“El sueño de la razón produce monstruos”
(Francisco de Goya)
Y los españoles
fuimos castigados, a partir del 2 de mayo de 1808, con “el sueño de la
razón”. De la razón de los otros, no de la nuestra. De la razón de los
ilustrados a la francesa, de los “afrancesados” que nos venían adoctrinando
desde 1701. De la razón que produce monstruos, como descubrió Francisco de
Goya.
El pintor de la
corte de Carlos IV se convirtió, ese día, en lo más parecido a un “corresponsal
de guerra” que podía haber en ese momento histórico, inmortalizándolo a través
de sus cuadros y de sus grabados:
La carga de los mamelucos
Los fusilamientos del 3 de mayo
Y son fieras
Así comenzó el
desenlace de una historia que venía un siglo incubándose. Pero parémonos a
recordar la secuencia de los hechos.
El motín de
Aranjuez y la abdicación de Bayona
La entrada masiva
de tropas francesas en España para “invadir Portugal” hace reaccionar a la
población, que culpa directamente a Godoy del asunto. A mediados de marzo de
1808 eran ya 65.000 soldados, una parte de los cuales habían hecho acto de
presencia en Madrid. Era vox populi que la llegada del mariscal francés Murat a
la capital era inminente y Godoy aconseja a la familia real viajar hacia
Aranjuez, desde dónde se podría organizar, con mayor facilidad, una fuga hacia
las provincias americanas del Imperio español.
En ese contexto,
el príncipe heredero y sus leales (los “fernandinos”) organizan un motín
popular en dicha ciudad, que tuvo lugar en la noche del 17 al 18 de marzo, y
que le permitió dar un golpe de estado, apoyándose en la “Guardia de Corps”
(Guardia Real), obligando a su padre a abdicar y encarcelando a Godoy.
Fernando VII será
coronado, de manera improvisada, por sus partidarios, en Aranjuez, el 19 de
marzo. El 23 entrará Murat en Madrid, como plenipotenciario de Napoleón
Bonaparte, el 24 lo hará el nuevo rey de España, aclamado por la multitud, e
inmediatamente formará nuevo gobierno.
Napoleón, tras
conocer los acontecimientos que habían tenido lugar, “se ofrece a mediar” entre
padre e hijo y los cita a ambos en la ciudad francesa de Bayona, a 40 km de la
frontera entre los dos países, amenazando a Fernando VII con no reconocerlo
como rey si no lo hacía. A partir del 20 de abril irán haciendo acto de
presencia en esa ciudad (que se convertiría en una prisión real durante los
seis años que duró la Guerra de la
Independencia (1808-1814)) los diferentes miembros de la familia real
española, además de Godoy, “escoltados” por soldados franceses. El 6 de mayo
Fernando VII abdicará en beneficio de Napoleón. El 6 de junio será Napoleón el
que transfiera la corona de España a su hermano José.
El 2 de mayo
A primera hora de
la mañana del 2 de mayo de 1808, grupos de madrileños comenzaron a concentrarse
ante el Palacio Real para impedir que los soldados franceses se llevaran a
Bayona al último miembro de la familia real que aún quedaba en la capital, el
infante Francisco de Paula. Un grupo atacó a una patrulla y los soldados
dispararon contra la multitud. A partir de entonces la lucha se extendió por toda
la ciudad. La resistencia popular fue especialmente dura en tres puntos de la
misma: La Puerta del Sol, La Puerta de Toledo y el Parque de
Artillería de Monteleón. Fue el comienzo de un levantamiento popular
espontáneo que obligó a los soldados españoles a decidir en qué bando querían
estar.
“Mientras se desarrollaba la lucha, los militares
españoles, siguiendo órdenes del capitán general Francisco Javier Negrete,
permanecieron acuartelados y pasivos. Sólo los artilleros del Parque de
Monteleón desobedecieron las órdenes y se unieron a la insurrección. Los héroes
de mayor graduación de aquella jornada fueron los capitanes Luis Daoíz y Pedro
Velarde, que asumieron el mando de los insurrectos por ser los más veteranos.
Se encerraron en Monteleón junto a sus hombres y decenas de ciudadanos que allí
fueron en busca de combate contra los franceses, repeliendo oleadas de las
tropas de Murat mandadas por el general Lefranc. Sin embargo, acabaron muriendo
luchando heroicamente ante los refuerzos enviados desde el vecino Palacio de
Grimaldi, cuartel general de Murat. Otros jóvenes militares tampoco acataron la
orden superior de no intervenir y lucharon junto a Daoíz y Velarde, como el
teniente Jacinto Ruiz y los alféreces de fragata Juan Van Halen, herido de gravedad,
y José Hezeta.”[1]
El Parque de Artillería de
Monteleón, cuadro de Joaquín Sorolla
Los alcaldes
de Móstoles
¿Sabe el
lector quienes firmaron la declaración de guerra contra Napoleón en 1808?
No. No fue nadie de la familia real (estaban todos presos en Bayona) por orden
del “aliado” de la víspera. Tampoco lo fue ningún militar profesional, que
habían recibido órdenes de ponerse a disposición de las fuerzas invasoras. Fueron…
¡los alcaldes de Móstoles!, un pueblo de la periferia de Madrid.
Sí. Fueron los
viejos mecanismos de la democracia municipal castellana ¡732 años después de la
firma del Fuero de Sepúlveda! Los
que se pusieron en marcha para repeler a los invasores. Fue la reacción atávica
de un pueblo que echa mano del subconsciente colectivo cada vez que la guerra
vuelve a hacer acto de presencia.
“Señores justicias de los pueblos a quienes se
presentare este oficio, de mi el alcalde ordinario de la villa de Móstoles.
Es notorio que los franceses apostados en las
cercanías de Madrid, y dentro de la Corte, han tomado la ofensa sobre este
pueblo capital y las tropas españolas; por manera que en Madrid está corriendo
a estas horas mucha sangre. Somos españoles y es necesario que muramos por el
rey y por la patria, armándonos contra unos pérfidos que, so color de amistad y
alianza, nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la
augusta persona del rey. Procedan vuestras mercedes, pues, a tomar las más
activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid
y demás pueblos, y alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca contra quien
es leal y valiente, como los españoles lo son.
Dios guarde a vuestras
mercedes muchos años.
Móstoles, dos de Mayo de
mil ochocientos ocho.
Andrés
Torrejón
Simón
Hernández”
Este fue el texto
de esa declaración de guerra. Un comunicado que fue pasando de mano en mano y
que fue reproducido hasta el infinito, extendiendo la guerra por toda la
geografía española. Desde ese momento cada soldado francés se convirtió en un
objetivo militar, y multitud de ayuntamientos empezaron a organizar partidas
armadas entre la población civil para articular la resistencia,
desencadenándose una guerra de guerrillas por todo el país. Guerrillas que
pronto empezarán a sabotear infraestructuras y a “cazar” a todo francés aislado
que encontraban por el camino.
La Junta
Suprema de España e Indias
Rápidamente empiezan a formarse “juntas”
locales para organizar la resistencia. La noche del 22 al 23 de mayo se funda
en la ciudad de Cartagena (una de las bases de la Marina más importantes del
país) la primera Junta General de
Gobierno, que inmediatamente manda correos a Valencia, Granada y Murcia. Al
día siguiente se constituyen las juntas de Valencia, Granada, Lorca y Orihuela.
El 25 de mayo, en Zaragoza, la población asalta el palacio de la Capitanía
General, apresando a su titular Jorge
Juan Guillelmi (que estaba colaborando con las fuerzas de ocupación), y proclamando a José de Palafox gobernador de
Zaragoza y capitán general de Aragón. De esta manera, la guerra también se
extiende al valle del Ebro, que era la zona de paso natural entre Francia y
Madrid. Mientras tanto se constituye, en Murcia, una junta local presidida por el antiguo Secretario de
Estado, Floridablanca.
Muy pronto se ve la necesidad de crear un
órgano de gobierno central que coordine a todas estas juntas y diseñe una
estrategia global de lucha contra los franceses. Para ello se escoge a la
ciudad de Sevilla, cuya junta local se constituye, el 6 de junio, en la “Junta Suprema de España e Indias”,
asumiendo el mando de la lucha contra los invasores. Ese mismo día tendrán
lugar los dos primeros enfrentamientos armados de cierta importancia
posteriores al 2 de mayo: La Batalla del
Bruch (en Cataluña) y la Contienda de
Valdepeñas (en La Mancha).
La Batalla de Bailén
Tras
la Batalla de Trafalgar (1805), una flotilla francesa, compuesta por cinco
buques de guerra y casi cuatro mil hombres, había quedado atrapada en Cádiz,
por el bloqueo británico de la ciudad, mandados por el almirante François
Étienne de Rosily-Mesros. Ante el cariz que fueron tomando los
acontecimientos en España a lo largo del mes de mayo de 1808, las nuevas
autoridades francesas decidieron enviar un ejército a Andalucía, mandado por el
General Pierre Dupont, para proteger a sus efectivos de la marina
estacionados en Cádiz y, de camino, la salida por mar hacia América, así como
la ruta del Estrecho.
Mientras
tanto:
“Las
Juntas de gobierno de Sevilla (Junta Suprema de España e Indias) y Granada,
bajo la presidencia de Francisco de Saavedra, comenzaron el reclutamiento de
dos ejércitos, que debían cortar el camino a través de Sierra Morena a los
franceses. El germen del Ejército de Andalucía lo formaban las tropas regulares
del Campo de Gibraltar, 16 regimientos de infantería y tres de caballería al
mando del general Castaños. Por su parte, Teodoro Reding comenzó el
reclutamiento de un segundo ejército, donde se encontraba su Regimiento Suizo
de Reding nº 3, en la provincia de Granada. El reclutamiento fue masivo,
destacando el número de voluntarios, que formaban más de la mitad del Ejército
de Andalucía (unos 17 000 hombres). Al mando de todas las tropas Saavedra situó
al General Castaños, otorgándole a través de la Junta plenos poderes ante la
grave situación a que se enfrentaban los restos de la monarquía española.”[2]
El
ejército de Dupont será hostigado por fuerzas guerrilleras desde que
salió de Madrid. En Santa Cruz de Mudela, el 5 de junio, y en Valdepeñas, el 6,
tendrá que enfrentarse con la población civil (8.000 habitantes) y con casi 400
guerrilleros. Estas acciones armadas obligarán a replegarse hacia Toledo a una
parte de sus tropas. Después de pasar esta barrera, volverán a encontrar
resistencia en Córdoba, el día 8, y saquearán la ciudad. Mientras tanto, en
Cádiz:
“La Batalla de la
Poza de Santa Isabel fue un combate naval que se desarrolló entre el 8 y el
14 de junio de 1808, en la Bahía de Cádiz. Se enfrentaron la flota francesa
liderada por el almirante François Étienne de Rosily-Mesros y las fuerzas
navales españolas bajo el mando del almirante Juan Ruiz de Apodaca, apoyadas
por la artillería costera y la destacada intervención de 3 divisiones de 15
cañoneras cada una. El resultado fue una victoria española que supuso la
primera derrota del ejército francés en la Guerra de la Independencia
española.”[3]
El
14 de junio se rendirán los franceses, con 5 navíos de línea, una fragata,
3.676 hombres, 456 cañones, así como gran cantidad de armas, municiones y
provisiones de todo tipo. Dupont recibirá la noticia en Córdoba, mientras le
informan que la Junta de Sevilla está reclutando un ejército para cortarle la
retirada hacia la Meseta.
La
batalla se librará el 19 de julio en los alrededores de Bailén. Un
ejército español de 27.000 hombres, entre soldados regulares y milicianos,
derrotará a los 21.000 de Dupont. Ese día murieron 2.200 franceses, y 17.635
fueron hechos prisioneros. Varios regimientos suizos, nominalmente españoles,
que habían acompañado a Dupont, se cambiaron de bando en plena batalla, después
de algunas discretas gestiones llevadas a cabo por el General Reding, segundo
de a bordo de Castaños, que había formado parte de su estructura de mando antes
de que estallara la guerra.
El
balance final de toda la operación (Bailén fue el acto final de una campaña de
casi dos meses de choques armados por toda la Carretera de Andalucía,
-que tiene 650 kilómetros- aquella que diseñó Pablo de Olavide en el siglo
XVIII) fue que más de 25.000 soldados franceses se esfumaron en el aire para el
resto de la guerra[4],
casi un tercio de los efectivos que, en ese momento, componían las
fuerzas de ocupación. Y el armamento pasará, casi intacto, a manos
españolas.
En
el resultado de la campaña y de la batalla resultará determinante la actitud de
la población civil ante los invasores. Su hostilidad manifiesta, el conocimiento
del terreno, las redes de información y de logística que montaron los civiles
para ayudar a los soldados y a los milicianos.
Debemos
llamar la atención sobre los grandes parecidos que presenta la batalla de
Bailén contra los franceses con la de Las Navas de Tolosa (1212) contra los
almohades. La distancia entre los dos lugares es de 30 kilómetros. Ambas
tuvieron lugar en la misma época del año (Las Navas de Tolosa el 16 de julio y
la de Bailén el 19). Por esas fechas las temperaturas máximas diurnas, en la
zona, se sitúan entre los 35º y los 42º Celsius. Lo que estaba en juego, en
ambos casos, era el control de los desfiladeros de Sierra Morena, la
comunicación entre La Meseta Central y el Valle del Guadalquivir. Este es uno
de los ejemplos más paradigmáticos de la relación entre la población y el
territorio de la que venimos hablando en nuestro blog desde el principio.
José
Bonaparte, el “rey de
España” designado por Napoleón, se da cuenta de que si continúa residiendo en
Madrid podía ser rodeado por las tropas españolas que avanzaban hacia la
capital desde casi todos los puntos cardinales y se repliega hacia el noreste,
cerca de la frontera francesa.
Cuando
la noticia de lo que había ocurrido en Bailén se difunde por Europa causa
verdadero estupor, ya que los ejércitos que se estaban, prácticamente, paseando
por toda la ecúmene sin conocer la derrota acababan de sufrir un severo castigo
que, a la postre, sería determinante en la evolución de los acontecimientos militares
en el continente. Bailén será la primera
gran derrota de las fuerzas napoleónicas en campo abierto. Pero,
obviamente, no será la última. Será el principio del fin de este imperio.
La Grande Armée
Ante
el repliegue general de las tropas francesas en España, Napoleón decide asumir
directamente el mando de la lucha, presentándose con un ejército de 250.000
hombres, todos ellos veteranos de otras guerras. A partir de noviembre de 1808
comienza la contraofensiva, que hará retroceder a las fuerzas españolas hacia
el sur. A finales de 1809 la Junta Central se establecerá en Cádiz, el
último baluarte, dónde se prepara para resistir un largo asedio.
El control de la Península Ibérica por el
ejército imperial tenía como cruz el elevado coste, tanto humano como
económico, que presentaba. Las fuerzas de ocupación llegaron a superar los
300.000 hombres, la tercera parte de todos los efectivos que llegó a disponer
en el momento de máximo despliegue militar de su historia (1812) en toda
Europa. Al obligarle a inmovilizar en nuestro país a tal cantidad de soldados,
se aflojaba la presión en el resto del continente
.
“La primera función estratégica de los guerrilleros
y no sólo a escala nacional sino continental, fue la fijación de fuerzas
francesas que hasta 1813 no bajaron de 250.000 hombres y en ocasiones superaron
los 350.000 –en la campaña de Rusia intervinieron 500.000 hombres- la mayoría
de ellos ocupados en funciones de guarnición y comunicaciones.
[...]
La acción combinada de un proceso continuado de
erosión de los efectivos enemigos y la fijación en España de una buena mitad de
los efectivos imperiales condujo a Napoleón a una situación crítica. En 1812 se
puso de manifiesto la incapacidad de Francia para hacer frente a dos objetivos
simultáneos de la importancia militar de España y Rusia. Bastó que retirase
unos cuantos miles de hombres para que la situación de los ejércitos en la
Península se hiciese insostenible.”[5]
“Fueron los españoles los que demostraron la validez
de la frase de Wellington: 'cuanto más terreno tienen los franceses, más
débiles son en cualquier punto determinado'. […] Fue esta resistencia continua, por débil que a menudo fuera, la que
acabó con la doctrina de Napoleón de la concentración máxima. El Emperador y
sus generales no pudieron resolver las exigencias contradictorias de la
ocupación y la operación en territorio hostil. 'Si concentro 20.000 hombres
-escribía Bessièrcs, en 1811, agotadas sus fuerzas en el Norte- se perderán
todas mis comunicaciones y los insurgentes harán grandes progresos. Ocupamos
demasiado territorio'”[6]
“Esta maldita Guerra de España fue la causa primera
de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres
se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa,
complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses... esta
maldita guerra me ha perdido.”[7]
Napoleón
Bonaparte
[4] Los prisioneros serán confinados en la Isla de
Cabrera y, los supervivientes, liberados en 1814.
[5] MIGUEL
ARTOLA: La burguesía revolucionaria
(1808-1874). Historia de España Alfaguara. Tomo V. Ediciones Alfaguara.
Madrid. 1975.
[6] RAYMOND
CARR: España 1808-1975. Ariel.
Barcelona. 1985.
[7] FRASER,
RONALD: La maldita guerra de España. Historia social de la guerra de la
Independencia, 1808-1814. Barcelona. Crítica. 2006.
Exacto. Si en España no hubiera habido instituciónes democráticas, esa guerra la hubieran ganado los masones franceses. Por eso a lo largo del siglo XIX se desmontan estas instituciones con las dos desamortizaciónes
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