domingo, 15 de septiembre de 2013

La decadencia europea



Hace algunos meses dijimos:

“Lo que la historia ha dejado muy claro es que todos los proyectos imperiales “eurípetos” han acabado mal. Moderadamente mal cuando se han abordado de manera gradual y estrepitosamente mal cuando lo han hecho con decisión y con fuerza.”[1]

Como recordarán, los imperios “eurípetos” eran la alternativa de los imperios “eurífugos”, que definimos como aquellos que se expandieron desde Europa hacia el exterior[2]. Los primeros, por tanto, son los que se expanden por el interior de Europa, y pusimos como ejemplo los de Carlomagno, Carlos V, Napoleón y los alemanes del siglo XX.

En consecuencia, cualquier proyecto expansivo diseñado en Alemania y que tenga como objetivo someter a cualquiera de sus vecinos europeos es, por definición, un proyecto imperial eurípeto y está, por tanto, condenado al fracaso.

Toda sociedad es, en realidad, un ecosistema social, y la diversidad es algo consustancial con ella. Es cierto que es posible avanzar hacia una mayor uniformidad de tipo lingüístico o religioso, como han podido conseguir algunos grandes imperios a lo largo de la historia. El Imperio romano, el árabe o el español lo llevaron a cabo en buena medida (nunca totalmente), pero esto pudo ser posible por varias razones (que no se dan en la Europa contemporánea):

La primera es que en el espacio geográfico por el que se extendieron esos grandes imperios había importantes desniveles tecnológicos entre sus diversos habitantes en el momento en el que construyeron, y que los dominados cambiaron cultura por tecnología. Aceptaron la dominación porque no juzgaron viable sacudirse el yugo de los conquistadores y durante las siguientes generaciones se produjo un proceso aculturador intenso entre las clases medias de la nueva sociedad que se estaba formando que le garantizó a estos últimos los suficientes apoyos sociales como para ir integrando -de manera gradual- a las diversas poblaciones del imperio en el nuevo universo cultural.

La segunda razón que permitió la consolidación de esos poderosos imperios fue que pudieron disfrutar -durante su fase expansiva- de un relativo monopolio de la fuerza en esa extensa región. No había cerca ningún otro imperio que alimentara la disidencia de los dominados.

La tercera es que los conquistadores se movieron en un ecosistema natural relativamente parecido al de su país de origen y supieron desenvolverse en él con relativa destreza, demostrando así ser “la especie mejor adaptada” a ese hábitat natural. En el caso romano el espacio peri-mediterráneo, en el árabe las zonas áridas que flanquean los desiertos del Próximo Oriente y del Norte de África y en el español la transversalidad del continente americano. Detrás de cada imperio hay una idea motriz, que genera un complejo cultural completo del que la religión y la lengua forman parte, además de otra multitud de factores y de costumbres validadas por el tiempo que garantizan tanto el salto tecnológico sobre la fase histórica anterior como su peculiar adaptación al medio al que la citada idea motriz da respuesta.

Nada de esto se ha dado en el contexto de la expansión de las fuerzas nacionalistas por Europa a lo largo de los siglos XIX y XX. Los desniveles tecnológicos y demográficos dentro de Europa no son suficientes como para dejar sin capacidad de resistencia a los dominados y, además, siempre hay alguna potencia rival cerca dispuesta a agudizar todas las posibles contradicciones internas de sus adversarios, lo que termina convirtiendo a toda agresión en el comienzo de un infierno que se realimenta a sí mismo, en una espiral de violencia autodestructiva.


¿Qué pueden ganar los futuros dominados europeos como contrapartida a la aceptación del proyecto hegemonista alemán? Aunque este país tenga alguna superioridad tecnológica con respecto a varios de sus vecinos, no es suficiente contrapartida para justificar la disciplina germánica y, en cualquier caso, hay otras alternativas que presentan un modelo de desarrollo menos rígido y más adaptable a sus características concretas. En cuanto a la capacidad de adaptación al medio en escenarios exóticos, los alemanes no han sido, precisamente, un ejemplo histórico al respecto.

Desde la Protohistoria los germanos vienen constituyendo la más potente fuente de inestabilidad política que hay en Europa. En los tiempos del Imperio Romano mantuvieron con éste el frente más activo y más masivo de todos los que esta formidable estructura política tuvo que sostener a lo largo de sus inmensas fronteras. Serán los germanos los que rompan el Limes occidental a principios del siglo IV, los que invadan todos los territorios de Europa Occidental y del Magreb –en varias oleadas- a lo largo de la Alta Edad Media, sometieron pueblos, crearon reinos y se establecieron en ellos como aristocracias guerreras que instauraron multitud de nuevas estructuras políticas que, con el tiempo, darían origen a los actuales estados europeos. Pero la cultura, la religión y las lenguas de todos estos países evolucionaron desde los patrones latinos, no desde los germánicos (con la salvedad del caso inglés).

La aparición de los dos poderes universales del Medievo (Papado e Imperio) representó la cristalización de un modelo que nos mostró la especialización a la que habían llegado cada una de estas dos tradiciones étnicas europeas (la romana y la germánica), y si bien el poder político y el militar fueron los ámbitos en los que éstos se hicieron fuertes, la manera en la que ejercieron esos poderes fue la más anárquica de cuantas se hallan conocido en el ámbito peri-mediterráneo durante los últimos 2.500 años. Los germanos se pusieron al frente de los diversos “estados” medievales justo en el momento en el que el Estado alcanzó en Europa su mínima expresión, creando unas estructuras de poder clánicas basadas en una trama de lealtades personales que conocemos con el nombre de feudalismo.

Durante el largo milenio medieval la herencia latina siguió trabajando en la base de la sociedad a través de la Iglesia y de las tradiciones culturales de los distintos pueblos. Se mantuvo viva en la religión y la lengua. Y esa herencia religiosa y cultural se fue expandiendo por regiones que en la antigüedad no habían sido romanizadas, alcanzando los confines de la ecúmene europea.

A finales de la Edad Media, Europa era el hábitat de los pueblos cristianos[5], en la víspera de la gran ruptura que representó la Reforma Protestante. En varios de mis artículos he llamado la atención acerca del hecho de que tras la Guerra de los Treinta Años las fronteras finales que terminarían delimitando geográficamente a los luteranos coincidían con las que, en la Era Cristiana, delimitaban a los germanos.

"La generalización de la guerra religiosa por Europa terminaría consolidando las posiciones geográficas que los protestantes habían ido consiguiendo desde 1517, pero los contuvo de manera definitiva.[…] Cuando por fin los cañones cesaron y la paz volvió, la distribución de los luteranos reproducía “casualmente” de manera bastante aproximada la de los germanos de los primeros siglos de la Era Cristiana”[6]

A lo largo de los siglos XIX y XX vimos como la emergencia de la nueva “nación” alemana desestabilizó todos los equilibrios políticos previos y condujo a Europa a los dos conflictos militares más sangrientos que la humanidad haya conocido. En el siglo XX, al igual que en el IV, el expansionismo germánico vino acompañado de destrucción y de violencia. En la Alta Edad Media puso fin a un milenio de Civilización Clásica y acabó con el Imperio Mediterráneo, abriendo una nueva fase histórica de signo continenta. En el siglo XX lo que ha provocado es la implosión europea. En ambos casos viene a representar el fin de una época y el comienzo de otra.

Cuando el volcán alemán empieza a rugir [… el resto de imperios europeos] han alcanzado ya los confines de La Tierra y están derribando las últimas fronteras. [… pero] Al aparecer un nuevo imperio en el corazón de Europa, a retaguardia de todos los demás, está obligando a estos a darse la vuelta para cubrir ese nuevo frente, que queda a muy poca distancia de sus respectivas metrópolis, que pone en peligro el núcleo duro de todos ellos. Eso significa replegar poderosos efectivos militares y recursos de todo tipo desde la periferia hacia el centro. Y como consecuencia indirecta hace aparecer nuevos imperios lejos de Europa, que empiezan a preparar el relevo estratégico de los europeos por todo el planeta. Es el momento de Estados Unidos, pero también de Japón. Incluso el comienzo de la recuperación china (un estado de dimensiones continentales, que necesita un tiempo considerable para ponerse en pie, pero que es capaz de desplegar, una vez que lo haga, una potencia superior a todos los demás). Los vientos dejan de soplar desde Europa hacia afuera para hacerlo a la inversa. Se está preparando la implosión europea.[7]

Vemos por tanto como expansionismo alemán es igual a implosión europea y como, desde el principio, este proceso tuvo reflejos en todos los confines de nuestro planeta, sentando una de las precondiciones necesarias para la aparición de nuevas grandes potencias tanto en América como en Asia. El proceso sigue su curso, manteniendo su propia lógica interna. El crecimiento chino, indio y japonés vino facilitado por la implosión europea, que provocó una retirada importante de efectivos desde sus imperios ultramarinos hacia Europa para hacer frente a los ataques alemanes. Un siglo después el proceso ha alcanzado una potencia considerable.

Roma no sucumbió ante los bárbaros sino que se autodestruyó ella sola. Los invasores pudieron entrar cuando el Imperio se había debilitado interiormente lo bastante como para no ser capaz de resistir agresiones que unos siglos antes estaban en condiciones de repeler perfectamente.

Pues en Europa se ha iniciado un proceso de descomposición interna que le va a ir conduciendo de manera paulatina hacia la irrelevancia política conforme de vayan desplegando las fuerzas emergentes del siglo XXI.



[1] Los imperios efímeros: http://polobrazo.blogspot.com.es/2013/03/los-imperios-efimeros.html

[2] Ibid..

[5] Ya dediqué un artículo a explicar que este “continente” es el único de La Tierra que no tiene unos verdaderos límites geográficos, sino que es una construcción conceptual que busca resaltar una realidad cultural, por eso prefiero usar, cuando me refiero a él, el término “ecúmene”, que también he aplicado otras veces a Iberoamérica o al Mundo Árabe que son, como Europa, realidades culturales más que geográficas. (Ver El occidente de Asia, http://polobrazo.blogspot.com/2012/01/el-occidente-de-asia.html)

[6] La Guerra Civil Europea: http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/08/la-guerra-civil-europea.html

[7] La implosión europea: http://polobrazo.blogspot.com.es/2013/03/la-implosion-europea.html

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