lunes, 1 de febrero de 2021

La Guerra Civil Española

 


Bombardeo sobre Bilbao – Fotografía de Robert Capa

 

La profundidad estratégica de España

España y Rusia son, con diferencia, los dos países con mayor profundidad estratégica de Europa, junto con China, La India y, a lo sumo, tres o cuatro países más, de todo el mundo. Eso significa que los conflictos estructurales que tienen lugar en el seno de su sociedad tienen un “tempo” de despliegue extraordinariamente largo, que agota a cualquiera que trace sus objetivos políticos a una generación vista, no digamos ya de los que piensan en términos de legislatura.

España es un país correoso, con miles de pliegues internos, como su mapa físico refleja, de microcosmos donde se refugian colectivos que arrastran tradiciones o inercias seculares, incluso milenarias. Hace años que venimos hablando de la “respuesta multimodal española” y de la “continentalidad subjetiva” de la Península Ibérica.

La Guerra Civil no es sino una demostración más de esta dinámica ancestral española. Las fuerzas seculares y la sociedad civil llevaban ya casi dos siglos a la ofensiva cuando estalló… Y los restos del Antiguo Régimen resistiendo de manera tenaz y violenta (recordemos la vuelta del absolutismo en 1814, la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, la Década Ominosa, las tres guerras carlistas, la Dictadura de Primo de Rivera

La Segunda República fue la respuesta de la sociedad civil y de las clases populares… el contragolpe, al golpe de estado de 1923… ¡Justo cuando el fascismo se extendía por toda Europa! El combustible y el comburente estaban listos. Sólo faltaba la chispa para desencadenar el incendio.

Ya vimos en el artículo anterior las tres etapas que cubrió la República antes del estallido de 1936 (Bienio Reformista, Bienio Negro, Frente Popular). Hubo una primera intentona, fracasada, de golpe de estado en 1932 (el del General Sanjurjo) al que siguió la estrategia gradualista de la CEDA, que también fracasó. Las fuerzas “del orden” habían agotado sus dos primeros cartuchos y comprobado que el avance pacífico, a través de las urnas, de la Coalición Republicano-Socialista era imparable. Sólo podía ser detenido de manera violenta. Pero la experiencia de 1932 les había enseñado que no bastaba la conspiración de un puñado de generales para poder tener éxito. Hacía falta una amplia coalición de fuerzas, bien articulada y financiada y con conexiones internacionales para tener alguna posibilidad de éxito.

Y a construir esa estructura se dedicaron los generales que dirigieron la conspiración contra la República desde febrero de 1936. Fue Mola el cerebro, el que fue conectando todos esos elementos, integrándolos en un plan bastante amplio. Había dinero, fuerzas paramilitares dispuestas a unirse al alzamiento (ya vimos como los requetés aportaron 60.000 voluntarios durante los primeros momentos de la Guerra, y los falangistas también pusieron sobre el terreno, tanto en vanguardia como en retaguardia, varias decenas de miles) y países extranjeros dispuestos a ayudar (Alemania e Italia).

La Izquierda sabía que se preparaba un golpe. Ya fueron informados durante el traspaso de poderes por Portela Valladares. Azaña, en cuanto formó gobierno, alejó de Madrid a Mola, Franco y Goded, y le retiró el mando a Orgaz, Villegas y Fanjul. El 18 de julio de 1936 varios buques de la marina de guerra republicana se dirigían hacia el Estrecho para impedir a los africanistas pasar a la Península (después de haber depuesto a los oficiales golpistas que había en ellos). Pero Alemania e Italia habían organizado para este traslado el primer puente aéreo de la Historia de la Humanidad. Ambas aviaciones habían llegado para quedarse. Durante los tres años siguientes el pueblo español contempló, aterrado, como se había convertido en el laboratorio de experimentación de las armas y de las tácticas de guerra que después se emplearían en la Segunda Guerra Mundial. Por eso, aunque las fuerzas que desencadenaron el conflicto eran españolas y sus inercias vengan de muy atrás en nuestra historia, no podemos nunca desligar la Guerra Civil de la coyuntura internacional en la que se dio, sin la cual ésta se habría desarrollado de una forma radicalmente diferente.

 

La primera campaña de la Segunda Guerra Mundial

En España se libró la primera campaña de la Segunda Guerra Mundial, algo que fue captado desde el primer momento por millones de personas en todo el mundo, aunque algunos de los grandes dirigentes de ese momento histórico no lo vieran o, mejor, no lo quisieran ver. Esa realidad, que percibió tanta gente espontáneamente, explica la extraordinaria repercusión que tuvo entre la opinión pública europea e, incluso, americana. Las noticias del frente español provocaban acalorados debates en multitud de países y llevó a varios miles de personas a enrolarse en las brigadas internacionales, porque vieron que una potencial victoria del bando nacional daría alas a los fascistas de toda Europa y oxígeno a los militaristas de todo el mundo.

La Guerra Civil española se le fue de las manos a los españoles desde el primer minuto de la contienda. Por tanto, todas las consideraciones de tipo local que podamos hacer de la misma, sobre sus antecedentes, su desarrollo, sus protagonistas, siempre se quedarán cortas si ignoran la faceta global que ésta tuvo y que aplastó con su peso brutal las aspiraciones, los ideales y los anhelos de todo un pueblo.

¿Cómo podían imaginar los sindicalistas de la CNT o de la UGT, o los republicanos que reivindicaban el laicismo de la Tercera República Francesa, los bombardeos de Guernica, de Madrid o de Barcelona? ¿O el puente aéreo que montaron los países del Eje para traer a la península a los africanistas? ¿Cómo los libertarios, los pacifistas y los demócratas españoles de 1930 podrían saber que sus deseos de libertad y de democracia servirían de pretexto a los halcones de todo el mundo para ensayar las armas que habían estado preparando en secreto durante generaciones? ¿Que se convertirían en la presa favorita de todas esas fuerzas del “lado oscuro” que, en silencio, venían trabajando para aplastar la reivindicaciones de los pueblos de todo el mundo, que no paraban de crecer desde la época de las guerras napoleónicas?

Si en la Ilíada vemos como en la Guerra de Troya, peleada por humanos, se implicaron los dioses para resolver sus disputas celestiales, usando a los hombres como peones de brega, en la Guerra Civil española vemos a los españoles matándose entre sí, convertidos en un tablero de ajedrez donde los militaristas del mundo probaron sus nuevos tanques, sus aviones, sus estrategias de comunicación, sus nuevas tácticas de guerra recién inventadas (bombardeos masivos sobre la población civil, campos de concentración, batallas aéreas, etc.), sin piedad alguna. Fue una guerra en la que murieron muchos más civiles que militares, a pesar de sus sangrientas batallas en las que perecieron decenas de miles de soldados defendiendo cada palmo de terreno. Se me vienen a la mente algunas estrofas de una de las muchas canciones de esta guerra:

“Adiós Gandesa maldita,

matadero de españoles,

que tienen sus cementerios

en todas las posiciones”

 

El “fracaso” del golpe de estado

La causa inmediata de la guerra fue el “fracaso” de un golpe de estado que debía tener lugar el 18 de julio de 1936 y que se encontró con la respuesta de un pueblo decidido a defender la democracia frente a los fusiles. Las grandes ciudades del país pararon el alzamiento, que se barruntaba desde hacía tiempo.

Pero había una España conservadora, rural, clerical, que venía resistiendo desde hacía siglos el avance de las fuerzas contemporáneas… con las armas en la mano, como hemos venido viendo en los últimos artículos y, también, un hipertrofiado ejército colonial al otro lado del Estrecho, en el norte de Marruecos, los africanistas. Un ejército que una década antes había aplastado a las cabilas rifeñas en su guerra de independencia contra la España de Alfonso XIII. La Guerra de África se había cobrado la vida de decenas de miles de soldados españoles y de muchos más marroquíes de toda condición, como ya vimos, y había forjado una generación de militares implacables, supervivientes de mil batallas, que habían sufrido una fuerte selección natural de tipo darwiniano. Individuos expeditivos, a los que no les “temblaba el pulso” y que carecían de la empatía y del respeto a las instituciones que se espera del ejército de un país democrático. En Marruecos habían surgido las fuerzas de choque del ejército español de la primera mitad del siglo XX: la legión y los regulares. La primera formada por miles de voluntarios, tanto españoles como extranjeros, a los que con frecuencia se les blanqueaba la biografía, olvidando procesos penales pendientes con tal de que se incorporaran a la unidad más peligrosa que había en el ejército español. La punta de lanza de sus fuerzas ofensivas.

Los regulares eran el ejército colonial propiamente dicho. Soldados marroquíes mandados por oficiales españoles, encargados de mantener el orden en el protectorado, y que habían dado muestras sobradas de su lealtad al orden establecido en la Guerra del Rif, que acabó en 1926.

 

Los africanistas como punta de lanza

El acuerdo al que los conspiradores habían llegado establecía que el golpe de estado debía tener lugar el 18 de julio, como dijimos más arriba, pero que el 17 se levantarían las fuerzas coloniales en el protectorado de Marruecos. Con este movimiento darían una señal al resto de sublevados. Al frente de las tropas africanas se pondría Francisco Franco, General de la División Orgánica de Canarias. Era vital, por tanto, que Franco se desplazara desde la sede de su división, en Santa Cruz de Tenerife, hasta la ciudad de Tetuán, capital del protectorado, a 1.300 kilómetros de distancia en línea recta, con un mar de por medio y, además, el Marruecos francés. Todo ello sin que lo detectara el gobierno republicano, que tenía ya fundadas sospechas de lo que podía estar tramándose. Hacía falta dinero y ayuda internacional para llevar a cabo esta operación encubierta de manera cronometrada con los sublevados y que no alertara a las autoridades.

Para hacer esto posible, un avión privado inglés, el Dragon Rapide, alquilado por un periodista que obedecía órdenes de Juan Ignacio Luca de Tena, propietario del diario ABC y, también, del Duque de Alba, con dinero de Juan March, el hombre más rico de la España de entonces, salió de Inglaterra el 11 de julio, recogió a Franco en Gando (Gran Canaria) el 18, alcanzando Tetuán el 19, tras hacer escala en Agadir y Casablanca (Marruecos francés). Esta operación ya nos puede poner sobre aviso de la infraestructura que había por detrás.

“La sublevación comenzó según lo previsto en Marruecos. El levantamiento militar se adelantó allí y triunfó sin mayores problemas que sí se hicieron presentes cuando al fallar globalmente el plan, el paso de las fuerzas de África a la península se convirtió en vital. El día 17 a las cinco de la tarde se declaró en rebelión la guarnición de Melilla. La circunscripción militar de la ciudad era mandada por el General Romerales, fiel a la República, que fue detenido. El ejército estacionado en Marruecos estaba mandado por el general Gómez Morato, mientras que el Alto Comisario en el Protectorado marroquí era Arturo Alvarez-Buylla. Ambos fueron detenidos también por los sublevados. Ceuta y Tetuán fueron también prontamente controladas y el día 18 todo el Protectorado se encontraba en manos de los conjurados.

El resultado fulminante de la rebelión en Marruecos correspondió con una situación en la Península mucho menos halagüeña. La lucha en Madrid se produjo desde el día 18. La jefatura del alzamiento la ostentaba el General Fanjul. En Madrid se produjo un desbordamiento popular bajo la consigna de la entrega de armas al pueblo. Esa entrega se hizo, pero las armas carecían de una pieza esencial, los cerrojos de los fusiles, cuya consecución llevó a la lucha en el Cuartel de la Montaña el día 21, primer episodio que costó un elevado número de víctimas. La lucha se reprodujo en otros distintos sitios como Getafe y los cuarteles de Pacífico, donde era muerto el general García de la Herrán que intentaba sublevarse. La República pudo controlar la sublevación en Madrid y detener al principal cabecilla, el General Fanjul.

Desde Madrid salieron fuerzas que fueron a controlar Alcalá de Henares, mandada por el coronel Puigdengola, el día 20, otra que fue a Toledo con el general Riquelme, y que no pudo evitar que el Director de la Academia de Infantería, coronel Moscardó, se encerrarse en El Alcázar el día 22 dispuesto a resistir. Otras fuerzas partieron para Valencia y Albacete, estas últimas puestas al mando del general Miaja. Pero el problema militar de Madrid desde el mismo día 20 sería la defensa frente al ataque que venía desde el norte por el Sistema Central.

El control de Barcelona había sido encargado por los conspiradores al general Goded, que debía desplazarse desde Mallorca. Los primeros movimientos reales de tropas sublevadas se produjeron el domingo 19. Unidades militares sublevadas hubieron de enfrentarse a la Guardia Civil y otras fuerzas de policía que permanecieron leales. La lucha en Barcelona fue más intensa que en Madrid y, en algún momento, más indecisa. El papel aquí de la resistencia obrera, en la ciudad con mayor contingente de obreros industriales de España, protagonizada por los anarcosindicalistas, fue considerable aunque seguramente menor de lo que se ha dicho. Cuando el general Goded llegó en hidroavión desde Mallorca fue detenido y obligado a emitir un comunicado pidiendo la deposición de las armas a los que se habían comprometido con él. La forma en que la sublevación fue derrotada tuvo como consecuencia el fortalecimiento de la presencia obrera en futuros órganos de decisión.

Un núcleo fundamental de la rebelión lo constituía Pamplona porque allí estaba Mola director efectivo de todo el aparato conspirador. En Navarra el momento álgido de la sublevación se retrasó hasta el domingo 19 en que se produjo la gran concentración de fuerzas carlistas, los requetés, en la Plaza del Castillo de Pamplona. En toda Navarra la rebelión triunfó con muy poco esfuerzo teniendo como elemento esencial la colaboración al alzamiento de los efectivos milicianos del carlismo cuyo apoyo había gestionado Mola desde el principio. Las columnas empezaron a salir al día siguiente y desde allí se pacificó la Ribera navarra y La Rioja. En Álava triunfó también de inmediato la sublevación. En Burgos se detuvo al jefe de la División Orgánica, general Batet, y se constituyó el cuartel general de Mola.

El caso de Sevilla y de Andalucía en general fue peculiar. […] La audacia de Queipo de Llano […] hizo que el general, con muy pocos hombres, se apoderara casi sin lucha del centro de la ciudad de Sevilla y que después con el auxilio de las fuerzas de África llegadas por el aire batiera a los obreros en barrios populares como Triana. La represión fue intensa.”[1]

Se ha hablado mucho acerca del fracaso de la sublevación que condujo a la Guerra Civil por parte de autores de todas las tendencias ideológicas. Yo tengo algunas dudas al respecto. Estoy convencido de que la trama se dio a varios niveles y de que de la victoria del golpe sólo estaban convencidos los menos implicados en ella. Estoy seguro de que tanto Mola como Franco sabían que era altamente probable que la intentona degeneraría en guerra civil pero, una vez sublevados, al resto de sus socios ya no les quedaría más opción que seguir adelante (haberlos avisado antes de los riesgos que corrían habría desmovilizado a muchos) y entonces llegaría el momento de los estrategas militares, es decir de los corredores de fondo que habían participado en mil batallas y sabían que un golpe incruento no podría justificar la sangrienta represión ulterior que ellos necesitaban para acabar con la generación más militante, desde el punto de vista político, de toda la Historia de España

Una cosa es lo que pasó y otra, muy diferente, lo que se contó después. Así es la historia. Así ha sido siempre. Es un lugar común decir que la historia la cuentan los vencedores y, en consecuencia, resaltan las facetas que les conviene de la misma y ocultan las que no les ayudan a conseguir sus objetivos políticos. Por tanto la combinación entre Historia y Propaganda siempre ha sido intensa, en especial en episodios tan crueles y desgarradores como la Guerra Civil española. Es obvio que la responsabilidad por la sangre derramada quema, y hay que conseguir trasladarla hacia el adversario político en la Guerra de narrativas que se viene librando desde entonces.

Por eso hace ya nueve años que vengo intentando escribir la Historia desde el análisis de la lógica interna de sus procesos, marcando con frecuencia las distancias con las versiones oficiales derivadas de los documentos que los historiadores manejan y que han podido sufrir manipulaciones o interpretaciones interesadas. Si observamos la Historia a vista de pájaro y nos fijamos en sus líneas maestras descubrimos que, a veces, hay contradicciones flagrantes entre la lógica del proceso y los documentos que han llegado hasta nosotros acerca de él.

Desde la primera reunión que los conspiradores tuvieron, el 8 de marzo de 1936 en Madrid, estuvo claro que el golpe de estado sería liderado por el General Sanjurjo. Sin embargo, el “Director” (nombre en clave que utilizó desde el principio el general Mola en todos los documentos que fueron circulando entre ellos) no era, obviamente, Sanjurjo, un jubilado exiliado en Estoril desde que pudo abandonar España tras el fracaso de su intentona de 1932. Franco mantuvo las distancias con ese grupo hasta los últimos días, a pesar de que todos daban por hecho que participaría en el alzamiento. Y una vez empezada la Guerra se vio desde el primer momento que era el que tenía mejores contactos con las potencias del Eje.

Había por tanto unos dirigentes oficiales, que servían de pantalla y de referencia a la “masa” de los conspiradores, y unos dirigentes reales, diferentes, que eran los que de verdad estaban preparando el levantamiento.

En una conspiración con tantos implicados y con un “tempo” de despliegue de -al menos- cuatro meses, la probabilidad de que las autoridades descubrieran la trama era muy alta, por eso Franco (que había sido el Jefe del Estado Mayor hasta febrero y que, en consecuencia, debía ser el militar más vigilado. De hecho era el que el gobierno republicano había mandado más lejos) se mantuvo en un segundo plano hasta pocos días antes del alzamiento.

Es lógico pensar que “El Director” mantendría una línea de comunicación segura durante todo ese tiempo con el hombre que debía traer a la Península a las fuerzas de choque del Ejército de Marruecos, que era el único sector de las fuerzas armadas que tenía verdadera experiencia de combate. El importante papel reservado a los africanistas en el levantamiento apuntaba ya una presunción implícita: el golpe podía fracasar… Y si la guerra se generalizaba, las fuerzas de África serían determinantes en el desarrollo de los acontecimientos.

Franco era, pues, el as que los conspiradores guardaban en la manga por si fallaba el plan A (algo bastante probable). Y ya que esto era así, el General actuó en consecuencia, preparando concienzudamente su plan B. El desarrollo ulterior de los acontecimientos, la llegada inmediata de aviones de guerra alemanes e italianos al protectorado de Marruecos y el bien planificado golpe de mano de Queipo de Llano en Sevilla que, obviamente, debió contar desde el principio con asesoramiento en materia de estrategia y de propaganda, que debía asegurar una cabeza de playa receptora de las fuerzas africanas que, en su ausencia, no habrían tenido donde aterrizar. Todo esto apunta a una colaboración con los países del Eje muy anterior al 18 de Julio, llevada por hombres de la confianza de Franco. También es lógico pensar en la posible presencia de expertos alemanes y/o italianos sobre el terreno para preparar el escenario de la sublevación en Canarias, en Marruecos y en Sevilla. Cualquier posible prueba que sirviera para demostrar esta vinculación previa al levantamiento debía ser cuidadosamente eliminada con posterioridad, porque podría ser utilizada por el adversario como argumento para deslegitimar moralmente al mismo. Cuanto más espontáneo y más local pareciera, mayor legitimidad implícita tendría. La colaboración de dirigentes políticos españoles con fuerzas extranjeras para aplastar a otros españoles ha tenido históricamente muy mala prensa en nuestro país, como Napoleón pudo personalmente comprobar.

Y luego está Mola, que se mantuvo también en un plano todo lo discreto que podía, dado que era el verdadero cerebro de la trama. Su estrategia… ¡de guerra! estaba ya muy clara el 25 de abril, cómo podemos leer en su instrucción reservada nº 1:

“Base 1ª. La conquista del poder ha de efectuarse aprovechando el primer momento favorable y a ella han de contribuir las fuerzas armadas conjuntamente con las aportaciones que en hombres y elementos de todas clases faciliten los grupos políticos, sociedades de individuos aislados que no pertenezcan a partidos, sectas y sindicatos que reciben inspiraciones del extranjero: socialistas, masones, anarquistas, comunistas, etc…

Base 5ª… Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego, serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al movimiento, aplicándose castigos ejemplares a dichos individuos para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas.”[2]

El 19 de julio, con el alzamiento ya en marcha, escribirá:

“Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar una gran impresión, todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado.”

General Mola: Instrucción Reservada[3]

Es obvio que Mola (El Director) no estaba pensando en un golpe de estado incruento precisamente.

La “oportuna” muerte de Sanjurjo en un accidente aéreo el 20 de julio, cuando intentaba despegar desde Estoril (Portugal), para asumir la jefatura de la sublevación, eliminó de la escena a un actor que podría haber introducido distorsiones en la estrategia de guerra de Mola y de Franco. Sanjurjo era de otra generación y todavía pensaba en términos de golpes de estado a la antigua usanza. Si hubiera liderado el bando nacional en los primeros meses de la guerra los acontecimientos se habrían desarrollado, con toda probabilidad, de otra manera.

La estrategia de Mola y de Franco, en cambio, sintonizaba mucho mejor con la de las fuerzas del Eje, cuya implicación en el alzamiento es evidente desde el primer momento. Ellos no eran “fascistas” en sentido estricto, sino militares reaccionarios. En los países fascistas del periodo de entreguerras el Ejército siempre estuvo a las órdenes del Partido. En España fue al revés, el Partido (La Falange) se puso las órdenes del Ejército. Pero para Hitler y Mussolini, en ese momento, eso era un detalle menor. Ambos generales (Franco sobre todo) eran los interlocutores más fiables con los que podían contar. Los dos tenían una biografía africanista y experiencia de guerra, pero el currículum de Franco era mucho más contundente que el de Mola, entre otras razones porque era mucho más flemático que éste y había sido capaz de mantener la calma en momentos de confusión, lo que le había evitado participar en proyectos imprudentes, como el de Sanjurjo de 1932. De esta manera pudo mantenerse en la estructura de mando del ejército de manera ininterrumpida (No había ninguna prueba que lo inculpara en ninguna intentona golpista previa. Azaña y los suyos tan sólo sospechaban de él). Lo dicho, ganaron los corredores de fondo.

 

Los primeros meses de gobierno del Frente Popular

“No hemos venido a presidir una guerra civil sino justamente a impedirla”[4], dijo Manuel Azaña el 15 de abril de 1936. Es obvio que los dirigentes republicanos eran plenamente conscientes del peligro que corrían desde el primer día de gobierno del Frente Popular. De hecho, como vimos en el artículo anterior, la toma de posesión de ese gobierno se adelantó y obvió algunos trámites previos, de común acuerdo con el gobierno saliente, para impedir el golpe de estado que sabían que se estaba gestando. Franco fue destituido como Jefe del Estado Mayor dos o tres semanas antes de lo que esperaba si la máquina del estado hubiera seguido su curso normal, y reemplazado por un general de la confianza de los republicanos. Esto abortó un golpe de estado en ciernes, ya que no le dieron tiempo a los militares a organizarse. De hecho Portela Valladares, el Presidente del gobierno saliente, anuló órdenes que Franco había dado a los generales de las divisiones orgánicas horas antes de la transmisión del poder a Azaña. Así de crítica era la situación.

La coalición Frente Popular la componían Izquierda Republicana, Unión Republicana, PSOE, UGT, Juventudes Socialistas, Partido Comunista, Partido Sindicalista y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), pero el acuerdo al que todas estas fuerzas habían llegado era que en el gobierno que se formara tras las elecciones sólo habría ministros de los dos partidos específicamente republicanos que había en ella (Izquierda Republicana, el partido de Manuel Azaña, y Unión Republicana, el de Diego Martínez Barrio), precisamente para dejar sin argumentos a los catastrofistas de la derecha que venían advirtiendo desde hacía años de la amenaza de una “revolución bolchevique”. Socialistas, comunistas y libertarios se mantuvieron fuera del ejecutivo, en un ejercicio de autocontención política que reflejaba con nitidez la clara consciencia que todos tenían de los peligros que había en el horizonte inmediato.

Todos eran conscientes de la peligrosísima coyuntura política en la que estaban viviendo, tanto en España como en Europa. Y el programa de gobierno del Frente Popular era congruente con ella. Era un programa socialdemócrata, que buscaba consolidar las conquistas sociales llevadas ya a cabo durante el Bienio Reformista.

 

Dos visiones del mundo antagónicas e incompatibles

Que los dirigentes del Frente Popular fueran conscientes de las amenazas que se cernían sobre la democracia española no significa que lo fueran todos los militantes de sus partidos respectivos ni, mucho menos, sus votantes. La España del primer tercio del siglo XX era una bomba de relojería a punto de estallar. Los republicanos habían heredado un país profundamente injusto y con una miríada de problemas pendientes de resolución que requerían mucha dedicación, tiempo y recursos para poder resolverlos, y la impaciencia que sus bases sociales sentían ante las evidentes amenazas latentes, que se habían manifestado de forma dramática durante el Bienio Negro, realimentaba el discurso del odio entre las “dos Españas” de las que habló Machado. Evitar el enfrentamiento armado era tarea poco menos que imposible. Las rápidas decisiones tomadas por los gobiernos de la República durante los meses de febrero y marzo sólo sirvieron para aplazar lo inevitable.

Los dos bandos que se enfrentaron en la Guerra Civil partían de concepciones del mundo mutuamente incompatibles y antagónicas. Los residuos sociales del Antiguo Régimen recibieron, en todo el mundo, durante la primera mitad del siglo XX, una inyección de fuerza, una bocanada de oxígeno, de la mano de las ideologías totalitarias de derechas del periodo de entreguerras. La fusión ordenada desde la cúpula dirigente del gobierno “nacional” de los falangistas (el partido fascista español oficial) con los requetés (los viejos absolutistas del siglo XIX) sintetiza con bastante claridad el espíritu de la época, en un partido llamado “Falange Española Tradicionalista y de las JONS”… Todo un engendro, que caracteriza muy bien el contradictorio modelo político subyacente.

En las monedas que los franquistas acuñaron después de la Guerra aparece la efigie del dictador, con la leyenda: “Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios”. Es decir, que según su concepción del mundo, Dios había provocado esta guerra para hacer posible la construcción de un nuevo país, libre ya de la contaminación de las fuerzas que lo habían corrompido. Las que sus ideologías beben en las fuentes de las revoluciones contemporáneas.

Eso de gobernar “por la gracia de Dios” viene de muy atrás. Es una terminología del Antiguo Régimen usada durante la Edad Moderna por los reyes absolutos que descansa, filosóficamente, sobre el pacto medieval de los dos poderes universales (Papado e Imperio), que en su día recreaba el que el emperador Constantino estableció con la Iglesia en el siglo IV.

Si Dios está detrás del que manda, éste no es responsable de lo que pasa, pues él sólo es el brazo ejecutor del destino y puede permitirse el lujo de ir dando lecciones de moral a diestro y siniestro del tipo “ya lo habíamos advertido”. Los fusilamientos de civiles por razones ideológicas están, para ellos, plenamente justificados. Y, encima, la Iglesia los respalda; hasta el punto de llegar a usar la expresión “cruzada” para referirse a ese genocidio ordenado desde el poder, como hemos podido comprobar a través de las instrucciones reservadas a las que hemos hecho referencia.

Los gobiernos de la Segunda República son los primeros de toda la Historia de España plenamente democráticos, ya que el sufragio universal de Sagasta de 1890 no era completo (sólo masculino) y venía mediatizado, además, por una legislación electoral que permitía todo tipo de manipulaciones partidarias. Los políticos, en una democracia, no son brazos ejecutores del destino sino de la voluntad popular, expresada de manera objetiva a través de las urnas, un mandato mucho más explícito y menos interpretable que la “Voluntad de Dios”. Como todo el que en el que ha vivido en un sistema democrático sabe, la voluntad popular no es monolítica, y refleja las contradicciones que todas las sociedades llevan dentro, con sus tensiones internas, sus grupos de presión…

Las tensiones sociales eran tremendas en la España de los años 30 y los grupos de presión poderosísimos. Frenar los brotes de violencia de carácter político en una sociedad en la que hay grupos paramilitares de ideologías enfrentadas actuando era una tarea ardua. Cada nuevo asesinato volvía a realimentar la espiral de la violencia y justificaba otros como respuesta. Y el sistema judicial que la República había heredado, que era el que tenía para pararle los pies, era… El de la España de siempre, que aún seguimos sufriendo. Estamos pues ante la tormenta perfecta para desatar una guerra. Los “nacionales” han presentado con frecuencia el asesinato del diputado José Calvo Sotelo, ocurrido el 13 de julio de 1936, como detonante del levantamiento, lo que es, obviamente, un insulto a la inteligencia. Ya hemos visto las instrucciones de Mola del 25 de abril, y como el avión Dragon Rapide, que debía llevar a Franco desde Canarias hasta Tetuán, salió de Londres… ¡El 11 de julio!

Hay una gran diferencia, como numerosos autores han señalado, entre la violencia que se da en la retaguardia de los dos bandos enfrentados una vez desencadenada la Guerra. Las ejecuciones que se dan en el bando republicano siempre son ilegales, violan la legislación vigente, se producen al margen de las instituciones de la República y desobedeciendo las órdenes recibidas. El caos que reinaba en muchos lugares de la España republicana permitió a multitud de grupos usurpar funciones que no les correspondían y tomarse la justicia por su mano. En el bando nacional, en cambio, responde a directrices recibidas desde la cúpula dirigente del Estado, y es legitimada desde el poder antes o después de haberse consumado. Sin embargo multitud de autores que han seguido la narrativa del franquismo se han dedicado a equiparar ambas violencia para justificar el Alzamiento… ¡a posteriori! Confundiendo, de forma interesada, las causas con los efectos.

El programa político del Frente Popular, como hemos visto, era socialdemócrata y buscaba consolidar las conquistas sociales conseguidas en el periodo 1931-1933. Socialistas, comunistas y libertarios se mantuvieron fuera del ejecutivo para que nadie tuviera dudas al respecto. Pero la situación cambió de manera radical a partir del 18 de julio, entre otras razones porque las fuerzas obreras resultaron determinantes en el fracaso de la sublevación tanto en Madrid como en Barcelona y fueron las únicas que plantaron cara a los golpistas en otros lugares, como por ejemplo en Sevilla. De esta manera se ganaron, de facto, el derecho a intervenir en los procesos de toma de decisiones.

Los partidos de izquierdas y los sindicatos adquieren un protagonismo formidable en un momento en el que el aparato del estado es incapaz de desempeñar sus funciones, con frecuencia por la deserción de muchos de sus dirigentes. Por ejemplo, buena parte de la oficialidad de la marina republicana se decanta del lado de los sublevados, pero son neutralizados a tiempo por los pocos oficiales leales a la República y la marinería. El efecto que esto produce es que la capacidad estratégica y táctica de las unidades militares se degrada bastante, ya que buena parte de los nuevos oficiales proceden de la suboficialidad y de la tropa, que acaba de ascender por méritos de guerra. Además, partidos y sindicatos suplen como pueden la ausencia de tropas regulares con miles de voluntarios que, obviamente, carecen de la formación específica y la disciplina que poseen los militares. Esto se traduce de forma inmediata en una desorganización creciente de las fuerzas que se mantienen leales a la República.

Hemos de subrayar que en 1936 las únicas unidades del ejército que de verdad tienen experiencia de combate son los africanistas, y que éstos se habían decantado todos por el bando sublevado. La gran mayoría de esa tropa, además, era extranjera, aunque sus oficiales no lo fueran, y no se sentía afectivamente ligada con el pueblo al que se le ordenaba combatir. Hay autores que se limitan a comparar las cifras de soldados que quedaron en ambos bandos a partir del 18 de julio, obviando estos “pequeños detalles”, lo que no ayuda demasiado a entender lo que estaba pasando realmente sobre el terreno.

Los libertarios, como hemos visto en el artículo anterior, se habían escindido internamente en dos alas: los sindicalistas, que habían entrado en la coalición del Frente Popular y que, en consecuencia, respaldaban al gobierno de la República, y los que siguen las directrices de la FAI, que no lo habían hecho y no se sienten corresponsables con la defensa de la misma. Una vez estallada la Guerra consideran que ha llegado el momento de hacer la revolución, realimentando así el discurso de los sublevados que ven legitimadas de esta manera sus “profecías”… a posteriori, como ya dijimos.

“Fue el levantamiento militar el que creó las condiciones para que determinadas pretensiones de cambio revolucionario pudieran encontrar la ocasión de su puesta en marcha. Los rasgos esenciales de esa situación se manifestaron desde los primeros momentos en que se produjeron levantamientos de guarniciones militares y tuvieron su desarrollo más acusado allí donde el alzamiento fue aplastado, antes que en los sitios donde no lo hubo. La revolución fue así una respuesta a la sublevación. En forma alguna ocurrió lo contrario, como pretendieron siempre los sublevados y el régimen posterior.”[5]

En resumen, tenemos a un bando que actúa “en nombre de Dios” o que se siente el brazo del destino, que opera sin restricciones morales, ya que su guerra es una “cruzada” y sus enemigos no son españoles sino infieles que han desertado de las creencias que marcan la tradición católica. Un bando que tiene unidad de mando, disciplina militar y resuelve de forma expeditiva sus contradicciones internas, en el que el brazo ejecutivo está por encima de una legislación que no reconoce y, por el otro lado a unos políticos que deben defender la legitimidad institucional emanada de las urnas y la legalidad vigente, con la división de poderes clásica de cualquier país democrático, absolutamente desbordados ante la deserción de una parte importante de su ejército y de muchos funcionarios, que es apuntalado por decenas de miles de voluntarios que van creando sobre la marcha unidades paramilitares que cubren los huecos dejados por las unidades sublevadas del ejército y que tienen un proceso de toma de decisiones que, con frecuencia, no es jerárquico, como se espera de una formación castrense, sino asambleario, ya que estas unidades han sido creadas por sindicalistas o por militantes de partidos de izquierdas, muchos de ellos de ideología libertaria, es decir, reacios a asumir cualquier decisión que no compartan.

No hay posibilidad de entendimiento pues entre dos polos filosóficos antagónicos que discrepan en asuntos tan básicos como cuál es la fuente de la legitimidad última que debe regir la convivencia entre los seres humanos. El tema se supone que debería estar claro cuando lo analizamos desde la perspectiva del siglo XXI. Pero, sin embargo, el hecho de que todavía haya autores utilizando argumentos, para justificar el Alzamiento, venidos directamente del Antiguo Régimen, nos puede dar una idea de la vigencia de actitudes que muchos suponían ya claramente superadas. La Democracia sigue siendo cuestionada en términos filosóficos por poderosos grupos de presión, de manera implícita al menos, que están lanzando mensajes subliminales continuamente a través de los medios de difusión de masas y que buscan, en última instancia, provocar un proceso de descomposición social que nos devuelva a modelos de organización neoseñoriales o, incluso, neofeudales. Sólo tenemos que mirar a países de la periferia del Sistema, como Líbano, Siria, Libia, Irán, Afganistán, Somalia… para saber de qué estamos hablando. Y en todo caso, si no se consigue la acusada vuelta atrás que se ha producido en los países que hemos citado, al menos, pueden intentar impedir que el Estado fiscalice demasiado las actividades de determinados grupos de poder, permitiendo privatizar, por ejemplo, áreas enteras de gestión que en un estado del bienestar están controladas por sus instituciones. Se intenta impedir, en definitiva, que éstas desempeñen su papel redistribuidor, que debe amortiguar los desequilibrios sociales y territoriales. Como vemos, el problema de fondo sigue siendo el mismo aunque las circunstancias hayan cambiado. Por eso el debate mantiene aún, plenamente, su vigencia.

 

El Alzamiento

Hemos visto cómo el Alzamiento fracasó en la mayoría de las grandes ciudades (Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao…) Pero triunfó en el Protectorado de Marruecos (donde estaban las unidades del ejército con verdadera experiencia de combate), en Canarias (la División Orgánica que mandaba Franco), Andalucía Occidental (la zona más estratégica desde el punto de vista militar, porque controlaba el Estrecho y, por tanto, debía garantizar el paso de los africanistas a la península), Mallorca (controlada por Goded, otro de los puntales del alzamiento y el lugar de España más cercano a la Italia fascista), Navarra (el núcleo duro del carlismo y el lugar desde donde actuaba Mola, “El Director”), la Submeseta Norte y Galicia (los lugares tradicionalmente más conservadores de toda España), así como Álava y la mayor parte de Aragón (que poseen también una gran tradición carlista). Quedan en el bando republicano Cataluña, Levante, la Submeseta Sur, Andalucía Oriental y la Cornisa Cantábrica.

Los nacionales tienen dos áreas, sin contigüidad geográfica entre ellas: El Norte, dirigido por Mola y el Sur dirigido por Franco. Y a los republicanos también les pasa lo mismo: el Sur republicano, que va desde Extremadura hasta la frontera francesa catalana y el Norte, aislado en la Cornisa Cantábrica.

De los poco más de 200.000 hombres que tenía el ejército regular español en julio de 1936, 120.000 quedaron en la zona sublevada (47.000 de ellos eran el Ejército de África), y 90.000 en la republicana. Esto nos puede dar una idea del alcance de la sublevación. No obstante, las zonas más densamente pobladas del país estaban en la republicana, que contenía a las dos terceras partes de sus habitantes.


La sublevación. Mapa de Víctor Hurtado

La primera tarea de los republicanos, una vez estallada la guerra, era sofocar los focos rebeldes en la zona que ellos controlaban, defender Madrid, que fue atacada desde el principio desde las sierras del noroeste de la capital, y organizarse mínimamente, ya que habían perdido el control de más de medio ejército que, o bien había quedado en zona enemiga o se encontraba entre los sublevados que había en la republicana; encuadrar y estructurar las fuerzas no militares que se habían unido a la lucha desde los primeros momentos y resolver la multitud de contradicciones internas, de carácter político, que podemos imaginar en una coalición tan heterogénea en la que, además, la mayor parte de los partidos que la componían se encontraban fuera del ejecutivo, paradójicamente los que estaban creando nuevas fuerzas de voluntarios en ese momento para defender la República.

El gobierno del Frente Popular al que sorprendió el alzamiento, no había sido elegido para dirigir una guerra sino justamente para evitarla. Su fracaso, en este sentido, era evidente. Estaba compuesto por militantes de los dos partidos de centro, civiles carentes de experiencia militar.

Hay muchos autores que acusan al presidente del gobierno en funciones el 18 de julio, Santiago Casares Quiroga, de haber desoído las informaciones reservadas que le fueron llegando en los días previos al Alzamiento, en especial por parte de Indalecio Prieto, que es considerado como probablemente el mejor informado de todos los políticos del Frente Popular en ese momento histórico y que se vieron fatalmente confirmados por la evolución de los acontecimientos. Sus indecisiones en esa coyuntura crucial permitieron a los sublevados, que se movieron con rapidez, consolidar sus posiciones en cuestión de horas. Dimitió esa misma noche, y fue reemplazado por Diego Martínez Barrio… durante un día… el 19 de julio en el que, según las fuentes nacionales (aunque él siempre lo negó), usó para intentar llegar a un acuerdo con los sublevados y para, al menos (eso sí está confirmado), implicar a la CEDA en la defensa de la legalidad republicana. Ambos presidentes (Casares Quiroga y Martínez Barrio) se negaron a dar armas al pueblo, lo que facilitó el avance de los nacionales durante esos dos días fatídicos. Barrio dimitió 24 horas después de haber sido nombrado y será sustituido por José Giral, ideológicamente tan moderado como los dos anteriores, pero que contaba con el apoyo explícito, aunque externo, del PSOE, la primera fuerza política del país y que ordenó inmediatamente repartir armas a las organizaciones políticas y sindicales leales a la República. La guerra se extendió por todo el país… pero la Izquierda, que ya estaba combatiendo en las calles con los fusiles que el ejército leal estaba repartiendo, seguía fuera del gobierno.

 

La guerra se hace internacional

El 20 de julio aterrizan en Nador (Protectorado de Marruecos) nueve aviones Savoia, enviados a Franco por Benito Mussolini. El 25 de julio Alemania acuerda enviarle también aviones, para lo que se crea una sociedad instrumental (HISMA) que debía evitar implicar, de manera formal, a su gobierno en esa operación.

El 20 de julio el presidente francés, Léon Blum, se comprometió a ayudar militarmente a la República, pero se echó atrás el 25. El mismo día que los alemanes dieron el paso al frente para apoyar a los nacionales. Todo un símbolo.

Pronto aparecerá en la zona nacional la Legión Cóndor alemana (una fuerza mayoritariamente aérea, que llegó a contar con 16.000 hombres, 6.500 de ellos de infantería, y 600 aviones) y el Corpo di Truppe Volontarie italiano (entre 40.000 y 50.000 hombres, según el momento) a los que hay que sumar los voluntarios portugueses (los Viriatos, 12.000 hombres según Antony Beevor[6]) e irlandeses (La legión de San Patricio). Ambos colectivos fueron integrados en La Legión.

“En el caso gubernamental los combatientes extranjeros tuvieron una organización general que dio lugar a las brigadas internacionales (por las que pasaría también un total aproximado de 40.000 hombres), aunque antes de su formación ya había combatientes extranjeros, italianos sobre todo, en el frente de Aragón y los habría luego británicos o alemanes. El material de guerra que la República recibió fue esencialmente ruso, con algunas pequeñas partidas francesas, de artillería o aviones, y fusiles y munición mexicanos.”[7]

A lo largo de la guerra los nacionales recibirán 600 aviones, 111 carros de combate y 737 cañones de los alemanes y 759, 150 y 1.000 de cada uno de ellos de origen italiano[8]. Los suministros rusos a la República, según Viñas o Cardona, fueron 648 aviones, 347 carros de combate y 1.186 piezas de artillería, más 60 blindados y casi 500.000 fusiles.

“Es de todas formas un hecho evidente la superioridad aérea de los sublevados en escenarios y acciones fundamentales, como la guerra en el Norte o la batalla del Ebro, y su mayor eficacia artillera, lo que hace pensar en el distinto uso que se hizo de estas armas y en la efectividad de su distribución, cosas sobre las que ha llamado la atención Alpert. En su conjunto, las aviaciones alemana e italiana fueron mucho más eficaces que la rusa. El contingente de asesores soviéticos seguramente no podía ser equiparado a los técnicos alemanes de la Legión Cóndor.”[9]

 

La Estrategia de Franco

La primera tarea de Franco, en el Frente Sur, fue consolidar la “cabeza de playa” de Andalucía Occidental, transportando masivamente, fundamentalmente por aire a través del puente aéreo del que ya hemos hablado, a las fuerzas africanas.

Las instrucciones de Mola eran conquistar Madrid lo antes posible, avanzando directamente hacia allí desde todos los frentes, para ganar la Guerra pronto. La estrategia de Franco, en cambio, no era la misma, cómo se fue viendo conforme ésta fue avanzando. Franco, que había formado parte del núcleo duro que dirigió la Guerra de África, sabía que una guerra larga permitiría ir eliminando uno a uno los focos enemigos de manera lenta e inexorable y que, también, le permitiría deshacerse de los “corredores de velocidad” de su propio bando. Tenía un temperamento flemático, mucho más frío y planificador que todos los que se movían a su alrededor. Tras una guerra larga se terminaría imponiendo la lógica militar, y las fuerzas políticas republicanas necesitarían después varias generaciones para poder volver al punto de partida.

Hitler no compartía esa estrategia, y Mussolini menos aún. Pero conforme los alemanes lo fueron viendo actuar comprobarían algunas ventajas que ésta presentaba para ellos a medio plazo, ya que les brindaba un campo de pruebas para sus nuevas armas y para sus tácticas de guerra, que después sería precioso en la Segunda Guerra Mundial.

La guerra larga permitiría a Franco no sólo imponerse entre sus compañeros de armas, sino que mostraría al resto del mundo, además, quien mandaba en España y, también, la extraordinaria complejidad estructural de uno de los países más montañosos de Europa, con una población fuertemente vinculada con este territorio. A eso me refería cuando dije que nuestro país es uno de los que tienen mayor profundidad estratégica de toda Europa.

Esa demostración práctica les haría pensarse bastante a todos (tanto a los del Eje como a los Aliados) la tentación de invadirla, como ocurrió a lo largo de los últimos años 30 y los primeros 40 con la mayoría de los del resto de Europa. Franco era un militar, que venía victorioso de la Guerra del Rif, un territorio tan abrupto como el español, y sus interlocutores extranjeros eran políticos que querían jugar a crear imperios en unos pocos años… ¡Como Napoleón! La experiencia española de Napoleón pesó bastante en las decisiones que las grandes potencias de esa coyuntura histórica fueron tomando con respecto a nuestro país a lo largo del periodo 1936-1947 (de hecho Hitler se refirió a ella varias veces), ya que el desarrollo de las operaciones militares sobre el terreno fue confirmando lo correosa que se puede volver una guerra cuando se libra en nuestro país y la población se implica en ella.

La prioridad número uno, para Franco, una vez consolidadas sus posiciones en Andalucía Occidental, fue la conquista de Extremadura, lo que le permitiría conectar con la zona norte del país, que estaba controlada por Mola. A eso se dedicó durante el mes de agosto. En esa campaña tendrá lugar la Masacre de Badajoz por parte de las tropas nacionales, verdadera carta de presentación del modus operandi de su ejército. Tuvo lugar durante los días 14 y 15 de agosto. Allí fueron fusiladas 3.800 personas[10], de una ciudad que tenía 41.000 habitantes (casi el 10% de su población). La orden la dio el teniente coronel Yagüe, que llegará a General durante la guerra y será nombrado, después de ella, Ministro del Aire. Según Justo Villa “La matanza fue un escarmiento a petición de los terratenientes y una señal al resto de las zonas republicanas”.

Los sucesos de Badajoz provocarán una oleada de indignación entre la población de Madrid. En paralelo, la propaganda de Mola a través de la radio hablando de la “Quinta Columna”, un grupo de personas que, supuestamente, estaban preparando clandestinamente un levantamiento en la ciudad, desató una psicosis que se terminaría traduciendo en fusilamientos de sospechosos sin control judicial de ningún tipo. Hay que tener en cuenta que buena parte de los defensores de Madrid eran voluntarios armados que se habían unido a la lucha empujados por la situación límite a la que se había llegado.

La conquista de Extremadura por parte del Ejército de África conectó a las dos zonas de los nacionales, lo que les dará una ventaja estratégica añadida a la superioridad militar con la que ya contaban. Por el camino se cruzó la operación del Alcázar de Toledo, que puso al descubierto las verdaderas intenciones de Franco.

En Toledo se habían sublevado el 21 de julio 800 guardias civiles, una decena de cadetes militares y unos 110 civiles, mandados por el Coronel Moscardó, con abundante munición puesto que contaban con las existencias de la fábrica de armas que había en esa ciudad. Pero rápidamente fueron rodeados y sitiados en el Alcázar de la misma, por parte de las fuerzas republicanas, fundamentalmente milicianos, así como algunos guardias de asalto. Allí resistieron durante dos meses. El valor estratégico de esa posición era nulo, pero los nacionales lo convirtieron en un símbolo. Las instrucciones que Franco tenía eran avanzar rápidamente hacia Madrid para conquistarla y poder liquidar el conflicto en unos pocos meses, olvidándose de Toledo. Pero cambió las prioridades, desvió al ejército que traía, que era la élite de los nacionales, para “liberar” la ciudad y explotar la operación desde el punto de vista propagandístico, sabiendo que eso permitiría a los republicanos preparar mientras tanto una línea de defensa en el suroeste de Madrid, a cambio de algo parecido a lo que hoy llamaríamos una “campaña electoral”. El 28 de septiembre hicieron los nacionales su entrada en Toledo. El 1 de octubre (3 días después) Franco será elegido Generalísimo de los Ejércitos. La operación de marketing de Toledo le dio todo el poder.

“Franco convirtió la liberación de Toledo en un valioso golpe de efecto internacional, llegando a recrearlo, recorriendo los escombros, para las cámaras de los noticiarios que se proyectaron en salas de cine de todo el mundo. Toledo es un lugar de enorme importancia simbólica y patriótica desde la Reconquista.”[11]

En una entrevista concedida a un periodista portugués dijo: “Cometimos un error militar y lo cometimos deliberadamente”[12]. Obvio: Error militar pero éxito político.

Durante los meses siguientes tuvieron lugar una serie de acontecimientos que seguirían poniendo de relieve las verdaderas intenciones del “Generalísimo”. En noviembre empezaron los bombardeos sobre Madrid… ¡Los primeros de la Historia de la Humanidad! El 8 de febrero de 1937, tras la conquista de Málaga, tendrá lugar la Masacre de la carretera Málaga-Almería, conocido como “La Desbandá”:

“Una multitud de refugiados que abarrotaban la carretera huyendo hacia Almería, ciudad bajo control del Ejército Popular Republicano, fue atacada por mar y aire causando la muerte a entre 3000 y 5000 civiles”

“Participaron en el bombardeo, además de la fuerza aérea franquista, los buques Canarias, Baleares y Almirante Cervera, así como los tanques y la artillería rebeldes. […] Durante este suceso, se produjo la intervención del doctor Norman Bethune, que se desplazó expresamente desde Valencia hacia Málaga con su unidad de transfusión de sangre para socorrer a la población civil que estaba siendo masacrada. Durante tres días él y sus ayudantes Hazen Sise y Thomas Worsley socorrieron a los heridos y ayudaron en el traslado de refugiados hacia la capital almeriense[13]. Esta traumática experiencia le llevaría a escribir el relato El crimen de la carretera Málaga-Almería:[14]

«...Lo que quiero contaros es lo que yo mismo vi en esta marcha forzada, la más grande, la más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos....»"

Norman Bethune”[15].

El 26 de abril de 1937 tendrá lugar el Bombardeo de Guernica por parte de la Legión Cóndor alemana, que tendrá un gran impacto emocional, horrorizando a buena parte de la opinión pública internacional. Desgraciadamente fue, tan sólo, un anuncio de lo que venía: el infierno que se desataría desde el aire sobre Madrid y sobre Barcelona. Estos castigos tan brutales sobre las poblaciones civiles quedarán, ya para siempre, en la memoria colectiva de los que la sufrieron, y ayudan a explicar muchas de las actitudes y de los comportamientos que todavía seguimos viendo en nuestro país. También fueron el precedente de otros bombardeos de ciudades que tendrán lugar tanto en el resto de Europa como en Asia Oriental durante la Segunda Guerra Mundial.


Guernica (Picasso)

La Defensa de Madrid

El 4 de septiembre habrá nuevo gobierno en la zona republicana, presidido por el socialista Largo Caballero. En él estarán representadas por primera vez casi todas las fuerzas que constituían el Frente Popular. Tendrá seis socialistas, tres republicanos, dos comunistas y dos nacionalistas (uno catalán y otro vasco), a los que se unirán, el 5 de noviembre, cuatro anarcosindicalistas, algo insólito desde el punto de vista histórico. Entre estos últimos había una mujer, Federica Montseny. La primera ministra de la Historia de España. Sólo un partido del Frente Popular (el POUM, de orientación trotkista) había quedado fuera.

“El gobierno de Largo Caballero recuperó los poderes del Estado. Desaparecieron prácticamente todas las juntas y comités, siendo sustituidas por el decreto de 16 de diciembre por unos Consejos Provinciales, únicos organismos con poder delegado presididos por los gobernadores civiles. […] A la autonomía de Cataluña se sumó ahora la del País Vasco pues en octubre las Cortes republicanas aprobaron su Estatuto autonómico convirtiéndose José Antonio Aguirre en lendakari.

A fines de septiembre, el día 30, y en los primeros días de octubre, se dio un paso trascendental: la militarización de las milicias, es decir su conversión en fuerzas sujetas al Código de Justicia Militar. Ese sería el comienzo de la creación de un nuevo Ejército Popular cuya base estaría constituida por lo la gran unidad tipo Brigada Mixta, de unos seis mil hombres, la creación de las cuales, las seis primeras, se ordena el 10 de octubre. Los primeros grandes desembarcos de material de guerra ruso tienen lugar en la segunda mitad de octubre en puertos mediterráneos.

El Partido Comunista participó por su parte en este nuevo esfuerzo militar con la creación de algo que fue mucho más que una unidad militar, el Quinto Regimiento de Milicias Populares, en Madrid, que fue, de hecho, centro de reclutamiento, escuela de guerra, creador de unidades, vivero de mandos y núcleo de la influencia comunista en el nuevo ejército. Su comisario jefe fue el comunista italiano Vittorio Vidali, conocido como comandante Carlos Contreras.”[16]

El 6 de noviembre de 1936 comenzó la batalla por Madrid. Ese mismo día el gobierno de la República decidió trasladar la capital de la misma a Valencia y nombró una Junta de Defensa presidida por el General Miaja.

En esta “batalla” (que duró meses) se vieron sobre el terreno los efectos de los cambios organizativos que se habían producido desde el cambio de gobierno de primeros de septiembre.

“En la lucha frontal por Madrid se forjó realmente el futuro de los dos ejércitos combatientes. Era claro que Franco no previó la resistencia que la capital haría y emprendió su asalto con menos fuerzas de las necesarias. La República ensayó allí sus primeras Brigadas Mixtas y entraron también en combate el día 8 las primeras Brigadas Internacionales. El día culminante de la batalla fue el 15 de noviembre, cuando los asaltantes rompieron la línea en el curso del río que defendía la columna Durriti y entraron en la Ciudad Universitaria, llegando hasta el Hospital Clínico y los aledaños de la cárcel Modelo en la Moncloa. Pero el ataque quedó detenido en esa línea y el día 23 Franco decidía que las tropas de Varela cesaran en su ataque directo a la ciudad, dando comienzo entonces las batallas de envolvimiento de la capital que se prolongaron hasta el mes de marzo.

Sin duda, la inesperada resistencia de Madrid fue un gran éxito para la República […] El comportamiento de su población civil y las milicias madrileñas fue heroico y las privaciones que sufrieron muy importantes.”[17]

Una vez fracasada la ofensiva directa a la ciudad los asaltantes cambiaron de táctica y su objetivo pasó a ser cercarla. Tuvo tres fases: el ataque a la carretera de la Coruña, que trataba de cortar la comunicación con los que defendían las sierras del noroeste. La Batalla del Jarama, que pretendía cortar las comunicaciones con Valencia y la de Guadalajara, que buscaba hacer lo mismo con la Nacional II. Ninguna de ellas logró sus objetivos. Los republicanos resistieron los ataques y mantendrían sus posiciones ya hasta el final de la Guerra.

“En la batalla de Guadalajara se mostró la eficacia real de la nueva organización republicana en Brigadas Mixtas, que había valorizado las milicias y contaba con la ayuda de carros de combate, aviación y consejeros rusos. […] Fue el último gran intento de los sublevados sobre Madrid.”[18]

 

La Guerra en el Norte

A partir de marzo de 1937 el objetivo de los sublevados fue acabar con la resistencia de las fuerzas republicanas en la cornisa cantábrica que, como ya vimos, habían quedado aisladas desde el comienzo de la guerra del resto de la España leal al gobierno constitucional. Durante esa campaña tendrá lugar el Bombardeo de Guernica del que ya hemos hablado:

“Por tratarse de la primera vez que se bombardeaba un núcleo urbano de manera tan arrasadora, la destrucción de Guernica ha sido el asunto de una polémica pertinaz sobre la responsabilidad en el bombardeo de un objetivo no militar, llevado a cabo ciertamente por la aviación de la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana pero bajo orden o consentimiento expreso de Franco y su cuartel general, y que causó un elevado número de víctimas, produciendo ese pánico que se refleja en la memorable obra pictórica, Guernica, en la que Picasso inmortalizó este hecho en 1937.”[19]

El 19 de junio caerá la ciudad de Bilbao, el 26 de agosto Santander y el 21 de octubre Gijón. El último foco de resistencia republicano de la Cornisa Cantábrica.

 

Cambios políticos

A lo largo de 1937 se producirán una serie de cambios políticos, en ambos bandos, que son consecuencia directa de la evolución de los acontecimientos militares y de la constatación empírica de que la guerra iba a durar mucho más de lo que todos habían imaginado.

Los nacionales terminarán integrando en el ejército a las milicias falangistas y requetés, como habían hecho los republicanos con las suyas en el otoño de 1936.

El 18 de abril Franco promulgó el Decreto de Unificación:

“…creaba un Partido Único al estilo fascista al que llamaban movimiento, colocaba a Franco a su frente, y lo entendía como el soporte del Estado, intermedio entre la sociedad y un Estado al que se designaba como Nuevo Estado Totalitario.”[20]

Los dirigentes orgánicos tanto de la Falange (Manuel Hedilla) como de los requetés (Manuel Fal Conde) serán purgados y reemplazados por otros más dóciles a las directrices del “Generalísimo”. Y lo que quedaba de los antiguos partidos de la derecha no republicana (Renovación Española, CEDA, agrarios…) Serán integrados igualmente en el “Movimiento”.

Mayo de 1937 marcó un punto de inflexión para la República. Los acontecimientos sangrientos que tuvieron lugar en Barcelona durante los primeros días de este mes, en los que milicias anarcosindicalistas y del POUM se enfrentaron a tiros con las fuerzas de la Generalitat, muriendo en ellos más de 500 personas, tuvieron como consecuencia una nueva reorganización política y la revisión de las estrategias del gobierno, precipitando la caída de Largo Caballero. El 17 de mayo Azaña puso al frente de su ejecutivo a Juan Negrín. En el nuevo gabinete ya no habrá representantes de los sindicatos, que prefirieron quedarse fuera de él.

“El largo periodo de gobierno de Negrín, hasta su primera salida de España el 9 de febrero de 1939, tiene también unas persistentes características, aunque hubieran de hacer frente e ir amoldándose al progresivo hundimiento militar de la República, el abandono internacional, el cansancio en la población y la ruptura progresiva de la unidad política frente a la sublevación. Hay, no obstante, una política de Negrín que se mantiene permanentemente como objetivo de guerra y que no hace sino afirmarse cada vez como única alternativa: la de continuación de la guerra hasta el fin”[21]

La estrategia de los Aliados (Francia e Inglaterra fundamentalmente) consistió en intentar aislar la Guerra de España, pensando que así se evitaría el conflicto europeo. Una absoluta ingenuidad como se terminaría demostrando. Esto dejaba sin oxígeno a la República, cada vez más aislada en el plano internacional. Los hombres de Negrín, que sabían que la Segunda Guerra Mundial estaba a punto de estallar, se organizaron para resistir hasta que llegara ese momento, en el cual los Aliados debían, por fuerza, pasar a considerar a los republicanos como parte de la lucha global contra el Fascismo.


Negrín durante una visita al frente del Ebro en 1938. Foto de El País

 

La campaña de Aragón y la Batalla del Ebro

El 15 de diciembre de 1937, sesenta mil soldados republicanos, mandados por Enrique Líster, atacan Teruel, que se rindió el 8 de enero de 1938. Pero Franco lanzará un poderoso contraataque a partir del 17 de enero. El 23 de febrero la ciudad volverá de nuevo a manos de los nacionales.

Éstos, durante el mes de marzo, avanzan hacia el este por todo el frente aragonés. Después se lanzan sobre la provincia de Castellón, para romper de nuevo en dos el territorio republicano, dejando a Cataluña aislada del resto. Y llegan hasta el Mediterráneo, por Vinaroz, el 17 de abril. Se había consumado la ruptura.

Contra todo pronóstico, Franco, en vez de lanzarse contra Cataluña como todo el mundo esperaba (Hitler y Mussolini incluidos), decidió hacerlo contra Valencia. Hay autores que explican la operación en términos de política europea. Los alemanes acababan de anexionarse Austria y dichos analistas creen que si Franco hubiera avanzado en ese momento directamente hacia la frontera francesa habría precipitado la declaración de guerra contra Alemania por parte de los Aliados, ante el evidente cerco fascista a la III República Francesa. Eso habría convertido la Guerra de España directamente en la primera campaña de la Segunda Guerra Mundial. El “Generalísimo” era, como dijimos más arriba, un auténtico flemático, y prefirió esperar para no precipitar los acontecimientos.

Pero la lucha en el Maestrazgo y en las sierras del norte de Valencia se volvió, de nuevo, extraordinariamente dura. Y los republicanos aguantaron la embestida.

El 25 de julio los ejércitos de la República rompen las líneas nacionales en Flix y Ascó (sur de Cataluña), cruzan el Ebro y avanzan hacia Gandesa, que será conquistada el 3 de agosto. En ese punto se estabilizará el frente hasta mediados de noviembre.

“El empleo de la artillería y la aviación fue superior a todo lo visto antes en la guerra”.[22]

Los nacionales recuperarán todo lo perdido durante los primeros días de noviembre, llegando de nuevo a Ascó el 16 de ese mes. La batalla había durado casi cuatro meses.

“Las bajas de cada bando en la batalla no fueron inferiores a los cincuenta mil hombres y el ejército republicano quedó desorganizado y mermado decisivamente. Durante la batalla se habían producido además importantes hechos nacionales e internacionales. En octubre las fuerzas italianas habían quedado reducidas a una División y el gobierno de la República decidió prescindir de las Brigadas Internacionales para propiciar un arreglo internacional. La conferencia de Munich de 29 de septiembre de 1938, con el acuerdo entre democracias y fascismos, dejaba la República a su suerte.”[23]

 

La conquista de Cataluña

El 23 de diciembre de 1938 comenzó la ofensiva de Cataluña. La República se había quedado sin aviación, y lo que quedaba del ejército del Ebro era incapaz de contener el avance de las tropas franquistas. El 26 de enero de 1939 los nacionales entran en Barcelona y el 4 de febrero en Gerona. El 1 de febrero las Cortes Republicanas celebran su última sesión en territorio español en Figueras (Gerona). El día 5 abandonan España las principales autoridades, encabezadas por Azaña. El día 9 lo hará el Presidente del Gobierno, Juan Negrín.

 

La vuelta de Negrín y el golpe de estado de Casado

Negrín abandonó España, por la frontera francesa, el día 9, pero el 10 reaparece de nuevo en la zona republicana, había volado desde Francia hasta Alicante. Con él volvieron varios ministros y militares (Cordón, Tagüeña, Líster…). El 15 de febrero celebrará Consejo de Ministros en Madrid.

El 27 de febrero Gran Bretaña y Francia reconocieron al gobierno de Franco. Y Francia manda como embajador a Burgos nada menos que al Mariscal Pétain. El 28 de febrero Manuel Azaña dimite, en su exilio francés, como Presidente de la República. Lo sustituye provisionalmente el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio.

El día 5 de marzo, el Coronel Casado, jefe del Ejército del Centro, con sede en Madrid, da un golpe de estado y anuncia el inicio de conversaciones con los nacionales para llegar a una paz negociada.

El 4 de marzo, los militares de la Quinta Columna de la Marina, se sublevan en Cartagena, el día 5, con el golpe de Casado ya en marcha se hacen a la mar.

“El capitán de corbeta Miguel Buiza intentó mantener un frágil equilibrio entre franquistas y "negrinistas" y se negó a poner la flota republicana al servicio de Franco […] Además gran parte de los marineros eran simpatizantes anarquistas.”[24]

En consecuencia, decide dirigirse al puerto de Bizerta, en Túnez, donde se rinde ante las autoridades coloniales francesas. Esto dejó a los republicanos sin medios para organizar una posible evacuación masiva por mar hacia Argelia desde los puertos levantinos. La flota será entregada a Franco por las autoridades francesas el 30 de marzo.

El día 6 Negrín, después de intentar movilizar contra Casado a los generales Miaja y Matallana de manera infructuosa, abandonó España, con su equipo, en avión, desde el aeródromo de Monóvar (Alicante).

Las negociaciones entre los representantes de Casado y de Franco se rompieron, definitivamente, el 26 de marzo. El 29 Casado, junto con unos doscientos seguidores, abandonaron España en un destructor británico. El 28 los nacionales entraron en Madrid y el 31 cayó Alicante. El 1 de abril Franco emitirá el Parte de la Victoria. Ese mismo día su gobierno será reconocido por los Estados Unidos. La Guerra, oficialmente, había terminado.

 



[1] Julio Aróstegui: La Guerra Civil, 1936-1939. La ruptura democrática. Historia 16. Temas de Hoy. Madrid. 1996.

[2] Julio Aróstegui: La Guerra Civil, 1936-1939. La ruptura democrática. Historia 16. Temas de Hoy. Madrid. 1996.

[3] Emilio Mola, Navarra 1936, De la esperanza al terror. Citado en: https://es.wikipedia.org/wiki/Emilio_Mola

[4] Julio Aróstegui: Ibíd.

[5] Julio Aróstegui: Ibíd.

[6] Beevor, Antony: La Guerra civil española.

[7] Julio Aróstegui: Ibíd.

[8] Ibíd.

[9] Ibíd.

[11] Helen Graham: Breve historia de la Guerra Civil. Austral, Madrid 2006.

[12] Armando Boaventura: Madrid-Moscovo. Da ditadura à IIª República e à Guerra Civil de Espanha, Lisboa, Parceria António Maria Pereira, 1937, pág. 212.

[13] El País «El solidario Norman Bethune ». Publicado el 26/4/2004.

[14] CAUM «Extracto de El crimen de la carretera Málaga-Almería».

[16] Julio Aróstegui: La Guerra Civil, 1936-1939. La ruptura democrática. Historia 16. Temas de Hoy. Madrid. 1996.

[17] Ibíd.

[18] Ibíd.

[19] Ibíd.

[20] Ibíd. Las negrillas son mías.

[21] Ibíd.

[22] Ibíd.

[23] Ibíd.

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