domingo, 30 de junio de 2013

Dos historias paralelas

¿Recuerda la imagen que les mostré hace algún tiempo del Mar Mediterráneo?



¿Recuerda lo que dije sobre los parecidos estructurales que se han dado históricamente entre España y Turquía? ¿Cómo la evolución de los imperios turco y español, en sus respectivas facetas mediterráneas son, prácticamente, dos historias paralelas? El despliegue de estas dos estructuras políticas por este mar son simultáneas y simétricas. Los turcos avanzan por él de este a oeste y los españoles a la inversa, produciéndose el encuentro entre ambos en el centro del Mare Nostrum. El duelo mediterráneo librado por estas dos potencias militares modernas se desarrolla como una obra de teatro, con sus tres fases características: planteamiento, nudo y desenlace.[1]

Pero después de que el duelo terminara, por la ausencia de contacto físico entre los dos imperios, la historia de ambos siguió evolucionando también de manera parecida. A lo largo del siglo XIX vemos como tienen lugar los procesos independentistas de los territorios balcánicos del Imperio Otomano en paralelo a los que están teniendo lugar en Hispanoamérica. Y a principios del siglo XX (poco después de la Guerra hispano-norteamericana que acabó -en 1898- con los últimos restos del Imperio Ultramarino español) tiene lugar la liquidación de los últimos territorios otomanos en Asia. Este proceso vendrá acompañado también de la desintegración del Imperio Austro-Húngaro, en Centroeuropa, que controlaba la parte de los Balcanes que había escapado a la dominación turca.

Vemos por tanto como dos de los tres grandes imperios que habían formado parte del Cordón Sanitario Europeo, junto a su gran adversario situado al otro lado de la línea del frente, cayeron juntos, víctimas del avance de los nuevos imperios surgidos en la retaguardia de la Torre de Marfil Europea, que habían crecido protegidos por la barrera protectora que habíamos tejido. La nueva criatura rompió el cascarón cuando había acumulado fuerza suficiente como para poder hacerlo.

Hay un gran parecido estructural entre España y Turquía. Los dos estados desarrollan sendos imperios mediterráneos (como el romano) que se extienden por este mar desde los extremos (a diferencia de éste último que lo hace desde el centro) y conectan su dos orillas dentro de sus propias estructuras políticas (mucho más en el caso turco que en el español), aunque las dos formaciones cubren su ciclo mediterráneo completo en aproximadamente la mitad de tiempo que el Imperio Romano (la Historia se va acelerando). Ya hablé de los ciclos alternativos que surgen en el corazón de los continentes con el de los que lo hacen en los bordes de los mismos[2].

Pero, pese al parecido estructural que existe entre los imperios español y turco, hay una gran diferencia entre ambos, que es la que acaba determinando que la criatura que rompe el cascarón sea la que está protegida por las líneas españolas y no la que se ocultaba detrás de los turcos. La diferencia viene dada -en última instancia- por la transversalidad del imperio español frente a la horizontalidad del turco. A pesar de todos los paralelismos y de todas las simetrías que encontremos entre estas dos estructuras, el Imperio turco surge en una zona que ya participó en la antigüedad en todas las aventuras imperiales que tuvieron lugar en el Próximo Oriente asiático y en el Mediterráneo Oriental. Recordemos a los hititas, griegos, bizantinos... son imperios cuyos centros de gravedad no andaban muy lejos del de los turcos otomanos de algunos siglos después. Es más, si comparamos el mapa del Imperio Bizantino en el momento cumbre de su historia (el reinado de Justiniano) con su equivalente turco (mil años después) descubrimos que en realidad son la misma estructura, que tiene además el mismo centro: Constantinopla-Bizancio-Estambul. Son dos proyectos políticos distintos que siguen parecidos guiones, en dos épocas diferentes. Precisamente sus grandes diferencias “subjetivas” son las que subrayan sus parecidos “objetivos”, es decir, estructurales.

Imperios Bizantino (izquierda) y Turco (derecha).

Ni Bizancio ni el Imperio Otomano surgieron por casualidad, ni es casual que sus capitales (que son la misma) se encontraran precisamente en el Estrecho del Bósforo. Son imperios bisagra, que colocan su núcleo dirigente justo en el punto de contacto de los dos mundos que tienen que unir. ¿Se acuerda de lo que dijimos en el último artículo sobre la función desarrollada por Nueva York y por Washington en el despliegue del proyecto norteamericano?

En realidad la mayor parte de las grandes ciudades del mundo, de las que han desempeñado un destacado papel en la Historia, se encuentran situadas en el punto de contacto entre dos -o más- ecosistemas, entre dos -o más- etnias distintas, entre dos -o más- mundos que son diferentes por alguna razón y de cuya diferencia son claramente conscientes sus fundadores (después todo se termina olvidando).

Hace un año dije en este mismo blog:

“El Imperio persa y el griego de Alejandro Magno son, en realidad, la misma estructura política, cuya dirección se transfirió tras las campañas del macedonio desde la meseta iraní hasta... Babilonia, en Mesopotamia, por más que nominalmente fueran griegos los que se situaran a la cabeza de esa organización. Era obvio, incluso para Alejandro, que ese imperio no podía dirigirse desde Grecia, como la propia evolución histórica ulterior terminó demostrando. La conquista del Imperio persa por los greco-macedonios fue una operación que sirvió para elevar a este hasta el Olimpo de los dioses y a convertirlo en fuente de inspiración para literatos y ególatras diversos, pero no era algo que sirviera a los intereses del pueblo griego. Unas conquistas más modestas, desde el punto de vista territorial, hubieran sido más útiles para sus impulsores en el plano estratégico y le hubieran dado a los griegos la centralidad política que finalmente asumirían los romanos.”[3]

Alejandro Magno era el hombre que estaba llamado a fundar el imperio bisagra nucleado por el Mar de Mármara. Un imperio que estaba destinado a durar muchos siglos, pero que la ambición de su fundador frustró. Dejó pasar ese tren y cogió otro cuyo recorrido duraba lo que duró su vida. Desde Grecia no se podía dirigir el Imperio Persa, que era lo que intentó Alejandro, y ese proyecto desmedido impidió crear un imperio griego, que es lo que hicieron los bizantinos mil años después. En medio se colaron los romanos que sí tenían muy claro cuál era su proyecto estratégico.

Los turcos heredaron la estructura política bizantina y le dieron la vuelta. Si los bizantinos se apoyaron en la etnia griega para dirigir su imperio, los otomanos se basaron sobre la turca y sobre las poblaciones anatolias dispuestas a colaborar con el proyecto, dando continuidad a una vieja estructura con un injerto de savia nueva que alargó en quinientos años una existencia que ya no daba más de sí.

Recapitulemos: Primero hubo un ciclo mediterráneo (el Imperio Romano), al que siguió uno continental (germanos al norte, árabes al sur). Nuevo ciclo mediterráneo (el duelo hispano-turco) y nueva fase continental (los imperios modernos europeos). 

Pero en esta nueva fase continental los europeos han arrollado a los pueblos de la barrera y a todo lo que ésta protegía por el sur. Los asiáticos y africanos situados tras las líneas turcas también fueron barridos por ese empuje. ¿Qué es lo que ha pasado esta vez?

Y la clave está en España. El Imperio español no fue sólo, ni siquiera de manera principal, un imperio mediterráneo. Esa sólo fue una de sus facetas. El Imperio español fue bicontinental, pero con mayúsculas, los dos continentes en los que se desplegó no son vecinos cercanos, como pueden ser Asia y África. El brazo atlántico, que separa al Viejo del Nuevo Mundo, mide entre tres y siete mil kilómetros de ancho, según dónde se haga la medición. América es casi tan grande como Asia y los españoles se dispersaron por toda su geografía, estableciéndose en territorios que estaban situados en casi todas las franjas climáticas posibles, lo que constituía una novedad en la historia del Planeta Tierra.

El despliegue español por América hizo dar un salto cualitativo a los pueblos europeos desde el punto de vista comercial, desde el tecnológico, el político, el ideológico…

Provocó una revolución en el plano económico, primero porque trajo a Europa gran cantidad de productos exóticos que no podían producirse aquí y que mejoraban la vida de sus habitantes, convirtiéndose así en un acicate para el comercio intercontinental, lo que rompió la visión aldeana que estos habían tenido del mundo hasta ese momento.

Segundo porque la llegada masiva a Europa de metales preciosos procedentes de ultramar alteró igualmente la correlación de fuerzas militares y políticas en la ecúmene, convirtiéndose en factor de estímulo añadido que empujó a las poblaciones de los países que no habían participado en las primeras fases expansivas de los europeos por el Nuevo Mundo a unirse a esa gran operación que iría acelerándose de manera paulatina, abriendo tierras a la colonización al otro lado del mar y estimulando la inventiva hasta el punto de provocar una revolución tecnológica y científica que tuvo fuertes repercusiones demográficas, reforzando así la potencia económica, política y militar de los nuevos imperios europeos de la segunda y de la tercera generación.

Nada de esto sucedió tras las líneas turcas, donde había viejos países con los que había establecidas relaciones económicas desde hacía siglos en las que no sólo no se esperaban incrementos en los intercambios sino más bien retrocesos, dado que los europeos habían establecido ya, a la altura del siglo XIX, nuevas rutas comerciales alternativas que accedían a los territorios del África Subsahariana y de Asia Oriental sin la mediación turca.

Por otra parte, el avance tecnológico de los europeos les hizo descubrir en los países del norte de África y del Próximo Oriente materias primas y/o posibilidades nuevas cuya utilidad no se había descubierto hasta ese preciso momento histórico, como los hidrocarburos que llevaban millones de años ocultos en su subsuelo o la posibilidad de construir un canal (el de Suez) que acortara extraordinariamente la distancia por mar entre Europa y Asia Meridional. Había llegado el momento de que las nuevas fuerzas imperiales tomaran el mando directamente y procedieran a explotar ellos, sin intermediarios, esos recursos que se hallaban tan cerca de la ecúmene europea. Y el Imperio Turco será arrollado por el avance incontenible del imperialismo decimonónico europeo.

Más arriba clasifiqué este proceso dentro de las fases o ciclos históricos de carácter continental, como las invasiones de germanos y de árabes de la Alta Edad Media. Hay ciertamente un abismo tecnológico que separa las dos épocas, pero los nuevos invasores tienen algunos puntos en común con los antiguos. Los pueblos sometidos al sur o al este del Mediterráneo vieron aparecer a un grupo de personas que tomaban el mando en sus respectivos países y pasaban a controlar la economía y la política, pero eran muy pocos y muy clasistas. Los europeos no se mezclaron con las poblaciones de éstos y resultaron ser impermeables a su cultura. La tensión entre dominadores y dominados fue en aumento y condujo a la independencia formal de estos territorios entre una (Mesopotamia o Palestina) y cinco generaciones (el caso argelino) de la conquista. La dominación europea sólo pretendía ser algo superestructural (controlar la articulación económica de esos países con la economía globalizada que los occidentales habían creado) y temían a las posibles consecuencias que una unión política más estrecha pudiera crear en los nuevos imperios ¿Se imagina un desarrollo político que hubiera terminando otorgando a todos los súbditos asiáticos y africanos de los imperios británico y francés las respectivas ciudadanías y con ellas el derecho a desplazarse por el interior de esas dos estructuras políticas de carácter mundial? Una cosa es crear un imperio económico y otra muy distinta un imperio político en la Era de la democracia y de los derechos humanos.

Pero esa es otra historia. Durante el siglo XIX y las dos primeras décadas del XX los imperios europeos y neoeuropeos de la segunda y tercera generación se dedicaron a liquidar las estructuras imperiales de los países del Cordón Sanitario Europeo y sus adversarios turcos. Como consecuencia vimos aparecer en el sureste europeo a los nuevos estados balcánicos, en el Nuevo Mundo a la ecúmene Iberoamericana y en el mundo árabe a unas nuevas colonias europeas que darían paso, muy poco tiempo después, a una nueva ecúmene: El mundo árabe contemporáneo. De esta manera empiezan a perfilarse algunos de los nuevos bloques políticos que van paulatinamente rodeando al antiguo Occidente Cristiano Medieval convertido hoy en el Mundo Occidental. Los nuevos actores políticos del Tercer Milenio están empezando a nacer.





[1] Ver “El Duelo Mediterráneo”: http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/06/el-duelo-mediterraneo.html
[2] Ibíd.
[3] “Las otras transversalidades”: http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/07/las-otras-transversalidades.html

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