Hace poco más de un siglo
otra pandemia arrasó el mundo y se llevó con ella la vida de más de 50 millones
de personas. Aunque a nivel científico se conoce como la gripe de 1918, el nombre que quedó para la posteridad fue el de “gripe española”. Si vemos fotos de la
época observaremos el gran parecido que guarda aquella situación con la que
estamos viviendo ahora, salvando las correspondientes distancias, dando que el
desarrollo económico y social de ambas épocas no es comparable ni, mucho menos,
la infraestructura sanitaria disponible.
Esa gripe no nació en
España, pese al nombrecito que lleva. Los médicos, historiadores y los que
manejan suficiente información como para conocer ese dato lo saben:
“Tradicionalmente se ha
considerado «enfermo cero» al cocinero Gilbert Michell de Fort Riley en Kansas
ingresado el 4 de marzo de 1918. Horas después ya se contabilizaban decenas de
casos, hasta el punto de tener que habilitar un hangar para los enfermos, pues
el hospital no tenía capacidad suficiente.”[1]
Pero para los millones de personas que lo ignoran la asociación
mental entre la multitud de víctimas que provocó y España es obvia. El nombre
induce a ello ¿verdad?
¿Por qué se llamó así?
Bueno, hay que tener en cuenta que el brote llegó a Europa en los
últimos meses de la Primera Guerra
Mundial y, en los países contendientes, el caos y las víctimas que provocó
vinieron a sumarse a los que la guerra ya estaba provocando ella sola. La
información que los medios daban estaba siendo fuertemente censurada. Ya
sabemos que en tiempo de guerra cualquier noticia que provoque desmoralización
es considerada un acto de traición. La expansión del virus se ocultó todo lo
que se pudo, para no alarmar a la población más de lo que ya estaba.
Pero España era un país neutral. No estábamos en guerra con
nadie. Y en cuanto se detectaron casos de ella se informó a través de la
prensa, para que la población se comportara de forma responsable y así poder
disminuir el número de contagiados en la medida de lo posible. No se
censuró esa información. Y los corresponsales de prensa extranjeros
informaron a sus lectores, con absoluta libertad, de lo que estaba pasando en
España. Cuando los estados mayores de los países en guerra vieron que no podían
seguir ocultando a su población la verdad encontraron rápidamente un chivo
expiatorio: España, al que ya estaban
apuntando sus periodistas. La gripe pasó a ser “española” por la sencilla razón
de que los españoles no habían ocultado en ningún momento su existencia. Así de
simple.
La primera víctima que
provoca cualquier guerra, antes incluso de que se produzca el primer disparo,
es la verdad. Hay que demonizar al adversario, hay que culpar al otro de
las consecuencias del conflicto. El ciudadano de a pie que vive en algún país
de los que están participando en ella tiene que tener siempre muy claro que lo
que su gobierno está haciendo era lo único que podía hacer, dadas las
circunstancias. Que el malo es el enemigo. Da igual el bando en el que ese país
en cuestión milite, el mensaje que el pueblo recibe en cada caso es muy
parecido. Sólo cambian los nombres propios. Los buenos y los malos son
intercambiables, sólo tienes que cruzar la línea del frente para percatarte de
ello.
Cuando la gente combate físicamente, también lo hace
ideológicamente, como acabamos de ver. La narrativa, el discurso de los que nos
cuentan lo que está pasando, forma parte de esa guerra. Y cuando todo el mundo
está censurando la información, el que no lo hace juega en desventaja, y tiene
muchas probabilidades de convertirse en “culpable”. Las autoridades españolas,
en 1918, hicieron lo que pensaban que tenían que hacer para reducir el impacto
de la epidemia, informar a la población para que ésta tuviera claro como tenía
que comportarse. Era lo más lógico desde el punto de vista sanitario. Pero
nuestros vecinos hicieron lo más lógico desde el punto de vista bélico. Ellos
estaban inmersos en una lógica de guerra que nosotros no compartíamos y, por
esa razón, la gripe se convirtió en “española”. Nuestro “pacifismo” relativo
nos hizo sucumbir en la guerra de la propaganda.
No era la primera vez que pasaba y tampoco sería, obviamente, la
última. Desde que el mundo es mundo los poderosos han usado la propaganda como
arma de dominación y, con frecuencia, sin el más mínimo escrúpulo moral. Podría
poner muchos ejemplos, pero creo que no es necesario. Estoy seguro de que el
lector tiene algunos en mente que pueden ilustrar perfectamente esta
afirmación.
Hoy estamos enfrentándonos a la enésima epidemia que sufre la
Humanidad. Y los comportamientos que hemos descrito para la gripe mal llamada
“española” se vuelven a repetir. De nuevo comprobamos como, en paralelo a los
esfuerzos que hacemos para frenar la expansión del virus, se libra la guerra de
la propaganda, la de las narrativas que buscan demonizar al adversario político
o al país que compite con el nuestro. Y más de uno ha sufrido la cólera de los
que creen que tienen más razón por la sencilla razón de que gritan más alto o
porque se lo han escuchado a un tertuliano en la tele de esos que saben de todo.
Antes de que pase la pandemia hay que conseguir que la población
culpabilice de ella al adversario político. Hay demasiada gente pensando en las
elecciones del día después, porque si no, no se explican determinados
comportamientos y argumentos.
Ahora toca combatir el problema. Las responsabilidades las
dirimiremos luego, cuando todo pase, cuando tengamos la información y la
perspectiva suficiente como para poder valorar adecuadamente los hechos.
Dentro de un par de años veremos las estadísticas de mortalidad
consolidadas ¡de todos los países del mundo! en 2020, le restaremos las de 2019
y sabremos, con bastante aproximación, el número de personas que se ha llevado
el COVID19. Estoy seguro de que entonces nos llevaremos algunas sorpresas, y no
me estoy refiriendo a los datos españoles, aquí sería imposible que
determinados actores políticos permitieran a sus adversarios ocultar información
alguna como estamos viendo, sino a los mundiales. La relación entre infectados
y fallecidos que nos están dando algunos países... muy desarrollados, son poco
creíbles, salvo que el virus se comporte de manera diferente en cada país. Sólo
invito al lector a comparar la información que están dando, por ejemplo, los
franceses con la de los alemanes. Dos países vecinos, y con un nivel de
desarrollo comparables, con un genoma no demasiado diferente y una climatología
parecida.
La información que suministran todos los medios de comunicación sobre
los diferentes países procede, en última instancia, de los órganos estadísticos
de éstos. Sus datos tienen la fiabilidad que tenga la institución que los
emite. Los medios de que disponen son diferentes en cada caso. Los criterios
con los que la información se obtiene pueden variar y, además, todos están
sometidos a un control político que puede “modular” esa información.
¿Son fiables, por ejemplo, los datos que suministra Bielorrusia
que celebró el pasado 9 de mayo el “Día de la Victoria” en loor de multitudes,
con desfiles militares incluidos, y que sigue considerando al COVID19 como una
especie de gripe? ¿Por qué la tasa de mortalidad en Francia cuadruplica a la
alemana? Es obvio, en ambos casos, que no se nos está contando toda la verdad. No
soy un especialista, pero aquí hay elementos que harían sospechar al más
profano.
Lo que me queda claro es que además de la guerra contra el la
pandemia estamos en medio de una guerra de propaganda. Cada gobierno intenta,
en la medida en que sus posibilidades se lo permiten, “modular” la información
que suministran para reforzar su propio discurso. Sospecho que los países del
norte de Europa no se pueden permitir el lujo de que se visualice que la enfermedad
les afecta como al resto de los humanos. No hace mucho vimos como, de un día
para otro, los fallecidos en el Reino Unido subieron, al margen de las estadísticas
diarias, en más de 5.000 personas. El gobierno reconoció que hasta entonces no
habían contabilizado a los fallecidos en las residencias de ancianos, que son
alrededor de la mitad de los muertos en países como España o como Francia. Si nos
fijamos en los datos de Bélgica vemos que son comparables a los españoles. Pero
Bélgica tiene 11,4 millones de habitantes y España 47,1, esto les permite
disimular su incidencia relativa. Y los datos de Holanda no andan muy lejos de
los de Bélgica. De Estados Unidos mejor no hablar.
¿Qué conclusión sacamos de todo esto? Yo lo tengo claro desde el
principio. Ahora se trata de enfrentar la pandemia con la máxima transparencia
y honestidad posible. Estoy convencido de que el tiempo pondrá a cada uno en su
sitio. Los datos disponibles los debemos usar como termómetro que nos informa
en cada momento del estado del paciente. No son el ranking de ninguna competición.
Necesitamos que sea así porque si no la tentación de manipularlos será muy
fuerte y entonces estaremos ciegos ante el avance de la enfermedad.
Usar una catástrofe humanitaria como arma política es indecente. Exijamos
públicamente a nuestros representantes que estén a la altura de las
circunstancias y a la del pueblo al que representan.
[1] «La gripe
española: la mayor pandemia de la historia moderna». Madrid: Biblioteca
Nacional de España.
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