Interior).
“En
enero de 1976, Koniecki inició conversaciones con el Ministerio del Interior
español durante las cuales la Embajada de Alemania Occidental y el embajador de
la RFA, Georg von Lilienfeldt, iniciaron los contactos[35]. […] En conversaciones personales, Fraga le
preguntó a Koniecki con quién planeaba cooperar políticamente la FEF, solo para
encontrar a Koniecki respondiendo que contemplaba participar en proyectos de
asociación con el sindicato UGT, aún ilegalizado, y el PSOE, igualmente
prohibido. Koniecki recordó al ministro que ciertamente era más aceptable un
socialismo al estilo del PSOE que el modelo socialista al estilo libio con el
que dejó entrever las coqueterías ideológicas del socialismo mediterráneo del
presidente del Partido Socialista Popular (PSP), Tierno Galván[36]. El
mensaje era inequívoco: la situación política en España estaba a punto de
cambiar radicalmente y, tarde o temprano, el gobierno tenía que permitir que
las fuerzas de la oposición entraran en la arena política. Al permitir una
readmisión coordinada de aquellos partidos políticos que prometieron jugar el
juego de transición según las reglas que el gobierno había establecido,
asegurando así la estabilidad y el orden político durante la fase interina,
Fraga, en nombre del Gobierno español, mantendría un máximo de control e
influencia segura en el surgimiento de estructuras pluralistas. […] La oficina de la FEF en Madrid se inauguró
oficialmente en abril de 1976 y Koniecki procedió a entrar en lo que
retrospectivamente denominó ‘fase de institucionalización’[37]”.[38]
“Durante
una fase inicial de dos años, la FEF ayudaría al PSOE a establecer una red de
27 centros de identificación repartidos por todas las provincias de España,
cada uno de ellos gestionado por un administrador organizativo recién nombrado.
Los administradores iban a ser personal del partido a tiempo completo y
asumieron sus funciones en abril de 1976. Además, el Plan de Acción preveía la
creación de una Oficina de Prensa, Medios y Campaña del PSOE, que también se
inauguró el 1 de abril pero operando con un nombre diferente. Además, el
fortalecimiento institucional del movimiento sindical UGT, afiliado al PSOE,
ocupó un lugar destacado en la agenda esbozada por el catálogo de medidas de
reacción rápida de FEF-PSOE[39].”[40]
Poco
después el número de oficinas se elevó a 46:
“Koniecki
esperaba que para mantener la estructura organizativa de las oficinas del
partido en 46 provincias, la suma mensual requerida ascendería a 120.000 marcos
alemanes (alrededor de 40.000 libras esterlinas) para salarios, equipo técnico
y material de relaciones públicas. […]
Sólo dos personas fueron plenamente informadas sobre el alcance exacto y la
naturaleza de la cooperación política entre la FEF y el PSOE: Felipe González y
su secretario general, Alfonso Guerra.”[41]
El punto de inflexión
Hasta
la primavera de 1976 el guion con el que todo el mundo trabajaba era que habría
una legalización de partidos políticos bastante restrictiva, siguiendo el
criterio que Fraga tenía de partidos
legalizables y no legalizables que citamos más arriba, a finales de 1976 o
principios de 1977. Era evidente que Arias Navarro no era la persona idónea
para liderar ese proceso, pero en su momento sería reemplazado por Fraga, el
ministro estrella de su gabinete. Sin embargo, el talante autoritario del
titular de Gobernación se terminó volviendo contra él, lo que fue complicando
todo el proceso. La famosa frase suya “La
calle es mía” pasó a la historia y terminó persiguiéndolo el resto de su
vida. Aunque el hecho que marcó el punto de inflexión de su carrera política
fueron los cinco obreros muertos en el desalojo, por parte de la policía, de
una iglesia en Vitoria el 3 de marzo de 1976.
“Vitoria
hirió de muerte a la “dictablanda” de Arias. Desde ese momento se enrocaron en
su estrategia puramente defensiva, demostrando que estaban muy lejos de ser
capaces de responder a las expectativas que se habían depositado en ellos.”[42]
Vitoria
enterró políticamente a Arias, cortó las alas a Fraga y catapultó a Adolfo
Suarez:
“La
crisis de Vitoria unió a la izquierda e impulsó la carrera de Adolfo Suárez.
Como ministro del interior en funciones Fraga estaba ausente, en Alemania,
Suarez impidió una intervención militar y posteriormente, con la ayuda de
Alfonso Osorio convenció al rey de que su firme manejo de los acontecimientos
había evitado un mayor derramamiento de sangre.[43]”
Cuando
el gobierno de Arias, cediendo a las presiones del Búnker (ese era el nombre que se le daba en la época los sectores
más derechistas del franquismo), pisó el freno y decidió ralentizar el proceso
de “democratización”, sonaron las alarmas en la Secretaría de Estado
norteamericana y en las diversas cancillerías europeas, que opinaban que eso
era hacerle precisamente el juego a los comunistas. Las presiones sobre Juan
Carlos I y sobre todos los que desempeñaban responsabilidades institucionales
en España y tenían algún tipo de contacto con el exterior se volvieron muy
fuertes. Es cierto que Torcuato
Fernández-Miranda estaba trabajando en esa dirección, pero me pregunto ¿Lo
que defendió era realmente idea suya o él sólo era la clave del arco en el
sistema de presiones internacionales sobre la cúpula franquista? Debemos
recordar que Fernández-Miranda era el Presidente de las Cortes y del Consejo
del Reino, sin su apoyo activo no habría sido posible el cambio ordenado desde
la dictadura a la democracia. El rey y él eran las personas que tenían la llave
de ese proceso ¿Es acaso imaginable la
rara unanimidad alcanzada por las Cortes franquistas cuando votó la disolución
de su propio Régimen con 425 votos a favor, 59 en contra y 13 abstenciones sin
tener en cuenta esa formidable presión internacional sobre los políticos del
establishment español de ese momento histórico?
El mito de los
grandes héroes españoles de la Transición exige eliminar del discurso oficial a
cualquier posible interferencia extranjera (un tabú para todos aquellos que
vienen del franquismo y, desde luego, para los que participaron activamente en
el proceso). Recordemos también que Torcuato
Fernández-Miranda murió en Londres.
Los
sucesos de Vitoria y todo lo que vendría
después (entre ellos la Matanza de Atocha
y la contenida respuesta a la misma del Partido
Comunista) convenció a todos (me refiero a todos los de fuera, incluyendo
en ellos hasta Henry Kissinger) que el
Partido Comunista tenía que ser
legalizado y debía participar activamente en el proceso de construcción de la
democracia en España, pues en caso contrario ese proceso corría serio peligro.
Lo que opinaran al respecto los falangistas o los generales franquistas era
absolutamente irrelevante. Nunca fueron un peligro real, sólo eran un señuelo
para meter miedo a la población y que, de esta manera, cediera adecuadamente a
las llamadas al “realismo político”.
Los
actores de la transición española a la democracia estaban, por supuesto, al
tanto de lo que estaba ocurriendo en nuestro país, pero también en Italia,
Grecia, Portugal, Chile, Argentina, Uruguay… En cada uno de estos países
estaban viendo posibles futuros alternativos para nosotros. La obsesión de
nuestra historiografía por centrarse sólo los sucesos locales ha impedido
entender verdaderamente toda la complejidad del proceso y ha alimentado el ombliguismo
patrio desde entonces, con los resultados que hoy estamos viendo ante nosotros.
Nos han vendido que somos los más listos, los más sensatos, los más prudentes…
Lo que ha dado alas al insoportable chovinismo que nos azota desde hace
bastante tiempo.
El golpe de timón de Adolfo Suárez
La
llegada de Adolfo Suárez a la presidencia del gobierno en julio de 1976
representó el golpe de timón que desde el bloque de países occidentales se estaba
pidiendo. En muy poco tiempo todos los perros dejaron de ladrar y proliferaron
como las setas tras las primeras lluvias del otoño los democristianos (los “tácitos”, los seguidores de Ruiz Giménez, con
sus “Cuadernos para el diálogo”…), liberales (los muchachos de Garrigues) y
socialdemócratas de toda la vida,
como si viniéramos de una democracia consolidada. Hasta algunos falangistas de
siempre (como Cantarero del Castillo,
que acabaría su carrera política como eurodiputado por Alianza Popular) se presentaban en la prensa como “socialdemócratas”. Los nuevos “democristianos” españoles reivindicaban
como propio el legado del gran Konrad
Adenauer, pero no citaban para nada a José
María Gil Robles que sería el referente más idóneo para un español de esa filiación.
Curiosamente nadie, en nuestra derecha política, reivindicó el gaullismo, con el que había habido de
hecho una colaboración más estrecha desde el final de la Segunda Guerra Mundial
que con cualquier fuerza política alemana. Recordemos lo que dijimos cuando
hablamos del programa nuclear español[44]
y la gran influencia de la cultura francesa en nuestro país (el francés ha sido
la lengua extranjera más estudiada en España desde 1700 hasta la década de los
setenta del siglo XX). Aunque debemos
recordar que los gaullistas son convencidos republicanos. Está claro desde
donde soplaban los vientos.
Con
Adolfo Suárez el proceso alcanzó rápidamente su velocidad de crucero:
“…el
primer ministro Adolfo Suárez parecía estar convencido de la “inmensa
importancia” de la asistencia política brindada por la FEF para la creación de
un sistema político estable[45]”.
“Entre
el 16 y el 23 de septiembre de 1976, los departamentos de formación del PSOE y
la UGT, asistidos por la FEF, organizaron un seminario de formación política
con 120 altos funcionarios de organizaciones partidarias y sindicales en El
Escorial, cerca de Madrid. Esta Escuela de Verano de ámbito nacional se
concibió en unas charlas preparatorias entre el titular del Departamento de
Educación del PSOE, el profesor Luis Gómez Llorente, el representante residente
de la FEF, Dieter Koniecki, y el futuro experto en formación política de la
Fundación Etelvino González, con el fin de acercar al público español las
actividades formativas del PSOE a través de la cooperación con los medios de
comunicación españoles[46]. El
acto no estuvo exento de riesgos dada la todavía ilegalidad de UGT y PSOE. Por
lo tanto, Koniecki reconoció la necesidad de una discreción extraordinaria y
destacó que había que evitar mencionar la participación de la FEF y que
producir el material didáctico requerido se convirtió en una tarea delicada.”[47]
“Ya
existen contactos entre CDU, SPD y sus fundaciones políticas con la oposición
Demócrata Cristiana y el Partido Socialista en España. Deberían ampliarse con
urgencia para ayudar a formar una élite política, que será capaz de asumir la
responsabilidad política tras la muerte de Franco. Las fundaciones políticas
están jugando un papel particularmente importante en este contexto al capacitar
a jóvenes políticos en el extranjero”[48].
Debemos
recordar como a finales de noviembre de 1976 el jefe de los servicios
informativos de Televisión Española
entrevistó en la primera cadena (sólo había dos cadenas de televisión en España
en ese momento), a las diez de la noche (la hora de máxima audiencia), durante
una hora, a Felipe González,
presentándolo como lo que era, el Secretario
General del PSOE, un partido que, en ese momento… ¡era ilegal! y seguiría siéndolo aún durante tres meses más
Los
acontecimientos se precipitarían a partir de entonces, como vimos en el
artículo anterior. El PSOE, que celebró en diciembre su XXVII Congreso en
Madrid, al que asistieron Olof Palme, Willy
Brandt, Michael Foot y François Mitterrand, será legalizado, finalmente, el
10 de febrero de 1977. El PCE lo será el 9 de abril.
La influencia alemana en la Constitución
Española de 1978
El
trabajo de las fundaciones alemanas en España se intensificó más aún durante el
periodo constituyente. Tras las elecciones de junio de 1977 las prioridades más
importantes fueron:
1. Cooptar
políticamente a un núcleo de dirigentes que pusieran en marcha el sistema
democrático, a base de cursos de formación, charlas, conferencias, becas,
acuerdos de colaboración, etc.
2. Crear
las condiciones para la firma de un gran pacto
social y el establecimiento de un modelo de relaciones laborales que
incorporara las experiencias alemanas de negociación colectiva.
3. Trasladar
los elementos básicos de sus valores políticos a la Constitución Española, en
la que se estuvo trabajando hasta diciembre de 1978.
4. Asegurar
el futuro ingreso de nuestro país en la Comunidad
Económica Europea y la OTAN, tras
un periodo de homologación de estándares para hacer ambas posibles de la forma más
suave (sobre todo en el segundo caso, dada la hostilidad de la población ante
la misma).
5. Potenciar
la colaboración empresarial entre los dos países, con aportaciones de
tecnología y de capital que implicaron, lógicamente, entrar en el accionariado
de multitud de empresas españolas (algunas de ellas tan emblemáticas como SEAT,
por ejemplo).
Podríamos
seguir abundando en cada uno de estos temas, pero eso desbordaría ampliamente
los objetivos de este artículo. Creo que con lo que ya hemos dicho queda
meridianamente claro que la Transición
española a la democracia, tal y como se materializó históricamente, fue en buena parte inducida desde el
exterior y que muchos de los elementos diferenciales que este proceso tiene
con respecto a otros episodios semejantes ocurridos en otros países no son
debidos a la particular idiosincrasia española sino, más bien, a la particular
coyuntura histórica y geográfica que rodeó a la misma.
[1] Universidad de
Londres. 2006.
[3] Paul Preston: Un pueblo traicionado. Penguin Random House. Grupo Editorial. Barcelona. p. 403.
[5] PCE: Reconciliación Nacional, junio de 1956
[6] “Informe de Gueorgui
Dimitrov” al VII Congreso del Komintern. En Elorza, Antonio; Bizcarrondo, Marta (1999). Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España, 1919-1939.
Barcelona: Planeta. ISBN 84-08-02222-9.
[7] Fernando Claudín: Documentos de una divergencia comunista. El Viejo Topo. Barcelona.
1978.
[8] Discurso de
nominación del Partido Demócrata, Nueva
York, 14 de septiembre de 1960. jfklibrary.org
[9] https://es.wikipedia.org/wiki/Marcha_verde (18/8/2022)
[11] Jens-Ulrich Poppen: Soft Power Politics - The Role of Political
Foundations in Germany’s Foreign Policy towards Regime Change in Spain,
Portugal and South Africa 1974-1994. Universidad de Londres. 2006.
[12] https://es.wikipedia.org/wiki/Patr%C3%B3n_oro (10/10/2022)
[15] Santiago
Carrillo. Citado en Walter Haubrich, 'Was der Bundeskanzler
denn mit "Entesa dels Catalans" zu tun? - Die Deutschen im spanischen
Wahlkampf (¿Entesa dels Catalans"? - Los alemanes en la campaña electoral
española), Frankfurter Allgemeine Zeitung,
28 de febrero de 1979).
[16] Walter Haubrich: Spaniens
schwieriger Weg in die Freiheit: Von der Diktatur zur Demokratie (El
difícil camino de España hacia la libertad: de la dictadura a la democracia),
(vol.2, 1975-1977), p. 10.
[17] Entrevista personal con Dieter Koniecki, Madrid, 5 de abril de 2003.
[18] Raúl Morodo: Atando Cabos: Memorias de un conspirador moderado, (Taurus, Madrid
2001), p.484.
[19] Pilar Ortuño
Anaya: European Socialists
and Spain: The Transition to Democracy 1959-1977. Palgrave. Basingstoke.
2001. p.
183.
[20] Ibíd. p. 166.
[21] Ibid. p. 172.
[22] Jens-Ulrich Poppen: Ibíd.
[23] Jens-Ulrich Poppen: Soft Power Politics - The Role of Political
Foundations in Germany’s Foreign Policy towards Regime Change in Spain,
Portugal and South Africa 1974-1994. Universidad de Londres. 2006.
[24] AdsD, BFC,
BN/1542, Notas Hans-Eberhard Dingels para Willy Brandt, 17 de abril 1975. En Ibíd.
[25] Entrevista personal con Dieter Koniecki, Madrid, 5 de abril de 2003.
[26] Correspondencia
personal con Antonio Bar Cendón, 19 de junio de 2006.
[27] Jens-Ulrich Poppen: Ibíd.
[28] Entrevista personal con Dieter Koniecki, Madrid, 5 de abril de 2003.
[29] AdsD, BFC, BN/1540, Informe FEF, 'Über meine Aktivitäten in Madrid' (Sobre mis actividades en
Madrid), Dieter Koniecki, 28.1 bis 20 de marzo de 1976.
[30] Entrevista personal con Dieter Koniecki, Madrid, 5 de abril de 2003.
[31] Jens-Ulrich Poppen: Ibíd. Nota 608.
[32] Jens-Ulrich Poppen: Ibíd. Nota 610. Las negrillas son mías.
[34] Antonio Pinilla García: La Transición en España. España en
transición. Historia reciente de nuestra democracia. Alianza Editorial.
Madrid. 2021. P. 85.
[35] Entrevista personal con Dieter Koniecki, Madrid, 5 de abril de 2003.
[36] Ibíd.
[37] Dieter Koniecki: ‘Actividades de la
Fundación Friedrich Ebert en España a través de su oficina en Madrid’, en
20 Años de la Fundación Friedrich Ebert
en España, (Friedrich-Ebert Foundation, 1996). p. 22.
[38] Jens-Ulrich Poppen: Ibíd.
[39] AdsD, BFC, BN/1540, Informe FEF ‘Über die vorbereitenden Massnahmen zur Eröffhung eines FES-Büros in
Madrid’ (Sobre las medidas preparatorias para abrir una oficina de FES en
Madrid), 15 de febrero de 1976.
[40] Jens-Ulrich Poppen: Ibíd.
[41] Ibíd.
[43] Paul Preston: Un pueblo traicionado. Penguin Random House Grupo Editorial.
Barcelona. 2019. p. 510.
[45] AdsD, HSC, BN/6566, Telegrama Lilienfeldt al Ministerio de Relaciones Exteriores, 8 de diciembre
de 1976. En Jens-Ulrich
Poppen: Ibíd.
[46] AdsD, BFC, BN /1540, Informe FEF ‘Sommerschule vom 16. bis 23. August 1976’ (Escuela de verano del
16 al 23 de agosto de 1976), (Dieter Koniecki), 9 de septiembre de 1976.
[47] Jens-Ulrich Poppen: Ibíd.
[48] PolArch/AA B26, 110.258, Memorándum ‘Vorschläge für
eine praktische Politik gegenüber Spanien in den nächsten Monaten’ (Propuestas
de política práctica hacia España en los próximos meses), 25 de octubre de
1975; PolArch/AA B26, 110.258, Telex (Femschreiben), Embajada de la RFA en Madrid,
27 de octubre de 1975; PolArch/AA B26, 110.258, Ministerio de Relaciones
Exteriores, Departamento del Sur de Europa (Referencia 203), Informe
‘Demokratische Krafte in Spanien und ihre deutschen Kontakte’ (Las fuerzas
democráticas en España y sus contactos alemanes), 6 de noviembre de 1975.
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