domingo, 10 de mayo de 2020

La gripe “española” y el COVID19




Hace poco más de un siglo otra pandemia arrasó el mundo y se llevó con ella la vida de más de 50 millones de personas. Aunque a nivel científico se conoce como la gripe de 1918, el nombre que quedó para la posteridad fue el de “gripe española”. Si vemos fotos de la época observaremos el gran parecido que guarda aquella situación con la que estamos viviendo ahora, salvando las correspondientes distancias, dando que el desarrollo económico y social de ambas épocas no es comparable ni, mucho menos, la infraestructura sanitaria disponible.
Esa gripe no nació en España, pese al nombrecito que lleva. Los médicos, historiadores y los que manejan suficiente información como para conocer ese dato lo saben:
“Tradicionalmente se ha considerado «enfermo cero» al cocinero Gilbert Michell de Fort Riley en Kansas ingresado el 4 de marzo de 1918. Horas después ya se contabilizaban decenas de casos, hasta el punto de tener que habilitar un hangar para los enfermos, pues el hospital no tenía capacidad suficiente.”[1]
Pero para los millones de personas que lo ignoran la asociación mental entre la multitud de víctimas que provocó y España es obvia. El nombre induce a ello ¿verdad?
¿Por qué se llamó así?
Bueno, hay que tener en cuenta que el brote llegó a Europa en los últimos meses de la Primera Guerra Mundial y, en los países contendientes, el caos y las víctimas que provocó vinieron a sumarse a los que la guerra ya estaba provocando ella sola. La información que los medios daban estaba siendo fuertemente censurada. Ya sabemos que en tiempo de guerra cualquier noticia que provoque desmoralización es considerada un acto de traición. La expansión del virus se ocultó todo lo que se pudo, para no alarmar a la población más de lo que ya estaba.
Pero España era un país neutral. No estábamos en guerra con nadie. Y en cuanto se detectaron casos de ella se informó a través de la prensa, para que la población se comportara de forma responsable y así poder disminuir el número de contagiados en la medida de lo posible. No se censuró esa información. Y los corresponsales de prensa extranjeros informaron a sus lectores, con absoluta libertad, de lo que estaba pasando en España. Cuando los estados mayores de los países en guerra vieron que no podían seguir ocultando a su población la verdad encontraron rápidamente un chivo expiatorio: España, al que ya estaban apuntando sus periodistas. La gripe pasó a ser “española” por la sencilla razón de que los españoles no habían ocultado en ningún momento su existencia. Así de simple.
La primera víctima que provoca cualquier guerra, antes incluso de que se produzca el primer disparo, es la verdad. Hay que demonizar al adversario, hay que culpar al otro de las consecuencias del conflicto. El ciudadano de a pie que vive en algún país de los que están participando en ella tiene que tener siempre muy claro que lo que su gobierno está haciendo era lo único que podía hacer, dadas las circunstancias. Que el malo es el enemigo. Da igual el bando en el que ese país en cuestión milite, el mensaje que el pueblo recibe en cada caso es muy parecido. Sólo cambian los nombres propios. Los buenos y los malos son intercambiables, sólo tienes que cruzar la línea del frente para percatarte de ello.
Cuando la gente combate físicamente, también lo hace ideológicamente, como acabamos de ver. La narrativa, el discurso de los que nos cuentan lo que está pasando, forma parte de esa guerra. Y cuando todo el mundo está censurando la información, el que no lo hace juega en desventaja, y tiene muchas probabilidades de convertirse en “culpable”. Las autoridades españolas, en 1918, hicieron lo que pensaban que tenían que hacer para reducir el impacto de la epidemia, informar a la población para que ésta tuviera claro como tenía que comportarse. Era lo más lógico desde el punto de vista sanitario. Pero nuestros vecinos hicieron lo más lógico desde el punto de vista bélico. Ellos estaban inmersos en una lógica de guerra que nosotros no compartíamos y, por esa razón, la gripe se convirtió en “española”. Nuestro “pacifismo” relativo nos hizo sucumbir en la guerra de la propaganda.
No era la primera vez que pasaba y tampoco sería, obviamente, la última. Desde que el mundo es mundo los poderosos han usado la propaganda como arma de dominación y, con frecuencia, sin el más mínimo escrúpulo moral. Podría poner muchos ejemplos, pero creo que no es necesario. Estoy seguro de que el lector tiene algunos en mente que pueden ilustrar perfectamente esta afirmación.
Hoy estamos enfrentándonos a la enésima epidemia que sufre la Humanidad. Y los comportamientos que hemos descrito para la gripe mal llamada “española” se vuelven a repetir. De nuevo comprobamos como, en paralelo a los esfuerzos que hacemos para frenar la expansión del virus, se libra la guerra de la propaganda, la de las narrativas que buscan demonizar al adversario político o al país que compite con el nuestro. Y más de uno ha sufrido la cólera de los que creen que tienen más razón por la sencilla razón de que gritan más alto o porque se lo han escuchado a un tertuliano en la tele de esos que saben de todo.
Antes de que pase la pandemia hay que conseguir que la población culpabilice de ella al adversario político. Hay demasiada gente pensando en las elecciones del día después, porque si no, no se explican determinados comportamientos y argumentos.
Ahora toca combatir el problema. Las responsabilidades las dirimiremos luego, cuando todo pase, cuando tengamos la información y la perspectiva suficiente como para poder valorar adecuadamente los hechos.
Dentro de un par de años veremos las estadísticas de mortalidad consolidadas ¡de todos los países del mundo! en 2020, le restaremos las de 2019 y sabremos, con bastante aproximación, el número de personas que se ha llevado el COVID19. Estoy seguro de que entonces nos llevaremos algunas sorpresas, y no me estoy refiriendo a los datos españoles, aquí sería imposible que determinados actores políticos permitieran a sus adversarios ocultar información alguna como estamos viendo, sino a los mundiales. La relación entre infectados y fallecidos que nos están dando algunos países... muy desarrollados, son poco creíbles, salvo que el virus se comporte de manera diferente en cada país. Sólo invito al lector a comparar la información que están dando, por ejemplo, los franceses con la de los alemanes. Dos países vecinos, y con un nivel de desarrollo comparables, con un genoma no demasiado diferente y una climatología parecida.
La información que suministran todos los medios de comunicación sobre los diferentes países procede, en última instancia, de los órganos estadísticos de éstos. Sus datos tienen la fiabilidad que tenga la institución que los emite. Los medios de que disponen son diferentes en cada caso. Los criterios con los que la información se obtiene pueden variar y, además, todos están sometidos a un control político que puede “modular” esa información.
¿Son fiables, por ejemplo, los datos que suministra Bielorrusia que celebró el pasado 9 de mayo el “Día de la Victoria” en loor de multitudes, con desfiles militares incluidos, y que sigue considerando al COVID19 como una especie de gripe? ¿Por qué la tasa de mortalidad en Francia cuadruplica a la alemana? Es obvio, en ambos casos, que no se nos está contando toda la verdad. No soy un especialista, pero aquí hay elementos que harían sospechar al más profano.
Lo que me queda claro es que además de la guerra contra el la pandemia estamos en medio de una guerra de propaganda. Cada gobierno intenta, en la medida en que sus posibilidades se lo permiten, “modular” la información que suministran para reforzar su propio discurso. Sospecho que los países del norte de Europa no se pueden permitir el lujo de que se visualice que la enfermedad les afecta como al resto de los humanos. No hace mucho vimos como, de un día para otro, los fallecidos en el Reino Unido subieron, al margen de las estadísticas diarias, en más de 5.000 personas. El gobierno reconoció que hasta entonces no habían contabilizado a los fallecidos en las residencias de ancianos, que son alrededor de la mitad de los muertos en países como España o como Francia. Si nos fijamos en los datos de Bélgica vemos que son comparables a los españoles. Pero Bélgica tiene 11,4 millones de habitantes y España 47,1, esto les permite disimular su incidencia relativa. Y los datos de Holanda no andan muy lejos de los de Bélgica. De Estados Unidos mejor no hablar.
¿Qué conclusión sacamos de todo esto? Yo lo tengo claro desde el principio. Ahora se trata de enfrentar la pandemia con la máxima transparencia y honestidad posible. Estoy convencido de que el tiempo pondrá a cada uno en su sitio. Los datos disponibles los debemos usar como termómetro que nos informa en cada momento del estado del paciente. No son el ranking de ninguna competición. Necesitamos que sea así porque si no la tentación de manipularlos será muy fuerte y entonces estaremos ciegos ante el avance de la enfermedad.
Usar una catástrofe humanitaria como arma política es indecente. Exijamos públicamente a nuestros representantes que estén a la altura de las circunstancias y a la del pueblo al que representan.


[1] «La gripe española: la mayor pandemia de la historia moderna». Madrid: Biblioteca Nacional de España.

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