sábado, 25 de diciembre de 2021

Estrategias defensivas: Brexit versus Unión Europea

 




Mensajes apocalípticos

Un año después de la desconexión del Reino Unido de la Unión Europea llueven análisis apocalípticos acerca del futuro de la Gran Bretaña tras su abandono del “confortable” espacio europeo. En ese sentido me ha llamado la atención la beligerancia del canal de televisión “#0 HD” de Movistar (Telefónica), perteneciente a una de las grandes multinacionales de la Unión Europea (es decir, parte interesada en el asunto), con la serie de reportajes de Jon Sistiaga (Brexit, un año después) sobre el tema; en la misma línea que los que hizo hace un año (Estados Desunidos, 2020) sobre el legado de Trump en los Estados Unidos. También me ha resultado interesante la película británica Brexit: una guerra incivil (2019), que ha formado parte de esta campaña mediática. El mensaje que subyace detrás de todo esto es que el Brexit fue un tremendo error estratégico del pueblo británico que va a precipitar su hundimiento como nación.

Nunca me gustaron los discursos maniqueos, que simplifican la realidad de tal manera que dañan nuestro entendimiento de manera irreparable. Si el Brexit fue un acierto o un error aún estamos lejos de saberlo. El tiempo nos lo dirá. Pero para poder entender lo que significa no nos basta quedarnos en la superficie y analizar los inconvenientes que ha traído (durante el primer año) para el inglés de a pie. A cada cual hay que juzgarlo según su propia escala de valores y los objetivos que persigue. Juzgar al otro en función de nuestra propia visión del mundo sí que es un error estratégico que nos va a llevar de decepción en decepción, si es que de verdad nos creemos nuestro discurso, aunque no creo que ése sea el caso en realidad. Los que están detrás de esa campaña saben perfectamente que el Brexit es una apuesta estratégica de un sector de las clases dominantes británicas, que tiene cierto consenso social por detrás y que puede salir bien o mal, pero que no es gratuita en absoluto. No creo que sea, como nos pintan los simplificadores de la realidad, sólo una pataleta de una sociedad que siente nostalgia por el pasado y se niega a formar parte de un proceso globalizador del que se siente cada vez más ajena.

Es significativo que el proceso del Brexit desgarrara a la sociedad británica en todo su espectro ideológico, tanto por la izquierda como por la derecha. Es un tema transversal que no se alinea con facilidad en el eje izquierdas/derechas, sino que va mucho más allá.

La pregunta que nos debemos hacer es: ¿Qué es lo que están buscando? ¿El aislamiento? No lo creo. Pienso que lo que buscan es tener una mayor capacidad de maniobra a nivel mundial en una etapa incierta de la historia que se abre ante nosotros, en la que piensan que será mucho más positivo ser cabeza de ratón que cola de león. También me imagino que sus partidarios consideran más sólida y consistente su relación con el resto de pueblos anglosajones de otras partes del mundo que la que puedan establecer con sus vecinos europeos. Creen que es absolutamente vital para ellos que los que piloten la nave tengan libertad para elegir cada maniobra. Quieren a sus propios generales al mando de su ejército, libres de ataduras con intereses que son muy diferentes a los suyos.

 

Potencias marítimas versus potencias continentales

Llegados a este punto debemos recordar toda la bibliografía que hay sobre la rivalidad entre las potencias continentales y las marítimas y como la visión del mundo de los unos y de los otros son completamente diferentes.

Es obvio que la Unión Europea se está convirtiendo, paso a paso, en una gran potencia continental. Es lógico que la vieja potencia marítima por antonomasia (Inglaterra) se niegue a participar en un proceso que la convertirá en un país periférico dentro de ese conjunto, en una provincia más de un nuevo imperio en ciernes.

La tensión potencias continentales versus potencias marítimas es estructural, va mucho más allá de la coyuntura concreta, e Inglaterra no es el único ejemplo histórico que tenemos de potencia marítima. La lucha entre Esparta y Atenas en la Grecia clásica es un ejemplo bastante antiguo de esa dualidad. La España y la Portugal de los siglos XVI y XVII fueron dos potencias marítimas de libro que entraron en declive cuando fueron arrastradas a combatir en el corazón de Europa (La Guerra de los Treinta años fue el principio del fin del Imperio español, así como las guerras napoleónicas marcaron el comienzo del declive francés). La tesis de fondo que subyace desde el principio en los artículos de mi blog es que cuando el modelo político que defiendes no es congruente con tu propia realidad geopolítica te hundes, mientras que cuando te alineas con ella prosperas. Es así de simple a la hora de enunciarlo, pero harto complicado a la de analizarlo, porque tenemos que luchar a veces contra nuestros propios prejuicios.

El Reino Unido no puede avanzar hacia el futuro ignorando lo que es (le invito a repasar mis artículos en los que hablo de los imperios eurífugos versus imperios eurípetos)[1]. Si nos quedamos en la visión sincrónica que caracteriza la coyuntura en la que vivimos se nos escaparán los aspectos fundamentales de una realidad que es diacrónica. Estamos, en definitiva, en el punto de arranque de nuevos procesos históricos que veremos desarrollarse durante las próximas generaciones. Es una nueva etapa de la eterna oposición entre el mar y la tierra. Y es posible que durante ese proceso los españoles nos demos cuenta de que hemos adoptado un enfoque inadecuado para defender nuestros intereses a largo plazo. Nuestra política exterior a veces es demasiado burda. Necesitamos un poco más de finura en nuestros análisis, aunque esa tosquedad de la política exterior española es una consecuencia de la existencia de una serie de problemas enquistados que aún no hemos resuelto en nuestra política interior y que derivan, en parte, de nuestra debilidad estructural en el ámbito europeo, realimentándola a su vez. Otro día nos centraremos en ese aspecto de nuestra realidad.

 

La mayor visión estratégica de Europa

La diplomacia del Reino Unido ha sido históricamente, junto con la del Vaticano, la que ha demostrado tener una mayor visión estratégica. Sus apuestas políticas han sido siempre mal comprendidas al sur del Canal de la Mancha y, en consecuencia, mal valoradas. Hitler decía en 1940 que su imperio “duraría mil años”, pero sólo duró cinco. En ese momento histórico muy pocos analistas apostaban por la derrota de las fuerzas del Eje y la victoria de los aliados. Pero a partir de 1945 la vieja Pax Británica sobre los mares del mundo se había transmutado en la Pax anglosajona, que nos ha traído hasta aquí. ¿Puede ser ese un símil adecuado para entrever lo que será el futuro? No necesariamente. El avance de la historia es incontenible y los imperios nacen, crecen, se reproducen y mueren, como todos los seres vivos. Hemos visto multitud de ejemplos de esto desde que existe el mundo. Pero, como dicen en mi tierra, “donde hubo fuego, rescoldos quedan”. El Imperio Romano hace más de 1.500 años que desapareció, pero su legado ideológico, el cristianismo, aún vive con nosotros, así que yo no me precipitaría a la hora de dar por desaparecida a ninguna realidad política, aunque la veamos en abierto declive. Como dije hace tiempo “no hay nada más conservador que las mentalidades humanas, ni nada más revolucionario que la realidad”[2].

El Reino Unido ha vuelto a desafiar a la nueva potencia continental europea de este tiempo, que se llama Unión Europea (pero cuyo núcleo duro está en Alemania)… una vez más… Es su destino. Como en las guerras mundiales y en las napoleónicas. El contexto, desde luego, es completamente diferente, y los métodos también.

Al principio, en todos estos episodios históricos, lo pasó bastante mal ¿Recuerda la famosa frase de Churchill?: “no puedo ofrecer otra cosa más que sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”. Hoy nos parece a casi todos que esa fue la decisión correcta, porque acabaron ganando y la historia la terminaron contando los vencedores, pero en aquellos momentos históricos no había tanta una unanimidad en los análisis y hoy tampoco la habría si el resultado de todas esas guerras hubiera sido otro. Todas ellas fueron apuestas arriesgadas. Se la jugaron a cara o cruz… y ganaron. Pero también podrían haber perdido. Esas experiencias ya forman parte del bagaje histórico del pueblo británico, han sido interiorizadas por la población y se han integrado en su subconsciente colectivo. Les gusta desafiar al que manda en el continente, es un “deporte nacional”.

 

Los inconvenientes del Brexit

Que los primeros tiempos después del Brexit serían duros no había que ser ningún genio para intuirlo. Los primeros momentos tras una ruptura con tu pareja no suelen ser fáciles. Tampoco los países recién independizados suelen pasarlo bien. Y sin embargo lo normal es que los que toman este tipo de decisiones sigan adelante, pese a los inconvenientes… porque siempre hay una estrategia detrás. Y si hablamos de estrategia, estamos hablando de una apuesta a largo plazo. Sólo los que tienen una estrategia propia tienen alguna posibilidad de ganar… Los que no la tienen perderán… seguro. Esto no quiere decir que los que eran partidarios de la permanencia en la Unión Europea no la tuvieran, en absoluto. Era una estrategia alternativa, que buscaba un modelo distinto de relacionarse con sus vecinos.

Todo cambio brusco de estrategia política tiene costes importantes… ¡Siempre! Siempre te dejas una parte de ti por el camino. Abusar de ese tipo de giros inesperados suele tener graves consecuencias para el colectivo o la persona en cuestión que los lleva a cabo. Y al tercero o cuarto que efectúes de manera consecutiva habrás muerto definitivamente. Pero a veces hay que hacerlo. Lo hizo el pueblo español cuando se enfrentó con Napoleón (y pagamos su coste), lo hicieron los norteamericanos cuando se levantaron contra Inglaterra. Hay multitud de otros ejemplos históricos que también podríamos poner.

Pero ya había muchos británicos “euroescépticos” cuando su país entró en el Mercado Común en 1973. Buena parte de su población ya se oponía entonces a entrar en el club, y siguió haciéndolo después. Nunca dejaron de pelear por abandonarlo. El tiempo los ha ido fortaleciendo.

Tampoco fueron bien recibidos en la Unión. Siempre fue patente la hostilidad francesa, en especial la de su sector gaullista. Y los roces entre los países mediterráneos y el Reino Unido fueron continuos en temas como la Política Agraria Común, o el famoso “cheque británico”. La verdad es que el enfoque inglés de lo que debía ser la Unión Europea era muy diferente al de los países fundadores de ésta o al de los nuevos socios mediterráneos que se fueron uniendo después. El modelo inglés era la EFTA, que mantuvo un pulso contra la Comunidad Económica Europea durante 20 años… y perdió. El Reino Unido no era el único país que había defendido ese modelo, aunque fuera el más importante de ellos. Los escandinavos también formaron parte de ese proyecto. Fue ese colchón de aliados dentro de la Unión lo que permitió a los británicos defender su posición dentro de ella con cierto éxito mientras estuvieron dentro. Pero la lógica interna del modelo los empujaba a profundizar en la integración o romper de manera definitiva. La aparición del euro o del “Espacio Schengen” marcaron un punto de no retorno a partir del cual la identidad británica comenzaría a disolverse de manera paulatina. Y aunque para la mayoría de la población hay factores tan simbólicos como la moneda, la bandera, la circulación por la izquierda, o su propio sistema de pesos y medidas que visualizan esta identidad, hay razones más filosóficas, más de fondo, que lo determinan en la realidad: la manera de relacionarse que querían seguir teniendo con el resto del mundo, tanto europeo como no europeo, empezando con los Estados Unidos y con los demás países anglófonos.

 

¿Por qué entraron los británicos en la Unión?

¿Por qué entraron los británicos en la Comunidad Económica Europea? Respuesta: para frenar el desarrollo de ese modelo. Durante los años cincuenta y sesenta se había puesto en marcha un proceso que empezó llamándose Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA), después Comunidad Económica Europea y ahora Unión Europea, que apuntaba, entonces, con claridad hacia la creación de los Estados Unidos de Europa. Frente a ellos los ingleses crearon la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, por sus siglas en inglés), que al principio estaba compuesta por Reino Unido, Dinamarca, Noruega, Suecia, Suiza, Austria y Portugal. Los primeros estaban creando, paso a paso, un futuro rival estratégico, a escala planetaria, de los Estados Unidos de Norteamérica, dentro del bloque capitalista; los segundos apostaron por defender el modelo político vigente en ese momento de subordinación estructural con respecto a los norteamericanos. En el bloque anglosajón sonaron todas las alarmas.

¿Quiénes impulsaban el bloque europeísta? Pues las fuerzas políticas nacionalistas de sus respectivos países, que habían comprendido, tras la Segunda Guerra Mundial, que si seguían enfrentándose entre ellas estaban condenadas a convertirse en colonias norteamericanas. En esa dualidad, que era prioritariamente económica pero que escondía detrás una estrategia política muy clara a largo plazo, los ingleses eligieron el bando anglosajón/atlantista, que era el que había ganado la guerra, pero en el que actuaban como fuerza delegada en Europa. La capital, obviamente, estaba en Washington.

El primer asalto (años cincuenta y sesenta) lo perdieron. La población de los países fundadores de la Comunidad Económica Europea superaba los 200 millones de habitantes, mientras que la de los países de la EFTA no llegaban a los 100. Por otro lado el nivel de integración económica de los primeros avanzó mucho más que el de los segundos. A finales de los sesenta la Comunidad Económica Europea era el más sólido competidor mundial de los norteamericanos a nivel económico. Se imponía un cambio de táctica.

Entre los políticos británicos de aquella época circulaba un dicho: “¿Cómo se puede parar un coche? desde dentro, obviamente. Pisando el freno”. El bloque atlantista había llegada a la conclusión de que el Reino Unido serviría mucho mejor a sus propios intereses desde dentro de la unión política que se estaba formando que fuera de ella. Y decidieron pedir el ingreso en la misma.

No les fue fácil entrar. En el club europeo las decisiones se tomaban por unanimidad y los franceses vetaron el ingreso británico durante años mientras estuvo Charles De Gaulle al frente de su país. El proceso se reanudó una vez que éste dejó de ser presidente de Francia. En 1973 el Reino Unido se incorporó al club, acompañado por un escudero de la EFTA llamado Dinamarca. No les resultó fácil a los políticos convencer al pueblo inglés de la pertinencia de la jugada, ya que sólo era un movimiento táctico diseñado en la superestructura de la facción atlantista del Bloque Occidental.

 

El obstruccionismo británico

La presencia británica en la Comunidad Europea frenó el proceso de integración. Era lo que estaban buscando. Históricamente, además, este proceso coincidió con la Crisis del Petróleo y con todas las transformaciones políticas involutivas que le acompañaron a nivel mundial. La confluencia de todos estos elementos tuvo como consecuencia el reforzamiento del papel hegemónico que los norteamericanos ya venían ejerciendo desde 1945.

Es en ese contexto en el que llega al gobierno Margaret Thatcher y los enfrentamientos entre los partidarios de seguir profundizando en la Unión y los euroescépticos alcanzan su punto álgido. Es la época de los agrios debates en torno a la Política Agraria Común y de la implantación del cheque británico. El sistema de toma de decisiones de la Comunidad Europea favorecía las tácticas obstruccionistas y dilatorias británicas.

 

Un nuevo escenario político europeo

Pero el hundimiento de la URSS y la caída del Telón de Acero a principios de los noventa dieron un vuelco a la situación. Alemania, reforzada por la absorción de la antigua RDA, deja de estar en la frontera entre el este y el oeste, es decir en la línea del frente, para convertirse en el centro de gravedad de una nueva Europa que intenta digerir con rapidez la incorporación a los circuitos económicos y políticos del flanco occidental de los antiguos miembros del COMECON y del Pacto de Varsovia. Más de cien millones de personas, desde Estonia hasta Bulgaria, se terminan integrando en la Unión Europea en un plazo de 18 años, una insignificancia en términos históricos.

La Skoda checa es comprada por la Volkswagen alemana, la Dacia rumana por la Renault francesa. Todo un símbolo de lo que estaba pasando. Yugoslavia, el país de los eslavos del sur, se desintegra, y Rusia ve como la OTAN llega hasta sus mismas fronteras en Estonia, Letonia y Lituania.

¿Qué sentido tenía la presencia británica en la Unión Europea en ese nuevo contexto histórico? Todo lo que ocurrió entre 1989 y 2007 debilitó muy seriamente la posición estructural del Reino Unido dentro de ella. Los norteamericanos tampoco ayudaron a reforzarla. El claro alineamiento de la administración Clinton con Alemania en las guerras yugoslavas y, después, los tremendos errores estratégicos de Bush junior en Afganistán e Irak, así como el éxito en las implantaciones del euro y del Espacio Schengen en la Unión Europea dejaría a los británicos con el pie cambiado en los escenarios internacionales. Los euroescépticos no paraban de crecer.

Y llegó al poder Donald Trump en los Estados Unidos, que polarizó aún más la situación. ¿Fue un error histórico de los norteamericanos? Desde mi punto de vista no necesariamente. Los verdaderos errores venían de muy atrás, al menos desde los tiempos de Nixon, siguiendo con Reagan y los dos Bush. Trump sólo aceleró el proceso y obligó a todos a precipitar sus propios movimientos. Digamos que acortó los plazos (“Más vale una roja que cien amarillas”, dicen en mi tierra)… Era el momento de organizar el Brexit ¿Cuándo si no?

¿Sorprendieron los partidarios del Brexit a David Cameron? Probablemente. Pero, en los países occidentales, el verdadero poder no está situado en el ámbito político. Los primeros ministros y los presidentes de gobierno se quitan y se ponen a voluntad de los poderes fácticos, y para hacer su trabajo sólo necesitan conocer el programa mínimo, coyuntural, con el que deben trabajar. Si formas parte de la Unión es lógico que pongas al frente a un primer ministro que crea en ella, más o menos. Es lógico ¿no? Si no, carecería de credibilidad entre sus socios y eso perjudicaría su tarea. En una obra de teatro cada personaje tiene que desempeñar su propio rol, que cada actor debe interiorizar adecuadamente.

 

Un nuevo escenario mundial

Desde 1917 el comunismo era, para los capitalistas, algo así como el demonio. Hasta 1969 Occidente tuvo la inteligencia de combinar la “libre competencia” (Que es bastante relativa, dada la existencia de importantes sectores económicos monopolistas, como la energía, por ejemplo) con una cierta planificación económica. El miedo al comunismo les obligaba a ello. Pero los niveles de burocratización alcanzados en el bloque soviético y la propia debilidad estructural de la que partió fueron erosionando paulatinamente su poder, lo que le hizo entrar visiblemente en declive a partir de 1968. Esto provocó un desequilibrio de poder mundial que desató una feroz ofensiva del complejo militar-industrial desde, al menos, la llegada de Nixon al gobierno norteamericano en enero de 1969.

La ofensiva neoliberal y la crisis energética (provocada por un estrangulamiento de la oferta en un sector económico monopolista, donde no rigen las supuestas “leyes del mercado”) permitieron desarrollar un proceso político involutivo a escala planetaria que reforzó a las fuerzas neoconservadoras… Decidieron retroceder en el tiempo hacia la época de los imperialismos. Grave error estratégico… porque ¡Nadie puede parar el curso de la Historia!

Frente a ellos había un país (China) en el que vivía el 20% de la población mundial, que tenía unidad de mando y cuya economía lleva generaciones creciendo porcentualmente con cifras de dos dígitos. En ese país se planifica a largo plazo y, además, en el ámbito político, no en el económico como ocurre en Occidente. Allí las fuerzas del mercado (que hoy son más poderosas que en ningún otro momento de su historia) están subordinadas en términos estructurales a la autoridad del Estado. Esto le da una ventaja estratégica en un enfrentamiento a largo plazo con sus rivales occidentales.

Mientras los norteamericanos se dedicaban a invadir, patrocinar golpes de estado y/o chantajear países díscolos, convirtiéndose en los matones del barrio y viendo como el número de sus enemigos no paraba de crecer, los chinos se iban convirtiendo paso a paso en la fábrica del mundo, y empezaban a suministrar mercancías y argumentos estratégicos a los que resistían el avance de las fuerzas imperiales. Discretamente estaban transformando toda la correlación de fuerzas planetaria y construyendo el escenario del mundo de la segunda mitad del siglo XXI.

Frente a ellos un Occidente en descomposición, que estaba viviendo una seria crisis de liderazgo político. Inundar las calles de banderas con barras y estrellas, elevar el volumen y el tono de los discursos o construir muros para impedir entrar en tu país a las masas de desheredados del mundo no sirven para parar el avance de la Historia. Hace falta, primero, un proyecto político ilusionante que convenza a tus interlocutores y que, obviamente, los tenga en cuenta.

 

El sistema del equilibrio mundial

El mundo bipolar de la Guerra Fría se transformó en el unipolar del Hegemonismo norteamericano de los años 90 y los primeros años del siglo XXI. Pero hoy estamos en un nuevo escenario que denominé hace tiempo el “Sistema del equilibrio mundial”, por su analogía con aquel otro que se conoce como el “Sistema del equilibrio europeo”, que vio la luz en nuestra ecúmene tras la Paz de Westfalia, de 1648, que se caracterizaba por la existencia de cuatro o cinco potencias de primer nivel y diez o doce de segundo, que se vigilaban las unas a las otras y que cambiaban sus propios sistemas de alianzas sobre la marcha para impedir la aparición de ninguna fuerza hegemónica dentro del mismo.

El discurso que durante los años 80 y 90 nos presentaba a la sociedad post-industrial, que descansa sobre un sector servicios que vive del consumo (no de la producción), como el súmmum del progreso y de la modernidad ha terminado revelando su verdadera faz: ha desmantelado buena parte de la industria de los países que, no hace tanto, dominaban el mundo, y los ha vuelto totalmente dependientes de la producción industrial de los países que entonces llamaban “los dragones de Asia” (China, Taiwán, Corea del Sur, Singapur, Malasia...). Las consecuencias de todo esto las hemos visto cuando nos ha azotado la pandemia del COVID, a partir de 2020: No éramos capaces de suministrar ni siquiera las mascarillas o los respiradores que necesitaban urgentemente nuestras UCIs. Tal es el grado de dependencia económica alcanzado por este Occidente que ha ido desmantelando su industria durante los últimos 50 años y trasladándola hacía su gran rival estratégico. Las sacrosantas leyes del mercado nos han llevado a ese desarme arancelario/industrial que ha hecho desaparecer a nuestros mejores técnicos.

El arquetipo del éxito económico actual es… ¡¡La China comunista!! Efectivamente, un país donde gobierna oficialmente un partido que sigue llamándose “comunista”. Ha llegado hasta ahí siguiendo, de puertas para afuera, las leyes del libre mercado. Pero si de verdad observamos cuál es su política económica, nos percatamos de que en realidad sigue los viejos patrones… ¡mercantilistas! Siempre están vigilando la balanza de pagos con el exterior (algo que los españoles olvidamos hace tiempo que existe), intentando atraer capital y absorber tecnología exterior. Y todo esto combinado con una potente planificación del Estado en la economía.

 

Reacciones defensivas.

Cuando Trump quiso subir los aranceles a las importaciones extranjeras estaba intentando defender su industria nacional. Pero resultó contraproducente, dado su extraordinario grado de dependencia económica del exterior y la gran cantidad de intereses creados en torno al actual modelo de desarrollo económico que nos ha puesto a todos al pie de los caballos.

El Reino Unido del Brexit está intentando recuperar algo de autonomía a la hora de tomar decisiones, tanto políticas como económicas. Supongo que confían más en la comunidad anglosajona que en la continental europea. Tiene cierto sentido, dadas las coincidencias de tipo cultural que les unen con ellos y, sin embargo, la gran diversidad y, en consecuencia, complementariedad de sus economías, ya que cada uno de sus socios potenciales está situado en un espacio geopolítico y ecológico diferente. Se preparan de nuevo para resistir a las fuerzas que atacan (ahora económicamente) desde el interior de los grandes continentes. Están siguiendo el viejo paradigma que nos dice que, en términos económicos, debemos saber explotar nuestras ventajas comparativas, si queremos prosperar. Esa estrategia, no obstante, en este momento histórico, es puramente defensiva. Las grandes iniciativas estratégicas, hoy, parten de Asia.

 

La estrategia de la Unión Europea

Las viejas potencias coloniales europeas de la Belle Époque (Francia, Alemania, Italia, Holanda…), después de haberse destrozado entre ellas en los campos de batalla en la Guerra franco-prusiana y en las dos guerras mundiales, decidieron empezar a limar sus diferencias políticas y unir sus destinos en la última posguerra europea, para evitar ser engullidos por las potencias emergentes de ese momento histórico. Esto también es una reacción defensiva, como la británica.

En términos comerciales capitalistas estamos viendo todos los días como cuando un sector económico ya está maduro y ha dejado de expandirse, la lucha entre los que compiten en él se vuelve feroz y la reacción típicamente defensiva de las grandes compañías en declive es fusionarse entre ellas y reestructurarse interiormente para ganar capacidad de influencia y alargar así su propia decadencia. Eso es lo que es el proyecto político de la Unión Europea. Los nuevos países que se fueron incorporando al club son absorciones comerciales de socios menores que ya orbitaban alrededor del conjunto antes de su incorporación. El proyecto no ilusiona a nadie, sencillamente nos hemos acomodado a él. Los Estados Unidos de Europa se quedaron a medio construir. No hay un poder ejecutivo europeo elegido por sufragio universal que responda directamente ante todos sus electores. No hay una Constitución Europea aprobada en referéndum por toda su población. No hay un ejército europeo que obedezca a un gobierno europeo que responda ante los electores europeos.

Lo que hay son una multitud de grupos de presión articulados a través de mecanismos burocráticos en los que hay multitud de chiringuitos que la mayoría de la gente ignora que existen pero que, sin embargo, tienen capacidad de veto sobre multitud de aspectos que afectan a nuestra vida cotidiana. Los que se mataron entre sí en las guerras mundiales y estuvieron a punto de hacerlo en la Guerra Fría, hoy debaten durante meses en las interminables mesas de discusión de la Unión Europea dónde debe situarse una coma dentro de un texto que hay que consensuar y se reparten entre ellos los presupuestos comunes. Enfrente, como dije más arriba, está un adversario con unidad de mando en el que el poder ejecutivo toma decisiones sobre la marcha que son ejecutadas, sin rechistar, por 1400 millones de personas ¿Cómo cree que acabará esta historia?

 

Proyectos de futuro

En Europa sólo hay, en este momento histórico en el que vivimos, estrategias defensivas orientadas hacia el medio plazo… y la íntima convicción de que estamos perdiendo la guerra metro a metro. La flamante Unión Europea, que está todavía viviendo de las rentas del hundimiento del Telón de Acero hace ya 30 años, se está empezando a desmoronar, y el Brexit no ha sido sino el primer aviso de ese proceso. Pero hay señales por todas partes (Polonia, Hungría, Italia…) Todas la rupturas tienen y tendrán un coste importante… Pero los últimos lo terminarán pagando más caro todavía.

Hay una nueva fuerza emergente a sólo 14 kilómetros de la Punta de Tarifa: África. Desde el punto de vista económico o político es un continente inmaduro, pero desde el demográfico es imparable:

“…en 1960 tenía 283 millones de habitantes, frente a 605 millones de europeos, y en la actualidad (60 años después) tiene 1.340 millones, frente a 748 millones de europeos.”[3]

Creo que España debería revisar toda su estrategia política a largo plazo partiendo de una premisa fundamental: Construir muros para frenar lo que se avecina, a largo plazo, no sirve para nada.

Es mejor empezar a diseñar un proyecto que se integre o, al menos, absorba y canalice las energías de una fuerza emergente que intentar blindarse a corto plazo para parar el diluvio. Cuando un vehículo está acelerando controla mucho mejor su dirección que cuando está frenando. Nuestros vecinos del norte sólo pretenden resistir todo el tiempo que puedan, negándose a aceptar lo inevitable. Debemos afrontar con valentía las realidades del siglo XXI si no queremos hundirnos con ellos.

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