Estoy convencido de que el impacto que la acción de los
pueblos ibéricos ha tenido en la Historia Universal durante los últimos
quinientos años ha sido tan poderoso que si a lo largo del siglo XV se hubiera
producido una involución política en España que nos hubiera mantenido
encerrados en nuestra península, peleándonos entre nosotros durante los
siguientes doscientos años, el resultado final, a escala planetaria, hubiera
sido que durante el último medio milenio nos hubiéramos ido enterando poco a
poco de la existencia de los pueblos de América, pero que los europeos seguirían
encerrados en Europa, dónde tres o cuatro imperios se disputarían el poder
entre sí, y desde el punto de vista tecnológico y científico no andaríamos muy
lejos del nivel que teníamos entonces, o del que pudieron llegar a desplegar,
en su día, los romanos o los griegos. El modo de producción más extendido por
el mundo hoy día sería el que denomino “señorial”, que es el que se
corresponde con la fase de desarrollo político de las estructuras imperiales
que el Viejo Mundo conoce desde hace miles de años (persas, egipcios,
chinos, romanos, árabes, etc.)
La clave de la mutación que se ha producido en nuestro mundo
desde entonces hay que buscarla en España durante la profunda Edad Media. En
este lugar y durante ese tiempo se estuvo incubando la criatura que, una vez
que rompió el cascarón peninsular, arrastró al resto del mundo hacia la
modernidad.
Como el asunto no parece, ni mucho menos, evidente, llevo
casi tres años explicando, paso a paso, mis razones, a través de las cuales
intento demostrar por qué esto es así.
La afirmación teórica básica de partida es que las
sociedades humanas son un subsistema de los ecosistemas naturales, y tienen que
ser analizadas -dinámicamente- en relación con ellos. Los procesos
históricos humanos actúan en un medio natural que los canaliza y que, también,
reacciona frente a ellos. Si la acción del hombre provoca un agotamiento de los
recursos naturales, el hambre hará acto de presencia y, con él, la agudización
de los enfrentamientos entre los distintos grupos humanos. La violencia se
extenderá y, finalmente, se producirá una resolución de tales conflictos de dos
maneras alternativas posibles: o bien de forma involutiva o, por el contrario,
de manera evolutiva. Es decir, o avanzamos o retrocedemos. Así de simple.
Para seguir avanzando es preciso, necesariamente, dar un
salto tecnológico que nos permita obtener un mayor rendimiento a los recursos
disponibles. Como consecuencia de esto el hombre volverá a reajustar su
relación con el medio y las sociedades entrarán en una nueva fase expansiva que
durará hasta que se produzca un nuevo agotamiento de los recursos en el nuevo
estadio tecnológico en el que los humanos se embarcaron.
Si no es posible dar ese salto, por el contrario, la
población disminuirá y asistiremos a un proceso de involución social con todas
sus consecuencias: El estado se debilitará y se fragmentará, los señores
ganarán preeminencia social, aumentará la delincuencia, disminuirán los flujos
comerciales, la población abandonará las ciudades y retornará hacia el campo, aumentará
la proporción de personas que se gana la vida en el sector primario de la
economía, disminuyendo la que lo hace en el terciario, etc. etc. Es lo que los
historiadores constatan que ocurrió a lo largo del Bajo Imperio Romano y la
Alta Edad Media, y justo lo contrario de lo que viene sucediendo durante los
últimos mil años.
A cada nivel tecnológico le corresponde una determinada
estructura social, una forma de organizar el estado, un sistema de
explicaciones del Universo que nos envuelve y de nuestros propios orígenes, una
moral asociada a ese sistema de explicaciones, unas densidades de población
determinadas, una trama urbana congruente con ellas, una red logística y
comercial que garantice los suministros necesarios para su sistema de ciudades
y un nivel de integración de ecosistemas naturales dentro de su sistema
económico. Todas esas facetas son complementarias, se integrarán dentro del
sistema social del que forman parte y, a través suya, de los ecosistemas
naturales (varios) con los que se encuentran vinculados. De tal manera que un
avance -o bien un retroceso- en cada una de estas facetas, termina teniendo
consecuencias (aunque no necesariamente de manera simultánea) en todas las
demás.
Los dos artículos de esta serie más leídos hasta el día de
hoy son “El Imperio Transversal”[1] y “Las otras
transversalidades”[2].
En los dos me entretuve explicando cómo el Imperio español se ha singularizado
históricamente, frente al resto de imperios de nuestro planeta -anteriores a
él- por una característica que usé para definirlo desde el punto de vista
funcional: la transversalidad, a la que definí, en el primero de ellos,
como:
“Una forma de
organización de las sociedades humanas que se abstrae del paisaje concreto y
busca articular una relación dinámica entre el hombre y su medio que preserve
los elementos esenciales de la ética que deben regir las relaciones entre los
hombres, liberándolos de las formalidades que sólo sirven para adaptarse a una
franja climática concreta y que constituyen una rémora fuera de ella. Aquí la
adaptación que vale no es la biológica –que convertirían al hombre que se
desplaza por esa franja en un blanco fácil fuera de su hábitat- sino
la cultural. Es decir: la característica que, en el proceso de evolución
biológica, distingue de manera más nítida a los humanos del resto de las
especies vivas de nuestro planeta. El imperio “transversal” está más evolucionado desde el punto de vista
estructural [que su opuesto, el imperio horizontal] y es más “humano”, en el sentido de más identificado
con las características que distinguen a los humanos del resto de las especies
que pueblan nuestro planeta.
Y también es más
dinámico que sus alternativas porque ese hombre que se está desplazando por las
diversas latitudes de nuestro mundo está obligado a reformularse a cada paso su
relación con el medio y a mezclar lo aprendido en los distintos hábitats que ha
conocido a lo largo de su vida, acelerando así el proceso de evolución
cultural.
¿Comprende ahora por
qué a partir de 1492 ya nunca nada sería igual? ¿Por qué en ese momento se puso
en marcha el mecanismo de relojería que nos ha traído hasta aquí? ¿Por qué
durante los últimos quinientos años la aceleración de los procesos históricos
no ha parado de incrementarse?”
Como dije más arriba, las sociedades humanas evolucionan o
involucionan, pero nunca se detienen, y en ese proceso dinámico, aunque actúen
de forma primigenia y/o prioritaria sobre una faceta concreta de ese cambio
social, terminan ejerciendo un efecto de arrastre sobre el resto de ellas que
lo complementan.
Los españoles, al construir el primer gran imperio
transversal de la Historia de la Humanidad, rompieron el corsé que hasta
entonces venía limitando el desarrollo político del resto de formaciones que le
precedieron en el tiempo (las horizontales), que no habían sido capaces de
extenderse de una manera eficiente y/o competitiva fuera de su hábitat natural
de procedencia. Y al hacerlo pusieron en marcha un mecanismo de relojería que
traería como consecuencia, a medio plazo, la vinculación económica del resto de
pueblos de la Tierra.
Al poner en contacto a sociedades que vivían en varios
ecosistemas naturales diferentes provocaron un incremento formidable de los
intercambios económicos, porque había centenares de mercancías exóticas que
transportar desde un punto hacia otro, dónde eran muy demandadas y no podían
producirse. Ese aumento del comercio fue un acicate para el desarrollo de las
economías de escala, la explotación de las ventajas comparativas que cada cual
tenía, para profundizar en los procesos de especialización económica de las
diferentes regiones integradas dentro del sistema, para la innovación
tecnológica y científica...
La Revolución Industrial ¡¡es una consecuencia!!
del desarrollo de la transversalidad político-social. La primera es hija de la
segunda o -al revés- la segunda ha actuado históricamente como desencadenante
de la primera.
Es posible que haciendo un
análisis puramente histórico no acabe de percibirse esto con claridad debido a
que, aunque desde que los españoles pusieron su pie sobre el continente
americano propiamente dicho (lo que llamaron entonces “Tierra firme”) fueran avanzando
por ecosistemas cada vez más variados, abriendo nuevas rutas comerciales e
incorporando una gran cantidad de productos nuevos a las redes preexistentes,
eran muy pocos y, en consecuencia, no podían generar un gran volumen de
intercambios. Aunque desde el punto de vista cuantitativo el impacto se fue
produciendo con una cierta gradualidad, desde el cualitativo, sin embargo, tuvo
consecuencias inmediatas, cambiando desde el primer momento las reglas del
juego. La globalización no es ningún invento contemporáneo, es una consecuencia
directa de los descubrimientos geográficos realizados por vía marítima a partir
del siglo XV, especialmente del descubrimiento y conquista de América por
parte de los españoles.
¿Por qué pongo el énfasis en la
acción de los españoles? Veamos:
“Hace ya tiempo
que se dio a conocer la famosa saga vikinga de Erik el Rojo, uno de cuyos
hijos, Leif Eriksson, parece que estuvo en América –en el año 1001-, a la que
llamó Vinland. En algún lugar de la costa noreste de Norteamérica hubo, durante
algunos años a principios del siglo XI, una colonia vikinga. Recientemente se
ha publicado una obra que habla de un hipotético descubrimiento chino del
continente americano en 1421. Hay además otros muchos libros que hablan de
otros posibles descubrimientos de América con una base argumental mucho más
endeble, internándose algunas claramente en el terreno de la ficción más o
menos literaria.
Admitamos, por un
momento, la posibilidad de que todas y cada una de estas propuestas fueran
ciertas y que América haya sido un continente bastante visitado por todo tipo
de “turistas” a lo largo de la Edad Media e, incluso, la Edad Antigua. ¿Qué
diferencia al descubrimiento español de los demás? ¿Qué es lo que hace que
sigamos hablando del “Descubrimiento”, con mayúsculas, cuando nos referimos al
de 1492 y releguemos los demás a la categoría de “curiosidades”? Pues,
sencillamente, que éste fue el único que tuvo verdaderas consecuencias
históricas. Colón, cuando volvió, hizo exactamente lo mismo que Leif Eriksson y
que el general chino que comandaba la flota descubridora: contar lo que había
visto y decir donde estaba. La diferencia la marcaron los que escucharon esa
noticia. Los españoles fueron los únicos que se pusieron inmediatamente en
marcha. Las dos naves supervivientes del primer viaje colombino regresaron en
marzo de 1493, en abril sería recibido Colón en audiencia por los reyes en la
ciudad de Barcelona y el 25 de septiembre partía de nuevo, con 17 naves y el
mandato de “explorar, colonizar y predicar la fe católica por los territorios
que habían sido descubiertos en el primer viaje”[3].
La diferencia no la marcó Colón, la marcó España..”
[…]
“durante más de
cien años América fue, prácticamente, monopolio de los españoles, por la
ausencia de competidores que merecieran tal nombre. Mientras tanto las noticias
procedentes del Nuevo Mundo no paraban de llegar a las cortes europeas. Está
claro que por falta de estímulos no era.
Cuando los
primeros descubridores-colonizadores ultra pirenaicos aparecen por el Nuevo
Mundo el Imperio ultramarino español era una realidad tan consolidada y tan
poderosa que sólo cabía arañar un poco en su capa más externa. Quien quisiera
competir con España con alguna posibilidad de éxito tenía que adoptar buena
parte de su modelo. España marcó el camino y, también, las reglas del juego. Es
altamente probable que, sin el poderoso impulso que los españoles imprimieron a
la expansión ultramarina en el continente americano durante el siglo XVI, el
modelo de expansión marítima de los europeos hubiera sido radicalmente
diferente y, desde luego, mucho más lento, más pausado.”[4]
La España medieval fue una
especie de caldera a presión. Durante ochocientos años los musulmanes no
pararon de lanzar una ofensiva tras otra contra los núcleos de resistencia
cristianos del norte peninsular. En total fueron cinco grandes “tsunamis” los
que intentaron doblegar al pueblo estructuralmente más complejo de la ecúmene
europea. La primera invasión sería la del año 711, cuya presión militar
se mantendría durante varias generaciones, a la que seguiría más adelante la
poderosa ofensiva de los amiríes (980-1009), los almorávides
(finales del siglo XI y primera mitad del XII), almohades (siglos
XII-XIII) y benimerines (siglos XIII-XIV).
Los musulmanes, en cada nueva oleada ofensiva que
lanzaban, hacían retroceder a las fuerzas de los cristianos hasta que estos
conseguían articular una línea defensiva con la suficiente consistencia como
para poder contenerlos. En ese punto se “encastillaban” y organizaban la
resistencia hasta que el impulso militar del adversario empezaba a debilitarse.
A partir de ese momento empezaban a desplegarse por el territorio fronterizo
las “mesnadas”, que se dedicaban a tantear la consistencia de las líneas del
enemigo, al que van sometiendo de manera paulatina a un proceso de desgaste
hasta que consiguen ponerlo a la defensiva. Desde ese momento empiezan a
desplegar toda su fuerza militar, arrollándolo y empujándolo hacia el sur. Poco
después una nueva oleada invasora musulmana sustituye a la anterior y el
proceso se reinicia otra vez, aunque la línea del frente, en cada nueva oleada,
se sitúa unos doscientos kilómetros más hacia el sur.
La Edad Media española es un proceso de
acumulación de fuerzas que repite, de una manera cíclica, una serie de patrones
que se desarrollan con una lógica interna recurrente que gira sobre su eje
interno -en espiral- amplificando su propio modelo en cada nueva pasada
“la Edad Media
actuó, en España, como un crisol en el que se fundió –primero- y se templó
–después- una nueva civilización. La Era de las Invasiones Africanas puso la
línea del frente al rojo vivo y para hacer retroceder esa línea, durante 250
años, no paró de aumentar la presión de la caldera hasta que, finalmente, se
obligó a los musulmanes a replegarse hasta la orilla meridional del Estrecho de
Gibraltar. A los que contemplaron la lucha desde el corazón del continente [...] les pudo parecer algo exótico, tal vez
folclórico pero, aunque no lograran darse cuenta de ello, aquí se estaba jugando su propio futuro.
Pero ya vimos como en una España con una de las densidades de población más
bajas de Europa (es un país semiárido) y dividido en dos por la línea del
frente, se libraron batallas con decenas de miles de combatientes por ambos
bandos lo que implicaba, en el lado cristiano (los musulmanes llegaron a
reclutar soldados hasta las orillas de los ríos Níger y Senegal), movilizar a
un elevado porcentaje de sus habitantes, lo que terminó militarizando a la
sociedad entera. No es nada fácil derrotar a un pueblo que ha ido creciendo
despacio y avanzando lentamente en medio de un inmenso campo de batalla.”[5]
[…]
[España era] “un
país de países, un pequeño continente, un lugar donde coexistían fértiles
valles con auténticos desiertos, praderas atlánticas, extensas sierras y
amplias estepas, todo ello bajo un sol de justicia, que hacía vivir a sus
hombres siempre pendientes del cielo, implorando el agua cuya presencia marca
la diferencia entre la vida y la muerte, la prosperidad y la miseria.”[6]
[…]
“La “Reconquista”
española forjó el tipo humano -y también la sociedad- que se necesitaba para
protagonizar la epopeya americana. La transversalidad [...] ya estaba prefigurada en la España medieval y
sus elementos también estaban presentes, incluso, en el Imperio Romano, que
supo vincular durante siglos a los habitantes de las tierras húmedas europeas
con los de las áridas del norte de África y de Asia suroccidental.” […
Era] “una sociedad
todo-terreno, capaz de estructurarse en las Antillas, en los Llanos de
Venezuela, en Mesoamérica, la zona andina, los pre-desiertos de los trópicos…
Hacía falta la respuesta multimodal española."[7]
La sociedad industrial que vimos aparecer y
extenderse por el mundo a partir del siglo XIX necesitaba, como condición
previa, una estructura económica y política planetaria consistente y segura.
Aunque hoy cuando miramos hacia el pasado nos
encontremos primero con los imperios coloniales europeos de la segunda
generación (ingleses, franceses y holandeses), estos actúan como árboles que
nos impiden ver el bosque primigenio que hizo posible esta estructura
secundaria.
Incluso olvidándonos de la “remota”
historia que se desarrolló durante los siglos XVI al XVIII resulta que, aunque
los imperios coloniales europeos del siglo XIX tuvieran una extensión
planetaria y hubieran desarrollado un activo comercio entre las metrópolis y
sus respectivas colonias, estableciendo un sistema de intercambio desigual
entre centro y periferia, había ya unas estructura políticas intermedias
independientes (las antiguas colonias ibéricas, los Estados Unidos de
Norteamérica, los estados de Europa Oriental y las estructuras políticas
asiáticas que resistieron la agresión europea sin perder totalmente su
soberanía nacional, como China o Japón) que introducen un factor de complejidad
y una profundidad estratégica en la estructura económica global que
estabilizaba el modelo y le daban consistencia. Una parte importante de esas
estructuras intermedias estaban presentes en él como consecuencia de la acción
que los ibéricos venían desarrollando desde finales del siglo XV y no sólo en
América. Las grandes culturas de Asia Oriental, cuando holandeses, ingleses y franceses
aparecen en la zona, ya estaban integradas en circuitos comerciales que
conectaban la región con Europa y habían desarrollado “anticuerpos” culturales
frente a los europeos que les ayudó a establecer una relación más igualitaria,
más multilateral, con los recién llegados de lo que hubiera sido ese mismo
contacto sin el precedente ibérico.
Los biólogos han aprendido que la presencia de
una especie nueva -animal o vegetal- que procede de un ecosistema foráneo e
otro diferente puede provocar una transformación del propio paisaje, afectando
a aspectos sobre los que ese animal o planta no puede actuar directamente, pero
sí de forma indirecta a través de la reacción en cadena que termina provocando.
Pues el descubrimiento, por parte de los marinos ibéricos del “8” atlántico,
desencadenaría un proceso que aún sigue cambiando el mundo y que terminará, en
su día, llevando al hombre hasta las estrellas.
[5]
“España: ¿Puente o frontera?”:http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/04/espana-puente-o-frontera.html
[6] “El
`subcontinente` ibérico”: http://polobrazo.blogspot.com/2012/02/el-subcontinente-iberico.html
[7] “Las
otras transversalidades”: http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/07/las-otras-transversalidades.html
Te sobra la última frase. Y creo que es censurable el futurible ficción de: "Lo que sería el siglo XXI si en el siglos XVI no hubiera sucedido..." Eso vale tanto, como argumento intelectual como una novela de ciencia-ficción, o sea, nada. Ahora bien, el análisis que haces de lo que representó la colonización hispana me parece interesantísimo y lo suscribo palabra por palabra.
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