viernes, 30 de agosto de 2013

Los hombres del Norte



Si el carácter insular de las islas británicas le ha dado a las mismas históricamente un gran margen de autonomía política, impensable en las áreas geográficas continentales europeas ¿Qué podríamos decir al respecto de los países escandinavos?

Los británicos, en el contexto europeo, ocupan -como la Península Ibérica- una posición periférica. Pero si nuestra perspectiva es el Hemisferio Occidental resultan mucho más centrales que la mayoría de los países de nuestra ecúmene.

Pero los hombres del Gran Norte se hayan situados lejos de la mayor parte de las grandes rutas de comunicación planetarias, de las tensiones étnicas, de los caminos  por los que históricamente se han colado en Europa los pueblos invasores. Su duro clima, además, ha desincentivado cualquier posible intento de conquista y los ha protegido, porque eleva notablemente los costes de cualquier posible agresión y/o ocupación militar. Y como no son camino hacia ninguna parte, las grandes potencias europeas han preferido olvidarse de ellos y centrar sus ambiciones expansionistas en otras áreas geográficas que presentaban una mejor relación coste/beneficio.

Desde el punto de vista étnico los escandinavos están emparentados con los germanos, sus vecinos del sur. Y los germanos ya vimos como alcanzaron la unidad política en una fecha muy tardía (1871). Hasta entonces no representaron una amenaza real más que para sus vecinos orientales y meridionales, que tuvieron que vérselas con sus dos estados más potentes –Prusia y Austria respectivamente-. El norte, centro y oeste de Alemania eran un mosaico de principados, obispados y señoríos diversos. Desde el punto de vista escandinavo -hasta 1871- Alemania era un colchón protector que los aislaba políticamente por el sur. Sus potenciales enemigos se encontraban al oeste –Inglaterra- y, sobre todo, al este -Rusia-, aunque a una distancia prudencial.

Durante la Edad Moderna los vecinos más agresivos que tuvieron fueron los rusos, que expulsaron a los suecos de los países bálticos y de Finlandia. También se vieron las caras, en Alemania, con austriacos y españoles durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), donde acudieron para defender a sus correligionarios luteranos del norte de este país.

En la Edad Contemporánea sufrieron –aunque moderadamente- la agresión napoleónica (Hay un episodio muy curioso, que ocurrió en Dinamarca en 1808 y que tuvo a un ejército español como protagonista, que ha dado lugar a gran cantidad de tradiciones locales en Fionia, este de Jutlandia y oeste de Selandia y que os invito a investigar[1]) y en la Segunda Guerra Mundial daneses y noruegos tuvieron que sufrir la invasión alemana (la primera de su historia milenaria. Los tiempos están cambiando). Durante la Guerra Fría (1945-1989) la tensión este-oeste se dejó sentir en esta apartada región europea con una intensidad inédita para lo que se estila por estas latitudes, lo que hizo que tres países escandinavos –Dinamarca, Noruega e Islandia-, los dos primeros de los cuales habían sufrido previamente –como hemos dicho- la agresión nazi, se incorporaran a la OTAN, alineándose así de manera clara con uno de los dos bandos enfrentados. Suecia y Finlandia –lo más orientales, ribereños del Báltico como los rusos y vecinos de estos- optaron por la neutralidad (en esa época se acuñó el término político “finlandización”, un sinónimo de “neutralización”. A Finlandia se la ponía como ejemplo de lo que los rusos querían hacer con el resto de Europa Occidental, es decir, neutralizarla, convertirla en una tierra de nadie equidistante entre el socialismo soviético y el capitalismo, algo que fue, en realidad, lo que permitió el desarrollo del “Estado del Bienestar” europeo).

Vemos, por tanto, como, pese al alejamiento psicológico que ha caracterizado a estos pueblos con respecto al meollo de lo que ocurre en el resto de la ecúmene europea, la tendencia es hacia una mayor implicación en la misma. Ya dijimos en otro artículo que el mundo está encogiendo por momentos y esta zona es uno de los ejemplos más claros al respecto. Por las calles de Estocolmo, de Copenhague o de Oslo se están viendo últimamente muchas personas de piel oscura, procedentes de todos los rincones de nuestro mundo, algo insólito hace unas pocas generaciones. Y ya hay quién está haciendo planes pensando en colonizaciones masivas de las regiones del gran norte cuando el calentamiento global provoque el deshielo de los glaciares de la zona.

En cualquier caso, aunque tal deshielo no se produjera, el avance tecnológico está permitiendo ya la supervivencia humana en áreas en las que nadie nunca antes se había atrevido a vivir. Por tanto, entra dentro de la lógica de los procesos históricos que en las próximas generaciones puedan producirse significativos movimientos de población tanto en Escandinavia como entre sus vecinos occidentales –Groenlandia y Canadá- y orientales –Rusia del Norte y Siberia- y, aunque esos movimientos pueden verse temporalmente paralizados por decisiones políticas –grupos xenófobos que pudieran alcanzar el poder y retenerlo durante cierto tiempo-, a largo plazo parece poco probable que los pueblos escandinavos puedan contener la avalancha humana que se les vendrá encima, así es que bien de manera ordenada (eligiendo ellos a los grupos de inmigrantes que pueden entrar) o desordenada, la transformación étnica de estas sociedades es inevitable a largo plazo.

Pese a todo van a seguir siendo los Hombres del Norte, es decir, los más alejados del epicentro de los grandes conflictos planetarios, lo que ralentizará bastante sus procesos de cambio en comparación con lo que, en paralelo, se esté dando entre sus vecinos meridionales. Si bien esas inevitables transformaciones serán percibidas desde dentro de estos países como intensas, desde fuera seguirán siendo vistos como un remanso de paz, como refugio de exiliados, como última reserva de los valores culturales de la Vieja Europa.

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