Hace
ya casi dos años que hicimos referencia por primera vez a las “fronteras
intangibles” que dividen a los europeos y que mantienen vivos los límites que
separaban, ya en la Protohistoria, a algunos de los grandes pueblos de aquel
tiempo y que han sabido sobrevivir, de una o de otra manera, hasta el día de
hoy.
De
entre todas ellas hemos destacado como la más persistente y visible de esas
fronteras al “Limes” renano, que los romanos fortificaron a lo largo de la
ribera occidental del Rhin. Nos hemos entretenido presentándoles a los pueblos
que lo han defendido históricamente y descrito su rol, dentro del “ecosistema”
europeo, bautizándolo con el nombre de “función borgoñona”[1].
Vimos
la trayectoria de los pueblos que hemos llamado “borgoñones”, que exceden
ampliamente los límites geográficos de la región francesa homónima e, incluso,
del estado medieval que le dio nombre. Hemos insistido en llamarles así porque
en este blog venimos intentando, desde entonces, describir las dinámicas
históricas de los distintos pueblos del mundo que han tenido en el pasado o en
el presente alguna relación con España (miramos al mundo desde España), y desde
ese punto de vista los borgoñones han tenido una relación especial con ella
desde el siglo XI. Pero si nuestro ángulo de visión hubiera sido más
eurocéntrico seguramente habríamos hablado de la Lotaringia, porque los
límites de ese fugaz reino carolingio se ajustaron, con mucha más precisión, a
la particular distribución geográfica de esos pueblos fronterizos que siguieron
defendiendo el viejo Limes miles de años después de que desapareciera
formalmente.
Hay
otros “limes” en Europa, casi tan persistentes como este, aunque algo más
flexibles desde el punto de vista geográfico. De entre los más potentes y
masivos destacan los que históricamente han envuelto a los pueblos germanos,
encapsulándolos. Ya hablamos en nuestro anterior artículo[2]
de los distintos proyectos expansivos surgidos en el corazón de Alemania a lo
largo de la historia y de cómo -prácticamente todos- han terminado fracasando.
¿Por qué han fracasado estos intentos? Pues porque los pueblos que rodean a
Alemania, y que han tenido que absorber en el pasado todas esas embestidas, han
ido desarrollando a lo largo de los siglos una serie de anticuerpos que los
protegen de ese peligro específico. Han desarrollado tácticas defensivas
pensando en un adversario muy concreto, especialmente diseñadas para responder
a la particular idiosincrasia de éste.
Si
los pueblos del Limes renano (o de la
Lotaringia, como prefiera llamarlos)
han sido la barrera de contención de los germanos por el oeste, los polacos han desempeñado idéntica
función por el este. Sus antepasados tuvieron que hacer frente, ya en la Alta
Edad Media, a los colonos que avanzaban desde el Elba. Después se enfrentarían,
junto con los lituanos y otros pueblos del Báltico, a la penetración de la Orden Teutónica, cuando los alemanes de
esa zona eran católicos y los eslavos eran paganos. Algunos siglos después
serán los polacos y los lituanos los bastiones de la catolicidad frente a los
prusianos, que se habían pasado al luteranismo (los antiguos cruzados
teutónicos, la de vueltas que da la vida) como dije hace algún tiempo:
“Cuando por fin los cañones cesaron y la paz volvió [tras la Guerra de los Treinta Años (1648)], la distribución de los luteranos
reproducía “casualmente” de manera bastante aproximada la de los germanos de
los primeros siglos de la Era Cristiana. [… Y] Los católicos reproducían la geografía del Imperio Romano de Occidente
(salvo en el caso inglés), a los que se les sumaban los habitantes de países
celtas (el caso irlandés) o eslavos (polacos, lituanos…) en proceso de
autoafirmación nacional frente a anglosajones o germanos.”[3]
Siguiendo el juego de oposiciones del que hablamos hace
tiempo:
“Lo que ha sobrevivido es la
frontera, no las creencias. […] Por eso [los
pueblos] han buscado marcadores de
etnicidad que les ayuden a hacer visible esa diferencia.”[4]
La catolicidad representa, para los polacos, su particular
manera de insertarse en el “ecosistema” europeo, la forma de encontrar apoyos
continentales que les permitan afirmar su identidad frente a los poderosos
vecinos que les rodean (alemanes por el oeste, rusos por el este). Esta
catolicidad les brindó ayuda militar y simpatía para su causa (en el siglo
XVII) entre sus correligionarios del Occidente europeo[5] que volverá a manifestarse cuando Bonaparte cree el Gran
Ducado de Varsovia (1807) como estado-gendarme encargado de mantener el
orden napoleónico entre prusianos, austriacos y rusos. Derrotado éste, los
polacos verán a sus poderosos adversarios repartirse, por cuarta vez en su
historia, su país entre ellos, para resurgir de nuevo tras la Primera Guerra
Mundial y la nueva derrota de la triada imperial oriental.
La Segunda Guerra Mundial
estalló como consecuencia del quinto reparto de Polonia, esta vez entre
alemanes y rusos. Esa enésima invasión polaca volverá a pasar una elevadísima
factura a las dos potencias agresoras. Los alemanes verán cómo sus sueños
imperiales no sólo se vieron frustrados sino que, como consecuencia de aquella
agresión, sus fronteras orientales sufrieron el mayor retroceso de los últimos
mil años y vieron como las poblaciones étnicamente germanas situadas al este de
la línea Oder-Neisse fueron deportadas masivamente hacia el oeste.
Los rusos, por su parte que, aunque
respetaron nominalmente la independencia polaca tras el fin de esta guerra, les
impusieron su tutela política e ideológica, terminaron viendo como la potente
movilización de la clase obrera de este país en los años 80 será la que, a la
postre, terminará desencadenando los procesos históricos que conduzcan a la
desaparición del Bloque Comunista europeo y a la desintegración política de la
Unión Soviética.
Como podrá comprobar, atacar al
pueblo polaco ha terminado siempre costando muy caro a los agresores (y también
a los polacos, claro). Este pueblo ha demostrado históricamente que posee una
capacidad reactiva formidable. La barrera de separación que ha levantado entre
sus dos poderosos vecinos ha terminado revelándose como infranqueable a largo
plazo. El “limes” polaco no tiene nada que envidiarle al
renano y ha terminado formando parte de esa estructura ósea europea de la que
hablé hace tiempo[6] y que
ha encorsetado a las grandes potencias continentales de nuestra ecúmene.
[1] La “función
borgoñona”: http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/04/la-funcion-borgonona.html
[2] La decadencia europea: http://polobrazo.blogspot.com.es/2013/09/el-epicentro-del-volcan-europeo.html
[3] La Guerra Civil
Europea: http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/08/la-guerra-civil-europea.html
[4] Las fronteras
intangibles: http://polobrazo.blogspot.com/2012/01/las-fronteras-intangibles.html
[5] Recuerden que una de
las obras maestras de Calderón de la
Barca –La vida es sueño-, publicada en 1635, en plena Guerra de los Treinta Años, se desarrolla en Polonia, un dato que
no es anecdótico. Calderón es uno de los autores del Siglo de Oro español que tenía una relación más estrecha con la
corona y cuyas tramas argumentales se ajustan más a los discursos
propagandísticos del poder en la España del siglo XVII, aunque lo hiciera con
una inteligencia que destacaba con claridad por encima de los grises ideólogos
que le rodeaban. Esa contextualización polaca de una de sus mejores obras no es
más que el reconocimiento del establishment español de la época a la
extraordinaria contribución de este país, en términos geopolíticos, a la
neutralización de los luteranos en el norte de Europa.
[6]
La estructura del Sistema Europeo: http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/06/la-estructura-del-sistema-europeo.html
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