Si
el carácter insular de las islas británicas le ha dado a las mismas
históricamente un gran margen de autonomía política, impensable en las áreas
geográficas continentales europeas ¿Qué podríamos decir al respecto de los
países escandinavos?
Los
británicos, en el contexto europeo, ocupan -como la Península Ibérica- una
posición periférica. Pero si nuestra perspectiva es el Hemisferio Occidental
resultan mucho más centrales que la mayoría de los países de nuestra ecúmene.
Pero
los hombres del Gran Norte se hayan situados lejos de la mayor parte de las
grandes rutas de comunicación planetarias, de las tensiones étnicas, de los
caminos por los que históricamente se
han colado en Europa los pueblos invasores. Su duro clima, además, ha desincentivado
cualquier posible intento de conquista y los ha protegido, porque eleva
notablemente los costes de cualquier posible agresión y/o ocupación militar. Y
como no son camino hacia ninguna parte, las grandes potencias europeas han
preferido olvidarse de ellos y centrar sus ambiciones expansionistas en otras
áreas geográficas que presentaban una mejor relación coste/beneficio.
Desde
el punto de vista étnico los escandinavos están emparentados con los germanos,
sus vecinos del sur. Y los germanos ya vimos como alcanzaron la unidad política
en una fecha muy tardía (1871). Hasta entonces no representaron una amenaza
real más que para sus vecinos orientales y meridionales, que tuvieron que
vérselas con sus dos estados más potentes –Prusia y Austria respectivamente-.
El norte, centro y oeste de Alemania eran un mosaico de principados, obispados
y señoríos diversos. Desde el punto de vista escandinavo -hasta 1871- Alemania
era un colchón protector que los aislaba políticamente por el sur. Sus
potenciales enemigos se encontraban al oeste –Inglaterra- y, sobre todo, al
este -Rusia-, aunque a una distancia prudencial.
Durante
la Edad Moderna los vecinos más agresivos que tuvieron fueron los rusos, que
expulsaron a los suecos de los países bálticos y de Finlandia. También se
vieron las caras, en Alemania, con austriacos y españoles durante la Guerra de
los Treinta Años (1618-1648), donde acudieron para defender a sus
correligionarios luteranos del norte de este país.
En
la Edad Contemporánea sufrieron –aunque moderadamente- la agresión napoleónica
(Hay un episodio muy curioso, que ocurrió en Dinamarca en 1808 y que tuvo a un
ejército español como protagonista, que ha dado lugar a gran cantidad de
tradiciones locales en Fionia, este de Jutlandia y oeste de Selandia y que os
invito a investigar[1]) y en
la Segunda Guerra Mundial daneses y
noruegos tuvieron que sufrir la invasión alemana (la primera de su historia
milenaria. Los tiempos están cambiando). Durante la Guerra Fría (1945-1989) la tensión este-oeste se dejó sentir en
esta apartada región europea con una intensidad inédita para lo que se estila
por estas latitudes, lo que hizo que tres países escandinavos –Dinamarca,
Noruega e Islandia-, los dos primeros de los cuales habían sufrido previamente
–como hemos dicho- la agresión nazi, se incorporaran a la OTAN, alineándose así
de manera clara con uno de los dos bandos enfrentados. Suecia y Finlandia –lo
más orientales, ribereños del Báltico como los rusos y vecinos de estos-
optaron por la neutralidad (en esa época se acuñó el término político “finlandización”, un sinónimo de “neutralización”. A Finlandia se la
ponía como ejemplo de lo que los rusos querían hacer con el resto de Europa
Occidental, es decir, neutralizarla, convertirla en una tierra de nadie
equidistante entre el socialismo soviético y el capitalismo, algo que fue, en
realidad, lo que permitió el desarrollo del “Estado
del Bienestar” europeo).
Vemos,
por tanto, como, pese al alejamiento psicológico que ha caracterizado a estos
pueblos con respecto al meollo de lo que ocurre en el resto de la ecúmene
europea, la tendencia es hacia una mayor implicación en la misma. Ya dijimos en
otro artículo que el mundo está encogiendo por momentos y esta zona es uno de
los ejemplos más claros al respecto. Por las calles de Estocolmo, de Copenhague
o de Oslo se están viendo últimamente muchas personas de piel oscura,
procedentes de todos los rincones de nuestro mundo, algo insólito hace unas
pocas generaciones. Y ya hay quién está haciendo planes pensando en
colonizaciones masivas de las regiones del gran norte cuando el calentamiento
global provoque el deshielo de los glaciares de la zona.
En
cualquier caso, aunque tal deshielo no se produjera, el avance tecnológico está
permitiendo ya la supervivencia humana en áreas en las que nadie nunca antes se
había atrevido a vivir. Por tanto, entra dentro de la lógica de los procesos
históricos que en las próximas generaciones puedan producirse significativos
movimientos de población tanto en Escandinavia como entre sus vecinos occidentales
–Groenlandia y Canadá- y orientales –Rusia del Norte y Siberia- y, aunque esos
movimientos pueden verse temporalmente paralizados por decisiones políticas
–grupos xenófobos que pudieran alcanzar el poder y retenerlo durante cierto
tiempo-, a largo plazo parece poco probable que los pueblos escandinavos puedan
contener la avalancha humana que se les vendrá encima, así es que bien de
manera ordenada (eligiendo ellos a los grupos de inmigrantes que pueden entrar)
o desordenada, la transformación étnica de estas sociedades es inevitable a
largo plazo.
Pese
a todo van a seguir siendo los Hombres
del Norte, es decir, los más alejados del epicentro de los grandes
conflictos planetarios, lo que ralentizará bastante sus procesos de cambio en
comparación con lo que, en paralelo, se esté dando entre sus vecinos
meridionales. Si bien esas inevitables transformaciones serán percibidas desde
dentro de estos países como intensas, desde fuera seguirán siendo vistos como
un remanso de paz, como refugio de exiliados, como última reserva de los
valores culturales de la Vieja Europa.
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