Estatua de Constantino el Grande, de Philip Jackson. Exteriores de la Catedral de York (Fuente: Wikipedia)
El plan de trabajo seguido lo pueden ver si hacen doble
click en la parte superior derecha de esta página, sobre el enlace “Dinámica
Histórica”, que se encuentra bajo el enunciado “Plan General”. Como
verán ahí, después de unos artículos introductorios englobados en la sección “Primeras
hipótesis de trabajo” pasamos a centrarnos en los orígenes de lo hispánico
en “La España medieval”, fuimos entrando en el nudo de la argumentación
en “El mundo moderno” y abordamos después el comienzo del desenlace en “El
mundo contemporáneo”.
Hoy quisiera volver atrás para tomar un poco de perspectiva
y hacer una recapitulación general. Son, a día de hoy, 70 artículos diferentes
que han abordado una multitud de aspectos de este proceso y nos pueden hacer
perder la visión global.
La Civilización Occidental, que bebe en las fuentes
del Occidente cristiano medieval es, indudablemente, deudora intelectual
del Mundo Clásico. Si no hubieran existido Grecia y Roma
nada de cuanto nos resulta hoy familiar existiría y en este momento viviríamos
en un mundo radicalmente diferente al nuestro.
Roma es la roca sobre la que este mundo se edificó. A finales del
Imperio los cristianos irrumpen de manera masiva en escena a partir del
año 313 de nuestra era, fecha en la que el emperador Constantino el Grande
emitió el Edicto de Milán, a través del cual proclamó la libertad
religiosa por todo el Imperio. El efecto práctico buscado por esta medida era
legalizar la fe cristiana, perseguida hasta ese momento.
El cristianismo era un movimiento social que se
expresaba en términos religiosos (como todos los surgidos antes de la Guerra
de los Treinta Años (1618-1648). Véanse “La crisis de la conciencia
europea”[1]
y “La sublimación del monoteísmo”[2]) y que
transformó la ética que rige las relaciones entre los hombres. Desde el punto
de vista histórico representa un salto cualitativo que recoge buena parte de
los cambios sociales que se habían venido acumulando a lo largo de los siglos
anteriores a él y los integra en un nuevo sistema de valores. Es una nueva
religión que responde a las necesidades de una sociedad que ha ido ganando
complejidad con el transcurso del tiempo, pero que no había sido capaz de
encontrar hasta entonces un discurso que supiera responder adecuadamente a esos
cambios.
Cristo es un
personaje que surge en un momento y en un lugar de la Historia de la humanidad
únicos. En una coyuntura en la que se están incubando una serie de cambios
profundos que transmutarán la ética del hombre antiguo y que abrirá, de par en
par, las puertas de un nuevo tiempo.
Aunque su corta vida transcurre en una remota provincia del
Imperio, no es esta una región cualquiera. Palestina
es el punto de encuentro entre el Creciente Fértil y la vieja civilización
egipcia. Entre el Mediterráneo, el Mar Rojo y el desierto. Y esta historia
tiene lugar en el momento de transición en el que el Imperio Suroccidental
Asiático (babilonios, asirios, hititas, persas, Alejandro Magno...) cede el
mando al Imperio Mediterráneo (los romanos), tal y como explicamos en
nuestro artículo “Las otras transversalidades”[3].
Un período de cambio histórico profundo.
En ese lugar, por otra parte, se aplican las reglas de las
áreas fronterizas, que venimos desarrollando desde el principio de nuestra
serie de artículos, cuyo foco principal de atención se ha puesto en la
Península Ibérica, otra zona geográfica similar. Como recordarán, dijimos que
en éstas (en términos ecológicos) se acumulan “mutaciones” sociales y los
procesos históricos se aceleran.
Además, se encuentra situada en el área de solape entre los
dos imperios que encarnan ambas fases históricas y, por tanto, participó de
manera activa en el desarrollo de las dos, superponiendo la más moderna sobre
el sustrato de la más antigua.
En su día dijimos que el judaísmo (en cuyo seno vivió el
fundador de la religión cristiana) es un falso monoteísmo (véase “Reflexiones
sobre el monoteísmo”[4]) y,
también, que “los factores más poderosos que ayudan a cimentar el discurso
monoteísta son las estructuras imperiales y los paisajes monocromáticos”[5].
La región de Israel/Palestina es vecina de Egipto, un país que conoció la
estructura política imperial durante más de tres mil años seguidos, una parte
de los cuales son contemporáneos a toda la historia del pueblo de Israel, desde
su salida de... Egipto -precisamente-.
Sabemos que en Egipto es donde tuvieron lugar los primeros
balbuceos del monoteísmo, en tiempos de Amenofis IV (1353-1336 a. C. ), que terminó haciéndose llamar “Akenatón” («útil a Atón» o «agradable a Atón», el
dios solar único y omnipotente). Después sus seguidores serán perseguidos, y
algunos huirán hacia el este para salvar sus vidas. La cronología de estos
acontecimientos no anda muy lejos de la que se atribuye al hipotético Éxodo del pueblo de Israel (entre el siglo XV y el XII A. C.), por eso:
“Una hipótesis más reciente y controvertida afirma que
Moisés era un noble de la corte del faraón Akenatón. Muchos estudiosos, desde
Sigmund Freud hasta Joseph Campbell sugieren que Moisés pudo haber abandonado
Egipto tras la muerte de Akenatón […] cuando las reformas monoteístas del faraón
fueron rechazadas violentamente. Las principales ideas que apoyarían esta
hipótesis serían que la religión monoteísta de Akenatón era la predecesora del
monoteísmo de Moisés, y una colección contemporánea de las Cartas de Amarna, escritas por los nobles para Akenatón, describen
bandas asaltantes de habirus atacando territorios egipcios.”[6]
Las piezas parece que empiezan a encajar, y nos muestran al
judaísmo histórico anterior a la conquista romana como el depositario de una parte de
la experiencia histórica de los
viejos imperios del Próximo Oriente, incluyendo entre ellos al antiguo Egipto. Pero sus fieles, sin
embargo, no fueron los protagonistas de esas historias, tan solo transmitieron
su eco. Guardaron en sus libros sagrados, en sus dogmas y en sus ritos las
conclusiones a las que otros habían llegado.
Todo se habría perdido si no hubiesen sido objeto de
dominación, durante los mil y pico de años transcurridos desde el Éxodo hasta la conquista romana, por
toda la serie de imperios que se fueron sucediendo en su espacio geográfico
durante el primer milenio anterior a la Era Cristiana. El mensaje que habían
heredado siguió teniendo sentido durante ese tiempo porque siguieron sufriendo
la acción de otras estructuras imperiales desplegadas en los áridos (cuasi
monocromáticos) paisajes de esa zona. No es casual que uno de los mayores
impulsos de renovación religiosa del judaísmo tuviera lugar durante la
cautividad de Babilonia. Monoteísmo e
imperio siempre van de la mano.
Y será otro gran imperio, el romano, el que catalice la
siguiente respuesta renovadora del judaísmo, que tuvo a Jesús como desencadenante. En las creencias de los primitivos
cristianos encontramos, juntos, una serie de elementos que proceden de diversas
tradiciones previas y que convergen en su seno. Su narrativa se hace eco de la
tradición judaica en la que surge; asume sus libros sagrados y sobre ellos
superpone los propios, que se presentan como la continuación de los primeros.
Pero la ética cristiana supera a la judía en el sentido de que universaliza el
mensaje redentor, cuyo destinario pasa a ser toda la humanidad, y no un grupo particular
de “elegidos”. Está claro que en ese
proceso universalizador también han
intervenido los gentiles que se unieron a sus filas desde los tiempos de San Pablo. Si sabemos leer entre líneas en el Nuevo Testamento podemos descubrir elementos que proceden del estoicismo romano, como no podía ser
de otra manera, dado que ambos sistemas de pensamiento convergen en ese mismo
espacio y en ese mismo tiempo y que San
Pablo y el mismísimo Séneca mantuvieron una activa relación epistolar, de la que se conocen
hasta 14 cartas, aunque haya cierta duda acerca de la autenticidad de alguna de
ellas.
En el mundo clásico, tanto en Grecia como en Roma, hubo
pensadores –Séneca, por ejemplo- que consideraban las historias sobre la
multitud de dioses que su mitología nos ha transmitido como cuentos de niños,
incapaces de transmitir los valores éticos que su compleja sociedad necesitaba,
y filosóficamente evolucionan hacia el monoteísmo. Más arriba hablamos de los
fieles del dios Atón, que vivieron en Egipto mil años antes de que
surgiera el Imperio Mediterráneo. También hay procesos de reflexión que
evolucionan hacia la simplificación de los panteones, el compromiso ético
universalista y/o una mayor abstracción a la hora de definir a la divinidad y
la relación entre ésta y el género humano, por toda Asia: El budismo en
La India, el mazdeísmo en Persia, el mitraísmo en el Próximo
Oriente romano… Es un proceso global en el que algunos llevan cierta ventaja,
pero en el que todos reman en la misma dirección. Un proceso global de evolución
del pensamiento humano que es congruente con los procesos de integración
política que todos estos pueblos están viviendo. Lo que hay en el cielo es una proyección de lo que vemos en La Tierra.
En ese contexto global de evolución hacia el monoteísmo, el Edicto de Milán (313) marca uno de los
hitos más significativos de ese proceso, en el que convergen los cristianos con
otras facciones de la sociedad romana que también evolucionan, de manera
autónoma, en esa dirección.
El Edicto de Milán no es más que un ejercicio de
pragmatismo político a través del cual Constantino pretendía integrar
dentro de las estructuras del Imperio a los miembros de un movimiento social
que no paraba de crecer y que actuaba al margen de los poderes constituidos.
Constantino, en ese momento, ni era cristiano ni estaba previsto que lo fuera.
Su conversión oficial a esta religión tendrá lugar al final de su vida, 24 años
después de esta fecha. Y a esas alturas de la misma la conversión era casi
obligada, habida cuenta de que en 325 ya había participado en el Concilio de
Nicea y venía ejerciendo su tutela
política sobre un credo que ya se estaba comportando -de facto- como la
religión oficial del Imperio. Bautizarse no tenía más significado para él que
testar a favor del grupo de colaboradores más fieles con los que contaba,
darles una legitimación que sabía que sería puesta a prueba cuando él muriera.
Y al hacerlo lo que estaba legitimando era su propio proyecto político.
“Podría parecer extraño que la primera medida que tomó
Constantino al hacerse con el control de Occidente fuese poner fin a la
persecución e invertir la discriminación contra la Iglesia. Pero no tuvo nada
de extraño. Astuto, sí, pero en modo alguno increíble” […] “la persecución por
parte del Estado tuvo por objeto hacer frente a la amenaza que pesaba sobre la
unidad del imperio. Si esa política, juzgada de acuerdo con todos los criterios
objetivos, había fracasado, ¿por qué no iba Constantino a cambiarla? Y si, de
hecho, había sido contraproducente, ¿por qué no iba a invertirla por completo?
Todos podemos ser sabios cuando vemos las cosas con la perspectiva del tiempo,
pero hay que reconocer que proteger a la Iglesia en vez de perseguirla fue una
sabia decisión política”[7]
La política
religiosa de Constantino consiste en:
“restaurar la unidad de la sociedad y poner fin a las
divisiones y a la amargura causada por la persecución”[8]
Más adelante:
“promulgó también decretos contra el politeísmo” […]
“su preocupación principal es política, es decir, la unificación del Imperio”[9]
Y ¿por qué actúa
así?
“Se ha calculado que a la sazón los cristianos no
constituían más del diez por ciento de la población y estaban poco
representados en el ejército y la aristocracia. Pero ¡qué diez por ciento!
Permanecieron firmes ante la persecución. Sus lealtades últimas no estaban
puestas en duda.” […] “La sangre de los mártires era, pues, la simiente de la
Iglesia. Paradójicamente, se incrementó a causa de la persecución, se hizo
fuerte mientras Roma se debilitaba.”[10]
[…]
“La religión de Constantino era personal, ecléctica,
pero no cristiana, y sus leyes sobre religión estaban pensadas principalmente
para servir sus objetivos imperiales.”[11]
[…] Alföldi tiene mucha razón cuando señala que el cristianismo estaba
organizado de forma mucho más institucional que los cultos paganos. Puede que
éste fuera uno de los factores que habían empujado a Constantino a elegir al
Dios de los cristianos; en todo caso, ciertamente fue un potencial que el
emperador fomentaría y aprovecharía.”[12]
[…] “la religión era muy importante para su estrategia, demasiado importante
para dejarla en manos de los eclesiásticos.” […] “Debido a su relación con la
Iglesia, Constantino pudo influir en ella y en el cristianismo en un nivel
profundo. Ahora debemos considerar cómo los valores de Constantino se
infiltraron en la Iglesia; no cómo se convirtió al cristianismo, sino de qué
manera, por medio de su política religiosa, logró que el cristianismo se
adaptara a su postura”[13].
En los 31 años de
reinado de Constantino (306-337) tiene lugar un proceso acelerado de
institucionalización del cristianismo y de apropiación de su mensaje por parte
del poder romano, que lo utiliza, con suma habilidad, para apuntalar un imperio
que se encuentra en avanzado estado de descomposición política. Las lealtades
que unen entre sí a los miembros de la religión más perseguida del Imperio se
convierten bruscamente en un balón de oxígeno que le permitirá a éste alargar
su agonía. ¿Cree el lector que la fagocitación de movimientos sociales por
parte del poder establecido es un invento reciente? ¿Cómo hacer que los
esclavos acepten de nuevo el poder romano? Pues haciendo oficial la religión
de los esclavos.
Pero una vez que la
religión de los perseguidos se transforma en la del poder establecido, comenzarán
los retoques para adecuarla a su nuevo papel:
“La religión de Constantino, que empieza con el lábaro,
es el apogeo de la religión pactada y, como tal, es precristiana, como si
Cristo nunca hubiera existido”[14] […] “Constantino […] es la clase de mesías que fue rechazado con firmeza por
Jesús y la Iglesia primitiva. […] parece responder a las expectativas de
aquella religión pactada que buscaba un líder militar como David.” […] “el
poderío militar separa a los dos tipos de mesías” [15] [… Él] “es
el instrumento de Dios; no es su fe la que le da la victoria. La victoria se
alcanza con la espada y los pertrechos. La fe que vemos aquí no es la de la
Iglesia, sino la del salmista: «Cantad a Jehová cántico nuevo, porque ha
hecho maravillas; Su diestra lo ha salvado y su santo brazo».”[16]
[…] Nacido para ser emperador, sabe cómo conquistar el poder absoluto y también
cómo ejercerlo.”[17]
En resumen:
“No es Constantino quien se ha ajustado a Dios, sino
que lo que se atribuye a Dios se encuentra primero en Constantino. [...] Mucho antes de «convertirse» había decidido que la persecución era
contraproducente. [...] Lejos de ello, la Iglesia fue incorporada en el plan general del
emperador y se transformó en un instrumento de la unificación del imperio”[18]
[…]
“¿Cómo, pues,
logró triunfar donde sus predecesores habían fracasado? ¿Cómo fue que con un
poco de bondad, una palabra de elogio aquí, una subvención para edificar una
iglesia nueva allí, logro inducir a la Iglesia a abandonar lo que no fue
posible obligarle a abandonar con amenazas de torturas o de muerte?” […] “La
Iglesia pasó a ser totalmente leal al emperador, al nuevo salvador que había
logrado desplazar al Jesús histórico” […] “Ahora los líderes
cristianos fueron atraídos a la corte imperial en calidad de «consejeros»” […]
“Lo que hizo de ello una victoria no fue el hecho de que Constantino se
granjeara el apoyo de la Iglesia, sino que en el curso del proceso alteró por
completo la naturaleza y la base de la fe cristiana.”[20]
Cristo dijo:
“«Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y
dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven, sígueme».”[21]
Pero:
“Esta exigencia se ha diluido con el paso de los años:
ha sido reinterpretada y «espiritualizada»” […] “este cambio de actitud cabe
asociarlo con las nuevas normas del cristianismo cuando se convierte en
religión del Estado. El pasaje del Evangelio parece cerrar ya la puerta a
semejante dilución.” […] Puede que hasta
entonces los cristianos no hubieran seguido las normas de Jesús y de la Iglesia
primitiva. Pero con el replanteamiento de todos los valores, ya no hubo
necesidad de sentirse culpable por ello. Los requisitos anteriores perdieron
vigencia. La Iglesia acogió en su seno a los ricos y a los miembros de la
sociedad que tenían propiedades.”[22]
[…]
“Se da por sentado que el emperador es cristiano. Pero
el emperador es rico. Por consiguiente, como es la imitación del Logos (Cristo)
del cielo, esto tiene que significar que Cristo aprueba la riqueza, debidamente
utilizada, por supuesto.” […] “Pero en la Iglesia en
general, la disparidad de la riqueza y la pobreza no se consideraba vergonzosa
ni blasfema. Después de todo, si no hubiera pobres, ¿Cómo podrían los ricos
practicar la caridad?” […] “Los ecos siguen oyéndose claramente hoy en día:
«Alguien tiene que hacerlo», «Es mejor trabajar desde dentro del sistema con la
esperanza de cambiarlo.» «Si trabajamos con el emperador en un asunto, nos
escuchará cuando le hablemos de otros.»”[23]
He aquí, bastante resumido, el proceso de fagotización del
cristianismo por parte del poder romano, del que condujo a la “religión de los
esclavos”, que practicaba la pobreza evangélica y dónde todo se compartía, a
convertirse en la religión oficial del Imperio Romano, que consigue ralentizar
con su apoyo el proceso de descomposición política y social de un mundo en
declive y hereda, a cambio, el legado final de ese imperio.
Los sacerdotes de una religión que había sido perseguida
durante generaciones por el Imperio
Mediterráneo serán, finalmente, los que mantengan vivo su recuerdo durante
el largo milenio medieval, durante los “siglos oscuros”.
Pero esta religión que se ha dedicado desde el Edicto de Milán a administrar el legado del
Mundo Clásico no es la que Cristo fundó. Es una religión pactada[24]
entre el poder imperial y sus líderes más destacados, en la que el dogma se ha adaptado
a las necesidades del poder y elimina de su ideario todas las aristas que pudieran
molestarle. Sobre ese pacto fundacional se ha construido el mundo que ha llegado
hasta nosotros a través del Occidente Cristiano
Medieval.
[1] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/09/la-crisis-de-la-conciencia-europea.html
[2] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/09/la-sublimacion-del-monoteismo.html
[5] Ibíd.
[6] Wikipedia: voz
“Moisés”.
[7] ALISTAIR KEE: Constantino contra Cristo. Ediciones
Martínez Roca. Barcelona. 1990. p 106.
[8] Ibíd. p. 111.
[9] Ibíd. pp
111-112
[10] Ibíd. p. 21.
[11] Ibíd. p. 119.
[12] Ibíd. p. 131.
[13] Ibíd. p. 135.
[14] Ibíd. p. 138.
[15] Ibíd. pp. 145-146.
[16] Ibíd. p. 148.
[17] Ibíd. pp. 167-168.
[18] Ibíd. p 161.
[20]
Ibíd. pp. 178-179.
[21] Ibíd. p. 182.
[22] Ibíd. pp.
182-183.
[23]
Ibíd. pp. 184-185.
[24]
Alistair Kee.
No hay comentarios:
Publicar un comentario