Un profeta no puede corregir a Dios, pero sí
puede complementar el mensaje de otro profeta anterior. Esta frase quizá
pueda resumir la diferente actitud de los dos grupos cristianos más importantes
del siglo VII, los trinitarios y los arrianos, ante el Islam.
Como para los primeros Jesús es Dios, Mahoma
tiene que ser, necesariamente, un impostor. ¿Cómo puede nadie añadir nada al
mensaje que nos trajo Dios-hijo en persona? ¿Cómo un simple predicador puede reinterpretar
al “Cordero de Dios” que se sometió al sacrificio de la cruz para redimir a los
hombres asumiendo -él-, de esta forma, nuestras culpas?
El mensaje de Cristo sólo puede modificarse por la puerta de atrás, como hizo Constantino y sus colaboradores
“cristianos”, que introdujeron en él diversos conceptos, entre ellos el de
“misterio”, ajenos a la tradición judeo-cristiana, que convierten a sus
mediadores terrenales en los intérpretes de un incomprensible plan divino
(incomprensible sólo desde ese momento), inaccesible para el común de los
mortales e, incluso, para esos mismos intérpretes que monopolizan el mensaje
que, no se sabe de qué extraña manera pues nadie comunica que se haya producido
revelación alguna por parte de la divinidad al respecto, ha llegado hasta
conocimiento de los teólogos y de un político -aún no bautizado y, por tanto,
no convertido- que ostenta la máxima autoridad del poder romano y -de facto-
también en la Iglesia.
Pero el cristianismo arriano se mueve dentro de
unos parámetros más terrenales. Nunca divinizó a Jesús, al que consideran un
enviado de Dios de naturaleza humana. Para ellos la aparición de otro mensajero
suyo en la Tierra, seiscientos años después, puede ser aceptada o no, pero no
representa ninguna barbaridad conceptual. Su actitud ante la nueva propuesta
religiosa está, en principio, abierta al debate y a la reflexión. No nos debe
sorprender, por tanto, que en los países donde la tradición arriana había sido
muy potente, y la España visigoda era uno de ellos, hubiera entre la población
una mayor receptividad ante al mensaje que los musulmanes portaban.
Hay poderosas razones, tanto históricas como
funcionales, que nos pueden ayudar a entender la rápida conversión -sincera- de
decenas de miles de españoles al Islam durante las primeras décadas del siglo
VIII. Primero tenemos que hacer un ejercicio de contextualización de la
propuesta. Como recordarán, en nuestro anterior artículo dijimos:
“Olvídese de
cualquier idea preconcebida que tenga sobre los musulmanes, que será fruto,
lógicamente, del desarrollo ulterior de los procesos históricos. Un hombre del
siglo XXI no puede juzgar objetivamente a otro del VII porque sabe cosas que
aquel no podía saber, por la sencilla razón de que aún no habían ocurrido. El
Islam era, en ese momento, una propuesta de futuro que podía, potencialmente,
evolucionar de mil maneras distintas. Era algo fluido que los hombres de ese
momento histórico estaban construyendo paso a paso.”[1]
No había una manera de vivir musulmana
previa, más allá de las propuestas concretas que sus teólogos hacían en tiempo
presente, ni una forma de vestir, ni unos marcadores de etnicidad que ayudaran
a diferenciar a los unos de los otros. Era una propuesta nueva, que se
transmitía a través de la palabra (y también con la punta de la espada, una
forma que, en aquellos tiempos aciagos, no representaba novedad alguna, pues
los germanos actuaban de manera muy parecida) y que se dirigía, por tanto,
hacia los sectores de la sociedad más proclives a la reflexión, al debate y
también, por supuesto, hacia aquellos que se mostraban más predispuestos a
asumir las novedades de su tiempo histórico o a buscar nuevas posibles vías de
ascenso social.
Ese Islam primitivo, además, pudo ser visto en el
Magreb y en Hispania (en los siglos VII y VIII) como una propuesta bastante sensata
y respetable. Sabemos que Mahoma predicó su nueva religión por la península
arábiga, un lugar que, como dijimos en el artículo anterior, “se había
mantenido relativamente al margen de los procesos históricos que habían venido
afectando al resto de sus vecinos”. A su muerte, en el 632 (diez años
después de la Hégira), esa región había alcanzado ya la unidad y los límites
políticos de los grandes imperios que los rodeaban.
Muerto Mahoma, se suceden al frente de la nueva
estructura político-militar recién creada cuatro califas que habían tenido una
relación personal y directa con él (Abu
Bakr, Omar, Otmán, y Alí) y que son conocidos como los califas ortodoxos
(632-661). Son miembros de su vieja guardia, discípulos suyos que procuran
mantener el espíritu originario de la propuesta. Entre los cuatro sólo suman 29
años de reinado. Serán ellos los que conquisten las prósperas provincias
sasánidas y bizantinas del Creciente Fértil (Mesopotamia, Siria, Líbano,
Palestina). Son países ricos, prósperos, cultos y poblados; llenos de fértiles
valles que se encuentran rodeados por el desierto. Son la cuna de la
civilización. ¿Recuerdan lo que dijimos el otro día sobre los oasis y cómo
actúan de laboratorio para el desarrollo de las estructuras políticas?
En los valles del Creciente Fértil, tal y
como había sucedido doscientos años antes en la Europa Mediterránea con los
germanos, los invasores se sitúan rápidamente al mando de la estructura
política, pero son muy pocos y quedan pronto subyugados por el deslumbrante
desarrollo material y cultural de unos pueblos que cuentan con un bagaje
civilizatorio varias veces milenario.
Pronto los militares toman el mando y una facción
de ellos eliminará físicamente al último de los cuatro grandes califas que
sucedieron al profeta, Alí (656-661), primo hermano y yerno de Mahoma,
pues estuvo casado con su hija Fátima, siendo por tanto padre de los
nietos del enviado y, en consecuencia, fundador de la estirpe de los fatimíes,
o descendientes del profeta (la actual familia real marroquí pertenece a esa
familia). Sus restos se veneran en la ciudad santa de Nayaf (Irak) y es
considerado como el fundador del chiísmo, la segunda rama más numerosa del
Islam.
De la guerra civil que cerró el ciclo de los Califas
Ortodoxos, saldrá vencedor Muawiya, hasta entonces gobernador de
Siria, que establece la capital en Damasco e inaugura la dinastía de los Omeyas
(661-750).
Los Omeyas ejercen el poder desde una de
las grandes capitales de lo que fueron las provincias orientales del Imperio
Bizantino, donde buena parte de la población se expresaba en lengua griega y
muchos, además, conocían el latín. Una ciudad donde Aristóteles, Platón y el
resto de autores de la antigüedad clásica son ampliamente leídos y estudiados
por todo aquél que aspire a ser alguien en la estructura social. Durante el
siglo de los Omeyas los musulmanes absorberán buena parte del legado clásico
grecolatino y lo integrarán en su sistema de pensamiento y de organización
social. Sus sabios se pondrán muy pronto a la cabeza de la ciencia y de la
cultura del mundo de su tiempo. El Imperio árabe debido a su extensión y a su
posición geográfica central, dentro de las tierras que constituyen el Viejo
Mundo, se convirtió en el puente que conectaba a la Europa Occidental y
Bizancio (por su noroeste) con el África sub-sahariana (por el suroeste) y el
Asia Oriental (China e India, por el este). A través de los árabes nos llegaron
el sistema de numeración decimal que hoy manejamos y que fue inventado en la
India, nos llegó (también de la India) el juego de ajedrez y de China la
pólvora, la brújula, la seda, las naranjas, etc. También nos llegó por su
conducto el café, la caña de azúcar, las especias y un largo etcétera de
elementos y/o productos que hoy son parte esencial de nuestra cotidianidad.
Últimamente se han producido algunos
descubrimientos arqueológicos en España que nos informan de la existencia de
mezquitas en nuestro país anteriores a la “invasión” del año 711. De dónde
parece deducirse que antes de que llegaran los soldados lo hicieron los
misioneros, y que estos ya convirtieron al Islam a algunos españoles en los
últimos tiempos del reino visigodo.
Estos descubrimientos cambian bastante la
concepción que teníamos de la penetración de los musulmanes en la Península
Ibérica y la vuelven más comprensible, mucho más lógica que la historia que nos
han venido contando durante los últimos mil años.
En la etapa final del reino visigodo llegaron a
España misioneros, enviados desde Damasco, para predicar la nueva religión.
Como dijimos más arriba, proceden de uno de los mayores focos de la cultura de
su tiempo. Individuos que debían haber sido -lógicamente- entrenados para
desempeñar adecuadamente su función. Por tanto hemos de suponer que se
expresaban perfectamente tanto en latín como en griego. Debemos tener en cuenta
que todos los países ribereños del Mediterráneo, durante los mil años
anteriores a esa fecha, habían estado unidos políticamente y sus habitantes
usaban la misma lengua y manejaban las mismas categorías mentales por todo ese
inmenso espacio geográfico. Los misioneros musulmanes, además, conocen
perfectamente el argumentario de los cristianos, tanto de los trinitarios como
de los arrianos, pues constituyen la mayor parte de la población de sus
diferentes territorios desde Siria hasta Marruecos. Por tanto debemos suponer
que unos individuos muy cultos, entrenados para debatir, para enseñar, para
comunicar, llegaron aquí y contactaron con algunos sectores de la aristocracia
visigoda, en una época en la que este reino estaba sufriendo una guerra civil
entre las fuerzas leales al rey Don Rodrigo y los witizanos.
“La Crónica
albeldense y la Crónica de Alfonso III, presentaban al reino de Asturias como
continuador del reino visigodo de Rodrigo, y culpaban de la conquista árabe a
los witizianos a lo que asigna la conjura por la que llamaron a los árabes.” […] “La versión Sebastianense añade que los hijos
de Witiza solicitaron ayuda a los árabes para expulsar a Rodrigo del trono pero
que perecieron con Rodrigo.”
[...]
“El resultado fue
la completa debacle del ejército visigodo [en la batalla de Guadalete] y la muerte del propio monarca. Se
puede entrever que el resultado de esa batalla fue decidido por una traición,
de la que no da nombre alguno, que produjo una deserción en las filas
visigodas. La traición al rey no solo aparece en la Crónica mozárabe sino
también en las árabes, lo que puede corroborarse en el sentido que Rodrigo no
se habría decidido a dar batalla a los árabes si no hubiera tenido ventaja
numérica y logística, de ahí que el resultado final hubiera sido fruto de una
traición. Sin embargo, dado que Rodrigo había accedido al trono de forma
conflictiva contra los intereses witizanos y aún no habría afirmado su
autoridad, y que en el ejército visigodo habría clientelas nobiliarias afectas
a la familia de Witiza, estos habrían abandonado al rey en el mismo momento de
la batalla lo que habría sentenciado el desastre final. [...] las
crónicas asturianas [… afirman] que los árabes fueron reclamados por los
witizanos. Acusaciones que habrían venido por el acercamiento entre los árabes
y witizanos después de la conquista, en los que estos últimos se habrían
querido asegurar el mantenimiento de posición política y económica. Además, la
eliminación de una parte significativa de la aristocracia visigoda facilitó los
matrimonios mixtos con los invasores, como el de la reina viuda Egilona con Abd
al-Aziz ibn Musa, valí de Al-Ándalus.”[2]
La vieja tradición arriana de la nobleza
visigoda, muy viva todavía y utilizada, además, como arma arrojadiza por
algunos de ellos contra sus adversarios políticos, representaba, dentro de esas
facciones de la clase dominante, un signo de distinción, una manera más de
reivindicar su pasado militarista y germano frente a los sectores que habían
pactado con los trinitarios para consolidar su poder al frente del estado.
Si la rama más poderosa de la aristocracia
visigoda, con el monarca a la cabeza, estableció una alianza social y religiosa
con la iglesia trinitaria, un siglo antes, para hacerse fuertes al frente de la
nueva Hispania unificada ¿Por qué la facción minoritaria, que estaba perdiendo
su vieja preeminencia social, no podía hacer lo propio con la nueva religión
que acababa de aparecer en el escenario peninsular? ¿Recuerdan lo que dijimos
hace ya casi tres años en nuestro artículo “Las fronteras intangibles”?:
“Estas fronteras, que hoy parecen ser sólo ideológicas, están reproduciendo
actitudes profundas, sustratos étnicos sobre los que se han construido después
diferentes realidades políticas y, también, culturales. Personalmente pienso
que la filiación concreta con la que hoy se nos presentan estos pueblos puede
llegar, en parte, a ser anecdótica. Pero lo que no son anecdóticos son los
juegos de oposiciones sobre los que descansan. En el Medio Oriente –hoy- la
frontera que separa a los sunitas de los chiitas es la misma que separaba a los
cristianos de los mazdeístas antes de la invasión musulmana, que en su día se
estableció porque entonces separaba a otras creencias previas. Lo que ha sobrevivido es la frontera, no las creencias. Los iraquíes del sur se sienten diferentes de los del centro del
país y estos, a su vez, de los del norte. Por eso han buscado marcadores de
etnicidad que les ayuden a hacer visible esa diferencia. Y el enfrentamiento
sigue, en los mismos términos que hace cinco mil años, cuando acadios y sumerios
guerreaban entre sí defendiendo unas fronteras que entonces eran étnicas y
lingüísticas, además de religiosas.”[3]
Entonces hablábamos de límites geográficos que se
perpetuaban en el tiempo, realimentando toda clase de debates de índole
religiosa. Hoy hablamos de límites sociales, entre clases o facciones de clase
diferentes que compiten en los mismos escenarios geográficos. Pero seguimos
hablando esencialmente de lo mismo. Como dijimos entonces “Lo
que ha sobrevivido es la frontera, no las creencias”. Los que ayer se batían
por unas determinadas razones hoy siguen haciéndolo por otras distintas, pero
en realidad lo que menos importa son los argumentos que se usan, porque el
enfrentamiento tiene que seguir, dado que cada cual ocupa un nicho ecológico
diferente y se siente en la obligación de defenderlo. Cuando cambian las
circunstancias de forma brusca y radical (invasiones, revoluciones, etc.) cada
grupo social busca nuevos marcadores en el nuevo orden que se está
constituyendo para continuar sus viejas guerras con sus antiguos adversarios.
Así de simple. Por tanto, igual que Constantino se hizo cristiano cuando le
convino políticamente y Recaredo trinitario por idénticas razones, los
adversarios políticos de Don Rodrigo, en los años finales del reino visigodo
(los witizianos), se cambiaron masivamente de bando para conseguir, con la
ayuda de sus nuevos aliados, lo que no habían sido capaces de obtener por sus
propios medios en el pulso que venían librando contra la facción hegemónica en
la España de primeros del siglo VIII. Lo mismo ocurrió en el imperio inca
cuando apareció Pizarro por allí y en el azteca cuando lo hizo Cortés. Los patrones
históricos de comportamiento del Homo Sapiens se repiten una y otra vez,
independientemente de como se vista la gente, qué religión profese o en qué
idioma se exprese. Es lo que en su día llamé el “juego de oposiciones”,
que opera de manera casi automática.
Arrianismo e islamismo cumplieron, en su día, una función
estructural semejante en el proceso de sustitución del poder romano por el que
lo reemplazó históricamente (germanos por el norte, árabes por el sur). Roma
fue el laboratorio donde se fue abriendo paso el monoteísmo religioso que ha
llegado hasta nuestros días. Ya explicamos en su momento la estrecha vinculación
que este proceso de evolución ideológica tuvo con respecto al de consolidación
del poder del emperador dentro de la estructura política romana.[4]
El Imperio Romano, en términos funcionales, fue el Imperio Mediterráneo.
Como explicamos hace tiempo:
“El Imperio
Mediterráneo es un experimento multi-ecológico. Pone en contacto directo a
pueblos que viven en hábitats muy diferentes, con formas de vida muy
distintas.”[5]
También recordarán que dijimos:
“Y en ese proceso
llega un momento en el que los pueblos más periféricos alcanzan un punto de
madurez histórica en el que la estructura imperial se ha vaciado de contenido,
perdiendo su razón de ser originaria. Cuando se ha transmitido a través de sus
estructuras todo lo que había que transmitir, cuando se ha difundido todo lo
que había que difundir.
Hay historiadores
que opinan que no fueron los bárbaros los que acabaron con el Imperio Romano,
sino que éste -sencillamente- se derrumbó porque ya no había nadie dispuesto a
defenderlo. El colapso de Roma fue interno. A su alrededor, por supuesto, había
multitud de enemigos, pero eso no era ninguna novedad para ellos, que hasta
entonces los habían mantenido a raya en los diferentes “limes”. La novedad era
que sus habitantes ya no veían razón para defender el proyecto que Roma
encarnaba.
Tras la implosión
romana se extienden por el área mediterránea los adversarios que hasta entonces
no habían podido franquear sus fronteras. Los relevos vienen desde el corazón
de los continentes que rodean al Mare Nostrum. Y, como dije en artículos
anteriores, fuertemente vinculados con las franjas climáticas de sus países de
procedencia: germanos por el norte, árabes por el sur. Nos adentramos así en
los tiempos medievales, tiempos de aislamiento, de repliegue, de redefinición
moral, de particularismos. Tiempo también de “choque de civilizaciones”. El
Mediterráneo dejó de ser un puente para convertirse en una frontera, en un
inmenso campo de batalla entre hombres que veían al diferente como una
amenaza.”[6]
Es lógico que, en un país -España- donde germanos
y árabes se vieron las caras físicamente, se produjera una alianza entre los disidentes de los primeros y los segundos, porque filosóficamente estaban
emparentados y funcionalmente compartían lo esencial de su estrategia. Aunque
les diferenciara su ecosistema previo de referencia, cuando analizamos las
regiones de España dónde los aliados visigodos de los árabes se habían hecho
fuertes (el sureste peninsular, Valle del Ebro, áreas de Toledo y de Sevilla)
vemos como, aunque germanos en su origen, sus paisajes de referencia más
inmediatos son muy parecidos a los de sus nuevos socios.
En ese contexto de sustitución del orden imperial
romano la religión cumple un papel determinante. Ya dijimos que lo que hay en
el cielo es reflejo de lo que hay en la Tierra, y las nuevas realidades y
estructuras sociales tienen que encontrar su propia expresión ideológica para
poder consolidarse como tales. En consecuencia, tienen también que marcar
adecuadamente las distancias con las expresiones ideológicas que les
precedieron en el tiempo para que la nueva propuesta no sea una mera prórroga
de aquellas otras que ya habían agotado su trayectoria histórica. Dijimos que
los adversarios de los romanos “vienen desde el corazón de las continentes
que rodean al Mare Nostrum” y, además, “fuertemente vinculados con las
franjas climáticas de sus países de procedencia: germanos por el norte, árabes
por el sur”.
“Cuando Roma
alcanzó el punto máximo de su poder hacía ya tiempo que había empezando a
desintegrarse. El proceso fue creando un vacío de poder que aprovecharán los
pueblos que se movían en los límites del Imperio, convertido ahora en la
frontera entre dos “ecosistemas”, no ya biológicos sino culturales. Los
germanos por el norte y los árabes por el sur se repartirán la mayor parte de
los territorios que habían formado parte del Imperio Mediterráneo. Pero la
fuerza de estos nuevos invasores no estaba en la integración de los diferentes
sino en la gran adaptación a su medio biológico, que compartían con sus vecinos
romanizados. Como en los ecosistemas naturales, a una fase de transformaciones
liderada por especies “oportunistas”, muy adaptables, que se instalan con
facilidad en cualquier espacio nuevo -los todo-terrenos romanos- le sucede otra
de grandes especialistas –árabes y germanos-, imbatibles en su medio pero
incapaces de exportar su modelo más allá de su hábitat natural.”[7]
Los especialistas
necesitaban unos instrumentos ideológicos distintos a los que desarrollaron los generalistas.
Es lógico que éstos desplegaran un discurso religioso que contrastaba
significativamente con el de aquellos.
“La doctrina
islámica tiene cinco pilares en su fe que forman parte de las acciones
interiores de los musulmanes. Los pilares principales son:
1. La profesión de fe, es decir, aceptar el principio
básico de que sólo hay un Dios y que Mahoma es el último de sus profetas.
2. La oración.
3. El zakat o azaque (traducido a veces como limosna), es
decir, compartir los recursos con los necesitados.
4. El ayuno en el mes de ramadán.
5. La peregrinación a la Meca (para quien pueda) al menos
una vez en la vida.
A los cinco pilares de la concepción
sunní añaden algunos el sexto pilar del yihad o esfuerzo en defensa de la fe.
En términos estrictamente religiosos, se entiende fundamentalmente como un
esfuerzo espiritual interior de cada creyente por vivificar su fe y vivir de
acuerdo con ella. A esto se le llama yihad mayor, mientras que existe un yihad
menor que consiste en predicar el islam o defenderlo de los ataques. De este
último concepto nace la idea de yihad como lucha o guerra que se ha
popularizado en todo el mundo.”[8]
¿Percibe cuál es la función última de estos pilares? La peregrinación
a La Meca (que en Arabia era una costumbre pre-islámica) se convierte en
una herramienta de aglutinación, desde el punto de vista étnico. Cuando
los fieles, para cumplir ese precepto, atraviesan todo el antiguo Imperio árabe
van estableciendo una relación anímica personal con los habitantes de los
países por los que van pasando y se van identificando con el paisaje que
transmite la idea-fuerza del Islam, que no era el Imperio
Mediterráneo como había sido el romano, sino el de los ecosistemas áridos.
La práctica de la oración, mirando hacia La Meca,
cinco veces al día, le hace recordar al creyente, cinco veces cada
jornada, ese momento único de su vida, ese viaje iniciático cargado de
referencias espirituales o, en el caso de que aún no lo haya efectuado, lo
preparan para él.
El ayuno viene a reforzar su relación con ese paisaje implacable donde
arrancó el impulso primigenio que dio lugar al Islam. Ese sitio dónde el hombre
está inerme ante una naturaleza terrible y necesita reforzarse espiritualmente
ejerciendo un fuerte autocontrol para enfrentarse con ella y, al hacerlo, conecta
con esa divinidad única de la que hace profesión de fe, como
establece el primer pilar.
La limosna ejerce la función de ir tejiendo una solidaridad social que
resulta imprescindible para que el grupo sobreviva. Crea una moral
comunitaria que frena la competencia y el individualismo, algo fundamental
para poder sobrevivir en los países de referencia del Islam.
Y la yihad cierra el círculo. Los cinco pilares
cumplen la misión de reforzar la comunidad islámica. Pero el objetivo de ésta
es la de marcar la diferencia con los no musulmanes. Actúa de marcador de
etnicidad para que sepamos distinguir a los nuestros de los otros.
El Islam es una religión auto-referenciada, fuertemente
relacionada con unos lugares muy concretos, que vincula al creyente con los
paisajes más inhóspitos de la franja cálida del Viejo Mundo. Paisajes que, sin
embargo, están muy extendidos por él y, además, ocupan áreas centrales dentro
de ese conjunto. Si un grupo humano es capaz de identificarse con un hábitat
extremo es casi imposible acabar con él. Podrá vivir épocas de expansión y de
retroceso, pero su semilla perdurará siempre en ese extremo del mundo dónde
nadie más que él puede vivir. Los biólogos últimamente han estudiado bastante a
los organismos “extremófilos”, pensando en la colonización de planetas
inhóspitos como Marte. Necesitan saber qué es lo que permite sobrevivir a un
microorganismo determinado en un hábitat que mata al resto. Ese tipo de
especialistas pueden hacerlo, sin cambiar apenas, durante millones de años y
reconquistar el planeta después de que haya sido destruido para el resto de
especies vivientes.
Los musulmanes siempre podrán contraatacar desde el desierto.
Esa es su fuerza y, también, su debilidad. Cuando el desierto está lejos (tanto
en el espacio como en el tiempo) le fallan los referentes. En España, en la
Edad Media, vimos esas dos caras del Islam y aprendimos a combatir con él. En
nuestro país se desarrollaron anticuerpos específicos para enfrentarnos con
esos grupos humanos concretos, aunque de eso hablaremos otro día.
[1] “El por qué del Islam”: http://polobrazo.blogspot.com.es/2014/08/el-por-que-del-islam.html
[2] http://es.wikipedia.org/wiki/Rodrigo
[3] “Las fronteras intangibles”: http://polobrazo.blogspot.com/2012/01/las-fronteras-intangibles.html
[4] “La religión pactada” ( http://polobrazo.blogspot.com.es/2014/05/la-religion-pactada.html
) y “La religión del Imperio” ( http://polobrazo.blogspot.com.es/2014/07/la-religion-del-imperio.html
).
[5] “Las
otras transversalidades”: http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/07/las-otras-transversalidades.html
[7] “España:
¿Puente o frontera?” http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/04/espana-puente-o-frontera.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario